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JORNADA CUARTA

Tocan al arma con gran priesa, y a este rumor sale CIPIÓN, y IUGURTA, y MARIO, alborotados.

 
CIP. ¿ Qué es esto, capitanes? ¿Quién nos toca
Al arma en tal sazón? ¿Es, por ventura,
Alguna gente desmandada y loca
Que viene a demandar su sepoltura?
Mas no sea algún motín el que provoca
Tocar al arma en recia coyuntura:
Que tan seguro estoy del enemigo,
Que tengo más temor al que es amigo.
 

Sale QUINTO FABIO con el espada desnuda, y dice:

 
QUIN. Sosiega el pecho, general prudente,
Que ya de esta arma la ocación se sabe,
Puesto que ha sido a costa de tu gente,
De aquel en quien más brío o fuerza cabe.
Dos numantinos con soberbia frente,
Cuyo valor será razón se alabe ,
Saltando el ancho foso y la muralla,
Han movido a tu campo cruel batalla.
A las primeras guardas envistieron,
Y en medio de mil lanzas se arrojaron,
Y con tal furia y rabia arremetieron,
Que libre paso al campo les dejaron.
Las tiendas de Fabricio acometieron,
Y allí su fuerza y su valor mostraron
De modo, que en un punto seis soldados
Fueron de agudas puntas traspasados.
Con presta diligencia discurriendo
Iban de tienda en tienda, hasta que hallaron
Un poco de bizcocho, el cual cogieron;
El paso, y no el furor, atrás tornaron.
El uno de ellos se escapó huyendo;
nbsp; Al otro mil espadas le acabaron,
Por donde infiero que la hambre ha sido
Quien les dió atrevimiento tan subido.
CIP. Si, estando deshambridos y encerrados,
Muestran tan demasiado atrevimiento,
¿Qué hicieran siendo libres y enterados
En sus fuerzas primeras y ardimiento?
¡Indómitos! ¡Al fin seréis domados,
Porque contra el furor vuestro violento
Se tiene de poner la industria nuestra,
Que de domar soberbios es maestra!
 

Vanse todos.

Sale una mujer, armada con una lanza en la mano y un escudo, que significa la GUERRA, y trae consigo la ENFERMEDAD y la HAMBRE: la ENFERMEDAD arrimada a una muleta y rodeada de paños la cabeza, con una máscara amarilla; y la HAMBRE saldrá con un desnudillo de muerte, y encima, una ropa de bocací amarilla y una máscara descolorida.

 
GUERR. Hambre, Enfermedad, ejecutores
De mis terribles mandos y severos,
De vidas y salud consumidores,
Con quien no vale ruego, mando o fieros,
Pues ya de mi intención sois sabidores,
No hay para qué de nuevo encareceros
De cuánto gusto me será y contento
Que luego, luego, hagáis mi mandamiento.
La fuerza incontrastable de los hados,
Cuyos efectos nunca salen vanos,
Me fuerzan que de mí sean ayudados
Estos sagaces mílites romanos.
Ellos serán un tiempo levantados,
Y abatidos también estos hispanos;
Pero tiempo vendrá en que yo me mude,
Y dañe al alto y al pequeño ayude;
Que yo, que soy la poderosa Guerra,
De tantas madres desterrada en vano,
Aunque quien me maldice a veces yerra,
Pues no sabe el valor de esta mi mano,
Sé bien que en todo el orbe de la tierra,
Seré llevada del valor hispano
En la dulce ocasión que estén reinando
Un Carlos, y un Filipo, y un Fernando.
ENF. Si ya la Hambre, nuestra amiga querida.
No hubiera tomado con instancia
A su cargo de ser fiera homicida
De todos cuantos viven en Numancia,
Fuera de mí tu voluntad cumplida,
De modo que se viera la ganancia
Fácil y rica que el romano hubiera,
Harto mejor de aquello que se espera.
Mas ella, en cuanto su poder alcanza,
Ya tiene tal el pueblo numantino,
Que de esperar alguna buena andanza,
Le ha tomado las sendas y el camino;
Mas del furor la rigurosa lanza,
La influencia del contrario sino,
Le trata con tan áspera violencia,
Que no es menester hambre ni dolencia.
El Furor y la Rabia, tus secuaces,
Han tomado en su pecho tal asiento,
Que, cual si fuese de romanas haces,
Cada cual de esa sangre está sediento.
Muertos, incendios, iras son sus paces;
En el morir han puesto su contento,
Y, por quitar el triunfo a los romanos,
Ellos mesmos se matan con sus manos.
HAMBR. Volved los ojos, y veréis ardiendo
De la ciudad los encumbrados techos.
Escuchad los suspiros que saliendo
Van de mil tristes, lastimados pechos.
Oíd la voz y lamentable estruendo
De bellas damas a quien, ya deshechos
Los tiernos miembros de ceniza y fuego,
No valen padre, amigo, amor ni ruego.
Cual salen las ovejas descuidadas,
Siendo del fiero lobo acometidas,
Andar aquí y allí descarriadas,
Con temor de perder las simples vidas,
Tal niños y mujeres desdichadas,
Viendo ya las espadas homicidas,
Andan de calle en calle, ¡oh hado insano!,
Su cierta muerte dilatando en vano.
No hay plaza, no hay rincón, no hay calle o casa
Que de sangre y de muertos no esté llena;
El hierro mata, el duro fuego abrasa,
Y el rigor ferocísimo condena.
Presto veréis que por el suelo tasa
Hasta la más subida y alta almena,
Y las casas y templos más preciados
En polvo y en cenizas son tornados.
Venid; veréis que en los amados cuellos
De tiernos hijos y mujer querida,
Teogenes afila agora y prueba en ellos
De su espada cruel corte homicida,
Y cómo ya, después de muertos ellos,
Estima en poco la cansada vida,
Buscando de morir un modo extraño,
Que causó en el suyo más de un daño.
GUERR. Vamos, pues, y ninguno se descuide
De ejecutar por eso aquí su fuerza,
Y a lo que digo sólo atienda y cuide,
Sin que de mi intención un punto tuerza.
 

Vanse, y sale TEÓGENES con dos espadas desnudas y ensangrentadas las manos.

 
TEÓG. Sangre de mis entrañas derramada,
Pues sois aquella de los hijos míos;
Mano, contra ti mesma acelerada,
Llena de honrosos y crueles bríos;
Fortuna, en daño mío conjurada;
Cielos, de justa piedad vacíos:
Ofrecedme en tan dura, amarga suerte,
Alguna honrosa, aunque cercana muerte.
Valientes numantinos, haced cuenta
Que yo soy algún pérfido romano,
Y vengad en mi pecho vuestra afrenta,
Ensangrentando en él espada y mano.
Una de estas espadas os presenta
Mi airada furia y mi dolor insano;
Que, muriendo en batalla, no se siente
Tanto el rigor del último accidente.
 

Vase, y sale CIPIÓN, y IUGURTA, y QUINTO FABIO, y MARIO, y ERMILIO y otros soldados romanos.

 
CIP. Si no me engaña el pensamiento mío,
O salen mentirosas las señales
Que habéis visto en Numancia, del estruendo
Y lamentable son, y ardiente llama,
Sin duda alguna que recelo y temo
Que el bárbaro furor del enemigo
Contra su propio pecho no se vuelva.
Ya no parece gente en la muralla,
Ni suenan las usadas centinelas;
Todo está en calma y en silencio puesto,
Como si en paz tranquila y sosegada
Estuviesen los fieros numantinos.
MAR. Presto podrás salir de aquesa duda,
Porque, si tú lo quieres, yo me ofrezco
De subir sobre el muro, aunque me ponga
Al riguroso trance que se ofrece,
Sólo por ver aquello que en Numancia
Hacen nuestros soberbios enemigos.
CIP. Arrima, pues, ¡oh Mario!, alguna escala
A la muralla, y haz lo que prometes.
MAR. Id por la escala luego, y vos, Ermilio,
Haced que mi rodela se me traiga,
Y la celada blanca de las plumas;
Que a fe que tengo de perder la vida
O sacar de esta duda al campo todo.
ERM. Ves aquí la rodela y la celada;
La escala vesla allí: la trajo Limpio.
MAR. Encomiéndame a Júpiter inmenso,
Que yo voy a cumplir lo prometido.
IUG. Alza más la rodela, Mario,
Encoge el cuerpo, y encubre la cabeza.
¡Animo, que ya llegas a lo alto!
¿Qué ves?
MAR. !Oh santos dioses! Y ¿ qué es esto?
IUG. ¿De qué te admiras?
MAR. De mirar de sangre
Un rojo lago, y de ver mil cuerpos
Tendidos por las calles de Numancia,
De mil agudas puntas traspasados.
CIP. ¿Qué? ¿No hay ninguno vivo?
MAR. ¡Ni por pienso!
A lo menos, ninguno se me ofrece
En todo cuanto alcanzo con la vista.
CIP. Salta, pues, dentro, y mira por tu vida.
 

Salta MARIO en la ciudad. Síguele Iugurta y al poco rato torna a salir el primero por la muralla, y dice:

 
MAR. En balde, ilustre general prudente,
Han sido nuestras fuerzas ocupadas.
En balde te has mostrado diligente,
Pues en humo y en viento son tornadas
Las ciertas esperanzas de victoria,
De tu industria contino aseguradas.
En lamentable fin la triste historia
De la ciudad invicta de Numancia
Merece ser eterna en la memoria;
Sacado han de su pérdida ganancia;
Quitádote han el triunfo de las manos,
Muriendo con magnánima constancia;
Nuestros disinios han salido vanos,
Pues ha podido más su honroso intento
Que toda la potencia de romanos.
El fatigado pueblo en fin violento
Acaba la miseria de su vida,
Dando triste remate al largo cuento.
Numancia está en un lago convertida,
De roja sangre y de mil cuerpos llena,
De quien fué su rigor propio homicida.
De la pesada y sin igual cadena
Dura de esclavitud se han escapado
Con presta audacia, de temor ajena.
En medio de la plaza levantado
Está un ardiente fuego temeroso,
De sus cuerpos y haciendas sustentado.
Al tiempo llegué a verlo, que el furioso
Teogenes, valiente numantino,
De fenecer su vida deseoso,
Maldiciendo su corto amargo sino,
En medio se arrojaba de la llama,
Lleno de temerario desatino,
Y al arrojarse dijo: "Clara fama,
Ocupa aquí tus lenguas y tus ojos
En esta hazaña, que a contar te llama.
¡Venid, romanos, ya por los despojos
Desta ciudad, en polvo y humo vueltos,
Y sus flores y frutos en abrojos!"
De allí, con pies y pensamientos sueltos,
Gran parte de la tierra he rodeado,
Por las calles y pasos más revueltos,
Y un solo numantino no he hallado
Que poderte traer vivo siquiera,
Para que fueras dél bien informado
Por qué ocasión, de qué suerte o manera
Acometieron tan grave desvarío,
Apresurando la mortal carrera.
CIP. ¿Estaba, por ventura, el pecho mío
De bárbara arrogancia y muertes lleno,
Y de piedad justísima vacío?
¿Es de mi condición, por dicha, ajeno
Usar benignidad con el rendido,
Como conviene al vencedor que es bueno?
¡Mal , por cierto, tenían conocido
El valor en Numancia de mi pecho,
Para vencer y perdonar nacido!
QUIN.    Iugurta te hará más satisfecho,
Señor, de aquello que saber deseas,
Que vesle vuelve lleno de despecho.
 

Asómase IUGURTA a la muralla.

 
IUG. Prudente general, en vano empleas
Más aquí tu valor. Vuelve a otra parte
La industria singular de que te arreas.
No hay en Numancia cosa en que ocuparte.
Todos son muertos, y sólo uno creo
Que queda vivo para el trunfo darte,
Allí en aquella torre, según veo.
Yo vi denantes un muchacho; estaba
Turbado en vista y de gentil arreo.
CIP.     Si eso fuese verdad, eso bastaba
Para trunfar en Roma de Numancia,
Que es lo que más agora deseaba.
Lleguémonos allá, y haced instancia
Como el muchacho venga aquestas manos
Vivo, que es lo que agora es de importancia.
 

Dice VARIATO, muchacho, desde la torre:

 
VAR. ¿Dónde venís, o qué buscáis, romanos?
Si en Numancia queréis entrar por fuerte,
Haréislo sin contraste, a pasos llanos;
Pero mi lengua desde aquí os advierte
Que yo las llaves mal guardadas tengo
Desta ciudad, de quien trunfó la muerte.
CIP. Por ésas, joven, deseoso vengo,
Y más de que tú hagas insperiencia,
Si en este pecho piedad sostengo.
VAR. ¡Tarde, cruel, ofreces tu clemencia,
Pues no hay con quien usarla: que yo quiero
Pasar por el rigor de la sentencia
Que con suceso amargo y lastimero
De nuestros padres y patria tan querida
Causó el último fin terrible y fiero!
QUIN. Dime: ¿tienes, por suerte, aborrecida,
Ciego de un temerario desvarío,
Tu floreciente edad y tierna vida?
CIP. Tiempla, pequeño joven, templa el brío;
Sujeta el valor tuyo, que es pequeño,
Al mayor de mi honroso poderío;
Que desde aquí te doy la fee y empeño
Mi palabra, que solo de ti seas
Tú mismo el propio, el conocido dueño;
Y que de ricas joyas y preseas
Vivas lo que vivieres abastado,
Como yo podré darte y tú deseas,
Si a mí te entregas y te das de grado.
VAR. Todo el furor de cuantos ya son muertos
En este pueblo y en polvo reducido,
Todo el huir los pactos y conciertos,
Ni el dar a sujeción jamás oído,
Sus iras, sus rancores descubiertos,
Está en mi pecho solamente unido.
Yo heredé de Numancia todo el brío;
Ved, si pensáis vencerme, es desvarío.
Patria querida, pueblo desdichado,
No temas, ni imagines que admire
De lo que debo ser de ti engendrado,
Ni que promesa o miedo me retire,
Ora me falte el suelo, el cielo, el hado,
Ora vencerme todo el mundo aspire;
Que imposible será que yo no haga
A tu valor la merecida paga.
Que si a esconderme aquí me trujo el miedo
De la cercana y espantosa muerte,
Ella me sacará con más denuedo,
Con el deseo de seguir tu suerte;
De vil temor pasado, como puedo,
Será la enmienda agora osada y fuerte,
Y el temor de mi edad tierna, inocente
Pagaré con morir osadamente.
Yo os aseguro, ¡oh fuertes ciudadanos!,
Que no falte por mí la intención vuestra
De que no triunfen pérfidos romanos ,
Si ya no fuere de ceniza nuestra.
Saldrán conmigo sus intentos vanos,
Ora levanten contra mí su diestra,
O me aseguren con promesa incierta
A vida y a regalos ancha puerta.
Tened, romanos, sosegad el brío,
Y no os canséis en asaltar el muro;
Con que fuera mayor el poderío
Vuestro, de no vencerme estad seguro.
Pero muéstrese ya el intento mío,
Y si ha sido el amor perfecto y puro
Que yo tuve a mi patria tan querida,
Asegúrelo luego esta caída.
 

Arrójase el muchacho de la torre, y dice CIPIÓN:

 
CIP. ¡Oh! ¡Nunca vi tan memorable hazaña!
¡Niño de anciano y valeroso pecho,
Que, no sólo a Numancia, mas a España
Has adquirido gloria en este hecho!
Con tal vida y virtud heroica, extraña,
Queda muerto y perdido mi derecho.
Tú con esta caída levantaste
Tu fama, y mis victorias derribaste.
Que fuera viva y en su ser Numancia,
Sólo porque vivieras me holgara;
Tú solo me has llevado la ganancia
Desta larga contienda, ilustre y rara;
Lleva, pues, niño, lleva la ganancia
Y la gloria que el cielo te prepara,
Por haber, derribándote, vencido
Al que, subiendo, queda más caído.
 

PEDRO DE URDEMALAS

JORNADA PRIMERA

Salen MARTÍN CRESPO, alcalde, recién elegido; su mozo Pedro de Urdemalas y SANCHO MACHO y DIEGO TARUGO, regidores.

 
TAR. Plácenos, Martín Crespo, del suceso;
Desechéisla por otra de brocado,
Sin que jamás un voto os salga avieso.
ALC. Diego Tarugo, lo que me ha costado
Aquesta vara, sólo Dios lo sabe,
Y mi vino y capones y ganado.
El que no te conoce, ese te alabe,
deseo de mandar.
SANCH. Yo aqueso digo;
Que sé que en él todo cuidado cabe.
Véala yo en poder de mi enemigo,
Vara que es por presentes adquirida.
ALC. Pues ahora la tiene un vuestro amigo.
SANCH. De vos, Crespo, será tan bien regida,
Que no la doble dádiva ni ruego.
ALC. No, juro a mí, mientras tuviere vida.
Cuando mujer me informe, estaré ciego;
Al ruego del hidalgo, sordo y mudo;
Que a la severidad todo me entrego.
TAR. Ya veo en vuestro tiempo, y no lo dudo,
Sentencias de Salmón, el rey discreto,
Que el niño dividió con hierro agudo.
ALC. Al menos de mi parte, yo prometo
De arrimarme a la ley en cuanto pueda,
Sin alterar un mínimo decreto.
SANCH. Como yo lo deseo, así suceda,
Y adiós.
ALC. Fortuna os tenga, Sancho Macho,
En la empinada cumbre de su rueda.
TAR. Sin que el temor o amor os ponga empacho,
Juzgad, Crespo, terrible y brevemente,
Que la tardanza en toda cosa tacho;
Y adiós quedad.
ALC. En fin, sois buen pariente.
 

Entranse SANCHO MACHO y DIEGO TARUGO.

 
Pedro, que escuchando estás,
¿Cómo de mi buen suceso
El parabién no me das?
Ya soy alcalde y confieso
Que lo seré por demás,
Si tú no me das favor,
Y muestras algún primor
Con que juzgue rectamente;
Que te tengo por prudente,
Más que a un cura y a un doctor.
PEDR. Es aqueso tan verdad,
Cual lo dirá la experiencia,
Porque con facilidad
Luego os mostraré una ciencia,
Que os dé nombre y calidad.
Llegaraos Licurgo apenas,
Y la celebrada Atenas
Callará sus doctas leyes:
Envidiaros han los reyes
Y las escuelas más buenas.
Yo os meteré en la capilla
Dos docenas de sentencias
Que al mundo den maravilla,
Todas con sus diferencias
Civiles o de rencilla;
Y la que primero a mano
Os viniere, está bien llano
Que no ha de haber más que ver.
ALC. Desde hoy más, Pedro, has de ser,
No mi mozo, mas mi hermano.
Ven, y mostrarásme el modo
Como yo ponga en efeto
Lo que has dicho, en parte, o todo.
PEDR. Pues más cosas te prometo.
ALC. A cualquiera me acomodo.
 

Entranse el ALCALDE y PEDRO.

Salen otra vez SANCHO MACHO y TARUGO.

 
SANCH. Mirad, Tarugo, bien siento,
Que aunque el parabién le distes
A Crespo de su contento,
Otro paramal tuvistes
Guardado en el pensamiento;
Porque, en efeto, es mancilla
Que se rija aquesta villa
Por la persona más necia
Que hay desde Flandes a Grecia,
Y desde Egipto a Castilla.
TAR. Hoy mostrará la experiencia,
Buen regidor Sancho Macho,
Adónde llega la ciencia
De Crespo, a quien yo no tacho
Hasta la primera audiencia;
Y pues agora ha de ser,
Soy, Macho, de parecer,
Que le oigamos.
SANCH. Sea así,
Aunque tengo para mí
Que un simple en él se ha de ver.
 

Entran LAGARTIJA y HORNACHUELOS, labradores.

 
HORN. ¿De quién, señores, sabremos
Si el alcalde en casa está?
TAR. Aquí los dos le atendemos.
LAG. Señal es que aquí saldrá.
SANCH. Tan cierta, que ya le vemos.
 

Salen el ALCALDE y REDONDO, escribano, y PEDRO.

 
ALC. ¡Oh valientes regidores!
RED. Siéntense vuesas mercedes.
ALC. Sin ceremonia, señores.
TAR. En cortés exceder puedes
A los corteses mayores.
ALC. Siéntese aquí el escribano,
Y a mi izquierda y diestra mano
Los regidores estén;
Y tú, Pedro, estarás bien
A mis espaldas.
PEDR. Es llano.
Aquí en tu capilla están
Las sentencias suficientes
A cuantos pleitos vendrán,
Aunque nunca pares mientes
A la relación que harán.
Y si alguna no estuviere,
A tu asesor te refiere;
Que yo lo seré de modo
Que te saque bien de todo,
Y sea lo que se fuere.
RED. ¿Quieren algo, señores?
LAG. Sí querríamos.
RED. Pues digan, que aquí está el señor alcalde,
Que les hará justicia rectamente.
ALC. Perdónemelo Dios lo que ahora digo,
Y no me sea tomado por soberbia:
Tan tiestamente pienso hacer justicia,
Como si fuese un sonador romano.
RED. Senador, Martín Crespo.
ALC. Allá va todo.
Digan su pleito apriesa y brevemente;
Que apenas me le habrán dicho, en mi ánima,
Cuando les dé sentencia rota y justa.
RED. Recta, señor alcalde.
ALC. Allá va todo.
HORN. Prestóme Lagartija tres reales;
Volvíle dos; la deuda queda en uno,
Y él dice que le debo cuatro justos:
Este es el pleito, brevedad, y dije.
¿Es aquesto verdad, buen Lagartija?
LAG. Verdad; pero yo hallo por mi cuenta,
O que yo soy un asno, o que Hornachuelos
Me queda a deber cuatro.
ALC. ¡Bravo caso!
LAG. No hay más en nuestro pleito, y me rezumo
En lo que sentenciare el señor Crespo.
RED. Rezumo por resumo: allá va todo.
ALC. ¿Qué decís vos a esto, Hornachuelos?
HORN. No hay que decir: yo en todo me arremeto
Al señor Martín Crespo.
RED. Me remito,
Pese a mi abuelo.
ALC. Dejadle que arremeta;
¿Qué se os da a vos, Redondo?
RED. A mí nonada.
ALC. Pedro, sácame, amigo, una sentencia
Desa capilla, la que está más cerca.
RED. Antes de ver el pleito ¿hay ya sentencia?
ALC. Ahí se podrá ver quién es Callejas.
PEDR. Léase esta sentencia, y punto en boca.
RED. "En el pleito que tratan N. y F…"
PEDR. Zutano con Fulano significan
La N. con la F. entre dos puntos.
RED. Así es verdad, y digo, "que en el pleito
Que trata este Fulano con Zutano,
Que debo condenar, fallo y condeno
Al dicho puerco de Zutano a muerte,
Porque fué matador de la criatura
Del ya dicho Fulano". Yo no atino
Qué disparate es éste deste puerco,
Y de tantos Fulanos y Zutanos;
Ni sé cómo es posible que esto cuadre
Ni esquine con el pleito de estos hombres.
ALC. Redondo está en lo cierto: Pedro amigo,
Mete la mano y saca otra sentencia;
Podría ser que fuese de provecho.
PEDR. Yo, que soy asesor vuestro, me atrevo
De dar sentencia luego cual convenga.
LAG. Por mí, mas que la dé un jumento nuevo.
SANCH. Digo que el asesor es extremado.
HORN. Sentencia, norabuena.
ALC. Pedro, vaya,
Que en tu magín mi honra deposito.
PEDR. Deposite primero Hornachuelos,
Para mí el asesor, doce reales.
HORN. Pues sola la mitad importa el pleito.
PEDR. Así es verdad; que Lagartija el bueno
Tres reales de a dos os dió prestados,
Y destos le volvistes dos sencillos,
Y por aquesta cuenta debéis cuatro,
Y no, cual decís vos, no más de uno.
LAG. Ello es ansí, sin que le falte cosa.
HORN. No lo puedo negar, vencido quedo,
Y pagaré los doce con los cuatro.
RED. Ensúciome en Catón y en Justiniano,
¡Oh Pedro de Urde, montañés famoso,
Que así lo muestra el nombre y el ingenio!
HORN. Yo voy por el dinero, y voy corrido.
LAG. Yo me contento con haber vencido.
 

Entranse LAGARTIJA y HORNACHUELOS.

Salen CLEMENTE y CLEMENCIA, hija de Martín Crespo, como pastor y pastora, embozados.

 
CLEM. Permítase que hablemos embozados
Ante tan justiciero ayuntamiento.
ALC. Mas que habléis en un costal atados,
Porque a oír, y no a ver, aquí me siento.
CLEM. Los siglos, que renombre de dorados
Les dió la antigüedad, con justo intento,
Ya se ven en los nuestros, pues que vemos
En ellos de justicia los extremos.
Vemos un Crespo alcalde.
ALC. Dios os guarde.
Dejad aquesas lonjas a una parte.
RED. Lisonjas decir quiso.
ALC. Y porque es tarde,
De vuestro intento en breve nos dad parte.
CLEM. Con verdadera lengua, cierto alarde
Hace de lo que quiero, parte a parte.
ALC. Decid; que ni soy sordo, ni lo he sido.
CLEM. Desde mis tiernos años,
De mi fatal estrella conducido.
Sin las nubes de engaños,
El sol, que en este velo está escondido,
Miré para adoralle,
Porque esto hizo el que llegó a miralle.
Sus rayos se imprimieron
En lo mejor del alma, de tal modo,
Que en sí la convirtieron.
Todo soy fuego, yo soy fuego todo,
Y con todo, me hielo,
Si el sol me falta, que me eclipsa un velo.
Grata correspondencia
Tuvo mi justo y mi cabal deseo;
Que amor me dió licencia
A hacer de mi alma rico empleo.
En fin, esta pastora,
Así como la adoro, ella me adora.
A hurto de su padre,
Que es de su libertad duro tirano,
Que ella no tiene madre,
De esposa me entregó la fe y la mano
Y agora, temerosa
Del padre, no confiesa ser mi esposa.
Teme que el padre rico
Se afrente de mi humilde medianía,
Porque hace el pellico
Al monje en esta edad de tiranía.
El me sobra en riqueza,
Pero no en la que da naturaleza.
Como él, yo soy tan bueno:
Tan rico no; y a su riqueza igualo
Con estar siempre ajeno
De todo vicio perezoso y malo,
Y entre buenos es fuero
Que valga la virtud más que el dinero.
Pido que ante ti vuelva
A confirmar el sí de ser mi esposa,
Y en serlo se resuelva,
Sin estar de su padre temerosa,
Pues que no aparta el hombre
A los que Dios juntó en su gracia y nombre.
ALC. ¿Qué respondéis a esto,
Sol, que entre nubes se cubrió a deshora?
CLEM. Su proceder honesto
La tendrá muda, por mi mal, agora;
Pero señales puede
Hacer, con que su intento claro quede.
ALC. ¿Sois su esposa, doncella?
PEDR. La cabeza bajó; señal bien clara
Que no lo niega ella.
SANCH. Pues ¿en qué, Martín Crespo, se repara?
ALC. En que de mi capilla
Se saque la sentencia, y en oílla.
Pedro, sácala al punto.
PEDR. Yo sé que ésta saldrá pintiparada,
Porque, a lo que barrunto,
Siempre fué la verdad acreditada
Por atajo o rodeo,
Y esta sentencia lo dirá que leo.
 

Saca un papel de la capilla, y léele Pedro.

 
"Yo, Martín Crespo, alcalde, determino
Que sea la pollina del pollino."
RED. Vaso de suertes es vuestra capilla:
Y ésta que ha sido agora pronunciada,
Aunque es para entre bestias, maravilla,
Y aun da muestras de ser cosa pensada.
CLEM. El alma en Dios, y en tierra la rodilla,
La vuestra besaré, como a extremada
Coluna que sustenta el edificio
Donde moran las ciencias y el juicio.
ALC. Puesto que redundara esta sentencia,
Hijo, en haberos dado el alma mía,
Porque no es otra cosa mi Clemencia,
Me fuera de gran gusto y alegría;
Y alégrenos agora la presencia
Vuestra, que está en razón y en cortesía,
Pues ya lo desleído y sentenciado
Será sin duda alguna ejecutado.
CLEM. Pues con ese seguro, padre mío,
El velo quito y a tus pies me postro.
Mal haces en usar deste desvío,
Pues soy tu hija y no espantable monstro;
Tú has dado la sentencia a tu albedrío,
Y si es injusta, es bien que te dé en rostro;
Pero si justa es, haz que se apruebe,
Con que a debida ejecución se lleve.
ALC. Lo que escribí, escribí: bien dices, hija;
Y así, a Clemente admito por mi hijo,
Y el mundo deste proceder colija,
Que más por ley que por pasión me rijo.
SANCH. No hay alma aquí que no se regocija
De vuestro no pensado regocijo.
TAR. Ni lengua que a Martín Crespo no alabe
Por hombre ingeniosísimo y que sabe.
 
Возрастное ограничение:
12+
Дата выхода на Литрес:
28 сентября 2017
Объем:
210 стр. 1 иллюстрация
Правообладатель:
Public Domain

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