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El turismo ¿solución para la despoblación rural?
La respuesta a la pregunta sobre si el turismo rural va a ser el elemento fundamental en la posibilidad de reversión del proceso de despoblación rural, la respuesta se nos antoja sencilla: no. El problema, como hemos tratado de demostrar, es mucho más complejo como para que podamos plantearnos que desde un único sector existe la posibilidad de reversión o estabilización del mismo.
No se puede hacer caer sobre la actividad turística una parte importante de la responsabilidad sobre un problema que sin duda se ve condicionado por infinidad de factores estructurales que exceden al objeto y la realidad del turismo rural y/o en el medio rural.
Durante mucho tiempo hemos escuchado que el turismo iba a resolver un sinfín de problemas de nuestro maltrecho entorno rural. Un sector en el que se habían depositado grandes esperanzas como un mágico activador de las zonas rurales generando unas expectativas quizá muy por encima de lo que el sector puede alcanzar. Esto no quiere decir que el turismo no pueda desarrollar un papel importante en algunas zonas, además de carácter estratégico, en el futuro del medio rural. Significa que una parte no puede resolver el todo.
El turismo rural es una herramienta más con la que podemos contar a la hora de buscar soluciones o alternativas a la realidad rural, pero desde luego ni la única ni probablemente la más importante. Y que tratar de afrontar los problemas desde un punto de vista holístico es el aspecto clave. También valorar que el turismo puede generar algunos efectos negativos que es necesario también valorar, planificar y corregir cuando sea necesario.
El turismo en los espacios rurales presenta como principales ventajas su vinculación directa con el territorio, mejora de las dinámicas sociales, la generación de actividad económica en el espacio rural que se concreta en incremento de la inversión en el ámbito local, la creación de empleo, la circulación de capital a nivel local y el comercio de productos locales.
En primer lugar, tenemos que considerar que el turismo rural utiliza como materia prima una serie de recursos vinculados directamente con los territorios; su razón de ser no es deslocalizable. Cualquier actividad turística relacionada con los recursos ambientales y culturales rurales se tiene que desarrollar necesariamente en el espacio rural. Esto sin duda le otorga una situación de alto interés desde el punto de vista de su continuidad en el tiempo y de lo que supone de vinculación espacial de esta actividad con el territorio.
Un elemento también importante en relación con los temas que nos ocupan, es el relacionado con la dinamización de determinados aspectos socioculturales. En primer lugar, el turismo contribuye de manera importante a la valorización del patrimonio cultural y natural de los territorios. El patrimonio, como representación simbólica de la identidad local (Prats, 1997), es un elemento clave de cohesión social. Toda acción encaminada a poner en valor el patrimonio contribuye por tanto al refuerzo de la sensación de pertenencia a la comunidad, además de los efectos directos sobre la conservación y salvaguarda de estos bienes patrimoniales. Desde el punto de vista turístico, la identidad, la singularidad y la autenticidad son además sinónimos de competitividad del destino.
No siempre resulta fácil buscar un adecuado equilibrio entre el uso turístico del patrimonio y su valor de existencia, aquel que es valorado por la propia población local. Esta puede ver en el turismo una injerencia en su modelo cultural y sus tradiciones hasta el punto de sentirse desplazado de las mismas, perdiendo por tanto interés ante lo que termina convirtiéndose en un mero espectáculo. Desde un punto de vista de la revitalización rural, esto es algo no aceptable y tendrá que priorizarse siempre el papel que el patrimonio tiene para la población local sobre su utilización para la actividad turística.
El turismo genera igualmente dinámica social: aporta vida a los territorios. La presencia y circulación de turistas, es decir de personas, el intercambio cultural con ellos o la asunción de los valores que los mismos reconocen en el territorio y sus gentes son, a nuestro entender, unas aportaciones muy importantes del turismo a los procesos de desarrollo endógeno. Esto refuerza la confianza del territorio en sí mismo y facilita la movilización para activar los recursos propios. Desde este enfoque, esta puede ser una de las mayores aportaciones que un turismo bien planificado puede brindar al futuro del medio rural.
Otro factor importante es la capacidad del turismo para generar economía y la diversificación que supone sobre el sector primario que ha sido históricamente el predominante en el medio rural. Tiene capacidad para atraer inversiones que ya de por sí generan empleo y riqueza. La propia actividad turística también genera empleo. En muchas ocasiones este empleo está ligado a la propia iniciativa de los emprendedores que apuestan por el turismo como una renta tanto prioritaria como complementaria. En el caso del autoempleo, se refuerza la vinculación del promotor con su espacio.
Generar empleo directo abre desde luego oportunidades para asentar población. Además, el carácter transversal de la actividad turística desarrolla también un importante empleo indirecto. En este sentido destacar la oportunidad que ofrece a algunas producciones locales que pueden encontrar en el turismo un importante nicho de negocio. El turismo contribuye a la exportación de los productos sin moverlos, les aporta una imagen de sostenibilidad y un valor diferencial y genera un mayor margen de negocio. Desde este punto de vista, el turismo puede ser un vector estratégico para el refuerzo de otras economías locales.
Apuntadas quedan pues las potencialidades que el turismo presenta a la revitalización rural. Pero conviene insistir que estas oportunidades que ofrece el turismo tienen que formar parte de un plan general mucho más ambicioso. Y que, desde el punto de vista de la despoblación rural sean necesarias algunas reflexiones.
Otra cosa es la influencia real que el turismo pueda tener sobre la despoblación. En los últimos tiempos estamos viendo, a falta de estudios más detallados todavía por abordar, algunos cambios importantes. En primer lugar, que, en algunos casos, el mantenimiento de la actividad no está ligada con la residencia de los promotores, como hemos visto ocurre con otros sectores de la economía rural. Cada vez es más frecuente encontrar propietarios y/o gestores absentistas, que llevan el negocio desde su residencia en un espacio urbano más o menos próximo, especialmente en el subsector alojamiento y actividades. Y esto se puede producir bien directamente (el promotor se desplaza para la prestación del servicio, volviendo después a su residencia en la ciudad), bien mediante la presencia de una persona contratada, en general a tiempo parcial, que es la que realiza determinadas funciones de receptivo y mantenimiento.
Por otro lado, estamos viendo cambios en la oferta y en el comportamiento de la demanda. El crecimiento de la vivienda vacacional, por ejemplo, está cambiando el escenario de la oferta y la forma de consumo de la demanda. También es cada vez más frecuente encontrar turistas que eligen su alojamiento en un espacio urbano, aunque su objetivo fundamental sea visitar entornos rurales o realizar actividades en el mismo. La mejora de las comunicaciones ha contribuido de forma notable a ello. Esta situación genera al visitante, que es mayoritariamente urbano, la posibilidad de contar con una serie de servicios complementarios que en el entorno rural son difíciles de encontrar, como puede ser variedad de oferta gastronómica, ocio nocturno, compras, etc. Otro aspecto que también llama la atención es la situación de falta de relevo generacional que se está produciendo en las primeras promociones de promotores de turismo rural que emergieron a partir de los años 90, muchos de los cuales empiezan a alcanzar la edad de jubilación y, por tanto, el abandono de la actividad. Un problema presente en otros países del ámbito europeo.
Esta situación nos enfrenta a la realidad de que, finalmente, la actividad turística se comporta como otros sectores del medio rural respecto a esta falta de relevo y, de nuevo, que la disponibilidad de un negocio y un empleo no es motivación suficiente para que la población joven fije su residencia en el espacio rural.
¿Qué nos depara el futuro?
Las expectativas de futuro del medio rural y del turismo rural son sin duda una incógnita. Los indicios no son desde luego alentadores, el proceso regresivo parece en estos momentos imparable. Sin embargo, algunas circunstancias pueden transformar o al menos aminorar estas negras previsiones.
Hay que destacar en primer lugar la preocupación existente en diferentes ámbitos y desde ya hace algún tiempo, en tratar de abordar esta batería de problemas de una manera científica, ordenada y urgente. La visibilidad del problema en los últimos tiempos puede jugar un importante papel de catalizador y favorecer una mayor implicación de los poderes públicos.
En primer lugar, hay que destacar el papel que han jugado en el ámbito europeo los programas LEADER (y similares) de desarrollo rural. Unos programas que nacen en los años 90 con carácter demostrativo para después implantarse en un gran número de territorios rurales europeos e incluso exportar la metodología a otras regiones. Un programa que ha variado mucho con el transcurso del tiempo pero que mantiene algunos aspectos que le dotan de una personalidad propia. Destacar entre ellos el planteamiento de abajo a arriba a la hora de definir las estrategias de desarrollo en cada territorio: una apuesta por el desarrollo rural participativo. Dar la voz a los agentes del territorio sobre su propio futuro es sin duda un pilar básico y un proceso irrenunciable si verdaderamente se quiera abordar de una manera seria la situación. Otro aspecto destacable es el esfuerzo por la innovación, la transferencia de resultados y el trabajo en red. Y también la apuesta por la diversificación económica de los espacios rurales. Los programas LEADER han sido, en el caso de España, unos de los grandes impulsores de la puesta en marcha del turismo rural. Gracias a las medidas de apoyo financiero para la creación de oferta e infraestructura turística y de puesta en valor de los recursos, el turismo rural español es hoy lo que es. Sin duda, los resultados en este sentido han sido muy positivos. Convendría no obstante realizar evaluaciones rigurosas sobre estos criterios. Por un lado, la apuesta por metodologías participativas tiene que ser sincera y decida y no, como sucede en muchas ocasiones, más nominal que real. Hay que reconocer el esfuerzo realizado por la UE en este sentido, pero también hay que ser conscientes de que en muchas ocasiones existen interferencias que hacen que esta participación no sea tan real como debiera. Algo parecido debería decirse sobre las estrategias colaborativas que necesitan además ambiciosos planteamientos. Disponemos herramientas tanto con la presencia de LEADER como desde otros ámbitos como la Red Española de Desarrollo Rural, pero hay que avanzar más en afianzar su eficacia.
Pero sobre todo hay que llamar la atención sobre el aspecto financiero y de gestión. Respecto al primero, afirmar con rotundidad que si este programa (u otros similares) van a ser la base sobre la que se va apoyar el desarrollo endógeno, necesita de muchos más recursos, de lo contrario su capacidad real de intervenir en los territorios no dejara de ser meramente testimonial y con una repercusión muy limitada. No se trata de lavar la imagen con el argumento de que ya existe un programa de estas características, se trata de que el mismo tenga la capacidad de transformar el medio. Y para ello necesita además una optimización de los procesos de gestión que sean capaces de dar respuestas ágiles.
LEADER no es la única herramienta, aunque sea quizá la que ha alcanzado una mayor popularidad. En el caso español, hemos asistido a los intentos de abordar el problema rural a partir de diferentes iniciativas legislativas con algunas leyes que intentaban impulsar acciones para generar dinámicas de desarrollo rural con una perspectiva transversal. Sin embargo, su eficacia ha sido muy limitada. Quizá porque la filosofía y los planteamientos manifestados en estas leyes no han calado en los diferentes organismos y departamentos de la administración. Quizá porque en el fondo falte voluntad política real para afrontar el problema. Sea como fuere, las expectativas que estas iniciativas generaron se han visto bastante limitadas.
Ahora parece existir un repunte por el interés hacia lo rural. También una cada vez mayor presión social tanto de los territorios como de la ciudadanía en general. Quizá sea una buena oportunidad para que nuestras administraciones vuelvan a hacer un replanteamiento de sus políticas y se trabaje mejor, con más medios, mejor planificación y mayor sensibilidad hacia la realidad del medio rural.
Por lo que respecta al turismo rural, los retos son muchos y se abordan en otros capítulos de esta obra. Solo apuntar que las nuevas sensibilidades de la sociedad hacia la sostenibilidad, el medio ambiente, la conservación del patrimonio y la cultura y la salvaguarda de los paisajes ofrecen nuevas oportunidades. Sin duda desde el punto de vista de negocio, ya que el entorno rural es un escenario óptimo para desarrollar productos y servicios que den cumplida satisfacción a los nuevos intereses de la demanda. Pero también, porque el soporte de esta oferta devuelve el protagonismo al territorio y, con ello, a sus agentes. Y ello tendrá que pasar necesariamente por favorecer la implicación de la población rural en esta realidad, por darle voz y protagonismo y por considerar sus necesidades tanto sectoriales como generales. Y esto nos aboca a una mayor participación, una mayor asunción de responsabilidades, una mejor cooperación interna, a una recuperación del sentimiento de pertenencia hacia un territorio que se convertirá en soporte de una parte importante tanto de nuestra identidad como de nuestra realidad económica. Este efecto, en el que el turismo y su planificación pueden jugar un papel fundamental, es tan importante o más que los resultados económicos que el sector pueda generar.
El medio rural agoniza, pero no está muerto. Todavía no. Los problemas son muchos y complejos y la situación desde luego no es muy optimista. Pero ello no implica que la situación esté perdida. Nos obliga a replantearnos qué es y qué papel tienen que jugar los espacios rurales, qué relaciones tiene que mantener con el medio urbano, cómo valoramos las diferentes situaciones existentes en una ruralidad cada día más diversa. Cómo innovamos en el nuevo escenario de la globalización para encontrar el espacio y la función le corresponde al medio rural. Y cómo, entre todos, construimos un nuevo futuro.
Bibliografía
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PRATS, L. (1997). Antropología y patrimonio. España: Ariel.
VACHON, B. (2001). El desarrollo local. Teoría y práctica. España: Trea.
TENDENCIAS DEL TURISMO RURAL
de cara al futuro
Javier Solsona Monzonís
Introducción
En 2030 la población mundial rondará los 8.000 millones de personas, de los cuáles el 20% serán viajeros, Naciones Unidas estima que se alcanzarán los 9.600 millones en 2050, mientras que Boeing calcula que el tráfico aéreo se habrá duplicado (Future Foundation, 2015). Se trata de grandes cifras que auguran una continua evolución de la actividad turística, en la que, sin duda, un pequeño segmento como el turismo rural deberá estar preparado para competir en un entorno en el que habrá que compatibilizar el incremento de la competitividad, de la demanda y la necesidad de proteger el entorno medioambiental.
No obstante, existen factores de incertidumbre que podrían hacer variar esta tendencia en lo que a escenarios de crecimiento se refiere, ya que subyace en la actualidad la posibilidad de que se produzca una crisis energética y económica generada por el incremento del dióxido de carbono y la resistencia a la reconversión de tecnologías fósiles por tecnologías limpias (Osorio, Ramírez de la O & Viesca, 2017) que podría influir en los precios del transporte, e incluso en el comportamiento del consumidor a la hora de la contratación del viaje, a medio o largo plazo.
Por otra parte, la revolución tecnológica en la que estamos inmersos va a influir en el desarrollo de la actividad turística en el espacio rural como ocurre y ocurrirá en otros ámbitos territoriales, por lo que este factor influirá notablemente tanto desde una perspectiva de demanda como de oferta. De demanda por cuanto que el tratamiento de grandes volúmenes de datos supondrá un mayor conocimiento del cliente y, por tanto, una mejor adecuación de las políticas promocionales y comerciales en general. Y de oferta, en la medida que los nuevos paradigmas de la gestión territorial (como es el caso de las ciudades inteligentes o Smart City, concepto llevado al mundo rural bajo la denominación de Smart Village) deberán favorecer una nueva concepción de la gestión del espacio rural de un modo más participativo, democrático, conectado y tecnológico.
Por último, indicar que este planteamiento y las tendencias que se apuntan son, en general, de carácter global, y en cualquier caso son las que se perfilan de un modo más definido tanto en el entorno europeo, latinoamericano, como en otras regiones del globo.
Turismo rural, un camino incierto desde el pasado hacia el futuro
Se define como «tendencia» a la idea económica, política, artística, etc., que se orienta en determinada dirección, por lo que podemos considerar las tendencias turísticas como el camino, dirección u orientación que los factores que inciden en dicha actividad, señalan hacia el futuro.
Por tanto, para definir cuál puede ser el futuro del turismo en los espacios rurales, hay que partir del conocimiento del actual contexto de la actividad. El turismo rural no ha conseguido alcanzar la progresión y el nivel de consolidación que en la década de los ochenta y noventa del siglo pasado parecía que iba a llegar con el tiempo (Solsona, 2006). Más bien al contrario, tras un periodo en el que esta modalidad (o quizás sería mejor referirse a la actividad turística en un territorio caracterizado por la concepción rural del espacio) parecía que se dirigía a un futuro prometedor, quedó estancada y confusa por cuestiones coyunturales, como la crisis económica desencadenada en 2008, y el desarrollo de las nuevas condiciones en la producción turística como la aparición de nuevos modelos de negocio, la evolución tecnológica, las nuevas formas de consumo, el auge de las redes sociales y las nuevas formas de comunicación turística, entre otras cuestiones.
Si nos atenemos al comportamiento que el alojamiento específicamente rural ha tenido en las últimas décadas en Europa, y particularmente en España, puede observarse que tras un paulatino incremento de la oferta y la demanda, las cifras parecen haberse estabilizado en los últimos años, aunque el comportamiento estacional se ha mantenido en el tiempo de forma invariable pese a los continuos intentos de modificar ese comportamiento de la demanda, lo que hace pensar que, a medio plazo, esta tendencia se mantendrá. (Guzmán et al., 2015).
Si bien es cierto que la reciente crisis económica y la decepción tras décadas de aprendizajes han desmitificado la imagen idealizada del turismo en el medio rural, también lo es que, con las actuales cifras de recuperación del mercado, se espera un nuevo auge de su desarrollo. En este contexto, urge una revisión de la transferencia de modelos del turismo en el medio rural para afrontar el renovado interés que se está despertando en las zonas de interior (Yubero & García Hernández, 2019).
Por otra parte, y como es lógico, es imposible abstraerse de la realidad que afecta a la globalidad de la actividad turística y al entorno en general, motivo por el que para señalar cuáles serán las principales tendencias que afectarán específicamente al turismo rural, es absolutamente necesario abordar aquellas de carácter general. Del mismo modo, la variedad, diversidad y la diferente naturaleza de los acontecimientos que marcarán el turismo en general y el que se produzca en el espacio rural en particular en las próximas décadas, debe ser tratado de forma analítica e integrada, pero con la necesidad de reconocer las diferentes vertientes que conforman la realidad del complejo sistema turístico. Por tanto, se deberán analizar las tendencias que se apuntan en diferentes campos como las tecnológicas, la gobernanza del territorio, los modelos de gestión, la concepción del producto y el marketing, tendencias en la movilidad, y las tendencias de la demanda y en la concepción del consumo del producto.