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Sistemas sociales y valores culturales

Entender el mundo del Nuevo Testamento también implica llegar a conocer la mentalidad de la gente para quienes se escribieron estos documentos originalmente. En los años recientes, la erudición del Nuevo Testamento ha llegado a ponerle más atención a identificar los códigos sociales no escritos de ese mundo, asuntos que pueden haber sido tan penetrantes que simplemente podrían haberse dado por sentados. Algunos de estos temas se discutirán con más detalles en los capítulos siguientes. No obstante, unos cuantos merecen mencionarse aquí.

La riqueza y la pobreza

El Imperio romano se caracterizó por una desigualdad económica grotesca. No había nada comparado a lo que nosotros llamaríamos «clase media»; mayormente, la gente era sumamente rica (como el tres por ciento de la población) o sumamente pobre (como el noventa por ciento). La mayoría de los que pertenecían al segundo grupo vivían en o cerca del nivel de subsistencia, y ganaban precisamente lo suficiente para sobrevivir, con poca esperanza de ahorrar algo que les permitiera mejorar su condición o que los protegiera de la miseria. Las más afortunadas de estas personas empobrecidas por lo menos podían aprender un oficio (como aparentemente fue el caso de Jesús, sus discípulos y el apóstol Pablo), pero para mucha gente de las áreas rurales, «subsistencia» significaba vivir de la tierra, por lo que la vida estaba sujeta a las vicisitudes de la agricultura. De esa manera, para los menos afortunados, los mendigos, las viudas, los huérfanos, los presos, los jornaleros no calificados, la sobrevivencia en sí frecuentemente pudo haber estado en duda. Los cálculos modernos sugieren que, alrededor del veintiocho por ciento de la población del Imperio romano durante el tiempo del Nuevo Testamento vivía por debajo del nivel de subsistencia, lo que significa que esa gente no sabía de un día a otro si sería capaz de obtener las cosas necesarias para vivir.

Dados los extremos de semejante situación, las actitudes hacia la riqueza y la pobreza eran una parte importante del mundo social. Algunas personas religiosas de la época de Jesús creían que la riqueza podía verse como una señal de la bendición de Dios, y que la pobreza podía entenderse como una consecuencia de la desaprobación de Dios. Sin embargo, es difícil saber cuán generalizada era esa noción. Lo que parece más acertado es que prácticamente todos en ese tiempo se aferraban a lo que ahora se llama la teoría del «bien limitado». La gente creía que el dinero y las cosas que el dinero puede comprar eran escasos (o por lo menos finitos); la percepción común, en total contraste al capitalismo moderno, era que la adquisición de riqueza o recursos por algunos precisaba del agotamiento de riqueza o recursos para otros. Para decirlo de forma sencilla, prácticamente todos en la época del Nuevo Testamento creían que solamente había una cantidad determinada de «cosas» para todos, y que algunas personas tenían menos de lo que necesitaban porque otras personas tenían más de lo que necesitaban.

Patrocinio y lealtad

La sociedad romana (en Palestina y en todas las demás partes) funcionaba de acuerdo a expectativas fuertes en cuanto a la beneficencia y la obligación. Al nivel más simple, el intercambio de favores era prácticamente definitivo en los amigos. Los «amigos» eran personas que hacían cosas los unos por los otros y, aunque no se suponía que nadie llevara la cuenta, la ayuda y el apoyo tenían que ser mutuos a largo plazo, si no, la amistad se rompería. Sin embargo, a otro nivel, casi toda la gente estaba involucrada en las relaciones de patrón-cliente, con gente que no era similar socialmente. Muy pocas personas tenían dinero o poder, pero se esperaba que quienes los tuvieran fueran benefactores de los que no los tuviesen. Por ejemplo, los ricos podían permitir que los campesinos vivieran en su tierra o les daban comida, granos o empleo. En términos sociológicos, a esos benefactores se les llama «patrones» y a los recipientes se les llama «clientes». En esa relación, el intercambio de favores no podía ser mutuo, pero se esperaba que los clientes dieran a su patrón lo que podían: gratitud y, por encima de todo, lealtad.

relación patrón-cliente: el sistema social según el cual la gente con poder es benefactora de los que carecen de poder, de quienes se espera que respondan con gratitud, servicio y lealtad.

Se esperaba que alabaran a su patrón, que hablaran bien de él y que realzaran su reputación social. Se esperaba que confiaran en que su patrón seguiría proveyéndoles. Y, cuando fuera necesario, se esperaba que prestaran varios servicios que el patrón pudiera requerirles. Esas relaciones no estaban constituidas legalmente, pero a un nivel básico, representaban la forma en la cual la mayoría de la gente pensaba que el mundo debía funcionar y, en efecto, la manera en que funcionaba.

Las relaciones de patrón-cliente formarían un escenario significativo para el desarrollo de la teología cristiana. El término que se usaba más frecuentemente para la concesión de beneficios del patrón es charis (que típicamente se traduce como «gracia» en el Nuevo Testamento), y el término que frecuentemente se usaba para la actitud de lealtad hacia el patrón, que se esperaba del cliente, es pistis (que frecuentemente se traduce como «fe» en el Nuevo Testamento). De esa manera, el fenómeno de las relaciones patrón-cliente parece que ha servido como una analogía severa para los encuentros divino-humanos, en los cuales los elementos constitutivos son gracia y fe: Dios da a la gente gratuita y generosamente (gracia), y esto despierta dentro de la gente una respuesta apropiada de confianza, devoción y disposición a servir (fe).

Honor y vergüenza

El valor social crucial del mundo del Nuevo Testamento (entre los griegos, romanos, judíos y todos los demás) era el honor, es decir, la condición que uno tiene ante las personas cuya opinión uno considera importante. Hasta cierto punto, el honor se asignaba por medio de factores que estaban más allá del control de la persona: la edad, el sexo, la nacionalidad, la etnicidad, la altura, la salud física, la clase económica y cosas similares podían establecer ciertos parámetros que definían los límites de cuánto honor uno podía esperar obtener. Sin embargo, de acuerdo a esos parámetros, muchas cosas podían incrementar el honor de alguien (la piedad religiosa, el valor, el comportamiento virtuoso, una disposición agradable o caritativa, etc.), y muchas cosas podían precipitar la pérdida de honor o incluso ocasionar lo opuesto: la vergüenza.

Semejante sistema de valores puede no parecernos extraño, porque incluso en la sociedad moderna occidental a todos les gusta recibir honor y nadie quiere ser avergonzado. Sin embargo, la diferencia podría ser de magnitud: el mundo del Nuevo Testamento era un mundo en el cual el honor debía valorarse por encima de todo lo demás, y la vergüenza debía evitarse a toda costa. Por ejemplo, la gente quería ser adinerada, no principalmente porque la riqueza les permitiera vivir con lujos, sino porque casi todos creían que era honorable tener dinero para gastar. De igual manera, era vergonzoso ser necesitado; Ben Sira, un prominente maestro judío del período del Segundo Templo enseñaba que «es mejor morir que mendigar» (Sir. 40:28). Él decía eso no porque mendigar fuera inmoral o pecaminoso, sino porque era deshonroso y no valía la pena vivir la vida sin honor. Todos en el tiempo de Jesús (incluso los mendigos) probablemente creían eso.

El lenguaje de honor y vergüenza se encuentra en todo el Nuevo Testamento. Algunas voces del Nuevo Testamento se aprovechan del lenguaje para presentar la fidelidad como un camino para alcanzar el honor y evitar la vergüenza (1 P. 1:7; 2:6). Otras voces buscan anular la sabiduría convencional en cuanto a cómo se aplican estos valores y afirman, por ejemplo, que es más honorable comportarse como siervo que tratar con prepotencia a otros como una persona de poder y privilegio (Mr. 10:42-43; cf. Lc. 14:7-11). Y algunos documentos del Nuevo Testamento repudian totalmente la obsesión con el honor y apelan a los lectores a desarrollar un nuevo sistema de valores definido por Cristo, que no buscó honor ni gloria, sino más bien llevó la vergüenza de la cruz (He. 12:2).

La vida bajo el gobierno romano

¿Cómo era la vida bajo el gobierno romano? Por un lado, los romanos eran excelentes en la administración, y muchas cosas probablemente funcionaban de mejor manera bajo su control que lo que habría sido de otra manera. Ellos despejaron el mar de piratas, construyeron acueductos y caminos, mantuvieron el crimen a un mínimo y dieron muchas oportunidades de empleo. La extensión del Imperio romano, y su estabilidad básica, llevó al mundo a una unidad sin precedentes, un fenómeno que a veces se le llama la Pax Romana. El comercio fluía más libremente que nunca antes, y tanto los viajes como las comunicaciones (p. ej., el envío de cartas) llegó a ser relativamente fácil, un factor esencial para el rápido esparcimiento del cristianismo.

Sin embargo, en Palestina estos beneficios llegaron a un precio muy alto. Primero, la carga de impuestos parece haber sido increíblemente opresora, que introducía a la mayoría de la gente a la pobreza y la mantenía allí. En efecto, se ha estimado que, en la era del Nuevo Testamento, entre un cuarto y un tercio de toda la gente del Imperio romano eran esclavos (véase el cuadro 23.2). Algunas personas, de hecho, llegaron a ser esclavas voluntariamente, con la esperanza de mejorar su suerte (por lo menos entonces tendrían alimentos). Segundo, el pueblo judío (incluso los que no eran en efecto esclavos) sabía que no era libre, y ese conocimiento era una afrenta a su honor nacional y sentimiento religioso. Había soldados en todas partes, que les recordaban que eran un pueblo conquistado. A los judíos se les permitía practicar su religión oficialmente, pero Israel tenía una tradición antigua de profetas que criticaban severamente las injusticias y exponían las trampas de los poderosos, y a los romanos no les gustaba esa clase de cosas (como lo descubrió Juan el Bautista). Lo que se permitía era una clase de religión inofensiva que no enfadara ni desafiara a las autoridades.

Varias fuentes antiguas indican que Palestina llegó a ser cada vez más inestable en la segunda mitad del siglo I (después del tiempo de Herodes Agripa I). Los apasionados judíos rebeldes, conocidos como zelotes, finalmente, dirigieron una guerra directa en contra de Roma (66-73 e. c.) que tuvo consecuencias desastrosas para el pueblo judío. La ciudad de Jerusalén fue conquistada y el templo destruido en 70 e. c. Alrededor de sesenta años más tarde, una segunda revuelta judía, dirigida por Simón ben Kosiba, popularmente conocido como Bar Kojba, también fue reprimida despiadadamente. Después de eso, bajo pena de muerte, a ningún judío se le permitía entrar a lo que alguna vez había sido Jerusalén.

No sabemos con seguridad qué le pasó a la iglesia cristiana en Palestina, pero el foco de atención para el creciente movimiento cristiano cambió de Jerusalén a lugares como Éfeso, Antioquía y Roma. Eso se debió principalmente al éxito de misioneros como Pablo en llevar el evangelio a grandes cantidades de gentiles. En esas áreas, los cristianos a veces se topaban con hostilidad de los vecinos judíos que habían llegado a ver la fe nueva como una aberración o religión falsa (véase 1 Ts. 2:14). Sin embargo, los romanos siempre eran la mayor amenaza, y su hostilidad llegó a su clímax bajo el emperador Nerón, que inició en Roma la primera persecución manifiesta de cristianos, patrocinada por el gobierno en la década de los años sesenta, una purga horripilante en la que Pedro, Pablo y un gran número de otros fueron martirizados.

Al inicio del siglo II, casi todos los libros del Nuevo Testamento se habían escrito, incluso los Evangelios y todas las cartas de Pablo. Para ese tiempo, los romanos habían llegado a considerar al cristianismo y al judaísmo como religiones separadas, y la primera entonces se consideró una innovación no autorizada y fue declarada ilegal oficialmente. Obtenemos una buena imagen de lo que eso significó en la práctica, con un conjunto de cartas enviadas por el gobernador romano Plinio al emperador Trajano, alrededor del año 112. La política general era una estrategia de «no pregunte, no lo diga»: a los cristianos no se les buscaba, pero cuando llegaban a la atención de un gobernante, serían torturados y asesinados, a menos que renunciaran a su fe e hicieran sacrificios a los dioses romanos (véase el cuadro 26.6).

Cuadro 1.2
¿La paz de quién?

La Pax Romana fue establecida por medio de la conquista. Calgaco, un líder caledonio de una de las naciones derrotadas en este extremo afirmó amargamente: «Ellos crean desolación y la llaman paz» (Tácito, Agrícola 30).

Conclusión

Los documentos del Nuevo Testamento son escritos cargados de valor que critican los estándares culturales del mundo en el que se produjeron. Se evalúa tanto el sistema social romano como el judío, a veces de una forma positiva, a veces de una forma negativa. Por ejemplo, a medida que nos abrimos paso a través de estos escritos, encontramos una crítica bien sustentada del imperialismo romano. La perspectiva no es totalmente negativa, había beneficios en el sistema romano. Aun así, aunque no siempre se afirma directamente, uno no tiene que ver mucho para darse cuenta de que la mayoría de los autores del Nuevo Testamento por lo menos desconfían de la Pax Romana: la paz mundial es buena, ¿pero a qué costo se ha obtenido, y a qué costo se mantiene?

No debería sorprender descubrir que los teólogos modernos han buscado aplicar estas críticas al mundo en el que vivimos ahora. Las feministas desafían el statu quo de la supremacía masculina, y los teólogos de la liberación critican el proceso del «colonialismo» por el que los poderes europeos imponen sus sistemas políticos y religiosos en las naciones en desarrollo. En el siglo XXI, algunos teólogos hablarían en tono crítico de la Pax Americana o incluso de la Pax Cristiana, según la cual, la paz relativa se puede conservar por medio del dominio de un sistema político, cultural o religioso, y, por supuesto, los escritos del Nuevo Testamento se mencionan en esas discusiones. Sin embargo, como lo veremos, esos documentos no hablan unilateralmente, y la gente con ideas sociopolíticas distintas frecuentemente es capaz de encontrar apoyo a su postura preferida en los comentarios que se dan en uno u otro de los libros del Nuevo Testamento. Pero incluso cuando hay falta de claridad en cuanto a la aplicación de los valores del Nuevo Testamento a nuestro mundo moderno, las preguntas siempre salen a luz: ¿A qué costo se han obtenido los beneficios de la sociedad moderna? ¿Y a qué costo se mantienen?

teología de la liberación: un movimiento en la teología cristiana, desarrollado principalmente por católicos romanos latinoamericanos del siglo XX, que hace énfasis en la liberación de la opresión social, política y económica, como anticipación de la salvación final.


Michael O’Neill McGrath

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Contexto del Nuevo Testamento
El mundo judío

El Nuevo Testamento cuenta una historia que ya está en progreso. Asume que sus lectores conocen el material que constituye lo que los cristianos llaman el «Antiguo Testamento», y también se espera que sepan lo que le ocurrió al pueblo judío en los años intermedios, desde que esos libros se escribieron.

Intentemos hacer un ejercicio rápido. Mire la siguiente lista de palabras y trate de adivinar lo que todas tienen en común, en realidad son dos cosas:

Bautismo

Centurión

Crucifixión

Denario

Diablo

Exorcismo

Gentil

Infierno

Judío

Mesías

Parábola

Fariseo

Rabino

Romano

Saduceo

Samaritano

Sinagoga

Cobrador de impuestos

¿Qué tienen en común estas palabras?

•Primero, todas ellas designan fenómenos comunes que se mencionan frecuentemente en el Nuevo Testamento.

•Segundo, designan fenómenos poco comunes que se mencionan con poca frecuencia (si acaso se mencionan) en el Antiguo Testamento.

Claramente, mucho ha cambiado en lo que ampliamente podría llamarse «el mundo bíblico». Los israelitas del Antiguo Testamento han llegado a ser judíos del Nuevo Testamento, y mucho les ha ocurrido a ellos y al mundo en el que viven.

La historia hasta aquí

El Antiguo Testamento cuenta la historia de un pueblo que se identifica a sí mismo como el escogido de Dios. Su historia como pueblo comenzó con la elección de Dios de Abraham y Sara, y con la decisión de Dios de tener una relación especial con todos sus descendientes. Esos descendientes estaban organizados en doce tribus, pero se les conocía colectivamente como los hijos de Israel. Ellos tuvieron que soportar años difíciles de esclavitud en Egipto, pero Dios llamó a Moisés para liberarlos, darles la Torá (las instrucciones de cómo debe vivir el pueblo de Dios) y llevarlos a la tierra prometida (una región que los romanos más tarde llamarían Palestina). Allí, llegaron a ser una nación importante que alcanzó su punto más alto bajo el reinado del rey David, alrededor de 1000 a. e. c. Construyeron un templo espléndido, pero los siglos posteriores fueron marcados por la división y la decadencia.

En 587 a. e. c., los babilonios conquistaron la ciudad capital de Jerusalén, destruyeron el templo y se llevaron a la población al exilio. Cincuenta años después, Ciro de Persia permitió que el pueblo (ahora llamados judíos) regresara y construyera un templo nuevo, que fue dedicado en 515 a. e. c. y mucho tiempo después destruido por los romanos en 70 e. c. De esa manera, al período de historia judía de 515 a. e. c. a 70 e. c. se le llama el período del Segundo Templo. Se le subdivide en cuatro períodos más:

El período persa (ca. 537-332 a. e. c.)

A lo largo de este período, la nación judía fue gobernada por sacerdotes, con interferencia mínima de los reyes persas. Fue en este tiempo que las sinagogas surgieron como lugares importantes para la enseñanza y la adoración. Los judíos llegaron a enfocarse cada vez más en la fidelidad a la Torá como distintivo de su religión.

helenista: afectado por el helenismo, es decir, la influencia de la cultura, costumbres, filosofía y modos de pensamiento griegos y romanos. Por ejemplo, se decía que la gente judía estaba «helenizada» cuando adoptaba las costumbres grecorromanas o llegaba a creer proposiciones derivadas de la filosofía griega.

El período helenístico (ca. 332-167 a. e. c.)

Con las conquistas de Alejandro el Grande, Palestina estuvo bajo el control griego; después de la muerte de Alejandro, Palestina primero llegó a ser parte del impero de los ptolomeos, cuyo poder se centró en Egipto (320-198 a. e. c.). Luego llegó a ser parte del imperio de los seléucidas, cuyo poder se centró en Siria (198-167 a. e. c.). Uno de los gobernantes seléucidas, Antíoco IV Epífanes (175-164 a. e. c.) quiso exterminar la religión judía infligiendo atrocidades horribles a cualquiera que profesara o practicara la fe.

El período asmoneo (167-63 a. e. c.)

Los rebeldes judíos apodados «macabeos» («martillos») dirigieron una revuelta en contra de Antíoco y ganaron la independencia. El templo (profanado por Antíoco) fue dedicado nuevamente en un acontecimiento que llegaría a ser conmemorado durante el Festival de Janucá. Los macabeos establecieron un estado judío gobernado por la dinastía asmonea («asmonea» es el apellido oficial de los líderes de los macabeos). Las sectas judías, incluso las que con el tiempo llegarían a ser conocidas como «fariseos» y «saduceos», surgieron en esta época.

Janucá: festival judío de ocho días que conmemora la rededicación del templo judío en 164 a. e. c., después de que lo hubiera profanado Antíoco Epífanes; también se le llama «Fiesta de la Dedicación» y «Fiesta de las Luces».

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9781646910960
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