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CAPÍTULO 2 CONSTRUCCIÓN DE LA CIUDAD BAJO LA ÓPTICA DE LA EXPERTICIA

Una de las tareas fundamentales del Estado es la de estriar el espacio sobre el que reina, o utilizar espacios lisos como un medio de comunicación al servicio de un espacio estriado. Para cualquier Estado no sólo es vital vencer el nomadismo, sino también controlar las migraciones, y, más generalmente, reivindicar una zona de derechos sobre todo un “exterior”, sobre el conjunto de flujos que atraviesan la ecúmene.

DELEUZE Y GUATTARI (2000, 389)

En el año 1880, desde el periódico El Atratense se señala que en Quibdó existe una “privilegiada minoría” que es “la única que tiene el poder”, aquella que puede

distribuir los empleos, los honores y las recompensas, la que impone las contribuciones y ordena su distribución y consumo, ella es la que tiene riquezas, capitales, almacenes y sabe sacar provecho de ellos, en una palabra la raza blanca es la que representa frente a la nación el progreso, ilustración y comercio del municipio. (1880 n.° 2, 2. Las cursivas no pertenecen al original)

Si bien en la región chocoana —como se ha evidenciado en apartes anteriores— se emprende el proyecto progresista para la región, Quibdó como su principal centro poblado encarna la puesta en marcha de dicha empresa. En este sentido, y en correspondencia con la afirmación del artículo de El Atratense, la conformación de Quibdó como urbe para finales del siglo XIX y durante las primeras décadas del XX se sustenta y enmarca en una serie de dispositivos de poder ejercidos por parte de unos grupos poblacionales sobre otros, con la particularidad de ser estos profesados por una minoría de élite sobre la mayoría de pobladores locales. Ostentación general del poder y, por ende, toma del liderazgo acerca de los intereses, las aspiraciones, las pretensiones, entre otros fines que se consideran, imaginan o alegan como “comunes” a toda la población.

Así, se asiste a la instauración de una élite dirigente —sustentada en dichas relaciones— que asume ser Estado y que, por tanto, conforma e instituye una forma de gobierno desde lo local. Liderazgo que, más allá de haber sido otorgado, fue asumido por dichos sectores de la élite —en los que se incluyen los padres misioneros— y, lejos de pretender solamente imponer y hacer valer unas normas preestablecidas, operó haciendo que dichos modelos o parámetros sean pretendidos y codiciados por la población en general. Un Estado que, de acuerdo con Castro-Gómez (2000), es entendido como:

La esfera en donde todos los intereses encontrados de la sociedad pueden llegar una “síntesis”, esto es, como el locus capaz de formular metas colectivas, válidas para todos. Para ello se requiere la aplicación estricta de “criterios racionales” que permitan al Estado canalizar los deseos, los intereses y las emociones de los ciudadanos hacia las metas definidas por él mismo. Esto significa que el Estado moderno no solamente adquiere el monopolio de la violencia, sino que usa de ella para “dirigir” racionalmente las actividades de los ciudadanos, de acuerdo a criterios establecidos científicamente de antemano. (147)

Retomando lo citado desde El Atratense, “una raza blanca que representa frente a la nación el progreso”; también se afirma que “Los blancos del Atrato y sobre todo los de Quibdó, son por regla general, robustos, inteligentes, trabajadores” (1880 n.° 2, 2). Una referencia a la raza1 en la que priman las ideas en términos de “inferioridad” y de una pretendida “superioridad”.2 Diferencias entre grupos que marcan las relaciones sociales en términos de dominación y de sometimiento, relaciones en y desde las cuales se puede rastrear lo planteado por Quijano (2000) respecto a que la “raza e identidad racial fueron establecidas como instrumentos de clasificación social básica de la población” (202); según lo explica este autor:

Históricamente, eso significó una nueva manera de legitimar las ya antiguas ideas y prácticas de relaciones de superioridad/inferioridad entre dominados y dominantes. Desde entonces ha demostrado ser el más eficaz y perdurable instrumento de dominación social universal, pues de él pasó a depender inclusive otro igualmente universal, pero más antiguo, el inter-sexual o de género: los pueblos conquistados y dominados fueron situados en una posición natural de inferioridad y, en consecuencia, también sus rasgos fenotípicos, así como sus descubrimientos mentales y culturales. (203)

En este orden de ideas, una nueva forma de gobierno local se instauró en Quibdó, desde la cual se organizaron dispositivos — como el del proyecto de disposición urbano— con los que se perseguía materializar los ideales del progreso y la modernidad a través de la puesta en marcha de una serie de prácticas sobre el territorio y sus pobladores; una posesión y manejo del poder que se hace extensible a la construcción del espacio físico y urbano. Prácticas urbanas en y desde un territorio que, aunque puede guardar semejanzas a procesos acontecidos e implementados en el ámbito nacional, se entienden en el caso específico de Quibdó desde la particularidad propia de este territorio y sus grupos humanos. Así, la construcción de la ciudad bajo la óptica de la experticia, lejos de pretender establecer y entender un universal y generar totalizaciones que caractericen un tipo de sociedad como un “todo”, pretende reflexionar en Quibdó la emergencia de diversas formas que se dan y se cruzan en la conformación de la urbe, esto es, el establecimiento de tecnologías que buscan asumir un espacio especial dentro del proceso de administración y ordenación del territorio.

Se trata entonces de reflexionar la particularidad de un gobierno local que asume ser Estado, lo que permite rastrear la conformación de grandes dispositivos e indagar, más allá de un “cambio” de gobierno, una nueva forma de este. Discursos progresistas que traspasan, transfieren y permean los diversos ámbitos de organización, conformación y producción de la urbe y las prácticas y saberes locales de sus pobladores; enunciados con los cuales se pretenden anular, contrarrestar o perfilar, y que a su vez estructuran la puesta en marcha de las empresas de orden y control, así como de índole espiritual. Toda una serie de estrategias con miras alcanzar el progreso material, moral e intelectual en y del territorio de Quibdó.

Hacia el progreso material: una empresa de orden y control

La ocupación de la tierra precede no sólo lógicamente, sino también históricamente a la ordenación que luego le seguirá. Contiene así el orden inicial del espacio, el origen de toda ordenación concreta posterior y de todo derecho ulterior.

CARL SCHMITT (2005)

Quibdó no fue siempre una ciudad mayoritariamente de pobladores negros, los negros fueron externos, es decir, más allá de una mención numérica, estos ocupaban una posición de “inferioridad” derivada de las relaciones de poder que los hacían minoría en una urbe que, para finales del siglo XIX y las primeras décadas del XX, planteaba proyectarse bajo una lógica y óptica de la experticia. Durante las últimas décadas del siglo XIX poseían el control económico, político y administrativo unos blancos, tanto inmigrantes extranjeros como sucesores de los dueños de los reales de minas.3 Los inmigrantes extranjeros —principalmente sirio-libaneses, como los Abuchar, Masun, Meluk, Muudi y Rumié—, dadas las condiciones favorables de conexión que permitían la actividad comercial de importación de productos, instalaron casas y almacenes comerciales, incentivando el arribo de otros grupos inmigrantes nacionales y extranjeros para las primeras décadas del siglo XX. Por su parte, el grupo de descendientes de los propietarios coloniales4 ostentaba formas de poder en la administración, la política, la economía y la cultural del lugar.

De este modo, Quibdó se constituye en un puerto estratégico sobre el río Atrato, de gran navegabilidad y conexión con el Caribe, así como punto de comunicación con ciudades y regiones nacionales como Cartagena, Antioquia, Valle del Cauca, principalmente. González Escobar (2003) explica que, pese a que la capital era Bogotá y el lugar de encuentro la metrópoli, “no fue extraño entonces que uno de los pueblos más ‘próximos’ a las salidas marítimas incubara una aspiración de modernidad singular”, y explica que este es un

caso único en Colombia, ya que la ubicación en plena selva y a su atraso socioeconómico atávico se le sumaba la segregación racial, una minoría blanca y/o mulata detentando un poder político-económico sobre una gran mayoría negra que iba en paulatino ascenso urbano. (114)

Es importante recordar que para entonces las representaciones en tono de atraso tocan de manera directa a los grupos locales, tanto campesinos como pobladores urbanos. Formas de segregación hacia los pobladores negros de Quibdó, quienes son descritos en los acostumbrados términos de “inferioridad” como grupos “semisalvajes”, doblegados y con costumbres contrarias que se consideran deben ser corregidas o anuladas. Como lo anota Zambrano (2010), si bien para el año de 1851 se suprime la esclavitud, esto no representa la igualdad: “Durante casi un siglo, la sociedad quibdoseña continuó siendo profundamente desigual y la jerarquización social continuó basada en valores racistas” (57). Lo anotado encuentra eco en lo expuesto en el capítulo anterior, que se ratifica con lo consignado en otro ejemplar de El Atratense de 1880:

La población africana sin ninguna aspiración, ignorante, supersticiosa y abandonada por instinto, no puede mejorar de repente esas costumbres que deshonran al país, que debilitan sus fuerzas y enervan sus facultades. Pero el día que ella adquiera hábitos de trabajos, que aspire a mejorar su suerte y a perfeccionar su inteligencia en vez de extraer el oro que debe servir exclusivamente para pagar los gastos de la fiesta y la cuota de baile, cada familia explotaría su mina. La desvencijada choza construida en la sombra del bosque será reemplazada con la cómoda habitación del hombre civilizado. (1830 n.° 1, 2)

Todas estas manifestaciones, representaciones y expresiones que evidencian prácticas segregacionistas hacia los pobladores negros, como lo expone Zambrano (2010), “va a tener expresiones urbanas que han sido definitivas para la historia de Quibdó” (57). Dichas diferenciaciones en términos de superioridad/inferioridad, establecidas por parte de los grupos de la élite, tienen repercusiones directas en la conformación urbana de principios del siglo XX, es decir, en la organización de la urbe y en la disposición de los grupos sociales respecto a la espacialidad en el territorio, los que influyen en su ordenamiento y desarrollo urbano, entre otros aspectos. Vale entonces recalcar lo argumentado por Quijano (2000) frente a que la “idea de la raza” se convierte en “el primer criterio fundamental para la distribución de la población mundial en los rangos, lugares y roles en la estructura de poder de la nueva sociedad. En otros términos, en el modo básico de clasificación social” (203).

Así es como para entonces en Quibdó la mayoría numérica de población negra se localiza en la periferia, hacia el margen de la zona central de origen —ya sea por imposición y determinación de la minoría blanca o por determinación propia—, una ubicación espacial que, a su vez, atañe a los sectores norte y sur, al igual que acontece con los indígenas, quienes se relegan al margen del río Atrato y hacia el área oriental en las zonas pantanosas. Esta es una periferia que sobrepasa la referencia física haciendo alusión a la externalidad, a la jerarquización de la sociedad y al lugar que se ocupa dentro del funcionamiento de la ciudad. Por su parte, los representantes de la élite se ubicaron en el sector central, posición urbana y geográfica privilegiada como puerto, dada su cercanía al río —que facilita su acceso— y las ventajosas condiciones físicas que para entonces se registraban; una posición que, más allá de la centralidad geográfica, representa simbólicamente la concentración del poder —en términos políticos, sociales, económicos y religiosos—, siendo este a la vez localizado y especializado físicamente en un territorio por medio del urbanismo.

Cabe señalar que la conformación del espacio urbano históricamente no obedece a patrones de la doctrina española, según lo explica Zambrano (2010): en Quibdó no hubo fundación en términos de posesión del territorio, ni desarrollo del modelo del damero español, sino que se concibió como centro misional que, posteriormente, toma los destinos de ciudad. De esta manera, se desarrolló a partir de referentes urbanos y religiosos preexistentes, así como a intereses estratégicos de índole comercial, en directa relación con las prácticas implementadas por las nuevas formas de poder impuestas desde la élite y bajo la óptica de la experticia. Con respecto a lo anterior, Zambrano (2010) explica:

De lo que sí hay seguridad es que no hubo una fundación, vale decir, la toma simbólica del territorio ocupado por parte de un conquistador, quien actuara a nombre del rey. No hubo ceremonia fundacional, no se hizo la traza urbana, ni se definió el lugar de la plaza mayor, como tampoco se repartieron lotes entre los vecinos fundadores, es decir, los misioneros franciscanos no estaban creando una ciudad. Se trató de un centro misional del que se derivó un poblado al que más tarde le asignaron funciones administrativas, delegación hecha por las autoridades españolas residentes en la ciudad de Popayán, y este caserío se encontraba en la lejana frontera minera, cuya vida urbana se desarrolló, al menos durante la colonia, en la marginalidad derivada de la economía extractiva. (48)

En este contexto, cabe aclarar que en Quibdó para comienzos del siglo XX, según lo anota González Escobar (2003), ascendió una nueva élite —también blanca—, la “que usufructuó el proceso desarrollado, sin darle continuidad” (114), una nueva forma de pensamiento que compartía los ideales nacionales de la modernidad.5 Esta nueva óptica, con renovados preceptos capitalistas imperantes en el país, emprende para la ciudad un nuevo gobierno bajo el lema “para que el Chocó progrese hay que hacer de Quibdó una ciudad populosa” (117). Así, se asiste a la institución de una élite dirigente que asume ser Estado y que establece una forma de gobierno desde lo local. Establecimientos de otras relaciones ya no enmarcadas en términos de independencia, sino ahora bajo los preceptos de la modernidad; ideales que irrumpen y transforman la antigua aldea de tiempos anteriores en una ciudad que pretendía ser moderna.

Es importante resaltar que bajo esta óptica de la experticia las relaciones entre negros y blancos mantienen las tensiones derivadas de las prácticas segregacionistas. Las prácticas de exclusión que imperan para finales del siglo XIX, evidenciadas en las representaciones en tono de atraso en la región y bajo las cuales se catalogan los grupos humanos como no aptos para emprender el proyecto progresista, o que requieren ser “corregidos” para adaptarse a los nuevos requerimientos, perviven también bajo la lógica impuesta en la erección de la ciudad que se proyecta como moderna.

De esta manera, la incorporación de los habitantes locales (sean negros, mestizos o mulatos) a ciertas dinámicas urbanas obedece principalmente a intereses creados y necesidades de tipo comercial, social y urbano. Los pobladores negros comenzaron a ser empleados según los nuevos requerimientos derivados de la actividad comercial, ocupando labores, según lo referencia Zambrano (2010), como “braceros en el puerto y otros en empleos que exigían algún nivel de alfabetización, como ayudantes en el comercio” (57). Por su parte, Peter Wade (1997, 153) afirma que para entonces no existía mucha demanda de mano de obra negra, pese a que para la tercera década del siglo XX ya se registraban algunas fábricas. Del mismo modo, señala que estos continuaron al servicio de las familias en tareas de tipo doméstico, al igual que desempeñando labores como “estibadores y cocheros, costaleros y cargadores de toda clase; también eran artesanos, mineros y agricultores” (153). Sin embargo, se estima que la emergencia de nuevos requerimientos urbanos —si bien las distintas fuentes no dan cuenta explícita de estos— debieron ser suplidos, realizados o apoyados por los grupos considerados inferiores, como los locales, incorporados como mano de obra para ciertas tareas constructivas inherentes al proceso urbano de erección de la urbe. Por otro lado, la población indígena se empleó principalmente para la navegación pluvial, en el caso que atañe a Quibdó en particular en el área del río Atrato.

En este sentido, se puede afirmar que la nueva forma de gobierno que se instaló bajo los ideales de “progreso” y desde la óptica de la experticia generó la necesidad, así como el requerimiento, tanto de mano de obra que contribuyera a los procesos inherentes del mercado como a la obra urbana. Las nuevas actividades registradas promovieron la aparición de trabajadores, de quienes se destacan los pobladores negros, pero también sectores de blancos; algunos de estos últimos, como lo argumenta Wade (1997), “no pertenecían económicamente a la élite blanca: empleados públicos menores y pequeños comerciantes” (151). También cabe anotar que además de los habitantes negros y blancos se registra igualmente la presencia de mulatos6 en Quibdó, muchos de los cuales, según lo anota Wade (1997), eran pobres, “pero una desproporcionada cantidad tenían una posición superior” (152), ya fuese por la procedencia del padre o por generar un vínculo con alguien de color blanco, unos y otros quienes también se integraron a la nueva dinámica urbana en algunos de los roles señalados.

No sobra anotar que este proceso de construcción de la ciudad bajo la óptica de la experticia no se restringió a dar cuenta de la erección de elementos u objetos físicos sobre el espacio, sino que además abarcó los procesos y relaciones sociales inherentes a estos. Así, y en directa correspondencia con las prácticas de exclusión que se dieron hacia los grupos de habitantes negros, confluyó la anteriormente referenciada técnica de gobierno enfocada a incentivar la inmigración “selectiva”, esta vez referida tanto al aumento numérico de la población como a la elección de aquellos grupos considerados como aptos para llevar a cabo los proyectos hacia el progreso, entre los cuales se distingue la erección de la urbe. Dicha iniciativa promovió el arribo de una oleada extranjera7 a la región, proceso ya descrito y desde el cual se evidencia la presencia de foráneos provenientes de las regiones costeras y otros como los trabajadores procedentes de compañías extranjeras que laboraban en torno a la minería, así como sectores de blancos del interior y de fuera del país con intenciones económicas y comerciales, entre otras. Dicha táctica, además de buscar el aumento poblacional y emprender el desarrollo económico y social, perseguía desde lo físico-espacial que dichos forasteros aportaran a la materialización del proyecto urbano; de esta manera, se muestra cómo el control poblacional forma parte de los dispositivos de poder, no solamente referido al aumento de un tipo poblacional, sino también a su distribución, localización o estratificación sobre el territorio. Así, se estimula la promoción selectiva que privilegia a la experticia, esto es, a los blancos, como los grupos considerados idóneos para emprender y lograr dicha empresa, lo que se refleja en el caso del arribo del ingeniero catalán Luis Llach, a quien para entonces se le asignan las riendas de gran parte de los trabajos urbanos, como se mostrará posteriormente. Todas estas prácticas contribuyeron a aumentar y agudizar las tensiones y relaciones sociales entre negros y blancos, así como entre estos mismos, dadas las marcadas diferencias en que se sustentan. En el sentido señalado en apartados anteriores, y como lo anota Peter Wade (1997):

A comienzos del siglo XX en Quibdó había una fuerte oposición entre negros y blancos. Existía una élite blanca muy exclusiva y discriminatoria que retenía las riendas del poder y la riqueza. La mayoría de los negros era pobre y de baja condición. […] No todos los blancos eran ricos y existía además una “élite” negra, basada principalmente en la minería, la cual había adoptado un estilo de vida similar a aquel de la élite blanca; y estos negros eran aceptados —de manera muy condicional— por los blancos como conocidos socialmente. También existía una categoría de mulatos de diversos orígenes. (145)

En este punto, es importante señalar la relevancia que tuvo la implementación de la educación en Quibdó promovida por el gobierno de la Intendencia, así como por la presencia y acción de los padres misioneros. El acceso a la educación, tanto en el ámbito local como en otras zonas del país, se constituye en una acción que puede llegar a promover la concurrencia o interacción de distintos grupos de diversas condiciones sociales;8 en el caso específico de Quibdó, esta situación se traduce o refleja, entre otros aspectos, en la inserción de ciertos grupos o habitantes negros que pudieron acceder a esta en dinámicas, ante todo, de privilegio blanco. Con el acceso a la educación formal de negros y mulatos, como lo explica Zambrano (2010), se abrieron espacios políticos y sociales para estos, lo que también representa el ingreso a “la burocracia local”, es decir, a espacios “que habían sido monopolizados por los blancos”; en síntesis, a través de la educación también se posibilitó “la formación de una nueva élite política en Quibdó” (70). En este contexto convergieron en un mismo espacio físico diferentes corrientes provenientes desde diversas ópticas, pero también, como lo expone Wade (1997, 158), una élite política en la que pervivían lógicas externas con marcados intereses, acciones e intereses que pueden ser tildados como blanqueamientos. Una óptica de la experticia que transforma hasta el punto de asumir y convertir en sus prácticas lo “otro”, formas de pensamiento y maneras de autodefinirse y posesionarse que van más allá del color de piel y de una externalidad. Así, se constituyeron nuevas formas de asumirse que obedecen a patrones y afinidades ideológicas, de comportamientos, intereses, estrategias, entre otras; pero también experticias en tanto blanqueamientos en las formas de entender y proyectar lo urbano y arquitectónico, de construir y erigir ciudad.

Tras las décadas de poder de la minoría blanca, según lo explica Zambrano (2010), la crisis económica de los años treinta condujo a su ruina y, por ende, al traslado a otras zonas del país, lo que produjo el abandono paulatino de Quibdó y el Chocó. En una ciudad que quedó en parte desalojada de sus supuestos “dueños” y guías, la población que por siglos había sido sometida a diversas formas de sumisión tuvo mayor posibilidad de adherirse a instancias sociales, económicas y políticas anteriormente negadas, pero sin que esto signifique la erradicación total de la óptica de la experticia, es decir, de las formas de pensamiento, el manejo exclusivo de las esferas de poder y las prácticas de construcción y erección de la urbe. Por el contrario, se continuaron registrando permanencias y emergencias en tono de blanqueamientos, específicamente y por lo menos en lo que atañe a la mitad del siglo XX, reflejadas en la conformación urbana y arquitectónica de la ciudad, que tienen como testigo la urbe, sus edificios y obras, así como los procesos catastrales de índole urbano que tienden a la repartición de la tierra, entre otros. Pese a lo anotado —y como se ha hecho mención—, esto no constituye ni representa la anulación de los entendimientos y construcciones locales, ni la supremacía de unas formas de entender y hacer por encima de otras, sino más bien la coexistencia y relación de distintas formas de constituir territorio que tienen cabida en y desde lo urbano. En síntesis, fue en este contexto en el cual se emprendió el proyecto urbano de Quibdó.

Un proceso de conformación urbano-arquitectónico que se realizó y desarrolló bajo relaciones particulares de poder, prácticas segregacionistas, pero también resistencias, negociaciones y la permanencia de otros entendimientos en las formas de entender y hacer que conviven y conforman territorio. En este sentido, tecnologías en tanto procesos de organización y planificación urbana con miras a disponer un territorio, es decir, su intervención física en directa correspondencia con instalar o crear las condiciones de “vida” de sus habitantes.

ORGANIZACIÓN Y PLANIFICACIÓN URBANA: DISPOSICIÓN DE UN TERRITORIO

El proyecto moderno que se emprendió a comienzos del siglo XX destaca lo urbano como uno de sus primordiales aspectos; así, la urbe se constituye como escenario donde la implementación paulatina de técnicas asociadas a lo físico-material posibilita vislumbrar actuaciones y acciones de modernización. En este sentido, y siguiendo a Sáenz Obregón, Saldarriaga y Ospina (1997), una modernización sin modernidad en el ámbito nacional, es decir, la introducción de técnicas del capitalismo sin los valores de la modernidad (libertad, autonomía, secularización, entre otros).9 Obras materiales y acciones urbanas como representaciones del deseo por alcanzar la pretendida modernidad, escenificaciones no necesariamente correspondientes con los “valores” modernos y, más bien, enmarcadas en la aspiración por el cambio, por dejar atrás aquellas “valoraciones” asociadas al atraso, el rezago, entre otros, y bajo las cuales se relaciona la “antigua aldea colonial”. Es importante desde esta lectura destacar que el deseo de avance estuvo acompañado por la necesidad de transformación del entorno circundante y, por lo tanto, de la conformación de un medio10 acorde con los nuevos preceptos que se requieren para hacerlo plausible.

Transformación y conformación de un medio que, más allá de la erección ingenua y aleatoria de formas y elementos físicos y de corresponderse con un proceso espontáneo que ocurre con el transcurrir del tiempo, se relaciona más directamente con las ideas de disponer un territorio, es decir, cimentar y erigir en el espacio, actuar e influir sobre su población. Sin embargo, cabe resaltar y enfatizar que, en el caso específico de Quibdó, el proyecto urbano-arquitectónico se convirtió en la “forma” que permitió establecer mecanismos de explotación y apropiación de un discurso que le es ajeno —pregona los ideales de creación y construcción de un medio, deseo inscrito bajo el discurso del progreso— y que, pese a las múltiples relaciones de fuerza que institucionaliza, dicho proyecto urbano-arquitectónico no llegó a impregnar de valores reales al territorio, las prácticas y las lógicas de sus pobladores locales.

De esta forma, se dispusieron en la ciudad una serie de mecanismos con el fin de imponer orden y control (disposición y comportamiento), aparatos disciplinarios sobre los cuerpos por medio de la disposición y diseño de la urbe y la ubicación y visibilización de las familias y los individuos, así como aparatos regularizadores sobre la población, con miras a generar y normalizar conductas (ahorro, reglas de higiene, etc.); así, en términos de Foucault (2000, 227), coexisten mecanismos disciplinarios y regularizadores. En síntesis, y de acuerdo con la reflexión que Castro-Gómez (2009) hace de lo expuesto por Foucault, “construir ese medio ambiente” (16), en el cual las ciudades se constituyen en

lugares donde debía producirse un “ambiente” (milieu) artificialmente creado (viviendas con condiciones higiénicas, calles pavimentadas, servicio de transporte urbano, acueducto y alcantarillado, zonas de recreación, etc.) con el fin de promover y controlar la circulación permanente. Proteger a la población de enfermedades que disminuyan la potencia de sus cuerpos, al mismo tiempo que favorecer la rápida circulación de mercancías y controlar la afluencia de “sujetos flotantes” (vagos, mendigos, delincuentes, prostitutas), son entonces las funciones que cumple la ciudad en un régimen de seguridad, condición indispensable para el asentamiento de la economía capitalista. (15)

Actuaciones urbanas en correspondencia con mecanismos de ordenación espacial, y por tanto en sintonía con la implementación de formas y espacialidades del poder con las que se persigue conformar un territorio. Estriaje del espacio que, siguiendo a Deleuze y Guattari (2000), siempre posee un logos, un espacio donde “las formas organizan una materia”, donde se ordena y hace que se sucedan distintas formas (486-7). Estriaje del espacio en Quibdó, donde el logos es totalmente ajeno al lugar, donde la razón y la gubernamentalidad son externas, siendo en esa medida un territorio ajeno de los cuerpos que han sido parte del proceso de organización y control. Espacios estriados desde la óptica de la experticia, que construyen y edifican la urbe tomando como base lo existente, prolongándose, extendiéndose y conectándose con lo circundante, cimentando la tierra en su esfuerzo por formar y producir territorio; pero también espacio que se antepone a dichas formas de imposición, espacios que posibilitan formas y órdenes distintos desde los cuales se resiste, espacio de relaciones, de confrontaciones.

En el sentido expuesto, cimentación y organización del espacio en términos de estriaje, al igual que de acciones necesariamente referidas a las relaciones sociales y a las múltiples expresiones por parte de los grupos humanos que lo constituyen y construyen. Retomando lo indicado por Fernandes (2010), al “analizar los espacios no podemos separar los sistemas, los objetos, y las acciones que se complementan con el movimiento de la vida, en que las relaciones sociales producen los espacios y los espacios a su vez producen las relaciones sociales” (3). En este orden de ideas, múltiples y distintas formas de expresión que se conjugan y entran en juego en la erección del territorio que, de acuerdo con Sosa (2012), provienen desde matrices diversas que lo definen, ordenan, proyectan y controlan, procedentes de sujetos quienes transfieren sus intereses en los “mecanismos de apropiación y transformación” (20-21) de dicho espacio.

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