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Primera: los criollos empobrecidos de que habla Fuentes y Guzmán no se hallaban en la miseria; no vivían en condiciones ni remotamente parecidas a las de los indios pobres. Algunos de ellos vivían en el interior del país, reducidos a los provechos de alguna pequeña estancia o hacienda;63 otros vivían en la ciudad, arrimados a parientes ricos, también criollos que los iban ayudando.64 Otros más hallaron cabida en la Iglesia, adonde no suele entrar el hambre, como es sabido. No olvidemos que uno es el concepto de pobreza en la mentalidad de los explotadores cuando piensan en los de su propia clase, y otro muy distinto cuando aluden a las penalidades de los oprimidos. Lo que Fuentes y Guzmán consideraba como una situación de “encogimiento y modestia”65 refiriéndose a los de su mismo estrato social, habría sido una dicha imposible para la inmensa mayoría de los indígenas. Debe insistirse, finalmente, en que los criollos empobrecidos constituían un reducido grupo, según se desprende del propio texto que estamos estudiando.

El segundo aspecto de la respuesta es que desde mediados del siglo XVI, la política imperial adoptó la línea de ir retirando de los puestos de mando a los conquistadores y a sus descendientes, sustituyéndolos con personas que no tenían intereses radicados en América. Fueron creados nuevos órganos de gobierno estrictamente representativos del poder central —las Audiencias fueron los más importantes— en los cuales no tenían entrada los criollos.66 Los herederos de la conquista conservaron posiciones, no obstante, en los órganos de gobierno de nivel medio: los Ayuntamientos fueron bastiones de esa aristocracia durante toda la época colonial.67 Los Corregimientos y las Alcaldías Mayores —jefaturas políticas de los distritos interiores de las provincias— en su mayoría también estuvieron en manos de criollos. Pero esto no modificó la tendencia, general y constante, de robustecer el poder central a expensas de los privilegios de la aristocracia indiana. Se fue haciendo más fuerte y más exigente la burocracia española instalada en las colonias, y a finales del siglo XVII —época de la Recordación Florida— el proceso había puesto a los criollos en marcada desventaja y los obligaba a tolerar, de muy mala gana, una serie de órdenes y medidas de gobierno que menguaban su autoridad y a veces resultaban humillantes.

La crónica de Fuentes y Guzmán es rica en noticias ilustrativas de la pugna de los criollos con la burocracia, particularmente de la que se libraba entre el Ayuntamiento y la Audiencia de Guatemala. Ello se explica fácilmente. Primero, porque dichas instituciones fueron, como ya se dijo, los centros representativos de las dos fuerzas contrapuestas; y segundo, porque don Antonio, como miembro que fue de una de ellas, desarrolló largos párrafos de su obra asumiendo las posiciones del cabildo y contemplando las cosas, por así decirlo, desde las ventanas del Ayuntamiento. Ya su padre había ocupado un lugar en dicha institución,68 y su propio ingreso a ella a la temprana edad de 18 años, lo identificaba plenamente con aquel baluarte de la oligarquía criolla.69 Por eso son numerosas sus diatribas contra la Audiencia, cuyos errores se empeña en abultar,70 y apasionados los pasajes en que relata los disgustos habidos entre las dos instituciones. Los más importantes de aquellos altercados se originaban, claro está, en la lucha por el control de la riqueza; pero del plano económico trascendían al plano político, como ocurre siempre en estos casos, y aun al nivel de las puras formalidades. Ayuntamiento y Audiencia disputan el derecho de repartir indios para las haciendas en el valle que circundaba a la ciudad de Guatemala;71 notifícase al Ayuntamiento que cesa en la administración del impuesto llamado alcabala de barlovento, quedando ello a cargo de uno de los oidores de la Audiencia;72 la Audiencia quiere privar al Ayuntamiento del derecho de informar al rey “en cosas convenientes a la república”;73 el Ayuntamiento hace saber al presidente de la Audiencia que no está obligado a ir por él a palacio para acompañarlo a catedral;74 la Audiencia decreta que en todos los actos públicos y solemnes, cuando se hallen presentes los oidores, las “mazas”—insignias del Ayuntamiento— deben colocarse a los pies de los oidores;75 y así podríamos seguir mencionando episodios que ponían frenético a nuestro regidor perpetuo, en los que se observa la sorda riña que mantenían las dos instituciones.

Las quejas de don Antonio dejan ver cómo iba perdiendo autoridad y prestigio la vieja nobleza. En su obra hay pasajes tan llenos de resentimiento y escritos con tanta viveza, que parece estarse viendo con los ojos lo que pasaba. Cuenta, por ejemplo, que a principios de siglo, con motivo de la llegada de un nuevo presidente de la Audiencia, todavía se acostumbraba citar a la nobleza de todo el reino para conocerla en sus más conspicuos representantes. Era aquella una ceremoniosa convocatoria a los criollos, en la que sentían su valimiento y hallaban motivo de honda satisfacción. Pero en los tiempos actuales, dice el cronista refiriéndose a los suyos, los presidentes toman el camino de regreso a España tras haber gobernado varios años “sin haber conocido la décima parte de estos beneméritos de Guatemala”.75a

En síntesis: la burocracia española estaba restándole atribuciones y poder a la nobleza criolla. Esta tendencia se mantuvo hasta el colapso del régimen colonial. Pero es necesario comprender que, a pesar de ese proceso de desplazamiento, la clase social de los criollos se renovó continuamente, conservó y aun fortaleció su posición en lo económico, y fue, en fin, la clase social que se halló capacitada para tomar el poder a la hora de la Independencia. Explicar cómo y por qué ocurrió eso, es el tercer aspecto de la respuesta a la cuestión del desplazamiento de los criollos. Hemos dejado al último este aspecto por ser el más importante; el que aclara la supervivencia de aquel grupo social, a despecho de la política centralizadora que tendió siempre a debilitarlo.

6. Desplazamiento y renovación en la clase criolla

Al dar una primera definición de la palabra “criollo”, al comienzo de este libro, se hizo la advertencia de que la inmigración de españoles, el constante arribo de peninsulares que venían a buscar fortuna en Indias, dio como resultado la promoción de nuevas generaciones de criollos. Debemos retomar ahora aquella afirmación para comenzar a explicar el proceso de desplazamiento de unos criollos y la aparición de otros. Porque eso fue lo que ocurrió: las viejas familias herederas de la conquista fueron perdiendo terreno en lo económico y en lo político, pero las nuevas generaciones de criollos, sin alcanzar nunca más las altas posiciones de mando, lograron, eso sí, enriquecerse y retener la posición que había correspondido a los antiguos criollos. A ello se debe que en los inicios del siglo XIX, al concretarse la emancipación, no aparezcan en la aristocracia terrateniente los nombres de los “beneméritos” de los siglos XVI y XVII —Chaves, Paredes, Dardón, Polanco, Holguín, Ávalos, Cueto, Orduña, Vivar, Xirón, Páez, Marín entre otros—,76 sino los de las familias que entonces preponderaban en la clase social criolla: Aycinena, Beltranena, Batres, Pavón, Álvarez, Asturias, Arrivillaga, Larrazábal, Melón, Palomo, Barrutia y muchos más.77

El proceso al que nos estamos refiriendo —que pasaremos a analizar enseguida— presenta, pues, una forma peculiar de lucha de clases. Los inmigrantes españoles presionaban sobre los criollos y les robaban terreno, pero no como una clase antagónica que aspira a derribar y destruir a su enemigo, sino con propósitos muy diferentes: los inmigrantes luchaban por entrar en la clase de los criollos; los desplazaban para ocupar su lugar. Hay que entenderlo bien y recordar que la historia de las sociedades de clases ofrece muchos ejemplos como éste, en que grupos no antagónicos pugnan, respectivamente, por entrar uno en el otro y por impedir esa penetración. En la sociedad capitalista, por ejemplo, la pequeña burguesía lucha con la burguesía, no pretende eliminarla sino incorporarse a ella; por su parte, la gran burguesía tiende a destruir a su enemiga menor, no antagónica. La presión que ejercían los inmigrantes sobre los criollos, y la lucha de éstos defendiéndose, dio por resultado —he aquí lo que interesa señalar— la renovación de la clase criolla con nuevos elementos y su conservación como clase social. Los criollos viejos, herederos de la conquista en forma directa, fueron desplazados lentamente del primer plano por los españoles que vinieron después, quienes al convertirse también en terratenientes y explotadores de siervos indígenas, se asimilaron a la estructura de clases preexistentes sin alterarla en lo más mínimo. Es en el análisis de este proceso donde se viene a comprender, con toda claridad, que los rasgos esenciales y definidores de la clase criolla fueron la propiedad latifundista de la tierra y la explotación del trabajo servil del indio. Los primeros criollos constituyeron una clase social porque heredaron de la conquista eso. Los criollos tardíos, protagonistas centrales de la Independencia de Guatemala, lucharon siempre en torno de lo mismo —conservación y ampliación de la propiedad territorial y del control del indio— y pasaron a ser la clase dominante del país gracias a que tenían en sus manos eso. (Puede y debe hablarse sociológicamente de una oligarquía criolla en Guatemala hasta la época contemporánea, en la medida que pueda comprobarse la presencia de un grupo social dirigente cuya fuerza económica y política resida en la posesión de latifundios y la explotación del indio como trabajador no libre. Por lo menos hasta la Revolución de 1944 —¡fecha tan reciente!— una oligarquía de ese tipo fue la clase dominante en el país, indiscutible y absoluta.78 Y el criollismo —la conciencia de clase de los criollos, ya perfilada en lo fundamental desde los primeros siglos coloniales— todavía está vivo en la mentalidad de los grupos poderosos del país, como consecuencia natural de la perduración de aquellas bases económicas. En la tenaz persistencia de estas categorías históricas estriba, justamente, el interés y la importancia de su estudio).

La crónica de Fuentes y Guzmán suministra valiosa información acerca de la pugna entre los criollos y los inmigrantes españoles que venían a establecerse en la provincia. El cronista los llama “advenedizos”,79 apelativo que probablemente fue de uso común entre los criollos para aludir a los inmigrantes —sin que de ello haya prueba—, y que, en todo caso, refleja lo que la vieja aristocracia terrateniente veía en los españoles recién llegados: intrusos, llegados tarde y en mala hora.

El problema de los inmigrantes había surgido, claro está, desde el siglo XVI. Ya los conquistadores se quejaban —cuando aún no había madurado la primera generación de criollos— de que cada día venían de España personas con títulos que les abrían las puertas de la provincia y perjudicaban a quienes la habían conquistado.80 Uno de aquellos inmigrantes había sido el propio bisabuelo de don Antonio, pero sus hijos y nietos, convertidos ya en terratenientes y encomenderos, tuvieron que habérselas con los intrusos de las épocas siguientes. El padre del cronista sostuvo, como procurador del Ayuntamiento, un largo litigio con el presidente de la Audiencia (don Álvaro Quiñonez de Osorio, Marqués de Lorenzana) por razón de unas encomiendas concedidas a personas que, a juicio de aquella corporación, no eran merecedoras de dicha concesión. La tesis del procurador era que debían darse las encomiendas vacantes a los descendientes de conquistadores y pobladores antiguos.81 Así, pues, el cronista se situaba en la tradición de su familia y de su clase al protestar, a lo largo de toda su obra, contra aquellos advenedizos que, según afirma, no tenían méritos, pero gozaban del favoritismo de la Corona y ello les bastaba para venir a empujar a quienes sí los tenían.82 Este alegato lleno de enojo está presente, en diversas formas, en toda la Recordación Florida, y los argumentos del criollo dejan ver la actitud que asumían los advenedizos frente a los americanos y frente a todo lo americano.

Los españoles llegaban llenos de ínfulas, engreídos, fingiendo un desprecio y una superioridad que mortificaba a los criollos.83 Vale la pena analizar aparte este asunto, porque los gestos de superioridad de grupo encubren, casi siempre, trucos relacionados con las luchas de clases.

7. Causas del menosprecio del español hacia los criollos

La actitud de menosprecio que adoptaban los españoles frente a los criollos, el ademán desdeñoso, no era perceptible solamente para los criollos mismos, sino aun para personas ajenas al conflicto. El fraile ingles Tomás Gage, socarrón y pancista, a quien no afectaba en lo más mínimo aquella enemistad, la menciona, sin embargo, en muchos pasajes de su célebre libro de viajes. Dice en uno de ellos lo siguiente: “no sólo están privados de los oficios y cargos de gobierno, sino que los españoles advenedizos los afrentan todos los días, como a personas incapaces de gobernar a los demás, y medio indios”.84 Esas pocas palabras están llenas de connotaciones que es conveniente espigar. En primer lugar, el viajero también usa el concepto de “advenedizos” (es curioso que el traductor haya escogido precisamente esa palabra) para referirse a los inmigrantes españoles, lo cual refuerza la suposición de que el apelativo era de uso generalizado. En segundo lugar, se observa que para la época en que Gage vivió en Guatemala —primera década del siglo XVII— los criollos ya habían sido desplazados de los altos cargos de gobierno, si bien es cierto, como quedó dicho en otro lugar, que retuvieron los puestos de autoridad en el nivel medio. En tercer lugar, el texto parece referirse a los mestizos cuando dice que los españoles los consideraban medio indios”; y no hay tal cosa: no se trataba en modo alguno de los mestizos, sino muy concretamente de los criollos. Lo que ocurría era que —¡ya desde entonces!— atribuirle a alguien parentesco o consanguinidad con los indios era un modo de disminuirlo y rebajarlo con la palabra. Los peninsulares usaban frente a los criollos exactamente el mismo prejuicio que éstos adoptaban frente a los indios: el origen hispano daba superioridad —así se decía—, más superioridad —alegaban los advenedizos— cuando más puro y cercano fuera ese origen. Así como los criollos invocaban su sangre española para justificar falazmente su predominio sobre los indígenas, así los peninsulares trataban de presentarse como más genuinamente españoles para justificar el desplazamiento de los criollos. No pudiendo negar el entronque hispano de las familias criollas, los españoles decían, entre otras cosas, que vivir por varias generaciones en el clima de América les hacía perder: “cuanto de bueno les pudo influir la sangre de España”.85

Las jactancias de los españoles, eran, claro está, trucos para presentarse como merecedores de todo lo que les ofrecía el mundo indiano. Creaban con ellas la impresión de que habían dejado a sus espaldas un mundo mucho mejor, y de que ganaban poco quedándose en América. Eran, pues, los melindres de quien, al regatear, aparenta menosprecio para obtener, así, a menor precio, lo que desea adquirir. Sería ocioso demostrar que los españoles inmigrantes, con todos los defectos que decían hallar en estas tierras, solían quedarse tercamente en ellas. No había en España siervos con cuyo sudor pudiera amasarse fácilmente una fortuna.

Antonio de Fuentes, que como criollo se aferraba a lo suyo y adivinaba el truco de sus enemigos, introduce notas amargas cuando entona el canto de las bondades y bellezas de su país. No puede quitarse de la cabeza a los advenedizos que menospreciaban tales bondades, y su despecho lo lleva a compararlos con las arañas, que afean las florestas y viven de lo que hay en ellas.86 En el interesante y amplio capítulo en que Fuentes habla del maíz y de sus variados usos, no puede olvidarse del fingido desdén con que los españoles miraban esa útil planta.87 Si está hablando de las muchas y bellas flores que amenizan y adornan el reino, se le viene a la mente que los peninsulares juzgaban más bellas las de España, y concluye: “como no hemos visto aquéllas, éstas nos parecen flores bien perfectas y hermosas”.88 Si más adelante describe la majestuosidad de las montañas de su terruño; lo asalta de pronto la comprobación de que no las adorna la nieve.89 Uno se pregunta qué necesidad había de mencionar la nieve, un elemento ajeno al paisaje guatemalteco y completamente desconocido para el criollo;90 otros estupendos elementos de paisaje había en su tierra y faltaban en el paisaje de España —los volcanes, por ejemplo—. Más razonable habría sido describir con entusiasmo lo que había, sin lamentar lo que se echaba de menos. Pero la verdad es que el criollo efectivamente estaba sugestionado y convencido de la superioridad de lo español. Se le inculcaba desde la cuna que el origen español era la causa de su superioridad de clase, y ese prejuicio, machacado y asimilado a lo largo de toda la vida, tenía que motivar sentimientos de inseguridad frente a los peninsulares. En este punto, al criollo lo traicionaban sus propios prejuicios, esgrimidos por un enemigo de clase que no era el indio.

Ahora bien, del mismo modo que al referirnos al prejuicio de superioridad del criollo frente al indio —en el primer capítulo de este libro— procedimos señalando las verdaderas causas históricas de aquella superioridad, así también ahora, al referirnos a la exitosa lucha de los inmigrantes contra los criollos, convendrá que nos preguntemos si no habrá habido alguna superioridad efectiva, alguna ventaja real que pusiera a los advenedizos en condiciones de vencer la resistencia de los criollos introduciéndose en su grupo.

Respondamos a esa pregunta en un breve apartado especial.

8. Ventajas del inmigrante frente al criollo

Hay que señalar, en primer lugar, que muchos inmigrantes venían de España con privilegios obtenidos más allá. Esto los ponía en situación muy ventajosa desde el primer momento. Porque llegar a la provincia con una encomienda obtenida de antemano, o con una orden para recibir tierras, significaba que el inmigrante no venia a abrirse camino, sino que hallaba el camino abierto, y lo que le faltaba para enriquecerse era un razonable cuidado en sus negocios.

En segundo lugar debe quedar advertido que, en todo tiempo bajo el régimen colonial, pasaron a América grupos de españoles que se acogían a la protección de los funcionarios que eran enviados en sustitución de otros. Junto a los presidentes y los nuevos oidores, también arrimados a funcionarios de la Real Hacienda, solían venir grupos de parientes y amigos, los cuales, instalados como simples inmigrantes, gozaban de un trato preferencial y sacaban prontas ventajas de ello.91

De los dos aspectos de la cuestión —que pueden reducirse al hecho general de que muchos inmigrantes venían amparados bajo alguna forma de protección oficial— dan prueba numerosos documentos desde el siglo XVI: por eso son los más evidentes. Pero posiblemente no fueron los más importantes. Es preciso fijar la atención en otros dos factores, que deben haber tenido un papel primordial en el proceso de debilitamiento de las viejas familias criollas y la aparición de otras nuevas. Estos dos factores actuaban juntos, en combinación. Así los presentaremos inmediatamente.

Anotemos, pues, en tercer lugar, el hecho de que los criollos no eran gente de empuje. Se formaban en una sociedad en que el trabajo lo realizaban otros sectores sociales: sobre los siervos indígenas recaían las tareas más pesadas, y los mestizos y mulatos —trabajadores no serviles— cubrían las actividades no agrícolas, tales como artesanías, transporte, crianza de ganado y otras. Educados como hijos de familias acomodadas, rodeados de sirvientes, acostumbrados a dar órdenes y a no estropearse la ropa, los criollos debieron adquirir los rasgos de carácter de una clase engreída y haragana. En toda América se los acusaba de indolentes, frívolos, dados a la pompa, derrochadores y pleitistas, incapaces de un esfuerzo sostenido;92 y aunque esas acusaciones hayan sido formuladas principalmente por españoles, interesados en desestimar a los criollos, debe suponerse que algo había de cierto en ellas. El consumir sin producir, el disfrutar sin trabajar, el vivir como parásitos y aun despreciar a quienes les daban de comer, fueron circunstancias que nunca propiciaron la aparición de tipos humanos bien integrados. La historia universal pone en evidencia que el ademán ceñudo y agresivo, la crueldad de las clases parasitarias con quienes tienen bajo su dominación —especialmente cuando actúan con garantía de impunidad—, son rasgos que encubren grandes debilidades de carácter y vicios que brotan de la saciedad y la holgazanería. Los criollos no fueron, ciertamente, un ejemplo extremo de esa ley universal, pero seguramente que tampoco fueron una excepción. Tomás Gage hace una venenosa descripción de los de Chiapas —provincia del reino de Guatemala—, y después de reírse de la pedantería que según él los distinguía, y de la flojedad de carácter que descubrió en ellos, anota que “les parece que no hay en el mundo cosa mejor que dormir tranquilamente en su cama”.93

Ese tercer punto, la debilidad de carácter de los criollos, no habría sido un factor de su desplazamiento si no se hubiera combinado con lo que en esta explicación viene a ser el cuarto punto: el hecho de que los inmigrantes procedían de una sociedad mucho más desarrollada. Mientras los criollos constituían una clase explotadora y haragana en la sociedad feudal, los inmigrantes eran, por término medio, elementos de las clases trabajadoras de una sociedad mercantilista. Hay que prestarle atención a ese hecho. La presencia de grandes masas indígenas, susceptibles de ser puestas en servidumbre, determinó que los españoles organizaran en América una sociedad feudal, pero la España del siglo XVI ya había entrado en la primera etapa del capitalismo. Y si bien es cierto que en los siglos siguientes no tuvo un desarrollo capitalista vigoroso —el saqueo de las colonias fue, precisamente, el factor principal de su retraso definitivo como país en vías de industrialización—,94 no es menos cierto que la estructura económica y social de la metrópoli fue mucho más avanzada que la de sus provincias. El desarrollo de la economía mercantil y el movimiento de capital comercial habían descompuesto en España las relaciones de producción propias de la economía feudal. El trabajo asalariado había sustituido casi totalmente al trabajo servil, ya bajo el reinado de los llamados Reyes Católicos. Pero como se trataba, en los siglos XVI y XVII, de un capitalismo naciente y entorpecido en su desarrollo por diversos factores, y como la producción mercantil no iba más allá de la manufactura y la pequeña industria, de allí que conviviera, junto a una burguesía débil, una aristocracia de la tierra en vías de desintegración.95 El pueblo español, la masa de trabajadores agrícolas y urbanos, padecía simultáneamente la explotación asalariada propia de la etapa de acumulación originaria del capital,96 y las arbitrariedades que el peso de la tradición feudal mantenía vivas todavía. Era un pueblo aporreado, al que caracterizaba, junto a su pobreza y en íntima relación con ella, una truhanería llena de ingenio y astucia; un pueblo que se veía obligado a trabajar intensamente para ir pasando una vida de regateos y trampas en torno de cada maravedí. Es bien conocido el vivo retrato que de ese pueblo se conserva en las páginas del Quijote, obra que tiene por escenario la realidad española de la época de Cervantes. Labriegos maliciosos, posadas de camino en que los escrúpulos morales eran tan exiguos como los alimentos, bachilleres y peluqueros de mucho ingenio y ninguna fortuna, maleantes, trotamundos, una abigarrada población que mitigaba con vino barato la frustración permanente, la amargura del bregar continuo y el andar siempre entrampado. La misma vida de Cervantes, llena de humillaciones derivadas de la pobreza, que se extinguió en la más completa amargura tras haber andado siempre a la búsqueda del favor de grandes señores —sin que faltara en ella el propósito de venir a Indias en busca de mejor fortuna—, da testimonio de lo que era, para las capas medias de la población, la lucha por la vida en la España de los siglos XVI y XVII.97

La aristocracia española ni la burguesía pasaron a Indias a buscar fortuna. No tenían por qué hacerlo. En la época de la conquista fue frecuente que se enrolaran en las empresas los segundones “hijos-dalgo”, o sea los elementos marginales de la nobleza, desplazados allá, que ansiaban engrandecerse acá. Algunos nobles vinieron después como altos funcionarios —virreyes, presidentes, visitadores— a desempeñar cargos temporales. La corriente migratoria fue alimentada básicamente por las capas medias y por trabajadores sencillos de la península.98 Al principio fue más numerosa la inmigración proveniente del sur de España, pero aumentó gradualmente la que venía del norte, es decir, de las regiones en que la economía mercantil estaba más desarrollada.99 Esa gente —en cuyo seno predominaban los hombres jóvenes— habituada a la lucha por el pan en un ambiente pobre y difícil, con un carácter templado y formado dentro de las modalidades del bronco capitalismo naciente, era la que venia a las colonias. En su mayoría era gente explotada que tenía el decidido y bien fundamentado propósito de convertirse en explotadora. El promedio de esa gente debe haber tenido unas aptitudes y una energía superiores a las del criollo medio. No por motivos de un más cercano origen español, ni porque la “sangre” de los criollos se maleara bajo el clima de las colonias, sino porque los hombres son producto del régimen económico y del estrato social en que se forman. Un trabajador forjado en las penurias de la explotación capitalista, formada su mente en la complejidad de las relaciones de una sociedad mercantil, trasladado de pronto a una formación social menos desarrollada y puesto a contender con los perezosos señoritos de ésta, tenía que hallar en sí ciertas peculiaridades que lo favorecían: una mayor capacidad para el esfuerzo sin compensaciones inmediatas, y más agilidad mental en términos de astucia y malicia para sacar partido de las cosas y las situaciones. La crónica de Tomás Gage menciona en varias ocasiones a esos españoles, tenaces y ahorrativos, casi siempre zafios, codiciosos y exentos de escrúpulos morales, que al morir dejaban a sus hijos en posesión de cuantiosas fortunas.100

Es muy significativo el hecho de que Fuentes y Guzmán, en su constante añoranza de los tiempos idos y en sus lamentos de lo que pasaba en los suyos, le reproche a estos últimos el estar contaminados de malicia. Ése es el calificativo que le viene a la pluma cuando quiere cifrar, en una sola palabra, todo lo que a él y a los suyos les resultaba adverso: “la malicia que hoy corre”.101 Insiste en que las relaciones entre los hombres, tanto en los negocios privados como en los públicos, están tocadas de cierta corrupción,102 y su reproche se hace más claro y más directo —más transparente para quien busque el fondo de aquel malestar— al señalar concretamente que la corrupción provenía de hallarse los hombres, más y más, “ocupados en mercancías y contratos”.103 Lo que realmente ocurría era que en el reino de Guatemala iban apareciendo, aunque muy débilmente, ciertas relaciones económicas de carácter mercantil. La tierra había comenzado a ser objeto de especulación, no sólo en negocios de compra y venta, sino también gravándola con hipotecas sobre préstamos. El añil se producía casi íntegramente para la exportación; también se exportaba cacao y pequeñas cantidades de achiote y vainilla.104 Todo ello amenazaba la estabilidad y la relativa simpleza de las relaciones feudales, y aunque se tratara de fenómenos secundarios, que apenas alteraban superficialmente la estructura feudal, el criollo viejo, el terrateniente a la manera de don Antonio, no podía ver con buenos ojos la más leve alteración del sistema. Nuestro hacendado sentía la más profunda antipatía hacia el cultivo del añil y los negocios que de su exportación se derivaban.105 Impugna los envíos de tinta “a trueco de trapos viejos y caros”106 —en estos términos desdeña el intercambio de añil por telas—, y con el mismo tesón propugna que deberían buscarse y extraerse los metales preciosos de la entraña del país. La crónica se detiene en varios puntos a demostrar que en el reino había yacimientos vírgenes, y la tesis del autor es que en vez de estar exportando tinta —llega a exclamar “¡ojalá no la hubiera!”— se debería exportar la riqueza mineral que supone escondida en el subsuelo del país.107 He allí, pues el complemento de la aversión que sentía el hacendado feudal hacia el mercantilismo: él hubiera deseado una economía cerrada y autoconsuntiva, sin producción mercantil ni negocios que pudieran impulsar el desarrollo capitalista y el trabajo asalariado; piensa que la metrópoli estaría satisfecha recibiendo oro y plata de sus colonias, sin necesidad de promover en ellas ningún cambio.

Sabemos nosotros —nos lo permite el hecho de ver las cosas retrospectivamente— que la producción mercantil no prosperó en Guatemala durante la Colonia. Aun en los días de la Independencia era muy poco lo que se producía para la exportación, y todavía era el añil el único producto que se exportaba en cantidades de cierta importancia.108 Los españoles que venían a la provincia con una mentalidad y una “malicia” mercantilista, acababan convertidos en terratenientes. Porque habiendo la posibilidad de adquirir tierras, y siervos para sacarles provecho con pocos gastos, ese atractivo absorbió la iniciativa de los inmigrantes convirtiéndolos en hacendados. Así se fue rehaciendo sucesivamente la clase social de los criollos, alimentada precisamente por los advenedizos que desplazaban a los criollos viejos y se convertían en criollos a su vez. Ése fue el proceso. Las viejas familias prominentes pasaron a ser familias de segundo y tercer orden dentro de la clase: criollos de mediana riqueza, criollos empobrecidos. Hubo también algunas familias que se extinguieron sin dejar sucesión.

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