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El fin de la nostalgia de los recursos

“Hazte fama y échate a dormir”, dice un viejo refrán que trajeron los españoles a estas tierras. ¿Quién no escucha cada tanto que los argentinos tienen fama de alardear, que creen ser más de lo que son o mejores que otros? Siempre me pareció un prejuicio exagerado. Una fama errónea y estigmatizada.

El informe del Banco Mundial no contradice lo que la población local piensa de nuestro país. Según una encuesta nacional que realizamos on-line entre 1500 personas en la última semana de mayo 2020 para echar luz sobre ese tema, sorprendieron las respuestas. Básicamente 9 de cada 10 personas coincidieron en que Argentina es rica en recursos naturales. Pero a la hora de ranquear al país entre sus pares de América del Sur, tal como lo hizo el Banco Mundial, en riqueza absoluta la ubicaron en el puesto 4 cuando el organismo la ubicó en el puesto 6. No tan lejos. Y frente al mundo, en el puesto 34 cuando el Banco Mundial la posicionó en el puesto 27.

El promedio de la gente cree que Argentina está donde las estadísticas mundiales dicen que está. Y no porque hayan leído el informe del organismo. Lo dicen intuitivamente. La sociedad sabe que los recursos son abundantes, pero eso no la hace sentir por encima de otros vecinos. No parece haber sobreestimación de esa riqueza en el individuo no especializado.

Aun así, si se les ofrece la opción de vivir en nuestra nación, rica en recursos, pero pobre en desarrollo, o con los mismos vínculos que acá en países como Japón o Israel, desarrollados pero pobres en recursos, el 70% elige esta tierra. Los recursos naturales parecen ser valorados por sí mismos, no por la riqueza material que puedan ofrecer, o porque nos posicionen por encima de otras naciones. Esa parece ser una cuenta que hacemos más los especialistas. A la naturaleza se la valora como elemento para una mejor vida. Si puede ofrecer mayor bienestar material, mejor, pero su valoración principal hay que buscarla más sobre el plano espiritual, por el goce y el disfrute. Dos puntos interesantes: el primero, ¡solo el 22% de los encuestados cree que la riqueza natural es importante para el desarrollo! El segundo, cuando se mira el ranking por edades, los jóvenes de entre 13 y 21 años, ubicaron a la Argentina cuarta en la región, igual que el promedio de la muestra, pero cuando tuvieron que ubicarla por su riqueza natural en el mundo, el puesto fue el 52. Más atrás que el promedio de la muestra.

La cuestión de país rico en recursos es un tema quizás de generaciones mayores a los 35 años. Los más jóvenes ya no escuchan repetir esa frase “de lo que fuimos y ahora somos”, o “de lo que somos y pudimos ser”. La cuestión del mito de los recursos parece del pasado: las nuevas generaciones no mantienen esa nostalgia. Así, ya no importa si tenemos más o menos que otros países. Sabemos que la Argentina es abundante en recursos y eso alcanza, aunque no sepamos bien como aprovecharlos para enriquecernos con ellos.


Fuente: Banco Mundial y CERX.

La Pachamama ya no importa

Hay una hipótesis económica conocida como “La maldición de los recursos naturales” o “La paradoja de la abundancia”. Sugiere que los países y regiones con abundantes recursos, especialmente agrícolas, minerales y combustibles, tienden a tener un menor crecimiento económico y desarrollo que los menos dotados de esos bienes. Esa hipótesis comenzó a ser planteada por varios investigadores a partir de los años 90 2 aunque desde entonces encontró defensores y detractores.

¿Las razones para hablar de esa maldición? Muchas. Una de ellas es la que se conoce como Enfermedad Holandesa. Sugiere que, como los recursos naturales se exportan, esas exportaciones determinan grandes ingresos de dólares al país, dando lugar a una caída en el tipo de cambio local, porque habrá mucha oferta de divisas en nuestro mercado interno. Así, al abaratarse el dólar, los demás sectores productivos reducen su competitividad internacional. El término surgió en la década del 60 cuando los ingresos de divisas en los Países Bajos aumentaron tras el descubrimiento de grandes yacimientos de gas natural en Slochteren, una ciudad cercana al Mar del Norte, y la región entró en retroceso económico afectada por esa maldición.

Pero no es un caso de enfermedad holandesa el de Argentina. Al contrario. Su problema de desarrollo fue acompañado por devaluaciones permanentes y más fugas que ingresos de dólares.

En cambio, pueden identificarse otras causas por las cuales los recursos no fueron impulsores del desarrollo. Una es la mala administración de ellos que realizaron los sucesivos gobiernos que manejaron el país desde al menos la mitad del siglo pasado. Dos, la presencia de instituciones corruptas que realizaron contratos beneficiosos para las compañías multinacionales encargadas de explotarlos. Nuevamente la especulación financiera ocupa un rol central: podría concluirse que una gran masa de esos recursos terminó financiando grandes fugas, dando lugar a lo que algunos autores denominan: “país saqueado”. Sumemos la ausencia de controles para regular las tasas de extracción, y la falta de inversiones locales para explotarlos. Tampoco se observó en las últimas cinco décadas un plan de explotación y administración sustentable. Cuando lo hubo, fue para favorecer empresas particulares, como sucedió en los 90 con la minería.

La percepción colectiva en el país también apunta a las mismas causas. En la misma encuesta anterior, cuando se le solicitó a la gente que liste los motivos por los cuales cree que Argentina no pudo aprovechar esa riqueza, el principal que aparece es la interferencia política en la vida económica. El 35,6% de la gente adjudicó la pérdida de esa oportunidad a la “corrupción” y el 25,5% a las “malas políticas de los gobiernos”. Otras cuestiones repetidas fueron “falta de planificación, falta de inversiones, desinterés de los funcionarios por el desarrollo” (14%) y “falta de control a las inversiones extranjeras” (11,5%).

Lo que se desprende de la experiencia argentina y del mundo, es que la madre tierra si bien nunca fue determinante, menos lo será en épocas de la economía del conocimiento. Igual, aunque no sea condición para el desarrollo, si los recursos naturales están y son bien gestionados, se convierten en un elemento potenciador, como fueron las experiencias de Australia, Nueva Zelanda o Canadá, modelos de países con los que comúnmente se suele comparar a la Argentina. Más que maldición, esas economías tuvieron su bendición. Nuestra riqueza económica insuficiente y nuestros altos niveles de pobreza hay que buscarlos en otro lado, ni en la ausencia ni en la presencia de recursos.

2 El primero en plantear la maldición de los recursos naturales fue el economista británico Richard M. Auty en 1993.


Fuente: CERX

Historia de nuestra pobreza

En junio de 2020 la pobreza argentina afectaba al 35,5% de la población, según datos del INDEC, y para fines de 2020 el país habrá cumplido tres años consecutivos en recesión, con un nivel de PBI que será 7,1% menor al de diez años atrás. Aunque en 2020 incidió fuerte el coronavirus, Argentina hace años viene empobreciéndose, destruyendo riqueza, producción y capital.

El desarrollo está asociado al crecimiento. Para desarrollarse un país debe crecer, pero el crecimiento por sí mismo no asegura el desarrollo. En el caso argentino, si se traza una línea de tiempo hacia atrás, ambas cosas fueron insuficientes: se creció poco y se desarrollo poco. Pero eso no fue siempre así. En los albores del siglo XX, el país crecía y parecía que derramaba prosperidad. A pesar de los conflictos internos y de las dos grandes guerras mundiales, entre 1900 y 1945 Argentina tuvo una tasa de crecimiento anual promedio de 9,3%.

Si se mide la evolución del PBI desde 1900 hasta 2019, en 119 años, encontramos que en el 70% de ellos (86 años), el país creció, y en el 30% restante (33 años) hubo recesión. La tasa de crecimiento promedio en esos años fue 3,1% anual. Hasta allí las cosas parecen estar bien. Sin embargo, hay varios problemas con esas estadísticas. El primero es que, si se mide por cantidad de habitantes, el PBI per cápita solo creció a una tasa promedio de 1,3% anual en esos 119 años, poco para hablar de desarrollo. Y como condimento, ese crecimiento fue discontinuo según periodos, con importantes crisis económicas de por medio. Acá entramos al tercer problema. La economía no logró un crecimiento constante, especialmente desde el regreso de la democracia.

Si dividimos los 119 años desde 1900 a 2019 en tres tramos, la foto de crecimiento marca lo siguiente:

- La mejor performance económica ocurrió entre 1900 y 1945, con una tasa de crecimiento promedio de 9,3% anual en esos 45 años. Pero el crecimiento por habitante fue solo 1,5%, bajo, por el fuerte crecimiento poblacional sobre principio del siglo.

- En el periodo 1945 – 1983 la tasa de crecimiento anual fue 5,8% promedio, por debajo del periodo anterior, pero subió a 1,9% midiendo el crecimiento anual por habitante. Incluso si se mide 1945 hasta 1975, un año antes que comience la dictadura militar, el crecimiento por habitante fue de 2,7%.

- El ciclo menos auspicioso ocurrió entre 1983 y 2019, con un crecimiento anual promedio de apenas 2,8% y por habitante de 0,9%.


Fuente: en base a datos de Dos siglos de Economía Argentina, Orlando J. Ferreres e INDEC

Si nos detenemos en el último ciclo, 1983-2019, y sin contar el año 2002, los peores resultados fueron con Fernando De la Rúa en sus dos años de gobierno con una caída promedio anual de 2,6% en el PBI. La segunda peor performance fue la de Mauricio Macri, con una caída anual promedio de 1% en sus cuatro años gobernando. La tercera mayor caída, siempre hablando del promedio por año, la dejó Raúl Alfonsín, entre 1983 y 1989, con una baja de 0,7%.

Del otro extremo, cuando más se creció fue en el gobierno de Néstor Kirchner, entre 2003 y 2007: un 9,9% anual promedio de crecimiento, seguido con 4,7% promedio anual que se creció en los 10 años de gobierno menemista (1989-1999) y 2% en los 8 años de Cristina Kirchner (2007-2015). En el caso de Cristina Kirchner, sus dos mandatos se dividen: el primero (2007-2011) con un alto crecimiento, cuando anualmente la expansión promedió el 3,6%. Y el segundo (2011-2015) con un crecimiento anual promedio casi nulo, apenas 0,4%.


Fuente: en base a datos de Dos siglos de Economía Argentina, Orlando J. Ferreres

Poniendo la lupa entre 1900 – 2019 ¿Cuáles son los gobiernos que mejor dejaron el país en materia de crecimiento? Observando nuevamente el crecimiento promedio anual, Néstor Kirchner sigue adelante (9,9%), detrás Manuel Quintana (9,5%) que gobernó dos años, entre 1904 y 1906. Le siguen: Julio Argentino Roca (8,6%) con 6 años de mandato, hasta 1904; Marcelo T Alvear entre 1922 y 1928 (7%); Arturo Illia entre 1963 y 1966 (7%); José Figueroa Alcorta entre 1906 y 1910 (6,6%); los tres años de Pedro Ramírez y Edelmiro Farrell entre 1943 y 1946 (5,8%) e Hipólito Irigoyen entre 1916 y 1922 (5,7%). De los ocho gobiernos mencionados, seis corresponden a la primera etapa del siglo XX.

Y ¿quiénes fueron los gobiernos que peor dejaron el país en materia de crecimiento? El peor año de la Argentina fue 2002, con una caída de 10,9% en el PBI bajo el mandato de Eduardo Duhalde. El gobierno de José Felix Uriburu, entre 1930 y 1932 dejó una caída de 5% anual en sus dos años de gobierno, José María Guido tuvo una caída de 3,1% anual y en cuarto lugar Fernando De la Rúa con una baja anual de 2,6%.


Fuente: en base a datos de Dos siglos de Economía Argentina, Orlando J. Ferreres

De los siete gobiernos con peor performance de crecimiento de la historia, cuatro ocurrieron en la última etapa, 1983-2019 (ver cuadro). Completando ese dato: desde 1983 hasta ahora, de siete gobiernos, cuatros nos dejaron con recesiones. Aunque sea el objetivo de este libro explicar las causas de esas recesiones, ese comportamiento sí muestra en grandes números como llegamos hasta donde estamos.

Crecimiento sin calidad de vida

Volvamos al pequeño y fuerte Israel, país desarrollado, líder tecnológico, con una de las mayores tasas de escolarización y esperanza de vida del mundo. Un crecimiento económico sostenido de 4,5% anual en los últimos 50 años, según el Banco Mundial, y tasas de desempleo mínimas, de apenas 5% a fines de 2019. Contradictoriamente, ese crecimiento fue acompañado de un incremento considerable en su tasa de pobreza, generando un gran caudal de trabajadores pobres. Según la OECD, al mismo tiempo que el país crecía cómoda y generosamente, de solo 13,8% de israelíes viviendo por debajo de la línea de pobreza en 1995, 25 años atrás, se pasó a 22% en 2019, explicada por los bajos sueldos, los altos costos de vida y un crecimiento en la cantidad de lugareños que no tienen capacitación suficiente para trabajar en el sector de alta tecnología.

El bienestar está muy ligado al crecimiento. Pero no siempre la relación es tan estrecha. Si algo iguala a Israel y Argentina, es esa disociación. Los dos atravesaron periodos de fuerte crecimiento, pero sin mejoras proporcionales en el bienestar de su gente.

El crecimiento de un país suele medirse por la variación del Producto Interno Bruto (PBI) que indica la cantidad de bienes y servicios producidos durante el año en esa economía. En otras palabras, el PBI mide algo así como la riqueza anual generada. Con esa definición, cuando un país crece se espera que se refleje en mayor creación de empleo, menor pobreza, derivando en mejoras en la calidad de vida.

No siempre ocurre así. Para que el crecimiento derrame bienestar, dependerá de qué es lo que lo impulsa y en qué condiciones. La economía puede crecer fuerte y sostenidamente, pero con el crecimiento concentrado en pocos sectores que no sean empleo intensivo, o que sean extractivos, sin que la población perciba las mejoras. O puede crecer con grandes flujos inmigratorios para los cuales el país no está preparado a dar respuestas, generándose problemas de equidad. O generando otros desequilibrios, como crecimiento con pérdida de poder adquisitivo en determinados sectores. Eso es lo que sucedió en la Argentina en buena parte de los últimos 15 años.

“¿Cómo evalúa el nivel de bienestar económico de su hogar?” Esa pregunta se la hacemos semestralmente desde CERX, a un panel de 1000 personas en Capital Federal y Gran Buenos Aires desde el año 2005. En la medición realizada en abril de 2020, ya con un mes de cuarentena encima, solo el 8,0% contestó “bueno” o “muy bueno”, el 42,6% respondió “regular” y 41,4% “malo” o “muy malo”. Con respecto a abril del año pasado, esa percepción empeoró 13,5% 3.

En esa misma medición se le solicitó a la gente que ranquee su percepción de bienestar en una escala de 0 a 10, donde 0 es “muy malo” y 10 “muy bueno”, y que la compare con el valor que tenía antes de la cuarentena. Resultados: 3,5 puntos de bienestar en medio de la cuarentena y 5,4 puntos antes de la cuarentena. ¿Cuánto era ese valor por ejemplo en 2016? 6,3 puntos. ¿Por qué niveles tan bajos de bienestar incluso pre-cuarentena? Porque el crecimiento argentino no fue constante ni lo suficientemente productivo y equitativo.

Entre 2005 y 2019, el país acumuló un crecimiento económico de 74,3%, lo que objetivamente y en la visión cuantitativa tradicional, interpretaríamos como una mejora en el bienestar. Sin embargo, las percepciones de bienestar de la población en ese tiempo cayeron 5,6%. Para entenderlo mejor, se puede dividir ese periodo en cinco etapas:

Etapa 1. 2005-2007: Crecimiento con mejoras de bienestar: la economía creció 34,2% y el bienestar mejoró 38,8%. Los altos precios agrícolas se derramaban en todos los sectores de la economía, impulsando bienestar.

Etapa 2. Año 2008: Crecimiento económico con destrucción de bienestar. La economía creció 4,1% ese año y el bienestar bajó 7,2%. Fue el inicio de la crisis financiera internacional y el conflicto político en el campo.

Etapa 3. Año 2009: Baja el PBI y cae el bienestar. La economía cayó 5,9% con el impacto a pleno de la crisis financiera internacional, y el bienestar bajó 9,2%.

Etapa 4. 2010-2011. Crecimiento con impacto muy suave recuperación en el bienestar. El PBI creció 16,7% y el bienestar se recuperó apenas 3,6%.

Etapa 5. 2012-2019. Crecimiento serrucho. La economía acumuló una caída de 2,6% esos años y el bienestar se retrajo 21%. bien

estar se retrajo 21.

3 Para medir la percepción de Bienestar Económico se elaboró un indicador cualitativo con la siguiente fórmula: (respuestas positivas – respuestas negativas + 1)*50. Sobre eso se elaboró el indicador de Bienestar Económico Subjetivo (IBES)


Fuente: CERX

¿Por qué el crecimiento no se tradujo en bienestar en el caso argentino? Varias son las razones, pero una extendida fue que una parte del crecimiento desde 2007 fue impulsado por consumo financiado con crédito caro, y otra, por el malestar que comenzó a generar la inflación especialmente desde fines de ese año, que además obligaba a los hogares a compensar ingresos con ocupaciones alternativas.

Si bien la preocupación por el bienestar poblacional es muy alta para la mayoría de los gobiernos, y pocos dudarían en que el objetivo final de las políticas económicas es mejorar la calidad de vida de la gente, hay dos problemas. Por un lado, sabemos que crecer no siempre mejora la calidad de vida. Y por otro, pocos gobiernos miden el bienestar subjetivamente, indagando entre la misma gente como lo percibe. Por lo tanto, poco se conoce sobre ese estado.

Argentina tiene mediciones privadas, como la que hacemos desde CERX, pero jamás tendrán el alcance que podría lograr el INDEC. Claro que con mediciones subjetivas solamente tendríamos una foto incompleta. Porque podría suceder lo inverso: la gente percibe bienestar sin mejoras concretas en la economía. Las dos mediciones son complementarias para entender el impacto de las políticas que se aplican. Otra deuda pendiente. Aunque también la tienen naciones desarrolladas, como nuestro potente Israel.

Las crisis tienen nombres y apellidos

Cuando el viejo burro de un campesino cayó en un pozo, su dueño pensó “burro viejo, pozo seco”, para que esforzarme en sacarlo si igual no sirve y morirá. Más fácil, reunió a sus vecinos para que lo ayudaran a tapar el pozo con tierra y sacrificarlo adentro. Viendo lo que estaba sucediendo, el burro en el fondo del hoyo rebuznaba desconsolado, hasta darse cuenta de que nadie lo rescataría, y rendirse. Pasaron algunos minutos, el burro abrió los ojos y sonrió. Se incorporó pausadamente y sacudió la tierra que cubría su lomo y su cabeza. A medida que iba cayendo la tierra, la fue usando para dar pasos hacia arriba que lo acercaban a la salida. Cuando el pozo estuvo casi cubierto, los vecinos vieron sorprendidos cómo el burro llegó hasta la boca del pozo, pasó por encima del borde y salió trotando con más fuerza que cuando era joven.

Las que llamamos crisis a ciegas, suelen tener nombres y apellidos (los responsables también). Empresas y familias que alcanzadas por esos eventos caen en la bolsa de afectados que conforman en conjunto el concepto macroeconómico de “crisis”. Las historias individuales se multiplican en cada crisis. Contar una es solo un pedacito de tantas vidas, que, en algunos casos como el burro, lograron salir del pozo para volver a empezar y en otros, quedaron atrapados en la tierra que les cayó encima.

El caso de “La Delfina” es un ejemplo de crisis y recuperación. Carina Pag es la dueña de un tradicional restaurante en el interior de la provincia de Entre Ríos, que, bajo ese nombre, hace honor a la mujer que luchó junto al caudillo de la zona, Pancho Ramírez. “La Delfina” nació en 1971 de la mano de su padre, “Baby”, oriundo de la colonia alemana de Santa Anita. Negocio próspero, fue creciendo con el esfuerzo familiar. Para fines de los 90, tenían 15 empleados, y rentaban un local grande en pleno centro de la ciudad. Asomaba el año 2000 cuando el locador les triplicó el alquiler porque tenía una mejor propuesta: la instalación de un casino.

Los Pag eran dueños de una parrilla enfrente al restaurante, con inmueble propio, “Parrilla La Delfina”. Una opción era mudarse ahí, pero significaba despedir personal. Idea va, idea viene, para Baby el “cómo” crear empleo siempre había sido el motivador de sus negocios. Descartó esa posibilidad y sin locales para alquilar, compraron una vieja casona céntrica. Financiaron una parte con un crédito bancario y otra con un crédito en escribanía contra la hipoteca del inmueble de la parrilla. Sus ahorros los invirtieron en equipar el lugar, dejando un espacio gastronómico de primer nivel. Ni sospecharon que pronto vendría una crisis de dimensiones desconocidas, la crisis de 2001-2002.

Ya en 2001 la gente gastaba poco, la recesión se sentía, y la clientela había mermado. Pero el restaurante funcionaba y los créditos se pagaban. El 7 de enero de 2002 Argentina devaluó su moneda después de 10 años de convertibilidad. El dólar pasó de $1 a $3, y la deuda en dólares se triplicó en pesos. Imposibilitados de hacer frente a los pasivos, levantaron el restaurante y vendieron la casona por debajo del precio de compra para saldar la deuda con el banco. Faltaba la escribanía. Los meses transcurrían sin llegar a un acuerdo sobre la pesificación de esa deuda, hasta que llegó la fecha de remate del inmueble: junio 2003.

Baby, con un infarto encima, propueso quebrar y cerrar. Carina vio otro camino: conseguir dinero entre conocidos. Vendió su departamento, su auto, y para abastecerse de mercadería, desparramó cheques en uno de los principales supermercados de la ciudad, que confió y apoyó. Al poco tiempo, cumplió sus deudas, salvaron el inmueble y montaron el histórico restaurante “La Delfina” en la vieja parrilla, local pintoresco y renovado. Llevó su tiempo, y de a poco recuperó el sello floreciente.

Dieciséis años después, una nueva crisis volvió a sacudir al histórico restaurante: la cuarentena. Como muchas familias argentinas con varias crisis encima, no están preparados, pero sí acostumbrados.

En el historial de crisis, los comportamientos entre unos y otros empresarios difieren, depende del resto financiero, de su acumulación de capital, del estado de ánimo, de la rapidez en reconvertirse, de las redes de apoyo, y de ese concepto nuevo que llamamos “resiliencia”. Caídas sin rescates, ciclos malos interminables, ciclos buenos con fecha de vencimiento. Las familias y empresas se apoyarán en lo que puedan para recomenzar. El emprendedor, el empresario pyme, no se rinde. Pasará de un estado a otro, mostrando lo que podrían ser y hacer si el país les diera mejores oportunidades y condiciones.

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