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Más allá de las declaraciones de modestia que expresaban los autores, del interés sincero por dar a conocer la trayectoria de una persona extraordinaria y de contribuir a la oficialización de su santidad, también buscaban un reconocimiento personal. El ganar renombre estaba asociado a la publicación de obras y más en el seno de la Compañía, donde el “aprovechamiento en las letras” era muy valorado al punto que, en los catálogos secretos que se llevaban para evaluar a cada uno de sus miembros, existía un ítem al respecto y, de hecho, algunos padres podían desarrollar una verdadera carrera en las letras. Por lo mismo, los autores esperaban que sus obras pudieran publicarse, para lo cual movían influencias y trataban de superar, a veces de manera insistente, todas las instancias que tenía la Compañía para autorizar la impresión. Esto ocurría por lo demás con cualquier tipo de obra que un miembro de la Orden quisiera publicar107. El autor, una vez terminado el escrito, informaba al provincial o al general y solicitaba autorización para imprimirlo. Si la solicitud llegaba directamente al general, este la remitía al provincial para que designara revisores y, una vez emitidos los informes, los enviara a Roma, donde tendrían un último examen, que podía autorizar o no la publicación108. Si la solicitud iba primero al provincial, la obra también debía pasar por revisores, anónimos para el autor, y los informes igual tenían que ser enviados a Roma. Con todo, pareciera que desde fines del siglo xvii algunos hagiógrafos de la provincia solicitaban autorización directamente al obispo de la diócesis en que pretendían imprimir el libro109. Esto ocurrió con las dos “vidas” que se imprimieron en Madrid, las correspondientes a Francisco del Castillo y a Juan de Alloza, que fueron revisadas, respectivamente, por padres de la Compañía y también por dignidades eclesiásticas o incluso por un oidor, a instancias del arzobispo de Toledo o de su vicario en la villa de Madrid110. En todo caso, Joseph Buendía también había solicitado licencia al provincial de la Compañía de la provincia de Toledo. Con la “vida” de Alonso Messía, publicada en Lima, se da una situación distinta y más apegada a la regulación existente, pues tiene licencia del provincial de la Compañía, “por particular comisión”, otorgada por el padre general Francisco Retz, además de la previa revisión de censores que autorizaron su publicación, en 1733, del provisor del arzobispado de Lima y del virrey marqués de Castelfuerte. Por lo general, como acontece por lo demás en estos dos casos, para granjearse crédito e influencia, se dedicaba la obra a autoridades importantes, civiles o eclesiásticas que, además, habían tenido algún tipo de relación con el protagonista y podían contribuir al financiamiento de la publicación. En relación con la búsqueda de honores, también debe considerarse el papel de los censores, que no solo autorizaban la publicación, sino que, a través de sus informes, que se incorporaban a la misma, con frecuencia, pasaban a ser los grandes enaltecedores del autor. No omitían loas al destacar sus cualidades literarias y ponderar los méritos de la obra. El censor de la “vida” de Alloza afirma que no sabe qué admirar más: si las virtudes y dones de dicho padre “o el singular talento con que se escriben”111. A su vez, uno de los censores de la obra sobre el padre Castillo destaca la claridad y la elegancia del estilo de su escritura, que hará pasar un “Buen Día” a quien lo leyere, y el otro afirma del autor que es un “varón apostólico, retórico, elocuente, discreto, cortesano, prudente, popular, suave (…), grande imitador del venerable padre Francisco del Castillo”112.

Al hacer circular estas “vidas”, se difundían modelos para ser admirados e imitados113; se pretendía un reconocimiento a la labor apostólica y misionera realizada, al tiempo que se trataba de captar nuevas vocaciones para esas tareas114. Los autores o sus censores, por lo general, hacían expresa mención del objetivo ejemplarizador que perseguían al dar a conocer la “vida” del sujeto en cuestión. Fermín de Irizarri lo hace respecto de la vida de Juan de Alloza115. Lo propio efectúa Juan Joseph de Salazar en la dedicatoria de la “vida” del padre Alonso Messía Bedoya116. Por cierto, las “vidas” sobre padres de la provincia buscaban también contribuir a la configuración de la identidad de la Orden117. Siguiendo lo practicado en las provincias europeas, era muy frecuente que la redacción de estos textos tuviera como base las mencionadas cartas de edificación que se escribían después de la muerte del sujeto y que eran leídas en los refectorios y casas de la Compañía. Lo mismo ocurría con la “Vida” ya redactada, que circulaba por los colegios y las casas de la provincia y de España. Era una de las estrategias que se utilizaban para identificar a los miembros de la Orden con un ideario común.

Sin embargo, esas obras también tenían un objetivo práctico: contribuir al proceso de beatificación del personaje. Por lo general, eran escritas teniendo en mente ese proceso y muchas veces se indicaba de manera expresa. En relación con dicha materia, podían incidir de diferente manera. Por lo pronto, trataban de mantener vigente la fama de santidad que había tenido en vida y una vez muerto118; adjuntaban el texto al expediente de la causa, en la medida que el procedimiento para la beatificación exigió presentar la biografía del candidato119; intentaban comprometer con la causa a personas de prestigio para que influyeran en su tramitación, a la manera de Joseph Buendía, que dedica la obra al marqués de Almuña Salvador Fernández de Castro y Borja, hijo de exvirrey, conde de Lemos y ahijado del padre Castillo, para que se empeñara en su pronta “veneración”120; además, buscaban influir en las causas, al pubicarla o difundirla en momentos decisivos relacionados con la postulación, por ejemplo, al inicio del proceso ordinario, como aconteció con la escritura de las “vidas” de Juan Sebastián y Diego Martínez, o del apostólico121, que fue lo que se hizo con la publicación en 1693 de la “vida” de Francisco del Castillo122; asimismo, al hacerlas circular entre los padres de la provincia o los fieles devotos del sujeto, de donde saldrían varios de los testigos que dispondrían de una información homogénea y más completa del candidato, como aconteció en la causa del padre Francisco del Castillo, según hizo notar el Promotor de la Fe123. Como se puede apreciar, las “vidas” de padres virtuosos de la provincia peruana de la Compañía respondían en buena medida a los criterios habituales sobre la materia y se atenían a las políticas generales de la Orden al respecto, en una muestra de la efectividad del gobierno central.

4.- La “vida” de Juan Sebastián

a) El autor

Del autor de esta obra, padre Francisco de Figueroa, sabemos muy poco. Se dispone de información fragmentaria y embarullada, porque existen escasos testimonios de su “vida” y porque, además, ha sido confundido con otro sacerdote homónimo de la Compañía, pero que pertenecía a la provincia de México. Enrique Torres Saldamando, erróneamente, le atribuye la autoría de un Memorial de ocho Padres de la Compañía de Jesús y algunos otros españoles e indios martirizados en la Provincia de Méjico en 1626 y el haber sido procurador general de América ante la corte de Madrid124. Nada de eso es efectivo, pues esas referencias corresponden a otro padre de la Orden, del mismo nombre, que en 1598 viajó, junto a Alonso Medrano, de México a Bogotá acompañando al recién nombrado obispo de esa diócesis, Bartolomé Lobo Guerrero. En 1600, aquellos se trasladaron a Europa para tratar de obtener autorización para fundar un colegio de la Compañía en esas tierras, lo que resultó exitoso y se concretó en el viaje a Nueva Granada de Medrano junto a seis compañeros125. En 1621, ese Francisco de Figueroa todavía permanecería en Madrid, como se desprende de una carta del general Vitelleschi al provincial del Perú, Juan de Frías126. Por el contrario, los antecedentes de que se disponen de nuestro autor permiten afirmar con certeza que en 1617 se encontraba en Lima y que aún no terminaba su formación. Había nacido en Sevilla hacia 1592. Nada sabemos de sus padres ni de su etapa peninsular, tampoco de la fecha en que llegó a América; solo tenemos claro que el 1 de octubre de 1612 ingresó a la Compañía, en Perú, donde fue recibido por el entonces provincial, Juan Sebastián de la Parra127.

En 1619, ya se encontraba en la nómina de los miembros del colegio de Lima y ya había terminado de estudiar los tres años de Artes y los cuatro de Teología, pero no tenía grados académicos, aunque figuraba en el sistema de la Compañía con los “votos de escolar”. En todo caso, sus superiores lo evaluaban muy bien en diferentes aspectos de su personalidad. Se le consideraba poseedor de un ingenio muy bueno, es decir, de adecuada capacidad para discurrir; de la misma manera, se valoraba su juicio o cualidad para distinguir el bien del mal y lo verdadero de lo falso; algo similar acontecía con la prudencia, que se la ponderaban mucho. Lo consideraban muy aventajado en letras, como para esperar que se destacara en ese campo. El único aspecto de su personalidad que podría tener lecturas diversas era el de su temperamento, pues se le clasificaba como colérico sanguíneo, lo que podía implicar que era una persona irascible y que fácilmente reaccionaba con enojo128. En los años siguientes, se confirman esos rasgos de su personalidad y aparece desempeñándose como lector de latín y realizando labor apostólica con españoles; sería obrero de españoles en el lenguaje de la Compañía. En mayo de 1629, hizo la profesión de cuatro votos, pero nunca obtuvo grados académicos ni desempeñó cargos de gobierno, al punto que, en 1631, ya con 39 años de edad, se consideraba que tenía una experiencia muy limitada. Para esas fechas, ocupaba el oficio de prefecto de estudios del colegio de San Martín129. La última referencia que tenemos de él es de 1637. En el catálogo público de ese año, figura que formaba parte del colegio del Cusco y como lector de latín, artes y teología. Siempre los superiores destacaban su talento para las letras y su actividad como obrero de españoles130. Según Torres Saldamando, habría muerto en 1639, lo que podría ser resultado de un cierto deterioro de su salud, evidenciado en el catálogo de 1637131.

Francisco de Figueroa conoció y trató al padre Juan Sebastián por 20 años. Este fue su prefecto de espíritu cuando era estudiante del colegio de San Pablo y, años después, llegó a ser compañero de celda, lo que le permitió tratarlo muy de cerca en la etapa final de su vida. Además, fue depositario de unos apuntamientos que escribió dicho padre, en los que expresaba, a modo de diario, lo que le sucedía, incluyendo sus experiencias espirituales132. Como el autor lo indica en la introducción de la “Vida”, a la muerte del padre Juan Sebastián, los superiores le encargaron la elaboración de su carta de edificación. Con miras a cumplir la tarea asignada, reunió tantos testimonios sobre lo extraordinario de su “vida” y de su espiritualidad que consideró que unas pocas páginas no podrían dar fe real de esa riqueza. Por ello, les propuso a las autoridades la elaboración de una obra que reflejara de manera efectiva la extraordinaria “vida” de este fiel seguidor de San Ignacio. La idea les pareció bien y le mandaron que se encargase de su elaboración133. El padre Figueroa dio cima a la Vida de V. P. Juan Sebastián en 1627, a los cinco años de su muerte.

b) Peripecias de la obra

En relación con esa obra, resulta de interés hacer referencia a su génesis. En una fecha tan temprana como el año 1615, cuando Juan Sebastián tenía 70 años de edad y acababa de concluir su segundo período como provincial, el exrrector del colegio del Cusco, Juan Vásquez, hizo presente al general la conveniencia de que se escribieran y anotaran las vivencias más ejemplares de de dicho padre y también de las de Diego Martínez. Fundaba la petición en que se tenía por cierto que a ambos hacía Dios muchas mercedes espirituales, por lo que debía de evitarse perder “lo mucho que su div. majestad se podría servir en ayuda espiritual de otros”. El general Vitelleschi acogió la petición y encargó al provincial de ese momento, padre Diego Álvarez, que procediera a la elaboración de los textos, para que, llegado el momento de la muerte de los susodichos, se pudieran publicar134. No deja de ser llamativo que, en esta oportunidad, el prepósito general haya dado su apoyo a la elaboración de unas obras que claramente iban a referirse a dones extraordinarios de los que habrían gozado ambos padres; sobre todo, considerando lo que señalará años más tarde, como luego veremos.

Por otra parte, la correspondencia citada deja en evidencia la mencionada política de la Compañía respecto de la configuración de una identidad en la que el libro era un instrumento central. Las “vidas” de los miembros destacados de la Orden constituían, junto a las autobiografías, los diarios espirituales y las crónicas, herramientas que ayudaban a modelar los aspectos propios y diferenciadores de la institución135. Al mismo tiempo, se constituirían en medios de propaganda al difundirlas en el entorno social. También, a la hora de analizar la significación de estas “vidas”, es preciso detenerse a considerar el alcance que hay tras el hecho de que se decidiera preparar tales obras con antelación a la muerte de los sujetos. No se trató de una inquietud particular de un miembro de la Orden, pues obtuvo el respaldo del general; además, disponemos de referencias de que, en otros casos, se procedió de manera similar136. Es evidente, que, a los ojos de sus compañeros, aquellos sujetos respondían a un determinado modelo de hombre virtuoso, a lo que, en ese momento, se consideraba un santo y, por ello, estimaban conveniente recoger su trayectoria en una “Vida”, que iba a contribuir a la conformación de la identidad ya señalada; también, para socializar aquel ejemplo de santidad, a lo que se agregaba la utilidad, ya comentada, que podía desempeñar de cara a una futura postulación.

En relación con la “vida” de Juan Sebastián, hay otro aspecto digno de ser destacado. Resulta que, en 1624, el padre Cristóbal García Yáñez comunicó al general que había “compuesto la historia de la vida del P. Juan Sebastián” y le pedía licencia para que fuese examinada. Muzio Vitelleschi, en enero de 1625, instruyó al provincial Juan Frías Herrán para que designara revisores y, de contar con una opinión favorable a su impresión, diera licencia para ello137. El padre García era natural de Medina del Campo, había nacido en 1573 e ingresado a la Compañía en 1591 en el noviciado de dicha ciudad. Completó su formación en Lima y destacó en el ámbito de las letras al ser lector de artes y teología, amén de desempeñar, después de su profesión de 4 votos en 1611, diversos ministerios, como rector de colegio, compañero del provincial y procurador general en Roma138. Tuvo una estrecha vinculación con el padre Juan Sebastián, con quien tuvo contacto por más de 30 años. Cuando era estudiante, fue su cubiculario, es decir, encargado de su habitación y, luego, compañero de aposento. Durante el segundo período de gobierno de Juan Sebastián, tuvo el oficio de compañero del provincial139. El padre García Yáñez tenía experiencia como escritor. En 1617, estaba por concluir una obra sobre los confesores y, en 1622, el general instruyó al provincial para que nombrara revisores de unos trabajos que tenía para imprimir140. Torres Saldamando menciona dos obras de dicho padre: un memorial, que se encuentra inédito; y un tratado, del que solo se imprimió el proyecto141. El padre García fue una figura destacada en la provincia, tanto por los cargos de gobierno que desempeñó como por su trabajo intelectual, aunque resultaba un tanto conflictivo, debido a su carácter sanguíneo142.

De la “vida” escrita por el padre García no tenemos más referencias. Ningún otro religioso de la Compañía, aparte del general, hace mención de ella. Como hemos indicado, fue escrita antes de la obra del padre Figueroa, pero este no la cita, aunque tuvieron contacto entre ellos. De hecho, en su testificación del proceso ordinario por la postulación del padre Juan Sebastián, el padre Figueroa fundamenta algunas respuestas afirmando que el asunto en cuestión se lo había oído, entre otros, al padre Cristóbal García, y daba por hecho el conocimiento que tenía de diversos aspectos de la vida del candidato; incluso, reconoce que le había facilitado algunas cartas, pero nada dice de la obra misma143.

El padre Francisco de Figueroa concluyó su hagiografía en 1627, pocos meses después de la muerte del padre Diego Martínez, el otro de los miembros de la Orden que gozaba de fama de hombre virtuoso y que, junto a Juan Sebastián, había generado, en vida, acciones que preparaban la futura postulación de ambos a la santidad, como acabamos de indicar. Por su parte, el padre José María Freylín habría puesto término a la vida de Diego Martínez, en una primera versión, hacia 1627, que coincidía con la apertura de su proceso ordinario de beatificación144, el que concluyó en 1631.

En la Congregación provincial de 1630, se nombró como procurador en Madrid y Roma al padre Alonso Messía Venegas, quien llevó a cabo variados encargos, entre los que se destacaban la realización de gestiones para conseguir la publicación de la Historia de los varones ilustres de la provincia, escrita por Anello Oliva, y las “vidas” de los padres Juan Sebastián y Diego Martínez, cuyas futuras beatificaciones también debía promover145. En enero de 1632, el general Muzio Vitelleschi escribía al provincial para felicitarlo por el resultado de la Congregación y el nombramiento del padre Messía como procurador, a quien esperaba complacido de poder ayudar con los encargos que llevaba146. Sin embargo, poco después, esa perspectiva favorable para las gestiones del procurador, a la hora de concretarse, cambiaban de signo. Esa mudanza, en gran medida, está vinculada a la publicación que hizo el padre Messía, en Sevilla, en 1633, del Catálogo de varones insignes en santidad de la provincia del Perú, no solo sin autorización del general, sino en contra de la orden expresa que lo prohibía147. El punto es que el provincial, en 1630, había solicitado autorización para la publicación de la “vida” del padre Diego Martínez y el general, en esa oportunidad, indicó que, por el momento, no tratara de imprimirse, debido al decreto pontificio de 1625148. No obstante, el padre Messía, en Europa, solicitaba autorización al general para publicar las “vidas” de Diego Martínez y Juan Sebastián, lo que se denegó con el mismo fundamento indicado, en el cual se especificaba que dicho decreto prohibía imprimir obras que trataran de milagros y revelaciones de sujetos no canonizados o beatificados149. El general Vitelleschi consideraba que la prohibición tenía un carácter transitorio, no obstante lo cual, en la práctica, para estas dos obras, se transformó en permanente.

c) El protagonista150

La etapa peninsular

Juan Sebastián de la Parra nació, en 1546, en el pueblo de Daroca, perteneciente al reino de Aragón, en el seno de una familia noble y acomodada151, que lo formó en los principios cristianos. Se preocupó de que estudiara en casa, en donde aprendió las primeras letras y, luego, le financió un profesor particular para los estudios de gramática y latinidad, es decir, la enseñanza media. Como desde muy niño tuvo inclinaciones piadosas y también dio muestras de talento y aprovechamiento en los estudios, sus padres lo enviaron a Zaragoza para ordenarse de grados menores, requeridos para incorporarse al estado clerical152. De vuelta a su hogar y dada la aplicación y el interés que manifestaba por las letras, sus padres decidieron que fuera a estudiar el Bachillerato en Artes a la Universidad de Alcalá, lo que incluía Gramática, Retórica, Latín y Filosofía. Allí, siguió clases con algunos maestros de renombre y se hizo notar por la dedicación y el buen rendimiento en los estudios, lo que quedó de manifiesto cuando obtuvo una beca por oposición en el colegio menor de Santa Catalina, conocido como el de los artistas, por el bachillerato en artes, o de los metafísicos, por el estudio de Aristóteles153.

Paralelamente a su actividad intelectual, se entregaba con fervor a las prácticas piadosas junto a algunos condiscípulos. Desde 1546, la Compañía de Jesús estaba establecida en Alcalá de Henares con su colegio máximo que, en poco tiempo, había alcanzado gran prestigio, porque despertaba un notable interés entre la juventud universitaria. Por esos años, se generaron vínculos muy especiales entre el colegio de la Compañía y la Universidad. Numerosos estudiantes e incluso profesores se sintieron atraídos por la nueva Orden religiosa, cuyo mensaje renovador de la Iglesia y de la espiritualidad les resultaba atractivo154. Sin embargo, también estaba el aspecto académico. Gran interés despertaron las clases dictadas por algunos padres del colegio, al extremo que, en determinado momento, llegaron a convocar a tal cantidad de estudiantes de la universidad que se planteó un problema entre ambas instituciones. Uno de los tantos estudiantes que se sintió atraído por la Compañía fue Juan Sebastián quien, como muchos otros de su generación, terminó incorporándose a ella, en 1566. El paso decisivo lo dio, al igual que numerosos jóvenes de esos años, estimulado por el padre Juan Ramírez, a quien escuchó predicar en Alcalá. La significación de este padre en el reclutamiento de cuadros para la Compañía fue realmente notable, pues la afiliación aumentaba significativamente en los lugares por donde pasaba155. Sin embargo, dicho padre no solo fue importante por estimular el ingreso a la Orden, sino también por el tipo de espiritualidad que difundió en su seno y entre sus discípulos. Fue muy cercano al maestro de Ávila y admirador de su personalidad y de la forma de oración que promovía. El padre Juan de Ávila, a su vez, mantuvo vínculos con San Ignacio y la Compañía, en la que la oración contemplativa que practicaba encontró gran receptividad, gracias, entre otros, a sujetos como el padre Juan Ramírez156, a través de quien llegó a nuestro Juan Sebastián157.

Cursó el noviciado con gran provecho tanto intelectual como espiritual, aunque debió superar dudas iniciales en su vocación, atribuidas a la acción del demonio, al decir de sus hagiógrafos. Una vez que hizo los tres votos, le ordenaron seguir estudios de Teología y Filosofía, tanto en el colegio de Alcalá como en la Universidad, en donde fue discípulo de connotados maestros de esas disciplinas, en las que alcanzó una formación tan relevante que, una vez terminados sus estudios y ordenado sacerdote a los 26 años, lo destinaron a leer Artes en el colegio de Navalcarnero158. De ahí, las autoridades lo enviaron al colegio de Ocaña, en donde leyó Teología por tres años con tal éxito que su fama trascendió a la provincia de Castilla y motivó al “eximio doctor”, padre Francisco Suárez, a manifestar su deseo por conocerlo159. Sin embargo, no solo mostraba un gran aprovechamiento intelectual, sino que también y a pesar de su juventud, evidenciaba una gran riqueza interior y una acendrada virtud, que llevaron a los superiores a designarlo prefecto de espíritu del colegio de Alcalá. No dejaba de ser excepcional que, recién acabada la tercera probación, lo hubiesen nombrado en un cargo de tanta confianza, que implicaba preocuparse de la dirección espiritual de la comunidad, la cual incluía jóvenes y también padres de larga trayectoria. El siguiente destino fue nada menos que el rectorado del colegio de Ocaña, cargo que desempeñó por tres años, para regresar después al colegio de Alcalá, al oficio de prefecto de espíritu.

En esas circunstancias, se gestó su viaje a Perú, como parte del grupo de padres que acompañaría al recién nombrado provincial, Baltasar Piñas, quien propuso su nombre160. Dicho padre se encontraba en Europa, como procurador de la provincia, cuando recibió esa nominación por el general Everardo Mercuriano161,

después de la fallida designación en aquel cargo del padre Baltasar Álvarez162. Entre estos tres padres, había un elemento común: tanto Álvarez como Piñas se identificaban con la oración contemplativa, que era mirada con desconfianza por las autoridades de la Compañía, al punto que al primero, en 1578, le reprobaron la oración “afectiva o de quietud” que practicaba163. El padre Juan Sebastián, como lo hemos indicado, también se sentía cercano a ese tipo de espiritualidad. No es posible descartar que la política del general Mercuriano, contraria a la oración contemplativa practicada por los padres Cordeses y Álvarez, pudo tener alguna influencia en la decisión de Juan Sebastián para pasar a las Indias, como habría sucedido poco después con Diego Álvarez de Paz164. Se embarcó en Sevilla junto a otros 16 religiosos, varios de los cuales tuvieron figuración destacada en el Nuevo Mundo165.

La etapa peruana

El año 1581, llegó a Lima y, al poco tiempo, hizo allí la profesión de cuatro votos166 y desempeñó el oficio de compañero del provincial, que corresponde a una labor de consejero del superior. Acompañó al padre Piñas en la visita que realizó a la provincia en su calidad de superior de la misma. Una vez concluida, fue nombrado rector del colegio de Potosí, que se encontraba en un grave estado de relajación y decaimiento167, posiblemente, no ajeno a los conflictos que allí se habían planteado con el virrey Toledo168. En ese cargo, permaneció hasta el año 1585, en el cual gozó de gran fama como predicador, misionero y penitente169. Poco después de desempeñarse como visitador del colegio de Quito, en 1584, el general Acquaviva lo nombró rector del colegio de San Pablo, el más importante de la provincia170, aunque no asumió, hasta fines de octubre del año siguiente, lo que causó preocupación en el provincial y en otros padres por la tardanza en trasladarse desde Potosí171. En ese cargo, estuvo por siete años y en su ejercicio dio muestras de particular prudencia y sobre todo de una gran capacidad de gobierno. Según la relación de Eusebio Nieremberg, allí “se descubrieron más sus grandes talentos y se dio más a conocer su excelente virtud”172. Siempre buscó que los estudiantes se entregasen simultáneamente a la vida virtuosa y al cultivo de las letras. A los coadjutores los estimulaba en el trabajo y la oración y a los padres sacerdotes en el ejercicio fervoroso de los ministerios173.

Por otra parte, en el desempeño de dicho cargo, también quedó en evidencia un rasgo de su personalidad: la posesión de un fuerte carácter, que lo llevaba, a veces, a tratar a las personas con cierta aspereza. El propio general Acquaviva se lo hacía notar, en 1588, al decirle que el celo y el cuidado que ponía en los asuntos de gobierno debía ejercitarse con la necesaria moderación174. Con todo, ese tipo de críticas no contrarrestaron la imagen positiva que el padre general tenía de él, especialmente en lo referente a sus capacidades de gobierno. Por lo mismo, a fines de abril de 1591, lo nombró provincial175, cargo que asumió en noviembre de 1592, al coincidir la muerte del provincial Juan de Atienza y la llegada del pliego con su designación176. Se ha planteado que el nombramiento de Juan Sebastián como provincial respondió justamente a que el temperamento de este coincidía con el sentir del general Acquaviva en cuanto a contar con autoridades rigoristas, con las que se identificaba, en la medida que tenía un carácter enérgico y manifestaba una especial preocupación por la observancia de la disciplina al interior de la Orden177.

En el ejercicio del cargo, tomó diversas iniciativas de importancia. Al poco de asumir, en enero de 1593, decidió enviar a Chile un grupo de padres a cargo de Baltasar Piñas, entre los que se encontraba Luis de Valdivia, para que establecieran la Compañía en esas tierras178. Esto formó parte de la política que llevó adelante el padre Juan Sebastián para marcar presencia en las zonas más alejadas de la provincia, pues a lo de Chile se sumó el envío de más padres a las regiones de Tucumán y Quito179, con lo que buscaba fortalecer la actividad misionera180. Otro aspecto en el que el provincial puso mucho énfasis fue el relacionado con la disciplina181 y la obediencia de los padres182, y con la difusión y cumplimiento de las normas de conducta que regían la vida en comunidad. Además, se preocupó por la formación de los futuros miembros de la Orden, y erigió un edificio específico para el noviciado, separado de las demás residencias183. En un memorial que envió al general en 1595, le hizo notar su preocupación, que reiteró en los años siguientes, por un cierto menosprecio que algunos padres jóvenes mostraban por las posturas tomistas defendidas por destacados teólogos de la Compañía, como Francisco Suárez184. También, le inquietó el tema de la evangelización de los indios y para ello buscó la manera de que la disposición impartida por Acquaviva de que los padres aprendieran la lengua de los indios antes de ordenarse se hiciera efectiva185. Todo aquello estaba en concordancia con lo acordado por la Congregación provincial que se celebró en Arequipa, en 1594186. Además, se preocupó de que se imprimiera un libro de sermones que los padres de Juli habían elaborado en lengua aimara. Sin embargo, en materia pastoral, no solo volcó su interés en los indígenas, sino también en la población hispana; lo que se reflejó en la fundación de la congregación (cofradía) para seglares de Nuestra Señora de la O., a la que agregó otra para sacerdotes, abierta a todos los eclesiásticos de la ciudad y con lo que hacía patente su particular disposición por fortalecer la espiritualidad de estos187. Por otra parte, llevado por su afán caritativo, buscó y obtuvo recursos para los hospitales, sobre todo para el de San Andrés, que permitieron mejorar los edificios y el cuidado de los enfermos. Los niños huérfanos y pobres también fueron partícipes de sus inquietudes. Trató de que contaran siempre con una buena enseñanza y una mejor formación cristiana, que estimulaban a los padres y los hermanos de la Compañía a que fueran a la escuela a instruirlos en la fe188. En ese contexto de ayuda a los desvalidos, de gran significación fue la fundación que se hizo en Lima, en 1592, a instancias de sí, de la casa de recogida de mujeres, que se denominó de la Magdalena189.

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