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Читать книгу: «Obsesión de un anónimo», страница 4

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Fue algo extraño que nunca hubiera experimentado anteriormente en su país natal. Le daban ganas de salir a caminar durante la madrugada en las cercanías del hotel y recorrer las calles principales para conocerlas tranquilamente. Sin embargo, sabía perfectamente que no debía de intentar cosas arriesgadas o atrevidas en lugares desconocidos ni mucho menos en un país en el que ella nunca había estado antes. Lo único que sabía acerca de México era información que se obtiene por medio del internet.

No tenía intenciones de demostrar desinterés hacia los profesores, pero ya no podía concentrarse más en el discurso que el docente daba a los alumnos. Discretamente giró la muñeca de su mano izquierda para ver la hora en su reloj de mano. La pesadez de sus ojos por el cansancio y el sueño intervino en la visión de Paola y tardó en focalizar la mirada para identificar la posición de las manecillas. Al enfocar la mirada correctamente, puso los ojos casi en blanco como un zombi al no poder creer que únicamente habían transcurrido veinticinco minutos de la última clase. De reojo analizó a sus nuevos compañeros y la mayoría de ellos estaban atentos a las palabras del profesor de la materia de Ética. Los vio muy atentos, algunos de ellos tomaban nota en su libreta, otros solo observaban fijamente al profesor y otros tantos descaradamente platicando en voz baja pero sin poder disimular el susurrar que intercambiaban entre ellos.

Su mente ya estaba pensando en qué es lo que tenía que hacer al terminar su última clase. Le preocupaba el resto de la jornada del día. Sabía que tenía que ir a recoger sus maletas que dejó encargadas en el hotel en el que se hospedó. Aun le quedaban cosas por hacer y ella ya estaba teniendo los primeros síntomas de sueño. Estaba a un par de horas en que sus paisanos del otro lado del continente ya estuvieran en casa preparándose para ir a cama a descansar y para ella apenas iban a ser las dos de la tarde en el horario de México, pero su reloj biológico se estaba preparando para mandar a dormir a su mente y su cuerpo.

—Oye, ¿y qué piensas hacer al terminar la clase?

—¿Perdón?

—¿Qué piensas hacer al terminar la clase? —Lizeth volvió a preguntar con el susurro más fuerte, pero haciendo pequeñas pausas entre palabra y palabra para que el mensaje llegara más claro a Paola.

Paola dirigió la mirada al profesor de Ética para percatarse de que no la viera platicar con Lizeth. Después regresó la mirada a ella.

—No tengo idea. Mi mente escasamente está asimilando lo que me espera para esta tarde —respondió Paola—. Creo que tengo que ir a recoger mi equipaje que dejé encargado en el hotel donde me hospedé. No vaya a ser que me lo pierdan y me quede sin nada. No quiero ni imaginar lo que sería de mí sin las cosas necesarias que traje, principalmente mi ropa, perfumes, y un pequeño ahorro que mis padres pudieron darme.

—¡Te invito a comer a mi casa! —continuó Lizeth con la conversación—. Me encantaría que fueras a mi casa y que probaras algo de lo que es la comida mexicana. ¿Cómo ves? ¿Aceptas?

—¡Wow! No sé ni que pensar. Apenas nos conocimos hoy y ya me estás invitando a tu casa.

—De hecho, no nos hemos conocido. Únicamente nos presentamos, pero no sé nada de ti ni tú de mí. No quiero ni imaginar cómo te has de sentir al estar en un lugar completamente ajeno a ti donde todo es nuevo y desconocido. Es por eso que quiero ofrecerte mi ayuda.

—¡Qué linda eres, Lizeth! —sonrió Paola muy emocionada.

—Para eso estamos las amigas, ¿no crees? Quiero que cuentes conmigo como un apoyo durante tu estancia en nuestra universidad. Seguramente con el paso del tiempo conocerás tantas cosas que ya ni requerirás de mi apoyo.

—Espero no tardar en adaptarme a mi nueva vida.

—Será muy sencillo —Lizeth calmó la preocupación de Paola—. Nosotros te apoyaremos.

—Te agradezco mucho. Por cierto, creo que tu invitación a tu casa lo pospondremos para otro día, pues tengo que ir al hotel a recoger mi equipaje y…

—¡Paola! Es tu primer día de clases en nuestra universidad y ya estás muy platicadora —intervino el maestro de Ética.

—Perdón, profesor, lo lamento mucho —Paola expresó muy avergonzada.

—Es mi culpa, profesor —dijo Lizeth—, yo la incité a dialogar mientras ella estaba muy atenta a su clase. El regaño considérelo para mí.

—Me sorprende tu honestidad —el profesor señaló a Lizeth con el libro entrecerrado que sostenía en su mano y que con su dedo índice separaba la página con la que estaba explicando para no perder la hoja correcta.

—Pues estamos en clase de Ética, ¿o no? Debo comportarme con mucha ética. —No pudo evitar sacar una risita demasiado sarcástica.

El profesor y los demás compañeros también rieron por el comentario de Lizeth. Paola la miró fijamente y con la mirada le expresó un agradecimiento muy afectivo. Lizeth le guiñó el ojo para así después continuar atenta a la sesión del momento.

—Están perdonadas; sí que me hiciste reír, pero por favor pongan más atención a lo que les estoy explicando. El viernes tendrán su examen y les estoy explicando información que seguramente incluiré en él.

—Ok, mil disculpas —replicó Lizeth. Paola también solicitó disculpas tímidamente.

—Continuemos —añadió el profesor al volver la mirada al pequeño libro donde su dedo apartaba la página en la que estaban trabajando.

No habían avanzado ni dos minutos cuando los nudillos de una mano hicieron resonar la puerta con un toquido muy sutil. Posteriormente la puerta chirrió tal como lo hace una rata en busca de alimento, alguien la abrió ligeramente para no interrumpir la clase tan drásticamente. La cara de una joven mujer surgió tras la puerta con la vista enfocada al frente del aula en busca del profesor de la clase. La mayoría de los alumnos giraron la mirada con destino a la puerta al detectar el ingreso de la joven. El profesor detectó el movimiento isócrono de sus alumnos para subsiguientemente él también girar hacia la puerta.

—Buenas tardes, profesor, disculpe la interrupción.

—Buenas tardes —añadió el profesor—. ¿En qué puedo ayudarte, Yazmín?

La chica que abrió la puerta era Yazmín, la secretaria del Profesor Javier.

—Me manda el profesor Javier para darle un recado a Paola, la chica nueva. ¿Me la puede permitir un momento, por favor?

—Claro que sí.

Con su mano, el profesor le indicó a Paola que podía salir para arreglar el asunto que le tenían para ella. Paola se puso de pie y salió con mucha incertidumbre. Al salir dejó la puerta casi cerrada para al regresar no tener que tocar e interrumpir la clase nuevamente. Con la interrupción que generó por estar platicando con Lizeth fue suficiente para estar muy apenada con el profesor y sus compañeros.

Estando afuera, Paola saludó gentilmente a Yazmín.

—Hola, Paola, posiblemente aun no me conoces. Mi nombre es Yazmín y soy la secretaria del Profesor Javier. Me dijo que ya habías pasado con él a su oficina por la mañana para presentarte.

—Oh, sí, claro. Pasé a su oficina muy temprano por la mañana.

—Pues mira, precisamente me manda él para pedirte de favor que al terminar esta última clase pases nuevamente a su oficina. Te tiene una información muy importante que te ayudará de mucho. —Yazmín alzó sus cejas al pronunciar la última palabra.

—Vale, claro que sí. —Su expresión facial reflejó una duda del tamaño del aula—. Dile por favor que allá estaré tan pronto nos deje salir el profesor de Ética.

—Realmente yo ya sé lo que te va a decir, y muero por decírtelo –añadió Yazmín– pero él es quien te lo dirá personalmente.

En muchas ocasiones la secretaria era muy entrometida en asuntos que no le eran asignados. Así como le llegaba información, que en ocasiones era muy confidencial, la quería platicar a la primera persona que se interpusiera en su camino. Ha sido un defecto que el profesor Javier ya había detectado con anterioridad, pero nunca se lo había dicho.

—Muchas gracias por el aviso —concluyó Paola.

—De nada. —Yazmín sonrió y giró para retornar a su escritorio de trabajo.

Al ingresar al aula, Lizeth le preguntó algo a Paola sin emitir sonido alguno, únicamente articuló las palabras con el movimiento de los labios. Paola no pudo identificar ni por lo menos una palabra. Supo que le preguntó algo por la expresión facial y corporal que manifestó, pero no decodificó el mensaje como Lizeth lo quiso hacer llegar.

Al aproximarse Paola a su lugar, caminó a un costado de Lizeth y le susurró un mensaje tan indescriptible que ahora Lizeth no logró entender ni el más mínimo fonema.

—¿Qué dijiste? —preguntó Lizeth.

—El profe Javier quiere que vaya a su oficina al terminar la clase.

—¿Para qué?

—No lo sé. —Se encogió de hombros—. Yazmín me dijo que era una información que me ayudará de mucho, pero no me dio más información.

El profesor de la clase, sin dejar de seguir explicando, miró fijamente a Lizeth y Paola para expresar nuevamente molestia por su plática tan misteriosa.

—Que si pueden dejar de hablar, dice el profe —intervino Frank—. Hasta ese momento Frank estaba muy pacífico, muy pocas veces estaba tranquilo, normalmente estaba molestando a las compañeras o platicando con Lizeth.

—El profe no ha dicho nada —respondió Lizeth efusivamente. Paola no imaginó una respuesta tan inmediata como la de Lizeth.

—Ya sé que no lo dijo, pero ¿acaso no captaste la expresión de sus ojos? —Frank abrió sus ojos tan grandes como la luna llena en octubre simulando ser el profesor.

—No. No vi nada. ¿Por qué? ¿Algún problema? —cuestionó Lizeth.

Una vez más ya estaban discutiendo como rutinariamente lo hacen todos los días. Esas peleas ya no eran novedad para los demás compañeros.

—Ya pon atención —ordenó Frank—, después estás llorando y preguntándote el porqué te va tan mal en los exámenes.

—Ese no es tu problema. Haz de estar celoso porque ya no te hice caso en todo este día. ¿Tienes miedo a que sustituya tu amistad por la de Paola?

—Frank rio drásticamente. Estuvo a punto de responderle a Lizeth cuando el profesor intervino en su guerra interminable.

—Lizeth y Frank, me hacen el favor de arreglar sus asuntos allá afuera por favor. Si gustan ya pueden tomar su mochila para que se vayan a casa. De cualquier manera, ya terminaron con las sesiones del día de hoy.

Frank se puso de pie y tomó sus pocas pertenencias que tenía en el pupitre y enseguida las lanzó a la mochila sin importarle el orden en el que cayesen. La clase fue interrumpida por tercera vez para esperar a que ambos abandonaran el aula. Al llegar Frank a la puerta, vio que Lizeth todavía no mostraba intensión alguna para abandonar la clase.

—Anda, querida Lizeth, acompáñame acá afuera. No ves que todos te están esperando solo a ti. No andabas diciendo que eras una chica con mucha ética. ¡Demuéstralo!

Lizeth se puso de pie y salió detrás de Frank para demostrarle su postura de mujer responsable ante sus hechos.

—No te preocupes, Paola —dijo Lizeth—, así son los escándalos de este hombre inmaduro.

Caminó hasta la puerta y antes de cerrarla ella miró fijamente a Paola con una sonrisa de niña maldosa a punto de cometer una travesura.

—Te espero afuera.

—¡No! No te preocupes por mí. Yo… —Lizeth cerró la puerta y evitó que Paola terminara con su respuesta.

—Continuamos una vez más —añadió el profesor. Esta vez ya ni él mismo sabía si lo decía con desilusión o resignación, pero su responsabilidad era terminar la sesión programada pues el tiempo ya estaba encima y tenía que dar la última información que seguramente se incluiría en la evaluación del viernes próximo.

En ese preciso momento Paola consideró que todo estaba sucediendo por su culpa. Ya no se pudo concentrar más en la clase y estuvo analizando cada momento en los que el profesor interrumpió la clase y se percató de que en todas las pausas aparecía ella como parte afectante o principal.

Al reloj ya solamente le faltaban quince minutos para llegar a las dos de la tarde y concluir la clase. Sin embargo, cinco minutos después la sesión concluyó para que todos pudieran salir. Algunos de ellos salieron huyendo del lugar, tal vez por motivos de que tenían que llegar temprano a sus trabajos o porque ya querían llegar a casa para hacer otras actividades personales. Cada alumno era un mundo diferente. Mientras tanto, Paola se tomó las cosas con calma, guardó sus pertenencias y al salir buscó a Lizeth para cerciorarse de que ya se hubiera ido. No la vio y comenzó a caminar con destino a la oficina del profesor Javier.

—¡Acá estoy, espérame! —la voz amigable de Lizeth surgió debajo de un pequeño árbol que ella aprovechó de su sombra para recostarse en el verde césped. Muchos universitarios disfrutaban de esos lugares para relajarse durante algunos cortos momentos, en especial las parejitas románticas que sacrificaban sus clases ausentándose para quedarse abrazados como si fuera el último momento del mundo sin importarles la información que pudieran no haber aprendido en clase.

—Yo te acompaño —ella dijo al aproximarse a Paola con voz jadeante por levantarse pronto y trotar hacia Paola.

—¡Ay, Lizeth! Me da pena que me dediques tiempo, sé que ya te puedes ir; incluso no sé si tengas compromisos en otra parte y tu quedándote aquí conmigo.

—Relájate, soy una chica sin compromisos por las tardes. Yo vengo a estudiar a la universidad para no decepcionar a mis padres, pero a mí no me preocupa mucho el estudio.

—Qué sincera eres —añadió Paola.

—No me gusta andar con hipocresías y prefiero decir las cosas tal como son. ¿No crees que sea mejor?

—En cierto modo sí, pero hay que tener cuidado con quién decir las cosas tan directas. Puede que hieras sentimientos ajenos. Ese es mi humilde punto de vista.

—Lo sé. Además, lo que yo pienso es que la verdad no peca pero como incomoda. —Las dos rieron alegremente—. Andando, yo te acompaño a la oficina del profe Javier, así podré saber el motivo de tu cita con él.

—¡Vale pues! Sigamos —concluyó Paola al momento de comenzar la caminata.

—Hola, Yazmín, venimos con el profesor Javier. —Lizeth sabía que ella no estaba citada pero dio un ligero golpecillo a Paola con su codo para insinuar que no dijera ninguna palabra al respecto.

—Hola, Lizeth —saludó Yazmín—. Si no me falla mi memoria yo solamente fui a solicitar la presencia de Paola, no la tuya.

—Pero ya somos muy amigas, somos de mucha confianza y la quiero ayudar mucho.

—Entiendo tu amabilidad, pero yo tengo esa instrucción y no quiero fallarle a mi jefecito. —Yazmín descolgó el auricular y presionó una extensión numérica de tres dígitos para comunicarse directamente al teléfono del profesor Javier.

—Dime.

—Profe, la chica nueva ya está aquí.

—Dile que pase, por favor.

—Ok.

—Gracias.

Ambos colgaron el auricular y Yazmín miró a Lizeth.

—Ya puedes pasar.

—Gracias —añadió Paola.

—¿Y yo qué? ¿También paso? —preguntó Lizeth.

—No, tú no. Haz el favor de esperar en el sofá que está justo detrás de ti. No creo que tarde mucho.

Lizeth no pudo evitar hacer una mueca de molestia por la inesperada respuesta. Se resignó y se dejó caer en el sofá con intensión de demostrar su molestia. Mientras tanto, Paola abrió la puerta para ingresar a la oficina.

—Con su permiso. Buenas tardes —dijo Paola al ver al profesor Javier.

—Hola, Paola, pásate por favor. ¿Cómo estás? ¿Cómo te sentiste en tu primer día de clases en nuestra universidad? —Fueron dos preguntas en el mismo momento que ella no supo con cuál iniciar su respuesta.

—Muy bien, aunque tengo mucho sueño. Me costará algunos días el poderme adaptar al enorme cambio de horario que tuve. Ya debería de ir a dormir en estos momentos si estuviese en España.

—Tienes razón. —Sonrió el profesor—. Toma asiento, por favor. No te quitaré mucho tiempo.

—Gracias, no se preocupe.

—El motivo principal de mi llamado es para explicarte algunos detalles que te serán de mucho beneficio. El principal es para decirte que no deberías de preocuparte por tu hospedaje. Hace nueve años aproximadamente, la administración de la universidad construyó una finca de tres niveles con varias habitaciones para estudiantes foráneos, afortunadamente está dentro de la misma universidad y no tendrás que invertir tiempo para trasladarte. La universidad te apoyará durante toda tu estancia con un pequeño pero cómodo departamento para que puedas vivir en él durante los seis meses que estarás con nosotros. Yo ya los conozco y te aseguro que serán de tu agrado.

—Muy sorprendente apoyo, muchas gracias. Eso me será de mucho sustento, principalmente en lo económico pues no tendré que gastar en hotel ni en transporte.

—Efectivamente, pero aun así que estén en el mismo campus, tendrás que tomarte tu tiempo necesario para llegar de manera puntual a clases, pareciera que están cerca, pero están hasta la parte trasera de la universidad. Caminando desde allá hasta estas aulas tardarás aproximadamente de doce a quince minutos, puede que más o puede que menos, todo depende de la velocidad de tu caminar.

—Ahora entiendo por qué Yazmín me dijo que era una información tan buena que hasta ella misma se moría de ganas por decírmela. A cualquier persona le gusta dar las buenas noticias, ¿no cree?

—Esa chica no cambiará, le encanta meterse en asuntos que no le incumben.

—Seguramente es muy emotiva con la información nueva —opinó Paola.

—A ese tipo de personas las conocemos en México con otro sobrenombre —estuvo a punto de decírselo pero prefirió omitirlo, no era necesario mencionarlo.

Del primer estante de su fino escritorio tomó un pequeño sobre color manila, lo abrió y sacó una tarjeta blanca parecida al tamaño de una tarjeta bancaria, pero con el logotipo de la universidad. Se la entregó a la española mientras le daba explicaciones.

—Esta es la tarjeta o llave del departamento que te estoy comentando. Con ella podrás abrir únicamente la puerta principal del edificio y la de tu habitación. En ella te adherí una pequeña etiqueta con el número cuarenta y cinco, es el número de la puerta de tu dormitorio. Los estudiantes, que de igual manera están de intercambio como tú, también se hospedan allá mismo, tienen una tarjeta igual pero programada para la puerta principal y la de sus habitaciones respectivamente. Seguramente conocerás a estudiantes de otras ciudades o incluso países. Actualmente desconozco si hay muchos o pocos alumnos de otras carreras, aunque todo el año hay intercambios.

Paola tomó el sobre con la tarjeta y la analizó por unos segundos. Después la guardó en un pequeño bolsillo que se encontraba en la parte interior de su mochila, pareciera que era una sección ultrasecreta, que por cierto ella misma la descubrió hasta algunas semanas después de haberla comprado.

—Guárdala muy bien —continuó el profesor—. En caso de extraviarla me lo comentas para ir a solicitar un duplicado. En el departamento de apoyo escolar tienen el sistema que programa las tarjetas para usarlas en caso de ser necesario o en caso de emergencia. Espero que no sea necesario solicitar el duplicado por ningún motivo.

—Descuide, profesor, la tendré siempre bajo mi resguardo para no extraviarla.

—Ok, muchas gracias.

Él respiró profundamente para continuar. Del mismo cajón donde estaba la tarjeta del dormitorio de Paola tomó otra credencial blanca. De igual manera, en la parte frontal mostraba el logotipo de la universidad y de la parte trasera tenía impreso en color negro un código de barras y una cinta magnética que guardaba información. Debajo de esto estaba su nombre impreso con letras mayúsculas. También se la entregó a ella para que la viera, la analizara y la guardara.

—Con esta credencial podrás pasar a comprar a cualquiera de las tiendas de comida que se encuentran dentro de las cafeterías de la universidad. Existen en total tres cafeterías localizadas en diferentes puntos del campus que con el tiempo y la ayuda de tus compañeros las conocerás perfectamente. Se te irán depositando ochocientos pesos por semana para que los uses en tus desayunos, comidas y cenas. Si requieres gastos extras no relacionados a los alimentos, esos ya correrán por tu cuenta. Entiendo que habrá algunos fines de semana en los que te quieras ir con los amigos a conocer los rincones de la ciudad, pero esos gastos no están considerados dentro del apoyo que brinda la universidad.

—¡Oh, claro! Eso lo entiendo perfectamente —añadió Paola con una risita nerviosa.

Todos los lunes a primera hora se te hará el depósito de tu dinero para que inicies la semana sin hambre —rio Javier—. No es mucho dinero para los siete días, pero es un pequeño apoyo que la universidad brinda a los foráneos. Personalmente te recomiendo que le des buen uso a ese dinero y que lo distribuyas bien durante la semana. Es decisión tuya si te los gastas en un solo día o lo acumulas para otros momentos. El dinero es acumulable, pero se puede usar solo y únicamente dentro de las cafeterías de la universidad. ¿Tienes alguna duda?

—Uh, creo que no.

—Sé que hablé mucho y que fue abundante información en poco tiempo.

—Pero todo está muy claro —ella respondió desorientada. No pudo evitar delatar su cara de asombro.

—Tu cara muestra lo contrario.

—Mmm… Estoy asombrada… Por el gran sustento que me están brindando profesor. Esto no lo había considerado dentro de mis planes ni mucho menos en los planes económicos de mis padres que con mucho sacrificio aceptaron mi intercambio por tanto tiempo.

—Son apoyos que ya están considerados dentro de la economía de la universidad. Por cierto, casi olvido decirte que los domingos no abre la universidad, y me da pena decirte que los domingos no tendrás apoyo alimenticio. Ese sí tendrá que correr por cuenta de tu propio bolsillo y tendrá que ser fuera del campus, aquí no hay opciones para comer ese día de la semana.

—Eso es lo de menos, mis padres tienen planeado mandarme dinero desde España considerando que yo tengo que comprar mis alimentos todos los días. Esta noticia les agradará muchísimo, pero ¿qué pasa si no les digo nada? —Ella no pudo evitar esa cara de sonrisa tal como la que pone un niño de cuatro años cuando le vas a entregar un caramelo.

—Me quiero imaginar el enorme gusto que les dará al escuchar la noticia, estarán brincando de emoción. Sin embargo, la decisión es tuya, yo ya cumplí con mi deber de darte el apoyo.

—Después le platicaré la reacción que tuvieron mis padres al compartirles tan buena noticia en caso de que decida decirles. —Esta vez volvió a reír con mayor intensidad.

—Me parece buena idea. —El profesor hizo una pequeña pausa—. Una cosa más, ¿me podrías firmar de haber recibido las dos tarjetas, por favor?

—¡Venga, con mucho gusto! Présteme un bolígrafo.

Mientras Paola firmaba, el profesor Javier se quedó pensativo por un momento tratando de recordar alguna información que no le haya proporcionado a Paola. Ella se quedó en espera de algún otro comentario o información necesaria para su estancia, pero no hubo comentario por parte del jefe.

—Perdón, ¿hay algo más que deba saber?

—Oh, no, no, no. Mi mente viajó por un momento, discúlpame por favor. Eso es todo lo que te quería decir y entregar. Justamente mientras tú estabas en tus clases, yo fui al departamento de Apoyo Escolar a solicitar todo este sustento que tú desconocías, incluso dudo mucho que tus mismos compañeros supieran al respecto.

—No tengo las palabras exactas para agradecer el apoyo que me ha brindado. Apenas tengo horas de conocerlo y ya me doy cuenta del gran ser humano que es usted.

Paola se puso de pie para retirarse sin antes mencionar que se iba pronto debido a que le preocupaba todo su equipaje que le estaban cuidando en el hotel desde que salió de él por la mañana.

—Permíteme ayudarte. Llamaré a un taxi para que nos haga el favor de llevarte al hotel y regresarte a tu nuevo domicilio.

—Oh, no, muchas gracias. Yo me encargo de eso. Necesito ingeniármelas para descubrir y andar por las calles de esta ciudad. No le quiero generar más molestias innecesarias.

—No son molestias, con todo gusto lo hago —aseguró el profesor—. Esto va por mi parte. Tómalo como una cortesía mía. Si gustas puedes esperarme en el área de recepción de aquí afuera con Yazmín y en unos segundos salgo para confirmarte, ¿te late la idea?

—¡Vale pues! Muchas gracias. Allí esperaré.

Paola caminó con destino al sofá donde Lizeth la esperaba. Guardó la credencial de los alimentos en el bolsillo trasero izquierdo de sus jeans para evitar perderla de sus manos. Al salir de la oficina cerró la puerta tenuemente para no generar ruido.

—¿Qué tal te fue con las noticias que te dieron? ¿Te gustaron? —preguntó Yazmín con un estilo de mujer presumida.

—Estoy sorprendida. Ahora te entiendo muy bien por qué querías decirme la noticia tú misma. Estoy muy contenta con este enorme e invaluable apoyo que me brindan. No tengo palabras para agradecer, aunque con hechos les puedo agradecer obteniendo grandes resultados en mis calificaciones. Me considero una mujer dedicada a mis estudios y me esforzaré para ser una alumna destacada.

—No me hagas sentir mal con ese comentario —intervino Lizeth desde el sofá de espera. Ella estaba sentada de la manera más informal que una mujer pudiera lograr hacer—. Creo que con tu alta visión como estudiante nunca me pensarás aceptar como tu amiga. Yo soy una mujer demasiado mediocre, pero me acepto así como soy. Seguramente tú ya no me aceptarás.

—No pienses en eso, Lizeth —continuó Paola—. Has sido muy amable conmigo y no tengo razones para no aceptarte como mi amiga. No confundas opiniones ni personalidades mías con las amistades que tengo. Yo soy muy amiguera, tengo amigas y amigos de todas las personalidades y a todos los quiero por igual.

—¡Muchas gracias! Espero que seas sincera con ese comentario y que no lo hayas dicho por lástima hacia mí.

—Claro que no. Al contrario, te quiero dar la buena noticia de que ya tengo dónde vivir y tú vas a ser la primera en saberlo. Además, quiero que vayamos a conocer mi departamento para que me ayudes a establecerme con mis pertenencias, ¿te agrada mi plan?

Lizeth se puso de pie inmediatamente hasta acercarse a Paola para darle un abrazo de felicidad. La chica rebelde tenía mucho tiempo de no sentirse tan emocionada como lo demostró en ese preciso momento.

—Me superagrada el plan. ¿Y cuándo hay que ir? Si gustas yo…

Lizeth interrumpió el mensaje que quiso decirle a Paola al ver la presencia del profesor Javier al salir de su oficina. Ambos se miraron fijamente pero no se dijeron ninguna palabra, solamente hubo intercambio de miradas. Seguramente el profesor no tenía nada en contra de la chica a pesar de saber que ha sido problemática en varios momentos de la carrera.

Con el dedo índice de su mano derecha, Javier tocó su reloj y miró a Paola.

—En quince minutos estará en la puerta principal de la universidad; para ser más exactos, te estará esperando a un costado de la entrada principal, cerca de la caseta de vigilancia. Ya le di tu color de ropa para que te identifique sin ningún problema.

—Mejor dicho, nos estará esperando a las dos. Yo acompañaré a Paola al hotel y a su nuevo refugio.

—Me agrada el apoyo que brindas Lizeth. Y tú, Pao, ya forjaste tu primera amistad, espero que no te genere ningún problema esta chica. Es buena, pero solo cuando quiere. Les sugiero que ya se vayan a la entrada, si se van tranquilamente los quince minutos se les pasará rapidísimo. El taxi tiene el número 333 para que lo consideren como referencia.

Las chicas tomaron sus pertenencias y se despidieron de Yazmín. Lizeth echó un vistazo para cerciorarse de no haber dejado algo en el sofá.

—Que les vaya muy bien, señoritas —las despidió la secretaria—. Mañana las esperamos puntuales en sus clases.

—Claro que sí. Con permiso.

—Propio —concluyó Javier.

Las dos jóvenes salieron muy contentas con destino al punto de reunión con la persona del taxi. En el transcurso siguieron platicando y bromeando simulando tener muchos años de amistad. Caminaban lentamente sin tener mucha prisa, sabían que a pesar de la velocidad en la que avanzaban, llegarían antes que el taxi.

7

Faltando solamente un minuto para las dos de la tarde, el vecino grupo de la carrera de Paola y Lizeth apenas concluyó su última sesión de clases. Es el grupo B al que pertenece Erik, el joven que Paola conoció en el mapa de uno de los andenes de la entrada de la universidad. Al salir Erik del aula, se dirigió al grupo A para discretamente ver a la chica española. Como un balde de agua fría sobre su espalda, es lo que Erik sintió al ver el aula completamente vacía, sin ningún alumno. Nueve minutos bastaron para que todos se fueran, para que desaparecieran en un dos por tres. El suelo todavía mostraba evidencias de la basura que se juntó durante el turno, servilletas sucias en forma de bola, un par de botellas reciclables, una de jugo de sabor artificial y otra botella trasparente de una coca cola light con un pequeño residuo dentro de ella, también había pequeños trozos de la cáscara de una mandarina debajo de un pupitre, además de un bolígrafo de color azul y una libreta en el compartimiento inferior del asiento de otra de las bancas. Erik tuvo el detalle de meterse al aula para ver el nombre del propietario de la libreta. El nombre no tenía ni la más mínima coincidencia con el nombre que él esperaba leer. Decidió dejarla nuevamente y abandonar el recinto. Él tenía la ilusión de volver a ver a Paola y seguir platicando con ella. Al generar ese sentimiento de desilusión, se percató de que hubo algo muy especial que nunca antes había sentido. ¿Habrá sido confianza de sí mismo al platicar por primera vez con una mujer desconocida? ¿Acaso era la novedad de conocer a alguien de otro país? ¿O tal vez fue amor a primera vista? Ninguna de estas causas las había experimentado anteriormente, pero fuera lo que fuera Erik estaba interesado en forjar una amistad con Paola. No tuvo otra opción más que seguir caminando con la esperanza de encontrarla nuevamente. Miró a lo lejos a la cafetería más cercana para tratar de identificarla tal como la recordaba. No quiso ilusionarse más y decidió seguir su camino con destino a la salida de la universidad.

399
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450 стр. 1 иллюстрация
ISBN:
9788411148344
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