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Читать книгу: «Crónica de la conquista de Granada (2 de 2)», страница 5

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CAPÍTULO XIII

Rendicion de la ciudad de Málaga; cumplimiento del pronóstico del Dervís, y suerte de Hamet el Zegrí

Los moradores de Málaga, libres ya del dominio de Hamet, acudieron á Alí Dordux: y pusieron en sus manos la suerte de la ciudad. Alí, asociándose el alfaquí Abrahan Alhariz y otros cuatro moros principales, formó una junta provisional, en que se acordó enviar mensajeros al Rey de Castilla, ofreciendo entregar la plaza con tal que á los habitantes se les asegurase en sus personas y bienes en calidad de mudejares, ó vasallos tributarios. Salieron los mensageros al real cristiano, y oida por el Rey la peticion de los moros, respondió airado: “Ya no es tiempo de pedir ni de conceder partidos, pues bien se que la hambre, y no vuestra voluntad, es la que os mueve á capitular. Entregaos pues á discrecion y disponeos á sufrir la ley que imponga el vencedor: los que merezcan la muerte, morirán, y los que cautiverio, quedarán cautivos.”

Grande fue la turbacion de los moros cuando supieron la respuesta de Fernando; pero Alí Dordux los consoló ofreciendo ir en persona á solicitar condiciones mas favorables; como en efecto lo hizo acompañado de dos cólegas suyos, aunque sin adelantar nada, pues el resultado de esta embajada tan lejos estuvo como la primera de corresponder á las esperanzas de los sitiados. Fernando ni aun consintió que llegasen los embajadores á su presencia. “Dadlos al diablo, dijo con enfado al comendador de Leon, que no los quiero ver, ni los he de tomar sino como á vencidos, dándose á mi merced17.” Con esta nueva repulsa, vinieron los moros á un estado que rayaba en desesperacion; pero resolviendo tentar el último recurso, escribieron al Rey manifestándole que ellos le darian la ciudad con todas sus fortalezas, y con todos los bienes que en ella habia; pero que si no se les daba seguro para la libertad de sus personas, ellos colgarian de las almenas de la plaza hasta mil y quinientos cautivos cristianos que tenian de ambos sexos; y poniendo á las mugeres, viejos y niños, en la Alcazaba, darian fuego á la ciudad, y saldrian á morir matando, para que al fin tuviesen los Reyes la victoria sangrienta, y aquel hecho de la ciudad de Málaga fuese celebrado por todos los vivientes, y en todos los siglos que durase el mundo.

Á consecuencia de esta carta se suscitaron algunos debates en el real, y fueron varios los votos de los caballeros. Muchos de ellos indignados contra los moros por las grandes pérdidas que habian ocasionado á los cristianos en tan larga resistencia, quisieron irritar el ánimo del Rey para que los tratase con el último rigor; pero la generosa Isabel, reprobando consejos tan sanguinarios, insistió en que no se empañase aquel triunfo con algun acto de crueldad18. Los moros entretanto, se abandonaron á los extremos de su desesperacion: por una parte veian la hambre y la muerte; por otra, la esclavitud y las cadenas. Aquellos cuyo oficio era la guerra, ardian por señalar su caida con una accion ilustre. “¡Perezcan los cautivos!, decian, ¡arda la ciudad, muramos, y acometamos al enemigo!” En medio del clamor general alzó Alí Dordux la voz, y dirigiéndose á los habitantes principales y padres de familia, les dijo: “Los que viven de la espada perezcan, pues lo quieren, con la espada; pero no sigamos nosotros tan loco ejemplo. ¡Quién sabe si la vista de nuestras inocentes esposas y tiernos hijos, despertará en el pecho real de Fernando una centella de conmiseracion! y cuando no, la Reina cristiana dicen que es la piedad misma.”

Animados los moros por este rayo de esperanza, autorizaron á Alí Dordux para que entregase la ciudad á merced de los Soberanos. Partió de nuevo Alí con este encargo; empeñó en su favor á muchos caballeros del real, y al fin obtuvo una audiencia de los Soberanos, á quienes presentó regalos de telas de seda y oro, piedras preciosas, joyas, aromas, y otros objetos de gran valor, que habia acumulado en su comercio con los paises orientales; y poco á poco ganó la gracia de Fernando y de Isabel19. Alí entonces renovó las súplicas, representando que él y otros muchos habian procurado desde un principio que se entregase la ciudad, pero que las amenazas de hombres arbitrarios, en cuyas manos estaba la fuerza, se lo habian impedido; por lo que esperaba no se confundiese al inocente con el culpado.

Los Soberanos habiendo admitido los regalos de Alí Dordux, no pudieron ya cerrar el oido á sus súplicas. Asi, pues, le indultaron á él y á cuarenta familias que nombró, dándoles seguro para sus personas, con facultad para residir en Málaga en clase de mudejares20. Hecho este arreglo, hizo Alí venir veinte habitantes principales, á quienes entregó en rehenes, hasta que toda la ciudad quedase en posesion de los cristianos.

Don Gutierre de Cárdenas, comendador mayor de Leon entró entonces en la ciudad armado y á caballo, y tomó posesion en nombre de los Soberanos de Castilla. Entrando despues varios capitanes y caballeros del ejército, ocuparon todas las fortalezas, y enarbolaron el pendon de la cruz, el de Santiago, y el estandarte real, en la torre de homenage de la Alcazaba.

Entregada la ciudad, imploraron aquellos infelices habitantes se les permitiese salir al real para comprar pan para ellos y sus familias. Obtenida la licencia, acudieron arrebatados y famélicos á los montones de grano y harina que tantas veces habian mirado con ansia desde sus muros. Todo se repartió entre ellos, y satisfecha su necesidad, quedó en cierto modo cumplido el vaticinio del Dervís, cuando dijo que aquellos bastimentos los habian de comer ellos.

Entretanto Hamet el Zegrí, indignado y pesaroso, miraba desde las torres de su fortaleza la ocupacion de Málaga por los batallones de Castilla; veia tremolar el pendon de la Cruz donde poco antes ondeaba el de la medialuna, y si los suyos le siguieran, bajára allá espada en mano, y muriera gustoso á trueque de tomar venganza de los cristianos. Mas ya no animaba á los Gomeles el mismo espíritu que en otro tiempo: los lentos progresos de la hambre habian minado las fuerzas asi del alma como del cuerpo, y casi todos aconsejaban la rendicion. Muy duro se le hacia al altivo Hamet el someterse á pedir partido: empero confiando que su valor le haria respetar de un contrario noble, envió un parlamentario al Rey, ofreciendo capitular en términos honrosos. La respuesta de Fernando fue lacónica y terminante: “que se entregase á discrecion.”

Todavia permaneció Hamet dos dias encerrado en su castillo despues de la toma de la ciudad; pero al fin hubo de ceder á los clamores de sus secuaces, y bajó con ellos á someterse al vencedor. Los Gomeles todos quedaron cautivos, con la excepcion de Abrahan Zenete, á quien, por haber procedido tan piadoso con aquellos niños cristianos cuando la última salida de los moros, se concedió un partido favorable. En cuanto á Hamet, se le puso inmediatamente en hierros; y preguntado qué le movió á tan pertinaz resistencia, respondió, que él habia tomado aquel cargo con obligacion de morir, ó ser preso, defendiendo su ley, su Soberano, y la ciudad que éste le habia confiado, y que á tener ayudadores, antes le vieran muerto que prisionero21.

CAPÍTULO XIV

Entrada de los Reyes Católicos en la ciudad de Málaga, y distribucion de los cautivos

Una de las primeras disposiciones de los vencedores, despues de la rendicion de Málaga, fue celebrar la emancipacion de los cautivos cristianos con una funcion religiosa. Á corta distancia de la ciudad mandaron erigir una tienda, y poner en ella un altar con las decoraciones de iglesia correspondientes; pasando alli los Reyes para recibir á los cautivos. Éstos, en número de mil y seiscientos de ambos sexos, entre ellos algunas personas de distincion, salieron de la ciudad en procesion, con una cruz, cantando himnos y dando gracias á Dios y á los Soberanos por haberles librado del duro cautiverio en que yacian. Á medio camino se reunió con ellos, y les fue acompañando, un gran concurso de gentes del real, con cruces y pendones, y una música solemne. Llegando á presencia de sus libertadores, se hubieran postrado los cautivos á sus pies para besárselos; pero el Rey y la Reina les dieron benignamente sus manos á besar, sin consentir otro acatamiento. Arrodillándose entonces los cautivos delante del altar, se pusieron en oracion, y de nuevo prorumpieron en alabanzas al Altísimo por tan gran victoria. En seguida se mandó quitarles los hierros, que aun llevaban, se les dió de comer, ropa, dinero, y todo lo que necesitaban para retirarse á sus casas. El aspecto de los cautivos, pálidos, desfallecidos y extenuados, su admiracion y su agradecimiento, las lágrimas y la alegría de todos los presentes, constituyeron un espectáculo verdaderamente grande, y que á todos enterneció.

De los cristianos que desertaron á los moros, y les habian informado de lo que pasaba en el real, fueron hallados doce, y se les sentenció á morir acañaverados: castigo harto severo, que consistia en atar al delincuente á una estaca en medio de una plaza, mientras que los soldados, corriendo á caballo, los atravesaban con cañas puntiagudas: los moros conversos y relapsos fueron entregados á las llamas22.

Estando ya limpia la ciudad de las inmundicias y malos olores que se habian acumulado en tan largo sitio, entraron en ella los obispos y otros eclesiásticos que seguian la corte, con los cantores y capellanes del Rey; y pasando en procesion solemne á la mezquita mayor, la consagraron é intitularon santa María de la Encarnacion. Concluido este acto, entraron el Rey y la Reina acompañados del gran cardenal y de los grandes y caballeros del ejército, oyeron misa, y en seguida erigieron aquella iglesia en catedral, y á Málaga en obispado. La Reina se aposentó en la Alcazaba, desde donde se descubria toda la ciudad: el Rey estableció su alojamiento en el antiguo castillo de Gibralfaro.

Se procedió entonces á disponer de los moros que habian quedado prisioneros. Divididos en tres porciones, se destinó una á la redencion de los cautivos cristianos en el reino de Granada y tierras de África; otra se repartió entre los capitanes y caballeros que habian concurrido á aquella empresa, segun su clase y los servicios que habian prestado; y la tercera se tomó para indemnizacion de los grandes gastos ocasionados en tan largo sitio. Cien moros Gomeles fueron enviados al Papa Inocencio VIII, quien los bautizó y convirtió á la fé cristiana. Á la Reina de Nápoles, hermana del Rey, se le hizo regalo de cincuenta moras, doncellas; treinta fueron enviadas á la de Portugal, y otras muchas fueron repartidas por doña Isabel entre las damas de su corte y señoras principales de Castilla.

Cuatrocientos y cincuenta judios moriscos, que se hallaron en la ciudad, fueron rescatados por otro judío, rico contratista de Castilla, que pagó por ellos veinte mil doblas de oro, y se los llevó en dos galeras armadas.

Á la masa general de los habitantes se concedió la facultad de rescatarse mediante á suma que pagarian dentro de un término señalado. El contingente de cada individuo, sin distincion, se fijó en treinta doblas de oro, y á buena cuenta del pago general se les habian de recoger todas las alhajas de oro y plata, con los demas objetos de valor que poseian. El plazo se fijó á los ocho meses, con la condicion que si al espirar este término no hubiesen satisfecho la cantidad estipulada, serian todos tratados como esclavos. Para asegurar por parte de los moros el cumplimiento de estas condiciones, se hizo una enumeracion rigurosa de las casas y familias, se tomó razon de todos sus efectos, y se les mandó acudiesen con ellos á unos corrales grandes que habia en la Alcazaba, rodeados de una muralla alta, y que en otro tiempo habian servido para encerrar á los cristianos que los moros cautivaban.

Viérase entonces á estos infelices pasar tristemente por las calles con direccion á la Alcazaba; asi ancianos como jóvenes, asi matronas como doncellas, de las que algunas eran bien nacidas, y criadas con el mayor regalo; y habiendo de desamparar sus casas para sufrir el cautiverio en las agenas, se torcian las manos, y levantaban los ojos al cielo, diciendo: “¡Ó Málaga, ciudad nombrada y hermosa como ninguna! ¿Do está la fortaleza de tus castillos? ¿Do está la hermosura de tus torres? ¿Tus poderosos muros de qué aprovecharon á sus moradores, que desterrados de la dulce pátria van á morir entre extrangeros, ó á vivir en la esclavitud? ¿Qué harán tus viejos y tus matronas, cuando no haya quien honre sus canas? ¿Qué harán tus doncellas, criadas con tanta delicadeza y señorío, cuando se vean en dura servidumbre? ¡Ah, tus naturales, separados para siempre, nunca mas volverán á verse! al hijo arrancan de los brazos de su padre; apartan al marido de su muger, y á los tiernos niños arrebatan del seno de sus madres. ¡Ó Málaga, ciudad de nuestro nacimiento! ¿quién podrá ver tu desolacion, que no derrame lágrimas de amargura?23

Estando ya bien asegurada la posesion de la ciudad, se envió un fuerte destacamento contra las villas de Mijas y Osuna, situadas á la orilla del mar, y se les intimó la rendicion. Los habitantes pidieron las mismas condiciones que se habian concedido á los de Málaga, ignorando cuales fuesen; y habiéndoseles prometido, se rindieron, y fueron todos presos y conducidos con sus efectos á los corrales de la Alcazaba.

Éstos, asi como los cautivos de Málaga, fueron distribuidos entre varios pueblos y familias, hasta tanto que se cumplia el plazo señalado para el pago total de su rescate; pero habiendo espirado los ocho meses estipulados, antes que pudiesen verificarlo, quedaron todos, en número de once mil, segun refieren algunos, y de quince mil, segun otros, condenados á la esclavitud.

CAPÍTULO XV

De la situacion en que se hallaban respectivamente el Rey Católico, Boabdil y el Zagal, y de la incursion de éste en tierra de cristianos

Toda la parte occidental del reino de Granada reconocia ya el dominio de los Reyes Católicos: el puerto de Málaga obedecia sus leyes; y los belicosos naturales de la serranía de Ronda les rendian vasallage, subyugados y sumisos: aquellas soberbias fortalezas, que tanto tiempo habian señoreado los valles de Andalucía, desplegaban ahora el estandarte de Castilla y Aragon; y las atalayas que coronaban todas las alturas, estaban desmanteladas, ó guardadas por las tropas del Rey Católico.

Mientras que en esta parte del territorio moro se establecia el imperio de los cristianos, en la parte central, que es lo que rodea á Granada, se mantenia el Rey chico Boabdil gobernando como vasallo de la corona de Castilla. Este desgraciado príncipe no perdia ocasion de propiciar á los conquistadores de su pátria con actos de sumision, y con demostraciones en que no podia tener parte el corazon. Apenas supo la toma de Málaga, envió sus mensageros á felicitar al Rey, acompañando regalos de caballos suntuosamente enjaezados, telas de seda y oro, y perfumes orientales; todo lo cual fue admitido benignamente; y Boabdil, con poca advertencia, se figuró haber ganado un lugar distinguido en los afectos de Fernando. Pero la política de Boabdil algunas ventajas, aunque pasageras, producia á sus vasallos: el territorio que reconocia su dominio estaba libre de las calamidades de la guerra; el labrador cultivaba en paz sus campos, y la vega de Granada, volviendo á florecer, se manifestaba en su primitiva lozanía. Restablecido el comercio, prosperaba el traficante, y en las puertas de la ciudad habia un tránsito continuo de caballerías cargadas con los productos de todos los climas. Pero el pueblo de Granada, aunque apreciaba estas ventajas, aborrecia en secreto los medios con que se habian conseguido, y miraban á Boabdil casi como apóstata é infiel.

Los moros que aun no se habian sometido al dominio cristiano, fundaban ahora sus esperanzas en el anciano Rey Muley Audalla el Zagal. Este príncipe, aunque no reinaba en la Alhambra, todavia se hallaba con mayores fuerzas que su sobrino: sus dominios se extendian desde Jaen, por los confines de Murcia, hasta el mediterráneo, y comprendian las ciudades de Baza y Guadix, y el importante puerto de Almería, que en algun tiempo habia rivalizado con Granada por su poblacion y riquezas. Tenia ademas bajo su jurisdiccion una gran parte de las Alpujarras, ó serranía de Granada. Esta region montuosa es el centro del poder y riqueza de los moros. Su grande elevacion y su fragosidad la hacian casi inaccesible á los enemigos; pero en el seno de aquellos riscos se abrigaban unos valles deliciosos, donde reinaba una temperatura suave y una pródiga fertilidad. Por todas partes brotaban manantiales y fuentecillas, que creciendo en ciertas estaciones con las aguas que bajaban de Sierra nevada, cubrian de verdor y frescura las faldas de aquellos cerros, y formaban al fin arroyos caudalosos, que corrian serpeando por entre plantíos de moreras, almendros, higueras y granados. Aqui tambien se producia la seda mas fina de toda España, se cultivaban grandes viñedos, y se criaban numerosos rebaños con los ricos pastos que ofrecian los valles y las quebradas. Aun en la parte mas árida y estéril proporcionaban estos montes inmensas riquezas, por la diversidad de minerales de que estaban impregnados. En fin, las Alpujarras eran un raudal copioso que acrecentaba en gran manera las rentas de los Monarcas de Granada: sus naturales eran robustos y guerreros, y al llamamiento del Rey salian de aquellos lugares hasta cincuenta mil hombres de pelea.

Tal era la porcion de este imperio que tocó al anciano Muley el Zagal. La guerra aun no habia llegado á esta poderosa comarca, pues le servian de barrera contra sus estragos los elevados riscos y áridos peñascos que la defendian. Mas no por eso dejó el Zagal de añadirle nuevas defensas, mandando reparar todas las fortalezas, á fin de hacer alli el último esfuerzo contra los progresos de los cristianos. Entretanto, conociendo la necesidad de acometer alguna empresa para conservar en su punto al afecto y fidelidad de sus vasallos, ordenó una correría por el territorio enemigo, cuya manera de guerrear sabia él ser la mas grata á los moros, para quienes tenia mas atractivos un corto botin arrebatado á fuerza de armas, que todos los provechos de un comercio pacífico y seguro.

Reinaba entonces la mayor tranquilidad en la frontera de Jaen, y los alcaides de las fortalezas cristianas vivian descuidados, y seguros de toda agresion, por tener tan cerca á su aliado Boabdil, y contemplar distante á su fogoso tio el Zagal. De repente salió este príncipe de Guadix con una fuerza escogida, atravesó rápidamente las montañas que se extienden detras de Granada, y fue á dar como un rayo en la campiña de Alcalá la Real. Primero que cundiese la alarma, ni pudiese la comarca acudir á su defensa, habia hecho en ella el Zagal un estrago enorme, saqueando y quemando aldeas, arrebatando ganados, y llevándose gran número de cautivos. Reuniéronse las gentes de la frontera; pero ya estaba muy lejos el enemigo, que volviendo á pasar las montañas, entró triunfante por las puertas de Guadix, cargado de despojos cristianos, y conduciendo una numerosa cabalgada. Con esta y otras empresas semejantes fomentaba el Zagal el espíritu guerrero de sus vasallos, granjeaba su opinion y afecto, y disponia los ánimos á resistir una invasion que se esperaba por parte del Rey Católico.

CAPÍTULO XVI

Disposiciones del Rey Fernando para continuar la guerra; sale á campaña; varias empresas de moros contra cristianos
Año 1488.

Iba ya entrando el año de 1488, y los Soberanos Católicos, resueltos á proseguir en la triunfante carrera que habian comenzado, hasta acabar con el imperio sarraceno en España, se dispusieron á hacer nuevos sacrificios, y á pasar nuevos trabajos y fatigas. Los apuros del erario obligaron á discurrir medios, y á buscar recursos, para la continuacion de los aprestos que se hacian; pero á todo ocurrió el celo del estado eclesiástico contribuyendo con subsidios de consideracion en tropas y dinero. Con todo esto no pudo el Rey reunir su ejército hasta junio de este año, cuando á los cinco dias del mes partió de Murcia con un campo volante de cuatro mil caballos y catorce mil infantes, conduciendo la vanguardia el marqués de Cádiz, á quien seguia el adelantado de Murcia. Entró el ejército en la frontera enemiga por la ribera del mar, esparciendo el terror donde quiera que llegaba: á su vista se rendian los pueblos sin hacer resistencia, temerosos de experimentar los males que habian desolado la frontera opuesta; y en esta forma los pueblos de Vera, Velez el rubio, Velez el blanco y otros de menos nota, se entregaron á la primera intimacion.

Hasta llegar cerca de Almería, no halló el ejército oposicion alguna. En esta importante ciudad mandaba á la sazon el príncipe Zelim, pariente del Zagal. Á la vista del enemigo salió este valeroso moro capitaneando su guarnicion, y en las huertas inmediatas á la ciudad trabó una escaramuza muy reñida con las tropas de la vanguardia. Llegando el Rey con el grueso del ejército, mandó cesar la escaramuza, y recoger las gentes; y pues conocia que la fuerza que llevaba era poca para combatir la ciudad, se contentó con reconocer su asiento, y se retiró con direccion á Baza, donde se hallaba el Zagal con una guarnicion poderosa.

El Rey moro se apercibió para recibirlos, y en un valle que está delante de la ciudad, donde habia muchas huertas, colocó una celada de arcabuceros y ballesteros. Llegaron los cristianos, y como se acercasen á este sitio, salió el Zagal á su encuentro con gente de á caballo y de á pié, y empezó una escaramuza con el marqués de Cádiz y el adelantado de Murcia, que conducian la vanguardia. Despues de pelear un rato fingieron los moros ceder, y se retrajeron poco á poco á las huertas, para atraer alli á los cristianos, como en efecto lo consiguieron. Saliendo entonces los que estaban en la celada, abrieron un fuego atroz contra los cristianos por flanco y por retaguardia, matando é hiriendo á muchos, y poniendo á los demas en confusion. Reforzado el Zagal con mas tropas que salieron de la ciudad, atacó de nuevo al enemigo, le obligó á volver las espaldas, y lo persiguió dando horribles alaridos, y haciendo en él un estrago enorme. Á este tiempo llegó felizmente el Rey con la demas tropa, y cubriendo la retirada de los suyos, se opuso con tanta firmeza á la furia de los moros, que los hizo retroceder, y encerrarse en la ciudad. Muchos caballeros de nota perecieron en esta refriega; entre otros don Felipe de Aragon, maestre de Montesa, sobrino del Rey é hijo natural de don Cárlos su hermano.

Con el descalabro de la vanguardia, se suspendió la marcha victoriosa del ejército cristiano; y Fernando, mas cauto ya por la leccion severa que acababa de recibir, acampó en las orillas del rio Guadalquiton que pasa por alli cerca, sin atreverse, con la fuerza que llevaba, á emprender el sitio de aquella plaza. Desesperando, pues, de desalojar de Baza al anciano guerrero el Zagal, levantó Fernando sus reales, y se retiró de alli como antes lo habia hecho de delante de Loja.

Vuelto á Murcia, tomó el Rey las medidas convenientes para la seguridad de las plazas conquistadas en este año: puso en ellas fuertes guarniciones y víveres en abundancia, y nombró por capitan mayor de todas á Luis Fernandez Portocarrero. Dadas estas disposiciones, y despedida la gente de guerra, se retiró el Rey á hacer oracion á la cruz de Carabaca.

Apenas fueron licenciadas las tropas del ejército invasor, salió de Baza el Zagal, y entrando á fuego y sangre por las tierras que acababan de someterse á Fernando, sorprendió el castillo de Nijar, que se guardaba con poca vigilancia, y pasó á cuchillo la guarnicion. Corrió despues con furor sanguinario toda la frontera, matando, hiriendo, y haciendo prisioneros á los cristianos donde quiera que los hallaba desprevenidos. El alcaide de Cullar, confiando en la fortaleza de este pueblo, que por su situacion y por su castillo parecia inexpugnable, se habia ausentado sin recelar ningun peligro. Presentóse alli el vigilante Zagal, asaltó el lugar, y á viva fuerza echó de él á los cristianos, que se refugiaron en el castillo. Un capitan veterano é intrépido, que se llamaba Juan de Avalos, tomó entonces el mando, resuelto á defenderse hasta el último extremo. Los moros, dueños ya del lugar, acometieron la fortaleza: los ataques fueron recios y repetidos, y la resistencia del alcaide obstinada y ejemplar; pero habiendo el enemigo minado una torre con parte de la muralla, penetró en el átrio del castillo. Aqui los cristianos redoblaron los esfuerzos, y subiendo á las torres se defendieron contra los moros con una lluvia de piedras, con pez hirviendo, flechas, y todo género de armas arrojadizas, logrando al fin lanzarlos del castillo. Cinco dias duró este combate. Los cristianos, rendidos por el cansancio y las heridas, estaban á punto de sucumbir; pero les animaban las exhortaciones de su animoso alcaide, y temian la muerte si caian en manos del Zagal. La llegada de Portocarrero, con una fuerza numerosa, los sacó de este peligro: el Rey moro abandonó el asalto; pero en su rabia y despecho incendió la villa, y se puso en marcha la vuelta para Guadix.

Á ejemplo del Zagal, dos capitanes moros, Alí Alatan el uno é Izá Alatan el otro, salieron de Alhendin y Salobreña, y asolaron todas las tierras que estaban sujetas á Boabdil, robando y destruyendo muchos de los lugares que se habian declarado por los cristianos. Los moros de Almería, de Tabernas y de Purchena, hicieron tambien entradas, y devastaron las tierras mas fértiles de Murcia, al paso que en la frontera opuesta, los pueblos de sierra bermeja corrieron á las armas, y sacudieron el yugo que acababan de admitir. El marqués de Cádiz con su actividad y vigilancia habia logrado suprimir una insurreccion de los moros de Gausin, lugar fuerte de la serranía; pero los que se habian hecho fuertes en castillos roqueros, ó torres, siguieron hostilizando á los cristianos, dando sobre ellos de improviso, y llevándose los hombres, los ganados, y todo género de botin á sus guaridas, donde quedaban al abrigo de toda persecucion.

Tales fueron las operaciones y sucesos que terminaron la campaña de este año, señalado por otra parte con un acontecimiento que parece digno de recordarse. Muy grandes (dicen los antiguos coronistas) fueron las aguas y tempestades que en este año prevalecieron en Castilla y Aragon. Parecia que se habian vuelto á abrir las cataratas del cielo, y que un nuevo diluvio iba á inundar la naturaleza. Los arroyos convertidos en rápidos torrentes, arrollaban en su hervoroso curso las casas y los molinos, destruian las mieses, y arrebataban los ganados. Los pastores veian anegarse sus rebaños, y huyendo del peligro se refugiaban en las torres y lugares altos. El plácido Guadalquivir se volvió un mar embravecido, cuyas olas inundaban todo el campo de Tablada, llenando de terror á los habitantes de Sevilla. Compelida por un viento recio, y acompañada de temblores de tierra, vino una negra y espesa nube, que donde quiera que pasaba arrebataba los tejados de las casas, y estremecia hasta sus cimientos las torres y las fortalezas. Los navíos en los puertos eran arrancados de sus amarras, y los que andaban por la mar, arrojados sobre las costas por la furia del huracan, se estrellaban contra las rocas, volando por el aire sus fragmentos. Grande fue la desolacion y ruina, que señaló el curso de esta perniciosa nube, asi por mar como por tierra. Á muchos pareció este trastorno de los elementos un evento prodigioso, fuera del órden natural, y no pocos lo consideraban como presagio de alguna calamidad iminente.

17.Cura de los Palacios, cap. 84.
18.Pulgar.
19.Crón. de Valera MS.
20.Cura de los Palacios.
21.Pulgar, Crónica.
22.Abarca, Anales de Aragon, tom. 2.º, ley 30, cap. 3.
23.Pulgar.
Возрастное ограничение:
12+
Дата выхода на Литрес:
28 сентября 2017
Объем:
190 стр. 1 иллюстрация
Переводчик:
Правообладатель:
Public Domain

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