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Francisco, siguiendo su lógica misionera, pide que el Evangelio sea anunciado de corazón a corazón, nunca bajo la sensación de una conquista, sino a través de la amistad, de la fraternidad, de la cercanía 20. Y esto no significa de ninguna manera una pérdida de autoridad. Justamente sucede lo contrario: se gana autoridad 21. Se trata de estar presente en la calle, para encontrarse con las personas sin distancias, de persona a persona, sin miedo, sin extraños formalismos que no son otra cosa que caminos de distanciamiento 22. Esta lógica de reducir distancias nos confirma que el mundo está en busca de una verdadera alegría más que de una abstracción de verdad y justicia. Muchas veces, la causa de esta distancia es producida por los mismos misioneros si la verdad que proponemos y la justicia que defendemos no es expansiva y no da alegría a la humanidad. Don Mazzolari argumenta que, «si el hombre que vigila tiene el rostro duro del carcelero en lugar del rostro de alegría del hombre libre, no solo no vendrán a preguntar sobre la verdad, sino que se cerrarán a nuestra propuesta, y esto significará que nos llevaremos a casa un problema más». El don que cuenta es la alegría, y la elección del papa Francisco es la de construir un pueblo lleno de alegría, que la tiene ciertamente y desea comunicarla, aquella alegría que los más alejados desean ver siempre en nuestro rostro 23.

5. Contemplar al pueblo y dialogar con él

Debemos descubrir la alegría en el pueblo de Dios, como san Pablo en la comunidad de Corinto. Es importante, hoy más que nunca, descubrir a Dios, que habita dentro de nuestras familias. Debemos desvelar la presencia de Dios, que «no debe ser fabricada, sino descubierta» 24. Dios no se aleja ni se oculta ante nadie que se le acerque con corazón sincero. Así descubriremos un pueblo mucho más grande de lo que nosotros a veces imaginamos. Debemos contemplar así a este pueblo nuestro y tener con él un diálogo sincero, como el que Jesús mantuvo con la samaritana.

En este camino de misión, todos nos vemos implicados, y todos deseamos descubrir el valor y la alegría de esta implicación, de este pertenecer al pueblo, si bien esto también desvela el cansancio de nuestras realidades más humanas. Muchas veces nos hemos conformado con vivir solo ad intra, en una visión del pueblo muy reducida a nuestra interioridad, con actividades muy limitadas a nosotros mismos, de manera que con frecuencia hemos perdido la razón de nuestras mismas propuestas. La conversión pastoral y misionera 25 nos ofrece el motivo por el cual nosotros pertenecemos a este pueblo de Dios. La mies que nos espera es grande, nos referimos a la compasión ante tantos hombres y mujeres, sin el deseo de juzgarlos, pues han sido encontrados cansados, como ovejas sin pastor.

De hecho, nos encontramos ante la superación del nacionalismo de Jonás. Este Dios que ama a los enemigos, en la mentalidad del profeta Jonás, no deja de ser algo perturbador inicialmente, algo que nos debe poner en alerta. Ciertas resistencias profundas nacen de esta concepción ideológica de nuestra propia identidad. El papa Francisco piensa y desea impulsar la vivencia del pueblo, que va siempre más allá, hacia el resto, hacia toda la humanidad, hacia el mundo. Francisco desea salir de una comprensión demasiado organizativa para recuperar un impulso verdaderamente misionero. Nuestras parroquias y experiencias más cercanas nos revelan ciertamente la dificultad de esta empresa, pues se nos exige muy convencidamente salir de nuestras lógicas autorreferenciales y superar unos planteamientos muy organizativos, para recuperar una verdadera dimensión misionera. Nos llena de profunda tristeza estar relativamente bien organizados, quizá, pero, al fin y al cabo, solos.

6. Escuchar al pueblo

Cuando hablamos del sensus fidei 26, nos referimos a una infalibilidad del pueblo en su acción de creer. Francisco la define como infallibilitas in credendo. Dios otorga a la totalidad de los fieles un instinto de la fe. La presencia del Espíritu concede a los cristianos una cierta connaturalidad con las realidades divinas, y de ahí nace para todos nosotros la realidad de la actitud de una auténtica escucha, que se trata de una necesidad mucho más amplia y profunda de lo que normalmente llegamos a pensar.

En este sentido, Francisco comenta el pasaje bíblico del leproso 27. La cuestión es fundamental: ¿debemos defender a los sanos o remediar a los enfermos? De hecho, esto nos remite a la imagen de un pueblo basado en una unidad tan limitada que parece argumentar a favor de una actitud cerrada ante «los otros». Para Francisco, la verdadera defensa de los sanos es remediar la salud de los enfermos. Esta es la disposición misionera que permite crecer como pueblo, y concretamente como «pueblo grande».

Al inicio del Año de la fe, Benedicto XVI expresa una idea muy sugerente con gran visión:

En estos decenios ha avanzado la desertificación espiritual [...] En el desierto se descubre el valor de lo que es esencial. [...] Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza [...] el viaje es metáfora de la vida, y el viajero sabio es aquel que ha aprendido el arte de vivir y lo comparte con los hermanos, como sucede con los peregrinos a lo largo del Camino de Santiago o en otros caminos, que no por casualidad se han multiplicado en estos años. ¿Por qué tantas personas sienten hoy la necesidad de hacer estos caminos? ¿No es quizá porque en ellos encuentran, o al menos intuyen, el sentido de nuestro estar en el mundo? Así podemos representar este Año de la fe: como una peregrinación en los desiertos del mundo contemporáneo, llevando consigo solamente lo que es esencial: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni dos túnicas, como dice el Señor a los apóstoles al enviarlos a la misión (cf. Lc 9,3), sino el Evangelio y la fe de la Iglesia 28.

Así, para Benedicto XVI se retoma la imagen sobria y verdadera de la Iglesia del Concilio. Se trata de una peregrinación a través de los desiertos del mundo, más allá de las dificultades reales del presente, para ofrecer lo que de hecho es esencial. Coincide así, a mi entender, con lo que Francisco propone y nos invita a vivir. No se trata solo de ser y configurar una «minoría creativa» 29, expresión sugerente y brillante, para fortalecer y apuntar hacia un gran diálogo intelectual, ético y humano, sino de dar pie a ser el pueblo de Dios que peregrina a través de la historia, y aquí vemos la novedad de Francisco: la predicación informal. Se trata de hablar a toda persona del Evangelio, como un compromiso cotidiano en el que se ve implicado todo el pueblo cristiano:

Se trata de llevar el Evangelio a las personas con las que cada uno trata, tanto a los más cercanos como a los desconocidos. Es la predicación informal que se puede realizar en medio de una conversación y también es la que realiza un misionero cuando visita un hogar 30.

Se trata de escuchar primero y hablar después. Así, el mismo papa Francisco, al final del Sínodo dedicado a los jóvenes, pidió perdón por la falta de atención y de tiempo dedicado a escuchar a los jóvenes.

7. La santidad del pueblo de Dios

No podemos olvidar tampoco la referencia a la llamada de santidad que Dios hace para todo el pueblo de Dios, y que Francisco ha subrayado con insistencia 31. Francisco insiste en una santidad personal y a la vez posible, haciendo referencia a esos testimonios de fe en Jesús que se encuentran tan cerca de la vida cotidiana, «los santos de la puerta de al lado» 32. Se trata de una santidad que no tiene que ver con una «salida de uno mismo», con modelos lejanos, inalcanzables, sino que tiene más relación con un movimiento interno, esto es, «entrar dentro de uno mismo».

En la concepción de Francisco sobre el pueblo de Dios se relacionan estrechamente, salvaguardando los oportunos espacios de autonomía y crecimiento, el ámbito del «yo» con el ámbito del «nosotros». Se relacionan de manera pacífica dentro del contexto del pueblo de Dios. El «yo» más profundo está llamado a la santidad, a la propia santidad, sin caer en la tentación de copiar modelos y sin renunciar a la propia capacidad individual de traducir en la vida cotidiana la inspiración del Espíritu de Dios. Es la propia santidad, aquella que se concentra en la vivencia de los propios dones del Espíritu, la que permite vivir el servicio al entero pueblo de Dios.

La Iglesia, por su parte, si no se concibe como «en salida», nos crea verdaderas dificultades para reconocerla como Iglesia. El hecho de «salir» nos permite, precisamente, entrar en la dinámica del «perderse» y del «reencontrarse». Dinámica difícil de digerir, pero que se encuentra en la vivencia propia del Espíritu que acompaña al pueblo de Dios hacia la santidad. Se trata de una propuesta que encuentra su base en la experiencia madurada a través del diálogo con la vida, en el interior de una ósmosis constante entre «experiencia viva» y «reflexión», que intenta leer e interpretar la vida.

8. Contra una herejía ideológica

Un planteamiento ideológico de la realidad ha comportado siempre una reducción de esa realidad, y por tanto ha provocado una visión parcial de los problemas y de las soluciones. Esa actitud induce a la exaltación de unos aspectos y al menosprecio de otros, y, por tanto, da pie a la hostilidad hacia personas individuales, grupos eclesiales determinados o algún sector específico del pueblo de Dios. De esta amenaza, la relación entre el amor y la verdad se ve claramente afectada, hasta caer en el hecho de indicar una nueva dualidad que parece totalmente insalvable cuando descubrimos que no hay verdad sin amor ni amor sin verdad.

Para Bergoglio, la categoría de encuentro –y no la cultura del desencuentro, del conflicto– es un elemento crucial del pueblo. Dicha categoría de comprensión nos conduce al diálogo. El encuentro con «el otro» se produce efectivamente cuando «me descubro herido por el rayo de luz de su ser», «cuando soy tocado por su acción» 33. Esta categoría resulta un planteamiento esencial en el pensamiento bergogliano para entender su visión antropológica.

9. El pueblo como sujeto pleno de la misión

Para Francisco, «todo» el pueblo es sujeto de la acción y de la responsabilidad misionera. Una misión siempre llamada, obviamente, a la conversión. Misión y pastoral se buscan y se alimentan mutuamente. Nada más lejos, en el pensamiento de Francisco, que una misión sin pastoral o una pastoral que no sea misionera. Si existe la pastoral sin la misión, reducimos la pastoral a simples ejercicios de laboratorio; son solo preocupaciones abstractas, reflexiones sin significado. Al contrario, si existe una misión sin pastoral, el riesgo es el de perder el tono, el equilibrio, el sentido y la razón de nuestro cometido de anunciar el Evangelio a todo el mundo.

Se hace importante descubrir el valor y el peso de «lo sentido». Los discursos y gestos de Francisco son muy significativos y muy buenos ejemplos, como el don de lágrimas, la conmoción por los emigrantes, la compasión por las víctimas de las guerras, esto es «el sentir interior». Sabemos, por tanto, que la experiencia espiritual así como «el sentir» han sido para el mundo códigos puestos a veces en el ámbito de la sospecha en el campo de la teología católica, criticados por su excesivo subjetivismo. Francisco, en la visión que tiene del pueblo de Dios, sujeto pleno del anuncio del Evangelio, une la ortodoxia, todo aquello que es creído, con la ortopraxis, con todo lo que conlleva de capacidad de concreción del Evangelio en la vida, y la ortopatía, esto es, la capacidad de apreciar al sujeto creyente con un corazón humano, una sensibilidad evangélica. Nos referimos al misterio de la comunicación, esto es, del «sentir» con «el otro», lo cual nos permite entender que el encuentro no solo se produce a nivel técnico, a nivel programático específico, sino que siempre hay algo que va más allá de un contenido concreto.

La Iglesia se encuentra ante un gran reto, y no tenemos todas las respuestas 34. Por eso la pastoral significa que nos encontramos ante el arte del discernimiento de la acción de Dios, que se acerca y actúa en la vida de las personas y más allá de estas. Se trata de una presencia, la de Dios, que no debe ser fabricada, sino descubierta. Esta actitud es básica para nuestro enfoque de la misión y de la pastoral, y que dice mucho y bien del pueblo como sujeto misionero, otorgándole un gran protagonismo, no teórico, sino efectivo y sinodal. Este es el motivo por el cual el pueblo de Dios, con sus necesidades, sus heridas y sus esperanzas, afronta su horizonte propio, a saber, el deseo de desvelar la presencia de Dios en la historia de la humanidad como una referencia básica y esencial de la reflexión teológica de la visión de Francisco.

La Iglesia se posiciona en la historia a partir de la imagen de Jesús, que se arrodilla ante sus discípulos para lavar sus pies 35. Esta imagen se manifiesta como un lugar teológico real y simbólico en el cual toda autoridad es reinterpretada como un servicio, esto es, como capacidad de entregar la vida y darla a favor de la humanidad. En esa actitud de servicio entendemos lo que significa la esencia del bien común. El pueblo es llamado a realizar una elección de servicio que le aporte valor y que permita sentir que, sea quien sea el «el otro», será al futuro a quien debemos anunciar el Evangelio.

UNA IGLESIA MADRE DE MISERICORDIA
Y SAMARITANA

MARGARITA BOFARULL I BUÑUEL

Barcelona

1. La misericordia esencia del pontificado de Francisco

En la bula de convocatoria del Jubileo extraordinario de la misericordia, Misericordiae vultus, hallamos la afirmación que centra y resume la esencia del pontificado de Francisco, un pontificado marcado por la misericordia, apasionado por la misericordia, deseoso de misericordia, impulsor de misericordia:

La misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor misericordioso y compasivo 1.

Es claro el deseo, la petición y la convicción de Francisco para la Iglesia, y así lo expresa en otras innumerables ocasiones al terminar el Jubileo extraordinario en la carta apostólica Misericordia et misera:

La misericordia no puede ser un paréntesis en la vida de la Iglesia, sino que constituye su misma existencia, que manifiesta y hace tangible la verdad profunda del Evangelio. Todo se revela en la misericordia; todo se resuelve en el amor misericordioso del Padre 2.

2. Lema papal. La misericordia y la biografía de Francisco

Jorge Mario Bergoglio, el primer papa americano, jesuita argentino, nacido en Buenos Aires el 17 de diciembre de 1936, hijo de emigrantes piamonteses, invita a la Iglesia a lo que podríamos llamar «la gran revolución de la misericordia».

En la breve biografía del papa que hay en la web del Vaticano se puede leer, en referencia a la época en la que era arzobispo de Buenos Aires: «A sus sacerdotes siempre les ha recomendado misericordia, valentía apostólica y puertas abiertas a todos». Lo peor que puede suceder en la Iglesia, explicó en algunas circunstancias, «es aquello que De Lubac llama mundanidad espiritual, que significa ponerse a sí mismo en el centro» 3.

Misericordia y descentramiento del propio yo van íntimamente ligados, tanto conceptualmente como en la aportación teológica y pastoral del papa Francisco.

a) Lema papal «Miserando atque elegendo». Experiencia amorosa de Dios en la vida del joven de 17 años Jorge Mario Bergoglio

El escudo papal conserva a grandes rasgos el que era su escudo episcopal. El lema del papa Francisco, Miserando atque eligendo, proviene de las homilías de san Beda el Venerable, sacerdote que, comentando el episodio evangélico de la vocación de san Mateo, escribió: Vidit ergo Iesus publicanum et quia miserando atque eligendo vidit, ait illi: «Sequere me». En la web oficial vaticana se explica:

Esta homilía es un homenaje a la misericordia divina y se reproduce en la Liturgia de las Horas de la fiesta de San Mateo. Reviste un significado particular en la vida y en el itinerario espiritual del papa. En efecto, en la fiesta de San Mateo del año 1953, el joven Jorge Bergoglio experimentó, a la edad de 17 años, de un modo del todo particular, la presencia amorosa de Dios en su vida. Después de una confesión, sintió su corazón tocado y advirtió la llegada de la misericordia de Dios, que, con mirada de tierno amor, le llamaba a la vida religiosa a ejemplo de san Ignacio de Loyola. Una vez elegido obispo, monseñor Bergoglio, en recuerdo de tal acontecimiento, que marcó los inicios de su total consagración a Dios en su Iglesia, decidió elegir, como lema y programa de vida, la expresión de san Beda Miserando atque eligendo, que también ha querido reproducir en su escudo pontificio 4.

Jorge Mario Bergoglio experimentó el amor misericordioso de Dios de tal modo que transformó toda su vida. Podríamos ver una similitud entre esta experiencia del joven Bergoglio con la de san Ignacio cerca del río Cardener. Son experiencias fundacionales que iluminan y sostienen el resto de la vida. La misericordia no es fruto de un acto voluntarista, sino de un encuentro, un encuentro que trastorna la vida, el encuentro con el amor de Dios, el encuentro con Jesucristo. La Iglesia solo puede ser misericordiosa si entra continuamente en el dinamismo del amor trinitario. Podemos amar porque Dios nos amó primero 5. «En toda la vida de la Iglesia debe manifestarse siempre que la iniciativa es de Dios, que “nos amó primero” (1 Jn 4,19)» 6.

b) Bergoglio jesuita. La espiritualidad ignaciana y la misericordia

En 1958, Bergoglio entró en el noviciado de la Compañía de Jesús. La espiritualidad ignaciana que conforma su vocación incide en su experiencia de misericordia y la despliega. Al final del libro de los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola, en la «Contemplación para alcanzar amor», leemos: «Primero conviene advertir en dos cosas: la primera es que el amor se debe poner más en las obras que en las palabras» 7. El amor no puede quedarse solo en palabras o deseos: debe traducirse en obras. No en vano hablamos de «obras de misericordia». Y esta experiencia de los Ejercicios va impregnando la vida de Bergoglio. El «buscar y encontrar a Dios en todas las cosas» ignaciano pasa por la experiencia de que podemos amar porque Dios nos amó primero, y este amor debe traducirse en obras. La «Contemplación para alcanzar amor» es un puente que posibilita ser contemplativo en la acción, deseoso de buscar y encontrar a Dios en el corazón de la vida: en todo amar y servir 8.

Una Iglesia madre de misericordia y samaritana es una Iglesia que ama, donde las obras verifican las palabras y proclaman «la Palabra». La Iglesia es samaritana porque la fe en Jesucristo, muerto y resucitado, comporta la invitación a dar la vida por amor, como lo hizo el mismo Jesucristo. No podemos decir que creemos en aquel a quien no confiesan nuestras obras.

Francisco, como buen jesuita –recordemos que la Compañía propagó por el mundo la devoción al Sagrado Corazón– se acerca a la misericordia desde el Corazón de Jesús, desde ese Corazón que es vida para la humanidad y que quiere la vida de todos.

El corazón de Jesús es el símbolo por excelencia de la misericordia de Dios. [...] En los evangelios encontramos diversas referencias al corazón de Jesús, por ejemplo, en el pasaje donde Cristo mismo dice: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón» (Mt 11,28-29). [...] Del corazón de Jesús, Cordero inmolado en la cruz, brota el perdón y la vida para todos los hombres. Pero la misericordia de Jesús no es solo un sentimiento, ¡es una fuerza que da vida, que resucita al hombre! 9

La misericordia es fuerza de vida, le devuelve a la persona su rostro más primigenio, la vuelve a poner en pie cuando ha caído, nos recuerda que Dios no se cansa jamás de perdonar; Dios confía siempre en nosotros, nos acepta más allá de lo que nos podemos aceptar nosotros mismos. La mirada de Dios ilumina nuestro rostro, nuestra vida, nos da vida. Siempre es perdón, amor, llamamiento. Cuando no creemos ser merecedores de nada, Dios nos hace merecedores de todo por su amor entrañable.

Bergoglio bebe de los sentimientos del Corazón de Jesús; es el Corazón del que extrae la fuerza para amar, el Corazón misericordioso por excelencia. En la formación teológica del jesuita Bergoglio tiene una influencia clara el pensamiento del teólogo jesuita francés, de la escuela de los jesuitas de Lyon-Frouvier, Gaston Fessard, sobre todo a través de su libro La dialéctica de los Ejercicios espirituales de san Ignacio de Loyola 10. Fessard y el también jesuita De Lubac son protagonistas de la escuela de Lyon y tienen gran influencia sobre Bergoglio. También Michel de Certeau, jesuita, teólogo, historiador y filósofo, tuvo impacto en Bergoglio, sobre todo a partir del prefacio que escribió para el «Memorial» de Pierre Favre 11.

c) Vida en las periferias

Nuestra biografía se escribe sobre una biología. Hay una parte importante de nuestra vida que nos viene dada: genética, lugar de nacimiento, familia, etc., pero sobre esta vamos labrando nuestra identidad y nuestra vida misma sobre la base de las decisiones que tomamos, la formación que nos procuramos, las ubicaciones que elegimos, la estimación que ofrecemos y a la que nos abrimos, etc. Tenemos una responsabilidad moral en la educación de nuestra sensibilidad. Hay sensibilidades que nos vienen dadas por el lugar donde nacimos, por la familia y las circunstancias personales, etc., pero hay otra sensibilidad que debemos procurarnos si queremos de verdad amar a todos como Dios ama.

Bergoglio se ha acercado siempre a las personas que viven en las periferias, en la miseria y la pobreza, no solo materiales. Se procuró una sensibilidad esmerada, como la que muestra Jesús en el relato evangélico de la viuda pobre 12. Es bien conocido que Bergoglio intentaba utilizar siempre el transporte público para hacer sus visitas pastorales, incluso siendo arzobispo de Buenos Aires 13. Esta manera de desplazarse proporciona una mirada y una cercanía con las personas que no da el transporte privado.

El contacto y la comunicación habituales con la humanidad sufriente han ido configurando la sensibilidad de Francisco, han tocado su corazón y han despertado su «compasión». Francisco ha escuchado el grito del Señor, ha ido adquiriendo una sensibilidad que le ha hecho estar atento al sufrimiento de la humanidad, de los más pobres y apartados de nuestro mundo, de los que a menudo son «invisibles» para quienes tienen poder de cualquier tipo. Bergoglio es pastor que hace camino con las «ovejas» que le han encomendado, intentando que ninguna quede excluida o ignorada.

3. ¿Qué es la misericordia?

En el Sermón 358 A, san Agustín explica qué es la misericordia:

Se trata de lo siguiente: ¿qué es la misericordia? No otra cosa sino una cierta miseria contraída en el corazón. La misericordia trae su nombre del dolor por un miserable: la palabra incluye otras dos: miseria y cor, «miseria» y «corazón». Se habla de misericordia cuando la miseria ajena toca y sacude tu corazón 14.

Santo Tomás lo corrobora:

Según san Agustín, en IX De civ. Dei, la misericordia es la compasión que experimenta nuestro corazón ante la miseria de otro, sentimiento que nos compele, en realidad, a socorrer, si podemos. La palabra «misericordia» significa, en efecto, tener el corazón compasivo por la miseria de otro 15.

4. Iglesia madre de misericordia y samaritana.

Aportaciones del papa Francisco

El papa Francisco aporta a la Iglesia su vida, su espiritualidad y carisma.

a) Teología desde las periferias

Es harto conocido que el lugar desde el que hacemos teología marca nuestra mirada y nuestra reflexión. El papa Francisco ha vivido y acompañado a las personas que viven en las periferias geográficas y existenciales, sobre todo en Argentina. Los pobres han «tocado» y «trastocado» su vida, y eso ahora lo aporta a la Iglesia universal, pasado por la oración y el discernimiento.

La teología del papa Francisco es una teología desde los pobres. Cuando uno ha conocido las villas miseria, no puede seguir viviendo del mismo modo, y Francisco ha ido a muchas villas miseria del mundo, no solo en Argentina, y ha dejado que las vidas de sus pobladores le afectaran. Francisco quiere un contacto permanente con las personas, escucha y acompaña, evita repliegues y privilegios.

El nombre que elige para su pontificado, siguiendo la petición que le hizo el cardenal Hummes –«No te olvides de los pobres»–, es Francisco. Bergoglio elige el nombre del Poverello de Asís. Los pobres están muy presentes en su vida y en la vida de la Iglesia.

Su teología 16 recoge este clamor de la humanidad, sobre todo de quienes son víctimas de la que él llama «cultura del descarte». Así, frente a lo que denomina «globalización de la indiferencia», Francisco propone la misericordia. La Iglesia que quiere Francisco es una Iglesia pobre, de los pobres y para los pobres. «Hay un signo que no debe faltar jamás: la opción por los últimos, por aquellos que la sociedad descarta y desecha» 17. En el contexto del Jubileo extraordinario de la misericordia, en la homilía del Jubileo de las personas socialmente excluidas, el papa expone:

Precisamente hoy, cuando hablamos de exclusión, vienen rápido a la mente personas concretas; no cosas inútiles, sino personas valiosas. La persona, colocada por Dios en la cumbre de la creación, es a menudo descartada, porque se prefieren las cosas que pasan. Y esto es inaceptable, porque el hombre es el bien más valioso a los ojos de Dios. Y es grave que nos acostumbremos a este tipo de descarte; es para preocuparse cuando se adormece la conciencia y no se presta atención al hermano que sufre junto a nosotros o a los graves problemas del mundo, que se convierten solamente en una cantinela ya oída en los titulares de los telediarios.

Hoy, queridos hermanos y hermanas, es vuestro Jubileo, y con vuestra presencia nos ayudáis a sintonizar con Dios, para ver lo que él ve: él no se queda en las apariencias (cf. 1 Sam 16,7), sino que pone sus ojos «en el humilde y abatido» (Is 66,2), en tantos pobres Lázaros de hoy. Cuánto mal nos hace fingir que no nos damos cuenta de Lázaro, que es excluido y rechazado (cf. Lc 16,19-21). Es darle la espalda a Dios. ¡Es darle la espalda a Dios! Cuando el interés se centra en las cosas que hay que producir en lugar de las personas que hay que amar, estamos ante un síntoma de esclerosis espiritual. Así nace la trágica contradicción de nuestra época: cuanto más aumenta el progreso y las posibilidades, lo cual es bueno, tanto más aumentan las personas que no pueden acceder a ello. [...]. Porque no se puede estar tranquilo en casa mientras Lázaro yace postrado a la puerta; no hay paz en la casa del que está bien cuando falta justicia en la casa de todos 18.

La teología a la que podríamos denominar «desde los márgenes» implica una pastoral de misericordia como nota característica.

b) Iglesia «experta» en misericordia

El papa Francisco pide que la Iglesia, madre de misericordia, sea una Iglesia atrevida y valiente, en salida, abierta, que arriesgue para evangelizar y amar, que sepa «renunciar a las urgencias para acompañar al que se quedó al costado del camino» 19. Una Iglesia que se deje afectar por las heridas del mundo, por las «periferias geográficas y existenciales» 20, a las que es enviada para hacer llegar el amor de Jesucristo, una Iglesia que no sea autorreferencial.

La teología del papa Francisco está impregnada de misericordia. Es significativo que fuera este el tema de su primer rezo del Ángelus como obispo de Roma, y que hablara del libro del cardenal Kasper:

En estos días he podido leer un libro de un cardenal –el cardenal Kasper, un gran teólogo, un buen teólogo– sobre la misericordia. Y ese libro me ha hecho mucho bien. Pero no creáis que hago publicidad a los libros de mis cardenales. No es eso. Pero me ha hecho mucho bien, mucho bien. El cardenal Kasper decía que, al escuchar «misericordia», esta palabra cambia todo. Es lo mejor que podemos escuchar: cambia el mundo. Un poco de misericordia hace al mundo menos frío y más justo. Necesitamos comprender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso que tiene tanta paciencia... Recordemos al profeta Isaías cuando afirma que, aunque nuestros pecados fueran rojo escarlata, el amor de Dios los volverá blancos como la nieve. Es hermoso esto de la misericordia 21.

Francisco pide constantemente que la Iglesia sea experta en misericordia, que deje las autorreferencias personales y grupales y que mire, acoja y proclame la Buena Nueva del amor misericordioso de Dios manifestado en Jesucristo. «Que recuerde que es el Espíritu Santo quien lo hace todo» 22. Que en la Iglesia no hay rincones impermeables a la misericordia de Dios. Solo las entrañas misericordiosas de Dios nos libran de este «yo» autorreferenciado y nos llevan a ser portadores de amor en nuestro mundo, un mundo en el que tanto faltan la compasión y el amor verdadero.

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9788428837842
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