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De esta suerte no se deja la buena obra, sino que se muda en mejor.

La obra exterior sin caridad no aprovecha; pero lo que se hace con caridad, por poco y despreciable que sea, se hace todo fructuoso.

Pues, ciertamente, más mira Dios al corazón que a la obra que se hace.

[2] Mucho hace el que mucho ama.

Mucho hace el que todo lo hace bien.

Bien hace el que sirve más al bien común que a su voluntad propia.

Muchas veces parece caridad lo que es amor propio, porque la inclinación de la naturaleza, la propia voluntad, la esperanza de la recompensa, el gusto de la comodidad, rara vez nos abandonan.

[3] El que tiene verdadera y perfecta caridad, en ninguna cosa se busca a sí mismo, sino solamente desea que Dios sea glorificado en todas.

De nadie tiene envidia, porque no ama gusto alguno particular, ni se quiere gozar en sí; mas desea, sobre todas las cosas, gozar de Dios.

A nadie atribuye ningún bien; mas refiérelo todo a Dios, del cual, como de fuente, manan todas las cosas, en el que, finalmente, todos los santos descansan con perfecto gozo.

¡Oh, quién tuviese una centella de verdadera caridad! Por cierto que sentiría estar todas las cosas llenas de vanidad.

Capítulo 16

De sobrellevar los defectos ajenos

[1] Lo que no puede un hombre enmendar en sí ni en los otros, débelo sufrir con paciencia, hasta que Dios lo ordene de otro modo.

Piensa que por ventura te está así mejor para tu prueba y paciencia, sin la cual no son de mucha estimación nuestros merecimientos.

Mas debes rogar a Dios por estos estorbos, porque tenga por bien de socorrerte para que buenamente los toleres.

[2] Si alguno, amonestado una vez o dos, no se enmendare, no porfíes con él, sino recomiéndalo todo a Dios, para que se haga su voluntad y Él sea honrado en todos sus siervos, que sabe sacar de los males bienes.

Desea y aprende a sufrir con paciencia cualesquiera defectos y flaquezas ajenos, pues tú también tienes mucho en que te sufran los otros.

Si no puedes hacerte a ti cual deseas, ¿cómo quieres tener a otro a la medida de tu deseo?

De buena gana queremos a los otros perfectos, y no enmendamos los propios defectos.

[3] Queremos que los otros sean castigados con rigor, y nosotros no queremos ser corregidos.

Parécenos mal si a los otros se les da larga licencia, y nosotros no queremos que cosa que pedimos se nos niegue.

Queremos que los demás estén sujetos a las ordenanzas, pero nosotros no sufrimos que nos sea prohibida cosa alguna.

Así parece claro cuán pocas veces amamos al prójimo como a nosotros mismos.

Si todos fuesen perfectos, ¿qué teníamos que sufrir por Dios de nuestros hermanos?

[4] Pero así lo ordenó Dios para que aprendamos a «llevar recíprocamente nuestras cargas» (Gál 6,2); porque ninguno hay sin ellas, ninguno sin defecto, ninguno es suficiente ni cumplidamente sabio para sí; antes importa llevarnos, consolarnos y juntamente ayudarnos unos a otros, instruirnos y amonestarnos.

De cuánta virtud sea cada uno, mejor se descubre en la ocasión de la adversidad.

Porque las ocasiones no hacen al hombre flaco, pero declaran que lo es.

Capítulo 17

De la vida monástica

[1] Conviene que aprendas a quebrantar en muchas cosas, si quieres tener paz y concordia con otros.

No es poco morar en los monasterios y congregaciones, y allí conversar sin quejas, y perseverar fielmente hasta la muerte.

Bienaventurado es el que vive allí bien y acaba dichosamente.

Si quieres estar bien y aprovechar, mírate como desterrado y peregrino sobre la tierra.

Conviene hacerte simple por Cristo, si quieres seguir la vida religiosa.

[2] El hábito y la corona poco hacen, mas la mudanza de las costumbres y la entera mortificación de las pasiones hacen al hombre verdadero religioso.

El que busca algo fuera de Dios y la salvación de su alma, no hallará sino tribulación y dolor.

No puede estar mucho tiempo en paz el que no procura ser el menor y el más sujeto de todos.

[3] Viniste a servir, no a mandar; persuádete que fuiste llamado para trabajar y padecer, no para holgar y parlar.

Pues aquí se prueban los hombres, como el oro en el crisol (Sab 3,6).

Aquí no puede estar alguno, si no quiere de todo corazón humillarse por Dios.

Capítulo 18

De los ejemplos de los santos padres

[1] Considera bien los heroicos ejemplos de los santos padres, en los cuales resplandeció la verdadera perfección y religión, y verás cuán poco, o casi nada, es lo que hacemos.

¡Ay de nosotros! ¿Qué es nuestra vida comparada con la suya?

Los santos y amigos de Cristo sirvieron al Señor en hambre y en sed, en frío y desnudez, en trabajos y fatigas, en vigilias y ayunos, en oraciones y santas meditaciones, en persecuciones y muchos oprobios.

[2] ¡Oh, cuán graves y cuántas tribulaciones padecieron los apóstoles, mártires, confesores, vírgenes y todos los demás que quisieron seguir las pisadas de Cristo!

Pues en este mundo aborrecieron sus vidas para poseer sus almas en la vida eterna (Jn 12,15).

¡Oh, cuán estrecha y retirada vida hicieron los santos padres en el yermo! ¡Cuán largas y graves tentaciones padecieron! ¡Cuán de ordinario fueron atormentados del enemigo! ¡Cuán continuas y fervientes oraciones ofrecieron a Dios! ¡Cuán rigurosas abstinencias cumplieron! ¡Cuán gran celo y fervor tuvieron en su aprovechamiento espiritual! ¡Cuán fuertes peleas pasaron para vencer los vicios! ¡Cuán pura y recta intención tuvieron con Dios!

[3] De día trabajaban, y por la noche se ocupaban en larga oración; aunque trabajando, no cesaban de la oración mental.

Todo el tiempo lo gastaban bien; las horas les parecían cortas para darse a Dios, y por la gran dulzura de la contemplación, se olvidaban de la necesidad del mantenimiento corporal.

Renunciaban a todas las riquezas, honras, dignidades, parientes y amigos; ninguna cosa querían en el mundo; apenas tomaban lo necesario para la vida, y les era pecado servir a su cuerpo aun en las cosas más necesarias.

De modo que eran pobres de lo temporal, pero riquísimos en gracia y virtudes.

En lo de fuera eran necesitados, pero en lo interior estaban con la gracia y divinas consolaciones recreados.

Ajenos eran al mundo, mas muy allegados a Dios, del cual eran familiares amigos.

Teníanse por nada en cuanto a sí mismos, y para nada con el mundo eran despreciados; mas en los ojos de Dios eran muy preciosos y amados.

Estaban en verdadera humildad; vivían en sencilla obediencia; andaban en caridad y paciencia, y por eso cada día crecían en espíritu y alcanzaban mucha gracia delante de Dios.

Fueron puestos por dechados a todos los religiosos, y más nos deben mover para aprovechar en el bien que no la muchedumbre de los tibios para aflojar y descaecer.

[4] ¡Oh, cuán grande fue el fervor de todos los religiosos al principio de sus sagrados institutos!

¡Cuánta la devoción de la oración! ¡Cuánto el celo de la virtud! ¡Cuánta disciplina floreció! ¡Cuánta reverencia y obediencia al superior hubo en todas las cosas!

Aun hasta ahora dan testimonio de ello las señales que quedaron de que fueron verdaderamente varones santos y perfectos los que, peleando tan esforzadamente, vencieron al mundo.

Ahora ya se estima en mucho aquel que no quebranta la Regla, y con paciencia puede sufrir lo que aceptó por su voluntad.

[5] ¡Oh tibieza y negligencia de nuestro estado, que tan presto declinamos del fervor primero, y nos es molesto el vivir por nuestra flojedad y tibieza!

¡Pluguiese a Dios que no durmiese en ti el aprovechamiento de las virtudes, pues viste muchas veces tantos ejemplos de devotos!

Capítulo 19

De los ejercicios del buen religioso

[1] La vida del buen religioso debe resplandecer en toda virtud; que sea tal en lo interior cual parece de fuera.

Y con razón debe ser mucho más lo interior que lo que se mira exteriormente, porque nos mira nuestro Dios, a quien debemos suma reverencia dondequiera que estuviésemos, y debemos andar en su presencia tan puros como los ángeles.

Cada día debemos renovar nuestro propósito y excitarnos a mayor fervor, como si hoy fuese el primer día de nuestra conversión, y decir:

Señor, Dios mío, ayúdame en mi buen intento y en tu santo servicio, y dame gracia para que comience hoy perfectamente, porque no es nada cuanto hice hasta aquí.

[2] Según es nuestro propósito, así es nuestro aprovechamiento; y quien quiere aprovecharse bien, ha menester ser muy diligente.

Si el que propone firmemente falta muchas veces, ¿qué será el que tarde o nunca propone?

Acaece de diversos modos el dejar nuestro propósito; y faltar de ligero en los ejercicios acostumbrados no pasa sin algún daño. El propósito de los justos más pende de la gracia de Dios que del saber propio; en Él confían siempre y en cualquier cosa que comienzan.

Porque el hombre propone, pero Dios dispone; y no está en mano del hombre su camino (Prov 16,9; Jer 10,23).

[3] Si por caridad y por provecho del prójimo se deja alguna vez el ejercicio acostumbrado, después se puede reparar fácilmente.

Mas si por fastidio del corazón o por negligencia ligeramente se deja, muy culpable es y resultará muy dañoso.

Esforcémonos cuanto pudiéremos, que, aun así, en muchas faltas caeremos fácilmente.

Pero alguna cosa determinada debemos siempre proponernos, y principalmente contra las faltas que más nos estorban.

Debemos examinar y ordenar todas nuestras cosas exteriores e interiores, porque todo conviene para el aprovechamiento espiritual.

[4] Si no puedes recogerte de continuo, hazlo de cuando en cuando y, por lo menos, una vez al día, por la mañana o por la noche.

Por la mañana, propón; a la noche, examina tus obras: cuál has sido este día en palabras, obras y pensamientos; porque puede ser que hayas ofendido en esto a Dios y al prójimo muchas veces.

Ármate, como varón, contra las malicias del demonio; refrena la gula, y fácilmente refrenarás toda inclinación de la carne.

Nunca estés del todo ocioso, sino lee o escribe, o reza, o medita, o haz algo de provecho para la comunidad.

Pero los ejercicios corporales se deben tomar con discreción, porque no son igualmente convenientes para todos.

[5] Los ejercicios particulares no se deben hacer públicamente, porque con más seguridad se ejercitan en secreto.

Guárdate, empero; no seas perezoso para lo común y pronto para lo particular, sino cumplido muy bien lo que debes y te está encomendado; si tienes lugar, éntrate dentro de ti como desea tu devoción.

No todos podemos ejercitar una misma cosa; unas convienen más a unos y otras a otros.

También, según el tiempo, te son más a propósito diversos ejercicios, porque unos son mejores para las fiestas, otros para los días de trabajo.

Necesitamos de unos para el tiempo de la tentación y de otros para el de la paz y sosiego.

En unas cosas es bien pensar cuando estamos tristes, y en otras, cuando alegres en el Señor.

[6] En las fiestas principales debemos renovar nuestros buenos ejercicios, e invocar con mayor fervor la intercesión de los santos.

De una fiesta para otra debemos proponer algo, como si entonces hubiésemos de salir de este mundo y llegar a la eterna festividad.

Por eso debemos prevenirnos con cuidado en los tiempos devotos y conversar con mayor devoción y guardar toda observancia más estrechamente, como quien ha de recibir en breve de Dios el premio de sus trabajos.

[7] Y si se dilatare, creamos que no estamos preparados, y que aún somos indignos de tanta gloria «como se declarará en nosotros» (Rom 8,18) acabado el tiempo de la vida; esforcémonos en prepararnos mejor para morir. «Bienaventurado el siervo —dice el evangelista san Lucas— a quien, cuando viniere el Señor, le hallare velando; en verdad os digo que lo constituirá sobre todos sus bienes» (Lc 12,43).

Capítulo 20

Del amor a la soledad y al silencio

[1] Busca tiempo a propósito para estar contigo y piensa a menudo en los beneficios de Dios.

Deja las cosas curiosas; lee tales materias que te den más compunción que ocupación.

Si te apartares de conversaciones superfluas y de andar ocioso y de oír noticias y murmuraciones, hallarías tiempo suficiente y a propósito para entregarte a santas meditaciones.

Los mayores santos evitaban cuanto podían la compañía de los hombres, y elegían el vivir para Dios en su retiro.

[2] ¡Dijo uno: «Cuantas veces estuve entre los hombres volví menos hombre»[2]. Lo cual experimentamos cada día cuando hablamos mucho.

Más fácil cosa es callar siempre que hablar sin errar.

Más fácil es encerrarse en su casa que guardarse del todo fuera de ella.

Por eso, al que quiere llegar a las cosas interiores y espirituales, le conviene apartarse con Jesús de la gente.

Ninguno se muestra seguro en público, sino el que se esconde voluntariamente.

Ninguno habla con acierto, sino el que calla de buena gana.

Ninguno preside dignamente, sino el que se sujeta con gusto.

Ninguno manda con razón, sino el que aprendió a obedecer sin replicar.

[3] Nadie se alegra, seguramente, sino quien tiene el testimonio de la buena conciencia.

Pues la seguridad de los santos siempre estuvo llena de temor divino.

Ni por eso fueron menos solícitos y humildes en sí, aunque resplandecían en grandes virtudes y gracias.

Pero la seguridad de los malos nace de la soberbia y presunción, y al fin se convierte en su mismo engaño.

Nunca te tengas por seguro en esta vida, aunque parezcas buen religioso o devoto ermitaño.

[4] Los muy estimados por buenos, muchas veces han caído en graves peligros por su mucha confianza.

Por lo cual es utilísimo a muchos que no les falten del todo tentaciones y que sean muchas veces combatidos, porque no se aseguren demasiado de sí mismos, por que no se levanten con soberbia, ni tampoco se entreguen demasiadamente a los consuelos exteriores.

¡Oh, quién nunca buscase alegría transitoria! ¡Oh, quién nunca se ocupase en el mundo, y cuán buena conciencia guardaría!

¡Oh, quién quitara de sí todo vano cuidado y pensase solamente en cosas saludables y divinas, y pusiese toda su esperanza en Dios, cuánta paz y sosiego poseería!

[5] Ninguno es digno de la consolación celestial si no se ejercitase con diligencia en la santa contrición.

Si quieres arrepentirte de corazón, entra en tu retiro y destierra de ti todo bullicio del mundo, según está escrito: «Contristaos en vuestros aposentos» (Sal 4,5). En la celda hallarás lo que perderás muchas veces por de fuera.

El retiro usado se hace dulce, y el poco usado causa hastío. Si al principio de tu conversión lo frecuentares y guardares bien, te será después dulce amigo y agradable consuelo.

[6] En el silencio y sosiego aprovecha el alma devota y aprende los secretos de las Escrituras.

Allí halla arroyos de lágrimas con que lavarse y purificarse todas las noches, para hacerse tanto más familiar a su Hacedor cuanto más se desviare del tumulto del siglo.

Y así, el que se aparta de sus amigos y conocidos, estará más cerca de Dios y de sus santos ángeles.

Mejor es esconderse y cuidar de sí, que con descuido propio hacer milagros.

Muy loable es al hombre religioso salir fuera pocas veces, huir de que lo vean y no querer ver a los hombres.

[7] ¿Para qué quieres ver lo que no te conviene tener?

«El mundo pasa y sus deleites» (1Jn 2,17).

Los deseos sensuales nos llevan a pasatiempos; mas, pasada aquella hora, ¿qué nos queda sino pesadumbre de conciencia y derramamiento de corazón?

La salida alegre causa muchas veces triste vuelta, y la alegre trasnochada hace triste mañana. Así, todo gozo carnal entra blandamente; mas, al cabo, muerde y mata.

¿Qué puedes ver en otro lugar que aquí no veas? Aquí ves el cielo y la tierra y todos los elementos, y de estos fueron hechas todas las cosas.

[8] ¿Qué puedes ver en algún lugar que permanezca mucho tiempo debajo del sol?

¿Piensas, acaso, satisfacer tu apetito? Pues no lo alcanzarás.

Si vieses todas las cosas delante de ti, ¿qué sería sino una vana visión?

Alza tus ojos a Dios en el cielo y ruega por tus pecados y negligencias.

Deja lo vano a los vanos, y tú ten cuidado de lo que te manda Dios.

Cierra tu puerta sobre ti y llama a tu amado Jesús; permanece con Él en tu aposento, que no hallarás en otro lugar tanta paz.

Si no salieras ni oyeras noticias, mejor perseverarías en santa paz. Pues te huelgas de oír algunas veces novedades, conviénete sufrir inquietudes de corazón.

Capítulo 21

De la compunción del corazón

[1] Si quieres aprovechar algo, consérvate en el temor de Dios y no quieras ser demasiado libre; mas con severidad refrena todos tus sentidos y no te entregues a vanos contentos.

Date a la compunción del corazón, y te hallarás devoto.

La compunción causa muchos bienes, que la disipación suele perder en breve.

Maravilla es que el hombre pueda alegrarse alguna vez perfectamente en esta vida si considera su destierro y piensa los muchos peligros de su alma.

[2] Por la liviandad del corazón y por el descuido de nuestros defectos no sentimos los males de nuestra alma; mas muchas veces reímos vanamente, cuando con razón deberíamos llorar.

No hay verdadera libertad ni buena alegría sino en el temor de Dios con buena conciencia.

Bienaventurado aquel que puede desviarse de todo estorbo de distracción y recogerse a lo interior de la santa compunción.

Bienaventurado el que renunciare todas las cosas que pueden mancillar o agravar su conciencia.

Pelea como varón; una costumbre vence a otra costumbre.

Si tú sabes dejar los hombres, ellos te dejarán hacer tus buenas obras.

[3] No te ocupes en cosas ajenas, ni te entremetas en las causas de los mayores.

Mira siempre primero por ti, y amonéstate a ti mismo más especialmente que a todos cuantos quieres bien.

Si no eres favorecido de los hombres, no te entristezcas por eso, sino aflígete de que no te portas con el cuidado y circunspección que conviene a un siervo de Dios y a un devoto religioso.

Muy útil y seguro es que el hombre no tenga en esta vida muchas consolaciones, mayormente según la carne.

Pero de no tener o gustar rara vez las cosas divinas, nosotros tenemos la culpa, porque no buscamos la compunción del corazón ni desechamos del todo las vanas y exteriores.

[4] Reconócete por indigno de la divina consolación; antes bien, créete digno de ser atribulado.

Cuando el hombre tiene perfecta contrición, luego le es grave y amargo todo el mundo.

El que es bueno, siempre halla bastante materia para dolerse y llorar, porque ora se mire a sí, ora piense en su prójimo, sabe que ninguno vive aquí sin tribulación.

Y cuanto con más verdad se mira, tanto más halla por qué dolerse.

Materia de justo dolor y entrañable contrición son nuestros pecados y vicios, en que estamos tan caídos, que pocas veces podemos contemplar las cosas celestiales.

[5] Si con más frecuencia pensases en tu muerte que en vivir largo tiempo, no hay duda que te enmendarías con mayor fervor.

Si ponderases también en tu corazón las penas del infierno o del purgatorio, creo que de buena gana sufrirías cualquier trabajo y dolor, y no rehusarías ninguna austeridad. Pero como estas cosas no pasan al corazón y amamos siempre el regalo, permanecemos demasiado fríos y perezosos.

Muchas veces, por falta de espíritu, se queja el cuerpo miserable.

Ruega, pues, con humildad al Señor que te dé espíritu de contrición y di con el profeta: «Dame, Señor, a comer pan de lágrimas, y a beber en abundancia el agua de mis lloros» (Sal 79,6).

Capítulo 22

Consideración de la miseria humana

[1] Miserable serás dondequiera que fueres y dondequiera que te volvieres si no te conviertes a Dios.

¿Por qué te turbas de que no te sucede lo que quieres y deseas? ¿Quién es el que tiene todas las cosas a medida de su voluntad? Por cierto, ni yo, ni tú, ni hombre alguno sobre la tierra.

No hay hombre en el mundo sin tribulación o angustia, aunque sea rey o papa.

Pues, ¿quién es el que está mejor? Ciertamente, el que puede padecer algo por Dios.

[2] Dicen muchos flacos e imperfectos: ¡Mirad cuán buena vida tiene aquel hombre! ¡Cuán rico! ¡Cuán poderoso y ensalzado!

Mas tú levanta la atención a los bienes del cielo, y verás que todas estas cosas temporales nada son, sino muy inciertas y gravosas, porque nunca se poseen sin cuidado y temor.

No está la felicidad del hombre en tener abundancia de lo temporal; bástale una medianía.

Verdadera miseria es vivir en la tierra.

Cuanto más espiritual quiere ser el hombre, tanto más amarga le será la vida, porque siente mejor y ve más claro los defectos de la corrupción humana.

Porque comer, beber, velar, dormir, reposar, trabajar y estar sujeto a toda necesidad natural, en verdad es grandísima miseria y pesadumbre al hombre devoto, el cual desea ser desatado de este cuerpo y libre de toda culpa.

[3] Porque el hombre interior está muy agravado con las necesidades corporales de este mundo; por eso ruega devotamente el profeta verse libre de ellas, diciendo: «Líbrame, Señor de mis necesidades» (Sal 24,17).

Mas, ¡ay de los que no conocen su miseria!, y mucho más, ¡ay de los que aman esta miserable y corruptible vida!

Porque hay algunos tan abrazados con ella, que aunque con mucha dificultad, trabajando o mendigando, tengan lo necesario, que si pudiesen vivir aquí siempre no cuidarían del reino de Dios.

[4] ¡Oh locos y duros de corazón los que tan profundamente yacen en la tierra, que nada gustan sino de las cosas carnales!

Mas estos desgraciados en el fin sentirán gravemente cuán vil y nada era lo que amaron.

Los santos de Dios y todos los devotos amigos de Cristo no tenían cuenta de lo que agradaba a la carne ni de lo que florecía en la vida temporal; mas toda su esperanza e intención suspiraba por los bienes eternos.

Todo su deseo se levantaba a lo duradero e invisible, porque no fuesen abatidos a las cosas bajas con el amor de lo visible.

No pierdas, hermano, la confianza de aprovechar en las cosas espirituales; aún tienes tiempo y ocasión.

[5] ¿Por qué quieres dilatar tu propósito? Levántate y comienza en este momento y di: ahora es tiempo de obrar; ahora es tiempo de pelear; ahora es tiempo conveniente para enmendarme.

Cuando no estás bien y tienes alguna tribulación, entonces es tiempo de merecer.

Conviene que pases «por fuego y por agua» antes que llegues al descanso (Sal 65,12).

Si no te hicieres fuerza, no vencerás el vicio.

Mientras estamos en este frágil cuerpo no podemos estar sin pecado ni vivir sin fatiga y dolor.

De buena gana tendríamos descanso de toda miseria; pero como por el pecado perdimos la inocencia, perdióse la verdadera felicidad.

Por eso nos importa tener paciencia y esperar la misericordia de Dios hasta que se acabe la malicia y la vida destruya a la muerte (Sal 66,3; 2Cor 5,4).

[6] ¡Oh, cuánta es la flaqueza humana, que siempre está inclinada a los vicios!

Hoy confiesas tus pecados y mañana vuelves a cometer lo confesado.

Ahora propones guardarte y de aquí a unas horas haces como si nada hubieras propuesto.

Con mucha razón, pues, podemos humillarnos, y no sentir de nosotros cosa grande, pues somos tan flacos y tan mudables.

Presto también se pierde por descuido lo que con mucho trabajo dificultosamente se ganó por gracia.

[7] ¿Qué será de nosotros al fin, pues ya tan temprano estamos tibios?

¡Ay de nosotros, si así queremos ir al descanso, como si ya tuviésemos paz y seguridad, cuando aún no parece señal de verdadera santidad en nuestra vida!

Bien sería necesario que aún fuésemos instruidos otra vez como dóciles novicios en buenas costumbres, si por ventura hubiese alguna esperanza de enmienda y de mayor aprovechamiento espiritual.

Capítulo 23

De la meditación de la muerte

[1] Muy presto será contigo este negocio; mira cómo te has de componer.

Hoy es el hombre y mañana no parece.

En quitándolo de la vista, presto se va también de la memoria.

¡Oh torpeza y dureza del corazón humano, que solamente piensa en lo presente y no se cuida de lo por venir!

Así habías de conducirte en toda obra y pensamiento, como si hoy hubieses de morir.

Si tuvieses buena conciencia, no temerías mucho la muerte.

Mejor fuera evitar los pecados que huir de la muerte.

Si no estás dispuesto hoy, ¿cómo lo estarás mañana?

Mañana es día incierto, ¿y qué sabes si amanecerás mañana?

[2] ¿Qué aprovecha vivir mucho, cuando tan poco nos enmendamos?

¡Ah! La larga vida no siempre nos enmienda; antes muchas veces añade pecados.

¡Ojalá hubiéramos vivido siquiera un día bien en este mundo!

Muchos cuentan los años de su conversión; pero muchas veces es poco el fruto de la enmienda.

Si es temeroso el morir, puede ser que sea más peligroso el vivir mucho.

Bienaventurado el que tiene siempre la hora de la muerte delante de sus ojos y se dispone cada día a morir.

Si has visto alguna vez morir un hombre, piensa que por aquella carrera has de pasar.

[3] Cuando fuere de mañana, piensa que no llegarás a la noche; y cuando fuere de noche, no te atrevas a prometerte la mañana.

Por eso está siempre prevenido y vive de tal manera que nunca te halle la muerte inadvertido.

Muchos mueren de repente, porque «en la hora que no se piensa vendrá el Hijo del Hombre» (Lc 12,40).

Cuando viniere aquella hora postrera, de otra suerte comenzarás a sentir de toda tu vida pasada y te dolerás mucho de haber sido tan negligente y perezoso.

[4] ¡Qué bienaventurado y prudente es el que vive de tal modo cual desea lo halle Dios en la muerte!

Porque el perfecto desprecio del mundo, el ardiente deseo de aprovechar en las virtudes, el amor de la observancia, el trabajo de la penitencia, la prontitud de la obediencia, la abnegación de sí mismo, la paciencia en toda adversidad por amor de Cristo, gran confianza te darán de morir felizmente.

Muchas cosas buenas puedes hacer cuando estás sano; pero cuando enfermo, no sé qué podrás. Pocos se enmiendan en la enfermedad; y los que andan en muchas romerías, tarde se santifican.

[5] No confíes en amigos ni en vecinos, ni dilates para después tu salvación, porque más presto de lo que piensas estarás olvidado de los hombres.

Mejor es ahora, con tiempo, prevenir algunas buenas obras que envíes adelante, que esperar en el socorro de otros.

Si tú no eres solícito para ti ahora, ¿quién tendrá cuidado de ti después?

Ahora es el tiempo muy precioso; «ahora son los días de salud; ahora es el tiempo aceptable» (2Cor 6,2).

Pero, ¡ay dolor!, que lo gastas sin aprovecharte, pudiendo en él ganar con qué vivir eternamente.

Vendrá cuando desearías un día o una hora para enmendarle, y no sé si te será concedida.

[6] ¡Oh hermano! ¡De cuánto peligro te podrías librar, y de cuán grave espanto salir, si estuvieses siempre temeroso de la muerte y preparado para ella!

Trata ahora de vivir de modo que en la hora de la muerte puedas más bien alegrarte que temer.

Aprende ahora a morir al mundo, para que entonces comiences a vivir con Cristo.

Aprende ahora a despreciarlo todo, para que entonces puedas libremente ir a Cristo.

Castiga ahora tu cuerpo con penitencia, porque entonces puedas tener confianza cierta.

[7] ¡Oh necio! ¿Por qué piensas vivir mucho, no teniendo un día seguro?

¡Cuántos se han engañado y han sido separados del cuerpo cuando no lo esperaban!

¿Cuántas veces oíste contar que uno murió a cuchillo, otro se ahogó, otro cayó de lo alto y se quebró la cabeza, otro comiendo se quedó pasmado, a otro jugando le vino su fin? Uno murió con fuego, otro con hierro, otro de peste, otro pereció a mano de ladrones; y así la muerte es fenecimiento de todos, y la vida de los hombres se pasa como sombra rápidamente.

[8] ¿Quién se acordará de ti, y quién rogará por ti después de muerto?

Haz ahora, hermano, haz lo que pudieres, que no sabes cuándo morirás; no sabes lo que te acaecerá después de la muerte.

Ahora que tienes tiempo, atesora riquezas inmortales.

Nada pienses fuera de tu salvación y cuida solamente de las cosas de Dios.

«Granjéate ahora amigos», venerando a los santos de Dios e imitando sus obras, «para que cuando salieres» de esta vida «te reciban en las moradas eternas» (Lc 16,9).

[9] Trátase como huésped y peregrino sobre la tierra a quien no le va nada en los negocios del mundo.

Guarda tu corazón libre y levantado a Dios, porque aquí «no tienes domicilio permanente» (Heb 13,14).

Allí endereza tus oraciones y gemidos, cada día con lágrimas, porque merezca tu espíritu, después de la muerte, pasar dichosamente al Señor. Amén.

Capítulo 24

Del juicio y penas de los pecadores

[1] Mira el fin de todas las cosas y de qué suerte estarás delante de aquel Juez justísimo, al cual no hay cosa encubierta, ni se amansa con dádivas, ni admite excusas, sino que juzgará justísimamente.

¡Oh ignorante y miserable pecador! ¿Qué responderás a Dios, que sabe todas tus maldades, tú que temes a veces el rostro de un hombre airado?

¿Por qué no te previenes para el día del Juicio, cuando no habrá quien defienda ni ruegue por otro, sino que cada uno tendrá bastante que hacer por sí?

Ahora tu trabajo es fructuoso, tu llanto aceptable, tus gemidos se oyen, tu dolor es satisfactorio y purificador.

[2] Aquí tiene grande y saludable purgatorio el hombre sufrido que, recibiendo injurias, se duele más de la malicia del injuriador que de su propia ofensa; que ruega a Dios voluntariamente por sus contrarios y de corazón perdona los agravios; que no se detiene en pedir perdón a cualquiera; que más fácilmente tiene misericordia que se indigna; que se hace fuerza muchas veces y procura sujetar del todo su carne al espíritu.

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