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Los efectos del helenismo en el mundo del Nuevo Testamento

El «helenismo» se refiere ampliamente a la influencia de la cultura griega, que era prominente en el Imperio romano (o en lo que a veces se llama el mundo grecorromano). Durante el período del Nuevo Testamento, se decía que la gente judía en todo el mundo estaba «helenizada» porque habían sido influenciados en mayor o menor grado por la cultura de Grecia y Roma.

Las influencias helenistas incluían asuntos culturales sencillos. Por ejemplo, mucha gente judía de la época, incluso Jesús y sus discípulos, habían adoptado la práctica griega de reclinarse en una mesa para comer (es decir, comían recostados, sobre cojines en el suelo). Por supuesto, el grado de helenismo variaba; en algunos casos se había adoptado, en tanto que en otros casos se había rechazado. Josefo, el historiador judío romano, narra un ejemplo extremo de la influencia helenista que dice que, en algunas ciudades, los jóvenes judíos pagaban para que les hicieran operaciones quirúrgicas en sus penes, para que cuando los vieran desnudos haciendo ejercicios en el gimnasio, pareciera que eran incircuncisos; aparentemente, la circuncisión estaba pasada de moda, y los varones judíos no querían que los gentiles los ridiculizaran. En el otro extremo, algunos judíos rechazaban hostilmente cualquier cosa que pareciera venir del helenismo, buscaban aislarse del mundo secular y denunciaban prácticas sociales aparentemente inocentes como ejemplos de infección pagana.

paganos: gentiles no convertidos; los judíos y los cristianos frecuentemente los relacionaban con la idolatría, el politeísmo, las creencias religiosas erradas y un estilo de vida inmoral.

Las influencias helenistas eran evidentes en Palestina, pero eran más prominentes en la «diáspora». Este término (que significa «dispersión») se refiere a los judíos que vivían fuera de la tradicional tierra natal de Palestina. Algunos judíos de la diáspora eran descendientes de gente judía que no había vuelto del exilio babilonio. Muchos otros eran judíos que descubrieron que la Pax Romana les permitía emigrar y vivir libremente en otra parte. Lo hacían por una variedad de razones: oportunidades de negocios, educación o un simple deseo de ver más del mundo. Pero debido a que los judíos de la diáspora frecuentemente estaban lejos de Jerusalén (en efecto, muchos no vieron nunca la ciudad), el sistema del templo perdió un poco de su prominencia y significado para ellos. Los judíos de la diáspora tendían a acudir a las sinagogas en lugar del templo para sus necesidades religiosas, con el resultado de que, con el tiempo, los rabinos llegaron a ser más importantes que los sacerdotes, y la obediencia a la Torá era más prioritaria que ofrecer sacrificios (que se permitía solamente en Jerusalén).

rabinos: maestros judíos, muchos de los cuales tenían discípulos o seguidores; estrechamente asociados con los fariseos.

Los efectos del helenismo también se sintieron de otra manera muy práctica: el hebreo dejó de ser el idioma principal del pueblo judío. Fue casi olvidado en la diáspora y tendía a usarse solamente en los servicios religiosos en la misma Palestina. El idioma común para Jesús y otros judíos palestinos fue el arameo. De esa manera, en Palestina se usaban ampliamente las paráfrasis de las Escrituras llamadas «tárgumes». Fuera de Palestina, el idioma común de los judíos de la diáspora era el griego, el idioma en el que se escribirían todos los libros del Nuevo Testamento. En efecto, mucho antes del tiempo de Jesús, durante el siglo III a. e. c., las Escrituras judías se habían traducido al griego. Esta traducción griega de la Biblia Judía se llama la «Septuaginta» (la palabra significa «setenta», y la abreviatura común de la Septuaginta es «LXX», el número romano para setenta). ¿Por qué ese nombre? Según la leyenda, la traducción fue hecha por setenta (o setenta y dos) eruditos quienes, al trabajar independientemente, produjeron setenta (o setenta y dos) traducciones idénticas. La Septuaginta se usaba ampliamente en toda la diáspora y también parece que se usó en muchas partes de Palestina. Notablemente, la mayoría de los autores del Nuevo Testamento citan la Septuaginta en lugar de traducir de la Biblia hebrea cuando hacen referencia a algo que se dice en las Escrituras.

La Septuaginta contenía quince libros adicionales, escritos en griego en los años después de que se escribieran las Escrituras hebreas (lo que los cristianos generalmente llaman el «Antiguo Testamento»). A estos libros adicionales, los cristianos protestantes frecuentemente los llaman «apócrifos», aunque once de ellos los católicos los clasifican como «escritos deuterocanónicos». Su condición como Escrituras fue disputada entre los judíos en la época de Jesús, así como ocurre hoy día entre los cristianos. En el Nuevo Testamento, los apócrifos nunca se citan como Escrituras, pero Pablo y otros autores parece que sí habían leído algunos de estos libros y los consideraban favorablemente en sus enseñanzas.

El helenismo también aportó un aumento generalizado de sincretismo religioso. A medida que las poblaciones se mezclaban, las ideas religiosas se iban intercambiando. Por ejemplo, algunas personas judías llegaron a creer en la inmortalidad del alma, la idea de la filosofía griega de que cada persona tiene un alma que sigue viviendo después de que su cuerpo muera. Hay material en las Escrituras judías que podría interpretarse como apoyo a esa opinión, aunque no se había entendido de esa forma previamente.

sincretismo: la combinación o fusión de distintas creencias, y perspectivas religiosas o culturales.

Otras tendencias de la religión judía se amplificaron y modificaron a través del sincretismo judío. Aquí damos un breve vistazo a tres.

La teología de la sabiduría

La teología de la sabiduría llegó a ser más popular que antes. La tradición de la sabiduría de Israel se enfocaba menos en la verdad revelada divinamente (los profetas declaraban palabra del Señor que frecuentemente iba en contra del pensamiento humano) y más en el sentido común (la verdad que se obtiene a través del conocimiento general de la vida y la condición humana). Hay una buena cantidad de material de sabiduría en las Escrituras judías (en libros como Proverbios, Job y Eclesiastés), y los judíos helenistas quizá encontraron una teología basándose en este material que estuviera en consonancia con la vida en un mundo secular, orientado más en la filosofía. En el Nuevo Testamento, la influencia de la teología de la sabiduría es evidente en las enseñanzas de Jesús (véase Mt. 5-7) y en los escritos de algunos de sus seguidores (véase especialmente la Carta de Santiago).

El dualismo

El dualismo pasó a primera plana como un aspecto más prominente de la perspectiva religiosa. El dualismo refleja la tendencia a separar los fenómenos en categorías pronunciadamente opuestas, con poco espacio para algo intermedio. Por ejemplo, una perspectiva dualista tiende a materializar el «bien» y el «mal» como realidades dentro de la naturaleza. La religión judía originalmente se había resistido al dualismo extremo, haciendo énfasis en que toda la gente y las naciones tienen tendencias tanto buenas como malas. Sin embargo, en el mundo del Nuevo Testamento encontramos que ha llegado a ser común pensar que hay «gente buena» y «gente mala» en el mundo (cf. Mt. 5:45; 13:38), y que también hay espíritus buenos (ángeles) y espíritus malos (demonios). Además, la religión judía tradicional le había atribuido prácticamente todo el poder a lo que era bueno, a lo que se derivó del Dios todopoderoso y justo que gobernaba sobre todos. El impulso dualista le concedía mucho más poder a Satanás. De esa manera, en el Nuevo Testamento descubrimos que los cristianos influenciados por el judaísmo helenista han llegado a ser tan dualistas que en realidad se refieren a Satanás como «el dios de este mundo» (2 Co. 4:4; cf. Lc. 4:6; Jn. 14:30; 1 Jn. 5:19).

Figura 2.3. Torá. La cultura helenista valoraba la belleza, el honor, la fortaleza y la aceptación del destino, pero en la mentalidad tradicional judía no había nada más precioso que la Torá: la revelación de la voluntad de Dios que era más dulce que la miel y que se deseaba más que el oro (Sal. 19:10). (Randy Zucker)

El apocalipticismo

El apocalipticismo combinaba una perspectiva dualista radical (una clara distinción entre el bien y el mal) con una perspectiva determinista de la historia (la idea de que todo se desarrolla de acuerdo a un plan divino). La perspectiva apocalíptica típicamente era dual: (1) un pronóstico pesimista para el mundo en general: las cosas empeorarán; y (2) una perspectiva optimista de un remanente favorecido, los que serían rescatados del mundo maligno a través de un acto de intervención divina (que siempre se ha creído que es inminente). De esa manera, se ponía un límite al poder del mal, pero era principalmente un límite temporal: Satanás puede gobernar en el mundo por ahora, ¡pero no por mucho tiempo! El apocalipticismo como una dimensión de la religión judía surgió durante el exilio babilonio (véase el libro de Zacarías) y podría haber tenido la influencia de la religión persa, que era sumamente dualista. De cualquier manera, llegó a su máxima expresión durante el período helenista (véase el libro de Daniel) y floreció durante el período romano. En los días de Jesús, los judíos tendían a adoptar el apocalipticismo como una reacción en contra del imperialismo romano y su secuela cultural, el helenismo. En el Nuevo Testamento, el apocalipticismo es más conspicuo en el libro de Apocalipsis, pero resalta también en muchos otros escritos (p. ej., Mt. 24-25; Mr. 13; Lc. 21:5-36; 1 Ts. 4:13-5:11; 2 Ts. 2:1-12; 2 P. 3:1-18).

Conservación de la identidad judía

La influencia del helenismo pudo haber sido de largo alcance en el mundo del judaísmo del Segundo Templo, pero pocos judíos querían perder su identidad nacional y cultural completamente. Algunas tradiciones: la circuncisión, la observancia del día de reposo, de los días de fiesta y los festivales llegaron a ser señales clave que le recordarían al pueblo quiénes eran, e inhibirían la total inmersión en la sociedad grecorromana. Diariamente, las señales clave de esa identidad pueden haber sido los diversos «códigos de pureza» que el pueblo judío había desarrollado. Esos códigos se derivaban típicamente de la Torá, y frecuentemente declaraban maneras públicas y observables en las que el pueblo judío viviría de manera distinta a la mayoría de la población.

códigos de pureza: reglas derivadas de la Torá que especificaban lo que era «puro» o «impuro» para el pueblo judío, y les permitía vivir de maneras que los marcaría como distintos de la población general.

Por supuesto, todas las sociedades tienen valores determinados culturalmente en cuanto a lo que consideran «limpio» o «impuro». En el mundo moderno occidental, la mayoría de la gente se lava el cabello de manera regular, no para evitar enfermedades, sino porque piensan que el cabello grasoso es repulsivo o sucio. Pero global e históricamente, ha habido mucha gente (incluso de la que leemos en la Biblia) que ha pensado que el cabello grasoso simplemente es natural, la forma en que se supone que debe ser el cabello. Esas ideas reflejan los estándares de las sociedades particulares, valores que podrían permanecer profundamente (y ser defendidos vigorosamente), pero no son universales. De igual manera, la gente judía de la época de Jesús (al igual que muchos judíos hoy día) tenía ideas firmes en cuanto a lo que era limpio o impuro, pero, como marcadores de identidad, estas ideas habían llegado a ser integrales para su religión. Comer cerdo o langosta no solamente era repulsivo o asqueroso, era algo que Dios había instruido que no se hiciera. Además, la razón principal por la que Dios les había instruido que no comieran cerdo o langosta no era porque hacerlo fuera inmoral o malo en sí; más bien, la abstención de esos alimentos los diferenciaba de los otros pueblos del mundo.

En un sentido positivo, el concepto judío declaraba que ciertas cosas eran santas o sagradas: Jerusalén era una ciudad santa (véase Mt. 27:53), el templo era un edificio santo y el día de reposo era un día santo. En un sentido negativo, había muchas cosas que podrían provocar que una persona fuera impura, como el contacto con un cadáver o con varios fluidos corporales. Los leprosos eran impuros, así como las mujeres durante la menstruación y los hombres que recientemente habían tenido una secreción sexual (incluso las emisiones nocturnas). Es importante observar que ser impuro o toparse con la impureza no necesariamente era algo malo o vergonzoso; frecuentemente, el punto era simplemente observar lo que hacía que alguien fuera impuro y realizar ciertos rituales de purificación como reconocimiento de eso. Para una analogía moderna (aunque con puntos débiles), podemos considerar la acción de cambiar pañales a un bebé: nadie en nuestro mundo moderno pensaría que es algo malo o vergonzoso, pero la mayoría de la gente probablemente se lavaría las manos después de hacerlo.

Algo que no sabemos es lo seriamente que todos consideraban los códigos de pureza. Algunos judíos podrían haberlos ignorado o cumplido selectiva y esporádicamente, pero muchas personas (frecuentemente de las que tenemos información) tomaban muy en serio la pureza ritual y no les parecía en absoluto que los códigos fueran opresivos. Los judíos de la era del Nuevo Testamento no vivían con una aversión paranoica por evitar la contaminación a toda costa ni sufrieron de una autoestima baja debido a la incapacidad de permanecer ritualmente limpios todo el tiempo. Solo evitaban lo que era evitable, observaban lo que no era y hacían ritos de purificación como parte de su disciplina espiritual regular. Esa era una parte profundamente significativa de la vida religiosa para muchos judíos, tanto en Palestina como en la diáspora.

Conclusión

El mundo del Nuevo Testamento en realidad son muchos mundos. Los Evangelios se ubican en Palestina, pero las cartas de Pablo están dirigidas a ciudades como Corinto, Filipos y Roma, lejos de la tierra natal de Jesús. Es más, aunque los Evangelios relatan acontecimientos que ocurrieron en lugares como Belén, Nazaret y Jerusalén, fueron escritos por y para gente que vivía en otras partes: Antioquía, Éfeso o Roma. Las historias se cuentan con un enfoque dual: reportan lo que ocurrió allí y por qué es importante aquí, lo que ocurrió entonces y por qué es importante ahora.

Sin embargo, algo que recordar es que, en cada escrito del Nuevo Testamento, los contextos cristianos, judíos y romanos se traslapan: los intereses cristianos, los intereses judíos y los intereses romanos se superponen. La afirmación cristiana en estos escritos es que los judíos y los romanos por igual encuentran una identidad nueva en Jesucristo (véase Gá. 3:28). El Dios de Israel es la esperanza de los gentiles y es, en efecto, el Dios de todo el universo (cf. Ro. 1:20; 15:4-12).


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Los escritos del Nuevo Testamento

Uno de los cristianos más prominentes del siglo II fue un hombre que conocemos como Justino Mártir (es decir, Justino el Mártir). Justino produjo una cantidad de escritos teológicos, pero tal vez se le conozca mejor hoy día por un solo párrafo en el que da una primera descripción de un servicio de adoración cristiano (véase el cuadro 3.1). La mayoría de los elementos de liturgias contemporáneas ya aparecen en su lugar: la predicación, las oraciones, la comida eucarística, incluso una ofrenda.

apóstol: «uno que es enviado» (apostolos); se usa para ciertos líderes entre los primeros seguidores de Jesús, especialmente los doce discípulos y Pablo. Véase «discípulo».

Queremos darle atención especial a una de las observaciones de Justino: «se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas». ¿Qué quiere decir él con «los recuerdos de los apóstoles»? Se refiere a los escritos que ahora se encuentran en el Nuevo Testamento (específicamente los cuatro Evangelios). Estos escritos se están leyendo públicamente en la adoración, junto con «los escritos de los profetas», es decir, las Escrituras judías que figuraban en lo que ahora los cristianos llaman el «Antiguo Testamento».

pacto: en la Biblia, un acuerdo o pacto entre Dios y los seres humanos que establece los términos de su relación continua.

Los primeros cristianos creían que las Escrituras judías proporcionaban un registro del pacto de Dios (o testamento) con Israel. Pero los cristianos también creían que Dios había hecho algo nuevo en Jesucristo y encontraron un lenguaje para describir esto en Jeremías 31:31-34, donde el profeta habla de Dios que hace un «nuevo pacto» (véase también Mt. 26:28; Mr. 14:24; Lc. 22:20; 1 Co. 11:25). Con el tiempo, los cristianos determinaron que los escritos apostólicos que testificaban de este nuevo pacto también debían contarse como Escrituras, y parecía natural llamar a estas obras «los escritos del nuevo pacto» o, simplemente, «el Nuevo Testamento».

testamento: aquí, una relato escrito de un pacto, en este sentido, es que las partes de la Biblia se llaman «Antiguo Testamento» y «Nuevo Testamento».

Cuadro 3.1
La adoración cristiana en el siglo II

En el capítulo 67 de su Primera apología, el teólogo cristiano Justino Mártir (110-65) nos proporciona nuestro primer relato de la adoración cristiana fuera del Nuevo Testamento en sí:

El día que se llama del sol se celebra una reunión de todos los que moran en las ciudades o en los campos, y allí se leen, en cuanto el tiempo lo permite, los Recuerdos de los Apóstoles o los escritos de los profetas. Luego, cuando el lector termina, el presidente, de palabra, hace una exhortación e invitación a que imitemos estos bellos ejemplos. Seguidamente, nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces, y estas terminadas, como ya dijimos, se ofrece pan y vino y agua, y el presidente, según sus fuerzas, hace igualmente subir a Dios sus preces y acciones de gracias y todo el pueblo exclama diciendo amén. Ahora viene la distribución y participación que se hace a cada uno, de los alimentos consagrados por la acción de gracias y su envío por medio de los diáconos a los ausentes. Los que tienen y quieren, cada uno según su libre determinación, da lo que bien le parece, y lo recogido se entrega al presidente y él socorre de ello a huérfanos y viudas, a los que por enfermedad o por otra causa están necesitados, a los que están en las cárceles, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él se constituye provisor de cuantos se hallan en necesidad. Y celebramos esta reunión general del día del sol, por ser el día primero, en que Dios, transformando las tinieblas y la materia, hizo el mundo, y el día también en que Jesucristo, nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos.

D. Ruiz Bueno, Padres apologistas griegos, citado por, Enrique Moliné, Los Padres de la Iglesia, (Ediciones Palabra, S. A., Madrid, España, 1982) 84.

Generalidades del Nuevo Testamento

Debemos comenzar considerando un «índice» básico del Nuevo Testamento. Hay veintisiete libros que varían en longitud, desde el Evangelio de Lucas (el más largo) a 3 Juan (el más corto). Los libros están clasificados en siete categorías.

1.Los Evangelios: Hay cuatro de ellos (Mateo, Marcos, Lucas, Juan) y tienen el nombre de las personas que tradicionalmente han sido identificadas como sus autores. Los cuatro informan de la vida, ministerio, muerte y resurrección de Jesús; de esa manera, proporcionan cuatro versiones distintas de la misma historia básica, y hay bastante coincidencia en su contenido.

2.El libro de Hechos: Este libro es en realidad la «segunda parte» del Evangelio de Lucas, pero se ha colocado en su propia sección en el Nuevo Testamento (después de los cuatro Evangelios), porque es el único libro que relata la historia de la iglesia primitiva, es decir, lo que ocurrió después de los acontecimientos que se relatan en los Evangelios.

3.Las cartas de Pablo a las iglesias: Hay nueve de estas (Romanos, 1 Corintios, 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 Tesalonicenses, 2 Tesalonicenses). Si usted no está familiarizado con el Nuevo Testamento, los nombres de estos libros pueden darnos la impresión de ser raros o difíciles de pronunciar; son referencias geográficas a la gente de diversas ciudades o regiones a las que fueron enviadas las cartas (p. ej., «efesios» eran las personas que vivían en la ciudad de Éfeso). El autor que se ha especificado en las nueve cartas es Pablo, un misionero cristiano importante. Estas cartas se presentan en el Nuevo Testamento por orden de extensión, de Romanos (la más larga) a 2 Tesalonicenses (la más corta).

4.Cartas de Pablo a personas: Hay cuatro de estas (1 Timoteo, 2 Timoteo, Tito, Filemón) y tienen el nombre de las personas a quienes fueron enviadas. De nuevo, se presentan en orden de longitud. El autor que se ha especificado es el mismo Pablo que está relacionado con las nueve cartas a las iglesias, y conforman, en total, trece cartas de Pablo.

5.La carta a los Hebreos: Esta se encuentra en una clase propia. Es una obra anónima y no sabemos quién la escribió o a quién fue enviada, pero ya que parece que fue escrita para los cristianos judíos (es decir, cristianos hebreos), tradicionalmente se le llama «La Carta a los Hebreos».

6.Cartas de otras personas: Hay siete de estas (Santiago, 1 Pedro, 2 Pedro, 1 Juan, 2 Juan, 3 Juan, Judas). A diferencia de las cartas de Pablo, estas no tienen el nombre de las personas a quienes fueron enviadas, sino más bien el de las personas que tradicionalmente han sido identificadas como sus autores. Frecuentemente, se les llama «Las cartas (epístolas) generales» o «Las cartas (epístolas) católicas». La palabra «católica» del segundo título no tiene nada que ver con la Iglesia Católica Romana, sino que simplemente significa «universal» o «general».

católico, ca: «general» o «universal»; en los estudios religiosos, la frase «iglesia católica» no se refiere a la Iglesia Católica Romana, sino más bien a los cristianos de todo el mundo.

7.El libro de Apocalipsis: Este también está en una clase propia. Da el relato de una experiencia visionaria, como la relata alguien cuyo nombre era Juan. A veces se le llama «El Apocalipsis de Juan» (la palabra apocalipsis significa «revelación»).

Dos advertencias o amonestaciones se pueden hacer sonar en cuanto a las primeras impresiones de estos libros del Nuevo Testamento. Primero, los libros no están ordenados por orden cronológico. Para tomar solamente un ejemplo, los Evangelios aparecen primero en el Nuevo Testamento, pero no fueron los primeros libros en ser escritos; los cuatro probablemente fueron escritos después de la muerte de Pablo y, de esta manera, tienen que ser posteriores cronológicamente a cualquiera de las cartas que Pablo escribió. Segundo, los títulos que estos libros ahora tienen reflejan las tradiciones de la iglesia antigua, que frecuentemente no resisten un escrutinio. El primer libro del Nuevo Testamento se titula «El Evangelio según Mateo» (o simplemente «Mateo» de forma resumida), pero la Biblia en sí no dice que Mateo escribiera este libro, y muy pocos eruditos modernos piensan que él lo hubiera hecho. De igual manera, tenemos libros en nuestro Nuevo Testamento llamados «La Primera Carta de Juan», «La Segunda Carta de Juan» y «La Tercera Carta de Juan», pero los libros en sí son anónimos y pudieron haber sido escritos en cualquier orden (están ordenados en nuestras Biblias del más largo al más corto).

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