Читать книгу: «Ostracia», страница 4

Шрифт:

8

Mi deseo choca con la realidad mil veces al día,

tal vez más.

Si fuese a ser eterna, podría soportar

la tensión.

Pero, siendo tan breve el tiempo que me resta,

pensé que debía cambiar la realidad.

−La ingenuidad, ¡qué linda!−.

Hoy tantos mensajes levemente repetitivos

me aconsejan situarme fuera, en los márgenes

y mirar desde ahí la catástrofe.

El deseo, bien lavado, puede quedar colgado al sol,

con las banderas y sus emblemas revolucionarios.

Pero... malditas sean las cínicas.

Inessa Armand (1914). Cuadernos apócrifos. París.

9

Como feminista bolchevique, Alexandra Kollontai (1872-1952) eclipsó a su contemporánea Inessa Armand (1874-1920), que acaba reducida a mera amante de Lenin. Alexandra Kollontai, que tras el fallecimiento de Inessa, la sucedió en algunas de sus tareas, era, sin duda, la más carismática de las dos, aunque Inessa fuese más fina en la táctica política. En la visión de Kollontai anterior al 17, las feministas formaban parte de una élite privilegiada, a pesar de su falta de derechos políticos, porque al trabajar para la reforma del zarismo y no para la destrucción del sistema, estarían dándole legitimidad. Además, veía una enorme brecha entre la mayoría de las mujeres, empujadas fuera de casa hacia un trabajo a causa de la pobreza, y la minoría que buscaba su realización personal a través de una equitativa participación con los hombres en la fuerza de trabajo y en la trama política. Irónicamente, su posición no tuvo credibilidad ni para las feministas, que tenían serias dudas sobre su sinceridad, ni para sus camaradas socialistas, que sospechaban que estaba abogando por el separatismo de las mujeres trabajadoras. Para Kollontai, el asunto no era sencillo. Probablemente veía a las feministas, incluso estando divididas, como una amenaza para el movimiento de la clase trabajadora donde estaba implicada y en el que creía profundamente. Pero, a pesar de la férrea oposición de sus camaradas socialistas, intentó por todos los medios introducir a las mujeres trabajadoras en la óptica de la lucha de clases haciendo clubes separados para ellas. Podría ser vista como un puente entre socialismo y feminismo.

Várvara Armand. Apuntes para su Biografía de Inessa Armand (inédita).

10

No es que tuviésemos un trato estrecho, una confianza de íntimas amigas. Si estás buscando confidencias, no seré yo quien pueda informarte. Pero eran tiempos de mucha ebullición y ella estaba en el centro de todos los comentarios, así que, incluso no queriéndolo, acababas por saber... y en Moscú nos conocíamos todos. Las familias de origen francés, como la tuya y la mía, al establecerse en Rusia a comienzos del XIX, fueron obligadas a nacionalizarse, pero no teníamos estatus de verdadera ciudadanía; éramos solo “ciudadanos honorarios”, lo que significaba en realidad que éramos gente de segundo grado. Los nobles ni nos miraban, así que nuestro círculo de amistades era más bien reducido. Yo asistía todos los jueves a las reuniones en casa de Mina Gorbunova, que fue la primera mujer a quien escuché, no sin escándalo, llamarse a sí misma feminista. Decían que era una matemática eminente, dedicada a la estadística sobre todo, aunque lógicamente nunca hablábamos de eso, pero lo que sí tengo por seguro es que era una convencida defensora de la cuestión femenina. Nos animaba a todas a fundar escuelas, a informar a otras mujeres. Allí, en su salón, empecé a coincidir con tu madre con regularidad, aunque ya nos conocíamos superficialmente de frecuentar la misma sociedad –ya sabes, los mismos bailes, las mismas tiendas– de solteras. Ella era –estoy hablándote del año 93 o 94–, una joven madre que a veces dejaba Eldigino, donde vivía, cerca de la fábrica de vestimenta militar que había dado fortuna a tu familia, para acercarse en tren a Moscú. Hacían una bonita pareja, ella y tu padre –porque Alexandre era tu padre, probablemente– cuando se dejaban caer por las fiestas de sociedad: ¡ópera, ballet, teatro, de todo cuanto hay! ¡Éramos jóvenes y nos gustaban las salidas y las fiestas...! Pero las diversiones, creo, pasaron a segundo plano cuando Inessa comenzó a frecuentar la tertulia de Mina Gorbunova. Pienso que dejó de salir tanto como hacía antes. Ella era muy temperamental, no sé cómo decir… Digamos que tomaba decisiones impetuosas muy firmemente. Alexandre Evgenevich, tu padre, era miembro de la Zemstvo de la región de Moscú. ¡Bah! Era un cargo que ni sé bien decirte en qué consistía, pero tenía que velar por las cuestiones de educación y salud públicas. Así que Inessa se decidió rápidamente a aplicar las ideas que circulaban por el salón de Mina en su propia casa, contando con esa predisposición filantrópica de tu padre. Recuerdo que primero tuvo que discutir con la familia Armand por eso de establecer una escuela para los hijos de los trabajadores y de los campesinos locales. Imagínate lo que sería… Por entonces se veía como una excentricidad dedicar energías a educar a los criados. Porque en nuestras familias, la servidumbre nunca existió, no sé bien por qué, tal vez porque los abuelos ya habían llegado de Francia con otra mentalidad distinta a la del zarismo. ¡Rusia estaba atrasadísima! Pero, de ahí a poner los criados a estudiar, todavía había un trecho... Lo que Inessa pretendía, con todo, según contaba en el salón, era tener a los niños ocupados para poder dedicarse a las madres. Ella era así: cuando se fijaba un objetivo, buscaba el medio para conseguirlo como fuese. No era que no le importasen los niños, ¿eh?, entiéndeme bien. ¡Si todavía tenía unos pocos meses Alexandre, tu hermano, y ya adoptó a un niño de una familia pobre! Sí, Vladimir, que después traía con ella como un hijo más, todo lindo y con zapatos de hombrecito. Pero le había prendido dentro el fuego de la cuestión femenina. Y como tu padre tenía esa encomienda de observar la región, se empeñó en visitar con él muchas familias pobres. Nunca había visto nada igual, nos contaba, y no me sorprende: cuando empezó el noviazgo con tu padre era aún una niña. Todas éramos muy ingenuas; nada que ver con lo que son ahora las jóvenes... Si te digo la verdad, al principio pensé que estaba jugando... Era siete u ocho años menor que yo, así que podía valorarla con perspectiva. Mira, entonces estaba de moda tener un diario e Inessa nos contó a todas las señoras de las reuniones de Mina que había anotado en el suyo la primera carta que le envió a Alexandre, bajo pretexto de pedirle la dirección de un amigo común para mandarle una invitación. Aprovechó la circunstancia para invitarlo a él también y para explicarle cuánto la había hecho pensar su conversación y todo lo que había hecho desde su visita. Parece todo muy normal, hasta que Inessa nos reveló entre carcajadas que había escrito la carta... ¡la noche siguiente a esa primera visita! ¡Pues sí que aprovechaba las horas ella! Sí, era vehemente, pero también calculadora; no sabría yo determinar qué cualidad predominaba en ella... Digamos, que era por días que se presentaba como pasional o madura. En aquel tiempo tenía algo especial, sin embargo, como si precisase poner su energía en algún sitio y no supiese todavía dónde.

Al poco de nacer tú, Mina consiguió el permiso para fundar la Sociedad Moscovita para mejorar el Destino de las Mujeres y le pidió a tu madre que hiciese de secretaria. Creo que fue en ese momento cuando empezó a ser vigilada por la Okhrana, la policía zarista. Pero lo único que pretendía era obtener fondos para escuelas de mujeres, para libros..., todo bien pedagógico, orientado a un buen fin..., aunque su sueño, siempre insistía, fuese fundar un periódico. Entonces llegó lo de preocuparse tanto con la prostitución y fue ahí cuando se estropeó todo... ¡Ah! ¡Qué difícil de explicar!

Éramos hijas de la burguesía, nos habían hablado siempre de las malas mujeres que inducían a los hombres al pecado. Si un matrimonio no funcionaba, era porque una mujer licenciosa, cobrase o no por su dedicación, seducía al pobre hombre, el cabeza de familia. La sífilis era pan de todos los días. Por primera vez, en las tertulias de Mina pensamos en la prostitución como la única opción de las mujeres pobres, expulsadas fuera de casa, golpeadas por los maridos, embarazadas cada invierno. Aunque yo siempre creí que para hacer eso, había que estar hecha de un material especial, muchas, ella en especial, debatían y debatían sobre si era la única salida posible para llevar algo de comer a unos hijos mal nutridos... no lo sé, el mundo es muy ancho y habrá de todo... Pero para hacer eso, no sirve cualquiera.

La verdad es que me fui alejando del grupo cuando comenzaron a simpatizar tanto con las mujeres de mala vida... Como que se pasaban el día justificándolas, buscándoles las virtudes y yo, si te digo la verdad, no sé... Si le das la mano o así a una de esas mujerzuelas, ¿no podrás contagiarte de algo? De sífilis o de algo peor... Todo el mundo sabe que la indecencia es contagiosa. ¡Pues claro que es contagiosa! Inessa era muy sentimental, ya te digo: cuando abrazaba una causa lo hacía por entero. Y no te creas que a los hombres les gustaba esa filantropía, ni las feministas todas... No confiaban en tanta modernidad. En la iglesia siempre nos habían dicho que una mujer de perdición es alguien degradado, alguien que ya nace así, como predispuesto al pecado. Que tu madre, como otras casadas en ese momento, se decidiese a defender a las mujeres desviadas del buen camino era algo absolutamente insólito en Moscú. Nunca se había visto algo igual. Pero ella se empeñaba en asegurar que se trataba solo de una expresión de la caridad cristiana. No, allí nunca se habló de política. No sé por qué me preguntas eso... Detesto la política. No yo en particular, ¿eh? Creo que todas nosotras detestábamos la política... o, más bien, no sabíamos una palabra: de eso hablaban los hombres cuando fumaban un cigarro después de la cena. Las mujeres no. Teníamos bastante con las casas, los niños, ya sabes... Podía entenderse que las señoras se ocupasen de las mujeres descarriadas como buenas cristianas ortodoxas, que deben ser caritativas, simplemente. Pero Inessa se tomó en serio la defensa de las prostitutas. Para mí que se excedió. Porque ¿qué puede pensar un hombre que no sea tu esposo, si te pones a defender prostitutas? Pues que ves con buenos ojos el pecado, ¿no? Y si ves como aceptables esos pecados, tiene que ser porque estás pensando en pecar. No hay vuelta de hoja.

No quiero ofenderte pero... en aquel tiempo creía que Inessa debía de estar pensando todo el día en... bueno... en... eso que se hace con el marido. Y tu padre que iba mucho fuera, de caza y así ¿eh?, que yo no pienso que visitase nunca un prostíbulo un hombre recto como él, pero faltaba de casa, y su mujer pensando en prostitutas... ¡Eso no podía llevar a nada bueno! Porque, por muy liberales que fuésemos, por muy modernas y convencidas de mejorar las condiciones de vida del prójimo, yo siempre tuve para mí que una cosa es enseñar a leer y otra justificar el pecado. Que las mujeres que supiesen leer sabrían llevar las cuentas de gastos de la casa o del negocio del marido, y eso no da reparo. Ni se me pasó nunca por la cabeza la idea de mujeres que viviesen fuera de la casa familiar y, como después se vería, tu madre vislumbró ahí un camino de libertades que no podía llevarla a buen sitio. Porque… ¿qué es mejorar el destino de las mujeres? ¡Hacer que puedan leer el periódico o un libro de cantos de misa! Efectivamente. Pero siempre hay alguna que da en imaginar que, a lo mejor, puede llegar a ser como un hombre, con su capacidad de ir y venir y, digo yo, si Dios nos quisiese así, libres y decididas como hombres, nos habría hecho a todos iguales, y no lo hizo. Y para hacernos distintos, tuvo Dios-nuestro-señor que pensar en cómo y en por qué, y decidió hacernos distintos por ahí abajo... Y bien se sabe que esa pequeña diferencia, destinada a que todo encaje y sean una sola cosa lo que antes estaba separado, le ha causado a Dios-nuestro-señor innumerables problemas ya desde el Paraíso. Si te digo la verdad, todo eso es demasiado complejo para mí. Pero creo que, si Dios tuviese que volver a hacer el mundo hoy, procedería de otra manera bien distinta.

Y si escribes algo de todo esto, que no salga mi nombre así en el de mujeres a favor de la modernidad ni devotas de los salones, que finalmente lo mejor del socialismo fue que se dejasen esas cosas todas pecaminosas. Que para mí lo único malo de los bolcheviques era el ateísmo, aunque yo continué siempre teniendo mi icono en casa y recé cuanto quise. Por lo demás los bolcheviques fueron siempre gente de orden... Sí, tenían respeto por la esposa y devoción por los hijos. Mira a tu padre, si no, que cuando Inessa le vino con la barriga de otro, y encima, siendo el otro su propio hermano, bajó los santos todos del cielo, que es cosa de perdonar en un momento así en un hombre siempre sobrio y gentil, pero después le dio trato de hijo y le puso su Alexandrievich tras el nombre, para no llamar la atención. Que, en mi opinión, el mejor bolchevique de la casa era tu padre, aunque no entrase nunca en el partido ese. De hecho, lo prendieron una vez por tener libros marxistas o no sé qué, por esa época, cuando tu nasciste. Después, claro, no entraría en el Partido, porque ya los cuernos le llegaban a la Luna, pero era un puro bolchevique, vamos, eso creo yo. No como otras que se apuntarían a un bombardeo con tal de no estar en casa. Y, si escribes algo finalmente con todo esto, no te olvides de poner mi nombre, que yo nunca he salido en un libro... Pero no como amiga de prostitutas ni feminista, pon algo así más normal...

Várvara Armand (sin fecha). Entrevistas para aclarar la figura de mi madre: Extracto 21, anónimo.

[Las entrevistas fueron transcritas de acuerdo con el modelo taquigráfico para el ruso de Anna Grigórievna, por cierto, esposa que fue de Fedor Dostoievski, autor de Los hermanos Karamazov, obra prohibida hasta 1953 por Stalin, por ser representativa de la moral individualista burguesa. V. Armand].

11

Si un viajero quisiese instalarse en Ostracia

y viniese a pedirme consejo,

le mentiría.

Con toda tranquilidad,

le hablaría de las lechuzas que cantan por la noche,

de los corzos que a veces salen a los caminos.

Le cantaría las bellezas todas de Ostracia:

la humedad de los bosques,

la intensidad de las puestas de sol,

y el canto de mil pájaros al amanecer.

Mentiría.

No hablaría de que los vecinos nunca saludan,

ni de la suciedad que rodea todo cuando cortan la hierba en las últimas horas de la tarde.

No hablaría de que es imposible venirse a vivir a Ostracia

voluntariamente

en un acto de decisión individual.

Imposible.

A Ostracia solo se puede venir desterrada.

Inessa Armand (abril de 1908). Cuadernos apócrifos. Mezen.

12

¿Escribir sobre Inessa? ¡Quítate esa idea de la cabeza inmediatamente! Tu madre no puede ser explicada en un libro. No es que no quiera ayudarte. Tienes que saber que me estás pidiendo algo íntimo y lo íntimo no puede ser recogido en la Historia, por definición. Compartí con ella una parte insignificante de nuestras vidas. Estuvimos presas juntas en Moscú, antes de ir a Mezen. ¡Aquel destierro fue cruel! Ya sé que lo sabes... Era tan excesivo para una madre que apenas podía ser acusada de que en su casa se celebrasen reuniones antizaristas o de imprimir material informativo sobre marxismo... que solo podía explicarse como un castigo ejemplar. Las autoridades de ese viejo mundo que estaba derrumbándose se complacían de que todo el peso de las leyes fuese a caer sobre una extranjera rica... Finalmente, ella traía modelos de existencia que rompían la familia de siempre. Sí, extranjera, porque apellidándose Armand nadie puede ser verdaderamente ruso, ¿no? La política estaba por todas partes y en cierta manera era consentida; las nuevas costumbres, no. Cuando volví a verla, había intentado recomponer mi vida, había salido de Rusia y habitaba otros horizontes. Si tuviese que contar la verdad de Inessa no hablaría de ella, sino de otras mujeres que llevaban décadas desafiando esas costumbres. Voy a contártelo... pero nada de tu madre.

En Rusia, antes de la revolución, muchas mujeres en el campo se casaban antes de tener la primera menstruación. En el tiempo en que trabajé en un hospital en Petersburgo, supe de muchos usos antiguos que todavía eran frecuentes entre nosotros. En cierta ocasión entró una mujer de parto porque, aunque lo habitual era parir en casa, por cualquier complicación podía aparecer una parturienta y también era atendida. Me sorprendió, al quitarse la ropa, ver que traía sus partes llenas de azúcar. Una partera que había ido a atenderla valoró que el parto iba a ser difícil, así que la mandó al hospital, no sin antes haber hecho esa curiosa recomendación: puesto que el bebé no quería salir a ver la luz del día, lo mejor era intentar persuadirlo poniéndole algo dulce ¡No te rías...! Antes de la revolución, Rusia era un país salvaje, de hielo y osos. Por eso no quise regresar allí... Durante años las clases altas habían procurado educar a sus hijas y las niñas solicitaban el ingreso en las universidades que, invariablemente era denegado. Ante la reiterada falta de éxito, muchas marchaban a Zúrich, de manera que en el 73 el zar decretó que les fuese negado el acceso a los trabajos del estado a las mujeres que hubiesen estudiado allí. Insistía el decreto en la inmoralidad de las estudiantes rusas fuera de casa... Todo fue muy difícil. ¿No conoces el caso de Sofía Kowalevsky? Moriría cuando tú naciste... Pues, contando las cosas por el principio, tres muchachas deseosas de estudiar, por los setenta, escogieron a un hombre con fortuna, el tal Kowalevsky y se le ofrecieron para una singular aventura: él podía decidir con cuál de ellas se casaba y las otras dos acompañarían al matrimonio y así podrían salir de Rusia para estudiar... Sofía, que fue la elegida, llegó a ser una matemática mundialmente famosa... Cuento todo así tan mal que pensarás que estoy loca pero aquel tiempo es difícil de explicar. Lo que quiero decirte es que el mundo no necesita de una historia verídica de tu madre. Ella llegó a relacionarse con personas tan importantes para el futuro de la humanidad que su verdadera vida carece de interés. Se publicarán obras y más obras sobre ella y apenas dirán que fue la amante de tal señor o de tal otro, pero realmente solo puede ser entendida en la tragedia que nos afectaba a todas. Cuando la prendieron, tu madre tenía cinco hijos, entre los trece y los cuatro años. ¿Cómo pudieron hacerle eso? El 21 de noviembre, en la Estación Yaroslavsky, el tren que la llevaba al exilio hizo una parada para que ella, custodiada por dos guardias, pudiese saludarnos −éramos unas pocas personas congregadas para despedirla, además de todos los miembros de tu familia−, ¿te acuerdas? Marchaba a Arcángel, y después todavía más al norte. Sé que lo viviste, pero no siempre entendemos el desgarro que puede producir en los otros el castigo. La sentencia dictaba que Elizaveta Fedorovna Armand era un peligro para el orden público. ¿Qué significa un peligro para el orden público, puedes decírmelo? Pues probablemente que nadie entendía cómo podía estar viviendo con su cuñado y tener consigo a sus hijos. Kamo, aquel bandido tuerto que era bien amiguito de Stalin en la infancia, no sé si después, atracó el Banco del estado en Tiflis y se llevó 341.000 rublos, ¿sabes? Hasta fue capaz de mandarlos a la frontera en una caja de sombreros... y no fue enviado al Ártico. ¿Entiendes lo que era actividad subversiva y lo que no lo era? Se vengaron de ella por su vida personal.

Cuando volví a verla dos años después era toda melancolía. Estaba pálida y flaca, y tenía el ánimo bajísimo... Durante esos meses había estado apartada de sus niños, había pasado hambre, había padecido malaria y desnutrición y había visto, finalmente, cómo moría su amante, aquel por quien había arriesgado su posición social y su buen nombre... ¿Sabes qué me dijo? “Estoy destruida. Vengo de Suiza donde acaba de morir alguien muy cercano a mí, de tuberculosis...”. Ella sabía que yo sabía... Ella sabía que todos sabíamos quién podía ser ese alguien muy cercano a ella... pero pretendía ser comedida. Anna Asknazy, con quien tenía más intimidad que conmigo, me escribió pidiéndome que la cuidase. Me contó que le había dicho en una carta muy emotiva que la muerte de Volódia había sido para ella una enorme pérdida, porque formaba parte de su felicidad personal y que sin felicidad personal el camino era demasiado duro. Eso fue lo que recuerdo que me dijo Anna, pero a mí no me contó tantos detalles. Ahora vosotros, los jóvenes, sois diferentes, pero entonces la discreción era tenida por virtud importante y entre nosotros, entre las gentes que habíamos padecido los sufrimientos de la prisión y tanta injusticia, todo se leía entre líneas. Si ella no me confió nada de esa relación personal, sería porque no deseaba contarlo y no voy yo a ir transmitiendo mis opiniones que pueden estar equivocadas. Tienes que entenderme. Te ayudaría si pudiese. Solo puedo decir que al regreso del destierro estaba cerrada dentro de sí. No podía volver a Rusia por miedo a que la detuviesen. Y no era sencillo llevaros a todos vosotros al extranjero en aquellos tiempos peligrosos. Si en algún momento había pensado pasar inadvertida entre la multitud en un lugar grande como Petersburgo, probablemente ya no se veía con fuerza para hacerse cargo de vosotros en esas condiciones. Estaba deprimida, como dicen ahora. Nos encontrábamos con frecuencia en aquellos tiempos e insistía siempre en su falta de energía, en su incapacidad para concentrarse en el trabajo. Por eso se vino a París, para conocer el Partido Socialista francés y valorar lo que podía hacer. Nos veíamos en la avenida de Orleans, en el Café des Manilleurs, donde se reunía toda la emigración rusa. Nos dejaban un local reservado en el primer piso, para hablar con mayor comodidad. Allí, conmigo delante, tu madre conoció a Lenin. Con él entró en otro capítulo de su vida, del que ya apenas sé lo que cuentan por ahí. Por eso no quiero ni puedo hacer contribuciones interesantes para tu libro. Pasé por su vida un par de veces, en episodios sueltos. En la primera vi a una mujer intensa, cargada de luz y de ganas de poner todo patas arriba. En la segunda, vi lo que hacen las prisiones con las personas: las vacían por dentro. Se había vuelto cautelosa, medida, no exactamente fría... Creo simplemente que carecía de toda esperanza... Pero cuando en el Café des Manilleurs, adonde fue conmigo, conoció a Lenin, su vida cambió para siempre. Se colocó al servicio de su causa y fue..., no te ofendas, pero fue como si se tatuase en la frente: “soy tuya”.

Várvara Armand (3 de abril de 1930). Entrevistas para clarificar la figura de mi madre: Extracto 17, Elena Vlasova.

399
669,54 ₽
Возрастное ограничение:
0+
Объем:
340 стр. 1 иллюстрация
ISBN:
9788409329564
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают