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La mejor fortaleza es el afecto

«No existe mejor fortaleza que el afecto del pueblo».

(CAPÍTULO XX)

Emociones como el miedo o el odio nos alejan de la necesaria racionalidad y, por lo tanto, Maquiavelo hace bien en recomendar que se evite a toda costa que nos odien.

Si recurrimos a la psicología positiva, existen estudios acerca de las fortalezas que conducen al ser humano al bienestar, algo que también deberá tener en cuenta el líder. Los prestigiosos Martin Seligman y Christopher Peterson han conseguido clasificarlas, llegando a identificar veinticuatro, y las han distribuido temáticamente en seis categorías o virtudes: sabiduría o conocimiento, coraje, humanidad, justicia, templanza y trascendencia. Aunque hay muchos términos intermedios cada persona tiene su propio mapa de virtudes y fortalezas. La capacidad de ser amado (una versión más suave de no ser odiado) está entre ellas.

Obviamente, no ser odiado es una garantía de seguridad, personal e institucional. Pero nunca es fácil conseguirlo, pues el poder, por su propia naturaleza, siempre genera odios y envidias, que en muchos casos son irracionales.

La mayor riqueza de un príncipe, sobre todo hasta el siglo XX, radicaba en las masas que le seguían o que podía movilizar. Las revoluciones nunca triunfan si el príncipe cuenta con el pueblo. La nobleza no puede subvertir el Estado si el príncipe mantiene contacto con el pueblo. Y ante la amenaza, real o no, contra él, puede refugiarse en la trinchera del pueblo. Hay quien dice que la guerra de independencia de España contra la invasión napoleónica, aparte de ser la primera prueba de guerra híbrida, es el ejemplo de una revuelta popular que se convirtió en fuerza militar.

El esencial apoyo popular

«Un príncipe, aunque disponga del ejército más poderoso, siempre necesita el favor y la benevolencia de los habitantes».

(CAPÍTULO III)

Cuando se pretende facilitar la labor del príncipe o líder, es necesario contar con el apoyo de la población para poder afrontar cualquier conflicto o dificultad que se presente.

Este enfoque no es nuevo y sigue siendo útil y fácil de aceptar. Es una premisa que ha permanecido desde el tiempo de las conquistas militares, e ignorarla ha provocado innumerables sufrimientos.

Recientemente, esta idea ha provocado grandes cambios en las estrategias militares y políticas. Así, y aunque no se trata de una conquista en el sentido literal, en los conflictos modernos de Afganistán e Irak se vivió un punto de inflexión con la denominada «doctrina Petraeus», llamada así por el general David Petraeus, quien, después de ser el mando militar superior estadounidense en ambos países, terminó ejerciendo de director de la CIA. En la doctrina Petraeus se recuperaba el espíritu de las luchas de contrainsurgencia y se señalaba a la población local como el centro de gravedad de las operaciones. Esta doctrina tenía como referencia la obra del oficial francés David Galula, quien aseguraba que las acciones de contrainsurgencia tenían como esencia la búsqueda de la lealtad de la población local, concepto conocido como «ganar corazones y mentes». No es nuevo, pero a veces se nos olvida. De hecho, ya François de Callières consideraba imprescindible «ganar los corazones y la voluntad de los hombres».

Esto va más allá del ámbito militar. Es también un concepto básico en las organizaciones modernas desde comienzos del siglo XXI, que buscan conectar con el elemento humano. De este modo, se ha pasado a promover un modelo centrado en las personas, tanto el cliente como el trabajador (e incluso el conjunto de la sociedad) antes que en el producto en sí. Esta nueva cultura organizacional, que pone su foco en la persona, intenta contribuir a construir una sociedad más humana, solidaria y sostenible. En definitiva, en este mundo global e hiperconectado hay que contar con «el apoyo de sus habitantes».

Solo el respaldo de la sociedad hace posible la «invasión», ya sea pacífica o violenta. La conquista solo será exitosa cuando exista una masa crítica dentro de ese país o región favorable a la invasión, ya sea cultural o militar. Un ejemplo es el fracaso de la invasión napoleónica de España, por enfrentarse a una población que tenía muy arraigado su sentimiento de identidad. Es una situación muy semejante a la conquista y pérdida de Milán de la que nos habla Maquiavelo, cuando el rey Luis XII de Francia desperdició una situación muy favorable al no intentar ganarse la confianza de los milaneses.

El afecto del pueblo es el arma más poderosa

«El príncipe necesita ganarse la voluntad del pueblo si quiere contar con algún recurso en la adversidad».

(CAPÍTULO IX)

Por muy poderoso que sea o que se crea un príncipe, todo esfuerzo por hacerse con el afecto y el respeto del pueblo siempre será poco. Estando en comunidad, cualquier escollo puede ser salvado. Con la oposición popular, poco o nada será alcanzado con éxito o sin grandes esfuerzos, y siempre se vivirá con el temor de sufrir una sublevación.

Por eso es tan importante saber ganarse al pueblo. A fin de cuentas, las personas sentimos el mayor respeto hacia aquellos que nos respetan y nos hacen sentir importantes. Como decía Gracián: «La cortesía es el mayor hechizo político de los grandes personajes».

La generosidad crea vínculos

«Está en la naturaleza de los hombres el sentirse obligados tanto por los beneficios que otorgan como por los que reciben».

(CAPÍTULO X)

Según la psicología social, las personas se sienten obligadas a devolver, de alguna forma, lo que antes se les ha dado. La neurociencia nos habla de la ley de la reciprocidad como parte de las dinámicas entre equipos. Se podría sintetizar del siguiente modo: la manera más rápida de lograr el éxito consiste en apoyar a otros a conseguirlo. Es la mentalidad colaborativa, la magia de la generosidad. Nos sentimos obligados a hacer algo por las personas que nos han ayudado: el subconsciente nos influye.

Cuando alguien está en deuda con una institución es más fácil que le sea fiel. Seguir a una figura abstracta, que cada uno imagina a su manera, es más fácil que personalizarla, ya que al humanizar la institución también se le atribuyen inconscientemente costumbres y vicios humanos.

Cuando México tuvo la desgracia de sufrir un terremoto en 1985, uno de los primeros países en reaccionar fue Etiopía, algo que sorprendió a la comunidad internacional, pero que se explicaba (al menos en parte) porque en 1935 el país africano había recibido ayuda de México cuando fue invadido por Italia, en plena época expansionista europea en África. Otro ejemplo es el de Irán, que no dudó en apoyar a Siria en su reciente conflicto interno, pues no había olvidado que, durante la guerra que mantuvo con Irak en los años 80, este país siempre se mantuvo a su lado.

Maquiavelo, como se ve, intuía en la naturaleza humana ese impulso que nos lleva a actuar desde nuestro inconsciente, la reciprocidad, que ayuda a consolidar las relaciones entre personas e incluso entre Estados.

Evitar el menosprecio y ganarse el respeto

«El príncipe debe protegerse con cuidado de todo aquello que pudiera hacer que lo aborrezcan o lo menosprecien».

(CAPÍTULO XIX)

Entre las cualidades que se deben tener en cuenta para consolidar al príncipe, Maquiavelo destaca la importancia de evitar el desprecio y el odio. No opinaba lo mismo Napoleón, quien, además de no temer el desprecio, estaba convencido de que por sus actos acabaría siendo admirado.

En todo caso, tan importante es no realizar actos que generen un odio innecesario como mantener la suficiente dignidad pública que evite ser despreciado. Para lograrlo es esencial comenzar por respetarse a uno mismo y al puesto que se representa. El siguiente paso es hacerse respetar, y siempre será mejor por el convencimiento, por el ascendiente que da el conocimiento y por la maestría en el desempeño del cargo, antes que por la imposición forzada.

No confundas el aprecio con la adulación

«Los hombres tienen tanto amor propio y tan buena opinión de sí mismos, que es muy difícil protegerse del contagio de los aduladores».

(CAPÍTULO XXIII)

Dale Carnegie diferencia entre el aprecio y la adulación. El primero es sincero y la segunda no lo es. El aprecio procede del corazón y la adulación, de la boca. El líder busca el aprecio, por su acción, por sus decisiones, por su ejemplo. Ni siquiera los grandes líderes pretenden complacer a todo el mundo.

Memento Mori, decían los romanos a los generales y emperadores cuando entraban en la Via Apia tras una campaña triunfante: «Recuerda que eres mortal». El regocijo y la soberbia por lo logrado hacen que seamos vulnerables ante la borrachera del éxito. Todos escondemos algún interés cuando hablamos con el príncipe, y este debe tener capacidad de discernir quién dice qué y por qué. Ahora se les llama consejeros o asesores. No dicen lo que deben, sino lo que les asegura su puesto o agrada a los oídos del príncipe. Si el líder no controla este aspecto, la vanidad le hará caer en desgracia en breve porque no podrá actuar sin alabanzas y buscará el premio haciendo caso a los aduladores, que se convierten así en un gobierno en la sombra.

Otro aspecto para no engañarse y que se fomenta en la actualidad es el sentido crítico, que implica una actitud firme y ser difícil de complacer, en el sentido de desarrollar la tarea. Lo que es cierto es que a todo el mundo le gusta ser halagado, incluso a los que dicen lo contrario, pues bastaría con lisonjearles alabando su falta de necesidad de ser elogiados para que se dejaran seducir por el agasajo verbal. Mazarino no dudaba: «Si el elogio es exageradamente halagador, ten por seguro que estás tratando con un hipócrita».

En todo caso, es más fácil de lo que parece caer en la trampa de la adulación, sobre todo si el que la lleva a cabo lo hace de modo sibilino, con gran astucia. De lo que no cabe duda es de que hay que saber identificar a los aduladores, para no caer en la tentación de pensar que sus palabras son ciertas y que todo lo que realizamos lo hacemos bien. Solamente las personas que nos critiquen con sinceridad nos permitirán perfeccionarnos, algo que todos necesitamos, cada uno de los días del año.

Ya Plutarco nos avisaba: «La adulación no acompaña a las personas pobres, anónimas y débiles, sino que es traspié e infortunio de grandes casas y grandes asuntos». También alertaba sobre el daño que provocan los aduladores, pues «los que alaban con mentira y sin merecerlo a un hombre lo hacen soberbio y lo destruyen». Por eso también nos decía que «los afortunados necesitan de amigos que les hablen con franqueza y reduzcan el orgullo de su mente». Después de todo, es bien sabido que si consigues que una persona se crea el centro del mundo, el ser más importante del universo, alguien excepcional, estará en tus manos.

Hablando de adular, otra gran certeza es que, si siempre adulas a todos, nunca te adularás a ti mismo.

Coge buena fama y échate a dormir

«Temerá menos al enemigo exterior, que no acudirá por su propia voluntad a atacar a un príncipe al que sus vasallos respetan».

(CAPÍTULO XIX)

Como suele decirse: «Coge buena fama y échate a dormir; coge mala fama y échate a pedir». Muchos estudios sociológicos demuestran que tener buena fama, ser estimado y apreciado hace que, incluso cuando se cometen atropellos y desmanes, estos sean vistos con buenos ojos, o al menos que no sean tan criticados.

La importancia del prestigio o estima ayuda a blindarse ante ataques, si bien queda por definir en qué basa la persona su prestigio o poder. Todo lo contrario le sucede al que es precedido por la mala fama, pues ninguna falta, por leve que sea, le será perdonada. De lo que no cabe duda es de que la buena fama ayuda a triunfar en las decisiones que se adoptan.

Como forma de adquirir prestigio ante el pueblo o las tropas, Mazarino recomendaba: «Pase lo que pase, oculta tu cólera: un solo acceso de violencia perjudica más a tu reputación de lo que puedan beneficiarla todas tus virtudes».

También la frase «más vale un gramo de apariencia que un kilo de sabiduría» es aplicable en este caso. Se valora el «efecto halo», aquel que rodea a la gente que, por el motivo que sea, está encumbrada o que goza de reputación, incluso aunque haya adquirido ese prestigio de manera fugaz y merced a modas pasajeras. A esas personas se les permite casi todo y sus palabras ejercen de «talismán», como si tuvieran la capacidad de conjurar la verdad y la certeza con su verbo. Esta capacidad solo esconde un problema. En el momento en que pierde o queda debilitada su fuerza política, económica o ejecutiva (como la militar), o bien salte un «error» en un momento preciso en el que la población es sensible a esa circunstancia, entonces, en cascada, todo el mundo, la masa, hablará como uno solo contra él. Y los mismos que «toleraron» en el pasado ciertas acciones, ahora, refugiándose y animándose en el número, serán los primeros en denunciar sus actos como punibles, y no cejarán en pedir la cabeza del antes idolatrado.

Hacer el bien no siempre compensa

«Quien quiera ser bueno con quienes no lo son tarde o temprano sin duda perecerá».

(CAPÍTULO XV)

La idea es que hacer el bien de forma constante no siempre compensa. Aunque haya que tender a ello, debe recordarse que a veces la bondad no es bien entendida. Ejercida en ciertos ámbitos puede ser considerada como signo de debilidad; y siempre habrá quien, movido por valores muy diferentes a los nuestros, trate de aprovecharse de ello.

El príncipe es caritativo no porque sea débil, sino precisamente porque puede serlo o no serlo a voluntad.

Respetarse a sí mismo y respetar a los demás

«El príncipe debe cuidar no ofender de manera grave a los que están cerca de él».

(CAPÍTULO XIX)

El respeto considerado como un valor. Eso es lo que nos permite aceptar, entender y valorar al prójimo, reconociendo los derechos de los individuos y de la sociedad.

El respeto ha sido entendido como valor porque es un facilitador de la convivencia en el seno de las sociedades. El problema es que a veces no son muy claras las interpretaciones de lo que es una falta de respeto. Aquí entraríamos en los aspectos culturales, al menos en las sociedades que promueven los derechos y las diferencias individuales y que se alejan de las más homogéneas del pasado.

A medida que la sociedad se abre, desaparecen esas faltas de respeto tan rígidas. Todo se difumina más y depende del criterio de cada uno: somos más libres y la subjetividad cuenta mucho, y no es tan fácil determinar qué es no respetar a los otros.

En todo caso, volvemos a uno de los principios fundamentales de la convivencia en sociedad: respetarse a sí mismo, respetar a los demás y exigir ser respetado. En este sentido, Baltasar Gracián recomendaba: «Nunca perderse el respeto a sí mismo».

Todo esto se magnifica cuando se trata de no ofender, de respetar a las personas que nos son más próximas, con las que tenemos un trato más cercano, casi íntimo, como pueden ser nuestros colaboradores más próximos o el personal a nuestro servicio directo. Nada es más grato que estar rodeado de personas que están a gusto con nuestra presencia, a las que sabemos valorar y a quienes damos un trato digno y humano. Eso no implica fraternizar en exceso ni tomarse confianzas indebidas. Aunque cada uno ocupe su puesto, hay que tratar a todo el mundo como si al día siguiente los papeles se fueran a invertir.

De lo que no hay duda es de que, cuando das la espalda, debes estar seguro de a quién tienes detrás. La cólera y la injusticia, como la debilidad, no deben ser percibidos por los que te rodean. También es recomendable ser magnánimo y apoyar en privado las decisiones de los que te sirven, compensándolos por los agravios involuntarios que se les haga en público, para no mostrar favoritismos. Las tres líneas que no hay que sobrepasar son siempre las mismas: el honor, la hacienda y el linaje. O dicho en lenguaje actual, el poder ejecutivo, la capacidad financiera y los intereses creados.

También se dice que hay que felicitar en público y reprender en privado, sobre todo lo último para evitar el odio del subordinado amonestado delante de los demás.

5

—–

ABUSO,
AVARICIA Y
GENEROSIDAD

Un líder generoso puede ganarse la admiración de sus súbditos, pero solo temporalmente, pues al final estará gastando el dinero ajeno. Por este motivo, Maquiavelo cree que es mejor tener fama de tacaño que de dadivoso o corrupto. También debe evitar los abusos y las humillaciones innecesarias sobre sus ciudadanos.


El poder del dinero

«El demasiado liberal no lo será largo tiempo: se quedará pobre y será despreciado».

(CAPÍTULO XVI)

Maquiavelo asocia en varias ocasiones el aspecto económico (la riqueza) con el prestigio (la estima). Si bien en el siglo XXI esta valoración no ha perdido vigencia, ni mucho menos, se ha complementado con otras características que los seguidores buscan en un líder, como el ejemplo, el conocimiento, la actitud y la honradez.

En la actualidad se aprecia la ética del dirigente por encima de aspectos materiales como lo económico. De lo contrario, los seguidores no le harán líder.

No obstante, como dice el poema de Quevedo, «poderoso caballero es don dinero», por lo que una persona que haya sido muy adinerada, una vez perdida la fortuna, lo más seguro es que descubra que la inmensa mayoría de los que consideraba como amigos se esfuman, y no logre mantener el respeto y la pleitesía que se le rendía en ciertos ambientes. Como apunta Baltasar Gracián: «Confiar los amigos de hoy como enemigos de mañana, y los peores».

Solo cuando la fortuna y la suerte acompañan al gobernante se genera ese halo de magnetismo que hace que todos lo adulen y acompañen. Pero si cae en desgracia o pierde el poder o, peor aún, si se le ve indeciso en la toma de decisiones, entonces el vulgo le abandonará, porque no hay nada más etéreo y fútil que la alabanza y la estima interesada. El príncipe debe advertir quién le apoyará durante toda su carrera, para no solo saber quién estará con él en las horas bajas, sino quién le estima solo por su poder. Así conocerá en las horas de gloria quién es de confianza y quién no.

Eso sí, a la hora de hacer la guerra, el dinero es la clave. Como decía Napoleón: «La guerra se hace con tres cosas: dinero, dinero y dinero».

Disparar con pólvora ajena

«Un príncipe que desea que su liberalidad sea elogiada no repara en ninguna clase de gastos, y para mantener esa reputación, después suele verse obligado a cargar de impuestos a sus vasallos y a echar mano de todos los recursos fiscales».

(CAPÍTULO XVI)

Al dar estos consejos económicos, aunque Maquiavelo muestra un relativismo moral, también mantiene la idea del poder como única referencia, así como la necesidad de evitar generar odio. En la época actual, el liderazgo basado en principios se consolida más; un liderazgo ético, aumentado por los efectos de la «transparencia» y con un pueblo que cada vez demanda más información sobre los puestos públicos.

Por triste que parezca, este principio de gastar lo de los demás parecen haberlo entendido muy bien algunos de los dirigentes políticos actuales, pues no dudan ni un segundo a la hora de dilapidar los fondos públicos conseguidos gracias a los impuestos pagados por el pueblo. Como suele decirse: ¡qué fácil es disparar con pólvora del rey! Además, saben que prácticamente nunca se les va a pedir responsabilidades, y mucho menos que tengan que responder con su propio patrimonio a los desmanes económicos cometidos.

De este modo, se realizan todo tipo de gastos superfluos e innecesarios, y en no pocas ocasiones tan solo motivados por la filiación ideológica del líder, pero alejados de las necesidades reales de los administrados. Lo curioso es que, como dice Maquiavelo, los mayores desmanes siempre encuentran quien los defienda, incluso con vehemencia. Así, es fácil mostrarse generoso cuando se trata de gastos cuyo coste no sale del bolsillo propio. Algunos políticos lo han aprendido demasiado bien.

Más vale pasar por avaricioso que por inútil

«No debe inquietarse porque se le tenga por avaricioso, puesto que, en este erróneamente llamado vicio, se sostienen la estabilidad y la prosperidad de su gobierno».

(CAPÍTULO XVI)

El buen gobernante es aquel que sabe preservar la riqueza de su reino y también cómo acrecentarla. En la mentalidad de la época de Maquiavelo, los créditos y las empresas en las que se embarcaban los reinos se hacían en virtud de lo acumulado, no de lo arriesgado. Su consejo es que el príncipe no debe preocuparse por la fama de avaro, siempre que eso sirva para acrecentar la riqueza del Estado y, por tanto, beneficiar al pueblo. Obviamente, siempre que no se lleve tan al extremo que se realicen acciones que terminen por perjudicar el prestigio del príncipe.

El concepto de la «fama» ha cambiado mucho con los efectos de la era digital. Hoy se está más preocupado por el perfil virtual, por los contactos de las redes sociales o por los likes. Pero esa fama «digital» es muy volátil y, para el liderazgo auténtico, dar ejemplo sigue siendo el factor más determinante y que más influirá en el prestigio. El entorno digital se plantea como un complemento, no como un escaparate único.

Lo cierto es que la fama digital importa mucho y llega a obsesionar, especialmente a los más jóvenes. También es cierto que si nadie habla mal de ti, es que no eres importante. La difamación injusta va con el cargo.

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860,87 ₽
Возрастное ограничение:
0+
Дата выхода на Литрес:
19 июля 2023
Объем:
274 стр. 7 иллюстраций
ISBN:
9788412473940
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Правообладатель:
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