Читать книгу: «Cartas a Thyrsá II. Las granjas Paradiso», страница 2

Шрифт:

—¡Ah, mirad este! —vuelve a replicar Gum.

Sobre una mesa de piedra en forma de altar y cubierta de musgo se haya depositada una rama con tres manzanas de oro.

—¡Qué hermosura! ¡Cuánto hacía que no paseaba por este rincón, digno de los mejores tiempos! ¡Mirad este tesoro! Regalo de un cíclope en la isla de Delos, os presento esta maravilla llegada desde el Jardín de las Hespérides. He aquí el codiciado tesoro de Euristeo de Tirinto. ¡Acogedla, acogedla!

El Gordo levanta la tapa de cristal y extrae una ramita con tres manzanas de oro.

—Protegida por un fiero dragón le fue arrebatada por el viejo Hércules. ¡Qué buen tío! ¡Eso era un hombre, y no los de ahora! Contemplad esta joya que descansa en un rincón de mi jardín, como si tal cosa. Aquí no te hacen falta dragones que te cuiden ni protejan. El Gordo está aquí, pequeña. El Gordo cuida de todas vosotras. Descansad tranquilas, manzanitas mías.

Ixhian tiene la sensación de formar parte de una escena teatral.

—¡Hacia el oeste! Pongamos rumbo hacia el oeste, donde vive la niebla y el viajero sueña.

El Gordo parece poseído por una energía extraordinaria y, sin duda, no es la misma persona que los acogiera el día anterior.

—Por favor, tened mucho cuidado. Seguidme y no haced ruido, que se asustan los espíritus.

Alcanzan un paraje donde reina un silencio sepulcral y en cuyo centro se aprecia un árbol cuyo porte y aspecto produce visiones. A sus pies, le guarda pleitesía una piedra solitaria.

—Ahora sí que estamos en el oeste del mundo. ¡Venid, arrodillaos! Es el manzano padre, lo último que queda de una tierra bendecida. Mientras se mantenga su recuerdo, estaremos todos a salvo. En Ávalon aún reina el poder del estío.

El Gris se inclina y deposita un lirio de agua sobre sus raíces, mientras el comandador se sienta junto al árbol. En eso, se manifiesta un fantasma cuyo rostro se cubre bajo una gasa oscura. Es la tejedora, aquella que hilvana la vida de todos los hombres y mujeres. Suelta sus agujas y le hace señas a Ixhian para que se acerque.

—No te preguntes, comandador. Todo se te ha dicho y, aun así, todavía no te has enterado —le dice el fantasma.

Ixhian se posiciona y toma asiento frente a la figura, lo que le provoca un sueño incontrolable. Sin esperarlo, el Gordo le propina un pequeño mordisco en su oreja izquierda, haciéndole dar un respingo.

—¡Vámonos! No te dejes atrapar por la melancolía, y menos con esta vieja medio chingada.

—Nos encontraremos bajo el fresno, comandador —son las últimas palabras de la anciana.

Alcanzan un pequeño claro, en cuyo centro se levanta una pequeña columna de mármol y sobre la que descansa una urna de cristal. El Gordo alza la tapa y eleva la manzana. En ese instante cae por su mejilla una lágrima imposible de contener.

—Blancanieves, Blancanieves… la manzana que fue capaz de mitigar tus párpados de rosas y amapolas —murmura el Gordo.

Continúan avanzando entre el canto de las aves y el incesante revuelo de mariposas, hasta que el Gordo se detiene en seco y dice:

—Venga, chicos, animaos, que nos encontramos muy cerca de la salida, pero estáis obligados a ver este último. —Se miran entre sí, intentando evitar toda suspicacia posible.

—Ahí lo tenéis, es todo vuestro, el árbol del bien y del mal, aquel que dio su nombre a un paraíso.

—Es un árbol maldito, ¿no? —pregunta el comandador, mientras el Gris lo mira aterrado.

—Los árboles nunca son malditos, los hombres sí. Aquí están a salvo de toda mezquindad humana.

Ambos buscan la susodicha manzana sin encontrarla, limitándose a dirigir una mirada al Gordo y sin atreverse a preguntarle.

—Lo siento, se ve que la señora Eva se las engulló todas. Ya conocéis la historia… Además, desde la marcha de los magnificentes, el hombre carece de paraíso del que se pueda expulsar.

Oyen un persistente siseo a sus espaldas y perciben una gigantesca serpiente enroscada en una de las ramas del árbol.

—Esa maldita serpiente entró en el lote y os advierto que no me cae simpática —replica el Gordo.

La tarde se les echa encima. Cruzan un pequeño puente de madera a cuyos bordes se pincelan diminutas florecillas.

—Vaya, acabadito de llegar, mi última adquisición. Ya comenzaba a cotizarse, pero aún debo buscarle sitio, y es que, para ser un buen hombre de negocios, hay que saber anticiparse.

Ixhian se acerca al manzano. Un cisne blanco se arropa entre sus raíces. El cisne alza su cuello, lo mira con tristeza y le señala un corazón tallado en el árbol en el que se suscriben dos nombres: Ixhian yThyrsá. El comandador cae abatido. Las emociones le alcanzan de lleno y el Gordo le ofrece uno de sus frutos.

—Este chico no está bien, ¿verdad? —objeta Gum en voz alta.

Justo a la salida, Ixhian se golpea con un barril de madera y el Gordo grita:

—¡Cuidado! Es de «La Española», no te vayas a cargar el refugio de Jim Hawkins. Un barril de manzanas que fue en busca de un tesoro. ¡Vale toda una fortuna, niño!

***

Se oye un griterío enorme, cientos de antorchas arden en la noche. Las gentes cantan alborozadamente por las calles. Al cruzar la puerta del comedor, perciben unos olores suculentos. El Gordo baila en el centro de la sala, a la vez que los demás le acompañan en delirante frenesí.

—Aquí llega nuestro héroe, ¡el señor del último manzano! ¡Alcemos nuestras copas! —vocifera el Gordo en voz alta.

Los presentes alzan sus jarras en pos del brindis formulado por Gum.

—¡Por Ixhian y su dama! ¡Aquella que le aguarda tras los pastos de Zamora!

—¿Descansaste? —pregunta el Gris, acompañado de una bella muchacha.

—Parece que me cayó una losa encima.

—Este Gordo es un pasote, tómate un trago y come algo.

—Sí que es sorprendente…

Tras saborear el vino, Ixhian se fija minuciosamente en el interior del recinto; pieles de animales salvajes, un viejo escudo de armas y una red de pescar cuelgan de las paredes.

—No respondiste a mi pregunta, errante: ¿quién es Gordo Gum?

—Que te lo diga él mismo. No me gusta desvelar la vida de nadie, ya deberías haberte dado cuenta.

—Sí, ya… qué me vas a contar.

El Gris efectúa una mueca en señal de desaprobación, mientras vuelve a llenar los vasos de vino.

—El símbolo de los errantes es el aire, por eso nos adornamos con plumas, dándonos al sigilo.

—¿Y ahora a qué viene eso?

—Recuerda siempre, comandador, que caminamos juntos, pero ambos pertenecemos a tradiciones distintas. Sin embargo, llevas sangre errante en tus venas. ¿Recuerdas la historia que contó Dewa en Madriguera?

—¿Te refieres a mi abuelo, el Dasarí?

—Exacto. Conforme pasan los días más te pareces a él.

—Mi padre abandonó pronto la senda del comandador.

—Comienzas a entender, la sangre te llamará algún día. Tus orígenes son las tribus, lo demás no pasa de ser un mero accidente.

—Explícame entonces. ¿Por qué los magos decidieron que me uniera al cuerpo militar?

—No había elección. Marcelo respondía por ti. Tenías que forjarte y endurecerte. Las tribus ahora son meras marionetas de Melodía. El mundo en la Isla es tremendamente simple, para como era antes.

En eso que irrumpe el Gordo en el centro de la sala.

—En honor por los que por aquí pasan, a mi viejo amigo el Gris y a mi nuevo hermano. A ellos les ofrecemos nuestra sangre transformada en licor y nuestra carne en festín. ¡Benditos seáis!

Todos, sin excepción, se ponen en pie y brindan. En eso que hace presencia en la sala una señora que parece nacida de una fábula y a la que siguen varios jóvenes que portan bandejas repletas de manjares, mientras el Gordo recita los nombres de cada comida y hace pura literatura de ellos.

—Con este no se aburre uno —vuelve a manifestar el comandador.

—A veces hay que salir corriendo y alejarse de él lo más que se pueda.

—Dime, hijo mío, cuéntame tu historia con detalles e intenta no dejarte nada atrás.Tenemos toda la noche por delante. Le diré aAmparito que nos preparé unos combinados.

—¿Quién es la señora?

—¿Quién va a ser? Amparito. Llegó aquí muy perdida, como todos; buscaba su amor, como todos, y aquí se quedó, como todos.

—Su presencia sobresale al resto.

—Sí, es muy linda, pero te advierto que tiene muy mala uva.

La llegada del diario

Amanece mientras Ixhian relata su vida al Gordo que, ensimismado, muestra un especial interés por el tiempo transcurrido en La Sidonia y la aparición de Dewa. Historia que le hace repetir hasta tres veces, revolcándose de risa hasta quedar finalmente dormido sobre un taburete en el que dificultosamente puede dar cabida a su generoso trasero. Pasado el tiempo, aparece Amparito con tres tazas humeantes. Su peinado con forma de diadema le otorga cierto postín y elegancia. A diferencia del resto, es alta y apuesta. El Gordo despierta y le dirige una sosegada mirada, a lo que ella le responde besando su enorme cabezota.

—La quiero con locura, y lo bien que me conoce, sabe que me encanta su puchero. Qué habría sido de mí…

—Excepto ella, todos parecen niños —objeta el comandador.

—No quiero que crezcan, no eran más que críos cuando los salvé de la servidumbre. Aquí serán felices de por vida, yo me ocuparé de ello. En Paradiso, el Péndulo de la Clepsidra apenas interviene y Amparito es mi garantía.

—Guardas más de lo que expresa, señor Gum.

El Gordo lo mira y, como por arte de magia, este se transforma en un caballero de lo más hermoso y, guiñándole un ojo al comandador, le dice:

—¡Venga ya, comandador!Ahora que lo pienso quizás pueda echarte un cable, pero a cambio prométeme que cuando vengas de vuelta me traerás una piel de lobo. Son tan calentitas… El Gris saben dónde abundan, aguarda un segundo que ahora vuelvo.

Al rato, regresa el Gordo con algo bajo el brazo.

—Aquí está, pienso que puede serte útil. Yo quise comenzarlo, pero van pasando los años y no termino de ponerme. Además, ahora no tengo a quien escribir.

Sobre la mesa deposita un cuaderno forrado en piel.

—¿De qué está hecho?

—Es un cuaderno de notas. Me hice con él en uno de mis viajes al puerto de Genowa. Siempre me ha gustado pasear por los ancladeros, allí se encuentran cosas muy curiosas. Este, por ejemplo, me lo ofreció un señor de ojos rasgados y bigotes larguísimos; recuerdo que vestía con una túnica amarilla y portaba una coleta que le caía por la espalda. El tío era un espectáculo. Tenías que ver al Gordo y al maestro mandarín haciendo negocios en el camarote de su barco. ¡Qué pasada! Sus hojas son de palmeras. Ya sé que tiene pocas páginas, pero, según me dijeron, y dependiendo de la necesidad del beneficiario, le brotan nuevos pergaminos. El libro manda, tú escribes y él responde. Te toca probar, tampoco es que tengas mucho que hacer.

Ixhian lo envuelve en un paño de seda y se dirige hacia su aposento. Nada más abrirlo, descubre un enunciado que dice: «Cartas a Thyrsá». Sorprendido, y sin atreverse a proseguir, cierra el cuaderno y se queda dormido con él entre sus manos. Cuando despierta, las estrellas brillan de nuevo; se había pasado todo el día durmiendo.

***

En la taberna se repiten las mismas escenas de la velada anterior. El Gris coquetea con la chica, mientras el Gordo hace de maestro de ceremonia.

—¿Has descansado? Comienzas a acostumbrarte a esta vida; duermes por el día y resurges al final de la tarde. Tiene sus ventajas cuando te acostumbras.

—Estoy como si me hubiesen molido a palos, Gordo.

—¿Qué se te apetece, niño? Tengo preparada una maravillosa sopa de ganso con moras y perlitas negras.

—No, Gordo. Lo que de verdad necesito es regresar al camino. Deseo terminar esto cuanto antes y volver junto a Thyrsá. Comienzo a echar de menos el Powa.

—¡El hogar! ¿Dónde se encuentra eso? Vamos, no seas aguafiestas y dime qué necesitas.

—El cuaderno se ha puesto nombre por sí solo, anoche me dijiste cosas que no acabé de entender.

—El cuaderno representa tu anhelo, Ixhian. Es un filtro donde las circunstancias adversas se trasforman. Escribe en él cuanto tu corazón te dicte. El cuaderno te puede enseñar mucho. Es tu sigilo y atrevimiento.

Este no era el Gordo que los acompañó a través del jardín de los manzanos. Su rostro se había transformado y colmado de discernimiento. Nada más regresar a su habitación, el comandador descubre el cuaderno abierto y, dejándose llevar, escribe:

En casa de Gum,

en la orilla donde no baten las olas

y cien manzanos salpican.

Un galeón antiguo reposa en la arena,

de fondo se oye una canción.

***

Amanece. Le toca tomar decisiones y no debe aguardar al Gris, dado que este lleva otro ritmo, que, sin duda, le hará retrasar su misión. El comandador salta de la cama y sale apresuradamente en busca de Dulzura. Comienza a lloviznar y en Galeón todo el mundo duerme.

—¿Te marchas sin despedirte? ¿Así agradeces la hospitalidad de un amigo? —escucha la voz del Gordo, que le habla apoyado sobre una cancela, impidiéndole la salida.

—Déjame pasar, no puedo dilatar más esta misión.

—Al menos, déjame ofrecerte un mapa del lugar.Aunque no lo creas, estoy contigo en lo que respecta al Gris. Es un nómada y esa gente no suelen terminar nada de lo que comienzan.

—Me sería de mucha ayuda, Gordo.

—Entonces, ven y acompáñame a la biblioteca. —Le señala el viejo Galeón, pero Ixhian desenfunda su daga, a sabiendas de que intenta retenerle.

—Vaya, estos caballeros luciérnagas siempre con la violencia de por medio.

—Se acabó, Gordo. Cruzaré esa puerta con mapa o sin él, y aunque tenga que cortarte esa barriga.

—Vale, vale… no seré yo quien te lo impida, amigo. Eres un testarudo y, en vista de que me es imposible razonar contigo, me rindo. Mejor despedirnos como amigos que perderte.

—Déjate de charlatanerías y abre la cancela de una vez.

En ese instante se asoma el Núcleo, la piedra de las sirenas, entre los pliegues de su camisa.

—¡Oh! ¡La joya de las sirenas! ¡Qué bien le vendría a mi colección!

El comandador dirige la punta de la daga hacia el Gordo.

—Ni se te ocurra intentarlo —le dice.

—¡Por todos los dioses! ¡Basta de intimidaciones! Márchate de una vez y cruza las granjas. Pero ten cuidado, que hay agujeros que te pueden llevar a lugares indeseados. En las granjas podrás satisfacer tu hambre. Las Mariposas suelen ser buenas cocineras. ¡Gracias a Dios que aprendieron! Te será fácil reconocerlas, pero ten cuidado, que en todo esto hay trampa. La memoria de los magnificentes aún es poderosa.

El Gordo Gum le abre una puerta enmohecida.

—Adiós, Gordo, has sido muy amable. Cuando despierte el Gris, dile que ya he partido.

—Amparito te echará de menos. Ten cuidado, mi niño, no vayas a terminar como este viejo portón, hundido en el fondo del mar, y recuerda que la presunción te puede perder.Todos los comandadores pecáis de eso.

Sin demora, el comandador se aleja de la aldea y al mirar hacia atrás, percibe la figura de un enorme barco encallado sobre la arena. El camino serpentea sobre una llanura que comienza a poblarse de frágiles matorrales. En el cielo vuela algún que otro buitre solitario y distante. La naturaleza trae de nuevo la vida, tras solidificarse el océano.

Querido amor:

Te echo tanto de menos que no existe nada capaz de hacerme levantar el ánimo y en nuestra fuente, donde el agua no cae, dejo que la fragancia de este lugar me colme y sane, como si fuese un recipiente vacío. Miro el cielo y pienso que desde algún lugar también lo debes estar contemplando y demasiadas son ya las veces que me arrepiento de haberte dejado partir.

No decaigas y mantenme presente en tus oraciones, porque necesito que pidas por mí. Resiste, aun a sabiendas de que la soledad te colmará de dolor y de que llegarán esos momentos en los que te sentirás abatido y sin fe. Nosotras continuamos en Casalún, en nuestro Valle, donde un día espero verte regresar. Las doncellas me acompañan en cada momento, y aunque todas percibimos la inquietud que se manifiesta en el bosque, ninguna mencionamos el nombre de Kudra.

MadreAna padece dolores en su vientre. Ella dice que es la materia oscura que la está devorando, pero Eulalia, la sanadora, nos ha advertido de que no es más que fruto de la tensión y el miedo. La aldea se ha convertido en nuestro refugio, por lo que a ninguna de nosotras se nos permite salir. El invierno está siendo duro como ninguno; las soldados mayas rodean la aldea y ni tan siquiera las lecciones de canto bajo la acacia blanca consiguen hacernos elevar la moral.

Supongo que debes haber alcanzado la primera aldea, pues según nos dijo Archa, la sibilina, esta no se encuentra demasiado lejos de la orilla. Apresúrate, Ixhian, la vida de todos está en juego. Algo está a punto de suceder y tan solo hay que saber escuchar el lamento del viento para saber que lo que quiera que sea cada vez se encuentra más cerca de nosotras. Me llegan imágenes de mi caverna en las Díalas y es entonces cuando salgo al exterior y desde la lejanía percibo llegar la tormenta, pero esta vez no viene precedida de lluvia, nada de eso.

Cuídate, mi amor.Yo continuaré velando por esta tierra que tanto estimo, pues algo muy dentro me dice que es mi presencia la que contiene su ataque. Algunas tardes monto sobre Anais y acompañada de Eleonora y Asián cabalgamos hacia la fortaleza del Mananú, donde monta guardia todo un destacamento de guerreras mayas. Desde su mirador comprobamos que el horizonte se mantiene en equilibrio y nada lo altera. Archa y sus sibilinas levantan ruedas de protección durante la noche, por lo que ahora toda nuestra confianza está puesta en ellas, aunque también en la luz que baña el Valle de Tara, ya que es de buen juicio pensar que Kudra nunca atacará bajo cielo abierto.

4. La granja del lago

Asián, la segunda mariposa

«Cuando el mundo era silencio, llegó la lluvia y se creó la música. Luego, aparecieron los frutos y con ello la vid. Se nos ofreció el vino y con ello la posibilidad de soñar. Por otro lado, el mar brindaba un desafío a la vez que libertad. Los adoradores eran una corriente de pensamiento ya desaparecida. Vivían casi desnudos y no necesitaban nada para sí. Su cometido principal consistía en adorar el mar. Eran una raza muy antigua, cuyos practicantes se engalanaban con restos de caracolas y algas marinas. Veneraban las olas, los flujos y las mareas, además de pasar muchas horas en quietud y en sintonía con las olas. Buscaban un conocimiento más profundo de las cosas y para nada les interesaban las montañas ni sus volcanes. Se cuentan que eran muy apasionados, entregándose a la danza con delirio, donde simulaban ser el movimiento de las olas. Para ellos tan solo existía el mar».

***

El comandador aún no sabe nada de ellos, está a punto de cruzar un nuevo umbral. Camina como si tal cosa, rodea un riachuelo de aguas cristalinas y percibe como le siguen pececillos de plata. Ha cabalgado durante todo el día y necesita reponerse. Nada más devorar un trozo de pan, es consciente del cuaderno. No se puede contener y lo abre:

Los lirios mueren.

Lo que creíamos inmune ya no lo es.

Las enramadas sofocan los espacios.

Amor, cuídate del agua

y de todo cuanto no es definible.

Es la respuesta de Thyrsá. La lee una y mil veces, hasta memorizarla. Se queda dormido y sueña con el Valle de Tara y con la poderosa luz que lo inunda en verano. A la mañana siguiente habla con Dulzura y lee un nuevo mensaje de Thyrsá:

No luches contra ti,

date una oportunidad.

Mejor una sola que muchas juntas.

Una hermosa higuera se tuerce a un lado de la montaña e Ixhian se sacia de sus frutos. Desde las alturas percibe una campiña en la que se elevan leves cortinas de humo. El cielo es de un celeste que traspasa, ha llegado la hora de iniciar el descenso. Se oye un constante rumor del agua. La falda de la montaña guarda secretos. Cruza por delante de un viejo molino que le ofrece señales de otro tiempo. Apresura su marcha, no desea pasar la noche en un lugar tan sombrío. Desciende con cuidado. Aun así, una gran piedra se precipita de manera traicionera desde la cumbre y el comandador incita a Dulzura. Comienza a tronar, llueve a cantaros y el caballo relincha.

—¡Corre, Dulzura! ¡Corre! —grita el comandador a la vez que intenta salvar la montaña. La precipitación le hace caer y nuestro hombre queda tendido sobre el suelo.

No sabe cuánto tiempo ha sucedido. El sol brilla de nuevo y Dulzura pasta en un pequeño claro. Le duelen los huesos y su pierna se encuentra algo magullada. Camina con dificultad mientras recoge sus enseres diseminados por el suelo.

Pese a que la luna no luce hoy primorosa,

las aves volverán a cantar,

prodigando su presencia

sobre las ramas de los manzanos.

***

Como si fuese una aparición, ve acercarse a una dama que porta una cesta bajo el brazo y esta, sorprendida, se le queda mirando.

—Disculpe, mujer, ¿he alcanzado Paradiso?

—Así se le conoce. Lo extraño es que llegaste por una zona no habitual. Las almas se acercan a pie y nunca a caballo. Por tu aspecto diría que te has peleado con la montaña.

Sus ojos son intensamente verdes y sus cabellos se enmarañan conformando una selva; de sus labios brota una fuente perfecta y su rostro conserva un brillo ingenuo e infantil a la vez. El comandador ha encontrado la segunda de las Mariposas, la primera no pudo reconocerla.

—Tropecé mientras bajaba; me sorprendió la tormenta y apresuré el paso.

—Un visitante que cruza Paraíso nunca se dio antes. Dime, ¿cómo es que la montaña te dejó pasar? —Lo mira asombrada—. Anda, acércate a casa. Océano tendrá a bien recibirte.

Circundan el arroyo hasta llegar a una especie de molino.

—Tras las acequias está nuestra casa. No tiene pérdida, es amarilla y se encuentra a la orilla del lago. Instálate como si fuese tuya, yo regresaré en cuanto termine.

—Muy amable. ¿Por qué nombre debo conocerte?

—Soy Asián, y Océano es quien pesca en el lago.

—Encantado —contesta el comandador, fascinado.

—Dime, ¿vas vestido de comandador o tan solo me lo parece?

—Soy soldado, aunque no dependo de la ciudad de Lagos. —El comandador menciona el nombre antiguo por el que era conocida la ciudad de Luzbarán—. Tan solo respondo ante el Powa.

—Ve a casa. Océano estará encantado de recibirte y sé bienvenido a la granja del agua —insiste la muchacha.

El comandador siente el frescor de la brisa, mientras observa una gran variedad de acequias que se multiplican en diferentes direcciones. Los acueductos bajan de la montaña y entre ellos descubre infinidad de senderos y surtidores. Sigue la dirección del agua, que baja de manera caudalosa hasta desembocar en un plácido merendero, donde un entramado vegetal se entremezcla en una pérgola de madera. Del interior de la glorieta mana un caño de agua con excesiva violencia, anegando su superficie y desde donde percibe un reino de líquenes y plantas. Avanza hasta llegar a la orilla del embalse y allí observa a un hombre que pesca en una pequeña barca. Es Océano, que viste un enorme sombrero y una pelliza oscura. El tobillo se le ha inflamado, aún más si cabe. La casa se encuentra inclinada y da la sensación de querer huir del agua; presenta dos plantas, además de un cobertizo. Alguien ha debido pintarla de amarillo. Sus ventanas son dos ojos que con infinita nostalgia miran hacia el lago.

Una luna macilenta y tenebrosa se asoma sobre un mundo que es un dibujo en el que una barca atraviesa lánguidamente el lago. Por entre la niebla se conforman un par de personajes surgidos de los mitos más antiguos. En esos momentos, ella es la mujer más misteriosa de la tierra y el comandador comprende que Thyrsá se encuentra más cerca que nunca. Ya en el interior de la casa, Asián le hace tomar asiento al tiempo que Océano enciende su pipa y se deshace del sombrero. Entonces Asían le acerca una jarra de cristal.

—Toma un poco de esta agua, te sentirás mejor y reanimará tu cuerpo. No te preocupes por nada, aquí todo funciona distinto. Dulzura descansa en el cobertizo, me he encargado de ponerle algo de heno y agua limpia.

—¿Desde cuándo vivís aquí? —se decide a preguntar el comandador, mientras la dama frota con agua fría su tobillo. Océano le mira con unos ojos que reflejan la eternidad y Asián tose incomodada por la pregunta.

—Hay cosas que es mejor no comentar, situaciones que pesan más que la montaña que acabas de salvar.

Le ofrecen una habitación pequeña en el piso superior de la casa, donde una ventana se asoma hacia el lago. La hermosa luna se refleja de manera fantasmal sobre la superficie, las aguas ocultan cierto celaje; un lugar sin nada a lo que aferrarse y capaz de transformar cualquier tipo de certeza. Sobre la mesita, una nueva jarra de cristal, un vaso y una toalla pequeña. A los pies de la cama se encuentran sus pocas pertenencias. Ixhian rebusca hasta hallar el cuaderno.

Si salvas al mundo, te salvas a ti.

En el agua nacen los insectos,

en el agua nace la flor

y las aves ya vuelan sobre el cielo.

Si salvas al mundo, te salvas a ti.

En el sueño, un mar encolerizado y violento le amenaza; grandes olas salpican sobre los muros y Torre Maró se rompe; el agua entra por todas partes. En la orilla, un grupo de nativos enloquecen. Ruge una gran tormenta y una nave despliega su vela. La gente llora, el mundo enloquece y una montaña comienza a escupir fuego.

***

—Desayuna con nosotros, tenemos trabajo y hay que fortalecerse antes de emprender la tarea —le invita Océano.

Hace presenciaAsián, vestida de rojo y abrigada por un jubón cobrizo.

—¿Descansaste, comandador?

—Más o menos, aunque me asaltaron pesadillas.

—Esta casa guarda sueños —manifiesta Asián, ofreciéndole un tazón de leche caliente junto a unas magdalenas.

—Se levantó temprano y las hizo especialmente para ti —le indica Océano con cierta ironía en sus palabras.

—No debías de haberte molestado, Asián.

—¿Y ese tobillo, mejora?

—Parece que tus aguas hicieron el concebido efecto.

—Acompáñanos si te apetece, ya luego continuaremos conversando.

—Así podrás presenciar nuestra rutina en la granja —dice Asián mientras sopla, enfriando la leche.

Miles de pájaros cantan por el sendero. El camino que rodea el lago parece aún más hermoso a la luz de la mañana. Asián se muestra alegre y coquetea. Monta un precioso rocín color azabache y del que Dulzura se enamora al instante. Le sigue Océano, sentado sobre un pequeño carromato del que tira un burrito blanco. Se trasladan a un lugar que le recuerda a la fuente del bosque. Es una cavidad natural de poca profundidad, donde brotan pequeños hilos de agua.

—Lo primero es lavar las botellitas de cristal para luego rellenarlas —le cuenta Océano.

—Nos fue dictado en un sueño —le explica Asián.

—Las aguas limpian la memoria de las almas y les ayuda a aliviar sus recuerdos —añade Océano.

Ixhian asiente con la cabeza, sin percatarse de la procesión que se acerca. Océano toma asiento en un sillón tallado en la piedra. Entonces, su porte delicado se vuelve imponente; recibe a las almas de una en una, y estas, al beber, recuperan el aliento. Se acercan con ropajes roídos o desnudas, estableciendo un clima de inquietud en la caverna. Asián les ofrece su agua y les sonríe, calmándolas. Ahora le toca el turno a una niña, cuyos ojos desesperados encuentran los del comandador.

—Quiero ver a mi mamá. Ella se la llevó, vino de noche y la empujó a la oscuridad.

Conmovido, el comandador intenta abrazar a la niña, pero Océano lo aparta con premura.

—Un muerto no se debe tocar —le dice.

—Ve con el padre, hija —interviene Asián, que le señala a Océano.

Este toca su cabeza y la niña cae arrodillada. Asián le ayuda a incorporarse y ambas se marchan cogidas de la mano.

—Ixhian, ocupa tú el lugar de Asián y reparte el agua que yo te vaya indicando.

Así van pasando todo tipo de espíritus con la apremiante necesidad de ser orientados. Pasada la mañana, recogen las botellas e Ixhian comprende el alcance de cuanto sucede en Paradiso.

***

—Asián, ¿por qué estáis aquí? —le pregunta el comandador.

La Mariposa le coge de la mano e inician un largo paseo bajo el efecto del agua y las flores.

—Hace mucho tiempo y en una noche de verano un grupo de personas aguardaban en una playa. —Asián habla mirando al frente, sin detenerse—. Un pueblo se disponía a partir en busca de una isla de la que se decía que hallarían la salvación. Era un día de mucho frío y densa bruma. Recuerdo a Océano alzado sobre una roca, mirando el mar. Estaba inmenso, gigante diría. Por aquellos años las grandes Madres huían refugiándose en el Urbián y al amparo de Melodía. La ciudad de Larilia había caído y con ella Daniela, por lo que esperábamos lo peor. Mi cuerpo era distinto al de ahora, mis cabellos eran de oro y mis ojos de un azul mineral. En el instante que relato tenía dieciséis años y mi destino ya estaba predestinado desde mi nacimiento. Océano, mi maestro, había prometido salvarnos a todos excepto a mí. Ellos se marcharían, pero yo aguardaría la llegada de las Madres para cruzar hacia Paradiso. Incomprensiblemente, y justo cuando todo se hallaba dispuesto, Océano renunció a dirigir la expedición. Toda la vida por un instante. Curioso el destino, ¿verdad? Vino a mí y juntos nos refugiamos en la espesura de la montaña. Con dicho acto, Océano cometía una falta irreparable y nos condenaba a todos. Por eso, tu camino y el de Océano van unidos, conformáis una misma circunstancia; el amor y su renuncia, aunque con evidentes diferencias —termina de contar Asián.

—¿Qué ocurrió con la gente que aguardaba en la playa?

—El ejército comandador arrasó. Buscaban a quien estaba predestinada a ser la sacerdotisa del santuario de Arduria Muzá, y Océano, a cambio de un amor, sacrificó a toda una comunidad. —Asián lo mira intensamente mientras habla.

382,08 ₽
Возрастное ограничение:
0+
Объем:
211 стр. 3 иллюстрации
ISBN:
9788419092854
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают

Новинка
Черновик
4,9
178