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En el censo de 1907 el 96,1% se declaró católico, 0,9% protestante, 0,2% sin religión, 0,7% pagano, en un contexto en el que el 60% de la población era analfabeta (58% hombres analfabetos y 62,1% mujeres analfabetas). De acuerdo con lo descrito, llaman la atención el porcentaje de paganos, la baja presencia de indios araucanos (solo un 0,3% de la población total, equivalente a 101.118 habitantes censados). Este censo no alcanzó a registrar el efecto del llamado “avivamiento pentecostal” acontecido en Valparaíso y Santiago entre 1906 y 1909, lo cual explica que al censo siguiente, realizado en 1920, el porcentaje de protestantes (categoría en la cual se incluyó a los evangélicos), aumentó a un 0,6% del total nacional.

En 1930, el 97,7% de la población se declaró católica y un 1,5% evangélica. En 1952 se expresó una baja en los porcentajes de católicos respecto a los censos anteriores, con un 89,55% de católicos y un 4,05% de evangélicos, cifras que en 1970 mostraron un 80,9% de católicos y un 6,2% de evangélicos. De lo anterior se deduce que desde 1930 disminuyó la filiación católica, probablemente a causa del descuelgue de los observantes y la emergencia de una especie de adscripción parcial y revisionista que ha sido definida como un “catolicismo a la chilena”, calificativo que se aplica a un fiel que, pese a declararse perteneciente a esa fe, no practica los preceptos de la religión ni actúa en función de sus principios éticos y morales. Ese término expresa entonces el abandono de la participación y de la observancia de quienes declaran esta religión.

A raíz de que el censo de 1982 no consideró consultas referidas a religión, existía una alta expectación por los resultados que mostraría, pues preguntó filiación religiosa separando a los evangélicos de los protestantes. Se mantuvo la tendencia a la baja del catolicismo y los evangélicos prácticamente duplicaron su porcentaje registrado en 1970. Por primera vez en la historia censal de Chile, estos grupos religiosos alcanzaron el 12,4% y se manifestaban como el credo mayoritario en una región del país, la de la Araucanía, cuestión que tampoco había acontecido previamente. Este dato tuvo la particularidad de que, a raíz de la pregunta formulada, no ocurrió una dispersión de cifras en un mayor número de categorías, como fue el caso del censo de 2002; el censo de 2012 y posteriores no incorporaron a la religión en la batería de preguntas. La figura 4 muestra el comportamiento de la variable religiosa en el censo de 1992.

Para comprender las causas del incremento de los evangélicos descrito, es necesario atender a que el islamismo y las corrientes pentecostales del evangelismo fueron las religiones monoteístas que más crecieron en el mundo desde la segunda mitad del siglo pasado (Kepel, 2005), y que el evangelismo transformó y fragmentó el mapa religioso del continente americano mediante la visibilización de diversos actores que funcionaban autónomamente o agrupados en organizaciones, rompiéndose definitiva e indiscutiblemente el dominio exclusivo del catolicismo en el ámbito de lo sagrado con efectos en ámbitos diversos (Bastian & Cunneen, 1998).

Bastian planteó que el pentecostalismo se consolidó en América Latina rescatando prácticas amerindias que resultaron transformadoras en una triada ritual glosolálica, taumatúrgica y exorcista, en la cual se integraron material y simbólicamente demonios y espíritus malignos, más la intervención directa de la esfera divina mediante la liberación de demonios y la ocurrencia de milagros (J.-P. Bastian, 1997). Tal modelo también se implementó en Chile posibilitando el crecimiento evangélico, a lo cual se sumó el acceso de estos grupos a los medios de comunicación de masas durante la década de los ochenta y la difusión en televisión de programas de tele evangelistas estadounidenses como, por ejemplo, Rex Humbard y Jimmy Swaggart, quienes realizaron campañas evangelísticas en nuestro país, como también había ocurrido en tiempos de radio en la década de los 1960 con Billy Graham. Además, el campo evangélico estaba ocupado mayoritariamente por los credos pentecostales, especialmente por denominaciones endógenas que se aglutinaban en corporaciones, tales como la Iglesia Metodista Pentecostal y la Iglesia Pentecostal de Chile, que representaban más de los dos tercios de los fieles evangélicos, correspondiendo el resto a corrientes evangélicas tradicionales (por ejemplo, metodistas, bautistas, presbiterianos, Asambleas de Dios, Alianza Cristiana y Misionera, Iglesia de Dios, Ejército de Salvación).


Figura 4: Distribución porcentual de los credos más significativos en Chile, según censo de 1992.

Fuente: Elaboración propia a partir de datos del Censo Nacional de Población y Vivienda de 1992 (INE) (2018).

La situación descrita derivó en que el campo religioso chileno se fragmentó menos que en otros países de la región, estructurándose en función de a lo menos tres polos hasta las postrimerías del siglo pasado: la Iglesia católica, las corrientes evangélicas pentecostales y otros grupos religiosos con baja significancia estadística. Por ello es que la situación de los evangélicos se mantuvo, por su magnitud, como el proceso de crecimiento más relevante en el campo religioso nacional entre 1992 y 2002, como se desprende de los datos representados en la figura 5. Otro aspecto que destacó en el censo de 2002 fue el incremento de los agnósticos y ateos, cifra que mantuvo una tendencia al alza hasta nuestros días, cuando supera incluso al porcentaje de la población evangélica en Chile y en la Región Metropolitana de Santiago.


Figura 5: Distribución porcentual de los credos más significativos en Chile, según censo de 2002.

Fuente: Elaboración propia a partir de datos del Censo Nacional de Población y Vivienda de 2002 (INE) (2018).

Sin embargo, esta situación no puede interpretarse como un avance significativo hacia la secularización, ya que según Hinzpeter y Lehman, a principios de la actual centuria, el 96% de los chilenos creía en Dios, un 77% en la existencia de una vida después de la muerte, un 82% en el cielo, un 59% en el infierno y un 57% en los milagros (Hinzpeter, Lehmann, 1999; Lehmann, 2001, 2002). Lo anterior demanda separar analíticamente la adscripción a una religión de la predominancia de creencias en lo divino en el Chile contemporáneo, para poder reconocer que, pese a la baja en la pertenencia a un credo, durante el siglo pasado el nuestro era un país de creyentes, cuestión que está variando en la actualidad.

Tras la recuperación de la democracia, el catolicismo tuvo, gracias a los réditos que le otorgó su lucha contra la dictadura en la opinión pública nacional, una posición de privilegio en el escenario urbano neoliberal y global que acompañaba a la diversificación de la oferta de credos que se venía dando desde inicios del siglo XX. No obstante lo anterior, en la práctica, la producción de un mercado de suelos neoliberal en la mayor parte de las ciudades y países del mundo occidental, incluido Santiago de Chile (Daher, 1993; de Mattos, 2001; 2008; Brenner & Theodore, 2002; Brenner, 2004), dejó a los credos en igualdad de condiciones tanto en el nivel discursivo como en la posibilidad de adquirir propiedades para el culto según sus atributos materiales (cantidad de prosélitos, capacidad financiera, prácticas rituales, rutinas asociadas al rito, etc.) e inmateriales (contenido del discurso, comprensión de la trascendencia, normas y códigos asociados a la cotidianidad, cosmovisiones, etc.).

Según Lehmann (2001, 2002), entre otros estudios, la observancia religiosa (entendida como el porcentaje que practica su culto una vez a la semana o más frecuentemente) ha disminuido considerablemente en Chile, especialmente en la religión católica. Esta situación coincide con los resultados de la Encuesta Bicentenario UC - Adimark en los años en que ha sido aplicada desde 2006 a la fecha. Los datos censales, por su parte, nos informan que en 1958 un 33% de los católicos se declaraba observante, en tanto que más del 90% de la población se declaraba católica. La cantidad de católicos observantes desciende al 18% en el año 1998.

Desde esta fecha, la situación religiosa del país se asemeja al promedio europeo y está bajo el resto de los países latinoamericanos (Lehmann & Hinzpeter, 1999; Lehmann, 2001) en materia de que a la fecha no es posible presenciar un retroceso importante del catolicismo bajo sus dos formas (observante y militante) tanto en lo que concierne al compromiso religioso como a la influencia que sus principios, doctrinas y cosmovisiones en otros aspectos de la mentalidad de los individuos y sociedades, lo cual es contrario a los postulados de la teoría de la secularización propuesta por Weber y sus continuadores. Desde esta perspectiva, en el caso concreto de Chile, el incremento del nivel de vida de la población desde los ochenta en adelante (expresado, por ejemplo, en que el PIB per cápita que en 1999 era US$12.400 ascendió en 2011 a US$17.400), no redundó significativamente en un descuelgue de las ideas religiosas de la mayor parte de la población del país, que en un porcentaje muy significativo mantiene algún nivel de adscripción con esta esfera del pensamiento (Centro de Políticas Públicas, 2012).

El censo del año 2002 realizado por el Instituto Nacional de Estadísticas reveló que la población del país era de 15.151.076 habitantes, de los cuales un 73% se declaraba católico, 6% menos que lo registrado en el censo de 1992. En particular, las regiones que más habían disminuido su población católica con respecto a la población total eran Tarapacá, Antofagasta, Aysén y Metropolitana de Santiago, con una disminución en torno al 7%. En tanto, la Región del Biobío poseía el menor porcentaje de población católica del país con un 58% (Instituto Nacional de Estadísticas (INE), 2002). El censo de población y vivienda de 2012 contempló 42 preguntas; la pregunta 39 indagaba acerca de las religiones o credos que profesaban los encuestados. Se obtuvo como resultado que el 67,4% se declaraba católico, vale decir, un 2,5% menos que en el censo de 2002, el que a su vez era un 6,8% más bajo que los registros de católicos que reportó el censo de 1992 (Instituto Nacional de Estadísticas (INE), 2012). Los evangélicos, por su parte, aumentaron de un 15,14% a un 16,62%. Quienes declararon no tener ninguna religión pasaron de 8,3% a 11,58% (Instituto Nacional de Estadísticas (INE), 2012).

Esta significativa disminución de los católicos expresada en la figura 6, tanto de observantes como no observantes, podría tener su explicación en una serie de procesos que han ocurrido en las últimas décadas. En primer lugar, se encuentra la participación por estratos sociales de grupos católicos en el sistema educacional nacional. La prelatura del Opus Dei, Legionarios de Cristo, Schoenstatt, Compañía de Jesús, entre otros, a través de la fundación y administración de colegios y universidades destinados a los niveles socioeconómicos medio altos y altos, han favorecido una evangelización permanente, influyendo en la adscripción de generaciones precedentes y la prevalencia de esta religión al interior del grupo familiar, aun cuando no sean observantes (Centro UC Políticas Públicas - Adimark, 2016).


Figura 6: Evolución de las creencias entre 1960 y 2002 según datos censales y de la encuesta bicentenario UC - Adimark 2011.

Fuente: Elaboración propia, según datos Centro UC Políticas Públicas - Adimark (2018).

La baja refleja el abandono de la observancia religiosa en Chile, que más tardíamente se expresó en el mundo evangélico. Algunas fuentes mostraban que en 1958 en el Gran Santiago solo un 33% de los católicos eran observantes (Lehmann, 2001). En la figura 7 también hemos relevado la tendencia a la baja para los años 1930, 1952, 1970, 1992.


Figura 7: Baja porcentual del catolicismo en Chile durante el siglo XX.

Fuente: Elaboración propia a partir de los datos de los censos de población y vivienda chilenos (2018).

En contrapartida, los grupos sociales más pobres en un principio no han formado parte de este “público objetivo”, con lo cual han tenido menos posibilidades de acceder a instituciones educacionales cercanas a este credo, con la consecuente pérdida de cercanía con los postulados de esta Iglesia. Conscientes de esta omisión, los grupos católicos han comenzado a corregir este proceso con iniciativas como la Fundación Belén Educa y la Fundación Mano Amiga, que localizan establecimientos educacionales en zonas habitadas por población vulnerable.

Uno de los factores que tendería a aminorar la baja en el porcentaje de adscripción a la religión católica sería la creencia mariana. Aparece en casi todas las versiones de la encuesta UC - Adimark una marcada inclinación hacia la devoción a la Virgen, incluso entre los evangélicos (según los datos proporcionados por la Encuesta Bicentenario, versiones 2006 a 2008) y en la devoción expresada en asistencia de templos de dicho carisma, tales como Lo Vásquez y Maipú en fechas precisas del año.

El proceso de invisibilización de todos los credos analizados en Santiago, aporta al desarrollo de la secularización de la sociedad o al avance de otras formas de irreligiosidad distintas a la secularización. La figura 46 da cuenta de estas tendencias. Además, muestra el abandono de católicos a su credo en un período de diez años.

Como ya señalamos, la cantidad de quienes se declaran en distintos momentos y encuestas como sin religión, ateos o agnósticos (que en adelante aglutinaremos en la categoría “no religiosos”), aumentó desde el censo de 2002 y ahora ocupa el segundo lugar en la triada que define al campo religioso chileno, que ha pasado de una “slowsecularización” a una “fastsecularización” con matices, por una parte, debido a la velocidad que alcanzó el descuelgue religioso y, por otra, por la presencia de un número muy alto de creencias y convicciones religiosas cristianas, lo que situaba a nuestro país en los primeros lugares del mundo, solo superado por el coloso norteamericano, Filipinas y Chipre (Hinzpeter & Lehmann, 1999; Lehmann, 2001).

De esto se deduce que el proceso de secularización que registra nuestro país corresponde a un modelo comparable al vigente en los Estados Unidos de Norteamérica y lejano a la experiencia europea, que espacialmente se expresa en la presencia de templos e infraestructura religiosa en la ciudad, como elemento sustancial del paisaje urbano.

Todos los censos efectuados desde el siglo pasado hasta la fecha muestran el incremento en los niveles de educación alcanzados por la población chilena, expresado, por ejemplo, en el aumento en los años de escolaridad y en que la mayor parte de la población chilena cursó el total de la enseñanza primaria y secundaria. Por ende, la población más joven debería ser más educada y secularizada.

La mejora en los niveles educacionales alcanzados por la población chilena en los últimos cincuenta años permite inferir que, sucesivamente, con independencia de los estratos sociales, las generaciones son más conscientes y autónomas en materia de las decisiones que adoptan y las influencias que acogen para sus vidas. Esto reporta un desafío a las convicciones religiosas, toda vez que la transmisión intergeneracional de la fe no funciona de la misma manera y con similar eficiencia que en épocas pasadas. Tal situación se ve reflejada en los porcentajes alcanzados por quienes declaran no tener una religión, que, para el caso de algunas regiones del país, superan a los que declaran adscripción a las denominaciones evangélicas.

El crecimiento del porcentaje de los no religiosos puede asociarse a los procesos derivados de la integración del país a la globalización desde el siglo pasado hasta nuestros días. Las cifras recogidas en las figuras 6, 7 y 8 también pueden estar dando cuenta de la relación entre el aumento de los ingresos y del nivel educacional con el descuelgue religioso de los estratos medios-bajos y medios-medios, como lo planteaban las teorías modernas de la secularización, que sindicaban a la pérdida religiosa como un atributo inherente a la Modernidad ya que se contraponían los procesos de modernización con la fe o la práctica de algún credo. Esta convicción se sostenía en las formas de construir definiciones y concepciones de modernidad en términos de imperio de la racionalidad, logro de la autonomía del sujeto, dominio de la técnica, diferenciación de ámbitos institucionales. Todo esto suponía la expulsión gradual de la dimensión religiosa del ethos moderno y la separación de la Iglesia y del Estado. Por ende, si un espacio exhibía mayores niveles de modernidad, expresada esta, por ejemplo, en la magnitud de los procesos de urbanización, niveles de escolaridad, presencia o ausencia de determinados grupos socioeconómicos, incremento del ingreso y de los hábitos de consumo, significaba que era menos religioso.

Esta hipótesis no se expresa claramente en Chile, ya que la religión católica tiene presencia en los grupos socioeconómicos de mayores ingresos y niveles de educación. En lo que respecta a las clases medias secularizadas, el creer se manifiesta como un elemento sustancial a sus comportamientos y racionalidades, por lo que mantienen una relación ambigua con las religiones dominantes al participar en sus ritos, pero no en sus fundamentos doctrinales. Esta paradoja posibilita la emergencia de ensamblajes y sincretismos de diversa magnitud y signo, como, por ejemplo, creer en los santos, en la brujería, en la existencia del mal de ojo o de las malas vibras, en paralelo con el descuelgue religioso (Centro UC Políticas Públicas - Adimark, 2016; Pontificia Universidad Católica; ADIMARK Investigaciones de Mercado, 2010, 2017). La siguiente figura 8 muestra que el porcentaje de los sin religión es mayor en las regiones más urbanizadas de Chile (Región metropolitana de Santiago y del Bío-Bío) en las que también destaca la presencia de las religiones católica y evangélica, cuya suma supera ampliamente al primer segmento señalado (Centro UC Políticas Públicas - Adimark, 2016).


Figura 8: Distribución regional de las opciones religiosas, Chile, 2016.

Fuente: Elaboración propia mediante los datos de Centro UC Políticas Públicas - Adimark, (2018).

Así como América Latina fue considerada como recaudo del catolicismo, se puede afirmar que la Región Metropolitana lo es para Chile en tanto sigan creciendo la población total y la densidad demográfica en el Área Metropolitana, que suma a su peso demográfico –el que la tiene a punto (si ya no lo es en la actualidad) de superar la metropolización para convertirse en megalópolis nacional– un alto porcentaje de la población creyente, primero, y católica, después. En esta ciudad, así como en la mayor parte del país, la fe católica tiene tres dinámicas de aproximación a los feligreses: mediante la instalación de templos en las parroquias (modalidad que denominaremos religiosidad fija), la existencia de escuelas arzobispales y obispales, y también de centros educacionales que declaran adscripción al catolicismo y que ofertan formación religiosa católica (a la que denominaremos modalidad formativa). Esta última modalidad se complementa con el hecho de que muchos establecimientos escolares cuentan con un templo que aglutina a las familias, las que, a su vez, viven su religión allí aun cuando no se comprometen con las actividades de las comunidades emplazadas en las cercanías de sus respectivas residencias. Y, en tercer lugar, existen espiritualidades y carismas que aglutinan católicos en movimientos y otras formas de agrupación, lo que permite a algunos desarrollar su fe en sus lugares de estudio y de trabajo (modalidad que definiremos como espiritualidades móviles). Como en el segundo caso, posibilitan, sin ser opciones excluyentes, la vida religiosa con independencia de la civilización parroquial a la cual cada individuo y familia pertenece en función de su localización geográfica y estatus socioeconómico.

La figura 9 permite el análisis de la distribución según estructura de edad de las confesiones religiosas a nivel nacional. Se aprecia que las regiones con menor promedio de edad muestran niveles de adscripción religiosa más bajos. Para cada grupo religioso, los menores porcentajes de esta se dan entre los 18 a 24 años. Respecto a los sin religión, los mayores porcentajes de registran en el tramo de edad de los 35 a 44 años, quienes se encuentran residiendo mayoritariamente en ciudades medias y áreas metropolitanas, según indican los datos censales.

En la figura 9 destaca la religiosidad de la población chilena mayor de 55 años en los datos referidos a la distribución de confesiones religiosas según tramos de edad, recogidos por la Encuesta UC - Adimark 2016. Otro aspecto que llama la atención es la tendencia creciente del credo católico. En cambio, la tendencia es más variable en la población evangélica, lo mismo ocurre entre los que declararon no tener religión.

Los datos permiten demostrar que existe un ciclo en la conducta religiosa entre los evangélicos chilenos, ya que una vez que los hijos de los miembros de credos evangélicos alcanzan la adolescencia, algunos abandonan la fe de sus padres hasta que alcanzan la adultez y vuelven al establecer su propia familia (Paulsen, 2014), y otros se convierten al catolicismo motivados por variaciones en sus respectivos habitus y campo (Alcaino & Mackenna, 2017).

El ciclo descrito influye en la relación entre la cantidad de recursos financieros disponibles para la fundación de nuevos templos y las necesidades de apertura en los hogares de las nuevas familias. Por lo general, si no existe la factibilidad económica para fundar edificios, se instala un lugar de culto en las residencias de los creyentes, el que puede evolucionar a templo en función de los resultados de las prácticas proselitistas y del interés de las familias de congregarse en un lugar diferente al que lo hacía su familia original. En encuestas realizadas por el autor, se constató que era común que los hijos de los miembros de una congregación que alcanzaban la adolescencia ya no practicaran la fe de sus padres, por lo cual las iglesias se reducen a niños y ancianos, con el consecuente menoscabo a las posibilidades de expansión del credo a causa de la disminución de las rentas de los posibles “diezmadores” de la congregación, potenciales fuentes de financiamiento para la fundación de nuevos templos.


Figura 9: Porcentajes de situación religiosa de la población chilena.

Fuente: Elaboración propia basada en los datos proporcionados por la Encuesta Bicentenario del Centro de Políticas Públicas UC - Adimark, 2016 (2018).

La realización de entrevistas a líderes de congregaciones nos permitió conocer otra variante del ciclo: la instalación de las residencias de los descendientes de miembros de un credo evangélico tradicional puede impedir la práctica regular del credo, pese a sus intenciones, y estos deciden participar en otras religiones si cuentan con templos cercanos a su residencia, incluidos los templos mormones, pentecostales y neopentecostales.

Relacionado con lo anterior, la Encuesta UC - Adimark, ha mostrado en años sucesivos que la religiosidad del padre no es influyente en la conducta religiosa del hijo; situación distinta es la referida a la madre. Si la madre profesa alguna religión, su influencia puede provocar que hasta la tercera generación aparezcan conversos; si la madre no profesa un credo, existe mayor probabilidad de que sus descendientes se secularicen y, por lo tanto, no mantengan su credo y menos produzcan extensiones territoriales para su fe (Centro UC Políticas Públicas - Adimark, 2016; Pontificia Universidad Católica; ADIMARK Investigaciones de Mercado, 2017). Entonces, puede ocurrir que en una familia de tronco evangélico existan saltos generacionales, pudiendo los nietos practicar la religión de los abuelos aun cuando sus padres o uno de ellos se hayan secularizado. La ausencia de evangélicos adolescentes y jóvenes en las congregaciones tradicionales es un tema advertido por diversas autoridades y líderes de iglesias entrevistadas, así como también la dinámica del ciclo descrito (Paulsen, 2014).

Al aplicarse un análisis de regresiones entre el nivel de estudios alcanzados por los encuestados y la confianza que estos declararon tener hacia la Iglesia católica, se obtuvieron valores negativos cuando se cruzaron estudios de posgrado completos (–0,05), valor neutro para el caso de quienes contaban con estudios universitarios de pregrado completos (0,111) y mayores niveles de confianza entre quienes no tenían estudios (0,446) y entre los que presentaban enseñanza primaria incompleta y completa (0,256). Las dos últimas características, complementando esta información con los datos censales, identifican a la población de mayor edad del país. De esta larga vuelta analítica se puede concluir que los porcentajes de adscripción religiosa que manifestó la población mayor de 55 años se debió a un efecto menor de las tendencias de secularización durante el desarrollo de su vida.

La siguiente figura 10 muestra la distribución de los creyentes y no creyentes en Chile Continental de acuerdo con los datos recogidos por el Encuesta Chile Bicentenario de Centro de Políticas Públicas UC - Adimark 2016. Cabe destacar que, por razones del levantamiento de información, quedaron excluidas las regiones extremas Aysén, Magallanes y la Antártida Chilena, y Arica y Parinacota. Respecto a las tendencias representadas, mencionaremos primeramente la predominancia de los creyentes en todas las regiones. Por otra parte, como ocurre a nivel mundial, los no creyentes aumentan en las regiones donde la cantidad de población urbana es más significativa.

Las teorías modernas de secularización asocian la ruptura con las claves religiosas orientadoras del comportamiento humano al incremento de los años de escolaridad y de los ingresos. Vale decir, las regiones donde reside población con más años de educación formal cursados y mayores ingresos, contendrán un mayor volumen de espacios secularizados. Se constata una asociación directa entre educación e ingresos en el caso chileno, de lo cual se concluye que el factor escolaridad influye fuertemente en el tramo de salarios al cual pueden optar un individuo y su familia, así como también la posibilidad de que sus actitudes no estén mediadas por aspectos relacionados con la esfera religiosa. Para efectos del presente estudio, entenderemos por creyentes al conjunto de individuos cuyas actitudes están mediadas, en un grado medible, por aspectos vinculados a las religiones y que, por ende, manifiestan algún grado de religiosidad. El comportamiento de estos individuos se encuentra influido por normativas que emanan de una religión a la cual declaran pertenecer (Fabre, 2001).

La condición de creyente no es exclusiva de quienes siguen y/o practican un credo en particular, pues también es extensiva a quienes declaran pertenencia a una religión pero no participan activamente en sus ritos ni se guían por sus preceptos. También considera los casos en los cuales las personas manifiestan alguna convicción de que sus conductas o experiencias de vida están reguladas por una identidad diferente a la propia. Por lo tanto, la condición de creyente no separa lo declarativo de lo prescriptivo, sino que se centra en lo declarativo. Precisamente, lo secular emana de la pérdida de relevancia de estas convicciones en la sociedad y de la afirmación de la individualidad como detonante y explicación de la ventura presente y la venidera.


Figura 10: Distribución geográfica de creyentes y no creyentes en Chile (2016).

Fuente: Elaboración propia (2018).


Figura 11: Distribución de los credos dominantes en Chile continental.

Fuente: Elaboración propia (2018).

Valiéndonos de la misma fuente de datos, la Encuesta Bicentenario del Centro de Políticas Públicas UC - Adimark 2016, elaboramos la cartografía que se presenta en la figura 10, que muestra la predominancia del catolicismo en todas las regiones, cuestión que se refuerza en la figura 11.


Figura 12: Templo católico en Balmaceda, Chile.

Fuente: Colección personal del autor (2018).

A nuestro juicio, el descuelgue citado afectó y afecta principalmente al catolicismo predominante. Ya hemos dicho anteriormente que se pueden observar tendencias sostenidas a la baja en la adscripción católica desde el primer tercio del siglo pasado, con algunos revivals que no han tenido la fuerza necesaria para romper la declinación general. No obstante lo anterior, como lo ilustra la figura 12, la presencia del catolicismo se distribuye en todo el país.

Al respecto, una consideración. Como señalamos anteriormente, el catolicismo está presente en Chile desde 1520. En el proceso de descubrimiento y conquista del territorio nacional, la clave religiosa jugó un rol clave, y desde el amanecer de nuestra historia, junto a la organización política del territorio conquistado, se constituyeron obispados y fórmulas de administración y evangelización eclesiástica, coincidentes con la llegada al país de representantes de las diversas espiritualidades que constituían al mundo católico de los siglos XVI y XVII. El core de la evangelización chilena fue la ciudad capital, Santiago de Chile, sede del primer obispado y asiento de la primera catedral. Entre los siglos XVI y XIX inclusive, la piedad y el fideísmo eran atributos característicos de la mayor parte de las clases sociales, según consta en diversas fuentes, lo cual otorgaba a la ciudad un talante recoletano y conventual, respaldado por el protagonismo de la Iglesia como agente urbano en la ciudad capital y en el resto de las urbes que se fueron construyendo y reconstruyendo a lo largo del tiempo. Procesos tales como el disenso religioso y la visibilización de otras expresiones del cristianismo debieron esperar hasta la segunda mitad del largo siglo XIX para hacerse presente en los paisajes urbanos y rurales del país. No obstante lo anterior, el catolicismo sigue siendo un elemento relevante en la constitución de la identidad nacional hasta nuestros días, como lo refleja la fotografía tomada a un templo en la ciudad de Balmaceda en Chile (figura 12), que respalda la tesis referida a la transversalidad de la presencia de este credo en todo el país (ver figuras 8 y 11).

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