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Generalmente actuamos organizando nuestras vidas a partir de lo que conocemos, dando sentido a lo que hacemos desde las distinciones, historias y competencias que poseemos; no de las que no tenemos. Así, nos posicionamos en un lugar que nos hace sentir “dueños de la verdad”, en el que no podemos concebir que existan vastos dominios del conocimiento que “no sabemos que no sabemos”. A este fenómeno se lo denomina ceguera cognitiva.

Muchas veces no tenemos la más mínima idea de diferentes áreas del conocimiento que puedan existir y estar disponibles, no tenemos idea de aquello que actualmente está siendo inventado.

Solo un momento de duda en el que estemos dispuestos a cuestionar nuestros conocimientos, a liberarnos de nuestros presupuestos actuales, será el camino que nos abrirá a la posibilidad de que exista ante nuestros ojos algo nuevo: aquello que “no sabemos que no sabemos”.

1. 2. 4.“Es difícil” versus “no sé”

En el vivir de cada día, estamos inmersos en una serie de juicios y opiniones que le pertenecen a nuestra cultura y que solemos repetir en forma automática. Estos se convierten, por no ser cuestionados, en el espacio a partir del cual actuamos (o evitamos hacerlo). Así, las posibilidades se recortan y tendemos a ver y evaluar el mundo de la misma manera, aunque las emociones, personas, opciones y situaciones sean diferentes.

¿Qué queremos decir cuando decimos que algo “es difícil”?

En términos de acciones, podríamos decir que declaramos “Es difícil” cada vez que no sabemos emprender una acción específica o no vemos posibilidad en un dominio o espacio de nuestras vidas en particular. Es una manera encubierta de decir: “No soy competente en esto, no sé cómo hacerlo”.

¿Qué cambia para nosotros si declaramos simplemente “No lo sé hacer” en vez de “Es difícil”? En primer lugar, ese cambio en el observar nos llevará a la posibilidad de hacernos responsables de nuestra incompetencia en un terreno particular; por ende, a pedir la ayuda de alguien que juzguemos competente y —a partir de darle autoridad— que nos enseñe lo que nos falte aprender en ese dominio y desde ciertos estándares.

1. 2. 5.Decir “Dado como soy, no puedo aprender”

Cuando ante lo nuevo decimos: “Yo nunca podría aprender eso”, nos cerramos a aprender. Detrás de esa frase pueden habitar diferentes supuestos como “No soy lo suficientemente hábil para entender esto” o “Esto es demasiado complicado para mí”. Podríamos tener una lista interminable de “Dado la persona que soy, no podría aprender eso”.

Esta reacción ante lo nuevo genera la pérdida de la autoconfianza, nos predispone al cierre de la posibilidad de accionar y limita nuestra capacidad de comprometernos o de arriesgar. Al convertir nuestras propias evaluaciones limitantes en aspectos fundantes de nuestra identidad, nos hacemos ciegos a que también nuestras definiciones de “quiénes somos” son construidas y por lo tanto pueden ser cambiadas. Nuevas acciones nos llevan a la posibilidad de hacer nuevas evaluaciones sobre quiénes somos y, más aún, quiénes podríamos llegar a ser.

1. 2. 6.No tener preguntas sobre nuestras preguntas

Hacemos preguntas y creemos que, porque las hicimos, deben ser contestadas; pero no vemos los presupuestos que están detrás. Para investigar este obstáculo los invito a que se hagan interrogantes y a que, en lugar de responderlos, observen cuáles son los pre-supuestos que los sostienen. Luego sigan el ejercicio, haciendo una pregunta que ponga en cuestión los supuestos de la primera. Es posible que no encuentren una única respuesta: esa es la habilidad de cuestionarse y reconocer de qué manera construimos nuestras propias observaciones y en el caso particular, en qué nos estamos basando. Esta es la puerta de entrada a cambiar la inercia de otro hábito cultural en el que vivimos en automático, la pretensión de que vivimos en un sentido común.

Por ejemplo, si yo le digo a un compañero durante una reunión de trabajo: “¿Por qué será que estas reuniones son tan improductivas y aburridas?”, estoy suponiendo, primero, que mi compañero hace los mismos juicios que yo sobre las reuniones; segundo, que compartimos los mismos estándares para “improductivo” o “aburrido”. Por último, supongo que ese es un buen momento para que yo le comparta a mi compañero lo que opino sobre las reuniones… ¡Y la lista podría seguir!

1. 2. 7.Decir “No tengo tiempo”

No darle prioridad al aprendizaje parece ser un síntoma de nuestra época. Confundimos, en la velocidad del vivir y el cambio en el que estamos inmersos, lo urgente con lo importante. Desde allí percibimos el tiempo como escaso, por lo que disponerlo para el aprendizaje es entendido como un lujo para pocos.

Esta postura nos deja en casi una única posibilidad: la de necesitar de las crisis y de los momentos de dolor para aprender o hacernos preguntas. Para muchos, estos son los únicos espacios en donde se dan tiempo para la reflexión sobre el vivir, el escuchar, revisar la manera en que se relacionan con los demás, con ellos mismos y con el futuro.

Tomar decisiones desde el dolor, la pérdida o el miedo como contexto emocional, suele reducir nuestras oportunidades, imposibilitando la creación de una relación con el aprendizaje que se base en la alegría, la liviandad y la capacidad de elección.

1. 2. 8.Vivir en enjuiciamiento permanente

Tenemos la tendencia de opinar mecánicamente sobre distintas situaciones, nos demos cuenta o no. Al hacer tantos juicios generamos la ilusión de que sabemos algo, cuando muchas veces somos ciegos a nuestra propia ignorancia en la materia de la cual estamos opinando. En este hábito, sentimos que lo que decimos es verdadero, sin hacernos preguntas ni cuestionar nuestros fundamentos.

Confundimos opinar con saber. Y nos quedamos encerrados en los límites de nuestra propia observación.

1. 2. 9.Confundir las explicaciones con el fenómeno explicado

Nuestra tradición cultural tiende a creer que las explicaciones le pertenecen al fenómeno explicado; cuando en realidad, las explicaciones le pertenecen al observador que explica. Dos formas diferentes de explicar van a crear dos formas diferentes de intervenir y, así, dos oportunidades muy diferentes para la acción.

Recuerdo una maestra en la escuela primaria a quien, luego de haber hecho mal un ejercicio de Matemáticas, llorando le comentaba que mi papá me había dicho que era un inútil y que —según yo— lo hizo porque no me quería. Ella amablemente solo me preguntó: “Si no te quiere, ¿por qué se toma tiempo en decir cosas sobre ti y que además las escuches? ¿Será que no te quiere o que le importan tus resultados y que te sientas bien con ello; y esta sea la única manera en que sabe impulsarte a mejorarlos?”. Un evento, dos interpretaciones: una cierra posibilidades y otra las abre.

Parte fundamental de nuestra inteligencia emocional radica en elegir la interpretación que más puertas abra a nuestro futuro. Para eso, necesitamos reconocer fehacientemente que lo que creemos es solo una interpretación entre tantas posibles. Las interpretaciones no son “cosas”, por lo que no tienen permanencia, a menos que las tratemos como tales.

1. 2. 10.Querer tener todo claro, todo el tiempo: los buscadores de “la” verdad

Hay quienes han desarrollado ansiedad por tener claro todo, todo el tiempo. No aceptan la reflexión, ni el tiempo necesario para habitar en las preguntas nunca antes formuladas. Viven necesitando respuestas para sentirse más seguros y, de esta manera, evitan la incertidumbre del adentrarse en lo desconocido. No declaran la necesidad de ayuda y usan las crisis para movilizar decisiones, o solo la piden cuando la situación es casi insostenible.

Querer tener todo claro todo el tiempo, nos priva de la posibilidad de vivir la confusión como un momento valioso de todo aprendizaje. El que acepta su confusión, se abre a reflexionar con mayor profundidad a través de habitar nuevas preguntas y cuestionar sus propios supuestos.

El saber tiene como proceso previo necesario el sentir confusión, aceptando que no sabemos todo y que solo podemos observar desde nuestra propia perspectiva actual y nuestra capacidad de distinguir la experiencia que se presenta ante nosotros.

1. 2. 11.Incapacidad para incorporar el cuerpo en el aprendizaje

Tradicionalmente tendemos a creer que aprender es un proceso de la mente y olvidamos, como se ha visto unas líneas más arriba, que el aprendizaje involucra el cuerpo porque este es el que realiza las acciones; y desde este enfoque, es un dominio primario para que se dé el aprendizaje.

Hablamos de in-corporar como llevar al cuerpo y esto hace referencia a que cuando aprendemos se producen cambios a nivel de nuestro sistema nervioso; por ende, también en nuestra corporalidad. Las neuronas sostienen lo aprendido a través de sus interconexiones y estos “surcos neuronales” cambian según cómo se los ejercita. El aprendizaje implica la creación y el sostén de nuevas prácticas que, repetidas en el tiempo, generan la transparencia en el vivir cotidiano.

En estos últimos diez años hemos aprendido más sobre el cerebro y el aprendizaje que en los últimos cien. Nuestro cerebro no es fijo. Plasticidad neuronal implica que estamos en posibilidad de cambiar la estructura y funcionalidad de nuestro cerebro a partir de nuevas prácticas y del aprendizaje que estas nos aporten. Nuestra plasticidad conductual nos permite ser, dejar de ser y ser diferente.

1. 2. 12.Incapacidad para crear el contexto emocional adecuado para el aprendizaje

Todos podemos recordar al menos una vez en que hayamos reconocido una conexión directa entre nuestra capacidad para aprender y lo que sentimos cuando estamos aprendiendo algo.

No se aprende igual desde el miedo, la culpa o la vergüenza. De esta manera hay emociones que están disponibles para nosotros en nuestros momentos de aprendizaje y otras que no.

Un ejemplo que se ha visto en los párrafos anteriores es la arrogancia, que puede definirse como la emoción que está ligada a la declaración “Yo todo lo sé y no hay nada más que necesite aprender”. En la arrogancia simplemente no estamos disponibles al aprendizaje, quedándonos atrapados en los límites de lo que creemos.

1. 2. 13.La gravedad

Es un emocionar que se caracteriza por interpretar lo que ocurre como complicado o complejo. Quienes habitan en este espacio emocional suelen caracterizarse por sus voces graves (tonos bajos), aires de superioridad y miradas de cierto desprecio hacia quienes consideran ignorantes.

Ante ellos tendemos a alejarnos, dejarlos solos. De hecho, no solo se afecta su aprendizaje, sino el contexto en sí de la relación. Es un espacio emocional en donde no hay posibilidad para la pregunta.

Solemos confundir la gravedad con la seriedad. Nos olvidamos que la seriedad es el espacio en donde nos hacemos preguntas y, también, preguntas sobre las preguntas. La seriedad nos permite la risa, principalmente la saludable posibilidad de reírnos de nosotros mismos; pudiendo de esta manera vivir los errores con liviandad más que con miedo, culpa o vergüenza. Al conectarnos con la liviandad, la seriedad es un medio para mirar con gratitud lo que hacemos; más aún, los errores o desaciertos. Al evitar hacer un drama de la expectativa rota, es que podemos reírnos también de lo que no fue como hubiésemos esperado. La seriedad es el corazón de la reflexión.

1. 2. 14.La trivialidad

Es uno de los contextos emocionales más nocivos a la hora de aprender. Si los que habitan la gravedad viven pretendiendo la seriedad, los triviales pretenden evitarla. Viven en la risa, en el sarcasmo y la ironía, en pos de la “buena onda”. Por supuesto, evitan el reírse de sí mismos y viven riéndose de los demás. Generan a su alrededor una atmósfera de miedo al ridículo o a la descalificación. Evitan ser confrontados y se disfrazan de simpáticos o de buenas personas.

Cuando la trivialidad se convierte en el contexto predominante en un determinado sistema u organización, los resultados tienden a ser mediocres, medidos con los estándares más bajos. Es un espacio en donde no hay preguntas porque no existe la posibilidad de la reflexión.

No dar autoridad para que otro me enseñe.

La única forma de llegar desde lo que no sabemos hacia el saber, es confiando en un maestro y dejándonos guiar por él. Luego de declarar nuestra ignorancia en algún dominio específico de acciones, el segundo paso es declarar que queremos aprender. Para eso es necesario darle autoridad a alguien que nos enseñe. Esto se llama declaración del maestro. Implica que, además de reconocer que sabe, le damos autoridad y confianza para que sea él quien nos enseñe sobre eso que no sabemos y queremos aprender. Y también le otorgamos el poder para que evalúe nuestro proceso de aprendizaje. La autoridad es una forma de poder, es poder “concedido”; y así como lo otorgamos, lo podemos retirar. A veces, aunque el maestro nos diga que estamos aprendiendo, nosotros mismos nos descalificamos declarando que no estuvo bien o deberíamos haberlo hecho aún mejor.

Todo desarrollo de habilidades y hábitos lleva tiempo, al menos cinco meses de práctica continua. Necesitamos animarnos a correr el riesgo de probar, aceptando el error, aunque lo sintamos como un fracaso. Por eso es indispensable contar con buenos maestros a quienes les demos previamente la autoridad para que nos muestren aquello que no vemos aún, permitiéndonos de esa manera el acceso al próximo nivel de habilidad. El juicio del maestro evoca el camino del aprendizaje. Y sostiene el compromiso con aprender más allá de la frustración, el aburrimiento o la impotencia ante los errores o desaciertos.

1. 2. 15.La desconfianza

Cuando concedemos autoridad a alguien para que nos enseñe, estamos diciendo que confiamos en esa persona, en sus competencias en ese dominio y en su compromiso a asistirnos en el proceso de aprender.

¿Qué ocurre cuando declaramos que no confiamos? ¿Qué se abre y qué se cierra como posibilidad cuando la desconfianza es el espacio desde el cual actuamos?

El espacio de posibilidades se amplía o se limita drásticamente ante la presencia o la ausencia de la confianza. Me detendré en ella en próximos capítulos para reflexionar en profundidad sobre sus fundamentos.

1. 2. 16.La incapacidad para desaprender

Este obstáculo se relaciona directamente con aquellas experiencias propias que juzgamos exitosas, nuestros logros anteriores; y más aún, las fórmulas o procedimientos que nos llevaron a ellos. Sostener que “si ayer sirvió, hoy debe seguir haciéndolo”, puede ser una ilusión peligrosa.

Traer el pasado al presente nos cierra a la posibilidad de reconocer el tiempo actual y accionar desde las nuevas condiciones. Desaprender no implica olvidar, sino crear una relación diferente con lo que ya sabemos.

1. 2. 17.La falta de apertura a aprender “en red”

Los seres humanos no vivimos en soledad, aunque muchas veces podamos sentirnos solos: construimos quienes somos en convivencia con otros.

Si miramos este fenómeno dentro de nuestra inquietud de aprender algo, es fundamental reconocer la necesidad de crear una “comunidad de aprendizaje” a nuestro alrededor y entregarnos a ella.

Aprender solos en oposición a aprender dentro de una comunidad que tiene el mismo propósito de aprendizaje, puede hacer la diferencia entre tener información y alcanzar una habilidad. Una comunidad de aprendizaje deviene en una “comunidad de prácticas nuevas”, lo que facilita y asegura la reflexión, el sostener un estado de ánimo positivo ante los fracasos y errores, y el crear un compromiso conjunto con aquello que queremos alcanzar.

Un individuo solo no puede hacer un aprendizaje serio; y probablemente, resulte abrumador. Aprender seriamente implica crear una comunidad nueva que se recree permanentemente y provoque que el cambio genere nuevas posibilidades.

Pertenecer a una comunidad es central para cultivar un nuevo hacer.

–Redes

–Maestros

–Escuelas

–Linajes

La invitación es a apoyarnos en todo esto, más que en la pretensión de saber o en la vergüenza de mostrarnos ignorantes.

1. 3.Etapas del aprendizaje

Aprender lleva tiempo y tiene condiciones que, si las reconocemos, pueden hacer más liviano el camino de llegar a adquirir competencias.

Primero expondré en qué nos convertimos cuando no entramos en la posibilidad de declararnos aprendices en algún dominio.

–El arrogante. Cree que sabe, pero no sabe que no sabe y, por lo tanto, no aprende.

–El elefante en el bazar. Cree que sabe porque tiene algunas “nuevas palabras”, pero no es competente a la hora de conectar las distinciones con la acción. Es peligroso por su ceguera a que no sabe y generalmente declara que necesita ayuda solo cuando cometió errores (a veces muy costosos). Lo caracteriza la arrogancia y la torpeza.

Cuando entramos en la posibilidad de ser aprendices, podemos reconocer las siguientes etapas:

–El principiante. Sabe que no sabe y puede pedir ayuda para que alguien le enseñe. El principiante busca reglas y controlar el resultado a través de herramientas y procedimientos fijos. Quiere saber “cómo” se hace algo.

–El principiante avanzado. Ha incorporado las nuevas distinciones de ese dominio en el que quiere aprender y algunas acciones. Puede comenzar a moverse, pero necesita supervisión. Se apoya en procedimientos estandarizados o herramientas con las que sentirse seguro al actuar. Puede ser efectivo, pero mecánico.

–El competente. Puede hacer promesas en determinado dominio de acciones y cumplirlas. Se diferencia del principiante avanzado por la consistencia en su accionar y porque puede actuar sin necesitar supervisión directa en cada momento. También reconoce que hay habilidades en sus maneras de ser que impactan en lo que hace. Tiene conciencia de sus límites y puede pedir ayuda a tiempo.

–El virtuoso. Además de ser competente, es capaz de innovar en ese dominio, cambiando las condiciones de satisfacción de lo que ofrece. Puede hacer lo que hacen otros pero con un estilo propio y conectándolo con otros aprendizajes, lo que agrega valor a su propuesta y un estilo único en su forma de hacer y/o de ser.

–El maestro. Crea nuevos juegos en algún dominio que luego otros seguirán. La maestría verdadera es acción a la mano, sin mucha reflexión. Implica el desarrollo de habilidades y sensibilidades. La maestría no depende de herramientas o procesos. Surge como una nueva relación entre el maestro, su escucha sobre lo que falta y una habilidad notable en saber crear a tiempo el acceso a lo que es necesario para cada momento.

–La leyenda. A partir de los nuevos juegos que crea desde la maestría, posibilita la transformación o creación no solo de posibilidades, sino de mundos de posibilidades. Tiende a trascender su período de vida, impactando mucho más allá, hacia otras épocas, personas y mundos.

Reconocer esta simple manera de observar el proceso de aprender puede ser útil para distinguir, a la hora de cambiar algún aspecto o resultado, en qué momento del aprendizaje nos encontramos y qué puede requerir avanzar al próximo nivel.

1. 4.Ejes para nuestras próximas reflexiones

–La pregunta sobre el saber se responde con un hacer. El saber tiene que ver con el hacer, no con el ser en sí sino con lo que uno hace cuando distingue lo que distingue. El ser no es fijo, es cambiante e impermanente.

–Los hábitos se expresan como una inercia de nuestro cuerpo. Cambiar implica aceptar “hacer en contra” de esa inercia. Al ir en contra de la inercia aparece lo que llamamos “compromiso”.

–El fenómeno de la interpretación es diferente al fenómeno de la información. En vez de abrumarnos con cantidades incontables de distinciones, lo que necesitamos es abrirnos a nuevas prácticas.

–El aprendizaje rígido no hace sentido en mundos que están en continuo cambio. La posibilidad está en desarrollar habilidades. Las habilidades no son reglas fijas, son un fenómeno que se cultiva.

–No existen paquetes de herramientas fijas y dadas. Existen diferentes niveles de sensibilidad y aprendizaje. En eso se basa la maestría en cualquier dominio de acción.

–La educación tradicional no se hace cargo del “ser” de cada persona que está aprendiendo. Necesitamos salir de los procedimientos, herramientas y técnicas, y “cultivar el cultivo” de nuevas maneras de relacionarnos, accionar y crear habilidades con otros. Eso requiere cambios biológicos, cambios sociales y tiempo.

–Integrar en nosotros el sentir y pensar es condición innegociable de nuestro bienestar y la habilidad de tomar decisiones con éxito.

–Todo aprendizaje conlleva etapas. Aceptar el proceso de aprender nos llevará, además de incorporar nuevas habilidades, a disfrutar del proceso de lograrlo.

Capítulo 2.

El desafío de evolucionar

La alegría está en la lucha, en el esfuerzo,

en el sufrimiento que supone la lucha

y no en la victoria misma.

Mahatma Gandhi

Nuestras principales habilidades para vivir, siendo seres inmersos en una realidad impredecible, podrían resumirse en una sola, desde donde se despliegan las reflexiones fundamentales:

La habilidad de devenir como adultos

en seres maduros, seres conscientes de nuestros límites y posibilidades, reconociéndonos

en evolución permanente.

Llegamos a la edad adulta por el paso del tiempo, pero no siempre ese proceso implica madurez emocional. Nuestra biología crece y se desarrolla automáticamente, en un ciclo dentro del espacio-tiempo que incluye cuatro momentos: nacer, crecer, reproducirse (en hijos o en proyectos) y morir.

Todos los años celebramos haber alcanzado un año más, caminando inevitablemente hacia la maduración biológica, sin elegirla. Envejecer nos sucede por decisión innegociable de nuestra naturaleza. De hecho, algunos hacen grandes esfuerzos para que no se note que han envejecido.

La maduración biológica es un devenir del que somos parte. La maduración emocional se manifiesta en nuestra habilidad para tomar decisiones que vayan en coherencia con quienes decimos que somos (identidad) y con los valores y virtudes que elegimos para nosotros (dignidad).

2. 1.Premisas básicas de nuestro desafío como seres humanos

2. 1. 1.Primera premisa

Uno llega a la adultez, pero no necesariamente madura emocionalmente como adulto

con libertad de expresión y de acción.

La adultez es un juicio que hacemos sobre habilidades y maneras de ser, en relación con la edad biológica y las expectativas culturales sobre lo que las personas deberíamos haber alcanzado en cada etapa de nuestro devenir.

¿Cuáles son las habilidades que nos constituyen en un ser adulto? Esta pregunta implica, primero, reconocer que todos los seres humanos tenemos un ciclo de vida biológico. Y es nuestra biología la que conforma la primera base de nuestro mapa experiencial de evolución.

La psicología moderna distingue nuestro desarrollo evolutivo en cinco etapas: infancia, adolescencia, adulto joven, adulto maduro, adulto mayor. En ellos podemos encontrar crisis, desarrollos y estancamientos.

En nuestra niñez, las maneras de ser, aprender y relacionarnos son diferentes a las que nos caracterizarán en la adultez. Comprender cómo miran, perciben y sienten el mundo los niños, nos da un acceso a las bases de nuestra experiencia como seres humanos. Reconocer las etapas iniciales de nuestro desarrollo y sus desafíos, nos permitirá ser conscientes de qué logros son los que impulsarán más adelante, la conquista de nuestra madurez como adultos. También nos dan una pauta de cómo es el proceso de aprendizajes y conquistas que nos lleven desde la niñez a entrar en la adultez. Esto nos permite entrar en la pregunta: ¿qué ocurre con nuestra maduración emocional si en nuestra niñez no se completan los procesos necesarios?

Como experiencia, la adultez implica:

–Conservar lo aprendido, como condición necesaria para nuestra supervivencia.

–Adaptarnos a los cambios del entorno, constituyendo quiénes somos a cada paso del camino.

–Desarrollar la capacidad de rediseñarnos, en relación con el futuro que deseemos alcanzar.

Los adultos tenemos algo que potencialmente existe en la niñez, pero que no se desarrolla hasta que se dan ciertos aprendizajes que serán fundamentales para nosotros: podemos conquistar nuestra propia libertad. Los niños no son libres, dependen de la mirada de los mayores, de su validación, de sus permisos para ser y hacer, del modelo que los adultos somos para ellos. De lo que perciban a través de su relación con nosotros, crearán sus primeras estrategias de relación con ellos mismos, los demás y el mundo. La primera parte de ese proceso de aprendizaje es la imitación.

Solemos creer que los niños aprenden principalmente a través de lo que les decimos o enseñamos. Sin embargo, hoy sabemos que su primera estrategia de aprendizaje es copiar la relación que los adultos con los que conviven tienen con ellos mismos, imitando la manera en que se tratan a sí mismos y entre sí.

Así, entendemos que los seres humanos somos solo potencialmente libres. Y conquistar nuestra libertad como adultos implicará primero haber incorporado aprendizajes fundamentales.

2. 1. 2.Segunda premisa

La libertad es una conquista a la que todos estamos llamados aunque no todos la alcancen. La dignidad será el primer paso —y el último—

en la conquista de nuestra libertad.

Desde nuestra adolescencia la inquietud por ser y sentirnos libres se manifiesta con más fuerza. Para alcanzar nuestro sentido de libertad debemos cultivar la dignidad: no existe libertad sin dignidad.

Tenemos derecho a ser quienes somos, a valorarnos y sabernos valorados por ese hecho; y a tener el permiso de cambiar tantas veces como lo decidamos en el recorrido de nuestro camino, como seres únicos, irrepetibles y en continua evolución.

Los niños son dignos solo cuando los adultos podemos reconocerlos, valorarlos y regalarles en nuestra convivencia con ellos, el respeto que se merecen a ser únicos e irrepetibles. Ese respeto se lo debemos desde su primer instante de vida. Si les retiramos ese derecho, como niños que son, es muy poco lo que podrán hacer para defenderse.

Más adelante me detendré en cómo es posible definir la dignidad y reconocer cuándo la tenemos y cuándo la hemos perdido.

Una de nuestras principales fuentes de pérdida de poder será entonces el llegar a nuestra adultez, siendo adultos infantiles. Ser infantiles —más allá de la edad que tengamos— implica que hay ciertos aspectos de nuestro ser que aún no hemos alcanzado y evidencia que no estamos pudiendo hacernos cargo de habilidades centrales para la maduración emocional, aunque hayamos alcanzado la madurez biológica.

Para alcanzar la madurez emocional será necesario que aquellos con quienes nos relacionamos puedan ver en nosotros un adulto (muchas veces con comportamiento infantil) y renunciar a la tentación de tratarnos como a un niño en un cuerpo de adulto (justificándonos en nuestras carencias, faltas, traumas de le infancia, etc.). La ayuda solo sirve si es brindada por un adulto a otro adulto. Cualquier intento de relacionarnos desde hábitos infantiles o respondiendo a los hábitos infantiles de la otra persona, terminará en frustración, sufrimiento o pérdida de interés en la relación.

2. 1. 3.Tercera premisa

Todo lo que hacemos en la búsqueda del desarrollo personal es una forma de declarar nuestra propia dignidad, base para la identidad de poder que buscamos proyectar en el mundo.

Si la dignidad es la base de la libertad, la identidad de poder es el resultado de tener dignidad. La identidad es la respuesta a la pregunta: “¿Quién soy?”, y también a “¿Quiénes dicen los otros que soy?”. Siempre cambiante, nunca fija ni determinada.

Podemos simplificar de la siguiente manera nuestras principales conquistas emocionales como seres adultos:


2. 2.Nuestro devenir como adultos

Como se vio, devenimos en quienes somos a partir de las experiencias de aprendizaje que atravesamos. Eso significa que en nuestro vivir tenemos que crear los aprendizajes que permitan el desarrollo de las habilidades con las que podamos definir nuestra madurez como adultos, en relación con nosotros mismos, los demás y el mundo.

Estos desafíos, en principio, son cuatro:

1.El primero y fundamental es el de aceptar las diferencias. Necesitamos conocer nuestras propias similitudes y necesidades, para despejar las pretensiones o expectativas que no pertenecen a nuestra experiencia de relación en ese momento con esa persona. Si aprendemos a mirar nuestras diferencias con curiosidad y no como una amenaza, podríamos expandir a través de la mirada del otro nuestra propia capacidad de observar.

2.El segundo es reconocer nuestro poder. El poder personal implica la capacidad de movilizar personas, acumular y administrar recursos en pos de un determinado objetivo, para abrir nuevos horizontes de posibilidades en otros. Esto es lo que el Dr. Fernando Flores llama “ser un embajador de posibilidades”. Más adelante dedicaré un capítulo a este tema.

3.Aceptar el poder también es aceptar que somos capaces de hacer daño. Estemos o no alertas a cuándo, cómo y a quiénes. Todos hacemos —y nos hacemos— daño. No se trata de intencionalidad, sino más bien de ser ciegos al impacto que tenemos en los demás y en nosotros mismos cuando actuamos —y también cuando no actuamos—. Somos con otros, somos en red, y nos afectamos mutuamente todo el tiempo.

Debemos asumir la culpa de que todos hemos hecho daño, hacemos daño y seguiremos haciéndolo.

Tendemos a creer que la culpa es una emoción que no sirve, que paraliza o empequeñece. Pero, en realidad, lo que nos afecta negativamente es el querer evitarla: la pretensión de ser inocentes y libres de las consecuencias de nuestras propias acciones atenta contra nuestra habilidad para dar respuestas efectivas y reparar lo que rompimos o afectamos negativamente, en el camino de aprender.

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9789878170220
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