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La centralidad del tema de los pobres en el pensamiento del papa invita a leer la historia de la salvación en categorías menos genéricas y más concretas: Dios se fija en los más pequeños, los elige y los salva, de acuerdo con la teología que hay detrás del Magnificat, pieza clave del mensaje cristiano (Lc 1,46-55). Así lo recalca la carta de Santiago: «¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres según el mundo como ricos en la fe y herederos del Reino que prometió a los que le aman?» (2,5). El designio salvador de Dios pasa por los pobres. La luz de la salvación empieza por ellos, los periféricos, y por ellos se extiende a los demás. La opción preferente por los pobres tiene una raíz teologal.

En segundo lugar, la sensibilidad hacia los pobres –no abandonarles (Is 58,7)– impregna la Ley y los Profetas, y queda asociada al Ungido del Señor, su Mesías. Su misión, respaldada por el Espíritu, tiene como primera finalidad «anunciar la buena nueva a los pobres» (Is 61,1). Jesús utilizó este texto, único en el Primer Testamento, para interpretar su misión mesiánica. En efecto, cuando los enviados por Juan le preguntan a Jesús si es el Mesías o no, él contesta con una retahíla de acciones salvadoras que se resumen en la última: «Se anuncia a los pobres la Buena Nueva» (Mt 11,5 par.; Lc 7,22). Esta frase es fundamental en la mesianidad de Jesús, como se puede apreciar en el episodio paradigmático de la sinagoga de Nazaret (Lc 4,18, donde se cita Is 61,1-2a).

Así pues, la mesianidad de Jesús es inseparable de los pobres y de los enfermos, de los niños y de los extranjeros, de los excluidos y de los marginados. Su condición de Mesías de los pobres constituye su ministerio y culmina con su definición final de Mesías sufriente. Su camino con los pobres termina en la cruz, que es signo de la máxima pobreza, del más absoluto desnudarse, el lugar en el que confluyen el camino de los pobres y el camino de Jesús. Él, Jesús, salva a los pobres y los pobres son salvados con él, como sucede con el ladrón condenado a muerte al que Jesús garantiza el paraíso. Jesús es, pues, «instrumento de propiciación» (Rom 3,25), el «mediador de una nueva alianza» (Heb 12,24), quien salva «a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21). Y, en este pueblo, los pobres ocupan el lugar central. Como consecuencia, como dice el papa, «estamos llamados a descubrir a Cristo en ellos» (EG 198). Escribe Andrea Riccardi: «Quien encuentra al pobre encuentra al mismo Cristo. Esta es la raíz de aquel humanismo espiritual que crece con la oración y, al mismo tiempo, con el amor a los pobres» 28.

En tercer lugar, la salvación de Dios pasa a través de los pobres, sus vidas rezuman el Evangelio de Jesús hasta el punto de que son nuestros evangelizadores. Pero el papa Francisco va más allá y habla de «reconocer la fuerza salvífica» de su existencia (EG 198). Los pobres son actores, con Jesús, de la salvación de Dios, ya que su vida contiene tantas semillas de paz, de paciencia, de alegría, de fortaleza en la adversidad, de esperanza, de generosidad, de solidaridad, que pueden considerarse portadores de una buena noticia, la que Jesús comunica como Evangelio del Reino. Por eso el papa invita a poner las vidas de los pobres «en el centro del camino de la Iglesia» (EG 198). En este momento de la historia, entre la crisis y las oportunidades, entre las dificultades y las indecisiones del presente y el futuro que empieza a adivinarse, la Iglesia debe saber discernir su hora y emprender un camino de conversión misionera en el que los pobres tengan un papel nuclear 29. El encuentro con los pobres no es una estrategia, es una realidad teologal y cristológica que la Iglesia debe vivir con aquella fuerza que aparece en los evangelios y que la visión del papa Francisco, sobre todo en Evangelii gaudium, ha puesto como objetivo común. Haciendo una paráfrasis de las conocidas palabras de Benedicto XVI al inicio de su encíclica Deus caritas est, sobre el cristianismo como «encuentro con una Persona», se podría afirmar que el cristianismo es un encuentro con Dios, con su Cristo, con el Espíritu, en la persona de los pobres, los amigos de Dios.

7. Conclusión

La opción por los pobres es una de las líneas de fuerza que debe marcar el futuro de la Iglesia. Aquellos son un elemento esencial en el mensaje de Jesús y constituyen un don y una tarea para la Iglesia. Son un don porque representan el Evangelio vivido y acercan a él. Son una tarea eclesial porque la amistad con ellos ayuda a construir una Iglesia que empiece desde las periferias. Los pobres son esenciales en la vida de la Iglesia, y la tarea de cuidarlos no se puede delegar a un sector eclesial, ya que pertenece a la estructura histórica de la confesión de fe. Acoger a los pobres no es una acción asistencial –como la que podría hacer una administración pública–, sino una acción esencial en relación con el Evangelio de Jesús: los pobres siempre estarán en la Iglesia y habrá que hacerles el bien, es decir, acogerlos, integrarlos y amarlos como hermanos más pequeños del Señor Jesucristo. Lo que le hacemos a uno de ellos se lo hacemos al mismo Jesús (Mt 25,40). Como afirma el papa Francisco, la Iglesia debe ser «casa de los pobres» (EG 199), a imitación de Jesús, Mesías de los pobres.

La misión de la Iglesia es comunicar el Evangelio, pero el anuncio evangélico puede ser incomprendido o quedar ahogado «en un mar de palabras», como destaca Juan Pablo II, si no va acompañado de una opción preferencial por los pobres (cf. EG 199). Más aún, la atención a los pobres es un signo excelente de credibilidad de la predicación del Evangelio. Sin un testimonio de cercanía y de atención por los más pequeños, el mensaje de Jesús puede quedar diluido entre un enjambre de propuestas de salvación que pueblan la cultura actual. El amor por los pobres no solo ayuda a entender el corazón del Evangelio, sino que es un elemento fundamental para vivirlo. Por otra parte, como ya apuntó el teólogo Yves Congar en una conferencia de 1964, los pobres son un medio o camino para encontrar a Cristo, ya que en su vida germinan semillas evangélicas que despiertan el espíritu de quienes los conocen y se hacen amigos suyos. La vida de los pobres es evangelizadora. Su testimonio puede suscitar el descubrimiento de Cristo en ellos y llevar a un encuentro personal con Jesús.

El mismo Congar escribió en el libro Chiesa e povertà (1968) que no se puede vivir plenamente el misterio de la Iglesia si están ausentes los pobres. Una Iglesia sin los pobres queda sumergida en la mundanidad espiritual y pierde la dimensión profética que los pobres le recuerdan cada día. Una Iglesia que no cultiva la amistad con los pobres se convierte en una organización de tipo asistencial, benemérita por sus acciones a favor de aquellos, pero cerrada en sus instituciones y carente de misericordia hacia los preferidos del Reino. Estos son miembros, como nosotros, de la Iglesia, «la comunidad de los salvados que viven la alegría del Señor», no simples usuarios de «una ONG, de una organización paraestatal», como subrayó el papa en la homilía conclusiva del Sínodo de los jóvenes (2018). Por eso el mensaje sobre los pobres no se puede relativizar ni diluir. Como afirma Andrea Riccardi en el libro La sorpresa di papa Francesco (2013), «la Iglesia amiga de los pobres no tiene miedo de la ternura hacia los débiles».

En pocas palabras, la misericordia es el marco teológico y pastoral del encuentro con los pobres, tanto por parte de Dios, que siempre toma la iniciativa en el amor a los más pequeños, como por parte de la comunidad de fe y de amor que es la Iglesia, que ha recibido del Señor Jesucristo el Evangelio que salva. Una Iglesia madre de misericordia y servidora de los pobres se convierte en el alma del mundo gracias a la fuerza de su profecía. Esta Iglesia trabaja para que crezca en las sociedades globales una cultura de la misericordia que permita superar las tendencias de enaltecimiento del yo, como explica el papa Francisco en la carta apostólica Misericordia et misera (n. 20). Esta Iglesia celebra la eucaristía, memorial del sacrificio misericordioso de Jesús, poniendo juntos el altar, la Palabra y los pobres. En palabras que Olivier Clément escribió en su libro Dio è simpatia (2003), el «sacramento del pobre» está cerca del sacramento del altar. Por eso hay que venerar tan intensamente la carne sufriente de los pobres como la carne de Cristo glorioso.

PAPA FRANCISCO:
EL MENSAJE DE LA ALEGRÍA

Mons. WALTER KASPER

Roma

En su primera Exhortación apostólica programática, Evangelii gaudium (2013), el papa Francisco hizo de la alegría un tema clave de su pontificado. Para él, la alegría es la identidad del cristiano 1.

Si nos fijamos en el Antiguo y el Nuevo Testamento, veremos lo acertado de dicha elección de prioridad. La alegría es un tema central de la Biblia. El nacimiento del Redentor esperado es anunciado a los pastores en los campos de Belén como un mensaje de gran alegría (Lc 2,10). El mensaje de Jesús sobre la misericordia de Dios es un mensaje de alegría. En el cielo hay más alegría por un solo pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no necesitan conversión (Lc 15,7-10). En sus discursos de despedida, Jesús promete a los discípulos la plena alegría que nadie les podrá quitar (Jn 16,22-25). La primera comunidad tomaba los alimentos con alegría (Hch 2,46) y, según Pablo, el reino de Dios es alegría, y la alegría es un fruto del Espíritu Santo (Rom 14,17). En la carta a los Filipenses, Pablo escribe: «Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres» (Flp 4,4).

1. La actualidad del tema de la alegría

Si tuviéramos en cuenta estas afirmaciones, podríamos decir que un cristiano que está triste es un triste cristiano, y una Iglesia que solo se compadece a sí misma es una Iglesia que solo merece expresiones de condolencia. Uno de los mayores críticos del cristianismo, Friedrich Nietzsche, escribe: «¡Mejores canciones deberían cantarme para enseñarme a creer en su Salvador! ¡Más redimidos deberían mostrarse sus discípulos!» 2.

El ambiente de las reuniones de los cardenales tras la renuncia al solio petrino del papa Benedicto, y antes de la elección como papa de Jorge Mario Bergoglio, no era triste en absoluto, no tenía nada de mortecino. Poco antes se había producido el Vatileaks, que había dejado una impresión destructiva en la opinión pública. En los países europeos que hasta entonces habían sido centrales emergían señales evidentes de cansancio, envejecimiento y desgaste. El impulso inicial del Concilio Vaticano II parecía haber llegado a un punto muerto, y para muchos laicos y sacerdotes, la Iglesia, más que provocar alegría, despertaba frustración. Mientras tanto se sumó también el impacto del terrible escándalo de los abusos. Cansancio y tristeza, ausencia de deseo e impulso parecían invadir buena parte del cristianismo occidental.

Este ambiente es exactamente lo que los Padres de la Iglesia y también Tomás de Aquino definieron como acedia, es decir, el pecado primario de ausencia de interés y deseo de Dios 3. La acedia se ha convertido en uno de los principales problemas del mundo occidental y de su indiferencia ante el Evangelio. Es un signo de los tiempos. El mensaje de alegría es la respuesta a esta situación del mundo presente y de la Iglesia de nuestro tiempo. El mensaje de alegría seguramente es más actual hoy que nunca.

Por eso el título de la primera Exhortación apostólica del papa Francisco, Evangelii gaudium, la alegría del Evangelio, se percibió como una liberación. El nuevo papa daba un impulso nuevo. Ya el primer domingo tras su elección dijo claramente que el Evangelio no es un mensaje amenazador que da miedo; es el mensaje de la misericordia infinita de Dios, que da a todos los que se arrepienten nueva esperanza y nueva alegría. Evangelii gaudium trajo un nuevo aire a la Iglesia y una sorpresa inesperada al mundo.

2. La alegría, tema del Concilio

El período de la luna de miel del pontificado ya ha terminado. Sería un error considerar que el tema de la alegría del Evangelio ha sido solo un cometa. Evangelii gaudium no ha caído del cielo, sino que tiene raíces profundas en la tradición espiritual de la Iglesia y está anclada en los documentos del Concilio Vaticano II y en los de todos los pontífices que ha habido desde el mismo Concilio.

El papa Juan XXIII abrió el Concilio con el discurso Gaudet Mater Ecclesia (1962). Aquel tono inicial continuó con la Constitución pastoral del Concilio sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, que empieza con las palabras Gaudium et spes. El significado fundamental del Evangelio y de la evangelización se indica en la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium (LG 17; 24-26; 35), así como en la dedicada a la revelación divina Dei Verbum (DV 7), en el decreto sobre la actividad misionera Ad gentes (AG 8) y en otros documentos.

No obstante, en los documentos del Concilio, la evangelización todavía no era el tema central y el criterio de identidad de la Iglesia. No lo fue hasta el décimo aniversario del Concilio Vaticano II, cuando el papa Pablo VI, en la Exhortación Evangelii nuntiandi (1975), afirmó: «Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella existe para evangelizar» (EN 14). Nace de la evangelización y empieza ella misma a evangelizar; está llamada a la conversión y a la renovación constante (EN 15). También en 1975, Pablo VI publicó otra Exhortación, desgraciadamente menos conocida, titulada Gaudete in Domino, «Alegraos en el Señor».

No es casual que el papa Francisco citara como primer documento en Evangelii gaudium esta última Exhortación y que posteriormente hiciera repetidas referencias a Evangelii nuntiandi. Jorge Mario Bergoglio cimentó su base teológica fundamental durante el pontificado de Pablo VI; fue consagrado sacerdote en 1969 e hizo la profesión definitiva de los votos en 1973. Los dos temas del papa Pablo VI, evangelización y alegría, reaparecen en el documento final de Aparecida (2007) (A, introducción, 2), cuyo mensaje se repite a menudo en el texto de Evangelii gaudium.

El papa Juan Pablo II abordó el tema de la evangelización principalmente en la encíclica Redemptoris missio, sobre la permanente validez del mandato misionero (1990), donde distinguió entre la primera evangelización y la nueva, necesaria en los países donde el primer amor se ha enfriado y el entusiasmo de la fe ha menguado (sobre todo RM 33-34.). El tema de la alegría acompañó todo el largo pontificado de aquel primer papa eslavo, que fue un hombre capaz de reír, y con su risa y sonrisa contagió sobre todo a los jóvenes en las Jornadas Mundiales de la Juventud.

Su sucesor, el papa Benedicto XVI, instituyó el Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización con la Exhortación apostólica Ubique et semper, de 2011. En 2012 eligió la alegría como tema de su mensaje para la 27ª Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, en la que no pudo participar tras su renuncia. Su sucesor resumió en Evangelii gaudium muchas de las conclusiones de la última reunión plenaria del Sínodo de los obispos con Benedicto XVI, en octubre de 2012, cuyo tema era la «nueva evangelización para la transmisión de la fe».

Con Evangelii gaudium, pues, el papa Francisco entronca con una buena tradición, y cualquier intento de contraponer al actual pontífice con su antecesor es una maquinación política totalmente equivocada. Ambos papas seguramente son distintos en el plano personal y en su estilo, pero ambos –ya me perdonarán– son católicos, y entre ellos hay una continuidad sustancial.

3. Evangelii gaudium: la Iglesia en salida con alegría

La continuidad no excluye que el papa Francisco ponga fuertes acentos nuevos. Precisamente en la introducción de Evangelii gaudium afirma que quiere llegar a una nueva etapa de la evangelización que se caracterice por la alegría.

Este nuevo acento se hace evidente si nos fijamos con más atención en el título: Evangelii gaudium. El sujeto de este título no es la palabra «evangelio», sino la palabra «alegría». No se trata de un genitivus obiectivus, no se trata del Evangelio que tiene como contenido la alegría y habla de la alegría. Se trata de un genitivus subiectivus. El centro no es el Evangelio de la alegría, sino más bien la alegría que es el Evangelio. El Evangelio no habla solo de alegría; el mismo Evangelio es don y resultado de la alegría. Porque el Evangelio no es un mensaje informativo ni tampoco simplemente un mensaje comunicativo; más bien es un acto de palabra «performativo», es decir, en sentido teológico, un discurso casi sacramental que pone en práctica lo que dice y lo hace diciéndolo. Eso mismo quiere decir el apóstol Pablo cuando define el Evangelio como una dynamis, una fuerza de Dios (Rom 1,16). Este carácter dinámico es la novedad del papa Francisco.

La alegría del Evangelio brota de la fuente del corazón rebosante de Jesús (EG 5). Es como un rayo de luz. Se alimenta de la fuente del amor cada vez mayor de Dios tal como se manifestó en Jesucristo (EG 7). Para esta afirmación, Francisco hace referencia a la encíclica de su antecesor, Deus caritas est (2005). Del amor se deriva la certeza de que somos infinitamente amados, más allá de todo (EG 6), y de que somos liberados de nuestra tristeza y proyectados hacia la alegría de la fe. A través del encuentro con el amor de Dios, que se convierte en amistad, somos elevados más allá de nosotros mismos y de nuestra autorreferencialidad y soledad, y somos guiados a nuestro verdadero ser. Fuimos creados para la alegría (Blaise Pascal).

Por eso no podemos ir por ahí como cristianos con cara de funeral; el mundo de hoy, que tanto en el miedo como en la esperanza busca, no quiere escuchar la Buena Noticia de boca de anunciadores tristes y abatidos, sino más bien de siervos del Evangelio cuya vida resplandece de ardor, porque han acogido en su interior la alegría de Cristo (EG 8). En un rostro que irradia la alegría del Evangelio rebotan muchos prejuicios y objeciones contra el cristianismo; un rostro alegre es en sí mismo un trozo de evangelización que actúa no haciendo proselitismo, sino atrayendo (EG 14). La actividad misionera sin el Espíritu Santo es publicidad; la característica de quienes anunciaron el Evangelio es la alegría, que es contagiosa.

Esto son todo citas. Todas hablan con un lenguaje muy sencillo y muestran el carisma del papa, que sabe expresar de manera bien simple contenidos filosóficos y teológicos difíciles y complejos, que podrían expresarse de manera complicada y abstracta, para que hasta el último oyente de la plaza de San Pedro los entienda y los experimente con unas «notas de alegría, estímulo, vitalidad» (EG 165). Esto me recuerda el último coloquio que tuve con mi maestro teológico cuando me dijo: «Si de verdad entiendes algo, entonces lo puedes decir de manera simple».

Este nuevo acento dinámico se hace evidente, sobre todo, en la afirmación según la cual la alegría en la fe es la alegría de la novedad eterna del Evangelio. Esta afirmación puede sorprender, porque el Evangelio siempre es el mismo, no puede existir otro Evangelio ni un Evangelio nuevo. De ahí que la novedad se interpretara erróneamente como innovación, es decir, como herejía. Pero el punto de vista del papa es distinto. Para él, el Evangelio contiene una riqueza inagotable, que debemos redescubrir siempre. «Jesucristo también puede romper los esquemas aburridos en los que pretendemos encerrarlo y nos sorprende con su constante creatividad divina. Cada vez que intentamos volver a la fuente y recuperar la frescura original del Evangelio brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual. En realidad, toda auténtica acción evangelizadora es siempre “nueva”» (EG 11). Francisco ha repetido este pensamiento tan típico suyo varias veces, y también recientemente en la homilía de inauguración del Sínodo sobre la Amazonía el 6 de octubre de 2019, cuando pidió avanzar con valentía en la pastoral.

Francisco recupera aquí una idea significativa del nuevo santo John Henry Newman (canonización que me alegró, porque John Henry Newman era un importante pionero de la teología moderna) 4. Newman fue básico también para la hermenéutica conciliar de Benedicto XVI, que, en referencia al discurso ya citado del papa Juan XXIII, no contrapuso la hermenéutica de la discontinuidad que él rechazaba a una simple hermenéutica de la continuidad, sino que habló de una hermenéutica de la reforma, una síntesis entre fidelidad y dinámica y una novedad en la continuidad 5.

Según esta idea, la novedad de la que habla Francisco es algo distinto a una innovación cualquiera. «La verdadera novedad es la que Dios mismo misteriosamente quiere producir, la que él inspira, la que él provoca, la que él orienta y acompaña de mil maneras» (EG 12). Jesucristo trajo toda la novedad dándose a sí mismo, como dijo Ireneo de Lyon 6. Él es la novedad en persona. «El Espíritu Santo, además, infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente» (EG 259). Eso corresponde a los discursos de despedida de Jesús según Juan, que afirman que el recuerdo, gracias al Paráclito, de la palabra y de la obra de Jesús y su guía hacia toda la verdad serán causa de alegría para los discípulos (Jn 14,26; 15,26; 16,13.20).

Según Francisco, del recuerdo, que es una dimensión esencial de nuestra fe, puede germinar una nueva alegría creyente (EG 13). La alegría es el signo de que el Evangelio proporciona una dinámica de éxodo (EG 21). Es la alegría de ser el pueblo de Dios y de poder llevar alegría a quienes lloran y a quienes trabajan con nosotros para edificar un mundo nuevo, una obra que no es un peso, sino más bien algo que da alegría y confiere una identidad (EG 268-273). En este sentido, Francisco quiere una Iglesia en salida (EG 20-23.), una Iglesia en estado permanente de misión (EG 25). Nos da fervor, alegría, generosidad y audacia (EG 261), nos abre a nuevos horizontes y nos saca de nuestros esquemas espirituales limitados. Esta apertura de corazón es una fuente de felicidad (EG 273).

4. Amoris laetitia: la alegría en la antropología del camino

Pasemos ahora a la segunda importante Exhortación apostólica del actual pontificado, Amoris laetitia, la alegría del amor (2016). También este título es programático y representa un boceto general de una antropología no estática, sino dinámica, una antropología del camino que, por desgracia, en esta sede no podemos abordar de manera exhaustiva 7. Nos limitamos al nexo entre amor y felicidad humana.

Cuando los papas hablan de amor, no es su intención hablar sobre el amor de Dios o el amor por el prójimo (caritas), sino como lo hace Amoris laetitia, sobre el amor como amor, es decir, el amor erótico y sexual entre hombre y mujer. Por lo general no se espera que hablen con palabras entusiastas de la alegría y de las alegrías de este amor, sino que más bien se esperan tonos críticos y moralistas, reservas y prohibiciones. Los Padres de la Iglesia hablaron a menudo del amor erótico y sexual de manera que, para nosotros, hoy, resulta penoso y despreciativo. Sin embargo, lo toleraron, más que aceptaron, porque la reproducción y el futuro de la humanidad no serían posibles sin el amor erótico y sexual. Eso es válido sobre todo para san Agustín, que es por excelencia el Padre de la tradición de la Iglesia latina.

Ya Benedicto XVI, en Deus caritas est (DC 3), adoptó otro tono, y Amoris laetitia representa en su conjunto, desde este punto de vista, un giro radical liberador que está en la línea de Tomás de Aquino y de su teología de la creación. San Tomás es el teólogo más citado en Amoris laetitia. A la luz de esta tradición, el papa Francisco puede hablar tranquilamente de alegría y de las alegrías del amor. Así puede decir con 1 Tim 6,17 que a Dios mismo le gusta disfrutar con alegría de sus propios hijos, porque lo creó todo para que pudiéramos disfrutarlo (AL 147-149).

Cuando el papa concibe el sexo y el eros como buenos dones de la creación, y la familia como un lugar de aprendizaje de la alegría, no se trata de una visión idílica del amor perfecto (AL 135). El papa es consciente de las alegrías y de las penas del día a día, de la alegría y del dolor (AL 126; 129-130). Tampoco es tan ingenuo como para ignorar la ambigüedad que hay en el sexo y en el eros. Estos podrían hacer que la vida fuera hermosa, rica y humanamente satisfactoria, pero, si no se gestionan con responsabilidad, también pueden arruinarla. Francisco critica principalmente la engañosa orientación al consumo y la coerción consumista, así como el deseo egoísta de poseer al otro (AL 127; 135).

El papa no impone ninguna prohibición, pero tampoco da autorización alguna, como algunos esperaban. Así pues, es muy simplista –incluso demasiado– concentrar toda la Exhortación, tan rica en el asunto, en el sí o el no de la comunión a los divorciados que se vuelven a casar. El papa no da una respuesta concreta. Pero sí fija criterios que ayudan en el discernimiento de las almas a lo largo del camino de la vida humana y se centra en la conciencia, que es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre (GS 16). Hay que «dejar espacio a la conciencia de los fieles, que muchas veces responden lo mejor posible al Evangelio en medio de sus límites y pueden desarrollar su propio discernimiento ante situaciones donde se rompen todos los esquemas. Estamos llamados a formar las conciencias, pero no a pretender sustituirlas» (AL 37). También con esta afirmación valiente el papa sigue los pasos de John Henry Newman y su famoso dicho: «Brindaría primero por la conciencia y luego por el papa» 8.

Para expresar la posición de Amoris laetitia de manera más técnica, la Exhortación no abandona ningún principio y no admite excepciones. De hecho, siguiendo la línea de la tradición de Tomás de Aquino, ofrece una hermenéutica de la aplicación de los principios en las situaciones concretas, a menudo complejas, a través de la prudencia, que es una virtud cardinal iluminada por la caridad sobrenatural (AL 304) 9. No existe una panacea para todos los casos (AL 300). Prevalece la lógica de la misericordia (AL 307-311), que nunca excluye la justicia; al contrario, es la justicia concreta y perfecta 10.

El camino del discernimiento y de la conciencia no es el más fácil, sino el que más dedicación requiere. Forma parte del camino del amor como camino de crecimiento y de maduración, como un camino hacia la felicidad y la alegría de la vida en el amor (AL 120-122; 134; 293-295). Es un camino del algo más que no se contenta con lo ya logrado, sino que lleva a un amor cada vez más grande (AL 313-324). Básicamente, este camino del discernimiento y del crecimiento en el amor es la espiritualidad ignaciana del discernimiento de las almas y del semper magis, del siempre un poco más, siempre un poco mejor para la gloria cada vez mayor de Dios 11, que –nuevamente según Ireneo de Lyon– es el hombre vivo y la alegría del hombre 12.

Si partimos de esta gran concepción, es evidente que resulta imposible reducir toda la Exhortación a dos breves observaciones (AL 298, nota 333; AL 300, nota 340) y criticarlas sin tener en cuenta el contexto y la concepción del conjunto. Esto contradice toda la dinámica de Amoris laetitia y es contrario a cualquier regla hermenéutica, que dice que no se pueden interpretar dichas partes del texto individualmente y de manera aislada; es necesario interpretarlas a la luz del conjunto, lo que en Amoris laetitia significa interpretarlas en el contexto del camino de la vida de las personas, hacia el amor cada vez más grande y hacia la alegría perfecta.

5. Laudato si’: la dimensión cósmica de la alegría

El tercer documento fundamental del actual pontificado es la encíclica Laudato si’, sobre el cuidado de la casa común (2015). No me es posible abordar aquí exhaustivamente este documento. Es mucho más que una encíclica sobre el medio ambiente que invita a proteger la creación. Encaja con el magisterio social de la Iglesia de los papas anteriores y lo pone, al igual que toda la antropología cristiana, en un contexto cósmico (LS 15), que indirectamente también permite un diálogo con las religiones cósmicas de los pueblos indígenas (véase la Amazonía) y con las principales religiones asiáticas (LS 233, nota 159). Una concepción general de este tipo, que no había existido hasta el momento, es una visión genial que va mucho más allá del ámbito de la teología especializada.

La alegría de la creación, que abunda en los salmos y en muchos otros textos de la Biblia 13, está en Laudato si’, el Cántico de las criaturas de san Francisco, que el papa tomó prestado como título para su encíclica. Aunque la palabra «alegría» no aparezca mucho en este texto, la alegría por la creación de Dios y nuestra responsabilidad ante la creación están sustancialmente omnipresentes.

Las Sagradas Escrituras nos invitan a reconocer que la naturaleza es el libro de Dios, con el que nos habla y a través del cual hace brillar un viso de su belleza y de su bondad (LS 12). Francisco cita al papa Juan Pablo II: Dios escribió para nosotros este libro precioso, «cuyas letras son la multitud de criaturas presentes en el universo». La naturaleza es para nosotros fuente de maravilla y reverencia. También es una revelación permanente. En ella, toda criatura canta el himno de la existencia de Dios, que significa vivir con alegría en el amor del Señor y en la esperanza (LS 85).

El capítulo «Alegría y paz» aborda directamente el tema de la alegría. En él se habla de un nuevo estilo de vida profético y contemplativo según el cual «menos es más» (LS 222-227). La acumulación de posibilidades de consumo distrae el corazón e impide que honremos toda cosa en todo momento; la espiritualidad cristiana, por el contrario, estimula un crecimiento con moderación y la capacidad de estar contento con menos (LS 222). Podemos necesitar menos y vivir satisfechos, sobre todo si sabemos experimentar placer con otras cosas y encontrar satisfacción en los encuentros fraternos, en el servicio, desarrollando nuestros carismas, en la música y en el arte, en el contacto con la naturaleza y en la oración (LS 223).

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