promo_banner

Реклама

Читать книгу: «Obsesión de un anónimo», страница 5

Шрифт:

El clima ya era completamente diferente en comparación a como estaba en la mañana, ahora estaba el calor en pleno apogeo y el viento ya había desaparecido. Unas pequeñas nubes se localizaban a los lejos pero no habían las suficientes para que cubrieran la zona universitaria.

Erik caminaba por el mismo sendero por el que entró en la mañana y que tuvo la fortuna de encontrarse con Paola. Él caminaba despacio para recordar cada momento que estuvo con ella, fue como ir regresando una película en cámara lenta y pausarla en el momento preciso para analizar cada detalle de las escenas. Sus recuerdos fueron interrumpidos cuando un intendente de limpieza encendió una ruidosa sopladora eléctrica que sostenía con ambas manos para quitar del sendero tanto hojas secas y recién caídas como cualquier tipo de basura o incluso hasta polvo entre las hendiduras del suelo. Unos metros más atrás de él lo seguía otro compañero de limpieza para recoger con la escoba y recogedor todas las hojas acumuladas en ambos lados de la senda peatonal. Trabajando en equipo terminarían más pronto.

Su mayor recuerdo surgió al pasar justamente a un costado del mapa universitario. Ahí fue el primer momento en que Erik supo de Paola, fue el primer encuentro. Seguramente cada día recordará esa escena al pasar por el mismo lugar.

Un pájaro Tordo Pico Corto se duchaba con el agua que lanzaba uno de los aspersores de riego que estaban en la zona del césped. A Erik le cruzó por la mente hacer lo mismo que el ave pero su timidez lo detenía nuevamente. Nunca había puesto tanto interés en cada detalle que acontecía a su alrededor.

—Debo de ser más observador con lo que me rodea. Cada momento es una oportunidad para aprender de las cosas o de las personas —pensó Erik analíticamente.

Siguió caminando hasta llegar a la caseta de la entrada principal para después salir de la universidad. Miró a ambos lados antes de dirigirse a la zona permitida para ascender y descender del autobús que lo llevaría a casa. Al echar un vistazo a unos pocos metros más adelante, vio a dos jóvenes señoritas abrir la portezuela trasera de un taxi para subir en él. Lizeth subió primero para después seguirle Paola. Antes de ingresar al vehículo, Paola giró la mirada con destino a Erik, pareciera que ella sabía que él estaba buscándolas.

—¡Hasta luego, Erik! —Paola ondeó su mano para despedirse de él y luego subir al taxi.

Erik se inmovilizó y no encontró palabra alguna para despedirse, su única solución fue ondear su mano de igual manera y sonrió alegremente por haberla visto por lo menos un instante más. La puerta se cerró con un chasquido elegante tal como suenan los autos nuevos al cerrar cualquiera de sus puertas.

—¿A dónde las llevo, señoritas? —preguntó el joven taxista. El chofer era una persona con ojos rasgados estilo oriental mezclado con mexicano, de aproximadamente treinta y ocho años, aunque aparentaba tener menos edad por su apariencia física y atlética. Una delgada y pegada playera color azul rey cubrían a sus pequeños pero fornidos bíceps, tríceps y pechos, era evidente que ejercía constantemente a sus músculos en algún gimnasio de la ciudad. Su corta cabellera se mantenía fija por algún gel fortificante para el cabello manteniéndolo firme a pesar del viento que entraba por su ventanilla.

—Hola, al hotel Continental, por favor, se encuentra en el centro de la ciudad —indicó Paola.

—A la orden.

Inmediatamente el taxi se puso en marcha con destino al hotel mencionado. Erik no tenía ni la más mínima idea de cuál era el destino del taxi, pero logró darse cuenta de que Lizeth estaba de compañía y que seguramente su ayuda le serviría de mucho. Sin decir ni una palabra más, Erik vio alejarse el vehículo amarillo con el número 333 en la parte trasera.

Dentro del vehículo amarillo, Paola y Lizeth siguieron platicando.

—¿Viste al muchacho de quien me despedí antes de abordar al taxi?

—No, no me di cuenta. ¿A quién te refieres?

—Se llama Erik —prosiguió Paola—, está en el grupo B de la misma carrera que nosotras. Lo conocí hoy por la mañana mientras yo andaba perdida. Él me orientó y me ayudó a localizar al profesor Javier. Creo que es un buen chico.

—Ya sé a quién te refieres. Le dicen “el amargado” del grupo.

—¿Qué quieres decir con “amargado”? —frunció el ceño.

—Siempre anda solo, no tiene amigos como cualquier otro compañero. Es muy raro o reservado, nadie entiende su situación. Lo único que hace bien es estar estudiando de modo exagerado. Es un completo nerd.

Paola sintió una tristeza interna al enterarse de lo que opinaban los demás de él. A ella le pareció un estudiante muy amigable, noble y gentil. No tenía el tiempo suficiente de conocerlo para afirmar su percepción, pero mucho menos para creer lo contrario. Giró la cabeza para verlo por el vidrio trasero del auto y Erik ya caminaba en el sentido contrario del taxi. Una romántica canción de bachata resonó en la radio con mayor intensidad al quedar todos en silencio, el chofer la silbaba despistadamente, pero con muchas ganas de quererla cantar, aunque nunca lo hacía en presencia de los pasajeros. El chofer subió el cristal de su ventanilla hasta dejarla completamente cerrada y encendió el aire acondicionado, el cual comenzó a hacer bien su función eliminando el calor intenso que ya se sentía desde casi medio día. El taxi siguió su trayectoria con destino al hotel en medio del tráfico que justamente entre las dos y las tres de la tarde era la hora con mayor presencia de automóviles a causa de las salidas de todos los niveles escolares.

Cuarenta y cinco minutos más tarde, Paola y Lizeth llegaron a la entrada del edificio en el que se encontraba su habitación, las características eran tal como las había descrito el profesor Javier. Era una construcción que por fuera se veía muy discreta, no era ni muy ostentosa ni tampoco muy sencilla. Tenía una altura de cuatro pisos y cada nivel tenía su propio balcón con barandal blanco que asomaba a las áreas verdes de los bellos jardines de la universidad.

El chofer del taxi abrió la cajuela para descargar las maletas y pertenencias que Paola tenía en resguardo en el hotel. Afortunadamente los autos tenían acceso hasta esa zona, de lo contrario los huéspedes se tenían que ver en la penosa necesidad de acarrear sus maletas desde un punto más lejano.

—La maleta verde la bajas con mucho cuidado, por favor, porque traje algunas cositas muy frágiles y se pueden romper —imploró Paola—. No lo tomes a mal, pero soy muy cuidadosa con mis pertenencias.

—No se preocupe, señorita, lo haré con mucho cuidado. Javier me solicitó brindarle un excelente servicio.

—Es usted muy amable.

Ambas chicas tomaron una maleta cada quien y levantaron las asas extensibles para evitar encorvarse y trasladarlas fácilmente gracias al sistema de las pequeñas llantas que se encuentran en la parte inferior de estas. Lizeth tomó la maleta azul y Paola la verde. Además de eso, también se colgaron en el hombro una valija de menor tamaño y peso. Finalmente, Paola intentó montarse una mochila estilo camping con más pertenencias, en ese preciso momento tuvo problemas para cargar con todo al mismo tiempo.

—¡Si gusta yo les puedo ayudar a subir lo más pesado! —el taxista ofreció su ayuda.

—Muchas gracias, creo que sí podemos. Solo necesito montarme la mochila.

—Son muchos los escalones hasta el cuarto piso, por eso les ofrezco mi apoyo. —Las dos señoritas miraron hasta el último balcón y suspiraron para luego verse una a la otra.

—Ok, aceptamos tu ayuda, pero tampoco abusaremos de ella. Nosotras llevaremos lo más ligero.

—Trato hecho. —Sonrió el chofer.

Los tres se aproximaron a la entrada principal. Una hermosa puerta de hierro con figuras de plantas y enredaderas los esperaba como primer obstáculo. A un metro y medio de distancia la precedía otra puerta de madera que para poder abrirla se requería de la tarjeta que el profesor Javier le entregó. Paola hurgó en los bolsillos de sus jeans para buscar la tarjeta correcta pero solo encontró la de los alimentos. No podía recordar en dónde la había dejado con tantas cosas que pasaban por su memoria. Sintió que la sangre se le iba hasta la planta de sus pies al no recordar lo que hizo con ella.

—¡No recuerdo en dónde la dejé!

—¡Cómo crees, te las acaban de entregar! —repuso Lizeth.

—Sí, ya sé, pero solo tengo la tarjeta de los alimentos… —intentó recordar paso a paso de lo que hizo cuando recibió las tarjetas.

—¿No la habrás tirado en algún lugar o en el asiento del taxi?

—Si supiera ya te lo hubiera dicho.

—Echaré un vistazo en el asiento. —Lizeth regresó al vehículo para escanear el asiento como una detective, pero justo cuando Lizeth estaba por abrir la puerta del taxi, Paola pudo recordar.

—¡Ya regrésate, Lizeth, ya recordé donde la tengo! —La española dio un suspiro de alivio—. La tengo en mi mochila.

—Ya me estaba preocupando. ¿Acaso nos íbamos a quedar aquí afuera hasta que la encontraras?

Paola abrió su mochila y buscó en el pequeño compartimiento que estaba por dentro. Efectivamente su tarjeta estaba intacta. La tomó y la sacó con mucha alegría para mostrarla como cuando un niño les presume a sus amigos que le acaban de comprar un dulce nuevo, uno de los más deseados por todos.

—Gracias al cielo —dijo Lizeth mientras respiraba hondamente—. Tú sí que me metes en apuros.

—La vida no siempre debe de ser tranquilidad, felicidad y dulzura; si así fuera, se volvería muy aburrida —añadió Paola con entonación muy catedrática—. Hay que darle sus retoques de drama y emoción para hacerla más amena, ¿no crees?

—Pero avísame para que no impacte tanto.

Las dos sonrieron por un corto momento. Sin embargo, el joven con las maletas en ambas manos las miraba detenidamente sin hacer ningún comentario, simplemente una pequeña expresión en su cara, pareciese que le dolía la cara al sonreír.

Paola miró detenidamente la tarjeta y la acercó al detector que se encontraba justamente en donde debe de ir la chapa de la puerta. Un ligero clic dio el aviso de que la puerta ya estaba con el cerrojo abierto, Paola empujó la puerta y abrió sin ningún inconveniente. Ante sus ojos estaba un largo pasillo con puertas en ambos lados.

—Andando, busquemos la habitación número cuarenta y cinco —dijo Paola.

Al entrar los tres y tras cerrar la puerta de madera, una enorme tranquilidad los envolvió. Silencio absoluto era lo que más había en el edificio. El ambiente de tranquilidad se comparaba con facilidad al que generalmente existe en las bibliotecas. ¿Acaso sería porque aún no regresaban los estudiantes de la universidad? ¿O tal vez había habitaciones sin ser ocupadas por otros estudiantes extranjeros? No era el momento de investigarlo, ni siquiera le importaba eso a nadie.

A ambos lados de ellos había una puerta de color blanca con los números diez y once respectivamente indicando el número de la habitación. La numeración del uno al nueve no existía, todo era a partir del número diez. Caminaron por el pasillo de aproximadamente veinte metros de fondo que se dirigían hasta el final del inmueble justo donde estaban los peldaños de la escalera para continuar con los demás niveles del pequeño edificio. Sin embargo, los escalones tenían destino tanto para arriba como para abajo, pero nadie cuestionó lo que estaba en la parte inferior. Antes de ascender al siguiente nivel vieron otras dos puertas con la numeración dieciocho y diecinueve, era las últimas de ese nivel. Iniciaron el ascenso por los escalones y en ese preciso momento comenzó el viacrucis para el chofer. Ellas subieron en busca de la habitación y él dejó la maleta azul antes del primer escalón para primero subir con la maleta verde. El segundo nivel era del mismo diseño que la planta baja y con sus mismas diez habitaciones por nivel.

—Aquí están las habitaciones de la veinte a la veintinueve —dijo Lizeth al ver un pequeño letrero rectangular de acrílico atornillado a la pared con la información impresa por una serigrafía profesional.

—Entonces… —reflexionó Paola por un momento hasta obtener el cálculo correcto—. Eso significa que la habitación cuarenta y cinco está hasta el cuarto piso.

—Esto me servirá como mi ejercicio del día —jadeó Lizeth.

—No inventes, Lizeth, no es tanto. Ya solo faltan otros dos niveles más.

—Para mí es mucho. Nunca hago ejercicio, ¿tú sí?

—En España practico varios deportes. Mis favoritos son el basquetbol y el deporte blanco.

—¿Cuál es el deporte blanco?

—El tenis, así es conocido en muchos lados. ¿Aquí no?

—No tengo ni la más mínima idea. No hago deporte ni me gusta el estudio, soy un caso para la perdición.

—Sí —intervino el chofer—, así se le conoce al tenis también aquí.

—Oh, gracias. Por cierto, ¿cuál es tu nombre?

—David… Perdón por no haberme presentado anteriormente.

—No te preocupes, David. ¿Tú practicas el tenis o algún otro deporte?

—No, lo que hago es ejercicio todos los días en la mañana antes de salir a trabajar. Voy al gimnasio una hora.

—No tienes que presumirnos —agregó Lizeth—. Con tus brazos de Hulk me doy cuenta de eso.

Finalmente, David sonrió un poco más a comparación de las ocasiones anteriores. Continuaron hasta llegar al cuarto piso con algunos jadeos producidos por Lizeth. En las puertas más cercanas a las escaleras estaban los números cuarenta y ocho y cuarenta y nueve. La escalera continuaba con más peldaños sin saber su destino. Caminaron nuevamente hasta llegar a la mitad del pasillo y el tan esperado cuarenta y cinco estaba frente a ellas.

Paola acarició el sensor con su tarjeta y un pequeño foco led color verde dio la señal de que la puerta ya se encontraba desbloqueada. Bajaron la palanca y la puerta les permitió la entrada a la habitación. No pudieron evitar una gran sonrisa al percatarse de la comodidad de la habitación; pusieron las valijas en una pequeña mesa redonda y en una de las dos sillas dejaron la mochila. David dejó la primera maleta a un par de pasos de la puerta y desapareció para ir por la maleta azul que dejó en la planta baja. Las dos jovencitas siguieron analizando el pequeño departamento. Una cama de tamaño individual, un closet con ganchos incluidos, un perchero color caoba, el tocador con cajones a ambos lados y su banquillo abatible, un espejo pegado en la pared por encima del tocador, un librero con pequeñas puertas en la parte inferior, y lo más refrescante de la habitación era la puerta corrediza para salir al balcón. Paola la abrió y se percató que una avenida estaba después del barandal que marcaba los límites de la universidad. Del otro lado de la transitada avenida estaba un pequeño negocio con un llamativo letrero indicando el nombre de la tienda acompañado de una enorme taza de café simulando brotes de vapor sobre ella. Además de café también vendían, malteadas, té con sabores extravagantes, exquisitos vinos de diferentes nacionalidades, deliciosos postres como rebanadas de pastel, brownies, panecillos rellenos y una que otra especialidad para clientes de paladar muy exigente. Era muy común encontrar a estudiantes que iban realmente a estudiar y concentrarse mientras degustaban de alguna deliciosa bebida. Estas eran algunas de las cosas que estaban disponibles para Paola durante su estancia en la universidad y que con orgullo las aprovecharía al máximo.

A pesar del ejercicio que David hacía en el gimnasio, no pudo evitar el ajetreo y lo sacudida que se escuchaba su respiración al volver a la habitación con la segunda maleta.

—Aquí les dejo la otra maleta, creo que ya no falta nada.

—Muchas gracias, David —agradeció Paola dándole unas pocas monedas como propina por su enorme esfuerzo.

—Fue un placer ayudarles. Ah, antes de que se me olvide —mencionó David—, vi un par de letreros en los que especifican que en la parte del sótano está el área de lavandería y existe un quinto nivel, pero es solo para uso de personal autorizado, de seguro ha de ser una pequeña habitación que usan como bodega. Por fuera se ven solamente cuatro pisos pero existe uno más que seguramente es más corto. Ya después los analizarás con tiempo.

—Qué bueno que me dices, son áreas muy importantes y necesarias. Mil gracias.

—De nada. Por cierto, está muy acogedora la habitación —dijo David mientras echaba un vistazo por todas partes.

—Parece ser que es ideal para mí —aseguró Paola.

Después de un sencillo despido, David se retiró de la habitación para continuar con sus labores.

—Es un buen chico —concluyó Paola.

—Parece serlo, eso creo. Pero —reflexionó Lizeth un momento—, ¿cómo supo que tu habitación estaba hasta el cuarto piso? ¿Te diste cuenta de que él sabía que tu habitación estaba en el cuarto piso si ni siquiera habías mencionado el número de ella?

—También me cuestioné lo mismo y se me olvidó preguntarle la razón. Es muy probable que practique la brujería o sea adivino. —Ambas rieron.

Más tarde, Lizeth se despidió a pesar de no querer irse pero tenía que llegar a casa y su cuerpo le estaba exigiendo la siesta que todas las tardes tomaba. Paola la acompañó hasta la puerta principal de la universidad y aprovechó estar ahí para llegar a comprar algún antojo de la cafetería que vio por el balcón; a pesar de estar tan cerca, ella requería de ir hasta la salida más cercana de la universidad para poder estar en la calle y poder caminar un largo tramo hasta poder llegar a la cafetería. Pretendía llevarse algo de comer a su habitación para iniciar con el acomodo de todas sus pertenencias y establecerse al cien por ciento.

Tardó un par de horas en poner todo en orden y recostarse un rato en su cama. Su cansancio crecía minuto tras minuto, ella ya debería de estar dormida desde horas antes, pero decidió primero redactar unas pequeñas anotaciones en su diario que inauguró justamente el primer día en que llegó a México.

8

15 DE OCTUBRE

Eran las 7:40 de la mañana y Alan ya estaba en la universidad, entró a la cafetería para comprar alguna cálida bebida. El día amaneció más frío de lo esperado, y los abrigos, suéteres, chamarras incluso hasta bufandas comenzaban a usarse nuevamente en los alumnos. Estas prendas, la mayor parte del año, se quedaban guardadas en los closets y no se les daba uso por varios meses. La ciudad solamente era fría en invierno, aunque en algunas ocasiones del otoño amanecían más frescas de lo pronosticado y principalmente se debía por consecuencias de huracanes que atacaban las costas del pacífico y llegaban las secuelas hasta ciudades del centro del país.

Medio litro de chocolate caliente acompañado de una azucarada empanada de guayaba era la combinación perfecta que Alan necesitaba para iniciar el día con más ánimo de estudiar. Con el estómago vacío no podía concentrarse, los lamentos acústicos provocados por el hueco en su vientre no le daban la habilidad de pensar en el aprendizaje del día. Todos los días requería de consumir algún alimento por muy pequeño que fuera para olvidarse del hambre voraz.

Al estar pagando lo que estaba a punto de consumir escuchó una linda voz con una pronunciación diferente a la de las amigas que él había conocido, era una pronunciación extranjera. Miró a la mujer que estaba dando las gracias por haber recibido su cambio en monedas y una bebida. Ella caminó con destino a una de las mesas que estaban dentro de la misma cafetería y se sentó a beber su cálido té.

Por otro lado, Alan también recibió su cambio y muy decidido se dirigió a la mesa de la misma chica. Sin pedir opinión, él se sentó en la silla del otro lado de la mesa para quedar de frente a ella.

—¡Hola! ¿Puedo sentarme aquí?

—De hecho, ya estás sentado. —Ella sonrió.

—Gracias —a él no le importó ese comentario—. ¿Tú eres la alumna nueva, la de España?

—Sí —respondió con la incertidumbre de esperar alguna novedad acerca de su estancia—. ¿Tú quién eres?

—Perdón, con eso debí de empezar, qué bruto soy. Mi nombre es Alan. Soy compañero de la misma carrera que tú, pero estoy en el otro grupo, en el B.

—Perdóname, no he tenido el tiempo suficiente como para conocer a todos. Además, soy muy mala para recordar los nombres.

—¿Puedo saber tu nombre? —preguntó Alan—. Solo sé de una compañera nueva que ha venido de España, pero no he sabido nada acerca de ti. Al escucharte hablar mientras comprabas, tu acento español delató tu lugar de origen y deduje que eras tú la que de tanto se ha hablado.

—Claro, ha de ser muy raro para ustedes mi forma de hablar. —Dio un sorbo a su bebida y después agregó su nombre—. Me llamo Paola.

—Lindo nombre.

—Gracias.

—Salud. —Alan estiró el brazo con su bebida en mano hasta quedar al alcance de ella para que también brindara—. No importa lo que estemos bebiendo, pero quiero brindar por tu presencia entre nosotros, entre mis compañeros de la carrera.

Paola soltó una carcajada y con su vaso térmico en mano hizo lo mismo para brindar. Ambos bebieron un poco, pues las dos bebidas aún estaban muy calientes. Alan expresó en su rostro una gran alegría por la amabilidad de Paola al aceptar escucharlo.

—Disculpa, Alan, ¿qué es eso de lo que tanto se ha hablado de mí?

Alan se sonrojó por un momento. Miró el reloj de su muñeca y pensó unos segundos. Paola siguió bebiendo y esperando la respuesta de él.

—¿Qué opinas si mejor nos vemos aquí mismo al terminar las clases para continuar con la charla? ¿Ya te diste cuenta de qué hora es?

Ella vio su reloj y a pesar de estar de acuerdo en que ya era muy tarde para seguir con la plática, no le agradó la idea de zafarse de la pregunta que ella justo le había preguntado. Finalmente aceptó el trato de verse al finalizar la última sesión del día. Ella sabía que de cualquier manera regresaría a la cafetería para hacer la compra de su comida con la tarjeta que se le había obsequiado. Por tal razón aceptó el trato.

—Está bien. Aquí nos vemos más al rato. Espero que no me dejes esperando como loca.

—Claro que no, ya verás que estaré primero que tú e intentaré apartar una mesa porque a esa hora el lugar se invade de estudiantes hambrientos como zombis en busca de alguna víctima.

—Trato hecho.

Ambos se pusieron de pie, tomaron su vaso y mochila para después dirigirse a las aulas correspondientes. Mientras iban en camino siguieron intercambiando más información para conocerse un poco más.

—¿Me das permiso de tomarme una selfie contigo? —preguntó Alan sin ninguna pena.

—¿Una selfie? ¿Para qué la quieres?

—Solamente quiero presumir a mis compañeros que la española ya es mi amiga. —Alan sacó su celular y lo preparó para tomarse la solicitada fotografía a pesar de que Paola todavía no aceptaba el permiso. Ella ya no tuvo el tiempo de negar o aceptar, simplemente miró al dispositivo con una gran sonrisa.

—Te agradezco mucho. Eres una chava muy buena onda, de lo más agradable.

—Después me muestras la fotografía, ya es tarde y tengo que entrar a clase.

Alan sonrió y levantó el dedo pulgar de su mano como símbolo de aceptación. Cada quien ingresó a su aula y a pesar de creer o sentir que estaban muy distanciados uno del otro, lo único que los separaba era una sencilla y delgada pared.

Él ingresó sigilosamente con destino a su lugar de siempre con una sonrisa de oreja a oreja y caminaba viendo su celular. Esta vez no saludó a ningún compañero por dedicarle toda su atención a la fotografía, o mejor conocida por la sociedad como selfie. Se acercó a su lugar y se sentó dejando su mochila sobre el piso a un costado de la banca, y fue finalmente cuando dedicó un tiempo para voltear a ver a sus compañeros que ya estaban dentro del aula al igual que él. Nadie le prestó atención a su ingreso a excepción de una persona que lo observaba como hiena a punto de comerse la carroña recién encontrada.

—¿Muy feliz has de estar, verdad? —Sharon inició agresivamente la conversación con Alan.

—¡Buenos días! ¿Me lo dices a mí? —respondió Alan muy sorprendido.

—No, se lo digo al único descarado de los compañeros de este grupo.

—¿En verdad te refieres a mí? —preguntó nuevamente, pero con más duda en la pregunta aunque con una risilla burlona.

—Claro que te lo digo a ti, idiota. No puedes evitar esa gran sonrisa en tu cara por estar platicando con esa cualquiera. ¿Quién es?

—¿Te refieres a ella? —Alan le mostró la fotografía recién tomada con el celular.

—Déjame ver.

—No.

—¿Quién es esa?

—Esa tiene su nombre y se llama Paola y para tu mayor información es la española que tanto se ha hablado de ella, te informo que ya es mi amiga. Esta selfie lo dice todo.

Sharon se encendió de rabia y coraje al ver la evidencia en manos de Alan, le faltó muy poco para que salieran llamas de sus ojos por el enorme coraje provocado por la burla de Alan. Su intención era provocarle celos y lo estaba logrando de la manera más sencilla, en cuestión de segundos Sharon fue presa de su incontrolable ira.

—Te quiero dejar algo muy en claro —amenazó ella—, si deseas que regrese contigo vas a tener que borrar esa amistad de tu mente. No quiero volver a verte con ella, ni siquiera que la saludes. ¿Entendiste?

—¿Qué te pasa? ¿Acaso estás demente? —Alan arqueó las cejas y una nueva risa burlona salió desde la profundidad de su garganta—. Te recuerdo que tú decidiste poner en pausa nuestra relación por tus interminables celos y que aun sigues con ellos. Ahora resulta que me estás haciendo el favor de estar conmigo, estás muy equivocada. Este es el momento en el que yo decido si continuamos con nuestra relación o no, ya estoy harto de tu inseguridad y tu bipolaridad. No eres la única mujer en este mundo, al contrario, te agradezco infinitamente que me hayas dejado en libertad, lo más seguro es que será por un buen tiempo o tal vez definitivamente, te guste o no.

A unos cuantos metros de ellos se encontraba Erik en su lugar escuchando toda la conversación y su infantil discusión provocada por los celos de una mujer inmadura e insegura. Él supo que Paola fue mencionada en la plática, la chica que en tan poco tiempo Erik admiró mucho. Su seriedad lo hacía invisible para los demás compañeros. Era un joven tan reservado y pensativo que él siempre observaba las relaciones sociales de los demás y todo lo guardaba como una caja fuerte, nunca comentaba de nada ni se metía en la vida de los demás ni mucho menos en problemas. Su intelecto era muy avanzado y en las calificaciones reflejaba su dedicación, pero a nadie le interesaba su amistad, no encajaba en ningún lado.

La discusión de Sharon y Alan terminó en el momento en que el maestro Walter entró al aula. La sesión que impartió el día de ayer en el grupo A ahora la impartiría ese día en el grupo B. Por cuestión de organización con los horarios de los docentes, Walter siempre iniciaba primero con el grupo de Paola y Lizeth y al día siguiente en el grupo de Alan, Sharon y Erik.

Ya iniciada la clase, Alan analizaba mucho la fotografía y decidió hacer algo más para que Sharon estallara del coraje. Posteó la fotografía en Facebook para que sus contactos se enteraran de la nueva amistad. En cuestión de minutos, varios de sus compañeros vieron la fotografía por medio del celular y agregaron comentarios inmediatamente. Misma Sharon vio la imagen y leyó los comentarios agregados, algunos de ellos felicitando a Alan y otros burlándose de Sharon. Ella se enfadó tanto que se puso de pie y decidió abandonar la clase.

—Te espero afuera —dijo Sharon al pasar a un costado del lugar de Alan.

Él la ignoró y nunca se salió de clase. Intentó poner atención a la explicación del profesor Walter, sin embargo, su mente no le dio la habilidad de hacerlo correctamente. Recibió casi una decena de mensajes de texto a través del celular e incluso una desesperada llamada de Sharon, pero él mantuvo su postura de ignorarla. A partir de esa experiencia, él entendió que el estar con ella le estaba haciendo mucho daño. Fue manipulado por ella cuantas veces, así lo aceptó y todo por decir y creer que él la amaba, pero su veneno le cegaba por completo. Amor era lo menos que sentía en ese momento por ella, estaba decidido a no continuar con la relación con una persona tan problemática como Sharon.

Momentos antes de consumar la clase, un mensaje nuevo fue posteado en Facebook por Sharon sin importarle que los demás se enteraran, el cual decía: «Dile a esa española facilita y barata que no se meta en territorio ajeno, que pinte su raya o se atenga a las consecuencias. No me quedaré con los brazos cruzados».

Alan se arrepintió de haber publicado la imagen con Paola. Pudo haberse evitado problemas que seguramente surgirán. Ahora todo mundo está enterado del mal sabor de boca que le espera con las ocurrencias y locuras de Sharon. Lo que más le preocupaba era que la mismísima Paola se enterara del amenazante comentario e incluso de meterla en algún problema y por supuesto que de igual manera le preocupaba perder su amistad que apenas una hora antes había iniciado.

Fue una mañana muy angustiosa para Alan, de esos días que hubieses deseado que no iniciaran o incluso que no existieran para nadie. No soportó más estar el resto de las clases y decidió irse a una de las tantas áreas verdes que ofrecía la universidad. El estómago no dio ningún síntoma de hambre ni de sed. Miraba el pasar de cada minuto, cada momento, cada hora con la espera de reunirse nuevamente con la española a la hora y el lugar acordado al terminar las clases. Su celular sonaba constantemente por mensajes y llamadas, sin embargo, no le interesaba saber nada de nadie. Se refugió en un lugar difícil de ser encontrado y ninguno de sus compañeros sabía de su paradero. Se fue a refugiar sin ser visto, incluso creyeron que ya se había ido a casa a olvidarse de la inesperada situación a pesar de haber dejado su mochila en el aula.

399
507,05 ₽
Возрастное ограничение:
0+
Объем:
450 стр. 1 иллюстрация
ISBN:
9788411148344
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают