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Como advertirá el lector, tomo partido aquí por el esplendoroso bastardo de Bello, no sin aludir a conceptos anacrónicos de los prejuicios sociales —hijos legítimos contra hijos bastardos—, en forma irónica porque no olvido que en la definición platónica y socrática expuesta por Diotima en El Banquete, el amor —y de eso sabía Marco Fidel Suárez, amor a la patria, amor a la lengua, amor a la herencia humanista latina—, era el hijo bastardo de Poro, alegoría de la riqueza y de Penía, una mujer indigente.

Como fuere, el caso es que la expresión respice polum, acuñada por el autor de Los sueños de Luciano Pulgar, pasó a definir el norte inequívoco de la brújula geopolítica de Colombia desde entonces, pese a que para ser exactos la sentencia latina dice que hay que mirar al polo, pero como hay dos —el norte y el sur—, termina siendo cómico el dicho porque el acto consecuente con la traducción literal significaría una especie de estrabismo, ya que unos mirarían para arriba y otros para abajo, defecto salvado empero cuando se especifica que se trata de mirar a la estrella polar del norte. Pero este lapsus del bautismo del dicho denota dos asuntos que trascienden la gramática y afectan la sinapsis de la comprensión global de nuestros tiempos históricos y de nuestro espacio cartográfico.

El primero, la rigidez de la política exterior durante el siglo XX, porque definió un extraño síndrome de mantenerse la víctima —Colombia—, atada al victimario —el país del norte usurpador del territorio del canal—: el problema de una mirada mal adherida a quien causó la pérdida del istmo. Como si la misma mano que empuñó el gran garrote fuera indispensable para mantenernos seguros en nuestra fragilidad como Estado. Es como la esclava que, impotente para sacudirse del yugo del amo, se propone seducirlo, algo que entraña cierto encanto pero que devela una humillación asumida y que por cierto se manifestará en el tratamiento unilateral del tema de la droga, examinado solo desde el ángulo de la producción y no, como se debiera también, desde la perspectiva de la responsabilidad de consumos desbordados, carta que se usaba en un tiempo pero que por la fuerza del Imperio dejó de esgrimirse. El segundo efecto de larga consecuencia de la segregación del territorio panameño ha sido el olvido de la dimensión de todo el litoral pacífico, no solo del amputado istmo, sino de su prolongación hacia el sur, como lo pone de manifiesto Ricardo Mosquera Mesa en su libro, cuando se permite el lirismo al evocar canciones del clásico Petronio para sorprenderse por la contrahechura significada en las cifras de retorno que dejan los puertos indolentes frente a lo írrito de las participaciones locales1.

La doctrina del latinajo de Suárez perduró hasta que Alfonso López Michelsen adhirió al Frente Nacional, con su participación en el gobierno de Lleras Restrepo y en particular en la constituyente de 1968. Entonces y con mayor razón en su gobierno enunció la doctrina del respice simila, “mira a los semejantes”, como quien dice tender la vista horizontal hacia el sur, pese a que también pretendiera que fuéramos el Japón de Suramérica. Algo a la postre muy cómico como descubrirá el lector por sí mismo al repasar en el libro de Ricardo Mosquera Mesa la consistencia y seriedad de las cifras de evolución económica del Japón, la tercera economía del mundo por su PIB y como acaso sonría el avisado al pasar la película y descubrir que en un sentido bufonesco —que suele ser por desgracia nuestra más recurrente puesta en escena—, Fujimori remedaría al emperador japonés en el Perú para terminar reemplazando el kimono por el uniforme a rayas de los presos. Porque así como se dice de ciertas historias que una vez son tragedia y repetidas resultan comedias, así aquello que solemos copiar con un mimetismo exagerado termina siendo una mascarada carnavalesca, como ocurre por ejemplo con los besamanos republicanos.

¿Qué variaciones magnéticas llevaron a que la fija brújula del respice polum, así fuera un latinajo mal avenido por su ambigüedad, haya terminado en los años sesentas casi como una veleta girando a la loca de un lado al otro con ese respice similia donde caben desde libios a sauditas, congoleños y mauritanos, zelandeses e indonesios y todas las variantes de la mal llamada Raza Cósmica según el apelativo de Vasconcelos? En lo cual el avisado amanuense memorialista que soy, descubre no poca picardía de López Michelsen con destino a calmar a sus amigos camaradas: una floritura y ficción de la política exterior diseñada en buena medida y en forma no poco ladina para ganar despistados adeptos dentro del país, como ya lo enseñara en México el PRI y, como ya lo había ensayado el pese a todo gran líder en su experimento del Movimiento Revolucionario de los Trabajadores: las usuales poses y venias socialistas para tornar pasables gobiernos indolentes frente a la desventura del campo, como sucediera con el Pacto de Chicoral para dar vuelta atrás a los muy tímidos impulsos de reforma agraria. Manes de la llamada gobernabilidad.

Más serio que los lemas del respice polum o del respice simila, es servirse de una figura del gran novelista colombiano Luis Fayad con un título que vale un potosí: La caída de los puntos cardinales. El formidable narrador bogotano, de ascendencia libanesa y residente en Berlín, narra allí el viaje de una familia libanesa a Suramérica que, por no pocos azares, desemboca de tumbo en tumbo en Colombia del litoral caribe a la capital.

Con el “nadadito de perro” de la áurea medianía, el país logró domesticar una migración sirio-libanesa, mal llamada turca, proveniente de la caída del Imperio otomano en el primer tercio del siglo antepasado. Algo interesante porque el país no ha sido un gran receptor de migrantes, como ahora de Venezuela, pero también porque esa población domesticada domesticó en un sentido árabe, bueno y malo, al domesticador nacional. Me refiero sin ir más allá, a esa extensión del crédito y del bazar del medio oriente a la política como creación de clientelas, cuyo arquetipo fuera Turbay Ayala, quien procedía en políticas como el vendedor de telas de puerta en puerta. Pero en sentido positivo, hay que admitir con quitada de sombrero dos bondades que no se han advertido: primera, el traspaso de buena parte del excedente de la bonanza cafetera del núcleo andino al país caribe y al país de las llanuras cálidas en el gobierno de Turbay Ayala entre 1978 y 1982, operación articulada sin duda a la expansión de las clientelas, pero también decisiva para integrar físicamente a un país hasta entonces muy enclavado en el triángulo cafetero: significa mucho orgullo reconocer que en este diseño cumplió un papel estratégico un ingeniero egresado de la Universidad Nacional, José Fernando Isaza, con un temperamento tan parecido al de Ricardo Mosquera Mesa. Y si traigo a cuento esta paradoja es para demostrar que los procesos históricos no son tan lineales como la caricatura política los reduce.

Y la segunda virtud de la influencia del carácter sirio-libanés fue moldear la negociación de filigrana del delicado asunto de la toma de rehenes en la Embajada de la República Dominicana, como propia de un bazar del Medio Oriente o de un trueque complejo en una jaima en medio del desierto. De haberse preservado este modelo, otra habría sido la suerte del conflicto en el edificio de la Justicia, pero de antemano ha debido ser claro para los atrevidos asaltantes que la situación política tornaba absolutamente imposible esta salida.

Pareciera que en esta presentación me estoy yendo como dicen por las ramas, pero no hay tal, así no fuera más que por el hecho de que al mencionar la novela de Luis Fayad es inevitable pensar en su hermano, Ramón Fayad, el físico de la Universidad Nacional, pero también en dos grandes rectores de la época de Turbay Ayala, a quienes habría que rendir honor porque antes que Ricardo Mosquera, Marco Palacios y Fernando Sánchez Torres contribuyeron a salvar a la Universidad Nacional en esos apocalípticos años 70, cuando estuvo a punto de ser liquidada en el periodo que con sorna califiqué en mis diarios como la época de la dinastía de los tres Luises: Luis el Cruel (Luis Duque Gómez), Luis el Demagogo (Luis Carlos Pérez) y Luis el Indiferente (Luis Eduardo Mesa Velásquez): me refiero a Emilio Ajure y a Ramsés Hakim2. Aquella fue una época que por cierto estuvo muy sobre determinada por el M-19 desde 1973 hasta la Constitución de 1991, y en la cual figuró en altos rangos de las filas de tal movimiento un primo de los dos hermanos Fayad: Álvaro Fayad, ultimado en una operación de la inteligencia del Ejército en 1986 en un barrio aledaño a la Universidad Nacional.

Pero es que considero que en este desgarramiento de una misma familia entre un líder revolucionario y dos primos dedicados el uno a la investigación científica y el otro a la creación literaria, se patenta la crisis nacional por lo que el amigo Luis Fayad denomina en su novela La caída de los puntos cardinales: una caída que por supuesto no quiere decir que no haya norte o sur ni oriente u occidente, sino que los mapas geopolíticos y culturales pierden en momentos de crisis su determinismo antiguo por reconfigurar grado a grado nuevas coordenadas con unas combinaciones inéditas de latitudes y de longitudes, en el caso espacial o de figuras inéditas como ordenamientos simbólicos.

Lo crucial en estas mutaciones radicales de los mapas mentales y físicos consiste en que a falta de su intelección todo se torna errático y confuso, como si la acción procediera según las directrices de una veleta y no de una rosa de los vientos adosada a una brújula, no por azar inventada por los chinos: quiere decir que toda la acción y la previsión se tornan caprichosas, pues nada hay más variable que las orientaciones del viento, aunque precisamente la figura de la rosa náutica o rosa de los vientos se creó para ofrecer mediante tendencias estadísticas las probabilidades de que los flujos atmosféricos se orienten en una u otra dirección. Nuestra orientación histórica tan errática pareciera haber sido servida en muchas ocasiones más por un ringlete que por una veleta o por una brújula sapiente.

El asunto se puede ilustrar con un repaso muy somero de las líneas directrices del libro de Ricardo Mosquera Mesa. Confieso que yo lo leí como si fuera una historia de detectives. O como si el autor, el querido Ricardo Mosquera, entretuviera al lector sin decirle ni proponerle nada mediante el sencillo despliegue de un juego que semejaría en su complejidad al armado de un cubo de Rubik de una dimensión mayor a las habituales. A diferencia del anterior libro, en este Ricardo se concentra en un periodo más breve, digamos en general las últimas tres o cuatro décadas, siempre con su cursor puesto en un preciso punto de inflexión, la depresión mundial de 2008-2009, y como en la exposición evita lo que podría ser el sesgo de la Guerra Fría de confrontar de modo simple a los Estados Unidos con China, con toda razón insiste en describir, comparar y argumentar en función de los bloques económicos, así de este modo salen a la luz dos tendencias muy claras: la primera es la consistencia del rumbo estratégico de China desde que pasados los conflictos provocados por el errático timonel de la Revolución Cultural se asumiera la directriz de Den Xiao Ping: asimilar y apropiarse lo mejor del capitalismo occidental dentro de los marcos de un Estado socialista. Considérese que apenas cuatro décadas separan el presente cuando China ocupa ya el segundo lugar de la economía mundial luego de aquel momento de inflexión. Son las mismas décadas en las cuales nosotros en Colombia no hemos podido salir de nuestros demonios republicanos: violencias y corrupción, ausencia de propósito de transformación radical de nuestra inserción en el mundo mediante acuerdos básicos en justicia, equidad, ciencia y tecnología, transformación del campo y transparencia en el uso de recursos públicos.

Desde 1979, con la Reforma y la Apertura caracterizadas como “Socialismo con características chinas” de Deng Xiaoping, el pragmatismo chino con reglas claras comenzó a cobrar importancia en el escenario económico mundial, después en los años 90 del siglo pasado China ya era conocida como fabricante de productos baratos, como camisetas y juguetes, lo que obligó a las fábricas de otros países a cortar sus gastos a fin de igualar sus precios, o de lo contrario quedaban fuera de la competencia. A medida que el nuevo milenio nacía, Estados Unidos seguía siendo la principal potencia comercial del mundo, cuya competencia principal era la Unión Europea, pero no un país por sí solo. Sin embargo, entre 2000 y 2008, las importaciones de China aumentaron 403 % y sus exportaciones 474 %, impulsadas en parte a su ingreso en la Organización Mundial del Comercio y sus gestiones para producir bienes de mayor calidad. China ahora es la segunda economía del mundo y con 2,3 billones de dólares (2017), es el principal exportador de aparatos electrónicos, maquinaria y textiles del mundo. No obstante, su principal socio comercial son los Estados Unidos (19 %), seguido de Hong Kong (11,98 %), Japón, Corea de Sur y Alemania.

Ahora bien, el segundo rasgo de la sorprendente evolución china que explica por qué Estados Unidos ya ha perdido el pulso con China y tenderá a perderlo en el futuro con mayor razón —que por lo demás muestra lo errático de los palos de ciego de la potencia en su desespero por perder poco a poco la supremacía—, consiste en que mientras China acrece su poder con alianzas con distintos socios, en cambio Estados Unidos por la pretensión arrogante de su lema American First, mantiene peleas casadas a diestra y siniestra: México y Centroamérica, la Comunidad Económica Europea, China y los países de Oriente, Venezuela, Colombia en momentos y América Latina, Cuba y el Caribe.

Es como si la potencia no pudiera desprenderse de su tradición belicosa y, con la pretensión anacrónica de retomar la primacía perdida, perdiera aliados sin ganar otros significativos, como ahora se avista con la frágil alianza de una Inglaterra desasida de Europa, abandonada a la soledad del Brexit, y con graves problemas de ajuste con Irlanda. En tanto que China y con ella Rusia proceden como si en el tablado geopolítico desplegaran sus famosas matrioskas y cajas chinas, en el caso de China con la participación de China en el Asean+3 desde 1996 y su ampliación posterior como Asean+6 con un fabuloso mercado de 3000 millones de habitantes. Más su calado creciente en un tejido de filigrana en África y en América Latina y el Caribe.

A Colombia le convendría tener el libro de Ricardo Mosquera Mesa en su cabecera, para dormir y despertar con mayor sabiduría gracias a sus avisos. Para ser más consistente que lo mostrado como una comedia de equívocos en la reciente visita del presidente Duque a China del 29 de julio de 2019. Por cierto, muy necesaria: ¿quién diría que no? Incluso se hubiera podido arropar en dos famosos lemas. El primero, el del Rey Enrique IV de Francia en la segunda mitad del siglo XVI, quien para acceder al poder real francés debiendo convertirse por fuerza al catolicismo, siendo protestante, pronunció una frase magistral: París bien vale una misa. Que traducida a la ocasión significaría algo así como “el comercio chino bien vale muchas venias a la revolución china”, esto por la feroz réplica de miembros del partido del poder, entre ellos de modo explícito Fernando Londoño, al ritual diplomático de depositar una ofrenda floral en el memorial chino consagrado a los combatientes muertos en la revolución de Independencia, pero también por la burla de los opositores de izquierda que zahieren el acto al recordar que todavía hay combatientes guerrilleros colombianos del epl que, de modo supuesto, se alinderan con la gesta del maoismo, y no menos de unos y otros por la evidencia de que China es un soporte de Maduro y por tanto desestima las aspiraciones cada vez más opacas de un gris Guaidó a hacerse con el poder.

Se diría justificada la visita por el interés de aumentar el comercio. Un socarrón preguntaría: ¿de cuántos guacales de aguacate estamos hablando? Pues como lo registra muy bien Ricardo Mosquera Mesa en el gráfico número 51, de la inversión extranjera directa china en América Latina, entre 2001 y 2016 que fue de cerca de 90 000 millones de dólares, la destinada a Colombia, que figura de penúltimo lugar entre 14 países, apenas cuenta con un rubro marginal de USD 1 852, que se compara muy por debajo de los USD 54 859 millones de Brasil, primer lugar de destino de la inversión.

Si se va a hablar de economía política y de comercio exterior, habrá que recordar la frase que tenían como lema los asesores de Clinton en la campaña por la presidencia:

It is the economy, asshole.

Es la economía, no seamos tan ingenuos.

De ahí que, en la parte final del libro, Ricardo Mosquera Mesa vuelva a un clamor que ya es en su serie de libros y de políticas públicas un ritornelo tozudo: sin investigación científica y desarrollo quedaremos como decía Salvador Camacho Roldán; rezagados y medio muertos en la carrera por la supervivencia entre las naciones.

El querido amigo es muy prudente en sus juicios. Jamás aventura un denuesto. Ojalá todos tuviéramos tal temple. Por mi parte, adentrado como estoy en los portales de mi tiempo, es decir en los umbrales de la verdad, no dejo de manifestar muchas preocupaciones ante los nuevos entusiasmos que despiertan en algunos la convocatoria a otra Comisión de Sabios y el anuncio de la creación de un Ministerio de Ciencia y Tecnología.

Al repasar tantos volúmenes de la primera misión de Sabios y otros de misiones paralelas, como la de Ciencia y Tecnología dirigida con gran tino por el colega y amigo común de Ricardo y mi persona, Gabriel Misas a finales de los 80, o la Misión de Modernización de la Universidad Pública a mediados de los 90, uno se pregunta: ¿qué quedó de todo aquello salvo papel impreso? Yo me avergüenzo cuando recuerdo que en el Plan de Cambio con Equidad fijamos una meta de inversión en ciencia y tecnología de 0.4 % del PIB, algo de lo cual estamos todavía bien lejos y ello a distancia de poco más o menos los mismos años que le ha tomado a China elevar dicha inversión a un poco más del 2 %. En cuanto al Ministerio de Ciencia y Tecnología, mucho me temo que sirva como fetiche, tal como creo que ocurrió con la flamante creación del Ministerio de Cultura. O que se sume a la preocupación expresada por Ricardo de la tendencia al aumento de los gastos corrientes en detrimento de los dineros de inversión, más ahora cuando el Departamento Nacional de Planeación corre el riesgo de convertirse en una dependencia de caja menor del Ministerio de Hacienda.

¿No son todos estos rituales los que nos han separado de ese nuevo orden mundial que amanece en la potencia de China urdido en tan solo cuarenta años, más la tragicomedia de las violencias de distintos signos que a nombre del orden o de la revolución nos hacen rondar en torno a los desastres?

Es el sentido que me ha llevado en un rapto de honradez a titular estas divagaciones con aquello que propone una lectura seria del libro del querido amigo Ricardo Mosquera Mesa: Es la economía, no seamos tan ilusos.

Gabriel Restrepo

Escritor y sociólogo

Seminario San José Obrero, municipio de Arauquita,

24 a 28 de agosto de 2019

A MANERA DE PRÓLOGO

Dios quiso poner su trono/ en una parte del mundo/

y después de buscar mucho/ pensó en mi Huila querido,

en mi tierra se quedó/ y pensando en el futuro

nos legó a San Agustín/ con su misterio profundo.

(Mi Huila, Oswaldo Collazos)

Esta composición musical nos llega a los huilenses muy hondo puesto que el Creador busca un lugar para gobernar el mundo y fija en el Huila su trono, pero como tiene que pensar en el más allá, lo acompaña con el misterio que encarna esa gran cultura agustiniana que se remonta al periodo Arcaico (4000 a. C. - 1000 a. C.), es decir, mucho antes de Adán y Eva, padres de la humanidad en la concepción cristiana. Por mi mente de bachiller del Colegio Nacional Santa Librada, surgen interrogantes respecto de esta búsqueda. Por una parte, ya nuestros profesores nos enseñaban el evolucionismo darwinista con respecto al origen de las especies y, por otra, se asomaba un sentimiento laico que se exacerbaba con las lecturas de Vargas Vila, liberal anticlerical y antiimperialista, y cuya obra hacía parte del índex (Aura o las violetas, Ibis, La muerte del cóndor, etc.). Estas lecturas las acompañé con La Vorágine, de José Eustasio Rivera, y su denuncia de la explotación de los caucheros por parte de la británica casa Arana que, a principios del siglo XX y a través de comerciantes y empresarios, llegaron al Putumayo y a la Amazonas para explotar este producto en condiciones desalmadas, lo cual también se retrató en un reportaje londinense titulado El paraíso del diablo.

A todo lo anterior se sumó la influencia del cura Camilo Torres Restrepo, quien enarbolaba las banderas de la Teología de la Liberación, donde poco importaba si el alma era mortal o inmortal porque el hambre sí lo era, según dijo en una intervención que nos hizo en Neiva a quienes seríamos sus seguidores en el Frente Unido hasta mucho después de su ingreso a la guerrilla. La búsqueda entonces de un espacio geográfico y político se convirtió en un reto para quienes el paraíso terrenal no era suficiente, sino que buscábamos un lugar que le diera opciones a los sectores populares excluidos de la Tierra por no tener fortuna. Para ese entonces ya pensábamos en una sociedad más justa, libre y democrática con oportunidades para todos (derecho al estudio, salud, vivienda, trabajo), y la realización de la Utopía: cambiar el mundo mediante una revolución social y socialista.

Cómo no recordar que, en la etapa del Movimiento Universitario Estudiantil, la agitación contemplaba la formación en textos marxistas y modelos a seguir que ya en la Revolución Cubana habían inmortalizado a Fidel Castro y el Che Guevara (“Los barbudos de la sierra”), con sus consignas revolucionarias de: “Revolución Socialista o caricatura de revolución”. Esta nos quedaba más cerca, pero también pensábamos en la Revolución de Octubre de 1917, que, con Vladimir I. Lenin, cambió la estructura de los Zares por el modelo socialista de la Gran República Rusa. Y, claro, también desde el Oriente soplaban los vientos de la Revolución China (1948), la cual, con Mao Tse-Tung a la cabeza, inició la revolución de la Nueva Democracia y la de Vietnam con Ho Chi Ming. Todos ellos se convertían en modelos a seguir para conquistar el paraíso en nuestros suelos.

Mi activismo político me permitió visitar desde etapa temprana países como Cuba (La Habana), Rusia (Moscú, Leningrado), Alemania y, posteriormente, China (Pekín) y Corea del Norte. Sobra decir que por circunstancias especiales México era punto obligado de llegada y pude explorarlo a fondo con la realización de una maestría en Ciudad de México. Profundicé su historia, su apertura política y cultural, que lo convertía en excelente “Mirador al mundo”, como me lo había advertido mi maestro Antonio García Nossa. La búsqueda de un modelo ideal de país es utópica y cada lugar tiene su historia y hasta sus ventajas, pues el mundo se globalizó y las experiencias son irrepetibles. Mi experiencia profesional y hasta diplomática me permitieron completar el mapa de la geopolítica, mi espectro avanzó cuando conocí Estados Unidos, Europa y Alemania (Berlín y Múnich: una de mis mejores experiencias). Pero el mapa político y cultural se amplió, el mundo se convirtió en “la Aldea Global” y la globalización rompió los límites, se sobrepuso al concepto de “nación”, porque el capital no tiene patria, anida en cualquier lugar del mundo donde logre su tasa de ganancia. Hoy, las multinacionales, nuevos agentes de la globalización, trascienden las fronteras nacionales y pueden trasgredir las leyes de un Estado. Los bloques dominantes imponen su liderazgo en el mundo por su fortaleza económica y política, generando una nueva estrategia en la geopolítica global.

Emmanuel Macron, elegido presidente de Francia en mayo de 2017, joven líder que desafió a los partidos tradicionales de Francia, reconoció, en una reciente intervención (27 de agosto de 2019), ante sus embajadores de todo el mundo, la crisis del mundo occidental. Destacó, por una parte, que el nuevo orden internacional está sacudido por un “gran desorden”, pues los cielos de la globalización tienen alcances en la geopolítica del mundo, y por la otra, instó a reconocer el surgimiento de nuevas potencias económicas y políticas, refiriéndose expresamente a China, Rusia e India. Señaló:

El fin de la hegemonía occidental en el mundo. Claro, todos nos habíamos acostumbrado a un orden internacional con hegemonía occidental; probablemente francesa en el siglo XVIII, por inspiración de la Ilustración; probablemente británica en el siglo XIX, gracias a la Revolución Industrial y razonablemente americana en el siglo XX, como consecuencia de los dos grandes conflictos mundiales y el dominio económico y político de esa potencia. https://www.hispantv.com>>macron-hegemonia-occidente-rusia-china, 27 de agosto de 2019

Las potencias emergentes se piensan como verdaderos proyectos civilizatorios en busca de un nuevo orden económico internacional, por su parte, Rusia y de China —que en el pasado fueron imperios—, han aprendido que la guerra en términos militares solo les ha traído desgracias y que las nuevas armas pasan por el desarrollo de sus fuerzas productivas donde la competitividad, la innovación y la ciencia juegan un papel protagónico. De hecho, China y Rusia ya han constituido la Asociación Estratégica Global de Coordinación para la Nueva Era.

Las realidades internacionales son dinámicas y el mundo del libre mercado no asigna libremente los recursos, como lo había profetizado el Nobel de Economía Milton Friedman, quien fue tomado tan en serio por los empresarios, que estos últimos le dieron prioridad a sus ganancias sin importar el bienestar de los demás, al punto de que la legislación de EE. UU. proclamó “como única responsabilidad social de las empresas: usar sus recursos para participar en actividades diseñadas para incrementar sus beneficios” (Stiglitz, 2019). Pero también es cierto que economistas sólidos como el también Nobel Joseph Stiglitz y Sandy Grossman, señalaron a fines de los años 70 del siglo pasado que el bienestar de los accionistas no maximiza el bienestar social. Y todo indica que hay una discreta conciencia por parte de los líderes de las grandes corporaciones, quienes reconocen que el cambio climático contamina el aire que respiramos o el agua que bebemos y que el promover el consumo de bebidas azucaradas es nocivo para la salud, pues contribuye a la obesidad infantil y a la diabetes. La manifestación autocrítica de un grupo corporativo que acepta no haber invertido lo suficiente en los trabajadores, en las comunidades, y en el medio ambiente, —algunos se vieron beneficiados con las tesis de que si rebajaban los impuestos podrían generar nuevas inversiones y aumentos salariales—, podría ser un buen augurio. El propio Stiglitz es escéptico de este cambio que denomina “El capitalismo de las partes interesadas”, cuando señala que “muchos ejecutivos quieren hacer lo correcto (o tienen familiares o amigos que quieren hacerlo), pero saben que no todos sus competidores harán lo mismo” (Stiglitz, 2019).

Lo anterior ha traído una enorme desigualdad que demanda de los gobiernos e instituciones multinacionales implementar políticas más agresivas, pues a pesar de que se ha reducido la pobreza extrema, según fuentes internacionales, los ricos cada vez son más ricos y los pobres cada vez más pobres: la fortuna de los milmillonarios creció en un 12 % en el 2018 a un ritmo de 2500 millones de dólares al día, mientras que la riqueza de la mitad más pobre de la población (3800 millones de personas), se redujo en un 11 %. Para el caso de Colombia, que aunque creció levemente su PIB a una tasa del 2,7 % entre 2017 y 2018, esto no significó una mayor redistribución del ingreso. Ya lo había advertido el economista francés Thomas Piketty: “el crecimiento económico en sí, no es sinónimo de alcanzar la igualdad e incluso puede incrementar la brecha económica entre ricos y pobres lo cual se ratifica a lo largo y ancho del mundo” (Piketty, 2014). De nuevo, sobre el caso colombiano, el índice Gini que mide la desigualdad, fue de 0,517 en el 2018, a 0,508 en 2017. Si se considera información reciente del PNUD, que calcula los indicadores del desarrollo humano, para el 2018 Colombia era el segundo país más desigual de América Latina, ocupando el puesto 11 a nivel mundial.

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9789587940022
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