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Pablo Rabasco (ed.)
Ciudad y resiliencia
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Rogelio López Cuenca
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ISBN: 978-84-460-4990-6
Control Social, territorio y tecnopolítica en el mundo poscovid
Pablo de Soto
En diciembre de 2019 surgía un brote de casos de neumonía en la ciudad de Wuhan, capital de la provincia china de Hubei. El foco se establecía en un mercado mayorista de marisco, pescado y animales salvajes. El doctor Li Wenliang, un oftalmólogo del hospital central de la ciudad, fue el primero en advertir a las autoridades y en redes sociales sobre el brote. La policía de Wuhan le amonestó por «falsos comentarios sobre un brote de SARS (Síndrome Respiratoro Agudo Grave) sin confirmar». El 7 de febrero Wenliang moría por el efecto de la enfermedad causada por el virus.
El 7 de enero de 2020, las autoridades chinas identificaron como agente causante del brote un nuevo virus de la familia Coronaviridae que fue denominado SARS-CoV-2. La secuencia genética fue compartida por las autoridades chinas el 12 de enero. La transmisión del SARS-CoV-2 se produce mediante las pequeñas gotas de saliva que se emiten al hablar, estornudar o toser. Al ser despedidas por un portador, que puede estar incubando la enfermedad o ser asintomático, pasan directamente a otra persona mediante la inhalación. O quedan sobre los objetos y superficies que rodean al emisor, y luego, a través de las manos, que lo recogen del ambiente contaminado, toman contacto con las membranas mucosas orales, nasales y oculares, al tocarse la boca, la nariz o los ojos.
La enfermedad causada por este nuevo virus se ha denominado por consenso internacional covid-19. Produce síntomas similares a los de la gripe, entre los que se incluyen fiebre, tos seca, disnea, mialgia y fatiga. En casos graves se caracteriza por producir neumonía, síndrome de dificultad respiratoria aguda, sepsis y choque séptico que conduce, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), a cerca del 3,75 por 100 de los infectados a la muerte. No existe tratamiento específico; las medidas terapéuticas principales consisten en aliviar los síntomas y mantener las funciones vitales. Los síntomas aparecen entre dos y catorce días, con un promedio de cinco días, después de la exposición al virus.
El Comité de Emergencias del Reglamento Sanitario Internacional declaró el brote como una emergencia de salud pública de importancia internacional en su reunión del 30 de enero de 2020. A través del tráfico aéreo internacional y las cadenas globales de suministros el virus se comenzó a propagar masivamente, afectando a casi todos los países. La OMS lo reconoció como una pandemia global el 11 de marzo de 2020, con casos confirmados en 216 países, el 85 por 100 de las 251 entidades reconocidas por las Naciones Unidas. El 21 de junio de 2020 habían sido reportados más de 8,8 millones de casos en todo el mundo, con más de 464.000 muertes.
Para evitar la expansión del virus y ayudar a aplanar la curva de contagios, los gobiernos decretaron el estado de alarma e impusieron el distanciamiento social, con restricciones a la movilidad y medidas de aislamiento: cierre de las fronteras exteriores, controles internos, reducción drástica del tráfico aéreo, evacuación de ciudadanos extranjeros, cancelación de eventos, cierre de establecimientos, universidades, escuelas y servicios religiosos. El movimiento entre unidades territoriales quedó prohibido. Se imponía un estado de excepción transitorio, por la vía de los Estados nacionales.
Esta serie de medidas de control eran acompañadas de sanciones rigurosas en caso de incumplimiento. En lo que a España respecta, el estado de alarma por la pandemia del coronavirus llegó a su fin el 21 de junio con más de 9.000 detenidos y casi 1,2 millones de sanciones por desplazamientos no autorizados o por participar en actividades grupales.
Figura 1. Visualización geográfica de la propagación del virus SARS-CoV-2 a partir de su filogenia genética.
Fuente: NextStrain, disponible en [https://nextstrain.org/ncov/global?].
A medida que la covid continuó extendiéndose por todo el mundo y aumenta el número de víctimas mortales en muchos países, algunos gobiernos buscaron ayuda en la tecnología para controlar que el confinamiento domiciliario y las restricciones a la movilidad fueran cumplidas.
En Hong Kong, a partir del 19 de marzo, todos los que llegaron al territorio recibieron una pulsera electrónica para garantizar que cumplieran con la cuarentena obligatoria de dos semanas.
En Polonia, el gobierno impuso el uso obligatorio de la aplicación Home Quarantine para todos los que entraran en el país. La aplicación utiliza tecnología de geolocalización y reconocimiento facial, y solicita selfies al azar. El usuario tiene veinte minutos para subir la autofoto desde el lugar de confinamiento, a riesgo de ser visitado por la policía.
En China, el gobierno empleó cámaras térmicas en los espacios públicos para vigilar la temperatura de los ciudadanos. Se instalaron sensores de movimiento en las puertas del domicilio de personas contagiadas para controlar el confinamiento. Se estableció un código de salud a través de la plataforma de mensajería WeChat y la de pago Alipay para valorar y etiquetar cuán «segura» es una persona. Empleando un conjunto de datos personales entregados de manera voluntaria y datos municipales, se genera un código de tres colores: verde, para «seguro»; amarillo, que exige un periodo de cuarentena de una semana, y rojo, para una cuarentena de catorce días. El programa envía la ubicación y el código de identificación del usuario a un servidor conectado con la policía para permitir a las autoridades rastrear los movimientos de las personas a lo largo del tiempo.
Bélgica, China, Francia, India, Israel, Italia, Jordania, Kuwait, España, Emiratos Árabes Unidos y Reino Unido han desplegado drones para restringir los movimientos de los ciudadanos.
Para abril de 2020, casi un tercio de la humanidad se halla en situación de confinamiento obligatorio. En paralelo al control del confinamiento, otra serie de tecnologías se empleaban para obtener los datos de posición de las personas contagiadas y sus movimientos en el territorio con objeto tanto de anticipar posibles focos de contagio como para poder modular las restricciones de un confinamiento que estaba causando enormes estragos económicos y sociales.
En comparación con el brote de 2002 de SARS y otros anteriores, la emergencia de la covid-19 está ocurriendo en un mundo mucho más digitalizado y conectado. En 2020, la vigilancia de la población no se realiza solo mediante cámaras de vídeo, sino también a partir de los smartphones que una gran mayoría de la población lleva consigo conectados todo el tiempo a internet. Esta posibilidad llevó a muchos gobiernos a diseñar plataformas y aplicaciones que les permitieran rastrear los pasos de sus ciudadanos con el objetivo de controlar la propagación del virus.
ANÁLISIS AGREGADO DE MOVILIDAD
Algunos gobiernos –incluidos China, Ecuador, Alemania, India, Israel, Italia, Polonia, Corea del Sur, Taiwán y Tailandia– están utilizando el GPS a través de teléfonos móviles para rastrear a las personas, controlar cuarentenas o saber dónde podría ocurrir una propagación del virus.
Con casi 6.300 casos y más de 40 muertes registradas a mediados de marzo, Corea del Sur se alzaba como el país con el mayor brote de covid-19. El país ya contaba con la experiencia de haber sufrido la epidemia del Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS) en 2015, y existe toda una cultura de cómo enfrentar colectivamente una epidemia. En vez de poner en marcha medidas agresivas como controles de inmigración o confinamientos, Corea del Sur montó una estrategia consistente en trazar, testear y tratar. Además de realizar numerosos test, la política del gobierno coreano ha sido localizar la mayor cantidad de casos y aislarlos. Para ello, las agencias gubernamentales han venido recolectando las grabaciones de las cámaras de vigilancia, los datos de localización de los smartphones y los registros de las compras con tarjetas de crédito para ayudar a trazar los movimientos de los pacientes de covid y establecer las cadenas de transmisión del virus. Estos datos se publican y se muestran en distintas aplicaciones, a través de una API (Application Programming Interface) pública.
A partir de esta API, han surgido una gran cantidad de servicios de mapas que geolocalizan a los infectados confirmados. Estos mapas incluyen la información por distritos de las rutas de los pacientes anonimizados registrados en los últimos 18 días. Estos servicios han sido posibles gracias a la rigurosa política de transparencia del Centro de Control y Prevención de Enfermedades de Corea del Sur (KCDC). Por su parte, los gobiernos municipales y de distrito envían alertas de emergencia de forma regular a los teléfonos de sus habitantes para informar sobre cualquier nuevo caso del coronavirus.
El control de los enfermos y pacientes en cuarentena se lleva a cabo a través de una aplicación de smartphone desarrollada por el Ministerio de Interior y Seguridad, que permite que las personas que han recibido la orden de no salir de casa se mantengan en contacto con los trabajadores sociales e informen sobre su progreso. También usa GPS para rastrear la ubicación de los usuarios y asegurarse de que no rompan la cuarentena. Denominada «protección de seguridad de autocuarentena», está destinada a ayudar a gestionar el creciente número de casos y prevenir a los «grandes propagadores», responsables de muchas infecciones. Dicha aplicación envía alertas, permite monitorizar la localización y, según las autoridades, es una forma más práctica que tener que llamar por teléfono a la persona afectada para saber si cumple las recomendaciones.
Figura 2. Mapa de seguimientos de pacientes de covid-19 en Corea del Sur, Corona Map, Corea del Sur, disponible en [http://coronamap.site].
Esta cantidad de datos y transparencia no está exenta de problemas. La caza online de infectados busca identificar y detectar a los portadores del coronavirus, lo que ha causado un clima de miedo social. También se han producido filtraciones de información personal de pacientes, algunas de las cuales han demostrado ser falsas. Para minimizar estos riesgos, el gobierno coreano cambió las especificaciones de la aplicación para que solo pudieran acceder a ella las partes implicadas, es decir, el sujeto en cuarentena y el funcionario gubernamental asignado a su cuidado.
TECNOLOGÍAS DIGITALES DE SEGUIMIENTO DE PROXIMIDAD
Una forma de tecnología digital para la vigilancia que ha recibido amplia atención en muchos países que enfrentan la epidemia de covid en los últimos meses es el seguimiento de proximidad. El seguimiento de proximidad mide la intensidad de la señal entre dos teléfonos móviles para determinar si estaban lo suficientemente cerca como para que sus usuarios transmitieran el virus de una persona infectada a otra no infectada. Si un usuario da positivo de coronavirus, otros que han sido identificados como cercanos a esa persona pueden ser notificados y, a continuación, tomar las medidas adecuadas para reducir los riesgos para la salud de ellos mismos y de otros. El seguimiento de proximidad a menudo se combina con el «rastreo de contactos».
El rastreo de contactos es el proceso de identificación, evaluación y gestión de personas que han estado expuestas a una enfermedad para prevenir la transmisión posterior. Cuando se aplica sistemáticamente, el rastreo de contactos permite cortar las cadenas de transmisión de una enfermedad infecciosa y, por lo tanto, es una herramienta esencial de salud pública para controlar los brotes de enfermedades infecciosas. Para que el rastreo de contactos sea efectivo, los países necesitan la capacidad adecuada, incluidos los recursos humanos, para evaluar los casos sospechosos de manera oportuna. Estos recursos humanos se concretan en brigadas detectivescas de rastreadores telefónicos, que, en los países donde se ha puesto en marcha, están compuestos por perfiles variados: desde sanitarios jubilados o parados hasta cadetes del ejército o militares en la reserva. La tecnología digital puede desempeñar un papel complementario en los programas implementados de rastreo de contactos.
En el contexto de la pandemia, Singapur fue el país pionero en comenzar a usar las tecnologías digitales de seguimiento de proximidad con su aplicación TraceTogether. Esta registra la proximidad entre dos personas y la duración de su interacción, y asimismo registra a los usuarios que se encuentren a dos metros el uno del otro durante 30 minutos. Los datos se almacenan en el teléfono del usuario durante 21 días para que puedan realizar un seguimiento de las interacciones y posibles exposiciones al virus.
Una tecnología similar a la de Singapur fue desarrollada en Europa bajo el acrónimo DP-3T, que da nombre al protocolo Decentralized Privacy-Preserving Proximity Tracing o rastreo descentralizado de proximidad con preservación de la privacidad. DP-3T es un protocolo de código abierto que utiliza la funcionalidad Bluetooth Low Energy en dispositivos móviles y que garantiza que los datos personales y la computación permanezcan en el teléfono de cada individuo. La preocupación principal de los desarrolladores del proyecto, liderado por la ingeniera Carmela Troncoso, es mantener la privacidad creando la figura de «identidades efímeras». Una vez que una persona tiene la aplicación en su teléfono, esta genera una clave anónima que va «refrescándose» y cambiando cada cierto tiempo. Se trata así de un sistema descentralizado donde tanto la geolocalización como la lista de contactos no se guardan en un ordenador central en manos de la autoridad, sino que están en las manos de las y los usuarios: los datos se quedan en el teléfono de las personas y solo ellas pueden activar la alerta.
El protocolo DP-3T fue producido por un equipo de más de 25 científicos e investigadores académicos de toda Europa, y ha sido analizado y mejorado por la comunidad internacional de desarrolladores de software libre y criptografía. Toda la documentación puede encontrarse en un repositorio de GitHub y hasta existe un pequeño cómic, elaborado por el propio equipo y traducido a múltiples lenguas, que explica mediante viñetas el diseño y funcionamiento de la tecnología.
Inspirados por el protocolo DP-3T, los gigantes tecnológicos Apple y Google llegaron a un acuerdo conjunto para implementar un protocolo de interoperabilidad en sus sistemas operativos iOS y Android que permite el desarrollo de aplicaciones móviles con la funcionalidad de seguimiento de proximidad.
Figura 3. Esquema de funcionamiento de una app de seguimiento de proximidad.
Fuente: Luca Ferretti, Chris Wymant, Michelle Kendall, Lele Zhao, Anel Nurtay, Lucie Abeler-Dörner, Michael Parker, David Bonsall, Christophe Fraser (2020-03-31), «Quantifying SARS-CoV-2 transmission suggests epidemic control with digital contact tracing», Science. Doi: [10.1126/science.abb6936. ISSN 0036-8075. PMID 32234805].
La idea detrás de la tecnología digital de seguimiento de proximidad es que funcione en los móviles sin que tengamos que hacer nada. Cada vez que te acercas a dos metros de alguien que también tenga la aplicación instalada, los teléfonos se intercambian dos códigos aleatorios generados en el momento. No se intercambia ni la identidad ni la localización. Los códigos se eliminan de los teléfonos después de catorce días, el periodo máximo de incubación del virus. Si ninguna de las dos personas da positivo dos semanas después del encuentro, es imposible que haya habido contagio. Si una persona da positivo, puede elegir publicar en un servidor sus códigos aleatorios (sin ninguna información personal) y eso avisa a los teléfonos de las personas con las que haya estado a menos de dos metros. Así, puedes saber que has estado cerca de un positivo por coronavirus y tomar las medidas adecuadas.
En España, el gobierno encomendó a la Secretaría de Estado de Digitalización e Inteligencia Artificial (SGAD) una aplicación de seguimiento de proximidad que se probaría de forma piloto en Canarias.
SOLUCIONISMO TECNOLÓGICO
Una tentación en la era digital es la de querer arreglarlo todo, desde el crimen y la corrupción hasta la polución o la obesidad, por medio de estrategias digitales de cuantificación y sus respectivas apps o aplicaciones móviles. Es la panacea del solucionismo tecnológico: la creencia de que para cada problema hay una respuesta, más que política, esencialmente tecnológica.
La periodista canadiense Naomi Klein ha alarmado sobre las «soluciones» para los ámbitos de la sanidad o la educación ofrecidas por las corporaciones tecnológicas. Analizando el nuevo cometido de Eric Schmidt, antiguo CEO de Google que encabeza ahora una comisión para «reimaginar la realidad poscovid» en el estado de Nueva York, Klein advierte de un posible futuro dominado por la asociación de los Estados con los gigantes tecnológicos. La autora caracteriza esta amenaza como una doctrina del shock pandémico, a la que denomina como el Nuevo Pacto de las Pantallas (Screen New Deal). Rastreo de datos, comercio sin efectivo, telesalud, escuela virtual, gimnasios y cárceles son parte de una serie de propuestas para un mañana «sin contactos». En el contexto desgarrador del contaje de muertos por coronavirus, las corporaciones estarían vendiendo, según Klein, la dudosa promesa de que sus tecnologías son la única forma posible de proteger nuestras vidas contra esta y las próximas pandemias por venir.
Porque las soluciones tecnológicas a menudo hacen tanto daño como bien, por ejemplo, al aumentar la discriminación racial, la exclusión social, la ausencia de responsabilidad y la falta de avances reales ante los problemas que supuestamente abordan.
La matemática y experta en datos Cathy O’Neil, una voz autorizada en el estudio de cómo los algoritmos aumentan las desigualdades, ha llamado la atención sobre uno de los problemas de la tecnología digital de seguimiento de contactos: depender del bluetooth, una tecnología que solo tienen los smartphones. O’Neil apunta que quienes no tengan móviles, como los presos, la gente mayor o los sin techo, serán invisibles para el sistema. Quienes no tengan un incentivo para usar la aplicación, como los inmigrantes irregulares, amenazados de deportación, y los que no puedan permitirse quedarse en casa sin trabajar, no lo harán. Y estos colectivos coinciden casi a la perfección con la población que corre mayor riesgo de infección. Para O’Neil, las aplicaciones para seguimiento de la proximidad no funcionarán si los más vulnerables quedan fuera de su campo de acción.
Otro problema del sistema digital de seguimiento de proximidad basado en el DP-3T es que, si bien protege la privacidad, puede ser fácilmente «troleado», pudiendo crear alarma social injustificada en manos de intereses espurios. La tecnología es además especialmente proclive a la creación de falsos positivos como, por ejemplo, cuando dos personas estén separadas por una mampara.
Adicionalmente está la consideración de que la tecnología en un sentido general no existe de manera aislada del entorno en el que se desarrolla y se implanta. En ese sentido, las soluciones de seguimiento de proximidad que se han aplicado en los países asiáticos no tienen que ver solo con el procedimiento técnico en sí, sino con el grado de penetración de la tecnología, con las particularidades de sus sistemas de gobierno, con la disposición a asumir los costes en términos de privacidad, con la legislación y con la cultura del país en un sentido amplio.
PANDEMIA Y TECNOPOLÍTICA: DATOS PERSONALES, SALUD PÚBLICA Y VIGILANCIA
La tecnopolítica es un concepto en auge que pone la atención en el papel de las tecnologías, las infraestructuras y los sistemas tecnocientíficos en la construcción de las relaciones de poder, económicas y sociales. Esta perspectiva señala la relevancia de las tecnologías digitales en la configuración de la vida contemporánea en todos sus ámbitos. Incide en sentido contrario a la percepción más o menos generalizada de su carácter esencialmente técnico, ajeno a las cuestiones políticas en su concepción más convencional.
El proceso de digitalización que se ha acelerado con motivo de la pandemia ha convertido el mundo de 2020 en un laboratorio tecnopolítico en lo relativo a cómo se utilizan y se van a utilizar nuestros datos personales. Sobre el tablero, dos perspectivas opuestas en conflicto: por una parte, los gobiernos necesitan suficiente información para gestionar la epidemia; por otra, los ciudadanos quieren mantener la privacidad de informaciones personales tan críticas como los datos médicos y de localización.
El uso masivo de estos datos para la gestión de la salud pública podría verse como algo positivo. ¿Quién no quiere reducir el potencial de exposición? La cantidad de datos producidos desde los albores de la humanidad hasta 2003 se genera hoy en unos minutos. Además, los modelos computacionales avanzados, como los basados en el machine learning, han demostrado un gran potencial para rastrear la fuente o predecir la futura propagación de enfermedades infecciosas. Por lo tanto, parece imperativo aprovechar el big data y el análisis inteligente y darles un uso adecuado para la gestión de la salud pública.
Pero a medida que se expande la dependencia de tecnologías potencialmente invasivas, debemos prestar atención a las medidas que se están implementando «para nuestro beneficio» ahora, las tecnologías que se están desarrollando y desplegando y las otras funciones que han cumplido o podrían cumplir, y qué sucede con estas funcionalidades una vez que esta crisis haya terminado.
Para el «ciudadano cero» Edward Snowden, si bien los gobiernos pueden tener buenas intenciones cuando diseñan estas tecnologías de control, lo que están construyendo son unas «arquitecturas de la opresión». Snowden, antiguo analista de inteligencia de la National Security Agency (NSA) exiliado en Rusia, se pregunta si realmente creemos que cuando la primera ola, la segunda ola, la decimosexta ola del coronavirus sean un recuerdo olvidado hace mucho tiempo… estas capacidades de vigilancia no se mantendrán. O que estos conjuntos de datos no se guardarán. Entre las implicaciones a largo plazo, señala Snowden, está la preocupación de que una vez que la pandemia esté controlada, los gobiernos se muestren reacios a dejar de emplear estos nuevos poderes de vigilancia.
Adicionalmente, según las tesis de Shoshana Zuboff presentadas en su libro The Age of Surveillance Capitalism, la extracción y explotación de los datos se ha convertido en el modelo de negocio de las corporaciones de internet, en un nuevo mecanismo de acumulación de capital. Más allá de la pérdida de privacidad, la autora ve el peligro de la destrucción de la democracia por la inducción de la modificación de los comportamientos. Zuboff cita a un exgerente de productos de Facebook que señaló que el «propósito fundamental» de los analistas de datos es influir y alterar el estado de ánimo y el comportamiento de las personas. Recordemos Cambridge Analytica.
En ese sentido, una de las amenazas del mundo poscovid es que la gente pueda ser clasificada a partir de sus datos médicos, que se implementen pasaportes biomédicos o de inmunidad. Y que se implementen nuevos sistemas de discriminación en relación con la movilidad, con los seguros médicos, con el acceso al trabajo o con los servicios.
Mucho antes de que estallara la pandemia, las luchas en torno a la vigilancia, desde el uso de software de reconocimiento facial hasta algoritmos de vigilancia predictivos, ya estaban desplegándose. Varias ciudades de todo el mundo han prohibido el reconocimiento facial, entendiendo que esta tecnología viola las leyes de privacidad, tiene fallas tecnológicas y está programada con prejuicios raciales, de género y otras formas de discriminación. En la Unión Europea, los movimientos por la privacidad habían conseguido que se aprobara el Reglamento General de Protección de Datos. Pero en otros lugares, el uso del reconocimiento facial y la inteligencia artificial se está generalizando para monitorear y controlar la disidencia.
Adicionalmente, la pandemia acaece en un momento histórico en el que los gobiernos de algunos países poderosos están liderados por negacionistas de la ciencia y fuerzas de extrema derecha. Además de los efectos de nuevas oleadas de contagios masivos, se está iniciando una nueva crisis económica global, la mayor desde la Gran Depresión, y es previsible que se dé un incremento de la pobreza, el paro y la desigualdad. En principio, será mayor allí donde la covid haya impactado con mayor fuerza, como es el caso de España. En este más que probable escenario prospectivo de conflicto, los gobiernos pueden llegar a emplear plataformas tecnológicas que se hayan aprobado o diseñado bajo los miedos y urgencias de la pandemia actual.
El mundo poscovid está caracterizado por una extraordinariamente compleja y delicada relación entre control y cuidados, por líneas muy delgadas que separan la dicotomía entre vigilancia y privacidad. Ante este escenario, es fundamental que las organizaciones civiles de defensa de la privacidad y los derechos humanos continúen alerta, pero también que los ciudadanos en general estemos atentos y tratemos de participar activamente en el cuidado de nuestros datos, igual que nos cuidamos del coronavirus. Lo que está en juego es el diseño de las políticas que van a regir cuestiones como que nuestros datos de salud y localización puedan ser o no utilizados, y de qué manera, por los gobiernos de pasado mañana.
REFERENCIAS
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