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Análisis del discurso organizacional

En este apartado damos paso a reconocer las diferentes perspectivas de análisis del discurso organizacional, las mismas que nos sirven de base para la forma como lo asumimos acá, desde lo lingüístico-comunicativo.

Análisis crítico

El “análisis del discurso de las organizaciones” es un tema tratado desde diferentes ópticas, dirigidas a estudiar la relación entre el discurso y los procesos organizacionales. Para conocer estas perspectivas ampliamente, el lector puede remitirse a Robin Clair y Denis Mumby (2000), quienes hacen un recorrido teórico y metodológico por las propuestas de AD organizacional.

En este recorrido, identifican dos perspectivas de investigación de este discurso: el enfoque cultural o interpretativo y el enfoque crítico, los cuales “se interesan por la relación entre el discurso y la creación de la realidad social” (Clair y Mumby, 2000, p. 264). Dentro de esas dos corrientes se han generado varias investigaciones a partir de diferentes enfoques, que se constituyen en la base del ACD: el análisis de la conversación, los actos de habla, la sociolingüística y la semiótica social (representada por Michael Alexander Halliday (1982), quien propone las siete funciones del lenguaje, concentradas en tres megafunciones: ideacional, interpersonal y textual).

El enfoque cultural describe cómo las prácticas discursivas de los miembros de una organización contribuyen a desarrollar un significado compartido. Su objetivo es “demostrar la conexión entre las normas y los valores compartidos de una organización, por un lado, y los medios por los cuales se expresan esas normas y valores, por el otro” (Clair y Mumby, 2000, p. 264). Dentro de este enfoque destaca la etnometodología, representada por tres investigadores: Michel Burawoy, Stewart Clegg y Michael Rosen, quienes usan los métodos de observador participante (Burawoy), entrevistas, notas de campo y transcripciones (Clegg), y análisis textual detallado (Rosen).

Por su parte, al enfoque crítico le importa más el problema del poder y el control de las organizaciones, pues las entiende

[…] no sólo como colectividades sociales en las que se produce un significado compartido, sino como sitios de lucha en los que distintos grupos compiten por moldear la realidad social de la organización de modo que sirva a sus propios intereses (Clair y Mumby, 2000, p. 265).

Además, este enfoque analiza las desigualdades producidas, mantenidas y reproducidas por la relación entre el discurso y el poder.

Según Clair y Mumby (2000), dos corrientes llevan a cabo esa investigación crítica: 1) una perspectiva que se encarga de comprender y criticar las relaciones entre el discurso, la ideología y el poder, con el objetivo de proponer otras formas de organización –en este grupo ubican a Teun van Dijk y a ellos mismos–; y 2) y la feminista crítica del discurso organizacional, que considera el problema de la noción de género y “plantea que las cuestiones del discurso, el poder y el control solo pueden entenderse examinando el modo como el habla construye socialmente las definiciones de masculinidad y feminidad, y las interacciones de hombres y mujeres” (p. 268). Las investigadoras de la corriente feminista parten de que la base de las organizaciones es patriarcal; por eso, generan estudios sobre los prejuicios instrumentales masculinos que afectan las formas de estudiar las organizaciones, formas enfocadas en la racionalidad, la eficiencia y el control (p. 279). Las representantes de esta línea son Ann Ferguson, Silvia Gherardi y Patricia Martin, entre otras.

En cuanto al ACD organizacional representado por Clair y Mumby (2000, p. 272), este permite conocer los procesos mediante los cuales se les da forma discursiva a las luchas entre intereses antagónicos, al asumir que las organizaciones no se reproducen simplemente; más bien, existen de manera precaria como estructuras simbólicas atravesadas por intereses encontrados, luchas y contradicciones. Estos autores se ocupan de la relación entre el habla organizacional y el ejercicio del poder y la resistencia. Dennis Mumby (en Clair y Mumby, 2000, p. 273) trabaja los relatos de anécdotas de los sujetos de las organizaciones, hallando cuatro formas en que funcionan ideológicamente: generalización, ocultamiento, naturalización y control.

Robin Clair, por su parte, investiga el acoso sexual como práctica discursiva, realizada a través del encuadre,7 en el cual los sujetos subordinados “justifican” discursivamente su propia subordinación, de modo que pueden contribuir a perpetuarla (Clair y Mumby, 2000, p. 274). El encuadre es un “tipo de metanarración que influye en la interpretación, pero no es parte del contenido” (Stahl, 1989, citado en Clair y Mumby, 2000, p. 280). Clair analizó seis encuadres en los discursos de las mujeres víctimas de acoso sexual y los usó como guía de análisis: 1) la aceptación de los intereses dominantes; 2) el simple malentendido; 3) la reificación; 4) la trivialización; 5) la vacilación denotativa, y 6) la personalización de lo público (Clair y Mumpy, 2000, p. 284).

Otros autores de esta corriente son James Helmer (1993) y David Collinson (1988). El primero sostiene que el relato de anécdotas “sirve para estratificar a la organización según criterios de poder y de autoridad, de género y de ética” (citado en Clair y Mumby, 2000, p. 274). El segundo, también referido por Clair y Mumby, trabaja la relación entre el discurso organizacional, el poder y la identidad, y la forma en que la estrategia del humor permea las ideologías, normalizando y controlando.

El análisis crítico ha sido protagonista central del AD de las organizaciones con fuentes diversas, pero con la mirada puesta en las relaciones sociales y en las manifestaciones de poder; así lo concluye Anahí Gallardo (2012, p. 24), tras un recorrido por las diferentes propuestas de este enfoque, afirmando que todas las investigaciones de este campo parten de la definición del discurso como el mecanismo de poder para la conformación del orden organizacional.

Por último, Clair y Mumby refieren el análisis de Van Dijk sobre el discurso gerencial corporativo, en donde determina cómo los grupos organizacionales dominantes reproducen las relaciones de dominación existentes, estudiando “mecanismos lingüísticos sutiles con los que se construye discursivamente a las minorías y se las sitúa como diferentes y, por implicación, inferiores a la –norma– de los blancos” (Clair y Mumby, 2000, p. 282).

Dimensión lingüística

Además de la clasificación de los estudios del ACD sobre el discurso de las organizaciones, aquí importa la dimensión lingüística del AD. Desde este campo, el interés reside en lo discursivo, en el contenido, en las interacciones, en la estructura relacionada con el contexto a partir del discurso mismo y en contextos organizacionales como son las escuelas o colegios. La lingüística es una de las bases fundacionales del AD y en particular: la lingüística funcional (Halliday, 1982, 2004) y la lingüística textual (Van Dijk, 1996, 1999, 2008a), que supera el análisis de la oración, hasta llegar a la superestructura y la macroestructura.

Así mismo, se ubica en esta dimensión lingüística la obra de Roger Fowler y Gunther Kress (1979a), quienes se preguntaron sobre las estructuras lingüísticas de diferentes discursos. Para obtener respuestas, partieron de bases teóricas lingüísticas, porque tuvieron claro que la forma, la estructura superficial, el armazón del discurso es la parte significante de las unidades lingüísticas por describir. Determinaron la estructura de la exposición de las órdenes en contextos tanto escolares como laborales, y con ello mostraron lo que pasa con la lengua, con el sistema y las relaciones de control:

Todas las órdenes requieren que los siguientes elementos de significado estén presentes: a) emisor de la orden que también es hablante (Eo-H). b) receptor de la orden que también es oyente (Ro-O). c) verbo de la orden (Vo). d) agente de la acción que es el mismo receptor (Ro-Q). e) proposición que se refiere a la acción que se debe realizar (P). f) desplazamiento del tiempo de la acción a un pensamiento posterior. A: tiempo verbal. W: variante (Fowler y Kress, 1979, p. 44).

Pero también dieron cuenta de posibles formas lingüísticas en donde la orden se da cuando se cambian los elementos principales, cuando se ocultan o se modifican: declarativas usadas como órdenes,8 pasivas impersonales declarativas,9 relexicalización,10 pluralización, formas de tratamiento. Con estas formas lingüísticas no solo se interrelacionan claramente las estructuras sociales con las lingüísticas, también de manera explícita se presenta la metodología a seguir para analizar las órdenes.

Ahora bien, se ha aplicado el AD en muchos ámbitos de la vida humana, como la educación, los medios de comunicación, la administración de justicia, las relaciones laborales… en todos los contextos en los cuales los sujetos interactúan, con sus diferentes roles y condiciones, como acontece en las organizaciones: espacios donde los seres humanos son eso, seres con sueños por cumplir, sembrados en la posibilidad de lograrlos gracias a la remuneración de su trabajo.

Trabajar es una de las actividades más ansiadas por parte de las personas, dadas las cosas que se pueden alcanzar, pese a que no siempre se tiene un trabajo armonioso, con ambiente adecuado y relaciones simétricas, porque la relación no es equitativa entre el pago y la labor, entre el ambiente laboral y las condiciones, o entre las actividades y los productos; y porque las interacciones suelen ser tensas: las hablas entre las personas que trabajan, las que coordinan el trabajo, las que dan trabajo, las que “gerencian” el trabajo, suelen ser alejadas y controladas.

Son, entonces, las palabras de las organizaciones las que describo en este texto y de las cuales surge su gramática, la gramática del control, con el fin de hacernos conscientes de esas formas y sus efectos, y así usarlas tanto en la producción como en la comprensión de sentido, con responsabilidad social, por encima del uso de la fuerza, del maltrato, del acoso. La palabra dignifica, el diálogo construye, las interacciones forman pares e impares productivos. A eso le apuesta este libro: a hablar con respeto.

El manual de buen gobierno como género discursivo

Para hablar del género del manual discursivo, primero es necesario definir lo que se entiende por género. Para hacerlo, me apoyo en la perspectiva de Giovanni Parodi y de Van Dijk.

Para Parodi,

Aun cuando los géneros se actualizan discursivamente en la interacción social, existen, al mismo tiempo, como estructuras de conocimiento construidas y almacenadas de acuerdo a las experiencias previas de los individuos que los utilizan. Desde lo que aquí proponemos, se desprende que asumimos los géneros discursivos como entidades complejas y multidimensionales, conformadas por tres dimensiones constituyentes que interactúan entre sí, la dimensión lingüística, la dimensión cognitiva y la dimensión social (2008a, p. 22).

Parodi pone el énfasis en la dimensión cognitiva, ubicando el lenguaje como “herramienta central de la vida humana” (2008a, p. 22), lleno de la potencialidad de incrementar los significados, gracias a los conocimientos de los sujetos participantes en una situación comunicativa. Esos conocimientos se representan de manera convencional, es decir, son sistemáticos y repetitivos, lo cual permite que sean reconocidos por un grupo social amplio. En efecto, los géneros son variaciones de representación, están compuestos por participantes, rasgos lingüísticos, modos de organización discursivos, propiedades comunicativas, condiciones de circulación y soporte físico o digital (Parodi, 2008a).

Desde la PS, se definen los géneros como los modos en que el discurso representa al poder en la interacción social (Van Dijk, 2009, p. 72). Para esta perspectiva, el concepto de género es esencial en la relación entre el discurso y el contexto: “Género discursivo es un tipo de discurso o, más ampliamente, de actividad verbal o evento comunicativo” (Van Dijk, 2012, p. 221). Los tipos de discurso los define la PS bajo las propiedades del mismo discurso, como la gramática, el estilo, entre otras, aunque dicha definición es insuficiente, pues un mismo género tiene varias de estas propiedades. Por esto, Van Dijk reconoce dos tipos de géneros: discursivos y contextuales, y los denomina “géneros discursivos del contexto” o “tipos de actividades o de práctica” (2009, p. 222).

Lo que define un género es el conjunto de elementos que comparten las mismas características y que se repiten cada vez que se ejecuta. Los géneros contextuales son definidos por el escenario, los roles, las identidades y las funciones de los participantes; la clase de actividad y su base cognitiva (son los entornos o modos del discurso). Los géneros discursivos son definidos por una conversación, una reunión de consejo, las entrevistas de investigación, los interrogatorios policíacos, las noticias, los programas de televisión, los textos escolares, las novelas (el discurso dentro del contexto).

Los géneros contextuales y los discursivos normalmente se combinan. Sin embargo, se pueden definir mejor en términos de estructura y de actividades. Son, más bien, en palabras de Van Dijk, “tipos de estructuras discursivas que tienen estructuras argumentativas o narrativas” (2012, p. 223). Los debates parlamentarios no se dan en conversaciones de la vida cotidiana. Pero en la vida cotidiana se dan conversaciones donde las historias, narraciones, discusiones, declaraciones y explicaciones, como géneros discursivos, pueden estar presentes.

Así, con Parodi y la PS, puedo definir los manuales de buen gobierno como un tipo de texto dentro del género manual, que se tornan discursos cuando entran a interactuar con ellos los participantes. En consonancia con Parodi, defino el género como una interacción situada repetitiva; entonces, un manual es un tipo de género, porque tiene propósito, está organizado y circula en un contexto real.

En general, los manuales instruyen, regulan; su modo de organización discursiva es descriptivo, con pequeños rasgos de narración, y básicamente circulan entre las empresas, en las páginas web y diferentes públicos, como los trabajadores y empresarios. A estas características de los manuales se suman otras atribuidas a los géneros por Parodi (2008b, p. 187): sitúan al lector, expresan agradecimientos, presentan contenidos de textos, aportan comprensión, declaran propósitos y posibles receptores, y expresan un núcleo temático.

Las diferentes dimensiones que conforman el género manual las abordo así: la dimensión lingüística la describo con el análisis del léxico y la gramática; la dimensión cognitiva la analizo desde la PS, mientras la dimensión social la estudio desde la perspectiva del MI, del que hablo más adelante en el apartado “Modelo interaccional: interacción y evaluación” de este capítulo.

Si bien Parodi hace referencia a los manuales de los discursos académicos, en este caso los manuales pertenecen a la dimensión laboral, pero presentan rasgos compartidos con aquellos, porque mantienen no solo el mismo propósito, sino también una temática especializada centrada en el control de la conducta o el comportamiento; se escriben para un receptor definido y su organización textual es descriptiva, acompañada, en algunos casos, con diagramas y fotografías.

Perspectiva sociocognitiva y modelo interaccional

Son varias las razones por las cuales he elegido dos enfoques de AD: la PS (Van Dijk, 2000a, 2000b, 2009, 2012) y el MI (Bolívar, 2005, 2007a, 2015),11 aunque en principio el motivo es que resultan coherentes con mi propósito, ya que tanto desde la PS como desde el MI se asume que lo que se lee/escribe en un texto es el discurso. Con esta base, se declara que el texto es interacción entre el autor y el lector y, de entrada, se implica al receptor en el proceso de producción y comprensión.

En esa misma dirección, resultan pertinentes las siguientes premisas comunes a estas dos perspectivas: el discurso se asume como un nivel de análisis, con sus propias categorías (Bolívar, 2005, p. 21), y el punto de partida para su estudio es una concepción lingüística del discurso. En términos metodológicos, su proceder se inicia con unidades textuales hasta llegar a las unidades discursivas, que remiten al contexto como indispensable en el proceso de análisis. Contrario a lo que podría pensarse, estas premisas comunes constituyen los fundamentos de dos desarrollos disímiles, cuyas diferencias bien pueden aprovecharse para establecer un campo de trabajo en el que los procesos de producción y comprensión de textos se fortalezcan por la convergencia de diversos enfoques, unidades de análisis, procedimientos y concepciones acerca del proceso de significación.

En cuanto a la PS, esta se reconoce a sí misma como representante del ACD y, por tanto, con un compromiso social explícito. En específico, la PS surge del interés de Van Dijk (2009, 2012) de acercar lo social y lo cognitivo. De ahí que focalice su atención en la cognición como mediación entre el discurso y la sociedad. El estudio del discurso comprende todo lo relacionado con la comunicación, la interacción verbal y el uso del lenguaje. En el campo de la cognición entran los aspectos mentales de las ideologías, la naturaleza de las ideas o las creencias, y sus relaciones con las opiniones y el conocimiento.

Para el tema de este libro, me interesa destacar el papel de la cognición como eje central de la relación entre la sociedad y los aspectos históricos, sociales, políticos y culturales manifiestos como ideologías de un grupo, cualquiera que este sea. De ahí que resulten pertinentes las unidades tanto textuales como discursivas, que desde la PS se asocian a las nociones de cognición, discurso y sociedad.

A ello obedece, igualmente, la aproximación a un texto desde el análisis de la macroestructura12 y la superestructura.13

En cuanto al MI, este se inscribe igualmente en la perspectiva del AD, pero sin el sentido crítico que asume la PS (Bolívar, 2005). Tal distanciamiento obedece a que sus intereses se dirigen a describir la interacción textual que se establece entre el escritor y el lector, y a la manera como se genera una evaluación en el texto, es decir, la posición del autor en relación con lo que expone. En otras palabras, este modelo privilegia la relación entre el texto, los participantes y la interacción social, y focaliza su atención en señales lingüísticas que evidencien tal interacción.

La importancia que se le otorga al plano interpersonal de la descripción obedece, según afirma Bolívar, a que “es en este nivel donde se construyen las representaciones del mundo, se deciden los contenidos, y se promueven los cambios” (2007a, p. 249). En esa dirección, la autora declara como supuesto fundamental que

Los significados se construyen en la interacción social y que, por lo tanto, es importante y necesario poner el foco en los participantes, en lo que dicen, y en lo que hacen cuando dicen algo en contextos específicos, y en la responsabilidad que asumen como iniciadores de interacciones (Bolívar, 2007a, p. 249).

De este modo, corresponde únicamente a quien escribe introducir cambios en el texto, puesto que es el autor quien define los propósitos de su texto y calcula los efectos en el lector. Así las cosas, este último se enfrenta a un lenguaje que no puede cambiar, que puede comprender e interpretar, procesos para los cuales este modelo propone un análisis micro y un análisis macro. Con el análisis micro se busca precisar la estructura interna del texto, los recursos lingüísticos usados tanto en el plano interaccional, donde se establece la relación entre los participantes, como en el plano autónomo, el del texto mismo. Con el análisis macro se analiza la función del texto en el contexto social al que pertenece, la relación con los participantes y el género discursivo. Estas unidades de análisis y su disposición metodológica permiten, pues, una aproximación al texto desde su lingüisticidad,14 pasando por su estructura, hasta llegar a la interacción.

Un rasgo diferenciador entre las dos perspectivas es la postura respecto al proceso de significación. Como bien se sabe, este es un asunto que puede tener diversos puntos de vista, según se asuma que la significación se centra en el autor o que depende del lector, del contexto o del texto mismo.

Para la PS, el lector es el responsable de tal proceso, y su enciclopedia y preconceptos constituyen aportes a los significados del texto (Van Dijk, 1999). En el MI, por su parte, el proceso de significación tiene como núcleo el texto y sus relaciones internas (Bolívar, 2005). Consecuentes con su concepción, cada una de estas perspectivas implementa diferentes acciones para acercarse al significado de un texto.

Al correlacionar estos dos procesos para el logro de la significación, se puede ampliar el universo significativo de un texto y hacer de la comprensión e interpretación un propósito que tiene como punto de partida el texto, pero que necesita la concurrencia del lector. Dicho de otro modo, los aportes del MI para la descripción de la estructura del texto, con propósitos comprensivos aunados a la propuesta cognitiva que dirige su descripción fundamentalmente hacia la interpretación del discurso, dinamizan procesos de significación de otra forma anulados. Con esta manera de proceder, un lector crítico no pierde de vista el texto ni el contexto.

En consecuencia, lo que orienta la construcción de este libro son las unidades de análisis del enfoque cognitivo (la PS del ACD) y del enfoque interaccional (la perspectiva del MI). Y estas diferencias importan, porque el texto no se hace solo con la gramática o la sintaxis; también consta de estilo, de figuras retóricas, de cognición e interacción.

El estilo se analiza como una propiedad del discurso; se define “como el conjunto de características discursivas típicas de un género [...] de un hablante [...] de una situación social [...] de una cultura” (Van Dijk, 2008a, p. 34). Las figuras retóricas, como recursos de persuasión, se analizan en oraciones y en secuencias discursivas. Así mismo, la cognición y la interacción son propiedades del discurso que se estudian desde el enfoque cognitivo y el interactivo, respectivamente.

El enfoque cognitivo requiere el análisis de los niveles del lenguaje y el presupuesto de que los usuarios del lenguaje tienen conocimientos, creencias, opiniones e ideologías. Esos procesos mentales son útiles en la comprensión y en la producción de discursos y textos, porque dan razón de las representaciones sociales15 con las cuales los usuarios participan en la situación discursiva. Dichas representaciones están en la memoria individual y social, incrustadas a través de los años, gracias a las estrategias de repetición y reglamentación con las cuales se construyen. Es decir, el discurso es la suma de las representaciones mentales que un sujeto va recogiendo a lo largo de su existencia, mientras el texto es la mediación, generadora de sentido, de esas representaciones, porque las torna evidentes en la acción de la palabra o de la oración, cuando se usa en una práctica tanto cotidiana como social, esto es, en el contexto de la vida real.

En cuanto a la interacción, se define como el uso concreto del lenguaje, porque es el momento en que los participantes entablan relaciones, intercambios, negociaciones, en un cruce constante de turnos concedidos, robados, entregados. Si bien la interacción nace en la conversación, con rasgos de tensión y solidaridad, también se evidencia en los textos escritos y, por lo tanto, en los discursos; y allí es donde se producen los cambios y las evaluaciones, dos rasgos del discurso de la interacción. El turno es la unidad del enfoque interaccional que muestra, en todos los casos, evaluaciones, y estas son las huellas indelebles de la presencia de una interacción, ya sea en la conversación o en el texto escrito.

De esto se deriva que gracias a dos perspectivas como las elegidas queda un discurso analizado con amplitud. Es posible que de partida existan fisuras amplias entre los estudios de la interacción y los estudios sociocognitivos, pero pretendo allanarlas mediante la fusión de los modelos, con el ánimo de cubrir la descripción y el análisis del corpus de estudio.

Ahora bien, de la PS fundamentalmente importan, en este libro, los conceptos de identidad, representación, ideología y, por supuesto, texto/discurso. Del MI sirven los conceptos de interacción, evaluación y texto/discurso. A continuación se revisan estos conceptos, excepto texto/discurso, que dada su relevancia merece un capítulo aparte.

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9789587207095
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