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Las mejores cualidades del líder

«A un príncipe al que no le falta valor y habilidad, y que en vez de abatirse cuando la fortuna le es contraria sabe mantener el orden en sus Estados, tanto gracias a su firmeza como a las medidas acertadas que toma, jamás le pesará haber logrado contar con el afecto del pueblo».

(CAPÍTULO IX)

Los valores del líder son fundamentales para satisfacer las necesidades del pueblo. Junto a la preparación y los conocimientos, muchas veces la diferencia entre hacer las cosas y hacerlas mejor se encuentra en el carácter del líder, en su actitud y su ánimo.

Maquiavelo mantenía la máxima del mando único, en el que nada puede reemplazar el trabajo personal del jefe. Eso sí, con un enfoque centrado en un liderazgo adaptativo, que es capaz de todo según la situación y que no rechaza emplear ninguna herramienta a su alcance.

En esta línea, el pensamiento maquiavélico establece algunos de los principios de las teorías del liderazgo que se basan en las características de las personas, si bien no tiene en cuenta la base moral o la ética cultural, que también forman parte de la naturaleza humana.

El liderazgo del príncipe debe ser reforzado por un conjunto de virtudes que le presenten a los ojos del pueblo como un dechado de cualidades y capacidades, que debe poseer de forma casi innata para ganarse la fidelidad de la ciudadanía. En este punto podemos plantearnos si el príncipe aprende a serlo o, por el contrario, si nace con unas cualidades que la buena tutela y la enseñanza conforman y que lo convierten en un auténtico líder y padre para su pueblo. El culto al personalismo es una estrategia que encontramos a lo largo de la historia, con esos gobernantes autocráticos que poseen cualidades casi divinas. Por eso, a su muerte siempre se produce un conflicto sucesorio, o al menos una crisis dentro del aparato del Estado. Dotar al príncipe de valores y capacidades sobrehumanas puede funcionar al principio, pero en poco tiempo la exageración hará merma en el liderazgo, en especial fuera de su territorio. Para mantener el liderazgo y su imagen, las reacciones contra los disidentes se convertirán en más agresivas y violentas, y se ejercerá mayor control sobre los que se queden. Ocurrió así en el culto a los líderes con base religiosa, con los libertadores de la patria o con los creadores de sistemas autocráticos, tan comunes en Asia y Oriente Medio. Europa tampoco se vio libre de esta visión en las décadas de 1920 y 1930.

Parece que la máxima de Maquiavelo no se cumple en algunas democracias occidentales, en las que da la impresión de que los que llegan a las más altas responsabilidades políticas no reúnen varias de las características citadas. Quizá sea este uno de los motivos por los que la ciudadanía desconfía tanto de sus líderes. Los políticos en algunas democracias han entrado en una fase de desprestigio, exceptuando a los que viven bien a su sombra, por supuesto. Esto no es en absoluto positivo para la fortaleza que debería tener el Estado, ni para solucionar los graves problemas a los que debe hacer frente un país moderno.

Hoy en día, para ser un buen dirigente, se deberían exigir al menos las siguientes cualidades: honradez (ética), transparencia (estética) y vocación de servicio (épica).

Las cuatro «ces» del líder

«Los que gobiernan deben parecer grandes en todos sus actos y evitar mostrar cualquier indicio de debilidad o de incertidumbre en sus decisiones».

(CAPÍTULO XXI)

El máximo don de un príncipe es el de ser un buen trilero. Vender cualquier acto con una retórica y una adjetivación que lo conviertan en superlativo. La mesura es signo de debilidad para el pueblo. Y el príncipe gobierna con el favor del pueblo o no gobierna.

En todo caso, para el líder es esencial conseguir una imagen de cierta excepcionalidad, hacer creer que pocos o ninguno tienen las capacidades para ocupar su puesto.

Mazarino aconsejaba: «Cada vez que aparezcas en público… intenta comportarte de manera irreprochable: una sola metedura de pata es suficiente para manchar una reputación y el daño es a menudo irreversible». No es menos cierto el dicho: «Cuando lo hago bien, nadie se acuerda; cuando lo hago mal, nadie lo olvida». Y mucho menos hoy día, con la huella digital indeleble que dejamos con casi todas nuestras acciones. Ya decía Baltasar Gracián: «Nunca defenderse con la pluma, que deja rastro».

Llevándolo al contexto actual, podríamos decir que se trata de factores que ayudan a consolidar al líder. El prestigio se construye con muestras de ingenio. Pedagogos expertos indican que las escuelas deberían dedicarse a enseñar las cuatro «ces»: pensamiento crítico, comunicación, colaboración y creatividad. La creatividad está asociada al ingenio, un aspecto que se está impulsando en la formación de los nuevos líderes y que se considera vital para el siglo XXI. Es más, sigue siendo de los pocos factores que nos diferencian (y diferenciarán) de la creciente inteligencia artificial.

El ejemplo es (casi) lo único que enseña

«Cómo deben emplearse los ejércitos mercenarios, por un príncipe o por una república: en el primer caso, el príncipe debe ponerse al mando del ejército».

(CAPÍTULO XII)

A pesar de su visión negativa de la naturaleza humana, para Maquiavelo es de primera importancia que el príncipe acuda «en persona» al combate. Se señala de este modo la relevancia de la presencia física para ejercer el liderazgo. Sin duda, el ejemplo personal es la mejor de las motivaciones.

Ya lo decían los romanos: exemplum docet («el ejemplo enseña»). El líder tiene que ser visto en todos los escenarios, con sus seguidores, con su gente, y todo lo que hace, y cómo lo hace, tiene que servir de ejemplo. Como el profesor Dale Carnegie solía decir: «El ejemplo es casi lo único que enseña».

La presencia en primera línea del campo de batalla persigue el contacto directo entre el líder y los seguidores y así generar la confianza imprescindible para una buena moral de combate. No debe olvidarse que liderar no es otra cosa que influir basándose en el factor humano.

Jenofonte lo decía con toda claridad: «Durante las acciones guerreras debe ser manifiesto que el jefe supera a los soldados en aguantar el sol en verano, el frío en invierno y las fatigas en el transcurso de las dificultades». El príncipe debe encabezar sus ejércitos, debe dar ejemplo y ser ejemplar, debe sufrir con su gente. Solo así su tropa reunirá el valor necesario para redoblar sus esfuerzos y mantener a salvo sus intereses. El ejemplo en el ejercicio de la milicia hace creer a todo soldado que su mando está siempre con él, que padece lo que él y come el mismo rancho. Y si él muere, es porque su príncipe está en situación de hacerlo también.

Clarence Francis nos recuerda una gran verdad: «Podemos comprar el tiempo de las personas; podemos comprar su presencia física en un determinado lugar, podemos incluso comprar sus movimientos musculares por hora… Sin embargo, no podemos comprar el entusiasmo, no podemos comprar la lealtad, no podemos comprar la devoción de sus corazones. ¡Esto debemos ganárnoslo!».

El liderazgo requiere acción, no se gana a distancia o desde la oficina. Ni siquiera en estos tiempos de teletrabajo, que, por otra parte, también necesitan de un «teleliderazgo» especial, en forma de presencia virtual constante.

«Fernando II de España […] se ha convertido en el primer rey de la cristiandad por su reputación y gloria. Si se examinan sus actos, se descubrirá en ellos una altura de carácter tan elevada que algunos parecen incluso desmesurados».

(CAPÍTULO XXI)

Ejemplo y prestigio siempre están asociados en el largo camino de la consolidación del líder. Maquiavelo nos recuerda de nuevo la importancia de dar ejemplo para conseguir ser un buen príncipe. El ejemplo evita tener que dar lecciones ni recordarlas. Es la mejor enseñanza que se puede transmitir y la que con más facilidad se asimila. No precisa de ninguna imposición. Cierto es que no todos los que ven buenos ejemplos los siguen; hay quien, precisamente por haberlos visto, hace justo lo contrario. Pero no suele ser lo habitual. Al final, todos, incluso de forma inconsciente, tendemos a replicar los ejemplos que hemos visto y vivido, sea en el seno familiar, en la escuela o en el ámbito laboral.

Un buen líder es un buen lector

«El príncipe debe leer la historia y poner atención especial en las hazañas de los grandes capitanes, y examinar las causas de sus victorias y sus derrotas. Sobre todo, conviene imitar algún modelo de la antigüedad y seguir sus huellas».

(CAPÍTULO XIV)

Entre las obligaciones del líder, Maquiavelo da mucha importancia a que debe formarse leyendo historia. Estudiar las batallas pasadas aporta múltiples lecciones: desde los escenarios en los que tuvieron lugar, que suelen ser recurrentes, hasta las estrategias, las tácticas y los medios empleados. También nos ofrecen enseñanzas acerca del miedo y el valor, el liderazgo, la obediencia, la disciplina y todos los elementos abstractos que aparecen en esta guía para líderes que nos propone el autor florentino.

Maquiavelo fue original al promover el conocimiento de la política, buscando principios y reglas a modo de guía, que pudieran facilitar la acción del príncipe o líder. Pero una de las claves para entenderlo bien consiste en examinar sus propias fuentes de aprendizaje, entre las que destaca la historia y la observación de los acontecimientos de su presente, de donde extrae sus conclusiones acerca de lo que funciona y lo que no, y que le permite aprender cuáles son los rasgos del líder al mismo tiempo que profundiza en el conocimiento de la naturaleza humana.

También para Mazarino era fundamental leer historia para cualquier líder: «Hallarás en los libros de historia precedentes que te servirán de inspiración». Conocer la historia y extraer lecciones de ella, del ejemplo de los lideres anteriores y las circunstancias que los forjaron, siempre es útil. Aunque cambien los escenarios y las armas, el alma y el comportamiento del ser humano no ha variado tanto: se sigue moviendo por la tríada compuesta por el poder, el reconocimiento y el temor. Quien los sepa usar será un gobernante capaz de manejar durante mucho tiempo una república. En nuestros días, si bien se enmascaran los actores, las formas de control y de reputación siguen siendo las mismas. Hoy también sabemos que conocer la historia y aprender de ella es absolutamente necesario. Por eso, es esencial ensalzar el valor de las humanidades en la formación general, ya que aumenta las posibilidades de entender el entorno. Ya no estamos en la era de la información, sino en la era del conocimiento, pero tenemos que progresar hacia la era del pensamiento.

Muchos clásicos, como Pericles, Tucídides, Julio César o Napoleón, son ejemplo de líderes que promovían las enseñanzas y aprendizajes que nos ofrece la historia. El conocido autor y conferenciante Zig Ziglar decía: «No todos los lectores son líderes, pero todos los líderes sí son lectores».

En el nuevo liderazgo, tenemos que ser conscientes de que nuestra historia nace en el pasado y que, para conocer nuestro presente, tenemos que remitirnos al pasado, pero sin cerrar nunca la puerta al futuro.

Como decía el príncipe Von Bülow: «La veneración a su pasado histórico… es el criterio más seguro de los pueblos fuertes y grandes».

Dime con quién andas y sabré si eres un buen líder

«La reputación de un príncipe depende muchas veces de las personas que lo rodean».

(CAPÍTULO XXII)

Maquiavelo también se preocupa por la importancia del capital humano que rodea al líder. Saber hacer equipo se ha revalorizado hoy en día, aunque la manera de constituirlo y organizarlo ha cambiado. Muchas experiencias han determinado la nueva gestión de equipo, en la que se cuidan aspectos que facilitan la motivación y la cohesión.

De lo que no cabe duda es de que el líder inteligente sabe rodearse de personas valiosas, incluso más capaces que él en ciertos temas. A él le corresponde canalizar los conocimientos y la valía de cada uno de sus colaboradores para, aprovechando la sinergia, conseguir un resultado mucho mejor, más eficaz y resolutivo. Solo los timoratos, los acomplejados, los que dudan de su propia valía, buscan rodearse de personas con capacidades inferiores a las suyas, por aquello de que no vayan a quitarles el poco brillo que tienen. Por todo ello, basta observar quién rodea a un príncipe para hacerse una idea bastante acertada de su capacidad intelectual, de su inteligencia.

Mostrar inteligencia influye en la capacidad de ejercer el poder. También es necesario saber la verdad para poder decidir con eficacia. La ilusión del conocimiento muchas veces provoca que un líder se desvíe de la realidad, aspecto que puede verse agravado en el mundo cada vez más complejo que nos toca vivir. Esa combinación de lo que uno sabe y del papel o relevancia de los asesores puede hacer que uno no sea consciente de su ignorancia, por ver, o por querer ver, tan solo lo que ese grupo de amigos con ideas alineadas le transmite, y por beber de fuentes informativas que no hacen más que confirmar sus creencias.

Dependiendo de quién te rodea y te aconseja, así serán tus decisiones y así se podrán predecir. Rodearse de consejeros adecuados es casi tarea de magia, un puro milagro. Todos serán, o querrán ser, validos, pero solo lo serán en ocasiones puntuales o según su nivel de experiencia. Pero no todos podrán tener razón siempre.

La habilidad para elegir equipo

«Un príncipe prudente más bien preferirá exponerse a ser vencido con sus propias tropas antes que a vencer con las extranjeras: además, no es una verdadera victoria la que se consigue con ayuda ajena».

(CAPÍTULO XIII)

Cuando Maquiavelo habla de los ejércitos, distingue entre auxiliares, mixtos y propios, en relación con el origen de las tropas. Respecto de las tropas auxiliares, consideradas de segunda clase, aunque pueden ser útiles, estima que son perjudiciales a la larga, e incluso más peligrosas que las tropas mercenarias.

El factor equipo es considerado un aspecto fundamental del líder eficaz. Forma parte del liderazgo ético, que consiste en buscar objetivos (la victoria) con tu propio equipo (los soldados). Es lo que se necesita para un liderazgo efectivo: alinear el líder con los seguidores en un marco o situación determinados.

Un equipo bien integrado es propio de los llamados «equipos de alto rendimiento», que cumplen con los objetivos de la organización mediante el compromiso, sin que su permanente disponibilidad suponga un aumento en los costes de producción. Equipos en los que la confianza sirve de lubricante entre todos los factores del liderazgo y que, al mismo tiempo, facilita la comunicación y la iniciativa.

En los entornos actuales, en constante cambio y, en los que se requiere un perfil de líder con mucha iniciativa interesa que se sepa trabajar en equipo, y para ello la cohesión es una condición previa imprescindible. Que el líder pueda considerar las tropas como «suyas» es signo de preparación, origen y sentido de pertenencia comunes, lo que facilita muchos aspectos del liderazgo y aumenta la eficacia del conjunto.

Como ejemplo de esa necesaria cohesión interna, en los equipos de los «Navy Seals» estadounidenses (considerados de alto rendimiento) se selecciona a los integrantes por cómo pueden encajar en el equipo, incluso por encima de sus aptitudes individuales. Sin la menor duda, las personas que hacen equipo generan confianza.

La confianza es el lubricante del liderazgo

«El primer signo de la decadencia del Imperio Romano […] fue tomar a sueldo a los godos, lo que debilitó al ejército romano y dio ventaja a los godos».



«No hay poder tan débil como el que no se apoya en sí mismo; es decir, el que no se defiende gracias a sus propios ciudadanos».

(CAPÍTULO XIII)

En El príncipe, Maquiavelo insiste una y otra vez en la necesidad de un ejército basado en personas afines, de formar un equipo con una cultura que genere cohesión y haga fuertes a sus miembros. La historia nos demuestra que es un error grave ceder el poder a los que están en la frontera o delegar la responsabilidad de defender esas fronteras a quienes no son súbditos. Todo imperio cae siempre debido a la corrupción de las instituciones propias, la debilidad de los valores institucionales, la arbitrariedad del príncipe en sus actos o el error de delegar en exceso la fuerza defensiva en quienes tienen otros intereses. Lo propio siempre será más valioso que lo ajeno.

Hoy se insiste mucho en la importancia del compromiso, palabra de moda en el nuevo liderazgo y que forma parte de los valores de los nuevos líderes. Generar compromiso trae consigo implicación y entusiasmo, y para lograrlo son esenciales las capacidades emocionales. La conexión entre el líder y sus seguidores es algo más que una simple comunicación. Un equipo conectado se considera un equipo que suma.

A partir de estos nuevos valores, la confianza se considera el lubricante que permitirá el movimiento de todos los factores del liderazgo. La confianza es fundamental para la efectividad y la salud de un equipo, puesto que facilita la comunicación sincera y favorece la posibilidad de retroalimentación, incluso estimulando la crítica, con el objetivo de aprender y mejorar. Es esa confianza lo que permitirá a todos los individuos informar de los males, problemas y las posibles mejoras, evitando contar tan solo lo que se quiere oír o lo que al líder le complace más, aspecto que tanto ha marcado tradicionalmente a las organizaciones jerárquicas.

3

—–

CONQUISTAR
EL PODER Y
MANTENERLO

Aunque un príncipe o un líder puede llegar a conquistar el poder o la preeminencia por un golpe de suerte o una coincidencia de circunstancias favorables, su verdadera valía se demostrará si, además, es capaz de conservarlo.

Las eternas ansias de conquista

«Es natural y frecuente el deseo de conquistar, y los hombres son más alabados que reprendidos cuando lo logran, pero cuando no son capaces de hacerlo y lo intentan a cualquier precio, son dignos de vituperio».

(CAPÍTULO III)

La ambición es parte sustancial de la naturaleza humana. Ya se trate de conseguir más territorios, súbditos o recursos, empleando medios militares tradicionales o mediante fórmulas modernas y sofisticadas, el conquistador considera sus deseos como algo natural e inevitable, sin preocuparse por encontrar una posible justificación ética. Para algunos, por muy alto que se llegue, siempre existe el ansia de elevarse aún más.

Si pensamos en los instintos más primitivos, que están arraigados en lo más profundo de nuestro inconsciente, puesto que están vinculados a los instintos reptilianos de supervivencia, la conquista, en tanto que logro, es una manera de satisfacerlos. Según muchos autores, no se puede renunciar a ese instinto, ya que es inherente a la especie y a la genética humana.

En el siglo XXI, el concepto de conquista se ha ampliado, al mismo tiempo que los ámbitos de las posibles operaciones. Hemos pasado de los clásicos «tierra, mar y aire», que han definido los conflictos globales más recientes, a los nuevos dominios del ciberespacio y el ámbito cognitivo. Y cada vez más tenemos que incluir el espacio exterior, con la renovada y acelerada carrera espacial. El «multidominio» es hoy la moda. Entender las conquistas solo en el ámbito territorial, físico, con medios militares clásicos, ya no resulta suficiente.

Si en el siglo XVI la mejor manera de asegurar el dominio era a través de la destrucción, hoy se considera que se puede lograr gracias a los efectos producidos por la tecnología. Surgen otras maneras de dominar o influir sobre territorios y poblaciones; incluso se habla de efectos quinéticos y no quinéticos, más allá de los clásicos cinéticos: atacar las percepciones del enemigo, la guerra psicológica, las operaciones de influencia… Conceptos de este siglo XXI que, en algunos casos, renuevan viejas ideas y, en otros, son absolutamente novedosos porque aprovechan los avances científicos y el conocimiento de la mente humana para alcanzar objetivos militares y de conquista, pero por otros medios.

Ha crecido, en definitiva, el espectro de la geopolítica actual, entendida como verdadero geopoder, como la pugna por el dominio planetario. Las maneras de saciar esos deseos de poder universal también se han multiplicado, debido tanto a la asimetría de poderes como a los medios tecnológicos. El espacio exterior representa un nuevo concepto de conquista que se basa en la tecnología, aunque de momento sigue estando al alcance de muy pocos, entre los que podemos incluir, además de países, a un puñado de multimillonarios.

Es precisamente ahora cuando debemos entender que la conquista también la pueden lograr los considerados como débiles, es decir, el conocido como «poder blando», ejercido y basado más en criterios psicológicos que de eficacia.

860,87 ₽
Возрастное ограничение:
0+
Дата выхода на Литрес:
19 июля 2023
Объем:
274 стр. 7 иллюстраций
ISBN:
9788412473940
Переводчик:
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

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