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PIENSO, LUEGO MOLESTO. SIENTO, LUEGO EXISTO

© Manuel Riesco González

© de la imagen de cubiertas e ilustraciones: Emma Riesco Conde

Iª edición

© ExLibric, 2021.

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ISBN: 978-84-18730-45-0

MANUEL RIESCO GONZÁLEZ

PIENSO, LUEGO MOLESTO

SIENTO, LUEGO EXISTO

A mis hijos, Javier y Silvia.

Agradecimientos

Este libro no habría sido posible sin la ayuda de muchas personas. A todos ellos, muchas gracias. En especial quiero reconocer el inestimable apoyo y aportaciones de Diego Arboleda, Jacinto Fernández, Vicky García-Lago, Luis Juanes, Esperanza Mosquera, José C. Nunez, Emilio Ontañón, Emma Riesco, Javier Riesco, Inma Torme y Julio Wais.

Índice

INTRODUCCIÓN

I. Pienso, luego molesto y me molesto

– Radiografía de unas fracturas sociales

– La educación, una patata caliente en el tejado de todos

– Aprendiendo de las buenas y las malas prácticas

– Ciencia, tecnología y desarrollo sostenible

– Dos nuevas castas sociales: tecnólogos y marketinianos

– Saturados de información y con hambre de conocimiento

– Descartes ha muerto ¡viva descartes!

– Tontos, sí, pero ¿felices?

II. Siento, luego existo

– ¿Quién manda en mi casa?

– El error de descartes

– La galería de los amores

– Compasión, el arte de impregnarse de la realidad

– Miedo, un aliado valioso pero peligroso

– El dolor es inevitable. ¿El sufrimiento es opcional?

– Soledad, esa compañera del alma

– La alegría de la gratitud

– El juego interminable entre mente, emociones y sentimientos

III. Soy Gump, Forrest Gump

– La carrera de un corredor sin meta

– Cómo ser un perfeccionista de élite

– La tiranía del perfeccionismo

– Los vecinos del perfeccionismo: ansiedad, miedo, estrés e incertidumbre

– Tristeza y depresión fuera de la casa mía

– Un entrenamiento junto a forrest gump. Resolución eficaz de problemas

– La fortaleza en la adversidad puede aprenderse

– Cambiar, moverse, sí, pero ¿hacia dónde?

– ¿Cuánto durará el cambio?

– Estrategias y técnicas de entrenamiento y afrontamiento

– La plegaria del sabio

IV. Aprendiendo a ser feliz

– Breve historia de un reloj irlandés

– ¿Se puede aprender a ser feliz?

– Las raíces del árbol de la felicidad

– Conócete para ser quien eres

– Quiérete mucho y cultiva tu imagen

– Ama y cuida tu cuerpo

– Ayudar a los demás, una necesidad gozosa

– Desarrolla tu talento

– Disfruta de la belleza del misterio

– ¿Religiones sin espíritu?

– ¿Te has preguntado por qué y para qué vives?

– De paseo con la muerte, esa amiga pegadiza

V. Párate y esculpe tu figura

– Medita y afila el cincel para tallar tu escultura

– Qué es y qué no es meditar

– Dinámica y efectos de la meditación

– Cultiva tu amistad con la naturaleza

– Disfruta de los pequeños detalles

– La bondad resalta tu hermosura

– Engrasa tus cadenas, las necesitas para volar

– Si no sueñas, estás muerto

– Aprender es más efectivo que hacer pilates

– Una piedra donde reposar tu cabeza

– Regálate una sonrisa, por favor

VI. Y la palabra nos hizo humanos

– El lenguaje, una memoria viva

– La madre del Homo sapiens

– La palabra, espejo de la realidad

– La palabra, vehículo del pensamiento y las emociones

– La palabra crea realidades

– La vana palabrería

– La palabra amable

– La palabra se viste de imagen

– La palabra silenciosa

– La palabra bella

– La fuerza de la palabra verdadera

– La palabra graciosa

– La palabra sabia

– Palabra y comunicación humana

VII. Soy dueño de mi tiempo

– Cómo conjugar el tiempo en sus tiempos

– Tiempo subjetivo y tiempo objetivo

– Principios básicos sobre administración del tiempo

– Mitos destructores del tiempo eficaz

– Los ladrones del tiempo

– Estrategias y técnicas de gestión del tiempo

– ¿Liebres o tortugas?

– Entre el carpe diem y el dominio personal

– Técnica del queso suizo

– Resiliencia y serendipia

– Cuando el tiempo se viste de música y de palabra

– ¿Cómo rentabilizas tu tiempo?

Epílogo

Bibliografía básica consultada

Introducción

Nuestra sociedad ha alcanzado un nivel de vida muy elevado: menos guerras, menos pobreza, menos dictaduras, mejores servicios sociales, etc. Pero aún queda un largo trecho para que sepamos vivir en armonía con el planeta y para que la justicia y los derechos humanos sean una realidad universal. Las tecnologías han derrumbado barreras hasta ahora infranqueables, facilitando el libre acceso a la información y el conocimiento. Pero, paradójicamente, también han generado un ruido inmenso y han colaborado a incrementar de manera significativa la brecha entre las élites pensantes y las masas obedientes. Hoy no está de moda el pensar. Los que piensan son pocos y, con frecuencia, molestan: «Pienso, luego molesto».

Gran parte de los males de la humanidad estriba en la incapacidad de las personas para pararse, reflexionar, estar a solas consigo mismas. Pero en la evolución del Homo sapiens, antes que la razón fueron las emociones y los sentimientos. ¿Cómo conciliar mente y corazón, condenados a entenderse? ¿Será necesario actualizar o reformular el axioma «pienso, luego existo» por «siento, luego existo»? En el capítulo II se conjugan un ramillete de emociones y sentimientos como el amor, el miedo, la compasión, el dolor, la soledad y la gratitud.

En este libro se combinan ideas, sugerencias y experiencias personales. No voy a descubrir hasta dónde llega la autobiografía y la ficción. Lo dejo en manos del lector. En cualquier caso, en los capítulos centrales, bajo la estela de Forrest Gump y la palabra de reconocidos Maestros de la Vida, se desgranan dos asuntos. Por una parte, se muestran algunas heridas y piedras con las que tropezamos en nuestro acontecer por el mundo. Por otra, se proponen estrategias para superarlas.

La tarea más importante del ser humano es vivir de manera digna y satisfactoria su propia vida. Cada día es un milagro, una oportunidad única para disfrutarlo, para construir las raíces, las ramas y el árbol de la propia felicidad. Pero el tiempo vuela, sobre todo cuando uno se va haciendo mayor. Por eso es necesario gestionarlo de manera adecuada y eficiente. Todo un reto y todo un arte.

El autor

CAPÍTULO I
Pienso, luego molesto
y me molesto

«De diez cabezas, nueve embisten y una piensa».

A. Machado

RADIOGRAFÍA DE UNAS FRACTURAS SOCIALES

El premio nobel, médico y filósofo Konrad Lorenz (1984) diagnosticaba así los males de la sociedad en Los ocho pecados mortales de la humanidad civilizada: 1. Superpoblación; 2. Asolamiento del espacio vital; 3. Competencia consigo mismo; 4. Muerte en vida del sentimiento; 5. Decadencia genética; 6. Quebrantamiento de la tradición; 7. Formación indoctrinada; 8. Las armas nucleares.

Ya han pasado algunos años, pero el análisis crítico de Lorenz no ha perdido lucidez y vigencia, incluso ha ampliado su dimensión. Numerosas voces han puesto de manifiesto la brecha actual entre ricos y pobres, el ocaso de las ideologías, la dictadura del poder y del dinero, el individualismo, el presentismo fácil, el consumismo, la esclavitud de las apariencias, la ausencia de valores compartidos, el desdén por la naturaleza… Zygmunt Bauman (2000) ha denominado este momento de la historia como modernidad líquida, caracterizado por la ruptura con las instituciones y estructuras del pasado, donde nada es permanente, sino cambiante y caduco, tanto en el trabajo como en las organizaciones sociales y en el amor; un contexto que deriva en miedo al compromiso, ansiedad, estrés, angustia y constante búsqueda de nuevas experiencias.

En el núcleo de este panorama, en mi opinión, hay una falla cada vez mayor, más profunda y peligrosa, un agujero negro entre la ignorancia y el conocimiento, entre las personas que piensan y las que no piensan.

Se ha abierto una brecha profunda entre la ignorancia y el conocimiento, entre los que piensan y los que obedecen

Fue llamativo percibir cómo en los primeros días de alarma en la reciente pandemia del coronavirus los grandes almacenes se quedaron sin papel higiénico y cómo en las primeras jornadas de la «desescalada» las puertas de estas mismas superficies se abarrotaron. Mi memoria me trae a colación esos grandes «comederos sociales» iluminados por rebajas, Navidades, Blackfri-days, Halloween, Sanvalentines… Es frecuente ver a masas que se disparan ante la penúltima moda o que siguen a los vocingleros políticos, que votan por tradición una y otra vez sin conocer los programas, que antes de que hable su líder ya les ha convencido, que aplauden al que simplemente les cae bien porque vocea más, insulta o miente mejor, porque tiene la palabra más políticamente correcta… Sheeple, que dirían los ingleses. Estas conductas compulsivas se ven acompañadas por un gran desencanto y despreocupación ante el compromiso social, lo cual tiene un coste alto: ser gobernados por la mediocridad.

Hace tiempo que no soporto los «telerraros», falsos noticieros de actualidad, compitiendo por la noticia más asquerosa pero llamativa. Me apena la «gente guapa» que vende sin pudor su vida. Mi amigo psicólogo tiene cada vez más demandas de los enganchados a las nuevas tecnologías, bombardeados por selfis y wasaps.

La urgencia, la anécdota, lo negativo, lo raro, lo efímero, lo aparente son las fuerzas que impulsan esta manera de ser y de estar. Hasta la literatura actual se ha enamorado de la sombra, de la oscuridad, del mal. Falta luz en el escenario de lo cotidiano. El sentido común, la verdad y la belleza son discretos; por esto no están de moda.

Este trazo rápido y sombrío de la sociedad parece real, pero también incompleto a todas luces. Necesita enriquecerse con otros colores luminosos. Desde una perspectiva histórica amplia, la humanidad nunca ha vivido mejor, con menos guerras, menos hambrunas y menos dictaduras; nunca los servicios sociales como la salud (a pesar de la COVID) y la educación han tenido tanta calidad y han sido accesibles para todos, nunca hemos tenido tanto tiempo para disfrutar de nuestras aficiones, nunca hemos estado tan a salvo de las duras inclemencias naturales, nunca nuestros paladares han podido degustar la variedad y sabor de los manjares, nunca hemos viajado tanto, nunca el amor ha volado tan libre, nunca hombres y mujeres han estado más cerca de ser ellos mismos.

Ante este bosquejo paradójico, me entra la duda de si no me estaré haciendo mayor. Evidentemente, no soy milenial, pero tampoco me resigno a aceptar estos indicadores como propios de una evolución social ascendente. Un hecho se me impone: el sistema capitalista que nos envuelve solo puede sostenerse con el consumo. Pero mi cerebro protesta en silencio. Sabe que cuando piensa, molesta y me molesta. Una vez más no le hago caso y voy a seguir poniendo nombre a lo que veo con una mirada crítica.

LA EDUCACIÓN, UNA PATATA CALIENTE EN EL TEJADO DE TODOS

En momentos de crisis todos acuden a la educación como bálsamo de Fierabrás, pero los hechos dicen que esta utopía es una falacia. Si hay algún sistema social abandonado y manipulado, ese es la educación. Los políticos la utilizan para sus fines. Cada partido en el poder hace su propia ley de educación a pesar de los maestros, que no intervienen en su diseño, aunque sí en su gestión. Son unos excelentes ciudadanos obedientes. ¿Por qué el colectivo de profesores en España no tiene colegio profesional? Ausencia significativa.

Los sistemas educativos europeos se construyeron en el siglo XIX comenzando por el tejado. Primero fue la universidad, luego la secundaria, más tarde la primaria. Algo parecido ha sucedido con el Espacio Europeo de Educación Superior. En nuestro país aún queda por construir el primer peldaño de la escalera: la educación infantil no es obligatoria, de modo que los niños pueden empezar directamente su educación por la primaria. ¿Por qué?

Gran parte de mi vida la he dedicado a la educación por vocación y me cuesta hacer un juicio doloroso. ¡Ojalá estuviese equivocado! Muchos esfuerzos de la escuela, y la universidad en particular, están matando las creencias y sueños de nuestros hijos; por esto muchos niños se rebelan y a los jóvenes no les motiva aprender a pesar de la voluntad, la paciencia y el buen hacer de la mayoría de los profesores. Pero no basta. Los sistemas educativos están diseñados no para emancipar y desarrollar la creatividad personal, sino para formar ciudadanos obedientes a otras fuerzas políticas, sociales, económicas. El fracaso de la educación no solo conlleva menoscabo del saber, sino que mina las raíces de la amistad y la solidaridad de las personas, convirtiéndose en un individualismo empobrecedor y recalcitrante. «Lo primero que se hace en la escuela es destruir el encanto y la espontaneidad y convertir al niño o al adolescente en un adulto prematuro» (Luis Landero, El cuento o la vida).

Construir puentes, edificios, aviones es importante, pero ayudar a construir personas es mucho más importante, difícil y hermoso

El principal problema de la escuela actual no es enseñar matemáticas, lengua o geografía, sino «poder estar». Hay demasiado ruido cultural que obnubila los sentidos y la mente.

He constatado que solo estando presente en la realidad se puede aprender a pensar y crecer. El poder y la eficacia de la educación residen en crear pensamiento propio. En nuestra época las humanidades no están de moda y el conocimiento histórico se manipula en función de intereses espurios.

El gran pensador y maestro Emilio Lledó (2009: 42) afirma con claridad y rotundidad: «Vale la pena recobrar esa historia, sobre todo porque nos sirve para entender mejor lo que nos pasa y lo que vivimos. […] No es posible configurar el futuro, vivir en el futuro, si no ponemos a la historia por delante. […] La falsificación y la manipulación de la historia ha sido un elemento esencial entre determinadas estructuras de poder que han pretendido tener a sus pies súbditos y no ciudadanos, gentío entontecido y no personas».

Realizar una pregunta es abrir la propia ventana a la vida, mirar al universo con curiosidad y esperar sin indiferencia, pacientemente, a ver qué pasa

Una de las causas de la ineficacia docente es la «pedantería pedagógica» que subraya el saber del docente y minusvalora la inteligencia del alumno. La universidad se está convirtiendo en una empresa financiera que tiene que ser competitiva con «criterios de calidad» ajenos a ella; en muchos casos, en simple transmisora de conocimientos obsoletos no basados en la investigación y la experiencia. ¡Qué lejos queda la visión de Humboldt!, un «lugar donde alumnos y profesores investigan y aprenden juntos en soledad y en libertad»; o el afán didáctico de Sócrates, hijo de partera, tratando de que las personas fueran conscientes del saber tácito que ya poseían, pero que desconocían.

Hoy no es fácil activar la pasión por el conocimiento en los jóvenes. Muchos llegan a la universidad sin saber por qué, machacados por los medios de comunicación. En el mejor de los casos, su única preocupación es aprobar: «Profe, ¿esto va para el examen?». «Profe, que no ha subido el PPT al campus». «Profe, ¿cómo va a ser el examen?». Un día vino a mi despacho un grupo de alumnos:

—Profe, es que sus exámenes son muy difíciles.

—¿Por qué os parecen difíciles? —pregunté.

—Es que usted nos hace pensar —fue su respuesta.

Con la ayuda de las tecnologías, un gran número de profesores y alumnos han adoptado la postura más fácil para ambos: unas presentaciones en PPT, unas copias online y ya está; en eso se resumen la enseñanza y el aprendizaje. Hasta el punto de que los alumnos vuelven a quejarse: «Profe, que eso que ha puesto en los exámenes no viene en las presentaciones…». Se ha desterrado el estudio personal, la investigación, la consulta de fuentes, el debate… Más allá de la falsa concepción de la pedagogía como un conjunto de prácticas y recetas mágicas extensibles a cualquier situación, entiendo la educación en la escuela y en las familias como el arte de preparar la tierra, sembrar semillas y cuidarlas. Los frutos vendrán luego, si vienen, porque ahí entra en juego la libertad del educando y su contexto para interiorizar lo aprendido. Ante la dictadura de la imagen («una imagen vale más que mil palabras»), me pregunto: ¿qué imagen, qué valor, qué palabras? Sin un análisis crítico de su contexto y significado, pueden quedarse en flatus vocis.

En un estudio que realizamos hace unos años sobre «Quiénes son, qué hacen y cómo trabajan los mejores profesores» (Riesco et al., 2012) concluimos que la mayoría de los profesores hacen bien su trabajo, están motivados, pero son muy poco reconocidos. También los hay que, cuando se ponen la bata, se convierten en meros transmisores de palabras ajenas, obreros de objetivos espurios, y no en facilitadores del aprendizaje significativo.

APRENDIENDO DE LAS BUENAS Y LAS MALAS PRÁCTICAS

Las semillas de la educación son ideas, sentimientos y comportamientos que se transmiten a través de modelos sociales, medios de comunicación, familias, cultura, gestos y, sobre todo, de la palabra amable, exigente y sabia del profesor. La memoria tiene una función privilegiada para que no caigan en tierra baldía.

Es de justicia arrojar una lanza en pro de los excelentes profesores. Transcribo las palabras de una maestra de educación primaria:

«Creo firmemente que somos nosotros los que nos encargamos de la urdimbre que luego sustentará (o no) el resto de vuestras contribuciones, pero que somos nosotros quienes ponemos las bases... En mi clase nunca hay una respuesta cerrada (ni siquiera en matemáticas). Si un niño me trae que 2 + 2 = 5 no le digo “mal”. Le digo que por qué es 5...

Este curso una nena intentaba sumar 23 + 45 en horizontal y no le salía. Yo le dije: “Ponlo como una torre, que te será más fácil”. Ella me dijo que no, que era más difícil. Le pregunté por qué y me respondió que por dibujar un castillo y sumarlo en la torre no era más fácil... Es más, no le iba a caber tanto número en la torre, porque ahí solo vivía una princesa.

Más allá de la gracia infantil, me hizo reflexionar sobre: Instrucciones mal formuladas por parte de los profes.

La necesidad de saber el porqué de sus razonamientos para poder ayudarlos.

Por qué la princesa era la que vivía en la torre.

Tras ese día, en lengua hicimos un cuento por equipos en el que tenían que salir varias palabras y estaban prohibidas otras (lo hacen mucho conmigo). Salieron cuentos muy chulos de castillos y torres en las que no vivían ni reyes ni princesas…».

Esta manera de proceder sí es educación transformadora en manos de una maestra que ha asumido con gusto, dedicación y competencia su profesión de «partera».

A continuación me permito referir una anécdota personal de estilo opuesto. En mis años de estudiante universitario suspendí una asignatura cuyos contenidos ya conocía y había aprobado en otra carrera previa. Pedí cita al profesor: «Por favor, me gustaría una revisión para conocer los fallos y aprender de los errores». El día convenido fui a su despacho, llamé, pero al no obtener contestación abrí la puerta y dije tímidamente: «Con permiso». El profe estaba sentado en su mesa; vestía de traje azul, camisa blanca y corbata azul, peinado hacia atrás. No levantó la mirada. Un tanto cortado, me acerqué:

—Buenos días.

—¿Qué deseas?

—Había quedado con usted para revisar el examen.

Le dije mi nombre y como no me invitaba a sentarme opté por hacerlo con cierta timidez. Cogió mi examen con parsimonia, pasó la primera hoja, luego la segunda. Yo miraba su cara inexpresiva, oteaba mi escrito de refilón con disimulo. No veía en él ninguna observación ni tachadura. El profesor seguía mudo, yo le miraba una y otra vez. Así hasta el final. Hasta que, después de un silencio que me pareció eterno, osé decirle:

—Por favor, ¿puede decirme en qué he fallado? Quiero aprender.

Por primera vez dirigió su vista hacia mí por encima de sus gafas de color negro, se las quitó y las puso encima de la mesa, hizo ademán de levantarse y, colocando sus manos sobre mi examen, el cuerpo medio curvado hacia adelante y la cara enrojecida, dijo:

—Yo dicté… Yo dicté diez folios, diez folios en clase, y usted me ha puesto seis.

Me quedé estupefacto sin saber qué contestar, reprimiendo mis impulsos y mi lengua. Al cabo de dos segundos me levanté raudo sin decir nada. Mi instinto de supervivencia me llevó resuelto hacia la puerta. La abrí y, volviendo la cabeza, le dije con una sonrisa irónica como jamás había asomado a mi cara:

—Muchas gracias, señor «dictador».

La entrevista fue improductiva a todas luces, pero yo me quedé más ancho que largo, contrariado pero satisfecho. Dos años más tarde, en un congreso, dicho profesor, ponente en una mesa redonda, expuso su discurso de manera efusiva, agotando con creces el tiempo dispuesto. El coordinador le llamó la atención dos veces antes de cortarle. En el turno de preguntas alcé la mano y, dirigiéndome al susodicho, le felicité primero por su intervención y luego le hice esta pregunta: «¿Qué le parece la congruencia entre su discurso y el caso que le voy a contar?». Y referí el caso aludido. Al parecer se dio por enterado, pues se puso rojo, rojo como un tomate, pero no contestó y dio paso a otra pregunta. Yo me di por bien pagado.

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9788418730450
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