Читать книгу: «La Marcha De Los Reyes», страница 2

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“No me debes nada”, dijo Thor.

“Te equivocas”, dijo Merek, extendiendo las manos y agarrando el antebrazo de Thor. “Ahora eres mi hermano. Y te devolveré el favor. De alguna manera. Algún día”.

Con eso, Merek se dio la vuelta, se apresuró a salir por la celda abierta y corrió hacia el pasillo, ante los gritos de los otros prisioneros.

Thor miró al guardia inconsciente, a la celda abierta y sabía que también tenía que actuar. Los gritos de los prisioneros subían de tono.

Thor salió, miró a ambos lados y decidió correr por el lado contrario a Merek. Después de todo, no podían atraparlos a los dos.

CAPÍTULO TRES

Thor corrió toda la noche, por las caóticas calles de la Corte del Rey, sorprendido por la conmoción que había alrededor. Las calles estaban llenas de gente, la muchedumbre se apresuraba en un revuelo agitado. Muchos llevaban antorchas, iluminando la noche, proyectando sombras escuetas en las caras, mientras las campanas del castillo repicaban incesantemente. Era una campanada débil, sonando a cada minuto y Thor sabía lo que eso significaba: la muerte. Campanadas de muerte. Y solamente había una persona en el reino para quien repicarían las campanas esta noche: para el rey.

El corazón de Thor se aceleró, sintiéndose asombrado. El puñal de su sueño destellaba ante sus ojos. ¿Había sido cierto?

Tenía que saber con seguridad. Estiró la mano y detuvo a un transeúnte, un muchacho que corría en dirección contraria.

“¿A dónde vas?, preguntó Thor. “¿Por qué hay tanta conmoción?”

“¿No te has enterado?”, contestó el muchacho, agitado. “¡Nuestro rey está muriendo! ¡Lo apuñalaron! La multitud está formada afuera de las Puertas del Rey, tratando de saber la noticia. Si es cierto, es terrible para todos nosotros. ¿Lo puede imaginar? ¿Una tierra sin rey?”

Diciendo eso, el muchacho quitó de un empujón la mano de Thor, giró y corrió nuevamente hacia la noche.

Thor se quedó ahí, con el corazón acelerado, sin querer darse cuenta de la realidad que había alrededor. Sus sueños, sus premoniciones—eran más que extravagancias. Él había visto el futuro. Dos veces. Y eso le dio miedo. Sus poderes eran más grandes de lo que creía y parecían hacerse más fuertes cada día. ¿Dónde acabaría todo esto?

Thor se quedó ahí parado, tratando de pensar a dónde ir. Había escapado, pero ahora no sabía a qué lugar dirigirse. Seguramente en unos minutos los guardias reales—y posiblemente toda la Corte del Rey—estaría afuera, buscándolo. El hecho de que Thor hubiera escapado, sólo lo hacía parecer más culpable. Pero también, el hecho de que MacGil fuera apuñalado mientras Thor estaba en prisión—¿no lo reivindicaba? ¿O lo haría parecer parte de la conspiración?

Thor no podía arriesgarse. Claramente, nadie en el reino estaba de humor para escuchar pensamientos racionales—parecía que todos a su alrededor habían salido a buscar sangre. Y probablemente, él sería el chivo expiatorio. Necesitaba encontrar un refugio, algún lugar a dónde ir, donde dejar pasar la tormenta y limpiar su nombre. El lugar más seguro sería lejos de ahí. Debería volar, refugiarse en su aldea—o en algún lugar más lejano, a la mayor distancia posible.

Pero Thor no quería tomar la ruta más segura, ese no era su estilo. Quería quedarse aquí, limpiar su nombre y mantener su posición en la Legión. Él no era un cobarde, y no huyó. Sobre todo, quería ver a MacGil antes de morir—suponiendo que todavía estuviera vivo. Necesitaba verlo. Se sintió tan abrumado por la culpa, por no haber podido detener el asesinato. ¿Por qué había sido destinado a ver la muerte del rey, si no había nada que pudiera hacer al respecto? ¿Y por qué había tenido la visión de verlo siendo envenenado, cuando en realidad había sido apuñalado?

Mientras Thor estaba parado, debatiendo, le llegó la respuesta. Reece. Reece era la persona en la que podía confiar que no lo entregaría a las autoridades, y tal vez hasta le daría un refugio seguro. Presentía que Reece creería en él. Sabía que el amor de Thor hacia su padre era genuino, y que si alguien tenía la oportunidad de limpiar el nombre de Thor, sería Reece. Tenía que encontrarlo.

Thor salió a toda velocidad a través de los callejones, serpenteando contra la multitud, mientras se alejaba de la Puerta del Rey hacia el castillo. Él sabía dónde estaba la habitación de Reece—en el ala Este, cerca del muro exterior de la ciudad—y solamente esperaba que Reece estuviera adentro. Si estaba ahí, tal vez podría llamar su atención, ayudarlo a encontrar el modo de entrar al castillo. Tenía el mal presentimiento de que si permanecía ahí, en las calles, pronto sería reconocido. Y cuando la muchedumbre lo reconociera, querría hacerlo pedazos.

Mientras Thor daba vuelta calle tras calle y sus pies se deslizaban en el fango de la noche de verano, finalmente llegó al muro de piedra de las murallas exteriores. Se acercó, corriendo junto a ella, justo debajo de la mirada vigilante de los soldados que estaban parados cada pocos metros.

Al acercarse a la ventana de Reece, se agachó y tomó una piedrita. Por suerte, la única arma que habían olvidado quitarle, era su vieja y confiable honda. La extrajo de su cintura, puso la piedra en su lugar y la arrojó.

Con su impecable puntería, Thor hizo volar la piedra sobre los muros del castillo y entró perfectamente en la ventana del cuarto de Reece. Thor oyó caer la piedra en la pared del interior, después esperó, agachándose a lo largo de la pared para evitar ser detectado por los guardias del rey, quienes mostraron molestia al escuchar el ruido.

Nada ocurrió durante varios minutos y Thor se sintió descorazonado al preguntarse si Reece no estaba en su habitación, después de todo. Si no era así, Thor tendría que irse corriendo de ese lugar; no tenía otra forma de encontrar un refugio seguro. Contuvo la respiración, con el corazón acelerado mientras esperaba, observando la ventana abierta de Reece.

Después de lo que pareció una eternidad, Thor estaba a punto de irse cuando vio una figura asomar la cabeza por la ventana, apoyando ambas palmas de las manos en el alféizar y mirar alrededor con una expresión de desconcierto.

Se puso de pie, moviéndose rápidamente a varios pasos de distancia de la pared y agitó un brazo a lo alto.

Reece miró hacia abajo y se dio cuenta de que él estaba ahí. El rostro de Reece se iluminó al reconocerlo ante la luz de las antorchas, incluso desde ahí, y Thor se sintió aliviado al ver la alegría en su rostro. Eso le dijo todo lo que él necesitaba saber. Reece no lo delataría.

Reece le hizo una señal para que esperara y Thor se acercó rápidamente a la pared, en cuclillas, mientras un guardia volteaba a ver hacia ahí.

Thor esperó, quién sabe cuánto tiempo, listo para alejarse de los guardias en cualquier momento, hasta que finalmente apareció Reece, por una puerta en el muro exterior, respirando con dificultad, mientras miraba hacia ambos lados y vio a Thor.

Reece se apresuró y lo abrazó. Thor estaba muy contento. Oyó un chillido y miro hacia abajo y, para su deleite, ahí estaba Krohn, envuelto en la camisa de Reece. Krohn casi salta fuera de la camisa, mientras Reece se agachaba y se lo entregaba a Thor.

Krohn—el siempre creciente cachorro de leopardo blanco que Thor había rescatado una vez— saltó a los brazos de Thor quien lo abrazó, y el leopardo gemía y chillaba y lamía la cara de Thor.

Reece sonrió.

“Cuando te llevaron, él trato de seguirte y lo sujeté para asegurarme de que estuviera a salvo”.

Thor agarró el antebrazo de Reece, en señal de agradecimiento. Después se rió, mientras Krohn seguía lamiéndolo.

“Yo también te extrañé, muchacho”, rió Thor, dándole un beso también. “Calla, o los guardias nos van a escuchar”.

Krohn se tranquilizó, como si entendiera.

“¿Cómo escapaste?”, preguntó Reece, sorprendido.

Thor se encogió de hombros. No sabía qué decir. Todavía se sentía incómodo hablando acerca de sus poderes, que él no entendía. No quería que los demás pensaran que era una especie de fenómeno.

“Supongo que tuve suerte”, respondió. “Vi la oportunidad y la tomé”.

“Me sorprende que la muchedumbre no te haya matado”, dijo Reece.

“Está oscuro”, dijo Thor. “No creo que nadie me haya reconocido. Al menos, todavía no”.

“¿Sabes que todos los soldados en el reino te están buscando? ¿Sabes que apuñalaron a mi padre?”.

Thor negó con la cabeza, estando serio. “¿Él está bien?”.

La cara de Reece se volvió sombría.

“No”, contestó con seriedad. “Se está muriendo”.

Thor se sintió devastado, como si fuera su propio padre.

“Sabes que no tuve nada que ver con eso, ¿verdad? Thor preguntó, esperanzado. No le importaba lo que los demás pensaran; pero necesitaba que su mejor amigo, el hijo menor de MacGil, supiera que él era inocente.

“Por supuesto”, dijo Reece. “O no estarías aquí parado”.

Thor sintió una ola de alivio y agarró el hombro de Reece, agradecido.

“Pero el resto del reino no tendrá tanta confianza en ti, como yo”, añadió Reece. “El lugar más seguro para ti es lejos de aquí”. Te daré mi caballo más rápido, un paquete con víveres y te mandaré lejos. Debes esconderte hasta que esto se aplaque, hasta que encuentren al verdadero asesino. Ya nadie está pensando con claridad”.

Thor negó con la cabeza.

“No me puedo ir”, dijo él. “Eso me haría parecer culpable. Necesito que los demás sepan que no fui yo. No puedo huir de mis problemas. Debo limpiar mi nombre”.

Reece negó con la cabeza.

“Si te quedas aquí, te encontrarán. Te volverán a encarcelar—y serás ejecutado—si no te mata antes la muchedumbre”.

“Es un riesgo que debo tomar”, dijo Thor.

Reece lo miró largo tiempo, duramente, y su mirada de preocupación cambió a una de admiración. Finalmente, poco a poco, negó con la cabeza.

“Eres orgulloso. Y estúpido. Muy estúpido. Por eso me agradas”.

Reece sonrió. Thor también le sonrió.

“Necesito ver a tu padre”, dijo Thor. “Necesito tener una oportunidad de explicarle, cara a cara, que no fui yo, que no tuve nada que ver con eso. Si decide condenarme, entonces que así sea. Pero necesito una oportunidad. Quiero que él lo sepa. Es todo lo que pido de ti”.

Reece lo miró con seriedad, formándose una opinión de su amigo. Finalmente, después de lo que parecía una eternidad, asintió con la cabeza.

“Puedo llevarte con él. Conozco un camino. Nos lleva hacia su habitación. Es arriesgado—y una vez que estés adentro, estarás por tu cuenta. No hay salida. Entonces no habrá nada que pueda hacer por ti. Podría significar tu muerte. ¿Estás seguro de que quieres tomar ese riesgo?

Thor asintió con la cabeza con una gran seriedad.

“Muy bien”, dijo Reece, y de repente extendió el brazo hacia abajo y lanzó una capa a Thor.

Thor la atrapó y miró hacia abajo sorprendido; se dio cuenta de que Reece debió haber planeado esto desde antes.

Reece sonrió mientras Thor miraba hacia arriba.

“Sabía que serías lo suficientemente tonto para querer quedarte. No esperaba nada menos de mi mejor amigo”.

CAPÍTULO CUATRO

Gareth paseó por su habitación, reviviendo los acontecimientos de la noche, lleno de ansiedad. No podía creer lo que había pasado en la fiesta, cómo es que todo había salido tan mal. No ´podía entender cómo ese tonto muchacho, ese forastero de Thor, de alguna manera había descubierto su plan de envenenamiento—y aún más, había logrado interceptar la copa. Gareth recordó el momento en el que vio saltar a Thor, derribar la copa, cuando escuchó caerla en la piedra, vio el vino derramarse en el suelo y vio cómo sus sueños y aspiraciones caían junto con él.

En ese momento, Gareth había sido arruinado. Todo por lo que había vivido había sido aplastado. Y cuando ese perro lamió el vino y cayó muerto—sabía que estaba acabado. Vio toda su vida pasar ante él, se vio a sí mismo descubierto, condenado a una vida en el calabozo, por haber tratado de matar a su padre. O peor aún, ser ejecutado. Fue una estupidez. Él nunca debió haber llevado a cabo ese plan, nunca debió visitar a esa bruja.

Al menos Gareth había actuado rápidamente; arriesgándose y poniéndose de pie de un salto para culpar a Thor. En retrospectiva, estaba orgulloso de lo pronto que había reaccionado. Había sido un momento de inspiración y para su sorpresa, parecía haber funcionado. Habían sacado a Thor arrastrando y después, la fiesta casi se había calmado de nuevo. Desde luego, nada era igual después de eso, pero al menos, la sospecha parecía caer totalmente en el muchacho.

Gareth sólo rezó para que se quedara así. Habían pasado décadas desde que había habido un intento de asesinato para un MacGil y Gareth temía que hubiera una investigación, que terminara viendo los hechos con mayor detenimiento. Pensándolo bien, había sido una tontería haber tratado de envenenarlo. Su padre era invencible. Gareth debió haberlo sabido. Había llegado muy lejos. Y ahora no podía evitar sentirse como si fuera cuestión de tiempo hasta que la sospecha cayera sobre él. Tenía que hacer lo que fuera posible para demostrar la culpa de Thor y hacer que fuera ejecutado antes de que fuera demasiado tarde.

Al menos Gareth se había redimido a sí mismo, después de ese intento fallido, había cancelado el asesinato. Ahora, Gareth se sentía aliviado. Después de ver que el plan había fallado, se dio cuenta de que una parte de él, muy en el fondo, no quería matar a su padre, después de todo, no quería derramar sangre en sus manos. Él no sería rey. Tal vez nunca sería rey. Pero después de que los acontecimientos de esta noche, se arreglaron bien con él... ...al menos él sería libre. Él nunca podría manejar el estrés de volver a pasar por eso; los secretos, el encubrimiento, la ansiedad constante de ser descubierto. Era demasiado para él.

Mientras paseaba y paseaba, iba siendo más noche, finalmente, poco a poco, empezó a calmarse. Justo cuando empezaba a volver a ser él mismo y se preparaba para terminar la noche, se escuchó un golpe repentino, y se volvió hacia su puerta, que se abrió de golpe. Firth entró corriendo, con los ojos bien abiertos, frenético, a la habitación, como si lo estuvieran persiguiendo.

“¡Está muerto!”, gritó Firth. “¡Está muerto! Yo lo maté. ¡Está muerto!”.

Firth estaba histérico, llorando y Gareth no tenía idea de lo que estaba hablando. ¿Estaba ebrio?

Firth corrió por toda la habitación, gritando, llorando, levantando las manos—y fue cuando Gareth se dio cuenta de las palmas de sus manos, llenas de sangre; su túnica amarilla manchada de rojo.

El corazón de Gareth perdió su ritmo. Firth acababa de matar a alguien. ¿Pero quién?

“¿Quién murió?”, Gareth le exigió hablar. “¿De quién estás hablando?”

Pero Firth estaba histérico y no podía concentrarse. Gareth corrió hacia él, sujetó sus hombros con firmeza y lo sacudió.

“¡Respóndeme!”

Firth abrió sus ojos y lo miró, con la mirada de un caballo salvaje.

“¡A tu padre!”. “¡El rey! ¡Está muerto!”. Yo lo hice”.

Con esas palabras, Gareth sintió como si un cuchillo hubiera sido sumido en su propio corazón.

Él se le quedó mirando, con los ojos bien abiertos, paralizado, sintiendo que todo su cuerpo se adormecía. Lo soltó, dio un paso atrás y trató de recuperar el aliento. Podía ver por toda la sangre que tenía, que Firth estaba diciendo la verdad. Ni siquiera podía comprenderlo. ¿Firth? ¿El mozo de cuadra? ¿El más débil de carácter de todos sus amigos? ¿Mató a su padre?

“¿Pero... cómo es posible?” Gareth se quedó sin aliento. “¿Cuándo?”

“Ocurrió en su habitación”, dijo Firth. “Hace un momento. Lo apuñalé”.

La realidad de la noticia comenzó a ser asimilada, mientras Gareth recuperaba su cordura; se dio cuenta de que la puerta estaba abierta, corrió hacia ella y la cerró de un portazo, asegurándose de que ningún guardia lo hubiera visto. Por suerte, el pasillo estaba vacío. Puso el pesado cerrojo de hierro.

Regresó corriendo a la habitación. Firth seguía histérico y Gareth necesitaba calmarlo. Él necesitaba respuestas.

Lo sujetó de los hombros, y lo hizo girar y le dio una bofetada lo suficientemente fuerte para detenerse. Finalmente, Firth se centró en él.

“Dime todo”, ordenó Gareth fríamente. “Dime exactamente lo que pasó. ¿Por qué lo hiciste?”

“¿Cómo que por qué?”, preguntó Firth, confundido. “Tú querías matarlo. Tu veneno no funcionó. Pensé que podía ayudarte. Pensé que es lo que querías”.

Gareth negó con la cabeza. Agarró a Firth de la camisa y lo sacudió, una y otra vez.

“¡¿Por qué lo hiciste?!”, gritó Gareth.

Gareth sintió que su mundo se derrumbaba. Estaba asombrado al darse cuenta de que en realidad sentía remordimiento por su padre. Él no podía entenderlo. Hace unas horas, lo que quería más que nada era ver que lo envenenaran, que muriera en la mesa. Ahora la idea del asesinato le pegó como si hubiera muerto su mejor amigo. Se sintió abrumado por el remordimiento. Una parte de él no quería que muriera después de todo—en especial, no de esa manera. No en manos de Firth. Y no por una daga.

“No entiendo”, se quejó Firth. “Hace unas horas tú intentaste matarlo. Con lo de la copa. ¡Pensé que estarías agradecido!”

Para su propia sorpresa, Gareth estiró la mano y golpeó a Firth en la cara.

“¡Yo no te dije que hicieras esto!”, espetó Gareth. “Nunca te dije que hicieras eso. ¿Por qué lo mataste? Mírate. Estás cubierto de sangre. Ahora ambos estamos acabados. Es cuestión de tiempo para que los guardas nos atrapen”.

“Nadie me vio”, dijo Firth. “Lo hice entre el cambio de turnos. Nadie me vio”.

“¿Y dónde está el arma?”

“No la dejé”, dijo Firth orgullosamente. No soy estúpido. Me deshice de ella”.

“¿Y qué cuchillo usaste?”, preguntó Gareth; su mente giraba pensando en las implicaciones. Pasó del remordimiento a la preocupación; su mente corría pensando en cada detalle de la pista que ese tonto torpe podría haber dejado, cada detalle que podría conducirlo hacia él.

“Usé una que no podría ser rastreada», dijo Firth, orgulloso de sí mismo. “Era una cuchilla despuntada, sin sobresalir. La encontré en los establos. Había otras cuatro similares. No podría ser rastreada”, repitió.

Gareth se sintió descorazonado.

“¿Era un cuchillo corto, con mango rojo y hoja curva, que estaba sobre la pared, junto a mi caballo?”

Firth asintió, mirando dudoso.

Gareth frunció el ceño.

“¡Eres un tonto! ¡Por supuesto que la hoja es rastreable!”

”¡Pero no tenía ninguna marca!”, protestó Firth, sonando asustado, con voz temblorosa.

“No hay marcas en la navaja— ¡pero hay marcas en la empuñadura!”, gritó Gareth. “¡Por debajo! No revisaste con cuidado. Eres un tonto”. Gareth dio un paso adelante, enrojeciendo. “El emblema de mi caballo está tallado debajo de ella. Quien conozca a la familia real, bien puede rastrear la navaja y llevarlo hacia mí”.

Miró fijamente a Firth, quien parecía perplejo. Él quería matarlo.

¿Qué hiciste con ella?”, dijo Gareth presionando. “Dime que la tienes contigo. Dime que la trajiste contigo. Por favor”.

Firth tragó saliva.

“Me deshice de ella con cuidado. Nunca la encontrará nadie”.

Gareth hizo una mueca.

“¿En qué lugar, exactamente?”

“La tiré por la rampa de piedra, en el orinal del castillo. Tiran el orinal cada hora, en el río. No te preocupes, mi señor. Ya está en lo profundo del río”.

Las campanas del castillo repicaron de repente, y Gareth dio la vuelta y corrió hacia la ventana abierta, su corazón se llenó de pánico. Se asomó y vio todo el caos y conmoción abajo, la turba rodeaba el castillo. El repicar de las campanas sólo podían significar una cosa: Firth no estaba mintiendo. Él había matado al rey.

Gareth sintió que su cuerpo se congelaba. No podía concebir que había puesto en marcha una maldad tan grande. Y que Firth, de todas las personas, lo había llevado a cabo.

Se escuchó un golpe repentino en su puerta, se abrió de golpe, y varios guardias reales entraron apresuradamente. Por un momento, Gareth estaba seguro de que lo arrestarían.

Pero para su sorpresa, se detuvieron y se pusieron en posición de firmes.

“Mi señor, su padre ha sido apuñalado. Puede haber un asesino suelto. Asegúrese de mantener la seguridad en su habitación. Él está gravemente herido”.

El vello del cogote de Gareth se erizó con esas últimas palabras.

“¿Herido?”, repitió Gareth; la palabra casi se le pega en la garganta. “¿Entonces todavía está vivo?”

“Lo está, mi señor. Y primero Dios, sobrevivirá y nos dirá quién cometió ese acto atroz”.

Con una corta reverencia, el guardia salió rápidamente de la habitación, cerrando la puerta con fuerza.

La rabia inundó a Gareth y sujetó a Firth de los hombros, lo empujó por la habitación y lo estrelló contra un muro de piedra.

Firth lo miró, con los ojos bien abiertos, pareciendo horrorizado, sin habla.

“¿Qué has hecho?”, gritó Gareth. “¡Ahora ambos estamos acabados!”.

”Pero...pero...” Firth tropezó, “¡yo estaba seguro de que había muerto!”.

“Estás seguro de muchas cosas”, dijo Gareth, “¡y todas están equivocadas!”.

Gareth pensó en algo.

“La daga”, dijo. “Tenemos que recuperarla, antes de que sea demasiado tarde”.

“Pero ya la tiré, mi señor”, dijo Firth. “¡Se fue por el río!”

“La tiraste en el orinal. Eso no significa que ya está en el río”.

“¡Pero es lo más seguro!”, dijo Firth.

Gareth ya no podía soportar las torpezas de este idiota. Salió precipitadamente hacia la puerta; Firth le siguió de cerca.

“Iré contigo. Te diré exactamente dónde la tiré”, dijo Firth.

Gareth se detuvo en el corredor, giró y miró a Firth. Estaba lleno de sangre y Gareth estaba sorprendido de que los guardias no lo hubieran visto. Fue una suerte. Firth estorbaba más que nunca.

“Sólo voy a decirlo una vez”, gruñó Gareth. “Regresa a mi cuarto de inmediato, cámbiate de ropa, y quémala. Deshazte de cualquier rastro de sangre. Después, desaparece del castillo. Aléjate de mí esta noche. ¿Entendiste?”

Gareth lo empujó hacia atrás, luego se volvió y corrió. Corrió por el pasillo, hacia la escalera de caracol de piedra, bajando nivel tras nivel, hacia los cuarteles de los sirvientes.

Por último, se dirigió hacia el sótano, varias cabezas de los sirvientes voltearon a verlo. Habían estado fregando enormes ollas e hirviendo baldes de agua. Enormes fogatas rugían entre los hornos de ladrillos y los sirvientes usaban delantales manchados, llenos de sudor.

En el otro extremo de la habitación, Gareth vio un enorme orinal, la suciedad bajaba por una rampa y salpicaba en ella a cada minuto.

Gareth corrió hacia el sirviente más cercano y lo sujetó del brazo, con desesperación.

“¿Cuándo vaciaron el orinal por última vez?”, preguntó Gareth.

”Fue llevado al río hace unos minutos, mi señor”.

Gareth se volvió y salió corriendo de la habitación, hacia los pasillos del castillo, de regreso a la escalera de espiral y salió disparado hacia el aire fresco de la noche.

Corrió por el campo, sin aliento, mientras se dirigía al río.

Mientras se acercaba a él, encontró un lugar para esconderse, detrás de un gran árbol, cerca de la orilla. Vio a dos sirvientes levantar la enorme olla de hierro e inclinarla hacia la corriente del río.

Observó hasta que quedó de cabeza, y se vació todo el contenido, hasta que volvieron con la olla y caminaron de regreso hacia el castillo.

Finalmente, Gareth quedó satisfecho. Nadie había visto ninguna daga. Dondequiera que estuviese, ahora estaba contracorriente del río, siendo arrastrada hacia el anonimato. Si su padre moría esta noche, no quedaría evidencia del qué rastrear del asesinato.

¿O sí?

199 ₽
Возрастное ограничение:
16+
Дата выхода на Литрес:
10 октября 2019
Объем:
212 стр. 4 иллюстрации
ISBN:
9781632910677
Правообладатель:
Lukeman Literary Management Ltd
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

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