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Poder-legitimidad-autoridad

Para organizarse, se requieren no solo unos principios éticos y unas formas tradicionales o contemporáneas de gobernar, o unas fuentes de relaciones “normales”, sino también tener un poder en el cual apoyarse para tomar decisiones y, aún más, para mantener el orden. En otras palabras, tanto las fuerzas económicas como las militares y demás agremiaciones deben estar legitimadas, es decir, deben adjudicarse el poder para ejecutar la autoridad. De tal suerte que la dominación es una consecuencia de la legitimidad, porque se legitima por diferentes razones a quien se obedece.

A partir de aquí, puedo decir que los textos de planificación estratégica como la misión, la visión y los manuales de buen gobierno o códigos de ética tienen un origen de autoridad aceptado a través de un contrato, en el que se exponen las condiciones laborales y la retribución económica o motivacional. La reciprocidad se da en la medida en que el trabajo sea pagado coherentemente con lo contratado y aceptado por las partes.

Esa perspectiva puede evidentemente combinarse con la concepción de la legitimidad desde lo discursivo, porque la legitimación es una de las funciones del uso de la lengua en la dimensión interactiva y pragmática. En efecto, para Teun van Dijk (2000b), la legitimidad

Es un acto social (y político), y se lleva a cabo, específicamente, por el texto o la conversación. Con frecuencia también tiene una dimensión interactiva, es decir, como una respuesta discursiva a un desafío a la propia legitimidad. Pragmáticamente, la legitimación está relacionada con el acto de habla de defenderse a uno mismo, una de cuyas condiciones de adecuación es a menudo que el hablante provea buenas razones, fundamentos o motivaciones aceptables para acciones pasadas o presentes que han sido o podrán ser criticadas por otros (p. 318).

De ahí que la legitimación sea un acto comunicativo más extenso que un acto de habla; por eso, “puede ser una práctica discursiva compleja, continuada, que involucra a un conjunto de discursos interrelacionados” (Van Dijk, 2000b, p. 319). El habla más informal se torna formal en un contexto legitimador, como es el institucional. De hecho, el origen de la legitimidad se puede rastrear institucionalmente. Si un sujeto es institucional, ya está legitimado, porque tiene unas funciones que debe cumplir como miembro de la institución y dichas funciones justifican todas sus acciones: “El acto de legitimación implica que un actor institucional cree o dice respetar las normas oficiales y, en consecuencia, permanece dentro del orden moral prevaleciente” (Van Dijk, 2000b, p. 319). Por más que haya una legitimidad empoderada por la función social, la legitimación debe ir de la mano de la ley. No se pueden tomar decisiones solo por estar legitimado, sin respetar las reglamentaciones o los derechos y deberes.

Y esto ocurre no solo con sujetos, también con organizaciones, parlamentos, congresos. Para ello usan el discurso. Lo político del discurso legitimador se manifiesta en el momento en que la legitimidad por sí sola no tiene efecto o cuando está en crisis la institución; entonces, se usan estrategias de autoridad e imposición que incluso entran en contradicción con la ley. De ahí que la legitimación por esta vía se convierta en estrategia para reorganizar lo que se ha perdido en términos de legitimidad.

La estrategia de legitimarse se da en dos formas: de arriba hacia abajo o de abajo hacia arriba. En la primera, “las élites o las instituciones se legitiman a sí mismas especialmente ‘hacia abajo’, por ejemplo, con respecto a los clientes, los ciudadanos o la población en general” (Van Dijk, 2000b, p. 320). Este es el tipo de legitimidad que se encuentra en los discursos de las seis organizaciones analizadas, por cuanto dirigen su poderío y conjunto de decisiones a tres públicos: los trabajadores, los clientes y los accionistas. La segunda estrategia, “de abajo hacia arriba”, implica la legitimación de, por ejemplo, el Estado, las élites o los líderes por parte de las “masas” (Van Dijk, 2000b, p. 320). En esta estrategia, llama la atención, según Van Dijk (2000b), que el subordinado acepte las formas de opresión.

Así, desde la filosofía política y el enfoque discursivo, la legitimación vivida en las organizaciones adquiere un carácter fundacional. Entonces, quienes las dirigen deben tener rasgos legítimos.

Instituciones u organizaciones

Ahora es pertinente aclarar la diferencia entre institución y organización. El papel que cumplen las organizaciones en la formación o construcción de sujetos colectivos, con algunas identidades, rasgos, modelos e ideologías, lleva a formular que es allí donde más claramente se efectúa la práctica ideológica:

Ser tan sólo un “grupo” de mujeres, periodistas, maestros, o antirracistas puede no ser suficiente para organizar efectivamente la acción de los miembros y lograr los objetivos de grupo deseados, ya sea individual o conjuntamente. Las instituciones y organizaciones pueden coordinar objetivos y acciones comunes, proveer o distribuir recuerdos y otras condiciones y restricciones, elegir o imponer líderes, etc. (Van Dijk, 2000b, p. 236).

En muchas ocasiones, las organizaciones se pueden denominar también “instituciones”, pero en este libro se asumen como diferentes, por cuanto la institución es más un ente, una forma de propagar las creencias, una construcción abstracta de los ideales de las organizaciones, las cuales son físicas y concretas. Organización e institución se diferencian en términos de objetivos y tiempos. Mientras las organizaciones tienen objetivos económicos a unos plazos determinados, con valoraciones en cuanto a la cantidad y la calidad, las instituciones tienen objetivos más abstractos, menos tangibles, más mediatos, porque se trata de marcos de referencia cognitivos y morales que pueden permanecer por generaciones. Mientras en las organizaciones hay deseos particulares, las instituciones los tienen colectivos. Mientras las instituciones existen porque deben cumplir una misión, las organizaciones construyen misiones que las beneficien, que les otorguen posicionamiento.

Etkin (2003) diferencia institución de organización, al definir no solo sus misiones y valores, sino también el tipo de sujetos que en ellas participan. En las organizaciones es necesaria la presencia de gerentes, y en las instituciones, de “misioneros”.

En Van Dijk (2000b), las Iglesias, las familias, las universidades y todo el sistema educativo son instituciones. La razón es que sus prácticas de socialización, parcialmente ideológicas, dada su intervención en la socialización de normas, valores y fragmentos de ideología, “son complejas, elaboradas y difundidas, aunque más no sea porque involucran prácticamente a todos los miembros de la sociedad, intensiva y diariamente, algunas veces por más de veinte años” (p. 236). Las ideologías que cada una de esas instituciones profundiza se traducen en políticas reales, que se ejecutan en prácticas concretas dentro de organizaciones con diferentes esquemas administrativos y que buscan la producción como su objetivo central. En consecuencia, en este texto hablo de empresas como sinónimo de organización, no de institución.

2. Control como estrategia de las organizaciones

El concepto de control es complementario al de organización, pues sin control no hay orden –no hay organización– y cuando no hay orden, pareciera que se genera descontrol. Así, la relación de oposición entre organización y entropía se cruza con la relación de complemento entre control y organización, al relacionar control/entropía y organización/desorganización.

Como no es mi intención discutir la existencia necesaria del control en las organizaciones, en este capítulo rastreo algunas definiciones de control desde diferentes pensadores, que ayudan a reflexionar sobre este proceso en relación con la sociedad y el trabajo, con el fin de tener un marco conceptual al momento de revisar las definiciones que las organizaciones exponen en sus manuales. Y luego, examino la definición oficial de control interno, de modo que el concepto de control será visto tanto desde una perspectiva crítica de análisis filosófico, político y discursivo como desde la perspectiva oficial del mundo organizacional, generando un contraste que permitirá entrar con más elementos de juicio al análisis discursivo de las organizaciones.

Debo aclarar que de ninguna manera se pierde de vista la perspectiva lingüística en este tema, porque me baso en Roger Fowler y Gunther Kress (1979a).2 Para ellos, tanto el poder como el control están mediados por el lenguaje. De ahí se deriva que, por vía de la socialización, del intercambio y la interacción se logran los procesos de influencia en el uso del lenguaje entre los sujetos. Estos son influenciados por las hablas usadas en sus relaciones, en sus lugares de trabajo, de estudio, en donde hacen vida social o laboral y, por ende, son afectados por las ideologías que allí circulan.

Es lo que sucede con el discurso de las organizaciones: los manuales de buen gobierno influyen en el comportamiento de los trabajadores o, por lo menos, es una de las intenciones explícitas de su composición. Son textos escritos con una estructura lingüística particular, producto de un pensamiento económico y administrativo que existe mucho antes de que un trabajador llegue a leerlos. Son textos típicos de esos contextos laborales y administrativos, y se distinguen de otros discursos porque usan, entre otras cosas, el discurso del control interno como estrategia de regulación del comportamiento laboral.

En ese sentido, Fowler y Kress toman un ejemplo indiscutible de control, el de las reglas y regulaciones, y el lenguaje en el que se expresan:

[…] las reglas son instrucciones para comportarse de maneras tales que acarrean un orden buscado o deseado. Si los participantes no comprenden las formas del comportamiento, la aplicación del control es unidireccional, no hay rastro de negociación en torno al control (1979b, p. 40).

En consonancia con esto, el control es la estrategia discursiva usada por una autoridad, como la organización, para valorar y verificar, pero también para persuadir a los trabajadores, para influir en su mente (Van Dijk, 2000b, p. 304). Según Esther Díaz, el control es el paroxismo (ataque directo) y la exacerbación de la vigilancia (2010, p. 9). La exacerbación se basa en la supervisión detallada del comportamiento, no solo laboral, sino también familiar; no solo grupal, sino además individual, de los trabajadores de una organización.

Si bien la evaluación se hace en espacios cerrados, el control cubre espacios abiertos; es más, externos a la organización (Díaz, 2010). Fowler et al. (1979) indican que “el control se traduce en reglas, instrucciones y regulaciones” usadas para buscar la seguridad y el orden previsible, deseado, incluso con el monitoreo del espacio y el tiempo de los trabajadores de una organización (p. 67).

Control/sociedad

Toda sociedad o grupo humano tiene mecanismos para organizarse y lo hace a partir del consenso, en unos casos, o de la imposición, en otros. Esos mecanismos pasan por el control de los horarios, las funciones, los roles, las jornadas e, incluso, los temas de conversación, las creencias. En principio, el control como mecanismo de organización ha sufrido variaciones, dados los intereses de cada comunidad que pretende organizarse. En cada estadio de las formaciones sociales, en cada institución y en cada organización humana surge el control con el propósito de revisar, evaluar, confrontar, etc., las acciones o roles asignados a los grupos humanos. Es cierto que dicha táctica es necesaria para lograr que un trabajo funcione bajo ciertos criterios de calidad de producción y de organización, pero no siempre el control tiene esos fines “administrativos”.

Según Gilles Deleuze (1990), mientras en la era de las sociedades disciplinarias, las fábricas concentraban y ordenaban el tiempo al interior de ellas, en la transformación hacia las sociedades de control el encierro se da “al aire libre”. En las sociedades disciplinarias, las fábricas buscaban un control del cuerpo total; ahora, en las sociedades de control, este se enfoca en la empresa; y las prácticas de control, entre otras cosas, individualizan, dividen e imponen competitividad.3 En las sociedades disciplinarias, el dinamismo lo imponían los lugares de encierro, “siempre había que volver a empezar” (1990, p. 4); así que terminada la escuela, se iniciaba la fábrica como otro encierro. En las de control, el encierro es estable. La sociedad de control controla con cifras, con datos, con porcentajes, como lo expone Deleuze (1990, p. 4).4

Cada vez más los trabajadores deben a las empresas sus salarios, gracias a las facilidades que les otorgan para cubrir todas sus necesidades. De esta forma, imponen otros modelos de vida y educación, porque prestan el dinero a los empleados para que puedan acceder a vivienda y educación, imponiendo las reglas y los montos a descontar. Así los encierran las empresas, a través de las deudas que adquieren con ellas. Así dominan al trabajador, quien está en deuda permanente con ellas, y con este argumento lo controlan para que sea más afecto al lugar que, además de darle trabajo, lo beneficia con miles de soluciones, mientras queda “empeñado”. La transformación de una sociedad a otra no es calificada como mejor o peor por Deleuze, pero sí llama la atención a los trabajadores y sus representantes para que comprendan los cambios y los nuevos roles que dicha transformación les exige.

La relación entre control y sociedad que presenta Deleuze la complemento con la definición consignada en el Diccionario de política de Bobbio, Matteucci y Pasquino (1997) y la de Teun van Dijk. En el diccionario se evidencia que el control depende básicamente del tipo de gobierno de una u otra época:

Se entiende por control social el conjunto de medios de intervención, sean positivos o negativos, puestos en marcha por toda sociedad o grupo social a fin de conformar a los propios medios a las normas que la caracterizan, impidiendo y desaconsejando los comportamientos desviacionistas y reconstruyendo las condiciones de conformidad incluso respecto de un cambio del sistema normativo (Bobbio et al., 1997, p. 368).

Los autores establecen dos formas principales de control social: controles externos y controles internos. Los primeros son mecanismos que se ponen en marcha en caso de que los sujetos no se conformen a las normas dominantes (sanciones, castigos, acciones reactivas). Esto se hace, por ejemplo, mediante la interdicción, el aislamiento, la reprobación social, el rechazo, la sátira. Los segundos son medios con los cuales los sujetos interiorizan normas, valores, metas sociales fundamentales para el orden social; son los controles interiores, insertos en la conciencia del sujeto (Bobbio et al., 1997, p. 368).

Respecto a la relación del control con la sociedad, Van Dijk aporta un análisis del discurso del poder, especialmente en Discurso y poder (2009), donde convierte las nociones de abuso de poder y desigualdad social en los fundamentos lógicos de la investigación crítica. Es decir, analiza críticamente lo que, de acuerdo con normas y valores sociales, “es injusto, ilegítimo, está desencaminado o es malo” (p. 29). Examina las diversas maneras como se abusa del discurso, bajo el estudio de la manipulación discursiva, las falacias, la información distorsionada, las mentiras, la difamación, la propaganda y otras formas de discurso encaminadas a manejar ilegítimamente la opinión y controlar las acciones de la gente con intención de sustentar la reproducción del poder.

En el libro en mención, Van Dijk define esencialmente el poder social atendiendo al control, esto es, al control que ejerce un grupo sobre otros grupos y sus miembros. Por otra parte, define el control desde el concepto de poder:

El control mental se da, generalmente, a través del discurso: es decir, el control mental es discursivo. […] el poder de los medios de comunicación es generalmente simbólico y persuasivo, en el sentido de tener la posibilidad de controlar, en mayor o en menor medida, la mente de los lectores; sin embargo, el control no se ejerce directamente sobre sus acciones: el control de las acciones, meta última del poder, se hace de manera indirecta cuando se planea el control de intenciones, de proyectos, de conocimientos a alcanzar, de creencias u opiniones (Van Dijk, 2000b, p. 165).

Tradicionalmente, el control se define como el dominio sobre las acciones de otros. Pero si ese control se ejerce, además, en beneficio de aquellos que dominan y en detrimento de los sujetos controlados, se habla, según Van Dijk, de “abuso de poder” (2000a, pp. 30-31). Evidentemente, este autor analiza el control del contexto desde el acceso (quién tiene acceso a la (re)producción de noticias y quién controla ese acceso); el control del discurso (qué se puede o no decir y quién puede o no hablar) y el control de la mente (factores que participan en la modificación del modo de pensar de una persona). Sin embargo, pese a tomar en cuenta estos tres elementos del control, no define su estructura lingüística, como sí lo hace con la estructura lingüística del poder, pues su interés es dar cuenta de esta compleja noción de poder, de modo que permita captar sus implicaciones y aplicaciones más importantes.

Para Van Dijk, la manifestación del poder más pura es el control (2009, p. 29). Además, este es un acto social que se expresa discursivamente bajo varios estilos. Es decir, el control no solo se expone como evaluación o verificación de la labor realizada por un “otro”; también se puede presentar en un discurso regulador sobre un trabajo a realizar, como en el caso del discurso de las organizaciones.

Por su parte, Basil Bernstein analiza el control en relación con el trabajo y con una de sus divisiones más trascendentales, como es la educación. Para este autor, el control simbólico

[…] constituye el medio a través del cual la conciencia adopta una forma especializada y distribuida mediante formas de comunicación que transmiten una determinada distribución de poder y categorías culturales dominantes. El control simbólico traduce las relaciones de poder a discurso y el discurso a relaciones de poder. Y añadiré que puede transformar, también, esas mismas relaciones de poder (1977, p. 139).

En otras palabras, se trata de un control cognitivo, porque el sujeto es capaz de interpretar dónde están en juego las relaciones de poder y cómo participar en ellas, o por lo menos cómo ser un elemento (pasivo o activo) de ellas. El campo del control simbólico cuenta con agentes que dominan el discurso y, por supuesto, con discursos: “Modos de relacionar, pensar y sentir, [que] especializan y distribuyen formas de consciencia, relaciones sociales y disposiciones” (Bernstein, 1977, p. 139).

Bernstein contrasta el campo del control simbólico con el campo del control económico. Mientras los agentes dominantes del control en el campo económico regulan los medios, los contextos y las posibilidades de los recursos físicos, los agentes del campo del control simbólico regulan los medios, los contextos y las posibilidades de los recursos discursivos. Con los primeros aparecen los códigos de producción, y con los segundos, los códigos discursivos.

Si bien Bernstein se especializa en los discursos de la educación, atiende también al discurso de los trabajadores, el cual agrupa con otros discursos, llamados por él dispositivos, es decir, “un sistema de reglas formales que rigen las distintas combinaciones que hacemos para hablar o escribir” (1977, p. 182). Estos dispositivos tienen reglas relativamente estables, que son dependientes de la ideología, por lo cual, “es fácil que el origen de la relativa estabilidad de las reglas esté en las preocupaciones de los grupos dominantes” (p. 184). Entre otras cosas, ni las reglas estables ni las relativas son neutrales desde la óptica ideológica.

Ahora bien, lo que aquí más interesa es el control laboral, la estrategia usada por la organización para evaluar y cuyo principio es garantizar que las cosas ocurran de acuerdo con lo planeado. Suelen darse bajo esta línea acciones de verificación, confrontación y regulación, hasta la aplicación de correctivos. Miremos cómo opera este tipo de control, bajo la dupla conceptual control/trabajo.

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9789587207095
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