Читать книгу: «Las hadas si existen», страница 3

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—Ey, hola… ¿Águeda? ¿Qué tal? No sé si te acuerdas de mí, soy Ander, el chico que… —Ella se gira y lo mira sin ningún atisbo de sorpresa en su cara.

—¡Hola! Sí, claro que me acuerdo, te he visto al entrar —le dice Águeda recordando la escena de entrar al bar y ver a Ander coger de la cintura a la chica rubia con la que estaba jugando al billar.

—¿Por qué no te has acercado? No creo que hoy corriera ningún peligro, no tienes ningún café en la mano —le dice intentado ser gracioso. Se arrepiente de haber dicho esa estupidez justo después de que las palabras salieran de su boca. La bebida le hacía decir cosas que no diría sobrio.

—Bueno… Te he visto un poco ocupado —le dice mientras mira hacia Marta, que claramente no dejaba de mirar hacia ellos dos preguntándose por qué Ander se había ido a hablar con esa chica de pelo rizado y cara de ángel. Águeda no suele ser así de directa, pero se había sorprendido a sí misma sintiendo un poco de rencor hacia la chica cuando la había visto con él.

—Bueno, sí, estoy con mi clase que llevamos mucho tiempo sin salir y hemos venido a echar un rato —le contesta un poco avergonzado por cómo lo había visto comportarse con Marta.

Aline, que estaba viendo lo que estaba pasando desde lejos, se acerca y le dice:

—¿Y tú quién eres? —Mientras lo analiza de arriba abajo.

—Este es Ander, es un chico que viene de vez en cuando a la cafetería —le contesta Águeda, empezándose a sentir un poco incómoda. Conocía a su amiga y sabía que podía liarla en cualquier momento.

—Ya veo… Bueno, ¿y qué se supone que quieres de Águeda? Como ves ahora no está trabajando, así que supongo que habrás venido a otra cosa —le dice mientras se ríe y disfruta de la situación.

—Nada, nada, solo venía a saludar. —Cada vez está más nervioso—. Bueno, mejor me voy ya, que me están esperando. Estas muy guapa, Águeda. —Y se va hacia la otra punta de la sala con el resto de sus amigos.

Cuando Ander se aleja, Águeda se queda mirando a Aline enfadada:

—¿Tenías que ser tan borde? ¡Lo has asustado!

—¿No te estaba molestando? ¡Yo que sé! No lo había visto en mi vida y pensaba que estaba siendo un poco pesado – le dice mientras Águeda la mira inquisitiva —Espera… ¿te gusta? Oye, es muy guapo ¿eh? Pero bueno, ¡estas cosas se avisan!

—¡No me gusta! Solo intentaba ser simpática. No lo conozco de nada. Además, parece que tiene novia —lo dice mirando a la chica rubia con la que estaba al principio. Aunque desde que Ander se había acercado a ella para hablar, se había distanciado de Marta y ahora estaba hablando con un par de amigos, mientras no paraba de mirar hacía donde estaban ella y su amiga.

—Sí, pues desde que te ha visto, parece que no le está haciendo mucho caso a la novia que dices que tiene. Me apetece un cigarro, vamos a salir.

Una vez en la calle, y como hacía mucho viento, se resguardaron en un portal justo al lado de la discoteca. Cuando llevaban un rato hablando, una silueta sale de la discoteca y se acerca a ellas. Era Ander de nuevo. A Águeda un cosquilleo le sube por la barriga, una mezcla de emoción y alegría.

—Vaya, vaya, parece que tu amigo no pierde la esperanza —le susurra su amiga mientras le hinca el codo en la barriga.

—Sh, cállate, que te va a escuchar —le reprocha Águeda.

Ander se sorprende al verlas las dos metidas en el portal y dice:

—Vaya, qué sorpresa, ¿qué hacéis aquí, chicas? —habla en plural, pero mira directamente a Águeda.

—Pues, ¿tú qué crees? Resguardarnos del frío en el primer rincón que hemos encontrado. Además, eso mismo te tendríamos que preguntar nosotras que has venido detrás, ¿no crees? —Aline siempre tan directa.

Ander estrecha el entrecejo y con una media sonrisa, añade:

—Bueno, pues, de hecho, es que vivo aquí. Venía a entrar a mi casa, si me dejas claro.

Águeda no puede evitar reírse por el corte que le acababan de dar a su amiga, que a veces necesitaba que le pararan los pies. Aline se pone roja como un tomate y se queda callada mientras Ander se queda mirando a Águeda y le dice:

—Me ha encantado verte esta noche. Me gustaría volver a hablar contigo, pero sin tanto ruido y sin gente que bueno… Puede ser un poco molesta —dice mientras mira a Aline. Águeda se vuelve a fijar en el lunar de su mejilla—. Si tú quieres, claro.

—Bueno, yo… Sí, vale. Claro. Tienes mi teléfono. Puedes escribirme y ya vemos —Las palabras se quedan medio atrancadas en su lengua gracias a los nervios.

—Genial. Yo te escribo. Ya conseguí tu teléfono. —Le guiña un ojo, saca las llaves del bolsillo y entra en el bloque—. Buenas noches, chicas.

Aline se queda boquiabierta con lo que acababa de pasar y le dice a Aline:

—¡Pero bueno! Mírala ella, que callado se lo tenía. ¿Cómo que ya tiene tu teléfono? Qué fuerte que no me hayas contado nada.

—Se lo pidió a Sofía la última vez que estuvo en la cafetería. ¡No lo conozco de nada, Aline, te lo prometo!

—Pues tiene buen gusto la niña: alto, guapo, y mira dónde vive… ¡Tiene que estar forrado! Yo estuve una vez con un chico que vivía por aquí. La verdad es que no salió muy bien porque…

Águeda contempló la calle vacía mientras su amiga seguía hablando, pensando en la mirada de Ander y lo que acababa de decir. ¿La llamaría?

—Vamos dentro, Aline. Me está empezando a entrar frío —le dice a su amiga, y se dirigen las dos otra vez hacia el local.

5

Durante las últimas semanas, los sucesos extraños como el que tuvo en las rocas cerca del puerto le habían vuelto a suceder a Águeda en diferentes ocasiones. Por ejemplo, en una de las veces, estaba andando por la calle camino al ayuntamiento para recoger unos papeles que necesitaba su madre. Hacía mucho viento y cuando iba camino a casa, se tropezó y los papeles salieron volando. Empezó a correr tras ellos, y, como si el tiempo se hubiera parado, la brisa dejó de correr y los papeles se quedaron quietos en el suelo. Era como si, por el simple hecho de pensarlo, ocurriera.

Otro de los sucesos extraños ocurrió paseando con sus hermanos. Iban por un camino secundario cerca de su casa. Ellos con la bicicleta, y Obi-wan y ella detrás andando. Su hermano Roi iba distraído hablando con Tomás cuando no vio una piedra en mitad del camino con la que se iba a tropezar. Águeda estaba a punto de llamar a su hermano para avisarle que la esquivara cuando la piedra se desplazó levemente hacia un lado y su hermano siguió hacia delante pedaleando en la misma dirección sin tropezarse con nada. Nadie pudo ver a la piedra moverse. Ella era la única que se daba cuenta de lo que acababa de pasar.

Todos estos sucesos estaban acompañados de los escalofríos de energía que sentía por todo el cuerpo y de la sensación de que estaba siendo acompañada por un aleteo distante durante muchos momentos de su día.

Por otro lado, Ander y ella llevaban ya varias semanas hablando por mensajes en el móvil. Se habían llamado por teléfono alguna que otra vez, pero aún no habían quedado en persona. Él le había sugerido encontrarse hoy en el centro para poder ir a tomar un helado o pasear juntos, pero a Águeda le apetecía ir a ver a su Tibu y decidió dejarlo para otro día.

Una fina manta de lluvia se había asentado durante el día, lo que hizo que durante el viaje a Donón pudiera disfrutar de todos los olores intensificados que desprendía la naturaleza cuando llovía. Iba un poco más lento de lo normal, pero no era una lluvia muy molesta y llegó a la casa de Martina al medio día. Bajó del coche junto con Obi-wan, y entró en la casa. El salón estaba vacío y no había nadie en la cocina. Águeda sabía perfectamente donde estaba su Tibu. Cruzó el salón mientras los olores a amoníaco y a acuarelas se iban intensificando cada vez más. A pesar de que el día estaba nublado, la estancia contaba con un gran ventanal que daba al jardín que hacía que la claridad se extendiera a cada rincón sin necesidad de encender la luz. Tibu estaba sentada en su viejo taburete de madera inclinada hacia delante y centrando la vista en el lienzo que tenía apoyado en el caballete. Se acerca a ver lo que estaba dibujando y se encuentra con varias imágenes de flores sutilmente dibujadas, cada una de un color diferente. Podía reconocer varias: una petunia, una rosa, una amapola… Automáticamente se acordó de la pequeña mancha que le había salido en el brazo y se pasa la mano suavemente sobre ella. Tenía un don para dibujar y capturar en el lienzo la parte más bonita de la vida, la que te llenaba de paz y energía. Era como si pudiera reflejar en el lienzo la más pura belleza, dejando atrás cualquier índice de tristeza, odio o cualquier adjetivo negativo que ensucia nuestros días.

—Qué bonito, Tibu, ojalá tuviera el don que tienes tú para dibujar —le dice mientras le da un beso en la mejilla a su Tibu.

—Se trata de un poco de perspectiva, hija. Además, tú también lo tienes, pero a través de esa cámara tuya que siempre llevas a todos lados.

Se sienta en la mecedora que hay en el otro extremo de la habitación, y se queda contemplando a su Tibu mientras dibuja. La ventana estaba medio abierta y había parado de llover, lo que hacía que pequeños rayos de luz se colaran a través de los cristales. Se escucha fuera el pequeño aleteo de un pájaro y entonces, un pequeño petirrojo llega batiendo sus alas, posándose en la parte de arriba del lienzo que está dibujando Martina. Ella abre muy bien los ojos y se queda sin respiración. Es Nkisi. Nunca se dejaba mostrar delante de nadie que no fuera ella u otras de su condición y en cambio, ahí está, delante suya y de Águeda, tan tranquilo.

Águeda se da cuenta del precioso pájaro que acababa de entrar por la ventana, así que cuidadosamente, saca la cámara de su mochila y acerca el zoom para poder capturarlo.

—Tibu, mira qué preciosidad. —No se da cuenta del nerviosismo de Martina.

A pesar de ser un petirrojo, tenía las plumas de colores vivos y brillantes, que parecían cambiar de color dependiendo de la luz que le diera en ese momento. Águeda recordó los retratos que tenía su Tibu colgados en el salón y le pareció que eran de ese mismo pájaro. Se queda mirando a Martina con la cabeza inclinada, pía levemente, como si quisiera contarle un secreto y echa a volar dirección a Águeda. Se posa en el brazo donde tiene apoyada la cámara. Ella, muy lentamente, deja el brazo apoyado en la mecedora y se queda observándolo, maravillada. No había visto pájaro más bonito. Mientras tanto, Martina no puede dar crédito a lo que está viendo. Se acerca a Águeda y pone el brazo para que Nkisi se apoye en él, cuando ve lo que su nieta tenía en la parte interior de antebrazo. Reconoce en la piel de su nieta una pequeña petunia. La mira fijamente a los ojos mientras Águeda se da cuenta de lo que su Tibu acababa de descubrir y no entendía porque se había quedado tan atónita. Nkisi, que parece haberse quedado satisfecho con el objetivo que venía a realizar, sale volando hacía la ventana y desaparece en el profundo jardín.

—Tibu, ¿qué ocurre? Parece que has visto un fantasma. —La mira preocupada ante la cara blanca que se le acababa de poner a Martina.

Martina no podía dar crédito a lo que estaba viendo. No podía ser que su niñita fuera una de las suyas. Ni siquiera era sangre de su sangre. Una oleada de sentimientos le recorrieron todo el cuerpo: incertidumbre, sorpresa, emoción, e incluso un poco de miedo. Es verdad que durante su vida había esperado a que alguna de las mujeres de su familia desarrollara esas ‘capacidades especiales’, pero ya, a sus casi ochenta y dos años, había asumido que ese momento no iba a llegar. Y ahora tiene, delante de sus ojos, a la hija de su querido Manu, ese diablillo criado como si fuera suyo. Todavía recuerda el día que trajo a Águeda en brazos para que la conociera. Era una mañana de tormenta, y al contrario de la mayoría de los niños que se asustan y miran a todos lados con expresión de miedo, ella estaba con los ojos muy abiertos intentando capturar cada movimiento que sucedía delante de ella. No tendría apenas dos años y Martina recuerda mirar cómo caminaba torpemente de la mano de su nuevo padre, y ver a una preciosa niña de pelo como el fuego y unos bonitos grandes ojos oscuros. Desde ese momento supo que era especial. Casi veintidós años después, el destino le acababa de decir que no se equivocaba.

Se dio cuenta que se había quedado absorta en sus pensamientos mientras Águeda la seguía mirando con cara de preocupación.

—Nada, miña nena, es que te he visto esta mancha en el brazo que no me había dado cuenta que tenías —le dice, disimulando.

—La verdad es que llevo con ella unas tres semanas. Me levanté una mañana y la tenía en el brazo. Pero como no se ha hecho más grande, no me he preocupado. La verdad es que incluso me gusta. Tiene forma de…

—Petunia. Tiene forma de petunia, sí. —Y Martina acerca los dedos y acaricia suavemente la mancha de su nieta. En ese momento las dos sienten un escalofrío por el cuerpo. Es el mismo escalofrío que Águeda lleva sintiendo desde hace unas semanas. En ese momento Tibu lo tiene claro. Es una de las suyas. Ahora solo tiene que averiguar cómo decírselo.

***

A lo largo de la tarde, Tibu y Águeda decidieron hacer un ramo de flores para Sabela, la madre de Águeda, a la que también le fascinaban. Estuvieron toda la tarde eligiendo las más bonitas del jardín y colocándolas en un precioso tarro de cristal de color verde agua, que Águeda había comprado en el mercadillo de Coia que hacen en Vigo cada miércoles en Praza Rei. Para hacerlo habían elegido narcisos, orquídeas y margaritas. A las dos se les daba muy bien las plantas así que el resultado fue un ramo parecido al que se puede encontrar en una floristería.

Luego prepararon la cena juntas y después de comer se sentaron en el sofá en la misma posición de siempre. Martina, sentada, con la espalda apoyada en el sofá, y Águeda con la cabeza apoyada en las piernas de su Tibu, mientras esta le acariciaba el pelo.

—Oye, Tibu, qué pájaro tan bonito ha entrado esta mañana a tu taller, ¿verdad? – le dice Águeda mientras recuerda el pequeño petirrojo de antes. —Parecía tener en sus plumas todos los colores que existen.

—Miña nena, esos pequeños animales son un reflejo de cómo deberíamos ver la vida —le contesta Martina—. A través de miles de colores.

6

Tenía que reconocer que estaba nervioso. A pesar de estar acostumbrado a quedar con chicas, no eran como ella. Su círculo de amigos siempre se ha movido entre sus compañeros del colegio privado, y las chicas con las que había estado siempre habían sido niñas de papa, acostumbradas a tener todo lo que quisieran, cuando quisieran, y a cualquier precio. La última novia que tuvo fue hace dos años y esta era una celosa compulsiva que no le dejaba ni respirar. Después de eso, se prometió que no iba a tener una relación en mucho tiempo. Aunque no sabía por qué, quería impresionar a Águeda. Ella desprendía algo diferente. Le dijo que iba a recogerla en coche a su casa a las ocho y media y se irían a cenar por la zona de la praia de Samil.

Cuando llegó a la dirección que ella le había dado, se encontró con una casita adosada de dos plantas y un pequeño jardín trasero. Se preguntaba si tendría hermanos, si vivía con sus padres y qué profesión tendrían. La verdad es que le apetecía saber todo sobre ella: cuál era su comida favorita, que hobbies tenía o qué le daba miedo de pequeña.

La respuesta de los hermanos no tardó en llegar. Justo cuando Águeda estaba saliendo de su casa, dos niños de unos nueve o diez años salieron junto a ella para poder ver quien era la persona que estaba recogiendo a su hermana. Eran muy rubios y a primera vista, Ander no les encontró ningún parecido a Águeda. Ella salió corriendo detrás de ellos antes de que llegaran al coche y los llevó a la puerta otra vez mientras les daba un beso a cada uno en la cabeza y se despedía. Entró al coche sonriendo y colocándose su revoltoso pelo detrás de las orejas. Estaba muy guapa. Iba con unos vaqueros pitillos y unas converse amarillas. Llevaba una camiseta de tirantes lencera de color beige y una chaqueta de lino marrón oscuro.

—Hola —dijo mientras se montaba en el coche—. Tengo unos hermanos un poco curiosos.

—Veo que tienes dos pequeños guardianes que tienen que comprobar con quién anda su hermana —le dice mientras arranca el coche y se dirige hacia el oeste de la ciudad.

Llegaron al lugar en veinte minutos y Ander decidió elegir uno de los restaurantes más caros que había por la zona. Quería impresionarla. Lo que él no sabía es que a ella esas cosas le daban igual. Cuando llegaron se sentaron en una mesa mirando hacia el mar. Aunque había atardecido, las vistas y el olor a sal, junto con la decoración del lugar, lleno de luces y bombillas de colores, creaban un entorno mágico. Pidieron algo para comer. La cena fue muy agradable. Hablaron sobre cada uno, sus familias y a lo que se dedicaban en ese momento.

—Entonces, ¿te gusta la fotografía? —le pregunta a Águeda, mientras se está peleando con un trozo de calamar que no consigue cortar. Ella intenta disimular lo mejor que puede su torpeza, mientras Ander la mira sin parar de sonreír.

—Sí, me gusta mucho. Creo que es una forma de capturar un momento que se puede volver eterno. Es lo más parecido que tenemos a una máquina del tiempo. Además, cada fotógrafo refleja en su trabajo la forma que tiene de ver la realidad. Incluso siendo la misma escena, cada persona puede fotografiarla de una forma totalmente diferente. Y eso para mí es mágico. —Ander la escuchaba mientas se fijaba en la mancha en forma de petunia que tenía en el brazo y en los labios pintados de color rosa fuerte.

—Nunca lo había visto de ese modo. Pero tienes razón, ahora que lo pienso. Es como si cada fotografía tuviera una historia detrás. —Le gustaba la pasión y el brillo de los ojos que tenía cuando hablaba de eso. Se notaba que le importaba de verdad.

—Más bien un secreto —le contesta Águeda—, ya que poca gente llega a conocer la verdad que hay detrás de una foto. A veces ni siquiera los que la hacen. —Le estaba gustando la cena. Ander estaba siendo muy amable y realmente se veía interesado por lo que le contaba—. Bueno, y a ti, ¿qué es lo que realmente te gusta hacer?

—Me encanta la historia y viajar para conocer qué hay detrás de una cultura o ciudad. El por qué las cosas son como son. Qué las hicieron ser así. Leo mucho por mi cuenta porque en cuatro años de carrera no te da tiempo a aprender ni el cinco por ciento de la historia del mundo.

—Bueno, entonces tenemos aquí a una especie de Indiana Jones, ¿no es cierto? – dijo Águeda intentando parecer graciosa. Se arrepiente en el momento.

—Sí, bueno, algo así. —Se vuelve a tocar la parte de detrás de la cabeza y Águeda se da cuenta de que es un gesto característico que tiene cuando está un poco nervioso. Se vuelve a fijar en el lunar que tiene en la mejilla.

Piden la cuenta y se dirigen hacia el coche, pero a Águeda no le apetece volver a casa aún. Estaba muy a gusto con él.

—Oye, ¿te apetece que demos un paseo por la playa? —le pregunta mientras siente que su cara empieza a ponerse roja—. Hace muy buena noche para pasear.

—Me encantaría. —Ander estaba deseando esa proposición. Eso quería decir que realmente ella estaba disfrutando del momento, igual que él.

Se dirigieron hacia la praia de Samil, se quitaron los zapatos y comenzaron a andar por la arena. El agua estaba muy fría, así que se alejaron un poco de la orilla y comenzaron a andar hacia unas rocas que había al final de la bahía. Cuando llegaron a ellas, buscaron una de las más elevadas y se sentaron allí, frente al mar. El choque de las olas junto a la roca hacía que el olor a sal fuera más intenso, se impregnara por todo el aire y les llenara los pulmones. Vieron cómo una pequeña nube tapaba la luna, que en ese momento se situaba justo encima de sus cabezas.

—Espero que no empiece a llover —dijo Ander mirando la nube que se había colocado encima.

—No lo creo. Es una nube muy pequeña —lo dice mientras se llena los pulmones de aire y disfruta de la brisa del mar.

—¿Quieres que te cuente una historia? —Ander se arrepintió de esas palabras desde el momento en que salieron de su boca. Además de la historia, le apasionaban las leyendas, mitos y cuentos, sobre todo los de su tierra. Pero nunca se los contaba a nadie. No quería parecer ridículo, ni infantil. Pero Águeda le trasmitía una tranquilidad sin apenas conocerla que era casi antinatural. Tenía la necesidad de compartir con ella todo lo que gustaba, las cosas que le hacían sentir vivo, incluso sus miedos.

—Claro, me encantaría. —Águeda lo mira con los ojos muy abiertos, emocionada. Disfrutaba mucho escuchando a su Tibu contarle cuentos cuando era pequeña, muchos de ellos todavía recuerda.

—No, bueno, es un poco aburrido. Olvídalo, no creo que te guste... —Otra vez rascándose la cabeza. Águeda no podía evitar sonreír. Ander le gustaba más de lo que quería admitir.

—No, ¡venga! Mi Tibu me contaba muchos cuando era pequeña y yo disfrutaba mucho escuchándolos. —Le roza la mano inconscientemente—. Por favor.

—¿Quién es tu Tibu? —le pregunta sin poder evitar sentir un escalofrió cuando ella le roza la mano.

Ella se incorpora, gira el cuerpo hacia él y lo mira desafiante:

—Primero la historia —le dice decidida— y luego te lo cuento.

—Está bien, está bien. —Coge aire, se aclara la garganta y comienza—. «Se dice que hubo una vez, un tiempo, hace mucho, un periodo de sequía, donde en Galicia no llovía. Esto empezó tras una gran época de lluvias. La gente no había visto nada igual, torrentes y torrentes de agua cada día. Los lugareños se quejaban de no poder salir a navegar o dar un simple paseo por el campo. Todo el mundo estaba malhumorado, triste y enfadado. Entonces, una mañana, como si alguien cerrara el grifo de una ducha, todo paró. El primer mes, la gente más joven se alegró, ¡qué maravilla! Los pescadores podían salir al mar sin ningún peligro, el sol calentaba la cara de los gallegos y todo el mundo parecía más guapo, feliz y simpático. Las plazas estaban llenas y en la mar no cabía ni un velero. Pero los sabios abuelos de los pueblos estaban preocupados. «Non é normal, non é normal», decían. Y pasó otro mes, y otro mes, y otro mes, y ni una gota caía. Los bosques se empezaron a secar y el agua de los ríos no corría con tanta fuerza. Un grupo de sabios del bosque de Fragas do Eume se reunió para buscar una solución y decidieron que debían regalarle una ofrenda al cielo, para así, volver a reconciliarse con él.

Decidieron pues, que cada gallego debía de soltar una lágrima en un frasco de cristal y el día del comienzo de la primavera, las verterían a los ríos y a los mares gallegos para pedirle perdón al cielo y que este les devolviera su preciada lluvia. Ese día todos se reunieron alrededor de los ríos y océanos de sus pueblos y ciudades y soltaron su lágrima. Ese día el agua de Galicia se volvió más salada, pero a la vez más dulce. Se provocó un silencio sepulcral y todos miraban al cielo buscando una respuesta. Pasaron los minutos y las horas, pero no pasaba nada.

La gente volvía a sus casas pensando qué iban a hacer a partir de ahora, cómo le darían de comer a sus niños o con qué regarían la siguiente cosecha. Entonces, de repente, una gota cayó en la mejilla de una anciana, en la pata de un gato, encima de un tejado, resbalando por una hoja... Y así, las gotas se convirtieron en llovizna y la llovizna en su añorada lluvia densa y fría. La gente miraba al cielo agradecida, y las lágrimas de sus ojos se mezclaban con las que descendían desde las nubes. Se escuchó a lo lejos a alguien gritar: «¡Si chove, que chova!» y la frase se fue contagiando a todos los gallegos que la repetían bajo la primera lluvia de la primavera.»

Después de que Ander terminara la última frase se produjo durante un momento un silencio entre ellos, hasta que Águeda dice:

—Ander... es precioso. —Todavía tenía los bellos de punta, e incluso una pequeña lágrima le había aparecido en los ojos. No era en sí el cuento lo que le había emocionado, sino la manera en que él había contado la historia. La emoción de su voz, como transmitía cada palabra. Había conseguido rozarle el alma—. Tienes un don para esto. Parece que sale de dentro de ti, directamente desde el corazón.

Ander estaba con el corazón a mil. No le había pasado nunca algo así y por un lado se sentía tranquilo al saber que a ella le había gustado de verdad. Quería dejar de ser el centro de atención. Además, se acordaba lo que le había dicho ella antes de empezar, así que dijo:

—Bueno, ahora te toca a ti. ¿Quién es Tibu?

—Bueno, se podría decir que es mi abuela. En realidad, es la tía de mi padre. Mi abuela murió cuando mi padre era muy pequeño y ella se encargó de criarlo junto con su otro hermano.

—Lo siento mucho —le contesta Ander.

—Gracias. Ella es la persona más especial que tengo. Aunque sea mayor, es la que mejor me entiende y con la que más tiempo me gusta pasar.

—Se nota por la forma en la que hablas de ella que es muy importante para ti.

—Lo es... Bueno, creo que deberíamos irnos. Mañana madrugo y se está haciendo tarde —dijo esto porque si se quedaba más tiempo no iba a poder aguantar las ganas de besarlo, y él no había hecho ningún gesto que indicara que eso fuera a pasar.

—Sí, claro, vamos —dice, decepcionado. Él se podría haber quedado toda la noche en esa roca, junto a ella.

Se acercaron al coche sin hablar mucho, Águeda todavía pensando en la historia que le acababa de contar, y él pensando cómo esa chica había conseguido que se abriera de esa forma.

Estaban llegando al lateral del coche y Águeda se dirigía hacia el lado del copiloto, cuando Ander la coge del brazo y la apoya suavemente sobre la puerta. Le pasa la mano por su rizado pelo rojo y acerca sus labios a los suyos. Sabía a sal y mar.

7

Martina daba vueltas en su cama, no podía dormir. No después de lo sucedido con Águeda hace unos días. Su niña, la luz de sus ojos, su pequeña debilidad, era una de ellas. No se lo podía creer. Parecía un sueño. Había estado meditando durante estos días qué iba a pasar a partir de ahora. Cómo actuar a partir de este momento. ¿Debería contárselo ella misma o dejarla que los descubriera ella sola? Si elegía la segunda opción, se exponía a que ella nunca conociera la verdad. No sería la primera ni la última mujer que pasaba el resto de su vida ajena a todo a pesar de haber desarrollado las mismas cualidades.

Se dio cuenta de que no iba a poder pegar ojo, así que cogió su bata, se la enrolló alrededor del cuerpo y bajó despacio las escaleras. Se dirigió hacia una estantería que estaba en el lado derecho de la cocina y buscó algo en el último cajón. Llevaba años sin mirar en ese sitio, pero recordaba haberlos guardado ahí hace mucho tiempo. Metió la mano en el cajón y ahí estaban. Un viejo y descolorido paquete de cigarrillos Winston. Era tabaco de contrabando, recuerda haberlo comprado en uno de los bares del pueblo cuando todavía estaba bien visto el tabaco ilegal en Galicia. La perdición y a la vez supervivencia de muchos jóvenes años atrás, e incluso de hoy en día.

Cogió un mechero y se dirigió hacia el jardín para sentarse a que el fresco de la noche le despejara la mente. Se encendió un cigarro e inspiró lentamente. Tosió cuando el humo le llegó a los pulmones. Llevaba años sin fumar. Prácticamente desde que Manu y Sabela adoptaron a Águeda. Aunque lo hizo durante muchos años, no era asiduamente. Se quedo mirando el haya tricolor que tenía en frente y escuchó el leve sonido del aleteo de unas alas. Era otra vez Nkisi viniendo a visitarla de noche. Se notaba que ella también estaba nerviosa.

—Hola, querida, ¿tú tampoco puedes dormir? —Levanta el brazo levemente y se posa suavemente en su dedo anular. El pájaro gira la cabeza y pía suavemente mientras la mira directamente a los ojos.

Siguieron en esa posición durante un rato, como si se estuvieran trasmitiendo la energía entre las dos. Sintiendo una conexión imposible de explicar. Ya estaba empezando a amanecer cuando Martina se levantó de la silla. Había tomado una decisión con respecto a su nieta, y esperaba que fuera la acertada.

***

Águeda se despertó de muy buen humor por la mañana. La cita con Ander había sido muy especial para ella y si cerraba los ojos podía seguir sintiendo el calor de sus labios pegados a los suyos. Cómo le gustaba, y apenas lo conocía. Bajó las escaleras y encontró a su madre sentada en uno de los taburetes de la cocina, sosteniendo una taza de café en las manos. El olor a café y a tostadas por las mañanas hacía a Águeda sentirse como en casa. Vio a su madre absorta en sus pensamientos mientras miraba a la puerta que daba al jardín. Allí estaban sus hermanos jugando a los ninjas con unos antifaces negros y unas espadas de madera que les construyó el vecino de Tibu. Probablemente uno de ellos terminaría enfadado o llorando, como ocurría la mayoría de las veces. Sabela no escucha a Águeda entrar en la cocina, así que ella se acerca a su madre y le da un beso en la mejilla. No le hace falta más para saber que a su madre le preocupa algo.

—Buenos días, mamá. Estás todavía dormida —le dice mientras se acerca a la cafetera para servirse otro café y se sienta al lado de ella.

—Ah, hola, hija. No, solo estaba mirando a tus hermanos. Esos dos diablillos van a terminar peleándose otra vez. ¿No habrá más juegos aparte de pelearse? Quién me diría a mí de ponerles la película de las tortugas ninja. Ahora solo piensan en jugar a eso.

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