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EL PODER CURATIVO DE LA NATURALEZA

La Diosa Madre es el nombre genérico que utilizaron todas las culturas en el pasado y al que añadieron un nombre des­crip­tivo del lugar geográfico y el idioma original antropo­lógi­co de cada país para invocar a las fuerzas reparadoras y sa­nado­ras de nuestra madre naturaleza. La ley reparadora que inter­viene en el proceso de la curación se considera una fuer­za femenina porque tiene la capacidad de expandirse y re­produ­cirse por sí sola permanentemente de forma ilimitada. Es una estructura espacial o energía cósmica consciente de sí misma y considerada por la ciencia la matriz del universo por la que han sido creadas todas las cosas. La existencia hu­mana se re­produce siempre a través de una madre, que sig­ni­fica matriz y que también representa a las mismas leyes universales. Esta fuerza creadora fue venerada en el pasado en todo el mundo y esas leyes no han cambiado, siguen sien­do tan actuales como el sol, el agua, la tierra, el aire… El úni­co cambio pro­du­cido es que los seres humanos nos hemos desconectado totalmente de la naturaleza en estos términos, y aunque via­jemos a la otra punta del mundo para ver un pai­saje nuevo, en realidad no estamos conectados con la esencia de nuestra madre tierra, el paisaje sagrado de nuestro entor­no natural más próximo o la diosa madre, pues todo es lo mis­mo. Por eso cuando enfermamos no miramos hacia den­tro para com­prender cuál es el error que estamos cometien­do con noso­tros mismos, sino que corremos al médico o a la farmacia buscando una solución. En nuestro interior, de forma natu­ral e instintiva, siguen existiendo esos vínculos con nuestra madre original, aunque estén oxidados por la fal­ta de uso.

SIMBOLISMO Y MITOLOGÍA

La mitología es uno de los pocos sistemas que han permane­cido intactos a través del tiempo en la cultura occidental. A través de él nuestros antepasados fueron transmitiendo a cada nueva generación la cosmogonía del lugar, es decir, todos los conocimientos y la forma de ver y entender la parte invisible e incomprensible del universo y de la vida en su totalidad, para que nuestra mente humana racional pudiera acceder de manera abstracta. El que haya permanecido intacta a través de los tiempos se debe a su carácter totalmente abstracto y nada concreto: da lugar a infinidad de interpretaciones per­sonales y nadie ha podido apropiársela ni manipularla, ya que esos símbolos o relatos que describen una realidad superior e invisible nos resultan totalmente incomprensibles, y todos somos conscientes de que no se expresan de una forma li­te­ral. Es cierto que no sabemos qué significa la diosa madre, la madre de Dios o simplemente la diosa o la partícula di­vi­na, como la llama la ciencia actualmente. No obstante, tal vez no es necesario saberlo, tampoco lo sabían nuestros antepa­sa­dos, que identificaron esa energía cósmica creadora univer­sal como fuente inagotable de todas las cosas, omnipresente siempre en todos los lugares del mundo visible e invisible.

Ellos tuvieron siempre claro que con la mente no se po­día llegar a ella, que era imposible, y ya que de alguna mane­ra te­nían o querían acceder, o mejor dicho hacerse asequibles a ella, entendieron que solo el alma podía enfrentarse a esa energía cósmica, ya que es de naturaleza similar. Por esa ra­zón daban tanta importancia al cultivo del alma y desarrolla­ron los impresionantes métodos y templos que existen por todo el mundo, y muchos más que han desaparecido, lugares especiales para despertar y entrar en contacto con el alma, casi siempre adormecida por el impacto del mundo material y su aparente absolutismo. En estos templos o lugares diseña­dos y construidos con el propósito concreto de sanar el alma se producían conexiones curativas mediante la invoca­ción de esa energía sanadora o la diosa y la conexión con el alma per­sonal, que es la diosa en nuestro ser más íntimo y puro. A tra­vés de esta selección establecida mediante invocación ritualizada, es decir, con método práctico diario, in­tentaban man­tener el orden y el equilibrio interno-externo del ser hu­mano sin que interviniera el consumo de produc­to alguno.

Nuestra cultura occidental, y más concretamente europea, ha tenido varias fuentes originales donde han confluido diferentes corrientes, unas veces influenciadas por la cultu­ra asiática, otras árabe, otomana, sumeria, judía, hindú, china, rusa, celta, mongol, esquimal, grecorromana… Los nombres han ido variando con el tiempo, pero la esencia se ha mante­nido inmutable.

Actualmente hemos perdido el contacto con esa esencia, pero no por eso ha dejado de existir ni de ser efectiva; igual que siempre, sigue actuando para las personas que quie­ran y sepan utilizarla. La humanidad actual no es diferente, aunque muchos están convencidos de que sí lo es. En rea­lidad, res­pi­ramos por los mismos conductos, caminamos con las dos pier­nas, trabajamos con los dos brazos, dormi­mos en posi­ción horizontal, comemos, bebemos, sufrimos, experimen­ta­mos alegría, enfermamos y morimos… ¿Hay alguna diferencia?

Solo nuestra mentalidad ha cambiado, se ha vuelto más ma­terialista, nos hemos dejado poseer y convencer en nues­tra mente racional por la apariencia de la materia, pero, como dicen todas las corrientes filosóficas, la mente es solo un ór­gano interpretativo, ni siquiera es el perceptivo de lo que nos rodea. Según aseguran los grandes sabios de la humanidad de todos los tiempos, todo lo que vemos a nuestro alrededor no es real, es ilusión, por ejemplo, como dice Buda. La prueba de que nuestra mentalidad no tiene base sólida es que las cre­en­cias a las que nos aferramos como tablas salvavidas pode­mos cambiarlas, si queremos, en una fracción de segundo, por­que no son nada más que pensamientos a los que hemos decidido dar mucha importancia. Incluso podemos hacer­lo en me­nos tiempo, si así lo decidimos, pues sabemos que el pen­samiento viaja más rápido que la velocidad de la luz —300 000 km/s—. Según la física, esta velocidad es la única constante invariable que se produce en el universo; en cam­bio, no podemos modificar o reparar nuestro cuerpo físico a esa velocidad.

La frase «El que no revisa, observa y aprende de las ex­periencias del pasado está obligado a repetir los errores eter­namente» expresa claramente esta idea que quiero transmitir sobre nuestro pasado ancestral y nuestra mentalidad actual, que deberían fusionarse, no desconectarse. El tiempo no es un concepto lineal como nuestra mente nos dice, es decir, no se trata de una línea recta donde el pasado va quedando atrás, el presente es ahora mismo y el futuro no existe porque está por venir… La física nos explica que es una espiral multidireccional y cíclica; de hecho, la teoría ecuacional de la mecánica cuántica asume que podemos vivir o interactuar en diferentes dimensiones a la vez, aunque nuestra mente ra­cional no lo registre. Según los físicos, el concepto del tiem­po solo existe en nuestra mente.

Con esta introducción quiero mostrar que las enferme­dades las generamos nosotros mismos al no tener nociones claras de cómo alimentar, mantener y reparar nuestro propio organismo. El hecho de no saber cómo preservar nuestra sa­lud nos justifica para autorizar a otras personas a que lo hagan por nosotros y depositamos nuestra salud en sus manos. Pue­de suceder que esos profesionales a los que hemos encar­gado que se ocupen de nosotros y de nues­tra salud nos orienten bien y sepan cómo hacerlo, de forma correcta, pero tam­bién puede ocurrir que no conozcan en profundidad nuestro ser íntimo y total, ni cómo producir esos procesos de cambio en nuestro interior. Nadie lo pue­de producir por nosotros, como nadie puede respirar, sentir o comer por nosotros.

Los sistemas aplicables en el proceso de curación no deberían alejarse ni un milímetro de los procesos de la naturaleza porque pertenecemos a ella, es nuestra madre, somos una síntesis de toda la naturaleza.

Lo que está afuera está dentro, el microcosmos

es un reflejo del macrocosmos, lo que está arriba

es igual a lo que está abajo.

HERMES TRIMEGISTOS

El conocimiento de las leyes naturales más importantes que actúan en la reparación y mantenimiento de nuestro organis­mo debería ser uno de nuestros objetivos en la vida, ya que es la clave de la conservación y el buen funcionamiento de nuestro cuerpo, algo imprescindible para vivir; de su correcto mantenimiento y prolongación dependen nuestra salud y toda nuestra vida.

Hombre, conócete a ti mismo y conocerás

el universo y a los dioses.

ORÁCULO DE DELFOs

Se considera un error introducir en el cuerpo sustancias que nada tienen que ver con ninguno de sus procesos vita­les y naturales. Lo agreden, lo intoxican y no pueden resca­tar­lo de la enfermedad porque no poseen ningún principio universal reparador. También es un error agredir a la naturaleza como lo estamos haciendo, abusando, contaminando hasta extre­mos de autolesionarnos a nosotros mismos y provocarnos enfermedades, algo que, si tuviéramos una conciencia más despierta, no haríamos.

Para concluir, me gustaría indicar que distinguimos dos áreas bien diferenciadas: «la enfermedad», o interrupción del fluir natural de los procesos del organismo, y «la medi­cina», del tipo que sea, ya que, aunque existen varios méto­dos, si arrancan de la misma raíz universal, todas confluyen en ese punto que he venido exponiendo, donde el único ob­jetivo es restablecer el orden natural interrumpido. Estas dos áreas son campos muy diferentes que no debemos confun­dir, aunque el objetivo solo es uno: la salud. Pero para repa­rarlo, hay que conocer con precisión la enfermedad.

Las mismas fuerzas poderosas de la naturaleza con nom­bres simbólicos, descriptivos de sus funciones, siguen vigen­tes actualmente, aunque les demos la espalda todo el tiempo. Podemos invocarlas porque viven y están en cada uno de nosotros, como siempre se hizo en el pasado, a través de to­das las culturas y civilizaciones. El objetivo es mantenernos conectados a ellas y dejarnos afectar e influenciar por esas leyes cósmicas para mejorar nuestra salud, que abarca la to­talidad de nuestra vida y que debería ser una prioridad.

Los textos que mostraré en este libro pretenden ir en esa dirección: aportar unas bases adquiridas a lo largo de la ex­periencia de años de observación y estudio conviviendo cada día con la naturaleza, la medicina y la salud, tres áreas que, si logramos fusionar de forma correcta, nos proporcio­narán el equilibrio que buscamos. Aunque no sea fácil, creo que debemos intentarlo.

Capítulo 02. LA FILOSOFÍA ORIENTAL Y EL YIN Y EL YANG

LA FILOSOFÍA ORIENTAL

No pretendo mostrar en esta obra toda la información so­bre la filosofía oriental, ya que esta es muy extensa, comple­ja y demasiado abstracta. En ella se basan todas las teorías, metodologías y aportaciones que se presentan en este traba­jo, razón por la que se hace imprescindible mencionarla, ya que, por ser conceptos desconocidos en el lenguaje de nues­tra sociedad, es básico encontrar paralelismos dialécticos que nos ayuden a comprenderla mejor. Muestro, pues, solo una pincelada para centrar y ordenar todos estos conceptos que quiero señalar como parte de una propuesta de cambio en nuestra alimentación, salud y vida.

Una de las intenciones de la filosofía oriental es estimular la reflexión y el cuestionamiento de los grandes temas de la hu­manidad que nos afectan, así como desarrollar nue­vas ha­bilidades cognitivas que difieren bastante de las habi­tuales en nuestra sociedad occiden­tal. Esta filosofía busca, de este modo, que adquiramos una nueva forma de pensar más crí­ti­ca y constructiva en cuestio­nes que no estamos acostum­bra­dos a asumir en términos de autorresponsabilidad, como en las áreas de la salud, la ali­men­tación, la medicina y, por qué no, la forma de morir —habi­tualmente solemos dejar este as­pec­to en manos del sistema gestionado con los crite­rios de las empre­sas que se dedican a estas tareas y en las que no sole­mos par­ticipar—.

El carácter sistémico de este conocimiento nos permite poder acceder a él de forma progresiva y, dependiendo de cómo integremos en nuestro día a día todos estos plan­teamientos, iremos avanzando en la compresión de esta fi­losofía, ya que los elementos que más y de mejor manera nos pueden enseñar son la práctica y la observación perma­nente en nosotros.

La filosofía oriental nos enseña que en el universo lo más sutil o liviano es el origen de lo más denso, y que lo más den­so es el fundamento de lo más sutil. Es el circuito que en Occidente identificamos como que la energía crea la mate­ria y esta, cuando desaparece o se desintegra, vuelve a convertirse en energía.

Con simultaneidad, el movimiento de la energía condiciona los aspectos orgánicos tangibles a la vez que el estado y los cambios en la estructura de cualquier sustancia determinan las cualidades del movimiento del Qi o energía. Esto hace imposible establecer dicotomías como mente y cuerpo, normal y patológico, bueno y malo, y muchas más con la «normalidad aparente» con la que se hace en la medicina occidental. En realidad, las dicotomías en Oriente solo son relativas al yin y el yang; en cualquier tipo de fenómeno que intentemos explicar no existen otras.

ORIGEN DEL SÍMBOLO DEL YIN Y EL YANG

El principio del yin y el yang se simboliza tradicionalmente con un círculo dividido en dos mitades por una línea si­nuo­sa en forma de S, con una mitad de color negro y la otra blan­ca. El círculo evoca la unidad del universo cons­tituido por los aspectos yin y yang, inseparables en toda ma­nifestación de la totalidad. Dentro de la mitad de cada co­lor hay un círculo me­nor del color opuesto en el centro, que re­presenta el he­cho de que cada uno de los dos aspectos lleva el germen de su opuesto. Al ser contrarios, se com­ple­men­tan, y juntos con­forman una unidad, un todo equilibrado. No hay luz sin os­cu­ridad, existe la noche porque le sigue el día… ¿El frío es la falta de calor o es el calor la ausencia de frío?

El yin y el yang ayudan a entender el funcionamiento del macrocosmos, de todo lo que nos rodea, ese pulso de contra­rios que mantiene el delicado equilibrio a nuestro alrededor.


El ser humano, en la filosofía oriental, es un universo en miniatura, un microcosmos inmerso en el macrocosmos. En su interior también se produce un choque de contrarios, y la armonía entre estos tiene como resultado el equilibrio y la bue­na salud, porque este equilibrio es la base del buen fun­cio­namiento de nuestro ser total. Si nuestro organismo acumula demasiado yin o yang, es posible que aparezcan síntomas físicos de enfermedad producto del desequilibrio energéti­co que se produce cuando estas dos fuerzas se descompen­san. Lo ideal es que nuestro organismo no tenga carencias, pero que tampoco padezca excesos. Este es el objetivo pri­mor­dial de la filosofía y la medicina macrobiótica: la preven­ción para proporcionarnos un cuerpo sano, a través de la co­rrec­ta gestión de nuestra alimentación y, por consiguiente, de nues­tra salud, ya que desde las funciones vitales correctas se alimentan o nutren los demás aspectos de nuestra totalidad como las emociones, los pensamientos, el alma y el espíritu.

Como decía George Ohsawa, el creador de la Macrobió­tica actual, «no hace falta ocuparse de la enfermedad, porque es inútil, ya que es variable y está siempre presente. Hace falta crear en el cuerpo humano el medio en el cual esta no pueda instalarse».


CARACTERÍSTICAS DEL YIN Y EL YANG

El fundamento más importante de la Macrobiótica se apoya en la filosofía oriental y está basado en las dos leyes cós­micas que rigen la naturaleza en todos sus principios. Estas dos fuerzas son opuestas y a la vez complementarias, y jun­tas forman la totalidad del universo. Este principio único universal está formado por el yin y el yang.

El equilibrio solo es un movimiento que compensa el mo­vimiento anterior; por eso, para lograr estabilidad siempre hay que recurrir al pasado, saber leer las señales que produ­ce el exceso de yin y yang al actuar en nuestro cuerpo y saber compensar esas señales aportando unas energías que anulen la inercia natural que se pone en marcha cuando utilizamos el yin y el yang sin conocer ni prever los resultados.

La teoría del yin y el yang se puede utilizar para analizar cualquier fenómeno existente, nos permite estudiar el origen, el desarrollo y la transformación de todas las cosas existen­tes en la naturaleza. La relación de estas dos fuerzas se hace di­fí­cil de estudiar y comprender en profundidad, así como lle­var­la a la práctica, por una razón muy sencilla: están en cons­tante cambio, las posibilidades de transformación son infinitas. Si lo aplicamos al campo de la salud, destacamos como campos que investigar para poder saber qué nos ocurre la actividad de la sangre, la energía de protección externa del cuerpo —que en Occidente llamamos «las defensas»—, la actividad fisiológica de los órganos y vísceras, las estructuras corpora­les y la «energía alimenticia» o Gu Qi, la cual se sintetiza en el bazo.

Cada cambio patológico del cuerpo se puede compren­der y explicar de acuerdo con esta teoría. Estos conceptos del yin y el yang se interrelacionan de varias maneras, como un algoritmo, todas muy importantes; estas fuerzas se opo­nen continuamente la una a la otra puesto que actúan en los ex­tre­mos opuestos; existen con simultaneidad, no puede ha­llar­se una separada de la otra, sino que están fusionadas; tie­nen in­terdependencia, es decir, que para que una pueda crecer, aumentar, necesariamente la otra tiene que disminuir o de­cre­cer, y se utilizan mutuamente la una a la otra para alimen­tarse. Comprender esta múltiple relación entre ambas fuer­zas lleva su tiempo, pero, si lo hacemos, podremos entender cual­quier situación que nos suceda, aunque sé que requiere de mu­cha observación y estudio.

Estos dos estados de energía y materia se consumen, existen y se sostienen mutuamente. Así, mientras uno sube, el otro baja; mientras uno penetra, el otro sale. Uno de los tratados más antiguos e importantes de la medicina tradicional china, base de la actual medicina, el Neijing, afirma que, aun­que la medicina sea muy compleja, se puede definir en dos palabras: yin y yang.

Cuando estamos sanos, la relación entre el yin y el yang cambia constantemente: cuando estamos pasivos, descan­san­do, aumenta el yin; cuando nos activamos físicamente, tra­ba­jando o practicando algún deporte, lo hace el yang. Por el contrario, cuando estamos enfermos este control mutuo entre las dos energías deja de funcionar y provoca un desequilibrio. Ahí es donde actúa la dieta, compensando, resta­bleciendo y reforzando las dos fuerzas debilitadas por algún error que hemos cometido.

En este tipo de medicina que exponemos aquí, los sínto­mas se diagnostican y definen en estos términos: «yang hi­peractivo que daña el yin», «yin hiperactivo que daña el yang», «exceso de yang por deficiencia de yin», «exceso de yin por deficiencia de yang» y otros síndromes intermedios y combinados.

EQUILIBRIO DE EL YIN Y EL YANG


Yin significa y representa «expansión» en el dialecto man­darín, y yang, «contracción». Es decir, son los dos po­los opuestos de mayor influencia en el universo. La cos­mo­go­nía taoísta entiende que el universo respira —inspiración-con­trac­ción, expiración-expansión— al igual que los seres hu­ma­nos, que somos sus hijos. Por esta razón, también a la energía que circula por la galaxia se le llama «aliento cósmico». Se con­sidera yin a la noche, el frío, la oscuridad y lo femenino. En cambio, es yang el día, el calor, lo masculino y la luz. ¿Cómo podemos saber si estamos más en un lado o el otro para poder comprender nuestra condición a la hora de apli­car la alimentación?

CARACTERÍSTICAS YIN O YANG


YIN YANG
Hipoactivo Inhibición Quietud Tez pálida Color amarillento Voz baja Interno Vacío Hiperactivo Excitación Agitación Tez rojiza Color brillante Voz alta Externo Lleno

399
477,84 ₽
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9788417307585
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