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El mensaje de Apocalipsis 2 y 3
I. El cuidado de Cristo por sus iglesias humeantes

¿Tuvo usted en casa una lámpara de kerosén cuando era chico? ¿Tiene una en la actualidad? En tal caso, sabrá cuánto cuidado requieren. Cada vez que se las usa hay que recortar la mecha o reemplazarla, constatar que tenga suficiente kerosén y limpiar el tubo.

En el Santuario del Antiguo Testamento, las siete luces del candelero de oro debían ser atendidas cada día por el sumo sacerdote. (Véase Levítico 24:1 al 4.) Mantenerlas limpias, ajustar o reemplazar las mechas y añadirles aceite de oliva era parte del “continuo”, o tamid, del sumo sacerdote, acerca del cual hablamos en el tomo 1, páginas 151 a 179.

En Apocalipsis 2:1 se nos dice que Jesús “camina entre los siete candeleros de oro”. Es nuestro Sumo Sacerdote en la actualidad, y está oficiando en el Santuario celestial. (Véase Hebreos 3:1 y 8:1.) Defiende “siempre” nuestros intereses (Heb. 7:25.) El cuidado simbólico de las lámparas humeantes, que representan su iglesia, es parte de su tamid sumo sacerdotal.

Por supuesto, Jesús no se dedica en realidad a recortar mechas ni a poner aceite de oliva. De qué manera cuida de sus iglesias humeantes y sus a menudo torpes cristianos, queda ilustrado en las siete cartas de Apocalipsis 2 y 3. Allí vemos que ayuda a sus “lámparas” a resplandecer con una luz más brillante a) al alabar sus buenas cualidades; b) al reprender directamente sus faltas e invitarlos a efectuar un profundo cambio (arrepentimiento); y c) al ofrecer brillantes recompensas a todos los que reaccionen en forma positiva.


* Algunos estudiosos piensan que aquí hay un quiasmo porque, por ejemplo, la segunda y la sexta iglesias no tienen reprensión, y son las únicas que tienen referencias a los falsos judíos. La primera y la séptima reciben amenazas de rechazo. ¿Hay otras evidencias en pro o en contra? ¿Ve usted un quiasmo aquí?

1. Éfeso, ¡a iglesia que perdió su amor de otros tiempos. Apocalipsis 2:1-7.

El escenario. Éfeso era la principal ciudad de la provincia romana de Asia. No era la capital, puesto que lo era Pérgamo. Pero disponía de un buen puerto, y su ubicación al comienzo de una importante carretera que unía el oriente con el occidente la ayudaron a convertirse en un fuerte centro comercial. Gozaba de amplio respeto también como centro religioso pagano. Artemisa, una diosa cubierta de glándulas mamarias, como símbolo de la fertilidad, conocida también como Diana, recibía adoración allí. (Véase Hechos 19:35.) Su magnífico templo era conocido por sus contemporáneos como una de las siete maravillas del mundo.

La iglesia cristiana ubicada en la atestada y pagana ciudad de Éfeso fue fundada por Aquila y Priscila, una consagrada pareja de laicos. Apolos, un elocuente evangelista, también colaboró en sus comienzos, como asimismo el apóstol Pablo. (Véase Hechos 18:18 al 26.) Efectivamente, Pablo trabajó tres años en Éfeso. Durante dos de esos años, enseñó cada día las Escrituras en un salón alquilado durante las horas de más calor –desde las 11 hasta las 16 horas, cuando las actividades de la ciudad disminuían y el salón no estaba ocupado. (Véase Hechos 19:8 al 10 y 20:31.)

Tanta gente dejó de adquirir los recuerdos en forma de templetes de plata de la diosa Artemisa, que los plateros de la ciudad promovieron un tumulto anticristiano. (Véase Hechos 19:23 al 41.)

Al visitar a los dirigentes de la iglesia cristiana de Éfeso algún tiempo después, Pablo les advirtió que incluso algunos de entre ellos comenzarían pronto a enseñar herejías. (Véase Hechos 20:29 y 30.) En una carta los amonestaba así: “Que nadie os engañe con vanas razones”. “No tengáis parte con” nadie que trate de hacer eso (Efe. 5:6, 7).

El encomio. Los cristianos de Éfeso aceptaron el consejo de Pablo. Treinta años más tarde, en el Apocalipsis, Jesús los felicita porque “pusiste a prueba a los que se llamaban apóstoles sin serlo” y porque “detestas el proceder de los nicolaítas, que”, añade Jesús, “yo también detesto”. Jesús también felicitó a los efesios por su “conducta”, sus “fatigas” y su “paciencia en el sufrimiento” (Apoc. 2:2, 6.)

Pero ¿quiénes eran los nicolaítas? Ireneo, un ministro religioso del siglo II que vivió cerca de Éfeso, se refiere a ellos en uno de sus escritos. Los nicolaítas pretendían ser cristianos, dice él, pero consideraban “asunto de poca monta la práctica del adulterio y comer cosas sacrificadas a los ídolos”.45 Parece, entonces, que los nicolaítas eran cristianos que creían que la fe en Jesús los liberaba de la obediencia a algunos de los Diez Mandamientos. En 1 Juan 2:4, el apóstol escribió acerca de gente parecida, que decía: “Yo lo conozco [a Jesús]”, pero al mismo tiempo estaba quebrantando los Mandamientos. Cualquiera que hable o actúe así, dice Juan, es “mentiroso”.

Llamar mentiroso a un cristiano que manifiesta poco respeto por los Mandamientos es expresarse ciertamente con severidad. Jesús también se expresó severamente cuando dijo que “detestaba” las enseñanzas de los nicolaítas. Recordamos que en el Sermón del Monte Jesús dijo: “No todo el que me diga: ‘Señor, Señor’, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mat. 7:21). Esa manera de expresarse nos induce a reflexionar, tanto más cuanto mucha gente hoy afirma que la fe libera a los cristianos de la observancia de uno o más de los Diez Mandamientos. Por lo general, esos cristianos consideran con liviandad el séptimo Mandamiento, que se refiere al adulterio, y el cuarto, que tiene que ver con el día de reposo.

La reprensión. Nos alegramos de que los cristianos porque Éfeso hayan rechazado las ideas de los nicolaítas; que llevaban a la confusión. Al hacerlo, siguieron el consejo de Pablo acerca de no relacionarse con los engañadores. Aparentemente, sin embargo, no siguieron tan bien otro consejo de Pablo. En Efesios 5:2, el apóstol los había instado a vivir “en el amor como Cristo os amó”. Pero en Apocalipsis 2:4 Jesús tuvo que decirles: “Pero tengo contra ti que has perdido tu amor de antes”. El ardor del primer amor por Dios se había embotado entre los cristianos de Éfeso. También habían perdido el calor de su primer amor mutuo.

Jesús consideraba que esta pérdida del amor anterior era un pecado de primera magnitud. “Date cuenta, pues, de dónde has caído, arrepiéntete y vuelve a tu conducta primera”, les ruega. “Si no”, añade, “iré donde ti y cambiaré de su lugar tu candelera, si no te arrepientes”.

Jesús trató con tacto, pero con firmeza, a los extraviados cristianos de Éfeso. Primero se refirió a sus buenas cualidades; después les mencionó con toda claridad cuáles eran las malas. Una iglesia cristiana, si realmente quiere serlo, si desea ser una verdadera luz en el mundo, tiene la ineludible responsabilidad de vivir el amor. “En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros” (Juan 13:35). “Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mat. 5:16).

La gente menesterosa considera que la iglesia es una luz y glorifica a Dios cuando los cristianos le brindan ayuda en forma práctica. Los hombres de negocios ven a la iglesia como una luz y glorifican a Dios cuando los cristianos pagan sus cuentas a tiempo y formulan sus quejas, si tienen que hacerlo, en forma amable y amigable. Los no cristianos se asombran por el poder de Dios cuando una iglesia llena de reyertas deja de ser “una iglesia humeante” y sus miembros comienzan a amarse los unos a los otros de nuevo.

La recompensa. El gozo que produce la restauración del amor de los comienzos es el principio de las recompensas que se ponen a disposición de los cristianos de Éfeso. “Al vencedor”, es decir, a todo el que vence esa falta de amor, Jesús le dice: “le daré a comer del árbol de la vida, que está en el Paraíso de Dios”. El árbol de la vida estaba originalmente en el Jardín del Edén. (Véase Génesis 2:8 y 9.) El paraíso está ahora en el cielo. (Véase 2 Corintios 12:2 y 3.) Todos desearíamos haber tenido acceso al árbol de la vida hace ya mucho tiempo. Jesús nos promete que lo tendremos pronto, en el cielo.

2. Esmirna, la iglesia que sufrió persecución. Apocalipsis 2:8-11.

El escenario. La ciudad de Esmirna estaba ubicada al norte de Éfeso, en una hermosa bahía del mar Egeo. Comercialmente, Esmirna era rival de Éfeso y con el tiempo la sobrepujó. Nos interesará saber que Esmirna se vanagloriaba de poseer el único mercado conocido del mundo antiguo construido en tres niveles, con negocios en los dos niveles superiores, más uno en el subsuelo. Bajo el nombre turco de Izmir, Esmirna existe hasta el día de hoy, y es la tercera ciudad de Turquía, y la más floreciente de las siete mencionadas en Apocalipsis 2 y 3.

La iglesia de Esmirna padeció persecución. Fue calumniada por falsos judíos, y destinada a ser atormentada por Satanás y padecer “tribulación” por “diez días”. Algunos de sus miembros habrían de ser encarcelados, y otros serían condenados a muerte.

Unos setenta años después de esta profecía, Esmirna fue sede de una notable serie de martirios que se extendieron por varios días literales. El duodécimo y último de estos mártires fue el gran Policarpo, que para la época en que murió había servido como el principal ministro religioso de Esmirna por espacio de, por lo menos, cuarenta años. A edad muy avanzada, Policarpo fue arrestado en una casa de campo un viernes de noche. Inmediatamente, pidió a la esposa del granjero que preparara cena para los soldados que habían venido a detenerlo. Mientras estos comían, Policarpo se puso en pie a un costado de la pequeña habitación y oró en voz alta durante dos horas por cada cristiano del Imperio Romano de quien él podía acordarse.

Al día siguiente, en el anfiteatro de Esmirna, el gobernador Status Quadratus se sintió tan profundamente impresionado por Policarpo, que trató de salvarle la vida. Al ver que sus esfuerzos no daban resultado, pidió a Policarpo que maldijera a Cristo. Estaba seguro de que un hombre tan grande como Policarpo estaría ansioso de separarse de Jesús, a quien Roma había condenado como criminal. Pero Policarpo, en cambio, dio esta vibrante respuesta: “Durante 86 años lo he servido y él nunca me ha hecho mal. ¿Cómo puedo yo maldecir a mi Rey, que me salvó?”

La multitud –entre la que se encontraban miembros de la sinagoga judía– pidió a gritos que Policarpo fuera arrojado a los leones. Pero estos estaban más que satisfechos, porque pocos momentos antes habían devorado otras víctimas, no cristianas. Un heraldo explicó entonces que ya había pasado la hora del día en que todavía era legal que se usaran leones en ese “entretenimiento”, por lo que la multitud exigió que Policarpo fuera quemado vivo. Cuando el gobernador consintió, los judíos, en una actitud hostil muy poco común, fueron los primeros en reunir leña para la hoguera, aunque era sábado.46

El encomio. Jesús conocía todo lo referente a las tribulaciones presentes y futuras de los cristianos de Esmirna. También apreciaba profundamente la calidad de su fe en él. “Conozco tu tribulación y tu pobreza”, dice. Pero añade prontamente: “aunque eres rico”. Los cristianos de Esmirna no recibieron ninguna reprensión; solo felicitaciones y una promesa de recompensa.

La recompensa. De acuerdo con las circunstancias apremiantes de los cristianos de Esmirna, Jesús se presenta ante ellos como “el Primero y el Ultimo” que “estuvo muerto y revivió”. Y a continuación les hace una doble promesa de resurrección: “Manténte fiel hasta la muerte y te daré la corona de la vida”; y “el vencedor no sufrirá daño de la muerte segunda”.

¡Jesús es especialista en resurrección y vida! (Véase Juan 11:25.) Se resucitó a sí mismo (Juan 10:17, 18), y ya ha resucitado a una cantidad de gente. (Véase Apocalipsis 1:18.) Las asombrosas promesas que hiciera a Esmirna son perfectamente dignas de confianza.

Pero estas promesas son para los que “venzan”, para aquellos que sean “fieles hasta la muerte”. Son para los cristianos que triunfen sobre el mal, que prefieran morir antes que hacer algo incorrecto. Son para cristianos que prefieran morir antes que cometer adulterio, tomar el nombre de Dios en vano o quebrantar el sábado. Para cristianos que prefieran morir antes que ser deshonestos.

Señor Jesús, tú que cuidas los candeleros, ayúdanos a difundir una luz pura y resplandeciente.

3. Pérgamo, la iglesia cercana al trono de Satanás. Apocalipsis 2:12-17.

El escenario. La ciudad de Pérgamo estaba ubicada en la saliente de una elevada montaña, un sitio ideal para la defensa. En los siglos II y III a.C., Pérgamo, capital del reino del mismo nombre, era un ilustre centro cultural. Su biblioteca contenía los rollos de doscientos mil libros. Muchos de esos rollos, de paso, eran de pergamino, un cuero curtido gracias a una técnica muy especial. Los pergaminos comenzaron a fabricarse en Pérgamo cuando el rey Ptolomeo V de Egipto suspendió la exportación de rollos de papiro de su país. Las sanciones económicas no funcionaban mejor entonces que ahora, pues estimularon la competencia para producir materiales de calidad superior. La palabra “pergamino” deriva de Pérgamo.

El rey Atalo III estableció en su testamento que, a su muerte, Pérgamo debía pasar a formar parte del Imperio Romano. Esto se cumplió en el año 133 a.C. Como nueva capital de la provincia de Asia, ahora Pérgamo podría reclamar la presencia de un gobernador romano. Con el transcurso del tiempo, pudo jactarse de haber construido templos en honor de varios dioses paganos, incluso, ominosamente, el primer templo conocido para honrar al emperador Augusto (año 29 a.C.). Más tarde se edificó otro templo para adorar al emperador Trajano, y más tarde aún otro, en honor del emperador Severo. Usted recuerda, sin duda, que la adoración compulsiva del emperador dio como resultado una vasta persecución en los días de Juan, e inclusive el exilio del apóstol a la isla de Patmos.

“Sé dónde vives”, dice Jesús a la congregación de Pérgamo: “donde está el trono de Satanás”.

El encomio. Cristo manifestó su complacencia por el hecho de que a pesar del ambiente malvado que la rodeaba, la iglesia de Pérgamo no había negado la fe “ni siquiera en los días de Antipas, mi testigo fiel, que fue muerto entre vosotros, ahí donde vive Satanás”. Nos gustaría saber algo más acerca de Antipas, pero no hemos logrado descubrir nada más. Qué feliz se va a sentir este leal cristiano cuando oiga en el momento de la resurrección la voz de Jesús felicitándolo así: “Antipas, mi testigo fiel”.

La reprensión. Aunque Antipas era digno de encomio, otros cristianos de Pérgamo no lo eran. Algunos de ellos habían aceptado “la doctrina de Balaam, que enseñaba a Balaq a poner tropiezos a los hijos de Israel para que comieran carne inmolada a los ídolos y fornicaran”. Y Jesús añadió: “También mantienes algunos que sostienen la doctrina de los nicolaítas”.

Pocas páginas atrás leímos que la congregación de Éfeso rechazó a los nicolaítas; de manera que Pérgamo, en conjunto, no estaba portándose tan bien como Éfeso. Al hablar acerca de Éfeso, nos enteramos de que los nicolaítas enseñaban que la fe en Cristo los liberaba de la observancia del Mandamiento relativo al adulterio, y hasta cierto punto también del que tiene que ver con la idolatría. Parece que las enseñanzas de Balaam eran parecidas.

“Balaam” aparece aquí como metáfora. El Balaam de la historia fue un notable profeta del Antiguo Testamento. (Véase Números 25:1 al 9 y 31:16.) Después de servir a Dios por muchos años, Balaam aceptó la oferta de soborno por parte de Balaq, rey de los moabitas, que deseaba maldecir a los israelitas para que estos no pudieran derrotar a los moabitas en el momento de la batalla.

Dios hizo un milagro para impedir que Balaam maldijera a Israel; pero estaba tan decidido a obtener el soborno ofrecido, que aconsejó al rey Balaq que invitara a los israelitas a una fiesta pagana, con abundancia de mujeres y vino. Es claro que Balaam llegó a la conclusión de que si podía conseguir que los israelitas cometieran graves pecados, Dios mismo los iba a maldecir.

El rey Balaq siguió el insidioso consejo de Balaam, y muchos israelitas sucumbieron ante la tentación. Dios, por supuesto, no maldijo a Israel, pero ordenó que los dirigentes israelitas que habían colaborado con Balaam fueran ahorcados. Miles de israelitas que participaron en esa fiesta cayeron víctimas de la enfermedad.

En Apocalipsis 2:16, Jesús anhelaba que el dirigente (el “ángel”) de la congregación de Pérgamo persuadiera a los miembros del partido de Balaam a “arrepentirse” y cambiar de conducta. De lo contrario, dijo Jesús solemnemente: “Iré pronto donde ti y lucharé contra esos con la espada de mi boca”.

La situación de Pérgamo, probablemente, era más complicada de lo que parece. Podemos aprender algo más acerca de ello al considerar una situación similar que debió enfrentar el apóstol Pablo en la iglesia de Corinto.

Los banquetes populares patrocinados por los clubes sociales y los gremios de la época se celebraban frecuentemente en Corinto (y también en Pérgamo) en los templos paganos. Los templos eran atractivos y amplios, disponían de equipo de cocina y eran adecuados para albergar multitudes bastante numerosas. Algunos de los cristianos de Corinto insistían en que un ídolo realmente no es nada, y que Cristo murió para hacernos libres. Se convencían a sí mismos de que si querían asistir a un banquete en un templo no sufrirían ningún daño, si lo hacían. Sabían que su ejemplo podría inducir a algunos cristianos débiles a caer nuevamente en un paganismo total; pero si eso ocurría –razonaban ellos– sería por su propia culpa, y nada más. (Véase 1 Corintios 8:4 al 13.)

Al replicarles, Pablo estuvo de acuerdo con ellos en que los ídolos no tienen existencia personal. Pero, les dijo, los demonios sí la tienen. El participar de una fiesta pagana, señaló, era como participar de la cena del demonio, en lugar de compartir la Cena del Señor. ¿Y qué decir de su libertad en Cristo? Inducir a un cristiano débil a pecar es lo mismo que destruir a alguien por quien Cristo murió. (Véase 1 Corintios 10:14 al 33 y 8:9 al 13.)

Es evidente que lo que preocupaba a Jesús acerca de la iglesia de Pérgamo era esa misma pervertida clase de cristianismo que pretende que en Cristo somos dueños de hacer lo que nos dé la gana, aunque lo que hagamos esté en contra de los Mandamientos, y que la mala influencia de nuestra conducta sobre los demás es problema de ellos, no nuestro.

Pero hoy, tal como en Pérgamo, todavía hay cristianos que se apartan de los lugares dudosos de entretenimiento para no correr el riesgo de ejercer una mala nfluencia sobre cristianos débiles, que podrían caer esclavizados por los malos hábitos. Hay hermanos y hermanas mayores que eligen cuidadosamente sus lecturas y sus programas de televisión, con el fin de evitar ejercer influencia sobre sus hermanos y hermanas menores, de modo que no lean ni vean algo que les podría hacer daño. Esos cristianos no son “nicolaitas”.

La recompensa. “Al vencedor le daré maná escondido; le daré también una piedrecita blanca, y grabado en la piedrecita, un nombre nuevo que nadie conoce, sino el que lo recibe” (Apoc. 2:17).

En muchas culturas no occidentales, se elige el nombre de una persona para que concuerde con su carácter, su personalidad o algún acontecimiento de su vida. A veces, el nombre se modificaba después de algunos años, como resultado del cambio de carácter o de actividad de la persona.

En las Escrituras, se nos dice que Jesús cambió el nombre de Simón al de Simón Pedro (piedra), para dar a entender que su personalidad era semejante a una piedra. (Véase Marcos 3:16 y Mateo 16:18.)

El nombre de Cristo, Jesús, significa “Alguien que salva”. (Véase Mateo 1:21.)

En el Antiguo Testamento, Jacob significaba “suplantador”; en un sentido negativo, pues se refería a alguien que ocupaba el lugar de otro mediante un fraude. Jacob era ciertamente un “tramposo”. Pero cambió. Después de triunfar en su lucha con el Ángel de Dios en Peniel, su nombre fue cambiado y pasó a ser “Israel”. “En adelante no te llamarás Jacob, sino Israel”, le dijo el ángel; “porque has sido fuerte contra Dios, y a los hombres los podrás” (Gén. 32:29). Puesto que había dejado de ser tramposo, no se conocería más a Jacob por ese nombre, sino como vencedor, porque precisamente eso era lo que había llegado a ser. Ahora era Israel: Vencedor.

¿No somos todos nosotros en mayor o en menor medida “tramposos”? Como los balaamitas y los nicolaítas, nos esmeramos en encontrar razones plausibles para justificar nuestra mala conducta. Pero si nos aferramos de Dios por la fe, gracias al estudio de las Escrituras y la oración, también podremos cambiar hasta convertirnos en vencedores, en Israel. Entonces Dios también nos da a nosotros un nombre nuevo.

Nos ha prometido, asimismo, darnos del “maná escondido”. En el Antiguo Testamento se nos cuenta que un alimento misterioso, pero nutritivo, llamado maná, aparecía sobre la arena del desierto cada mañana mientras los israelitas viajaban de Egipto a la Tierra Prometida. En Juan 6:31 al 35, Jesús dijo a sus seguidores que, en un sentido espiritual, él era el Maná, el verdadero Pan del cielo. Si nosotros, a diferencia de los nicolaítas y los balaamitas, rehusáramos participar de actividades y entretenimientos dudosos, descubriremos que dispondremos de tiempo suficiente para “juntar maná” cada día; es decir, “alimentarnos” de Cristo mediante el estudio de su Palabra.

4. Tiatira, 1a iglesia que toleró a Jezabel. Apocalipsis 2:18-29.

El escenario. La ciudad de Tiatira no era un puerto como Éfeso y Esmirna. Ubicada sobre una suave colina, no estaba defendida por los acantilados de las montañas, como Pérgamo. Pero su ubicación sobre una carretera principal donde se unían dos valles, le proporcionaba amplias oportunidades de dedicarse al comercio. La raíz de una planta llamada rubia, que crecía en las inmediaciones, proporcionaba a sus artesanos y mercaderes un colorante de un rojo vivo, que se conocía en la antigüedad con el nombre de púrpura. Lidia, la comerciante que aceptó a Cristo en la ciudad de Filipos, vendía telas teñidas de “púrpura”, que provenían de Tiatira. (Véase Hechos 16:11 al 15.)

El encomio. Cristo felicitó a los cristianos de Tiatira por su “conducta” y por su “caridad”, su “fe”, su “espíritu de servicio”, y su “paciencia en el sufrimiento”. Notó, en efecto, que sus buenas obras iban en aumento a medida que transcurría el tiempo. “Tus obras últimas sobrepujan a las primeras” (Apoc. 2:19).

La reprensión. Pero a pesar de sus numerosas obras de caridad y sus encomiables virtudes, los cristianos de Tiatira necesitaban más ayuda del celestial Cuidador de Candeleros que ninguna otra iglesia, con excepción de Laodicea. Mientras los efesios habían rechazado a los nicolaítas y solo algunos de los pergamenses habían aceptado a los balaamitas, la totalidad de la iglesia de Tiatira había tolerado a Jezabel, una mujer que pretendía ser “profetisa” y que enseñaba a los miembros de la iglesia “que forniquen y coman carne inmolada a los ídolos” (vers. 20).

Como Balaam, la verdadera Jezabel fue una persona infame de la época del Antiguo Testamento. Se casó con el rey Ajab y de ese modo llegó a ser reina de Israel, es decir, de la nación israelita ubicada en esos días en el norte del territorio. Hija del pagano rey de Tiro, Jezabel trajo consigo sacerdotes paganos a Israelm y pronto convirtió a la mayoría de los israelitas al inmoral culto de Baal. Muchos israelitas que no quisieron abandonar su fe en Dios sufrieron martirio. (Véase 1 Reyes 16 a 21.)

Reconocemos que el problema que tenía Tiatira con Jezabel –inmoralidad y participación de la carne sacrificada a los ídolos– era la misma transigencia con la cultura pagana que promovían los nicolaítas y los balaamitas. El grado de transigencia, en cambio, era devastadoramente peor. La rebelión de Jezabel había llegado a la madurez. A pesar de que se le concedió tiempo para que se arrepintiera, había rechazado con tozudez efectuar cualquier cambio.

Como resultado de ello, debía sufrir los efectos de una grave enfermedad, presumiblemente producto de sus propios excesos. “Mira, a ella voy a arrojarla en el lecho del dolor”. Y a menos que se arrepintieran, sus seguidores tendrían que pasar por “una gran tribulación” (vers. 22).

En los días de la Jezabel del Antiguo Testamento, siete mil israelitas rehusaron valerosamente transigir con la cultura pagana de sus días. (Véase 1 Reyes 19:18.) Nos alegramos al enterarnos de que en Tiatira también había un grupo que no compartía “esa doctrina [de Jezabel]”; que no conocía “ ‘los secretos de Satanás’, como ellos dicen”. Cristo los animó, diciéndoles: “Solo que mantengáis firmemente hasta mi vuelta lo que ya tenéis” (vers. 25, 26).

El juicio previo al advenimiento de Jesús. Inmediatamente después de sus palabras acerca del castigo, Jesús dijo: “Así sabrán todas las iglesias que yo soy el que sondea los riñones y los corazones, y el que os dará a cada uno según vuestras obras” (vers. 23).

En el Antiguo Testamento, ni siquiera el profeta Elias estaba al tanto de que esos siete mil fieles creyentes que mencionamos hace un momento se estaban manteniendo firmes; creía que él era el único que lo estaba haciendo. Pero Dios conocía a cada uno de los siete mil. El Señor está observando constantemente nuestra conducta. Sus ojos, amigables y amantes, se fijan en cada persona que le es fiel.

Cuando Jesús dijo que “todas las iglesias” sabrían que él “sondea los ríñones y los corazones”, y que un día “dará a cada uno según” sus “obras”, estaba hablando del Juicio. Estaba hablando acerca de su función personal como Juez de todos los cristianos y de todas las iglesias cristianas.

Un malentendido acerca de las palabras de Cristo que encontramos en Juan 5:24, desgraciadamente, ha dado la impresión de que los verdaderos cristianos pueden olvidarse de que el Juicio final se aplica a ellos. “El que escucha mi Palabra y cree en el que me ha enviado, tiene vida eterna y no incurre en juicio”, dice Jesús en Juan 5:24, de acuerdo con la Biblia de Jerusalén. Las demás versiones castellanas que hemos consultado, con ligeras variantes, dan una idea semejante.

Pero en 2 Corintios 5:10 leemos que “es necesario que todos seamos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba conforme a lo que hizo durante su vida mortal, el bien o el mal”. Y la declaración de Cristo que encontramos en Apocalipsis 2:23 no deja lugar a dudas: “Así sabrán todas las iglesias que yo soy el que sondea los ríñones y los corazones, y el que os dará a cada uno según sus obras”.

En lugar de decir que los verdaderos cristianos no pasarán por el Juicio, la versión Reina-Valera traduce correctamente Juan 5:24, al verter que no vendrán “a condenación”, traducción que concuerda ciento por ciento con el original griego. Sencillamente, entonces, este es el verdadero significado del pasaje, en una traducción que concuerda con el resto de las Escrituras y con las palabras de Cristo a la iglesia de Tiatira.

En el tomo 1, páginas 231 y 232, analizamos la primera etapa del Juicio final de Dios. Se la llama, a veces, “el juicio investigador”; y puesto que ocurre inmediatamente antes de la segunda venida de Cristo, es conocida también como “juicio previo al advenimiento”. Descubrimos que tiene que ver con todos los miembros del pueblo de “Israel”, es decir, con todas las personas que en algún momento profesaron fe en el verdadero Dios. Uno de los propósitos de la primera etapa del Juicio consiste en revelar quiénes han permanecido fieles a su primera profesión de fe y quiénes no lo han hecho. Otro de sus propósitos es vindicar a los fieles creyentes que han sido tratados rudamente por creyentes infieles. Tendremos algo más que decir acerca de este Juicio en las dos páginas que siguen, y también cuando estudiemos Apocalipsis 14.

La recompensa. A todos los que rehúsen a toda costa transigir con la cultura mundana, Jesús les promete un poder, una amistad y una gloria que sobrepuja todo lo mundano. “Al vencedor, al que guarde mis obras hasta el fin, le daré poder sobre las naciones: las regirá con cetro de hierro [...] Yo también lo he recibido [poder] de mi Padre. Le daré además el Lucero del alba”.

En la antigüedad, un “cetro (vara) de hierro” era una especie de bastón de metal que usaban los pastores. (Véase Salmo 23:4.) Su propósito no era agresivo sino, más bien, para defender al rebaño. La destrucción de los malhechores salvaguardará eternamente a los inocentes. Las burlas, las amenazas y las obscenidades no los volverán a atormentar.

“El Lucero del alba” que Jesús promete dar es él mismo. (Véase Apocalipsis 22:16.) Aunque es Rey de reyes y Señor de señores (Apoc. 19:16), se nos ofrece como nuestro real Amigo, e incluso como nuestro divino Siervo. (Véase Lucas 12:37; 22:27.) ¡Qué maravilloso! ¡Cuán persuasivamente nos induce a resistir la cruda presión y la pérdida de los amigos comunes, cuando nos vemos comprometidos a transigir!

5. Sardis, la iglesia estancada. Apocalipsis 3:1-6.

El escenario. Sardis se consideraba inexpugnable. En cierto modo como Pérgamo, se hallaba ubicada en las alturas, en la saliente de una montaña. La parte más importante de la ciudad se hallaba colgada, por así decirlo, a unos trescientos metros sobre el nivel del mar, sobre el valle, en la cumbre de unos riscos casi perpendiculares. En la antigüedad, el famoso rey Creso, monarca proverbialmente rico, eligió a Sardis como su capital, y llegó a la conclusión de que sus enormes tesoros se encontrarían seguros allí. Las primeras monedas se acuñaron en Sardis.

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