Читать книгу: «Cartas a Thyrsá II. Las granjas Paradiso», страница 3

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***

—El amor. Mi primera pregunta sería la causa que lo origina. ¿Es el deseo amor? Estarás de acuerdo conmigo que sin amor no se puede alcanzar la dicha ni el conocimiento. ¿Tienes algo que añadir, comandador? Sin amor qué poco sentido tiene todo y qué cosa tan pueril sería la vida —comenta Océano, formulándose preguntas para sí.

—¿La ayuda que ofrecéis a las almas no es acaso amor?

Océano abre los ojos.

—¿Te han afectado las aguas, muchacho? ¿O quizás te ha embriagado el perfume de las rosas? Me refería a algo mucho más simple: el amor a una mujer; se cuenta que la abandonaste por salvar la vida de muchos.

—No puedo contestarte a eso, no sé qué debo decir.

—No te engañes, Ixhian. Estás aquí porque ella te lo pidió. Todo es tan simple… —Lo observa con tal intensidad que el comandador no puede mantener su mirada.

—Cuando hablo del amor, hablo de ese sentimiento que supera toda dualidad, esa emoción que embriaga la existencia y la pone boca abajo. Hablo de esa materia que supera cualquier tipo de entendimiento. Y dime, si te atreves, ¿cuánto darías por volver a encontrarte con ella? —Las palabras de Océano le producen turbación y curiosidad a la vez, ya que no sabe hacia dónde se dirigen—. Dime, Ixhian, si ella te pidiese que abandonaras esta misión y regresaras a su lado, ¿qué le dirías?

—No fue solo ella quien me lo pidió. También estaban mis maestros. Ellos han depositado su confianza en mí, nunca podría defraudarles.

—Precisamente a ese punto quería llegar. Si todo dependiese de una simple decisión, ¿qué harías, Ixhian? ¿La elegirías a ella o a tus maestros?

Ixhian dirige su mirada hacia el lago sin atreverse a declarar.

—Si ella me llamara, acudiría a su lado como el rayo.

Océano sonríe, su rostro se emociona ante la respuesta del comandador.

—Así de simple, ¿verdad? Ese es mi pecado, lo abandoné todo por ella. En ese momento se acerca Asián, sus pasos parecen cansados.

—Tengo que ir lejos, en busca de las aguas que combaten la rabia y el desencanto.

—Siéntate con nosotros, querida. Hablábamos de guerras y batallas —le pide Océano, guiñándole un ojo.

—Cuando se os deja solos, los hombres siempre deriváis la conversación a más de lo mismo. No hay tema que os guste más que ensalzar vuestro ego y su consabida competitividad. Estoy cansada y reconozco que esperaba la llegada del elegido de otra manera, ¿por qué no decirlo? —Ixhian disimula, intenta dominar el desconcierto que le producen las palabras deAsián—. Comandador, dime, ¿eres tú aquel que esperábamos? —le repite Asián, suplicándole—. Si es así, libra a Océano de su carga y sácanos de aquí.

Ixhian queda paralizado tras la súplica más hermosa y desesperada que le han hecho en su vida. Asián es una mariposa portadora de una belleza que no puede compararse con nada. En ese instante, nuestro comandador se atreve y, sin ser consciente de sus actos, acerca a sus labios el agua de Eleonora y le da de beber algo que ella desconoce. Entonces, Asián entiende que comienza el fin de su condena.

—No nos falles, Ixhian.Todos dependemos de ti, recuérdalo. Estamos cansados y deseamos superar esta cerca infranqueable.

—Comandador, culmina aquello que yo no fui capaz de hacer. Tú no perteneces al mar, rompe tus corazas y sé brillante. Para eso fuiste elegido —termina de hablar Océano.

Disfruto de la más exquisita de las compañías,

donde el agua es más que nunca agua,

y el amor más que nunca amor.

***

Despierta con la sensación de que será el último día que pase en la granja. Algo vuelve a tirar de él y entiende que debe retornar al camino, al tiempo que le atrae la idea de compartir una última conversación con la pareja. Dos almas que le habían conmovido, dos seres condenados a disuadir sus propios engaños.

—¿Descansaste? —pregunta Asián, vestida de verde.

—Se me han pegado las sábanas, anoche no podía coger el sueño —contesta a media voz nuestro hombre—. ¿De dónde proceden las almas, Océano?

—Eso no te lo podemos contestar. Desconocemos su procedencia, tan solo podemos afirmar que en Paradiso todos somos seres condenados. Océano las recibe con afecto e intenta consolarlas, mientras que yo les ofrezco el agua. Ya lo viste hacer, no hay más.

—Mañana marcharé, va siendo hora de continuar —afirma el comandador con expresión melancólica.

—Hemos pasado un tiempo juntos, Ixhian. Un tiempo en el que ambos hemos aprendido que nada escapa a los ojos de la creación.

La casa se encuentra a oscuras, el sol declina en el horizonte y el hogar resume sosiego y calma por todas partes.

—Hemos de despedirnos, Ixhian. Decirnos adiós como hombres que se han confesado sus secretos.

—¿Quién fueron tus preceptores, Océano? Siempre me atrajo el pueblo del mar, el abuelo Arón era de allí. Nos contaba historias a Thyrsá y a mí cuando apenas éramos unos críos.

—Nací en los acantilados del Barás y mi llegada fue profetizada por el viejo Anselmo, del que se decía que se marchó cabalgando a lomos de una gran tortuga para ser recibido por Elissé, la reina de las sirenas. Fruto de ese amor, dicen que nací yo. También se contaba que el viejo Anselmo podía correr por encima de las aguas y que un día lo vieron hacer el amor con Elissé sobre la cresta de una ola.

Océano se complace al ver la expresión de incredulidad dibujada en el rostro de Ixhian.

—Dime, Océano, ¿te arrepentiste alguna vez de escapar a tu destino?

—Durante muchísimo tiempo cargué con el tormento de mi decisión, pero gracias a la fidelidad de Asián entendí que nadie puede hacer nada por nadie. El proceso que hemos de vivir es personal y tan solo le pertenece a uno.

Tras esas palabras, Asián entra en la habitación. Lleva el pelo mojado y porta una sopa humeante y de agradable aroma.

—No molesto, ¿verdad, caballeros? —Asián se introduce en la conversación—. Dejaos de tanta formalidad y amenicemos la velada. Anda, saca una botella de ese licor rosado que te guardas. —Ixhian se ofrece con la intención de ayudarle—. Estoy de suerte, no abundan caballeros capaces de socorrer a una dama, y menos para un acto tan simple como poner la mesa. La próxima mariposa no te dejará hacerlo.

Las palabras de Asián van colmadas de misterio. Ambos se miran con intensidad. En esos instantes, el comandador daría la vida por saber qué es lo que piensa la dama del lago.

—Háblanos de la Isla, Ixhian. Cuéntanos qué ocurre más allá de Paradiso, ¿queda alguien en el Barás?

—El abuelo Arón, mi tutor, proviene de allí. El oeste se encuentra desierto, el abuelo es el último.

Asián juguetea con un trozo de pan.

—Parece ser que va llegando la hora de nuestro regreso.

—Desde luego… —le contesta Asián, ensimismada en sus pensamientos.

—La situación se ha agravado desde que partí. Lo deduzco por las notas que Thyrsá me manda a través del cuaderno.

Asián mantiene la mirada fija en la mesa.

—Cuida del cuaderno, Ixhian, pero ten cuidado con los talismanes, a veces poseen voluntad —añade Océano.

—Hay mucho temor en el Powa desde la aparición de Kudra. Las fronteras han caído y se espera lo peor.

—¿Viste alguna vez las sirenas, Ixhian? ¿Las viste saltar sobre las olas?

—Thyrsá proviene de ellas, porta el linaje de Lasismarí. —Ambos se miran con asombro.

—¿Y las serpientes marinas? ¿Viste las Naghasis?

—No, Océano, nunca las oí nombrar.

—Siempre es bueno conocer el mundo en su totalidad. —Asián apoya su cabeza sobre el diván y Océano se sienta junto a ella—. Duerme, mi niña, duerme, que ya llega el comandador. No temas por ello, mi niña, que yo continuaré a tu lado para siempre.

Océano la acaricia y ella se acomoda sobre su regazo. Entonces el comandador entiende que ha concluido su paso por la granja del lago; siente que le anega una enorme tristeza y queda aislado en medio de las sombras.

—Ixhian, sal de aquí al amanecer y llévate todo nuestro amor e intenta llegar hasta donde puedas. Nos arrastras contigo y ten cuidado que en todo ello hay trampa. Las granjas también son para ti.

Océano aferra a Asián entre sus brazos y como un dios antiguo la traslada hasta la alcoba mecida entre sus brazos.

Querido amor:

La mayor novedad que tengo que comentarte es sobre el regreso de los magos a Casalún y la noticia de haber sido convocadas al Valle del Itsé. Todas las fuerzas vivas de la Isla coincidirán en aquel lugar y hasta el gran Akela, el monarca de Luzbarán, ha prometido asistir. Según manifiesta Noru, se trata de crear un frente común para hacer frente a los acontecimientos que acontecen en la Isla. El pueblo gobernante estará presente, se le ha exigido una justificación por su expansión hacia Las Viñas, en el oeste. Aun así, todos sabemos que el peligro no llega desde el exterior ni se encuentra en el pueblo gobernante. Kudra ya está aquí. Su poder se acrecienta con cada día que pasa, y aunque la ignoremos, ambos comprobamos su poder, por lo que mucho me temo que nada es cuanto aparenta ser.

Cierta calma se respira en el Valle, no lo negaré. Pero ¿cuánto tiempo persistirá esta paz? Nos hemos reunidos en la Atalaya y en la misma sala en que se reveló nuestro pasado apenas hace un año, aunque tenga la sensación de que ha pasado toda una eternidad. Luego he paseado junto al abuelo hasta la casita del bosque, que ahora se encuentra deshabitada. Me ha dado tanta lástima que he mandado adecentarla, como si alguien la estuviese ocupando. El abuelo me ha informado de su desconfianza, dado que no las tiene todas consigo, advirtiéndome para que me halle prevenida. Me han asustado sus palabras. No había tenido en cuenta esa posibilidad, pero el abuelo y Noru son los hombres más sabios que conozco y he de prestarles toda mi atención, ya que Madre Ana se encuentra abatida por la incertidumbre.

Seguiremos el curso delAmbrosía hasta alcanzar la Poza de la Encantada y desde allí cruzaremos los Pasos de Miranda hasta alcanzar el Itsé. En todo momento seremos acompañadas por soldados mayas junto a un destacamento de hombres panteras que cuidarán de nosotras. Ten cuidado, mi amor, no confíes en las apariencias y he de advertirte que el brujo Dewa conoce la existencia del cuaderno. No me preguntes cómo, no tengo ni la más remota idea, pero me ha referido una frase tan enigmática como él mismo: «Dale recuerdos a Ixhian y adviértele que tras el Gordo está todo». Vete a saber qué mosca le ha picado. Cuídate y cuéntame en cuanto puedas. No te detengas y apresúrate. Ahora te toca mover ficha. Háblame de las mariposas, estoy deseando saber de ellas y si son como dicen o tan solo son leyendas de antaño.

Aunque se derrame mi sangre, no vuelvas;

aunque oigas mis gritos, no vuelvas.

Llevas mi corazón contigo,

acompaña al cisne que vuela sobre el mundo.

5. La granja del pan

Fina, la tercera mariposa

«Le he visto llegar, madre, con manto carmesí, camisa verde y cinto de comandador. Complexión fuerte, rostro curtido y despejado. Monta un caballo blanco llamado Dulzura. Pensé que nunca mis ojos contemplarían de nuevo a un comandador y menos al que tanto he implorado en mis sueños; aquel que está destinado a romper la maldición a que estamos sometidas las hijas de Paradiso. Cuánto tiempo sin ser observada en los ojos del otro y recluida bajo una añoranza de la que apenas sostengo recuerdos. Gracias, madre, por traerlo a mí. Ya llega por el recodo, ya se encuentra a tan solo unos pasos de mí. Daniela moriría de envidia si descubriera lo que ahora siento; al fin podré regresar a casa y, por supuesto, que habrá merecido la pena este largo suplicio. Mis hijas me esperan. Cuánto he soñado con el eco de sus voces o el penetrante aroma de su piel. Mis hijas te aguardan, madre; yo sé que te adoran, para eso las eduqué, para enaltecer a quien sostiene el trono del universo. Con nuestra participación ofrecimos una nueva mirada y alzamos lo ordinario. Y con ello todos cuantos creían que sostenían un reino temblaron al percibir la alegría de las hijas de Fina y al descubrir que el verdadero conocimiento se encuentra reñido con todo tipo de austeridad. Por eso tuvieron miedo, porque yo les ofrecía el final de un mundo rancio y arcaico. Ahora, a pesar de mi reclusión, sé que ella está contenta conmigo, porque yo le ofrecí la salida entre el deseo y la contemplación».

***

La granja de Fina se encuentra en la falda de un altozano, rodeada por un cercado de madera en cuyo interior deambulan las reses por el monte.Al fondo, una hermosa casa, en la que sobresale la pulcritud de sus formas, resplandece sobre la colina. Junto a la vivienda cuelga un cordel en el que se mece ropa recién lavada. Fina amasa el pan sobre una mesa de mármol; un tocado sujeta sus rizados cabellos y toda ella se envuelve en un mandil blanco. Ella es la flor, una flor condenada por querer ser alteza cuando tan solo era una mujer con buena mano en los fogones de un templo. Absorta en su labor amasa con firmeza, amasa con saña, amasa llevada por la rabia y por todo cuanto perdió. El comandador se acerca montado sobre Dulzura, mas ninguno rompe la artesanía del paisaje.

—¿Piensas montar toda la tarde o tan solo pretendes impresionarme?

Dándole la espalda y sin mirarlo, Fina dirige sus palabras al comandador. No modifica un solo músculo de su cuerpo ni da muestras de asombro; simplemente prosigue absorta en su labor. Dubitativo, nuestro hombre baja del caballo.

—Mi nombre es Ixhian. ¿Tendrías a bien ofrecerme algo de descanso?

Fina levanta el rostro y, al fin, clava en él su mirada; estrellas fugaces caen desde la noche de los tiempos. La tercera mariposa no expresa ningún privilegio: de mediana edad, baja de estatura, pechos voluminosos y ojos de santa.

—¿Qué vienes a hacer aquí, luciérnaga1? ¿Pretendes impresionarme con esa pose de gallito de corral? Y más a sabiendas de que llegas en nombre de una de las aburridas damiselas de Casalún.

Fina oculta su rostro, que retiene un río de lágrimas.

—No intento hacerte creer nada, tan solo recorro mi camino —contesta nuestro hombre, ofendido ante el tono empleado por la mariposa.

—Tan presuntuoso como todos los de tu especie, no habéis cambiado nada a pesar de haber pasado tanto tiempo.

Fina utiliza un tono mordaz, mantiene sus brazos en jarra y, con ello, cierto gesto ofensivo.

—No la molesto más, señora. Veo que no soy bien recibido. Discúlpeme por haberla entretenido.

—¡Alto ahí, presumido de mierda! ¿Con quién te crees que estás hablando? Deja que me asee un poco, luciérnaga. —Se sacude sus manos manchadas de harina sobre el delantal—. Mientras, tómate un tazón de leche recién ordeñada —le dice, señalando hacia un recipiente de barro.

—¿Cómo debo llamarte? Aún no te has presentado.

—Llámame Fina, como todos.

En ese momento su mirada pierde intensidad. En otro tiempo fue llamada por otro nombre y ahora, por alguna razón desconocida, ha perdido el poder originario. Sobre el monte se divisa una plácida campiña marcada por un camino de tierra. Decenas de pajarillos retozan bajo un cielo celeste y al compás del sonido sinuoso de los cencerros. Fina aparece de nuevo vestida con un traje oscuro que le hace mucho más delgada; conforme se acerca, va desprendiendo aromas de hierbas del arroyo.

—Bien, valeroso, ahora ya puedes contarme. —Ambos toman asiento. Entonces ella sorprende al comandador al aferrarse fuertemente a sus manos—. ¿Cómo se encuentran Océano y Asián? Deberías saber que no puedo abandonar mi granja ni ver más allá. Tan solo puedo intuir la presencia de quienes comparecen tras de mí.

Levantándose, se dirige al interior de la casa, lo que causa cierto alivio al comandador. Dispone de un mantel opulentamente bordado sobre la mesa, sobre el que coloca una jarra de plata, dos tazas y unas servilletas cuidadosamente plegadas.

—Coge una. Están especialmente elaboradas para esta ocasión y hazme el favor de alegrar esa cara, luciérnaga.

Fina le ofrece un plato con tortas y miel.

—Vives en un magnífico lugar, Fina.

—Cierto que es hermoso, pero es un lugar confinado, una franja sin salida ni escapatoria.

—¿Has intentado fugarte alguna vez?

—Todos los atardeceres paseo camino arriba, pensando que algún día el hechizo desaparecerá y podré regresar a Madreselva, mi abadía.

—¿Hasta dónde alcanzas, Fina? —El comandador señala hacia el sendero.

—Tan solo veo el recodo. Después siempre despierto en mi cama y una vez ha amanecido. —Fina alarga su brazo y le acaricia el cabello, lo que le hace sentir incómodo—. Hace tanto que no cortejo a un hombre… Eres el primero después de tanto tiempo.

—¿Cuál es tu cometido en la granja? Asián y Océano limpiaban las almas dándoles de beber.

—Yo las alimento; les ofrezco el pan y con ello les devuelvo el anhelo y el deseo.

Sus ojos desprenden una tremenda complacencia. El comandador la observa fascinado mientras el sol se oculta tras el horizonte y descienden la colina.

—Creo que es la primera vez que despido la tarde desde este lugar. Ven, demos un paseo antes de que no haya luz en el mundo.

Cogidos del brazo, caminan bajo los árboles. Una tristeza infinita se manifiesta junto al río.

—¿Lo oyes? Es el grito de las almas que a esta hora toman conciencia de la realidad y lloran.

El viento levanta los cabellos de Fina. Ambos se sientan sobre el tronco de un árbol y observan el brillo de las aguas de un estanque.

—Aquí vengo a llorar, mi querido comandador, en este lugar deposito parte de mi poder. Este es mi altar y aquí me abandono.

Fina es una mujer resentida, nada tiene que ver con el espíritu apasionado de Asián. El valle la ha recluido de manera dolorosa.

—Pasaras aquí la noche, ¿verdad? —El rostro de Fina implora a Ixhian que no se marche.

Ya en el interior de la casa, Fina enciende un par de candelabros; la habitación es espaciosa y el comandador descubre una alhacena repleta de cuadernos y pergaminos.

—Es el fruto de mi reclusión: mis recetas y recuerdos. Sube y descansa un poco, así me das algo de tiempo para preparar la cena.

La zona superior de la casa se encuentra dividida. Una fuerza invisible empuja al comandador hacia el fondo del pasillo. Allí distingue una amplia alcoba, de la que cuelga una enmarañada lámpara de cristal. Sobre un viejo aparador descubre un espejo de mano, rodeado por cepillos de varios tamaños. La presión en ese lugar es tan fuerte que el comandador aparta una pesada cortina de terciopelo rojo para que pueda correr el aire y a continuación se tumba sobre la alcoba, quedando irremediablemente dormido.

—Disculpa, Lucecita, me quedé absorta. No lo tomes a mal. Hace eternidades que me encuentro sola y, si no llego a subir, te hubieras quedado dormido y yo no me lo hubiese perdonado nunca. —El comandador despierta sobresaltado. Fina, se halla frente a él, observándolo.

—Menudo susto me has dado, te podía haber dañado.

—No es tan fácil dañarme. Venga, levántate y deja de presumir. —Le alarga su mano y le ayuda a incorporarse—. Si te apetece un baño, está preparado; tienes toallas y piedras perfumadas.

La habitación es espaciosa; en su centro se mantiene una cuba ovalada con agua humeante; un ventanal abierto incita a la noche y un ramo de flores otorga un ambiente perfumado y limpio al recinto. Ante tanta seducción es imposible retenerse, de manera que el comandador se deja llevar por la agradable sensación que otorga el agua templada.

***

«Cuando el mundo era joven, yo asumía otro nombre que nunca debe ser pronunciado y durante más de treinta años fui la sirviente personal de Daniela; a ella le debo todo cuanto fui. Por entonces, era la más hermosa de las criaturas y pensaba ingenuamente que la más erudita. Desde antes del amanecer me entregaba a su servicio, despertándola y preparándole el baño. Así hasta el anochecer, cuando le llevaba una infusión y unas galletas a su habitación. Me gustaba arroparla y observarla mientras dormía, asegurándome de que no faltase leña en la chimenea.

Me hicieron responsable de numerosas cocinas y bastimentos. Entonces, mi vida cambió tan de repente que nunca supe en realidad por qué sucedió. Lo cierto es que Daniela decidió que debía dar un paso al frente y pasé a elaborar los rituales en el santuario. Por aquellos días viajaba mucho y hasta en pleno invierno cruzaba los páramos en busca de provisiones. Cierto día me pidieron que me hiciera cargo de la entronización de Elyan, cuyo templo se encuentra en el corazón de Luzbarán. Tras la ceremonia, mi autoridad creció sin límites y Elyan, al ser consciente de mi valía, no me dejó marchar, por lo que sin proponérmelo mi fama llegó hasta los más apartados confines de la Isla. Aunque reconozco que adolecía la ausencia de Daniela, mi codicia me retuvo en Luzbarán, dado que dicha situación me mantenía en la cima del poder. Elyan me amaba y, a la vez, me temía, mientras que Daniela, desesperada, no dejaba de mandarme misivas para que regresase junto a ella.

Llegué a disponer de un séquito de treinta cortesanas a mi servicio, hasta que una noche de tormentas escapé y sobre los acantilados del Barás levanté Madreselva, la abadía, mi escuela y con ella una nueva línea de sabiduría. Con todo el mundo antiguo en contra me proclamé Madre y, resentida por mi traición, Elyan dispuso a los comandadores contra mí. Aguardé la llegada de su ejército en el camino; ello suponía el desafío al que aspira todo ser humano. Desnuda, dancé para los ejércitos de Luzbarán y ellos cayeron a mis pies, adorándome. Se dijo que fue el acto de magia más atrevido de todos los tiempos.

Desde entonces, mi rivalidad con Elyan no tuvo límites. Daniela se mantuvo al margen, ya que, por encima de todo, deseaba mantener el rango que ostentaba en Larilia. Hasta que cierto día, y tras un sorpresivo ataque, la abadía quedó destruida. Los adoradores me ofrecieron refugio y, dándome todos por muerta, un manto de olvido cayó sobre mí. Sin embargo, la simiente de mi mensaje había prosperado en la mente de los hombres y dichas ideas comenzaron a transformar el mundo. Llegaban de todos los lugares para que las instruyera y mis discípulas recorrían los caminos llevando la buena nueva. A partir de ahí surgieron multitud de escuelas que intentaban imitar a las hijas de Fina. Al final de mis días, y justo cuando daba comienzo el ciclo de las cruzadas, regresé a Larilia y allí Daniela, mi Daniela, besó mis ojos, dispensando nuestro tiempo de separación».

***

—Lucecita, que se nos enfría la crema —dice Fina, asomando la cabeza.

—Tu casa me vence.

—Deja tu ropa a un lado y ponte esta túnica que guardaba para la ocasión. Ya mañana podrás disponer de tu ropa limpia.

Fina sostiene una toalla entre sus manos sin hacer ademán de retirarse, por lo que al comandador no le queda más opción que levantarse.

—Menos mal que no le echaste cuarzo al agua, querido; si no, te hubieras quedado otra vez dormido. Aguarda a que te aplique este ungüento, suavizará tu piel. Hoy estás en casa de Fina, mi vida, y eso marca muchas diferencias.

El comandador, abochornado, se deja embadurnar mientras las manos de Fina recorren su cuerpo. Seguidamente peina sus cabellos y le coloca una cinta azul sobre su frente y, por último, le pide que luzca la joya de las sirenas. Cogidos del brazo, descienden al salón, donde una suculenta pierna de cerdo preside la mesa.

—Toma asiento, comandador. Seguro que llevarás mucho tiempo sin probar algo semejante.

—Tiene buena pinta, pero te aviso que en la granja del agua también me trataron muy bien.

—No me lo puedo creer. La pequeña Asián cocinando…

—No es tan pequeña como imaginas y ahora todo es diferente.

—¿Quieres un poco de vino? En las granjas siempre tenemos la misma cosecha.

—Te agradezco lo que estás haciendo por mí, pero te aviso de que mañana habré de partir.

—Ya lo sé, no tienes elección —le dice mirándolo fijamente.

—¿Cuál es el delito de tu condena, Fina?

—¿Arrogancia? ¿Orgullo tal vez? En realidad, no te puedo contestar, pero sea lo que sea te puedo asegurar que ya he pagado con creces. Tan solo demostré que aquello que realmente importa nos pasa inadvertido.

—Tu escuela fue llamada Aduladora, ¿no?

Fina baja la mirada y bebe un sorbo de vino.

—Ellos le pusieron el nombre, yo no.

—¿Me dejas que te haga otra pregunta? —Fina asiente, pero no puede evitar morderse los labios—. ¿Los ritos en Casalún proceden de ti?

—No, yo tan solo ayudé a restituirlos. El cuerpo es el templo donde habita la diosa y todo acto de placer supone siempre un acto de revelación. En nuestra escuela lo percibíamos así, por eso exaltábamos el arte del contacto. En la abadía de Madreselva el acto de amar era muy sofisticado y de ahí surgió la línea más poderosa de la escuela. El arte de amar suponía una asignatura extraordinaria, la línea que nos aseguraba alcanzar la integridad. Nuestra danza fue un soplo de santidad, en la que todas nos entregábamos a través del cuerpo con la intención de alcanzar una mente luminosa. Ahora, caballero, demos un alivio a la palabra y asaltemos la comida.

El comandador muestra su torpeza al trinchar el asado. Fina le dirige una mirada cargada de suspicacias. Entonces se levanta, toma su mano y corrige su postura.

—Déjame que te enseñe, Lucecita —le susurra al oído a la vez que se posiciona tras el comandador—. Relaja el cuerpo y mantén los brazos sueltos, sin dar sensación de esfuerzo. Los cuchillos deben responder a quienes lo dirigen; debes comenzar con un movimiento lento pero rítmico, hasta que sientas que dominas la situación. Entonces, aligera el balanceo y justo antes de terminar el corte, lanza un imperceptible empujón hacia delante. —Fina se aferra a su cintura y pega sus labios al comandador—. Es en el momento de servir donde se encuentra el poder de la adulación.

La voz de Fina se ha transformado en apenas un murmullo y sus manos recorren la cintura del hombre, despertando estímulos que le hacen posicionarse frente a ella. Entonces a Fina no le queda más remedio que interponer su mano entre los labios de ambos.

En el curso de la noche continúan relatándose historias; Ixhian le habla del abuelo y de su primer encuentro con Dewa en La Sidonia. Le cuenta sobre Madre Latia y la seductora soledad en Torre Maró hasta su regreso junto a Thyrsá, en Casalún.

—Descríbemela.

—Resplandece en cualquier lugar, no es demasiado alta, pero está perfectamente esculpida. Sus cabellos son oscuros, aunque con leves toques rojizos; sus ojos tienden al verde y siempre le acompaña el aroma del amanecer tras la lluvia; su piel es suave, y desnuda es siempre misteriosa. Cuando hacemos el amor, dragones recorren mi cuerpo.

—Daría lo que fuera porque alguien pusiese en su boca palabras semejantes y dirigidas a mí. Eres afortunado, Lucecita. ¿Qué te pidió exactamente que hicieras?

—«Cruza Paradiso y despierta a las Mariposas». Esas fueron sus palabras.

—¿Sabes, Ixhian? Descubrí hace mucho tiempo que todas las formas no son más que banalidades; la senda de la arrogancia nos lleva directamente a la ausencia.

—No te entiendo, Fina —dice el comandador, afligido tras la evocación de Thyrsá.

—Si no hubiéramos conocido el gozo, jamás hubiésemos advertido la naturaleza última.

—¿A qué llamas placer, Fina? ¿Al acto del amar?

—Llamo placer a cualquier acto que conlleve satisfacción. Tómate un poco de infusión, te ayudará a digerir la comida.

—Me tendrías que dar otra infusión para el dolor de cabeza —intenta bromear, pero Fina no da opción y no reduce la intensidad del diálogo.

—Aquello que los sabios llaman la rueda del gozo no es más que la unión de una mente contemplativa con lo satisfactorio. Ese es el estado divino, Ixhian; la mente vacua y placentera que yace en un mismo lugar.

—¿Cómo has descubierto todo eso, Fina?

—Porque siempre amé mucho, comandador.

—Entonces, ¿qué haces aquí? —se atreve a desafiarla.

—Supongo que cumplir parte de la función. Pagar el error de revelar aquello que no se está preparado para oír y, por otra parte, continuar ofreciendo resistencia. En el fondo tan solo aguardo volver a ser deseada.

—Debiste de tener multitud de amantes.

A Fina se le dibuja en su rostro un gesto de sorpresa y abriendo un poquito más los ojos le dice:

—Todos y todas con las que me dio tiempo de gozar.Aunque al final de mis días, me arrepentí de haberme alejado de Daniela, la que siempre fue mi gran pasión. Sus brazos me acogieron y entonces comprendí que había llegado al principio de todo. Dentro de muy poco partirás. Recuérdame, Ixhian, tan solo te pido eso, que me recuerdes. No me dejes morir. He llegado a entender que no es más que el recuerdo aquello que nos puede hacer transferir.

Fina se despide del comandador con un beso en su frente, intuyendo que, al igual que Asián y Océano, este beso bendice su alma.

A la mañana siguiente Fina le deja preparado té caliente, algo de fruta y un trozo de pan. Ixhian ensilla a Dulzura y busca a la maestra aduladora con la mirada, pero no la encuentra. Desciende la colina con la seguridad de que no vendrá a despedirse. Insiste y vuelve a mirar una vez más, pero tan solo descubre una postal digna del mejor de los cuentos.

Querido amor:

Se acerca la festividad de las enramadas2 y hemos de iniciar la marcha hacia el Itsé. Todo ha sucedido tal como ha estado previsto y la reunión en la Atalaya se consumó sin sorpresas. La situación en estos momentos supera cualquier tipo de expectativa, por lo que es necesario que no te demores. Se ha decidido que Madre Ana se quede en Casalún. No podemos permitir que la aldea se quede sin su poderosa presencia pues, aunque se encuentra delicada, todos sabemos que en el fondo es más fuerte de lo que aparenta.

La Inda Onmarisán será quien acompañe a los tres magos y de esta manera todo el poder del bosque se trasladará al corazón de la Isla. También nos han informado que llegará una comitiva desde el Urbián, la selva donde mora Madre Melodía, y por primera vez en mucho tiempo se unirán las dos tierras. Por mi parte, he elegido a Eleonora como asistente, al igual que hace años en la Atalaya. También nos acompañarán las doncellas Brisella, Anette y Clarita, que han pasado a ser como nuestras hijas. El final se acerca. No tenemos mucho tiempo, por lo que apenas queda a lo que aferrarse.

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9788419092854
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