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Читать книгу: «Obsesión de un anónimo», страница 3

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Al estar afuera del aula, el profesor Javier vio su reloj de manecillas de la muy costosa pero fina marca Rolex y levantó la mirada en busca del profesor Walter debido a que ya eran las ocho con once minutos y no se veía ni un rastro de él. En su oficina tenía la base de datos de cada uno de los profesores que impartían en la carrera; buscar su número de celular y llamarle para saber el motivo de su retraso era una buena opción, sin embargo, confió que todo estaría bien y que no tardaría en llegar. Él abandonó el lugar sin ninguna preocupación. A esa hora, ya no había ningún estudiante fuera de su aula, los únicos que estaban fuera era porque estaban llegando tarde.

—La impuntualidad aún sigue siendo un lamentable factor que no hemos podido mejorar en nuestra cultura —pensó Javier. Al ir rumbo a su oficina se saboreó un delicioso café con canela, una versión nueva que acababan de sacar a la venta y que desde que lo probó no lo había dejado de consumir, su adicción crecía cada día más por esta bebida tan consumida a nivel mundial.

Los nuevos compañeros de Paola aprovecharon que la clase aún no iniciaba para presentarse en persona. Fue muy difícil para ella el tratar de aprender o memorizar sus nombres desde una primera instancia, sin embargo, el tiempo le ayudaría a recordar todos los nombres. Era una chica muy inteligente con facilidad de aprenderse nombres, lugares e imágenes, es como tener memoria fotográfica. Por un instante ella creyó ser una mujer famosa y estar en el medio artístico mientras que sus nuevos compañeros la abordaban con decenas de preguntas para saber más de ella; parecía ser una actriz, cantante o famosa deportista en plena entrevista. Todos le ofrecieron ayuda y apoyo para cualquier cosa o necesidad, pero fueron principalmente las mujeres, ya que entre ellas se entienden mejor.

4

El automóvil Civic color rojo finalmente arribó a las instalaciones de la universidad y Walter casi olvidaba por completo que el límite de velocidad permitido en el interior del campus era mucho menor que el permitido en las calles de la ciudad. Así que, mientras que en el transcurso de su casa a la universidad logró manejar más rápido en los tramos que le fue posible, dentro de la universidad no fue tan sencillo debido a que era obligatorio acatar las leyes de vialidad, y con mayor razón siendo parte del profesorado.

Cualquier estudiante que por cualquier razón llegara tarde a la universidad, le era más difícil encontrar algún lugar para estacionar su automóvil, y ya con la premura del tiempo y la urgencia de querer estar puntual en su primera clase del día, esos estudiantes terminaban estacionando su vehículo en lugares no permitidos con el riesgo de ser amonestados por la seguridad interna de la universidad.

El sistema de seguridad era muy respetable a causa de que tenían una organización sorprendente. Existían cámaras en diferentes puntos estratégicos que eran monitoreadas desde el departamento de seguridad. También había vigilantes en todos los accesos solicitando a toda persona que mostrara su identificación, ya sea la estudiantil o una oficial, tal como lo hicieron con Paola. Otros vigilaban los jardines y los andenes de las aulas y otros tantos en bicicleta para andar rondando en todos los rincones. Todos ellos estaban en constante sincronía con la ayuda de su boqui toqui personal, el cual les permitía estar en comunicación y alertas para cualquier emergencia o anomalía en el orden.

Afortunadamente para Walter y todo el personal docente, ellos tenían su propia área de estacionamiento, cada uno de ellos con su cajón reservado sin que algún otro docente les quitara el lugar para su auto. De hacerlo así, generarían una falta de respeto enorme para sus compañeros y sobre todo la llamada de atención sería de lo más penoso.

Otra caseta más estaba en la entrada de ese estacionamiento privado para asegurarse de que ningún estudiante tuviera acceso y le diera uso de manera indebida. Para evitar esas incomodidades, Don Aarón era el responsable de estar muy al pendiente del estacionamiento privado de los docentes. Esta era una de tantas acciones que el cuidador debía ejercer durante su jornada laboral. Parecía un trabajo fácil, pero tenía la responsabilidad de mantener el orden dentro de su perímetro.

—¡Buenos días, profesor! ¿Cómo amaneció? —le dijo alegremente Don Aarón a Walter con una expresión de tener mil razones para estar feliz.

—Muy bien, muchas gracias por preguntar Don Aarón, aunque ando a las carreras, ya hasta se me hizo demasiado tarde para iniciar mi clase —respondió Walter muy apenado y con ganas de decirle «Gracias, pero ya no me quites más tiempo». No se lo dijo pero al menos lo pensó. Trató de disimularlo con una sonrisa disfrazada de preocupación.

Mientras Walter manejaba a no más de 20 kilómetros por hora y se dirigía al lugar asignado para su automóvil, observó que ya solo pocos eran los alumnos que estaban fuera de las aulas; la mayoría de ellos ya estaban en sus clases.

—Ellos están igual que yo, llegando tarde a nuestras obligaciones —lamentó Walter en forma muy decepcionada. Sin embargo, un maestro nunca debería de llegar tarde; así estaba estipulado en el reglamento.

—La puntualidad refleja tu responsabilidad —le dijo el profesor Javier a Walter momentos antes de que firmara el contrato—. Tú eres el ejemplo para los alumnos. —Eso fue tres años atrás; se pasaron tan rápido como un abrir y cerrar de ojos. Esas frases le estaban retumbando en su cabeza con el pasar de cada segundo.

Llegó a su lugar de aparcamiento y lo estacionó en un solo intento sin importarle lo bien o mal que lo hizo. Después de apagar su carro, despojó la llave del cerrojo de encendido y la depositó en el bolsillo de sus jeans color negro hasta que estuvo de pie. Tomó los exámenes atados con un par de hojas de máquina recicladas, dobladas y engrapadas hasta formar una faja como un cintillo que desde casa ya los había puesto dentro de una bolsa de plástico de las que le dieron la última vez que surtió su alacena en la tienda Wal-Mart. Los presionó contra su pecho para lograr un mejor agarre y evitar cualquier otro desastre. Al cerrar la portezuela no pudo evitar verse en el reflejo del vidrio, el vislumbre de la luz solar reflejó su cara y su cabellera. Giró la cara para la izquierda y luego a la derecha para poder verse de perfil; quiso acomodarse el corto copete que, según él, ya estaba despeinado. No obstante, no lo logró, sus manos ya estaban ocupadas con sus pertenencias y los exámenes.

Caminó con mayor rapidez hasta llegar a la caseta de don Aarón, ahí estaba el dispositivo para registrar las entradas y salidas del personal docente y administrativo con sus respectivas horas. No había excusas ni manera de argumentar la puntualidad o impuntualidad de ellos. Una pequeña caja de aluminio pintada de color verde militar con una medida muy parecida a la de una caja de zapatos es donde se almacenaba toda la información de sus registros. Colocó la punta del dedo índice de su mano derecha en un pequeño cristal y una luz roja se encendió con mayor intensidad para detectar la huella digital. El Laser escaneó su dedo para identificar su información y registrar la hora de llegada; sin embargo, al intentar leer la huella de su dedo apareció la leyenda «Registro no encontrado. Inténtelo de nuevo».

—Ya no me compliques más las cosas, cajita de mierda —susurró Walter al leer el texto en el pequeño monitor. Posicionó nuevamente su dedo presionando más fuerte, pero resultó el mismo mensaje. Una tercera vez… Tampoco. Se miró el dedo y tenía residuos de sudor, le intentó secar la humedad que estaba adherida a su huella digital con un fuerte y prolongado soplido y terminó con un rígido movimiento en sus jeans para hacer fricción. Nuevamente lo posicionó y finalmente escuchó el tan esperado sonido de un beep como aceptación de su registro. Apareció en forma escrita la hora de registro de entrada con la leyenda «8:11 am. Bienvenido, Walter».

—¡Púdrete! —él expulsó esa única palabra desde lo más profundo de sus vísceras como si estuviera escupiendo fuego. Tomó nuevamente las cosas que traía consigo y se dirigió al aula a toda prisa.

—¡Buenos días, compañeros! —el profesor Walter saludó al llegar al aula de la manera más atenta y gentil para poder ocultar su preocupación y vergüenza por haber llegado tarde.

—¡Buenas tardes! —se escuchó el tenue murmullo de uno de los alumnos sin que Walter lograra identificar el autor de tal respuesta burlona. Quien lo hizo quiso ocultar su identidad con un estilo chusco y divertido distorsionando e igualando su voz muy parecida a la de una ardilla como las canciones que nos ponía mamá cuando éramos pequeños. Todos rieron como apenados por el comentario pero a la vez les causó diversión. Walter no dijo nada al respecto y distribuyó sus pertenencias en su escritorio. Se quitó los anteojos que tenía colgados en el cuello de su camisa para ponérselos inmediatamente. Los anteojos los usaba nada más cuando iba a hacer mucho esfuerzo con la mirada como leer, ver una película, manejar de noche o simplemente ver de lejos. En realidad, no le gustaba usarlos por vanidad, pero sí por necesidad.

—¡Buen día, profesor! ¿Cómo está usted hoy? —dijo una alumna que estaba sentada hasta la última fila. Hizo la segunda pregunta sin aun quitar una expresión de burla.

—Muy bien, muchas gracias por preguntar —dijo Walter al mismo tiempo que puso la bolsa con los exámenes en el escritorio. Los alumnos notaron que el profesor no sonrió y que su cara reflejó una mueca de molestia y nerviosismo. Walter identificó un grupo de alumnos que platicaban efusivamente alrededor de Paola sin que él aún no tuviera ni idea de que existía una alumna nueva. Inmediatamente todos ellos fueron a sus lugares al sentir la amenazante mirada del profesor y se quedaron en espera de recibir instrucciones por parte de él. En silencio, hurgó en uno de los bolsillos de sus jeans en busca de la llave que abría el cajón de su escritorio. Al tomarla, vio el llavero que colgaba de la solitaria llave, era un llavero en forma circular con una fotografía de él y su esposa; ambos se tomaron una selfie para el recuerdo abrazados en una banca que estaba afuera de una hermosa cabaña que rentaron como paseo de su luna de miel. Era una hermosa cabaña localizada en lo más profundo del bosque del pueblo de Mazamitla, hermoso pueblo mágico perteneciente al estado de Jalisco cuyo significado en Náhuatl es “lugar donde se cazan los venados con flechas”. Fue un lugar estupendo para relajarse y entregarse como una nueva pareja dentro de la magia del matrimonio. En cuestión de segundos, visualizó los instantes más emocionantes de su estancia sobresaltando los momentos en la cascada llamada “El salto”, una hermosa cascada que al acercarte se siente su fría y refrescante brisa. La mayoría de los visitantes, en especial los jóvenes, se acercaban lo más posible a la caída del agua para que algún otro familiar o amigo les tomase la fotografía del recuerdo desde un punto más alejado.

El escritorio tenía varios estantes y cada uno se abría con una llave diferente a los demás. El personal docente recibía su propia llave durante el semestre para darle el uso necesario a su espacio o cajón personal y para que cada quien fuera libre de guardar lo necesario si así lo deseasen y no llevar a casa el material que no era necesario.

Walter abrió su cajón y sacó de allí la lista de los alumnos. La abrió y localizó una columna nueva para escribir la fecha del día y posteriormente pasar lista nombrando a cada uno de los alumnos. Era una universidad muy exigente, por tal motivo no era muy común que hubiera alumnos que no se presentaran a clase. La mayoría eran muy responsables, tal vez impuntuales, pero no faltistas. Al terminar de nombrar a todos los alumnos cerró la lista y la guardó nuevamente en el cajón del escritorio y la intercambió por un libro que de igual manera estaba guardado allí dentro. Lo sujetó entre sus manos, lo abrió y lo hojeó en busca de la última página vista en la última sesión para hacer un pequeño repaso antes de iniciar el examen que les tenía preparado.

—Le faltó por nombrar a alguien, profesor —notificó Frank con voz muy seria mientras se ponía de pie. Walter, sin levantar la cara, solo levantó la mirada con aspecto de intriga. Vio por encima de los cristales de sus anteojos y enfocó la mirada para tratar de identificar a alguna persona nueva. Solo dio una escaneada rápida en toda el aula y no se percató de alguna novedad.

—¿A quién te refieres?

—A Paola, la nueva alumna y compañera de nosotros.

—¿Quién?

—Paola —remitió Frank—, la alumna que viene de intercambio.

—¿Y quién es Paola? ¿Dónde está ella?

Paola levantó su mano para ser identificada rápidamente. Se puso de pie para presentarse con el profesor y nuevamente con sus nuevos compañeros académicos. Walter se quedó turbado al ver el tipo de mujer que tenía frente a él. Despojó completamente los anteojos de su cara en cuestión de milésimas de segundos, pareciera que el armazón estuviera ardiendo, como si se estuviera encarnando en el tabique de su nariz. Alzó completamente la cara para enfocarse a ella. Su belleza le impactó, cada rasgo y finura de su cara, de su nariz; su larga y alaciada cabellera de color castaño claro le implantaba una apariencia sensual. Su gran altura le daba mucha personalidad; sus ojos redondos como dos amplios y grisáceos platos le engalanaban su mirada con un toque de una joven tímida pero muy sincera. Ella era alguien que al verla directamente a sus ojos impactaría a cualquiera por la profunda belleza que había en ellos, sobre todo por la cantidad exacta de melanina que le daba ese toque de color grisáceo a su iris. Unos labios completamente delineados y remarcados con un color mamey que a su vez combinaba perfectamente con el abrigo de marca fina y exigente que estaba usando en ese momento, calidad tal como a ella le gustaba vestir ordinariamente. Esos labios tan hermosos, con el grosor preciso que hasta muchos hombres harían lo imposible por poder besarlos, saborearlos o incluso morderlos sutilmente hasta olvidarse del mundo y perderse en su belleza.

—¿Sí o no?

—¿Sí o no qué? —cuestionó el profesor Walter atónitamente.

—¿Que si quiere que me presente ante todos? —Paola reforzó la pregunta que Walter no pudo escuchar por estar analizando su belleza—. Todavía no me he presentado, llegué apenas un par de minutos antes que usted junto con el profesor Javier.

—¿El profe Javier estuvo aquí? —su entonación estuvo muy desmotivada.

—Sí.

—Caramba, qué pena. —«Ni como dejar al olvido mi retardo», pensó.

—¿Entonces?

—¡Oh, sí, claro! Adelante.

—Gracias.

—Platícanos, por favor, de dónde vienes, cuántos años tienes, tu hobby favorito, qué esperas de tu intercambio… Yo qué sé… Algo más.

—¡Estupendo! Mmm… Pues… Como algunos ya lo saben, me llamo Paola, soy de Barcelona, España, y vengo de la universidad de… —Comenzó su presentación ante todo el grupo. Walter volvió a viajar en la belleza de Paola sin poner atención en lo que decía. Poco a poco dejó de escuchar lo que estaba diciendo. Veía cómo movía sus antebrazos y manos como parte del lenguaje corporal para expresar sus ideas efusivamente. Había tenido alumnas muy guapas pero hubo algo en ella que lo cautivó desde la primera instancia. Uno de sus miedos como profesor a nivel universitario era enamorarse de alguna de sus alumnas. Walter tenía miedo de aceptar lo que sus ojos estaban captando y enviando al cerebro para traducirlos e interpretarlos como enamoramiento inmediato. Él sabía perfectamente que estar enamorado era muy riesgoso, era como jugar con fuego y pólvora. Su experiencia amorosa con su exmujer le dejó grandes secuelas negativas que, a pesar de querer eliminarlas como un archivo en una computadora, se encontraban tatuadas en sus sentimientos los cuales ya habían sido alterados hasta dejarlos desabridos y amargos como la hiel. Una enorme cicatriz marcaba el lado bueno y gentil de Walter con el constante temor de no pensar en volverse a enamorar. Se conocía a la perfección, sabía que no podía pensar con la cabeza y el corazón de manera balanceada, su corazón tenía el completo control de sus sentimientos. Recordó nuevamente a su exesposa, a ella la amó perdidamente. ¿Cuál fue el motivo de su separación? Solo él lo sabía.

«Esto no debe de ser así. Mi edad y su edad, profesor y alumna», lo pensó varias veces. No quería aceptarlo pero tampoco negarlo.

—…una gran experiencia con todos ustedes y aprender grandes cosas de México para llevármelas a España. ¡Muchas gracias! —Paola concluyó agradecidamente. La multitud le aplaudió durante unos instantes.

—Muchas gracias, Paola, ya puedes tomar asiento, por favor. Ya tendremos más tiempo para conocerte y que nos conozcas, pero por lo pronto te deseo todo lo mejor para ti en este tiempo que estarás con nosotros.

El profesor sugirió continuar con la programación de la clase de ese día y con el examen.

5

Con su tercera taza de café del día, el profesor Javier, el jefe del departamento, reanudó sus trabajos y responsabilidades administrativas que le esperaban para ese día. Colocó su taza de café entre la multitud de documentos que tenía sobre la superficie del escritorio procurando no derramar ni la más mínima gota para no manchar documento alguno. Abrió su laptop y presionó el botón de encendido por segunda vez en el día. Inmediatamente el sistema se reincorporó a los documentos o archivos que ya tenía abiertos y que trabajaba con ellos desde momentos antes que Paola arribara a la oficina de él, pues no cerró la sesión ni apagó la laptop, solamente bajó el monitor para dejarla en estado de hibernar. Abrió el compartimiento de su escritorio para tomar su agenda azul hecha en Italia y buscó la fecha del 14 de octubre para registrar la llegada de Paola a la universidad. Miró al techo para pensar en qué escribir y después de unos segundos tomó una pluma de tinta china, la destapó y redactó una pequeña anotación que únicamente él supo el contenido de lo que escribió. Tapó nuevamente la pluma para dejarla en su portaplumas fabricada especialmente para ella. Cerró la agenda y volvió a meterla en el mismo compartimiento del escritorio. Al guardarla no pudo evitar una mueca de sonrisa o alegría.

Tomó el mini mouse que se conectaba por medio de un puerto USB a su laptop y minimizó todas las ventanas que tenía abiertas. Hizo clic en el icono del navegador de Google y al abrirse la ventana de internet escribió la dirección electrónica para entrar a la página web principal de su cuenta de correo electrónico. Escribió su usuario y contraseña velozmente, pues todos los días lo hacía ya de forma tan mecánica que casi nunca se equivocaba con el teclado. Abrió inmediatamente la página de su correo y en la bandeja de entrada buscó un correó que recibió unos días antes por parte de la universidad española a la que pertenecía Paola. Interrumpió todas sus actividades y objetivos del día para responder por medio del correo electrónico la confirmación de que Paola ya estaba en la universidad y que todo estaba bajo control sin ningún problema. Era mero requisito y parte del trato de intercambio de alumnos entre universidades el estar en comunicación y enterados de su personal estudiantil. En el cuerpo del correo redactó la siguiente nota:

A quien corresponda,

Me dirijo a usted por medio de la presente para hacerle saber que el día de hoy 14 de octubre, la joven Paola C., quien es su alumna de la prestigiada Universidad de Barcelona, arribó a las instalaciones de la jefatura de la carrera de Turismo en donde personalmente yo, como jefe de departamento, la recibí en mi oficina para posteriormente acompañarla a su grupo en el cual estará trabajando por un periodo de seis meses. Ella llegó a nuestra universidad de manera muy puntual justamente antes de iniciar la primera sesión del día. Ella ya se encuentra en nuestras instalaciones y ya fue presentada de manera oficial en su grupo correspondiente y ante sus nuevos compañeros y compañeras. Parte del personal administrativo y su servidor nos encargaremos de que su estancia sea lo más adecuada para que el objetivo principal del intercambio se logre de manera exitosa. A continuación, le anexo evidencia fotográfica de su recibimiento.

Sin más por el momento me despido de usted sin antes mencionarle que estaré a sus órdenes desde México para apoyarlo en lo que sea necesario.

Atentamente,

Mtro. Javier M.

Jefe de departamento de la carrera de Turismo

Al terminar de redactar el mensaje dirigido a las autoridades de la Universidad de Barcelona, agregó una copia para él mismo y otra para el rector de su universidad para que también estuviera enterado de los hechos ocurridos. Al correo le agregó el archivo de la fotografía recién tomada en el aula con sus nuevos compañeros, posteriormente dio clic en el botón de Enviar para así concluir con ese compromiso que tenía de comunicarse hasta España.

Tomó una vez más su taza de café para dar un pequeño sorbo; fue tan pequeño que pareció que le costase mucho dinero cada sorbo. Sin embargo, a pesar de los pequeños tragos que le daba, eran muy constantes, pues por tal razón se tomaba de cinco a seis tazas diarias de café solamente por la mañana, en ocasiones también las tomaba por la noche o mayormente en sus tiempos libres.

Colocó la taza una vez más en el lugar de donde la tomó y se reclinó en su elegante silla. Entrelazó sus dedos de ambas manos detrás de su nuca para detener su cabeza, después de un suspiro se petrificó por un largo momento mirando al techo. Solamente los ojos se movían de un lado a otro y parpadeaba a la velocidad del segundero que estaba en su reloj de pared. Su pie derecho estaba apoyado al suelo únicamente de la punta delantera pero la parte del talón la mantenía subiendo y bajando a una velocidad impresionante como si estuviese temblando de frío; toda la pierna le temblaba, era un tic que constantemente lo hacía de manera inconsciente o casi involuntaria. Sus ideas fluían a mil por hora, pero no lograba ordenarlas en la secuencia correcta hasta que de pronto dejó de mover su temblorosa pierna y bajó los brazos hasta ponerlos en la base de los antebrazos de la silla. Tomó el teléfono y digitó un número de extensión para comunicarse con otra área dentro de la misma universidad. No obtuvo respuesta y volvió a marcar el mismo número nuevamente. Parecía que no existía ningún personal administrativo en el departamento al que estaba llamando pues no hubo nadie que le contestara. Colgó el auricular y demostró su disgusto negando con la cabeza la situación y la falta de atención y profesionalismo que un personal administrativo universitario debería de tener. Cerró su laptop para que hibernara nuevamente, tomó su taza de café para darle un sorbo más y la regresó a su mismo lugar. Había ocasiones en las que su taza de café se la preparaba con mucha delicadeza para disfrutar su calidez y sabor, pero por compromisos laborales se olvidaba de tomarla y al final de cuentas terminaba con una bebida más fría que un muerto, pero aun así siempre la consumía.

Enseguida se puso de pie para dirigirse directamente al departamento de apoyo al estudiante universitario para resolver su pendiente de manera personal, puesto que por teléfono no lo atendieron como lo esperaba. Su propósito era obtener el mayor número de beneficios que tiene un estudiante de intercambio. Paola no tenía ni la más mínima idea de dichos beneficios, por lo tanto, el profesor Javier la apoyaría con esos detalles que le facilitarán su estancia. Habrá otros beneficios o servicios que Paola irá descubriendo poco a poco con el apoyo de sus compañeros de grupo.

Él salió de su oficina y cerró la puerta, metió la mano en ambos bolsillos de su pantalón para buscar las llaves y no las encontró. También buscó en sus tantas comparticiones que tenía su chaqueta y tampoco obtuvo algo. Parecía que él mismo se estaba haciendo la revisión con un estilo muy parecido al que hacen cuando vas a entrar a un estadio de fútbol o al aeropuerto en un viaje internacional.

—¿Qué se le perdió, profesor? —preguntó su secretaria que estaba como espectadora de todos sus movimientos al buscar sus llaves.

—¡Hola, Yazmín! Buenos días. Estoy buscando mis llaves que siempre las pierdo; no recuerdo dónde las puse. ¿Acaso las dejé contigo?

—No, hoy no. Ni siquiera nos habíamos visto el día de hoy.

—¡Caramba! ¿Dónde las dejé?

—¿No las habrá dejado en su escritorio o en su portallaves que está en la pared a un costado de la puerta?

—Tienes mucha razón. Deja hecho un vistazo.

Volvió a abrir la puerta e inmediatamente se dirigió al escritorio, escaneó de manera general y no las encontró. Su paciencia estaba a punto de sobrepasar el límite. Su personalidad sufría una gran metamorfosis cuando esos límites de paciencia eran sobrepasados, pues se convierte en una persona muy terca, obstinada y en ocasiones hasta muy agresivo. Aprovechó para dar un sorbo mas a su café para calmar los ánimos. Recordó la sugerencia de su secretaria y giró la cabeza hasta localizar el portallaves. Enfocó bien la mirada como un francotirador a su víctima y finalmente identificó lo que estaba buscando. Eran varias llaves las que estaban sujetadas por un llavero de la universidad y debajo tenía el logotipo de la casa de estudios, más debajo estaba escrito su nombre con letras doradas para darle un estilo elegante. Al tomar las llaves vio un recado que él mismo anotó como recordatorio. Lo despegó de su lugar y leyó la siguiente nota: «Recuerda que hoy es un día muy especial e importante; si deseas lograr tus sueños y metas, tienes que ser una persona muy sagaz y meticulosa con tus planes. Piensa así todos los días y llegarás a la cima del triunfo».

Son palabras que él mismo redactó el viernes de la semana pasada antes de finalizar la jornada laboral e irse a su casa. Comúnmente le quedaban asuntos pendientes por terminar pero nunca le gustaba llevarlos a casa y desperdiciar el fin de semana haciendo actividades del trabajo y dejar a un lado su vida personal. Sin embargo, ese lunes a primera hora, al llegar él a su oficina muy pensativo por tantos asuntos y compromisos para esta nueva semana, abrió la puerta de su oficina y al entrar colgó su llavero en el portallaves de manera tan mecánica y rutinaria que nunca se percató de la nota que él mismo escribió el viernes pasado.

Volvió a salir de su oficina y al ir cerrando la puerta ya estaba buscando la llave correcta para introducirla al cerrojo. Con dos giros a la llave fue necesario y suficiente para que la puerta quedara bien cerrada.

Al darle la espalda a la puerta y pretender avanzar hacia la salida, su secretaria estaba sentada en la silla del escritorio de recepción con la vista en el monitor de su computadora de escritorio. Con la mano derecha no soltaba el mouse para estar interactuando con la información vista en la pantalla; con la mano izquierda sostenía una dona rellena de chocolate cremoso color blanco con unas pequeñas chispas de varios colores. Tenía un estilo muy navideño a pesar de que apenas era otoño.

Cuando Paola llegó antes de las ocho de la mañana a la oficina del profesor Javier, la secretaria aún no arribaba a su lugar, por lo tanto, Paola se vio obligada a tocar a la puerta y en la ausencia de respuesta tuvo que entrar sin el permiso de nadie hasta encontrar al profesor Javier.

—¿Las encontró, profe? —cuestionó Yazmín al verlo salir de su oficina.

—¡Sí! —respondió alegremente.

—¿En dónde estaban?

—En el portallaves, tal como me lo dijiste. No sé qué haría sin ti.

—Pues intento ayudarlo en lo que más puedo, pero no quiero ser la responsable de todos sus deberes. No soy la Ada de las soluciones a todo problema.

—¡Dime lo que tengo que hacer para que puedas serlo, créeme que me ayudarías en mucho! —suplicó Javier.

—El día que logre serlo le aseguro que yo ya no tendría la necesidad de seguir trabajando aquí y ni en ninguna parte —respondió Yazmín sarcásticamente—. Por lo tanto, usted se quedaría solo o tendría que conseguirse a otra secretaria para que lo auxilie.

—Mejor, así le dejamos como estamos, no me agradaron las conclusiones de tus profecías. No quiero modificaciones. —Una ligera sonrisa iluminó la cara del profesor Javier.

Finalmente se dirigió a la salida y le aseguró a Yazmín su pronto regreso a la oficina. Yazmín continuó comiendo su deliciosa dona llena de calorías; así se desconectó nuevamente del mundo al mirar fijamente al monitor de su computadora tras tomar con su otra mano a su inseparable amigo el mouse.

6

Horas más tarde, Paola ya estaba muy agotada de tener esas clases que en ocasiones parecían eternas e infinitas. Lo que más le afectaba era el garrafal cambio de horario que su reloj biológico aun no superaba ni se adaptaba puesto que entre España y México hay una diferencia de siete horas. Ella llegó con toda la actitud pero el sueño fue su principal enemigo durante los primeros días. Su rostro la delató ante sus nuevos amigos: el cansancio la había invadido desde dos clases antes. Sus párpados se abrían lentamente entre cada parpadeo, los bostezos eran cada vez más frecuentes e inevitables.

Ella arribó al país mexicano dos días antes de su presentación en la universidad, fue el sábado pasado por la mañana, llegó a un hotel donde solamente estaría dos días mientras esperaba el momento de conocer a la casa de estudios. Sábado y domingo estuvo dormida durante el atardecer, durmió a partir de las cuatro de la tarde hasta aproximadamente la media noche. Al llegar justamente el momento de la media noche, su reloj biológico la despertaba. En México el sueño apenas comenzaba para la sociedad, pero en España era el momento preciso en que Paola se despertaba y se preparaba para irse a sus obligaciones de estudiante. Esas dos noches se reía mucho, se sentía como la mujer vampiro, pues se percató de que solamente ella estaba despierta mientras que casi toda la ciudad dormía pacíficamente, a excepción de uno que otro malandro callejero que se la pasaba buscando oportunidades para hacer de las suyas con robos o malevolencias.

399
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450 стр. 1 иллюстрация
ISBN:
9788411148344
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