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Читать книгу: «Del fracaso al éxito», страница 3

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¿Ha cambiado el turismo rural?

Es curioso que desde que escribí mis primeros libros en 1993, titulados El desarrollo turístico sostenible en el medio rural y la Guía de autoempleo en turismo rural (para el Instituto Andaluz de la Mujer), la situación o mejor dicho el state-of-the-art de esta actividad realmente no ha sufrido cambios importantes, salvo determinadas excepciones, especialmente en estos últimos años, que precisamente confirman los planteamientos de propuestas incluidos en esta publicación.

Y ya en 2009 comencé a insistir sobre la necesidad de hacer cambios importantes, editando el libro Reinventando el turismo rural. Gestión y desarrollo, porque este subsector había crecido y consolidado en muchas zonas. Sin embargo, quedaba la misma asignatura pendiente referida a no conseguir el éxito y los objetivos marcados por los diferentes actores involucrados.

En esta nueva publicación se aporta un enfoque más novedoso, diferente, que seguro va más acorde a las tendencias del mercado que como ya se sabe cambian cada vez más rápidamente.

Sobre los autores

Los diferentes autores de este libro provienen del mundo académico, de la consultoría y de la empresa, con una muy importante experiencia de trabajo tanto en España como internacional por lo que esta publicación aborda el tema con un mix de conocimientos diversos y realidades geográficas ya que sus nacionalidades incluyen varios países como España, Portugal, México, Colombia, Reino Unido y Eslovenia que sin duda le otorga una perspectiva más integral, global y a la vez local.

Para quien escribe esta tipología de turismo, no puede o no debe seguir dependiendo de situaciones coyunturales, como son los efectos de la actual pandemia de la COVID-19 y sus restricciones turísticas además de miedos en parte de la demanda. También necesita un cambio disruptivo que quizás hablamos más de la necesidad de una transformación versus una revolución e ir así dando pasos de un cambio de estrategia a nivel individual empresarial o de negocio y, por supuesto, a nivel territorio, creando de verdad destinos turísticos que sin duda beneficiarán a los emprendimientos existentes y futuribles, ayudando sin duda alguna a generar desarrollo local y más estabilidad económica, social y ambiental, algo que el entorno rural adolece todavía en líneas generales

En definitiva, si el turismo es en realidad una fábrica de emociones que generan momentos de felicidad, conseguirlo tanto para la oferta como para la demanda es en resultado un «éxito» y realmente es lo que se debería marcar como objetivo general, siempre teniendo en cuenta la relatividad del concepto.

Figura 1. El éxito en el turismo: creación de momentos de felicidad

Fuente: Crosby, 2021

Seguramente este libro les aportará las reflexiones y herramientas para poder ser más innovadores y ayudarles a conseguir el éxito deseado.

Primera parte
TERRITORIO

1.1. La despoblación rural: Visión de Turismo en España

Julio Grande Ibarra

1.2. Tendencias del turismo rural de cara al futuro

Javier Solsona Monzonís

1.3. El Turismo Rural en España. Una visión global de la demanda en el sector a través del Observatorio del Turismo Rural

Enric López C.

LA DESPOBLACIÓN RURAL
Visión de turismo en España

Julio Grande Ibarra

A modo de introducción

La despoblación rural se ha puesto de moda. De repente se ha convertido en un tema recurrente. Ha pasado del olvido absoluto a la noticia permanente, de la falta de sensibilidad a una aparente preocupación desmedida, de la falta de políticas a aparecer como un problema estratégico, de que a casi nadie le importara esto a candidatos haciéndose fotos «rurales».

Pero la despoblación y abandono del medio rural no es un tema nuevo. La decadencia del medio rural es una cuestión de larga gestación que lleva siglos de evolución y que en las últimas décadas ha entrado en un proceso de aceleración condicionado por múltiples causas. Pero no es desde luego una cuestión nueva. Por eso sorprende que, de golpe, se convierta en uno de los problemas fundamentales de nuestra sociedad, un problema del que todo el mundo habla y opina, al que parece que tenemos que encontrar una solución mágica o que vamos a resolver a corto plazo con unas cuantas medidas puntuales y, en muchas ocasiones, inconexas.

No es un problema coyuntural y, por tanto, no podemos enfocarlo así. No se han producido en los últimos meses cambios sustanciales que hayan generado un nuevo escenario o que hayan desencadenado o agravado sensiblemente el problema. Quizá se haga más evidente, pero las causas de ello hay que buscarlas más en que nos encaminamos hacia un final de ciclo.

No es tampoco un proceso local o regional. Estamos ante un escenario global que afecta al conjunto del planeta donde la tendencia a la urbanización es una constante. El mundo es y, probablemente lo va a ser más cada día, urbano. La ciudad como sinónimo de progreso, de evolución, de innovación, de modernidad. La vida se planifica, se ordena y se dirige desde las ciudades y para las ciudades. Socializamos en lo urbano; todos, incluidos los habitantes de medio rural, somos cada vez más urbanos.

Sí hay que reconocer que, al menos en nuestro entorno, algo ha cambiado: el problema ha emergido. Y sin duda esto es una gran noticia. En España dos circunstancias han marcado el paso de esta situación. En primer lugar, la publicación en el año 2016 del trabajo de Sergio del Molino La España vacía, obra que ha alcanzado un gran éxito de público y una más que importante repercusión mediática. Por otro lado, el trabajo de algunos pequeños colectivos de algunas de las provincias más despobladas del país que han conseguido gran proyección en los medios de comunicación, sensibilizando a una parte importante de la opinión pública acerca de la realidad de los territorios del interior donde el problema está alcanzando niveles irreversibles. Dos acontecimientos que han generado, de manera inmediata, la publicación de varias obras sobre el particular, en general de carácter divulgativo, que si bien en algunos casos no aportan grandes reflexiones sobre el problema, contribuyen a mantener el debate abierto; han despertado el interés y la simpatía de buena parte de la población; han despertado el interés de los medios por el problema —con lo que ello representa de movilización y difusión—; y, lo que desde luego es un éxito muy notable: han iniciado un proceso de coordinación de iniciativas del medio rural tradicionalmente inmerso en un sistema atomizado, lo que da una nueva proyección a la situación. Todo ello ha conseguido que el tema ocupe un lugar en la agenda política. Habrá que ver si esto se traduce en que nuestras administraciones despierten del letargo en que llevan décadas inmersas en lo que a la despoblación rural se refiere.

Resulta imposible en unas pocas páginas abordar algo tan complejo y diverso. Un proceso sistémico en el que multitud de factores interactúan y motivado por numerosas y diferentes razones. Pero sí podemos plantear algunas reflexiones que nos permitan centrar algunos aspectos claves del problema con el ánimo de poder establecer puntos de reflexión, tanto en el diagnóstico como en algunas de las soluciones, eficaces o no, que se plantean, como es el caso del turismo.

Un problema universal

La despoblación rural es un problema universal. No es una tendencia regional o local, es una cuestión planetaria: el mundo rural está claramente en un proceso regresivo. En la actualidad el 55% de la población reside en ciudades, en 2050 la previsión es que esta cifra se eleve hasta un 68%. La población urbana ha pasado de 751 millones de habitantes en el año 1950 a 4.200 millones en 2018. En América del Norte el 82% de la población es urbana, un 81% en el caso de América Latina y Caribe, un 74% en el caso de Europa, un 68% en Oceanía, un 50% en Asia y un 43% en África. África y Asia acogen casi el 90% de la población rural mundial. El futuro del mundo parece abocado a ser urbano.

Gráfico 1: % población rural urbana a nivel mundial

Fuente: Banco Mundial. Elaboración propia


En 1960, el 66,4% de la población mundial habitaba en espacios rurales. En 2018 ese porcentaje se había reducido hasta el 44,7%. En el año 2007, por primera vez, la población urbana superaba a la rural, una tendencia de crecimiento que parece tan imparable como el descenso de la rural. Una situación que, en todo caso y a pesar de la tendencia, presenta realidades diferentes en las distintas zonas, tanto en lo que se refiere a los números totales de población rural/urbana como al ritmo de cambio. Hemos tomado los datos de algunos países que nos pueden servir de ejemplo ilustrativo. España tenía en 1960 un 56,5% de población urbana, cifra que asciende a 66% en 1970, al 72,8% en 1980, fecha en la que este incremento de población urbana se ralentiza. En la actualidad la población urbana española se sitúa en el 80,3% del total.

Gráfico 2: % de población urbana en algunas zonas de ejemplo

Fuente: Banco Mundial. Elaboración propia

En Argentina, la población urbana representaba en 1960 ya un 73,7% del total, con un gran peso demográfico centrado en la capital. En 2018 esta cifra se situaba en un alarmante 91,9%. Brasil, en el año 1960, tenía un 46,1% de población urbana; en 2018 esta cifra se había elevado al 86,6%. Chile alcanzaba el 87,6% de población urbana en 2018. México también supera el 80% de población urbana, cuando en el año 60 el porcentaje era del 50,6%.

Bolivia, que al inicio de la serie presentaba un 36,8%, alcanza en 2018 un 69,4%; Ecuador pasa de un 33,8 a un 63,8%; Perú del 46,8 al 77,9%. El conjunto de América Latina y Caribe pasa de un 49,5% a un 80,6% en el periodo estudiado. Aunque son solo unos cuantos ejemplos, los datos sin duda, asustan.

Conviene llamar la atención a que en los últimos años parece que, en estos países tomados como ejemplo, el ritmo de incremento de la población urbana se ha ralentizado ligeramente, siendo este enlentecimiento menos marcado en aquellos casos que partían con un mejor porcentaje de población rural

Es interesante que valoremos, además de los porcentajes de población rural-urbana, los números absolutos de habitantes rurales para poder completar una visión aproximada de cuál es la realidad. Las previsiones de Naciones Unidas es que el medio rural experimente a nivel mundial un leve incremento en el número absoluto de habitantes del medio rural, para caer luego en una pérdida neta, situándose para el 2050 en una cifra en torno a los 3.100 millones de habitantes rurales, cifra que se situará por debajo de los 3.400 millones actuales.

Gráfico 3: Cifras de población rural

Fuente: Banco Mundial. Elaboración propia

En el caso de España, por ejemplo, la población rural se situaba en el año 1960 en poco más de trece millones y cuarto de habitantes; en 2018 no llega a los nueve millones doscientos mil. El medio rural no solo pierde peso relativo desde el punto de vista demográfico, sino que tiene una disminución clara en el número de habitantes. Sin embargo, y a diferencia de lo que ocurre con el porcentaje de población rural/urbana que mantiene una caída constante en detrimento del medio rural, en el número absoluto de habitantes vemos que entre los años 1995 y 2008 se produce un incremento de la población rural que pasa 9.590.975 a 10.120.932, para volver a partir de entonces y hasta nuestros días a una pérdida neta de habitantes. Este incremento de casi 530.00 personas no compensó como hemos indicado la situación porcentual rural/urbana. Pero llama la atención cómo la situación de pérdida de población absoluta se agudiza a partir de ese año con una disminución entre 2008 y 2018 de nada menos que 926.165 habitantes, lo que representa una pérdida del 9,2% de población en la última década.

En el resto de los países que hemos tomado como ejemplo, la situación, en lo que se refiere a los números de habitantes en el medio rural, presenta una realidad mucho más diversa. México, Perú, Bolivia y Ecuador terminan el periodo de estudio con un incremento en los números absolutos de población rural, mientras que Brasil, Argentina y Chile sufren importantes descensos.

Las previsiones para el medio rural no son desde luego muy halagüeñas. La población mundial crece de manera importante, pero la población rural cae, no ya solo a nivel porcentual sino, en un plazo muy breve, en números absolutos. Previsiblemente, se irá generando un proceso en el que el despoblamiento rural se acelerará y el mundo rural perderá peso real en el contexto mundial. El mundo será urbano.

¿Qué es el medio rural hoy?

Julio Caro Baroja comenzaba su conocido trabajo sobre el carnaval con la dura manifestación de que «El carnaval ha muerto», expresión que podemos justificar por la pérdida del sentido que estas celebraciones representaban. Quizá ha llegado el momento que nos hagamos la misma pregunta sobre el medio rural: ¿ha muerto el medio rural?

El primer problema que nos encontramos es, curiosamente, la dificultad para definir lo rural. Tradicionalmente se consideraban rurales aquellos espacios con baja densidad de población, formados por núcleos urbanos de pequeña dimensión y fuertemente vinculados con la agricultura y la ganadería. Una definición que parece haberse quedado de alguna manera obsoleta y en permanente revisión, sin que parezca que sea posible alcanzar un consenso general sobre la misma. No ayuda a la hora de la búsqueda de esta definición la propia diversidad del medio rural, con diferencias muy significativas. Quizá la definición deberíamos buscarla en «sus rasgos diferenciadores respecto a la contraposición con el medio urbano» (Cortés, 2013), aspecto este también complejo dado el límite cada vez más difuso que existe entre estas dos realidades. Así, disponemos de un gran número de definiciones que van incorporando nuevos indicadores que permiten delimitar el concepto de rural. Indicadores o conceptos tales como: tamaño de las poblaciones, densidad de población, envejecimiento, crecimiento o descenso de la población, dedicación agraria, densidad de construcción, estructura social o vinculación con el medio y el entorno, entre otros (Cortés, 2013). Este problema de definición nos apunta ya a que nos estamos enfrentando a un problema de gran complejidad, tanto que su delimitación conceptual es complicada.

Por otro lado, el medio rural lleva mucho tiempo siendo una especie de reservorio al servicio de intereses o necesidades ajenas al mismo, vinculadas mucho más a las demandas de lo urbano que a dar respuesta a sus propias necesidades. El espacio rural ha sido durante mucho tiempo proveedor de mano de obra a la industria, a la construcción o a los espacios urbanos; espacio destinado a albergar infraestructuras, industrias y actividades molestas que buscaban lugar fuera de las ciudades; reservorio de superficie urbana tanto de primera como de segunda residencia; espacio de ocio para la población urbana y productor de alimentos destinados a las grandes aglomeraciones con lo que ello significa de transformaciones en los procesos tanto productivos como comerciales (Cánoves, Villarino y Herrera, 2006). Una variada amalgama de cuestiones, algunas incluso claramente incompatibles entre sí. Dicho de otra manera, un gran espacio vacío entre las aglomeraciones urbanas destinado a prestar servicio a las mismas. Un modelo de territorio-ciudad en el que la planificación se realiza en función de las necesidades de lo urbano. Podemos pues cuestionar si verdaderamente existen políticas orientadas a resolver los problemas reales del medio rural o si, por el contrario, estos se encuentran sumidos en un olvido ante la priorización sistemática de las demandas urbanas. Un criterio urbano que lo impregna todo y que incluso, como hemos apuntado, hace cada más difuso el límite entre lo rural y lo urbano.

Todo esto ha generado un importante desequilibrio entre el medio rural y urbano en el que el primero se ha llevado la peor parte. Tanto es así que ha sido necesario plantear la necesidad de organizar estrategias de lo que hemos venido a denominar como desarrollo rural, concepto que «en sí mismo ya responde a la necesidad de desarrollo que ha venido y viene padeciendo el medio rural» (Cánoves, Villarino y Herrera, 2006: 201). Un desarrollo rural que se orienta de manera prioritaria a la diversificación económica como estrategia clave y en la que el turismo y el ocio han aparecido como sectores prioritarios.

Cabría preguntarse también si podemos seguir afirmando que el medio rural existe como realidad sociocultural. Los cambios de las sociedades tradicionales y la influencia de una serie de inputs que recibimos de manera constante hacen que nos orienten hacia una socialización en lo urbano y a una imitación de sus formas de vida y comportamiento. Si finalmente el modelo de vida al que aspiramos es el urbano, el medio rural, al menos como lo concebíamos hasta ahora, no puede competir. No queremos decir, ni mucho menos, que las sociedades que hemos venido definiendo como tradicionales sean el modelo a establecer. Afortunadamente, en la actualidad algunas situaciones de penuria crónica de nuestros pueblos han desaparecido. Pero el cambio que se ha producido ha experimentado una tendencia hacia la imitación de lo urbano. Los impactos culturales e informativos que recibimos llevan siempre una importante carga urbana, entorno que se asocia más o menos conscientemente con la modernidad y el progreso. Mientras se consolida una imagen, por otro lado, completamente falsa, de que en los pueblos se mantiene una especie de bucólico pasado no exento de una cierta rusticidad y tipismo. Algunos anuncios publicitarios que todavía podemos ver con frecuencia (y en mi opinión de manera bastante desafortunada) nos muestran una imagen simplona y atrasada de los espacios y culturas rurales, lo que, lejos de ser una anécdota, nos muestra una mirada todavía muy sesgada.

Este proceso de aculturación es complejo, pero provoca dos efectos muy importantes. Por un lado, una falta de sentimiento de pertenencia al entorno, que pasa a ser un tanto anónimo e intrascendente: somos altamente globales. Y «lo que queda de este sentimiento de pertenencia tiene más que ver con la nostalgia que con el futuro que hay que inventar...» (Vachon, 2001: 72). Como consecuencia, hay un desinterés por la vida comunitaria, por la motivación de impulsar un esfuerzo colectivo en la realidad de un entorno que de alguna manera es compartido y, por tanto, solidario. Esfuerzo colectivo que probablemente haya sido hasta ahora uno de los elementos fundamentales de la identidad del medio rural, situación que se ve catalizada además por la pérdida de capacidad de decisión de las comunidades rurales sobre su propio entorno y su propia realidad, como hemos comentado anteriormente.

Debemos cuestionarnos cuáles son las diferencias socioculturales reales entre el espacio rural y el espacio urbano; cómo definiríamos en el siglo xxi lo rural y cómo vamos a plantear el imprescindible diálogo rural-urbano.

Estamos pues ante un grave problema, muy complejo y de nada fácil resolución.

La despoblación causa y consecuencia
de la desvitalización rural

Las causas de la despoblación rural se achacan siempre a una serie de factores relacionados con la lejanía y el aislamiento geográfico, la economía y la oferta laboral, la deficiente dotación de bienes y servicios y a las dificultades para compatibilizar la vida familiar —sobre todo en lo que se refiere a la oferta educativa y de ocio de los niños y jóvenes—. Es decir, aspectos todos ellos relacionados con la calidad de vida. La percepción de una pérdida de calidad de vida empuja de manera irremediable a la población a buscar nuevos horizontes.

Durante los siglos xix y xx, en especial en su segunda mitad de este último, la población de los pueblos decide marchar a las ciudades de manera masiva a buscar mejor fortuna. El efecto de esta emigración ha sido demoledor. En primer lugar porque la población que emigró, sobre todo juvenil, buscó un mejor porvenir en los espacios urbanos; la consecuencia fue un paulatino envejecimiento de la población rural. También porque un colectivo que suele emigrar de forma más rápida es el de las mujeres, lo que provoca un importante crecimiento de la tasa de masculinización. Y estos dos factores generan un descenso en la tasa de natalidad y por consiguiente un crecimiento vegetativo muy reducido (incapaz de cubrir el déficit migratorio) o negativo. Al final, un problema que se retroalimenta complicando más si cabe la situación demográfica de los espacios rurales (Pinilla& Sáez, 2017). Esta situación genera un empeoramiento (más si cabe) de la economía, ya que la pérdida de población, y la comentada falta de jóvenes en los territorios, limita por un lado la capacidad de emprendimiento y por otra la disponibilidad de mano de obra, lo que dificulta la puesta en marcha de nuevas actividades, con lo que entramos en un peligroso proceso de decadencia general del territorio. Esta pérdida de población trae aparejada igualmente una disminución de los servicios. La reducción de la población limita a las administraciones la dedicación de recursos para la inversión en estos servicios generales que, en gran medida, se condicionan por el volumen de la población receptora de los mismos, empeorando así los niveles de calidad de vida del medio rural. Consecuencia de todo ello: un desánimo general en las pequeñas comunidades locales y la falta de motivación a la hora de promover o impulsar medidas que favorezcan la reversión de la situación. Situación que a su vez genera un proceso cíclico que se retroalimenta y que es terriblemente complejo de romper. En el momento actual sería casi imposible determinar qué es lo primero. Se trata de un ciclo de desvitalización de la vida local (Vachon, 2001: 71) que ya se ha instalado de manera estructural y en el que cada punto crítico refuerza a los demás.

Figura 1: El ciclo de desvitalización del medio rural

Fuente: Vachon, 2001


Otros factores se suman a este proceso de decadencia del espacio rural. Por un lado, una menor capacidad de poder gestionar el territorio por una derivación de los centros de decisión a los grandes centros urbanos. Allí residen las grandes estructuras administrativas que son las responsables de la toma de las decisiones estratégicas en lo que afecta al territorio. La capacidad de decisión endógena se ve limitada y se percibe que el territorio es ordenado desde fuera, desde lo urbano. Pero esto no es solo una percepción, es en gran medida, una realidad. Son numerosos los organismos que tienen las competencias reales sobre el territorio (medio ambiente, confederaciones hidrográficas, carreteras y servicios de comunicación, planificación urbanística y ordenación del territorio, solo por poner algunos ejemplos). Son entidades alejadas de la realidad rural y su problemática endógena, pero cuyas decisiones inciden de forma determinante en la estructura de la misma. En muchas ocasiones sus prioridades de decisión, como ya se ha apuntado, están mucho más condicionadas por las necesidades urbanas que por las realidades y demandas de la sociedad rural. Por otro lado, afectan también los cambios experimentados en el sector primario, en la forma de vida tradicional (e incluso elemento que condicionaba su definición) en los espacios rurales. No podemos entrar aquí a analizar en profundidad este complejo asunto, pero sí apuntaremos algunas cuestiones relevantes para el tema que nos ocupa. La mecanización del campo hace que la demanda de mano de obra se reduzca de manera drástica. Junto a esto nos encontramos con la situación, al menos en países como España, un tanto paradójica de que en ocasiones y para determinados cultivos falta mano de obra. Situación que es cubierta generalmente por población inmigrante. También, por efectos de la globalización, los mercados agrarios y la dependencia alimentaria se desvinculan del territorio. A esto podemos añadir los cambios en la distribución y comercialización de los alimentos y su concentración en grandes grupos y, al menos en el entorno español y europeo, el estancamiento o regresión de los precios de los productos agrarios que obliga a un incremento de producción por explotación para poder mantener los niveles de ingresos. Por último, a nivel europeo, los condicionantes de la política agraria comunitaria, la conocida PAC y, entre otras cuestiones, sus políticas de ayudas. Se produce igualmente una concentración de la propiedad y es necesario abordar grandes inversiones a la hora de poner en marcha explotaciones agrarias o ganaderas. La incorporación de nuevos agentes al sector agrario se vuelve cada vez más complejo. Y, por último, apuntar que la residencia en el espacio rural y la dedicación a la agricultura sea cada vez un factor más independiente; así, son cada vez más los agricultores absentistas que, residiendo en las ciudades pueden manejar sus explotaciones sin especiales dificultades, situación que ya nos encontramos de manera habitual en muchos territorios.

Pero hay que plantearse además otros factores, quizá más intangibles, pero no por ello menos importantes que influyen en este proceso. Queremos plantear la hipótesis de que, aparte del complejo escenario dibujado, la despoblación rural es fundamentalmente un problema cultural. Y este problema cultural conduce a una situación de difícil solución: la gente no vive en el medio rural porque prefiere vivir en el medio urbano. Esto es tanto como decir que no vive en el medio rural porque no quiere.

Contra esta hipótesis se puede argumentar que no quiere precisamente por los déficits estructurales del medio rural comentados anteriormente y es posible que sea así y que estas deficiencias hayan contribuido a una desafección hacia lo rural. Pero es posible que existan también otras causas. Y entre ellas, sin duda, un aspecto importante es el de los procesos de aculturación que se están produciendo en nuestro medio rural.

Solo por poner algunos ejemplos. En buena parte de La Rioja (España), región conocida a nivel mundial por su producción de vinos de calidad, y donde la vitivinicultura es un sector de alta rentabilidad y, en general, demandante de empleo, se sigue perdiendo población en los pueblos. Esta situación no se puede vincular con un problema de falta de oportunidades económicas o de empleo; de hecho, son muchos los agricultores, propietarios y empleados de bodegas o fincas que diariamente se desplazan de las ciudades de referencia próximas a sus explotaciones. Otro ejemplo lo podemos encontrar en el elevado número de funcionarios públicos que tienen su puesto de trabajo vinculado de manera directa al medio rural (secretarios, funcionarios municipales, médicos, asistentes sociales, agentes de desarrollo rural, etc.) pero que sin embargo residen de manera mayoritaria en espacios urbanos. Lo que parece indicarnos de nuevo una independencia entre empleo y residencia.

Tampoco está especialmente relacionado con una ausencia de servicios; la mejora de las comunicaciones hace que desde muchos territorios se pueda acceder a casi todos los servicios en un tiempo que no es sensiblemente mayor que el que se necesita en una ciudad para disfrutar a los mismos, aunque sí existe un déficit claro de transporte público. Es cierto que esta situación no se da en muchos lugares del medio rural, que se ven condicionados por factores como la distancia y el aislamiento, pero sí nos permite valorar que, cuando esos factores no existen, la situación tampoco cambia.