Читать книгу: «Campo del Moro», страница 4

Шрифт:

Testimonios orales, epístolas, fuentes historiográficas

No me sirvió nunca la memoria con fidelidad, he recurrido constantemente a la de otros. A veces, he tenido de un mismo suceso, en los que participaron varios, hombro con hombro, versiones dispares. Es achaque humano, nadie ve nada igual, es decir, todos ciegos, sin contar que no somos cíclopes y dos, cuatro, seis ojos ven más que uno; pero siempre desde ángulos distintos. La novela no es sino reducir a memoria lo olvidado o lo imaginado, que viene a ser para los demás lo mismo (ms. 1, f. suelto entre ff. 1 y 2).

Como labor previa a la creación conversé con algunos de los protagonistas de las distintas facciones, que intervinieron en el levantamiento de Casado y Besteiro contra el Gobierno de Negrín. La acción que ocurre en Madrid se circunscribe a una semana, la semana que precede a la capitulación y al desastre (Aub, en Carballo [1963]).

Antes de la escritura de los Campos, Aub recogió numerosos testimonios orales y epistolares, al tiempo que se documentó con libros de Historia y memorias de los protagonistas. Ello lo corrobora, por ejemplo, el aludido epistolario entre Aub y Tuñón de Lara, que informa de fuentes historiográficas utilizadas por el escritor. Inmerso en su obra creativa, en sus cartas de 1962 Aub menciona reiteradamente Campo del Moro, cuando no menos atareado andaba Tuñón de Lara en la preparación de La España del siglo XX (1966): «He aquí los libros que me tienen de cabeza […]: Zugazagoitia: Historia de la Guerra de España. Edmundo Domínguez: Los vencedores de Negrín. López Fernández: Defensa de Madrid. Lo demás que busco es prensa».70 En su respuesta a Tuñón, el 14 de mayo de 1962 Aub le dijo: «Referente a los libros que me pides no habrá inconveniente con los de Domínguez y López.71 El de Zuga es inencontrable. En su tiempo, manejé el de Miaja. […] Del libro de Domínguez son útiles todos los datos mientras no se refieran a él directamente. Se portó cochinamente y escribió el libro para justificarse».72

En concreto, entre las fuentes escritas de la Historia, Aub manejó Freedom’s Battle (1940), de Julio Álvarez del Vayo, el libro citado de Domínguez y The Last Days of Madrid del coronel Casado, que había visto la luz en Londres en 1939.73 Otras fuentes históricas fueron el documento del fiscal republicano Leopoldo Garrido74 («Obreros españoles, pueblo de la España antifascista…»), transcrito casi literalmente por Aub en el capítulo 8 de la II parte; el informe titulado «Rodríguez Vega», así como otros informes (Lafuente, Cabezas) que, en buena medida, le sirvieron para preparar Campo de los almendros. También manejó citas muy puntuales (Heródoto o Aristóteles), y, sobre todo, palpita la presencia de Costa, Pi i Margall, Saavedra Fajardo, Gracián, Cadalso, Larra, Unamuno, así como la impronta de Lope, Cervantes, Quevedo o Galdós. De hecho, en la novela, conforman una red intertextual explícita el soneto «Al sueño» de Lupercio Leonardo de Argensola; las obras Angelita y Lecturas Españolas de Azorín; los aforismos de José Bergamín en El cohete y la estrella y La cabeza a pájaros; las resonancias de La vida es sueño de Calderón de la Barca y de las Doloras de Campoamor; la huella de Cervantes: Don Quijote de la Mancha, la novela ejemplar La gitanilla y el drama Numancia –también intertexto de Campo abierto–; ecos de Espronceda: El Diablo Mundo, Jorge Manrique: Coplas a la muerte de su padre, Luigi Pirandello: Il fu Mattia Pascal, el Poema de Mio Cid, y también se alude expresamente a la novela unamuniana San Manuel Bueno, Mártir, las Sonatas de Valle, Don Juan Tenorio, de Zorrilla, y El antiguo Madrid, paseos histórico-anecdóticos, de Ramón de Mesonero Romanos, cuya cita otorga el título a la novela.75

IV. ASPECTOS ESTILÍSTICOS Y TEMÁTICOS

En el manuscrito del prólogo inédito al Laberinto,76 Max Aub escribió: «Machihembrar el sustantivo con el adjetivo correspondiente, oír el martilleo de la frase, haber dicho exactamente lo que se quería, y basta. Cuando lo he hecho –de tarde en tarde– ¡Claro que mejora el texto!». En Campo del Moro, la disposición de secuencias narrativas y de capítulos, en virtud de ese machihembrado, de igual modo es un ir y venir de textos aubianos y, fundamentalmente, el escritor recurrió a sus novelas madrileñas –Campo abierto, Las buenas intenciones, La calle de Valverde–, cuyos espacios, tiempos, temas y personajes retornan, así como al relato Un atentado, reinterpretado en el capítulo 4 de la I parte.77

Por su naturaleza, Tuñón (2001: 110) consideró Campo del Moro «el primer cuadro de la gran tragedia colectiva» que Aub desarrollaría en Campo de los almendros. Esta novela se concentra en el episodio bélico antedicho y la acción transcurre de principio a fin en un solo escenario: Madrid. Basta coger un plano de la ciudad para comprobar que, si en las novelas citadas Aub la había recorrido ampliamente, ahora se viven y atraviesan sus espacios desde Las Ventas hasta Moratalaz, desde el Retiro al Manzanares, la Casa de Campo, el Parque del Oeste, la Ciudad Universitaria, la Castellana, el Paseo del Prado, Atocha, el Campo del Moro… Consiguientemente nos encontramos con la que es, en aquel tiempo final de la contienda, la novela de Madrid,78 ciudad que es escenario de la acción y no meramente el paisaje. En el texto apenas hay rupturas espacio-temporales, pues, como comprobará el lector, el viaje de Vicente Dalmases a la zona levantina y la mención de la Posición Yuste en que permanece el Gobierno de Negrín encajan perfectamente con el desarrollo histórico de los acontecimientos, al igual que los contados flash-backs, es decir, los sucedidos relatados por Victoriano Terraza o los recuerdos de Pascual Segrelles, Vicente Dalmases y Julián Templado.

El propio autor definió con acierto el estilo de la novela: «Es cortado, conciso. Procuro decir las cosas con las menos palabras posibles. Atemperar el lenguaje a los sentimientos y a los sucesos […] El único influjo que reconozco es el de Quevedo. Desgraciadamente Quevedo es para mí más entrañable que Cervantes. Ello se debe, quizá, a que este crece y se expresa en una época de decadencia» (Carballo, 1963). Por su conceptismo, Mesa (1992: 13) se aprestó a señalar que «con lentes quevedescas en su efigie […] el ojo de Max Aub […] es el ojo quevedesco de la literatura española».

Este Campo no es territorio de exploración de léxico inusual, como en mayor medida lo son, pongamos por caso, Campo cerrado o Campo de sangre. Por el contrario, en Campo del Moro la prosa conceptista aubiana se repliega, se condensa, camina hacia una expresividad más directa, natural, fluida, sintética y precisa, donde cada palabra cuenta. Los recursos de la maestría del autor se muestran, a la postre, mediante una construcción afinada y funcional, que incluye el interés por el significado de ciertas palabras y expresiones, es decir, por los «valores reales del idioma» (IV/2):

–¿Cree que darán algo hoy?

–Leche.

El Espiritista, que no alcanza los valores reales del idioma, asegura:

–Esta es la cola del carbón.

–Y están mal ordenadas las letras y sobra el singular –contesta el formador.

En la novela igualmente emerge la potencialidad del Aub dramaturgo y el escritor de guiones cinematográficos, pues muy recurrida y motivo del estilo breve y objetivo es la organización teatral de los numerosos diálogos –construidos con lenguaje coloquial en registros múltiples–, así como la técnica cinematográfica, los fundidos de secuencias, las elipsis y analepsis, las descripciones de un Madrid visionado en travelling. En cuanto al narrador, principalmente su perspectiva es omnisciente y las diferentes focalizaciones, como analizó Bertrand (1996), impiden establecer el estatuto del narrador globalmente. Esta perspectiva varía en los numerosos diálogos y monólogos o cuando se transcriben cartas, notas y fragmentos de discursos trasladados a la novela.

La organización de la obra es otro alarde técnico de Aub: sus siete partes respetan la cronología de los acontecimientos históricos. El escritor las titula mediante la fecha de la acción, pero prescinde de subtitular capítulos como en las primeras novelas del Laberinto. La estructura solo es caótica en apariencia, dada la coherencia interior que le aporta esa temporalidad estricta y lineal de los hechos reales y ficticios desarrollados, así como las experiencias interrelacionadas que viven sus personajes. Sobre esta resistente arquitectura narrativa, Oleza (2000: 92-93) observó que:

El orden de los acontecimientos novelescos se pliega pues al de los acontecimientos históricos con disciplina rigurosa […] La densidad ficcional depende en buena medida de la histórica: los 7 capítulos son extremadamente desiguales en extensión, lo que parece no justificarse por razones ficcionales en un novelista tan atento a la arquitectura como el Max del Laberinto. La sustancia histórica la acumula Max Aub en el paso de la conspiración a la sublevación, en el primer capítulo (día 5 de marzo), y en los primeros pasos de los sublevados y del gobierno (día 6 de marzo), por lo que estos dos capítulos, junto con el tercero (día 7 de marzo) que narra las primeras consecuencias en la calle de la sublevación, con las detenciones, tiroteos, fusilamientos, con la lucha en las calles, en suma, son los más largos con mucha diferencia. Los cuatro capítulos restantes son extremadamente breves. De ellos, únicamente el sexto (12 de marzo) […] alcanza cierta densidad histórica […] Son por tanto los acontecimientos históricos –no los ficticios– los que articulan la estructura de la novela, proporcionándole el orden y la sustancialidad temporal de la crónica, conduciéndola desde la conspiración de Casado al desmoronamiento del Frente Popular y la desbandada.

En cuanto a los tópicos sobre los que se construye la novela, son los grandes temas del hombre y de la literatura de todos los tiempos, entre ellos la lealtad, el amor, la vida y la muerte:

En todas las casas de Madrid, en todas las mesas de las casas de Madrid, hay, por lo menos, el lugar de un muerto o de un desaparecido; en todas las casas la muerte tiene la cara de uno de la familia, en todas las calles de Madrid hay –dejando aparte el barrio de Salamanca–, por lo menos, una casa bombardeada, deshecha, con las tripas al aire. Madrid, ciudad de piedra, viva y muerta a la vez como si fuera posible que siguiese corriendo la sangre por las venas y las arterias de un cadáver (I/5).

De aquella Europa que convertiría el hambre en fúnebre destino de tantos seres humanos, Madrid vino a ser antesala del tema del hambre en la literatura de naturaleza bélica y social. A pesar de las conocidas como píldoras de Negrín, las lentejas, en Madrid se pasaba hambre. Valga mencionar a Lola, quien en el último capítulo, el XII, de la I parte, comienza diciendo: «¿Qué vamos a comer mañana? ¿A qué hora me levantaré para hacer la cola del carbón? ¿Irá papá a la de…? ¿Qué vamos a comer mañana? Comer. ¿Qué comería si pudiera comer lo que quisiera?».79

Sin embargo, la tragedia se contempla sobremanera a través de la traición, tema que Aub expande en múltiples aspectos: odio, pasión, intriga, justicia, rencor, envidia, soledad, infidelidad, amistad… Abundan las dudas sobre el valor y la sensatez de la resistencia e importante es la impresión de caos en que los personajes intuyen que en ese laberinto no hay salida posible, ni histórica ni personal. Después, como apuntó Soldevila (1973: 99), con su forma de embudo sin salida, Campo de los almendros confirmará la encerrona anunciada en esta novela madrileña. Así, a pesar de los ingredientes comentados (argumento, personajes, estilo o estructura), Campo del Moro es una gran novela precisamente por abordar la traición y mostrar el conflicto ético que se desprende de la guerra entre republicanos en esa semana de marzo. Oleza consideró Campo del Moro como «el más ceñido, el más equilibrado de los frescos narrativos que el escritor dedicó a la Guerra Civil» y, coincidiendo con Mainer y otros críticos, subrayó que «la fuerza mítica de la traición recorre toda la novela, desde la traición política a la amorosa».80 Pongamos por caso el capítulo 4 de la IV parte, en donde dos personajes, Moisés Gamboa y Ramón Bonifaz, hablan de la traición y de quién traiciona a quién:

–¿Qué es eso de traicionar? –pregunta Bonifaz–. ¿Qué quiere decir? Ser fiel a sí mismo, ¿es traicionar? Ser infiel a una causa en la cual ya no se cree ¿es traicionar? No: el quid está en el provecho. Una misma cosa hecha con fines crematísticos, en vista de cualquier beneficio personal o para salvar el alma, es traición o lealtad […] Ahora bien, fíjese: no hay libro ni ensayo acerca de la traición o, por lo menos, no los conozco, y he visto bastantes en mi vida. Acerca de los traidores, sí: infinitos y cantidad de leyes. Hasta sería capaz de decirle que la literatura está basada en historias de traiciones y de traidores. Pero sobre la traición en sí, nada. […]

–¿Qué político no traiciona? A sí, a los demás. Sin eso, el mundo no adelantaría, estaríamos donde siempre estuvimos. ¿Traicionó Bonaparte a la revolución? ¿Traicionó Lutero? ¿Traicionó Isabel la Católica? ¿Traicionó Julio César? ¿Traicionó Bruto? La historia de la evolución, del progreso, es una larga historia de traiciones, la historia misma de la traición, por eso la gente huye de hablar de ella.

Respecto de la novela, el propio Aub expresó una opinión similar a la de su personaje en una entrevista sobre Campo del Moro:

Acerca de la traición no hay nada escrito, a no ser el elogio de Maquiavelo. Todos huyen de tratarla como problema social, histórico o filosófico. No conozco un solo libro que se encare con ella en forma sistemática. Sin embargo, casi todas las novelas tratan de traidores de distinto tipo. Donde no hay traidores, no hay novela. He procurado indagar quién traiciona a quién. La respuesta es sencilla: todos traicionamos a todos, muchos se traicionan a sí mismos. Como soy liberal, me repugnan las traiciones. No las considero actos positivos, como es costumbre en la política (Carballo, 1963).81

Por otra parte, Vicente Dalmases, una de las principales caracterizaciones de la novela y del Laberinto en general, le dice a Julián Templado: «Lo grande es que la defensa de Madrid […] se hizo con hombres, no con semidioses. Con hombres de todos los días, no con soldados ilustres ni con pozos de ciencia militar ni estrategas de nombre ni tácticos sin par». Dalmases, en pirueta autoficcional aubiana, encubre al autor en su comentario sobre Lecturas españolas de Azorín (I/2) y, de igual modo, le sirve a Aub para enmascararse y referir la traición. En dramáticas páginas, Dalmases vuelca sus imprecaciones contra su entorno traidor, contra esa capital de la gloria, Madrid, convertida en otra ciudad, en un «enorme circo» –como González Moreno la define tras entrevistarse con Besteiro (I/5)–:

Traidores todos: los republicanos, los anarquistas, los socialistas; ni qué decir tiene: los fascistas, los conservadores, los liberales; traidores todos, traidor, el mundo. Si el mundo es traidor, nadie lo es. Pero lo son: Casado, Besteiro, Mera, el padre de Lola, yo. Traidor yo a Asunción. Todos traidores. Unos por haberlo hecho con pleno conocimiento de causa, otros por haberse dejado arrastrar, traidores por cobardía, por dejadez, por imbéciles, por ciegos, por sordos, por callados. Traidores por desesperanza, indiferencia, saciedad, conveniencia; por vileza, por humildad –¿por humildad?– Sí. Por envidia, por celos, por aborrecimiento, por pequeños, por cursis; por amargor, ofuscación, prejuicios; por tontos, necios, ingeniosos; traidores por instinto, por distracción, por error, por sobra de imaginación, por incredulidad, por imprevisión, por ignorancia, por inexpertos, por salvajes, por dejarse llevar por la ocasión, por cálculo y falsos cálculos, por miedo. Por dejar en el atolladero a los demás, por salvar el pellejo, por creerlo conveniente; por incomprensión, por confusos –traidores por aproximación–, por fútiles, por medianos, por mediocres, por la fama, la oportunidad, la importancia que les dará.

[…] Se traiciona una causa, a una mujer –o un hombre–, ¿se puede traicionar a una ciudad? Porque lo que han engañado –dorando las palabras como el atardecer las piedras de allá enfrente– urdiendo una sucia trama, sembrando cizaña, no es a éste o al otro, a un partido, a mí, a ti, a quien sea –ni a España siquiera, ya partida–, sino a Madrid, a una ciudad de carne y hueso, a hombres de piedra y cemento. Lo que han vendido es el Puente de los Franceses, la Ciudad Universitaria, el Puente de San Fernando, el Pardo, Fuencarral, la Telefónica, la Gran Vía, la Cibeles, la Castellana, aquella buhardilla –la de Asunción, la suya–, el Manzanares. Con sus ardides, sus artificios, sus tretas, trapacearon lo más limpio, zancadillando lo que los españoles habían levantado hasta el cielo. Felones, alevosos, a traición, por la espalda –que le duele.

[…] De verdad, aunque me asombre de mí: prefiero criar gusanos a meter mano en este horrendo pastel de sangre y lodo de la entrega de Madrid traicionado. Así tenía que acabar nuestra guerra, a traición, como empezó (VI/8).

Campo del Moro, por el preciso relato histórico que desarrolla –el golpe de Casado y sus consecuencias– y por su amplio abanico de traiciones ubicable dentro o fuera de su tiempo, se convierte en un clásico de la ficción histórica. Todos los personajes, históricos o no, se sumen en la desesperación de la traición: Casado, Besteiro o Mera traicionan la legalidad republicana; también Vicente traiciona a Asunción y a Lola, Segrelles a Amparo. Traiciona Templado y hasta el personaje mediador y conciliador de la novela, González Moreno, epatante figura que, mientras su mujer lo aguarda en Toulouse, mantiene una relación con una compañera socialista. Confusión, caos, derroche de amor, de valor y de traición, por ende, a ideales políticos, a compañeros y amigos, a amantes. Hay ira, mas también esperanza, y Campo del Moro trasciende lo meramente histórico y logra hacer un todo de imaginación y realidad, poesía y verdad.

Leída la novela muchos años después, se mantienen la tensión y la fuerza narrativas del relato ubicado en la mítica Madrid numantina («la palabra Madrid. No es la palabra sino la capital, la palabra capital desde hace dos años», piensa Dalmases, I/2) y en un dramático capítulo de la Historia contemporánea: la lucha entre republicanos al final de la Guerra Civil, episodio en el que Aub sondea al español en su pasado y hace escuchar la voz del pueblo entre el maremágnum de la Historia, expresando las reacciones extremas del hombre al enfrentarse con una situación crucial. Por ello, su recepción crítica recalcó justamente su universalidad. Por ejemplo, Leiva (1963) afirmó en México que la novela narraba una tragedia que rebasaba el ámbito peninsular para herir a todos los hombres; en el Diario de Barcelona, Gómez Catón (1969) destacó que Aub «universaliza los valores [de la novela] sin darse cuenta. Solo siendo objetivo, acotando y, casi solamente dando fe de los hechos»; Marco (1969: 11) valoró que el «hecho mismo de ahondar en una situación-límite de un pueblo valora su universalidad y define un aspecto de la tragedia humana»; Sanz Villanueva (1970) también resaltó que, más que el suceso histórico en sí, interesan «las reacciones dramáticas y angustiadas de aquellos días». Recientemente, en su prólogo a la novela, la escritora Almudena Grandes (2019: 7) advierte de la herida que las palabras pueden abrir en el lector ante un libro «imprescindible», ante páginas en las que Aub «disecciona una verdad tan sucia que, hasta que él escribió esta novela, casi nadie se había atrevido a contarla». La historia aquí narrada, «de la batalla más feroz y más inútil, más cruel y más injusta» (2019: 8), también lo es del resultado de aquella apuesta: «una dictadura sangrienta […] Por eso duele este libro» (2019: 8). Y tras páginas de ferviente admiración hacia Max Aub y esta novela, la escritora concluye afirmando: «Madrid no se merecía esto. / Nadie, nunca, lo ha contado mejor que Max Aub en Campo del Moro» (2019: 24).

953,64 ₽
Возрастное ограничение:
0+
Объем:
507 стр. 12 иллюстраций
ISBN:
9788491345824
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают