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Las calles, la desigualdad interaccional y la sociedad

Las experiencias en las interacciones ordinarias y cotidianas son un espacio privilegiado para poner a prueba el vigor y la vigencia del principio de la igualdad en su afán de modelar las relaciones sociales. En estas interacciones, los individuos hacen la experiencia de la eficiencia, plausibilidad y modos de cristalización de la igualdad en las lógicas relacionales de la sociedad. Esta experiencia aporta a definir las orientaciones de su acción en el futuro. Al mismo tiempo, por intermedio de esta experiencia, los individuos son confirmados o desautorizados respecto de las formas de entenderse a sí mismos y al mundo social, pero también de sostenerse (vía dignidad, auto-respeto, etc.) y actuar (hacer uso o no de «pitutos», por ejemplo) en él. De este modo, la creencia en la igualdad (su fortaleza como ideal), su destino en la modelación de las relaciones sociales, su efecto para las orientaciones de la acción individual y su peso incluso en el bienestar personal pasan de manera importante por lo que se juega en el ámbito interactivo.

Un ejemplo puede servir para aclarar lo hasta ahora señalado. Si voy a un servicio de salud y no importando cuál sea la magnitud de mi sufrimiento, mi turno de atención se ve alterado por la llegada de una persona conocida por el médico tratante, es evidente que hay allí una experiencia que afecta mi expectativa de un trato justo e igualitario. La experiencia decantará, con probabilidad, en un saber sobre lo social en el que la lógica de los privilegios, ya sea por apellido, por recursos económicos o por apariencia, es una lógica activa que funciona ordenando el paisaje interactivo. Digamos que la experiencia topa con mis expectativas, con mis ideales igualitarios, y al hacerlo tiene un efecto de erosión. En esa misma medida, al chocar con mis ideales me devuelve una imagen de mí que afecta mi dignidad –aspecto en el que se ha concentrado el trabajo de Honneth (1997)–. Pero, más todavía, ella también contribuye a definir la dirección de mis estrategias de acción en el futuro y las formas en que las legitimaré. Puedo, así, por ejemplo, en otra situación futura, hacer uso de los privilegios que pueda movilizar, aunque ello vaya contra los ideales de trato igualitario que pueda tener, legitimando ahora mi acción con lo que la experiencia me ha mostrado sobre las lógicas sociales en acción («ya sé que no debería hacerlo, pero si no lo hago no lograré nada en una sociedad como ésta porque es así como funciona»).

Por eso, si no resulta extraño que las experiencias en las interacciones sociales ordinarias sean el espacio privilegiado de la verificación de igualdad, tampoco lo es que las experiencias en ellas resulten tan decisivas para los juicios y representaciones desde las cuales se produce la imagen de la sociedad en la que vivimos, pero también a partir de las cuales se define la adhesión o no al colectivo. Las interacciones sociales son una fuente privilegiada de insumos para los juicios acerca de la justicia efectivamente actuante en la sociedad y, por ende participan en establecer la magnitud del apego o desapego a ella. Finalmente, estas experiencias de desigualdad no sólo revelan lógicas sociales e intervienen negativamente en los montantes de adhesión al colectivo, sino que además aportan al desarrollo o a la preservación de cursos de acción que erosionan el ideal normativo de la igualdad. En la sociedad chilena, de manera específica, la disonancia entre la expectativa ideal de igualdad, de un trato igualitario a nivel de las interacciones con otros y con las instituciones, y las lógicas sociales que se generan en las experiencias que se enfrentan de manera ordinaria y cotidiana tienen como resultado que el ideal de igualdad pierda potencia para ser una orientación efectiva de las formas en que los individuos se conducen.

Las experiencias sociales de desigualdad en un contexto de elevadas expectativas de igualdad afirman el espacio para el uso desregulado del poder e interfieren en el desarrollo de la confianza indispensable para la coordinación social. Transforman diferencias en desigualdades de estatus y condición. Además, intervienen desordenando el campo de relaciones y obstaculizando la generación de un espacio común (Da Matta, 2002), horadan los principios de la autoridad y producen una tendencia a la retracción y a la gestión individual de los conflictos sociales. La pervivencia de la discriminación y de la lógica del privilegio que aquellas experiencias revelan en esta sociedad confirman la vigencia de una estructuración jerárquica de la misma (Bengoa, 2006; Larraín, 2001; Salazar y Pinto, 1999), la que interviene de manera activa como obstáculo para la construcción de un espacio que enlace a los individuos más allá de sus particularidades y que les permita en un cierto registro la experiencia de igualdad necesaria para producir una imagen de la sociedad y de sí mismos en ella, fundamento de toda democracia real.

Acercarse a esta dimensión de la desigualdad, como las desigualdades de trato y en particular las desigualdades interaccionales, es entonces reconocer una dimensión esencial de la democracia, aquella que se inscribe desde el tejido social. Las interacciones cotidianas se revelan así, y esta es probablemente la tarea más importante a futuro, como el campo de acción por excelencia para las tareas de democratización social indispensables para la sociedad chilena, y, como lo hemos intentado mostrar en este capítulo, en este ámbito la calle juega un rol especialmente destacado.

12 Este capítulo es una versión resumida y levemente modificada del documento de mi autoría «La Calle y las desigualdades interaccionales», publicado por el PNUD-Chile en Santiago en 2016. Agradezco al PNUD-Chile por el permiso para su reproducción.

13 Las reflexiones de este capítulo se basan en el análisis del material de la investigación etnográfica sobre las calles de Santiago, la que ha sido ya presentada en la introducción.

14 La tarifa integrada corresponde a la suma de la tarifa del servicio puro de la primera etapa del viaje y los valores aplicables a las combinaciones de los servicios utilizados en un periodo determinado. Así, los usuarios pueden realizar trasbordos entre buses troncales y el Metro con el pago de un pasaje por un tiempo de 60 minutos –más tarde aumentado a 90–, así como a su vez, trasbordos entre buses alimentadores y troncales o Metro con un costo adicional (Transantiago, 2005).

15 En efecto, el crecimiento mayor de la afluencia de público fue el de las líneas 4 y 4a que conectan dos comunas populosas del sur de la ciudad, La Granja y San Ramón. La composición de usuarios del Metro, desde el primer periodo en marcha del sistema Transantiago hasta el último reporte del año 2014, muestra que aumenta el flujo de usuarios del segmento D. En 2008, alrededor de un 8% corresponde al segmento ABC1, un 25% al C2 y un 42% al C3, mientras que un 20% corresponde al segmento D y un 5% al E. En 2014, cerca de un 11% es ABC1 (explicado por la expansión de la línea 1 hacia el oriente de la ciudad), un 26% C2, 30% C3 y un 33% D (Metro de Santiago, 2009 y 2014).

16 6,4 pasajeros por metro cuadrado promedio (Metro de Santiago, 2007, El Mercurio, 2017).

17 Esta lucha por el tiempo se expresa también en toda su capacidad de distorsión de las relaciones sociales en otra escena relatada por una actora-informante, una mujer de 60 años, vendedora en un puesto en El Llano en San Miguel: «El otro día chocó una camioneta con una micro y la gente de la micro se bajó a ver qué pasaba, casi todas eran mujeres, y empezaron a increpar a la señora porque no quería salir de delante de la micro. Tenía el auto cruzado. Entonces le empezaron a decir que se corriera, la señora del auto empezó a gritar, no se quería correr, el chofer no se bajaba, al final se bajó, y no se quería correr porque quería que llegaran carabineros, los cuales no aparecieron, llegó Paz Ciudadana de la comuna. Las personas comenzaron a hablar con Paz Ciudadana, con el chofer y la señora que gritaba, y le empezaron a decir que no le había hecho nada al auto. Otra señora que venía en la micro le gritaba a la señora del auto que se preocupara de la guagua que tenía adentro, que no hiciera más atado, que era una ataosa (sic), que tenía el medio auto, que no le había pasado nada, que para qué hacia tanto show, mientras los demás grababan la escena».

18 Para un análisis detenido de este medio de transporte ver el capítulo 5.

19 Ver los trabajos de Stecher y Godoy, 2014; Ramos, 2009; Soto, 2008; Dirección del Trabajo, 2009; Todaro y Yáñez, 2004.

20 Un 49% de los chilenos percibe una situación de mejora en su posición social respecto de sus padres, un 58% en el nivel de ingresos, un 54% en la situación laboral y un 53% en la vida familiar (Encuesta CEP, 2014).

21 La educación superior aumenta de una cobertura bruta de 15,6% en 1990 a 45,8% en 2011 entre personas de 18 a 24 años (Ministerio de Educación [MINEDUC], 2012).

22 En 1987, el 7% de los hogares del primer quintil de ingresos poseía tres bienes tales como lavadora, televisor, refrigerador y cocina a gas, mientras que en 2002 cerca de un 74% poseía tres o más de éstos (Ariztía, 2004).

23 Larraín, 2006; Ossandón, 2012.

24 Por cierto, la atribución de este vínculo, frecuente en nuestro material, sólo puede ser considerada como una forma de representación imaginaria y como tal es movilizada aquí. Sin embargo, es preciso recordar al mismo tiempo que los indicadores de bienestar anímico y psicológico aparecen, al menos tendencialmente, como mejores en los grupos de mayores niveles educativos que tienden a coincidir en el país con los de mayores recursos. Según una encuesta del Ministerio de Salud (2010), ante la pregunta «Durante las últimas 4 semanas, ¿con qué frecuencia se sintió desanimado(a) o deprimido(a)?», por nivel educacional (bajo, medio y alto) y sexo respondieron así: siempre: bajo 7,7%; medio 4,1%; alto 1,8% (H 2,4%; M 5,9%); casi siempre: bajo 15,2%; medio 11,6%; alto 6,4% (H 7,2%; M 14,7%); algunas veces: bajo 34,3%; medio 28,6%; alto 25,5% (H 27%; M 30,7%), nunca: bajo 17,7%; medio 24,8%; alto 25,8% (H 29,3%; M 18,4%) (Ministerio de Salud, 2010). Un análisis más detenido sobre esta relación a futuro podría dar más luces acerca del grado en que la experiencia estética está o no relacionada efectivamente con el grado de bienestar anímico.

25 Se omite el nombre de la población para mantener no sólo el anonimato de las personas involucradas, sino principalmente para evitar el efecto estigmatizante que puede producir su mención, riesgo especialmente innecesario cuando, como es el caso aquí, se trata de presentar esta realidad como expresiva de la realidad de muchas otras poblaciones.

26 Se realizó trabajo etnográfico en seis parques metropolitanos: Parque O’Higgins, Parque Quinta Normal, Parque Forestal, Parque Bicentenario, Parque Fluvial Renato Poblete y Parque de los Reyes.

Capítulo 3 El barrio alto

Brenda Valenzuela27

Para quienes residen en la ciudad de Santiago y sus alrededores, transitar por la metrópolis se vincula estrechamente con la satisfacción de ciertas necesidades, principalmente laborales. Desde las comunas más periféricas de la capital se emplea una cantidad no menor de horas de movilización para llegar hacia las zonas centro y oriente de la misma, ya que en estos lugares se ubican las mayores posibilidades de empleo, acceso a salud y educación. Algunas de estas comunas, las más periféricas –muchas de ellas las de menores recursos–, aún no cuentan con un servicio de movilización expedito como por ejemplo el que brinda el Metro de Santiago, y a pesar de ello, estudiantes, trabajadoras y trabajadores se desplazan a diario por medios de transporte como el Transantiago, el Metrotren o los distintos servicios de colectivos. La conectividad se configura como una problemática que históricamente se ha abordado desde el Estado. Acorde con las políticas económicas implementadas en dictadura, a partir de 1979 se desarrolló una política tendiente a liberar el mercado del transporte urbano incorporando nuevos buses y recorridos que mejoraron la cobertura y los tiempos de espera. Pero el sistema también originó una serie de externalidades en el funcionamiento de la ciudad que han tratado de corregirse con diversas iniciativas de los gobiernos democráticos después de los noventa. En el marco de estos proyectos de mejoramiento, a principios del siglo XXI el gobierno implementó un nuevo sistema de transporte público que integró el Metro con la locomoción colectiva (Memoria Chilena, BNC, 2018). En febrero de 2007 se inaugura el Plan Transantiago, y si bien actualmente existen 118 estaciones de Metro enlazadas a esta red de buses capitalinos, para un 27% de los usuarios su traslado se prolonga por 60 minutos y más (Fernández, 2016).

Casos emblemáticos de segregación urbana son los de los barrios Bajos de Mena de Puente Alto, Pozo Arenero de La Florida y Antupamu de La Pintana. Ellos concentran el 27,2% de la segregación urbana presente en la ciudad, dejando en evidencia la falta de conectividad, infraestructura, acceso a servicios y mobiliario urbano (Moraga, 2017). Estas comunas, además, son territorios históricamente estigmatizados por aspectos negativos como la delincuencia y la pobreza.

La comuna de La Pintana, por ejemplo, obtiene el lugar número 93 a nivel nacional con la peor calidad de vida en un estudio que considera un 40% de aspectos tales como vivienda y conectividad, según la medición realizada recientemente por la Universidad Católica y la Cámara Chilena de la Construcción, en el «Índice de Calidad de Vida Urbana de Comunas y Ciudades de Chile 2018» (CChC y PUC, 2018). En contraste, siguiendo esta medición, las comunas de Providencia, Las Condes y Lo Barnechea (comunas con mayor nivel socioeconómico y ubicadas en la zona oriente de la ciudad) cuentan con el primer, segundo y tercer lugar más favorable, respectivamente.

La división de la ciudad en dos, en materia política, económica, social y cultural, es de conocimiento público. Los sectores altos concentran los mayores ingresos y accesos a todo tipo de servicios. Por su parte, los sectores bajos, que corresponden a la población más pobre y más carente de intervención, están alejados del resto de la ciudad, bajo una segregación geográfico-administrativa que sustenta y al mismo tiempo se asegura de que estos dos «Santiagos» no se toquen. De este modo, un espacio que debiera ser común para todas y todos se encuentra parcelado en una dicotomía entre ricos y pobres, quienes casi nunca se ven.

En el marco de esta problemática surge la necesidad de generar una discusión respecto de la naturalización de la división de clases en los espacios públicos y la calle, concebida ésta como un constructo simbólico de lo común y de la igualdad28. En este contexto, además, resulta importante visibilizar que un amplio sector de los residentes de barrios populares y periféricos de la ciudad no sólo transitan escasamente y por razones laborales por la zona oriente de Santiago, sino que nunca o muy tardíamente llegan a conocer los sectores altos. Por esto, a partir del siguiente relato, que se enmarca en la realización de la investigación presentada en la introducción de este libro, se pretende reflexionar sobre la experiencia con y en el lugar del otro, en torno a observaciones participantes flotantes de carácter etnográfico que realicé en el barrio Sanhattan, ubicado en el límite de las comunas de Providencia, Las Condes y Vitacura. Estas observaciones me sirven de contraste entre este sector y los diferentes del centro de Santiago, tales como la Estación Central, terminales de buses, el Paseo Ahumada, cercanías de centros comerciales, entre otros, en los cuales también realicé un trabajo etnográfico simultáneo.

El objetivo de este capítulo es poder dar cuenta de los aspectos distintivos y relevantes de los actores e interacciones entre quienes comparten el espacio de Sanhattan y el barrio El Golf, a través de mi mirada como mujer joven y socióloga, residente de la comuna de San Bernardo, ubicada en la periferia de Santiago, creciendo en un barrio particularmente alejado del centro y de los servicios que éste ofrece.

Realicé mis estudios secundarios en comunas aledañas al lugar donde vivía, en colegios particulares subvencionados. Después opté por continuar en la educación superior (mediante créditos educacionales) en una universidad privada con vocación pública, la que se hace cargo de la problemática de una sociedad segregada, brindándonos un espacio y nivelación a jóvenes de los sectores menos beneficiados de la población. La universidad en la que estudié, está ubicada en la comuna de Providencia, en la zona que limita más con el centro que con el sector oriente de la ciudad. Ella queda a una hora y media de mi lugar de residencia. Salvo el tránsito por razones de estudio, nunca conocí los espacios públicos de ese «otro Santiago» con anterioridad. Este es el relato y el análisis no sólo de las calles que etnografié, sino de mi propia experiencia de ir por primera vez a lo que puede considerarse con toda propiedad el «barrio alto».

El texto lo he dividido en dos partes. La primera presenta el relato sin modificaciones del cuaderno de notas de dos observaciones participantes. La segunda vuelve a este relato pero para discutirlo, introduciendo una cierta distancia analítica del «yo» que observa.

Notas de campo

Llego al barrio Sanhattan por medio del Metro de Santiago, específicamente por la línea 1, que recorre desde la estación San Pablo (comuna de Lo Prado) hasta Los Dominicos (comuna de Las Condes). Me bajo en la estación El Golf.

Al subir al sector de boletería, preparo la cámara de mi celular para fotografiar la experiencia. Veo a algunas personas (en la fila dispuesta para recargar la tarjeta de pago del transporte público BIP), que por su vestimenta lucen muy similares entre sí. Lo esencial que las une es una cierta formalidad en todas ellas. En parte son sus vestimentas, en parte sus actitudes corporales. Puedo diferenciar en la fila a una mujer de baja estatura y con un vestuario que me indica que se trata de una trabajadora de casa particular (lleva pantalones de buzo holgados, zapatillas, suéter y encima un delantal a cuadros, y usa además el cabello tomado). Capturo una fotografía y sigo mi camino.

Salgo por el sector norte del Metro. Al subir al exterior me siento inmediatamente extraviada. Trato de buscar señaléticas con el nombre de las calles, comienzo a caminar y me doy cuenta de que el metro está a mitad de cuadra, afuera de un recinto municipal. Es distinto a los Metros que frecuento, que siempre están en las esquinas. Consigo ubicarme en el espacio gracias al mapa del celular, pues no me animo a preguntarle a alguien dónde estoy. Quiero pasar desapercibida, porque pretendo que nadie se dé cuenta de que estoy observando y anotando. Además, dado que nunca he estado aquí, no quiero que se note «tanto» que no conozco el sector. De cierta forma, busco evitar la mirada sobre mí, para no involucrarme en las situaciones que consigno.

Sigo caminando cerca de cuatro cuadras hacia el norte llegando a la calle Carmencita, por la cual entro y continúo dos cuadras. Allí el GPS me indica que llegué al sector de Isidora Goyenechea. Estoy justamente en la esquina de esta calle con Carmencita, a la entrada de una plaza llamada «Perú». Me detengo en este sector y observo: es una pequeña área verde que contiene juegos para niños en su interior, que no se distinguen a simple vista, ya que están rodeados de grandes arbustos plantados estratégicamente (imagino) para servir también de pared divisoria entre el área verde y la calle.

Veo a pocos niños. Los juegos lucen muy atractivos y se encuentran en excelentes condiciones, pienso, poniéndolos en comparación con los que están en mi barrio o, incluso, con los malls que visito. Los sectores infantiles que conozco en los espacios públicos siempre tienen algún defecto, o son escasos, o con muy poco mantenimiento, y casi siempre están cercados con mallas metálicas y con presencia de basura en sus alrededores. Al contrario, los juegos de aquí están limpios y en un ambiente de mucha seguridad. Asumo que este es el espacio familiar o infantil de la plaza.

Por otro lado, el suelo está conformado por alfombras de pasto sintético. El resto de la plaza tiene pasto natural y caminos demarcados para transitar. En barrios más pobres estas características son inexistentes. La falta de pavimento es un factor común en los espacios de juego, mientras el pasto natural (cuando existe) es escaso o se encuentra en mal estado.

Logro divisar la presencia de personal de seguridad destinado sólo para este sector. Se trata de guardias privados, asumo, dado que no llevan ningún logo municipal en sus uniformes. Al acercarme más, veo en una de las esquinas de la plaza un acceso hacia un subsuelo, con un letrero que dice «estacionamiento privado».

Hay mucha actividad en esta calle. Veo grandes edificios, tiendas, bancos y, sobre todo, lugares de comida. Debido a que llegué en horario de almuerzo, pude notar que estos últimos están llenos en su máxima capacidad. Se trata de grandes terrazas con decoraciones muy llamativas en colores negro o rojo, que parecen muy elegantes en mi inexperta opinión, ya que no puedo saber si realmente lo son o no para las personas que pertenecen a esta zona. Quienes almuerzan allí interactúan animadamente, por lo que se puede ver que este es un espacio de distensión.

Todas las construcciones que diviso son muy altas y pulcras. Así también las calles, que me parecen en extremo limpias. Me pregunto cuántas veces al día las asean para que luzcan así, pues no he visto personal de aseo en las calles aún. Conjeturo que quizá no es que se limpie más, sino que también son las personas quienes mantienen el aseo al no botar basura en las calles, sino que en los basureros dispuestos en las esquinas.

Otro aspecto que llama mi atención es que no hay rejas ni panderetas rodeando los espacios habitacionales y/o laborales. Sólo hay edificios sin ningún tipo de cercamiento, a excepción de algunos donde se presenta una suerte de apartado por medio de grandes espacios con árboles que sirven de pared divisoria entre un lugar y otro. Me resulta sumamente extraño lo que veo, puesto que pareciera ser obvio que todos quisiéramos proteger nuestros espacios privados. Sin embargo, este paisaje tan inusual pareciera ser parte de otra ciudad. No del Santiago en alerta por la delincuencia. Más aún, siendo este sector una zona donde presumo hay bienes de mucho más valor económico que en otros donde el cercado es un elemento básico de protección.

Al seguir caminando noto que hay una gran cantidad de lugares para sentarse a lo largo de toda la calle. Son las clásicas bancas de madera que hay en todas las plazas, pero éstas lucen de manera diferente, pues son llamativas al estar pintadas con distintas obras de arte, firmadas por sus autores.

Es imposible no notar las abismantes diferencias con todos los lugares que he etnografiado en las últimas semanas, que se ubicaban en las comunas de Santiago Centro por ejemplo, con la agitada vida del Paseo Ahumada, las conversaciones entre adultos mayores sentados afuera de los cafés para «caballeros», los predicadores evangélicos en la vía pública, las personas en situación de calle, escolares, universitarios, oficinistas, desempleados, entre otros. O en la Estación Central, con su paisaje compuesto por vendedores ambulantes y la disputa constante por el espacio público, junto a la alerta permanente por la llegada fiscalizadora de Carabineros de Chile.

La tónica en Sanhattan es ver transitar a adultos jóvenes y adultos, todas y todos vistiendo muy formales, las mujeres con vestidos rectos y cortos hasta la altura de la rodilla, con colores «vivos» y pantys negras, usando abrigos en colores rojo, beige, negro o azul, calzando botas de taco alto, en su mayoría por sobre las rodillas, maquilladas, muy peinadas y con algunas joyas discretas. Físicamente delgadas, independiente de la edad, y en general este último rasgo se acentúa mientras más adultas son, lo que resulta decidor en comparación con mujeres de este rango etario de sectores populares o periféricos. Lo que pude observar durante el proceso etnográfico es que esta característica física resulta ser todo lo contrario para mujeres que no pertenecen a estos espacios. Es fácil verlo incluso aquí, donde, además del uniforme, las trabajadoras de casa particular, de entre 40 años o más, poseen en general con una contextura física mucho más robusta que las de sus empleadoras de similar edad.

Los hombres, por su parte, visten de traje completo, esto es, terno, camisa en tonos claros y corbata. Algunos llevan abrigos largos en colores café o azul marino sobre sus trajes. En cuanto a sus bolsos, éstos varían según su ocupación (creo): usan mochilas oscuras o maletines. La mayoría de las personas lleva muy pocas cosas en las manos. Resulta llamativa la preocupación por el aspecto de parte de los varones. Independiente de sus edades, todos se presentan ordenados, pulcros y preocupados desde el cabello hasta los zapatos. Por otro lado, las mujeres llevan carteras de distintos tamaños, formas y colores.

Mientras me siento a observar, veo pasar ante mí al diputado Felipe Kast, a quien reconozco inmediatamente. Pasa conversando animadamente con un grupo de amigos. Llama mi atención debido a que es una figura política ampliamente conocida. Reflexiono en torno a lo distendido de su pasar por este barrio. Nadie lo observa tanto como yo. Pareciera ser normal que personas con cargos públicos de alto rango como él transiten por estas calles. Creo que en este espacio, el diputado es visto como un igual. Sanhattan le brinda la posibilidad del «anonimato», pues creo que sería poco probable que pudiera pasar en otro barrio céntrico o periférico de la ciudad.

Es común también ver a madres con sus hijos pequeños, de 2 a 5 años aproximadamente. O ver a parejas pasear con coches o con más de un bebé. Puedo notar que el concepto y la experiencia de familia están muy presentes en el sector. A diferencia de los otros espacios que estuve observando, aquí sí he visto a muchas niñas y niños. En general, casi todos los infantes que observo pasar tienen la piel y los cabellos muy claros. Los adultos, a su vez, se presentan más heterogéneos. Los hombres tienen el pelo en su mayoría castaño o negro, en cambio las mujeres llevan el cabello de varias tonalidades de rubio, muy probablemente una parte importante de ellas con tintura, lo que delata la relevancia de la marca social de llevar esta apariencia. De igual manera, tienen la piel muy clara. No veo a nadie de raza negra, por ejemplo. Es fácil distinguir a simple vista a trabajadoras de casa particular, jardineros, constructores, personal de aseo y ornato, repartidores de gas, entre otros. La visibilidad de los foráneos es extremadamente alta.

Pasan grupos numerosos conversando amenamente. Al caminar cerca de otras personas puedo oír que nadie habla de sus intimidades en el espacio público, en comparación a lo que pude escuchar, por ejemplo, cuando transitaba el sector de Vicuña Mackenna, en La Florida, donde se podía escuchar a las personas tratando asuntos personales. En Sanhattan las conversaciones que escucho son referentes al trabajo o la vida cotidiana, pero siempre de manera anecdótica y con poca profundidad.

En la calle todos conversan en voz alta, ocupan mucho el espacio y caminan sin prisa exagerada. Nadie mira con especial atención a estos grupos de personas. Al parecer, es normal y estas actitudes no son llamativas. Quienes andan solos, revisan o hablan por el celular.

Muchas personas que circulan por aquí conversan en otros idiomas. Distingo mayormente el inglés y el francés.

Son pasadas las 16 hrs. y veo caminar delante de mí a dos ciudadanas peruanas que, presumo, son de mediana edad, cercanas a los 40 años quizás. Van muy maquilladas y probablemente trabajan aquí, pero no visten de manera formal ni de uniforme, sino que lucen similares a las personas que vi en la Estación Central (esto es, con ropa casual). Me pregunto qué harán por aquí. Me doy cuenta de qué manera el espacio y sus reglas las hacen resaltar como cuerpos extraños.

Paso nuevamente por la plaza inicial y veo a dos personas jóvenes con sus canes, que son grandes y de raza (desconozco cuál). Tienen un pelaje llamativo y muy cuidado. Se nota que en este sector las mascotas, tanto como las personas, tienen acceso a los mejores servicios, desde los lugares de paseo y recreación hasta el cuidado y dedicación que sus dueños tienen con ellos. En otros sectores que he frecuentado en la zona «baja» de la ciudad resulta extraño ver a personas pasear con sus animales, mucho menos llevarlos con correas y bolsas para recoger sus desechos.

A primera vista, el sector de Sanhattan me hace reflexionar respecto a las profundas desigualdades materiales, geográficas, económicas y culturales que estoy presenciando y que también, inconcebiblemente, son parte de la misma ciudad.

***

Son cerca de las 17 hrs. del día lunes 16 de mayo de 2016. Esta vez al salir de la estación del Metro El Golf, camino hacia el sur y sigo por la calle Enrique Foster hacia el interior. Me siento menos extraviada que la primera vez, pero, de todas maneras, sigo guiándome por la aplicación de mapas del celular.

Me llama la atención la gran cantidad de vehículos que entran por esta calle y que se dirigen al sector de Sanhattan. Mientras camino, veo edificios que cuentan con amplia presencia de seguridad privada. Guardias de seguridad hay tanto en los espacios privados como en las calles. Pienso que se reemplaza el uso de rejas o cercos, que sí hay en otros barrios, por personal de seguridad y, sobre todo, un sentido de estética.

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9789560013545
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