Читать книгу: «Orden y progreso: Manuel Caballero y los géneros periodísticos», страница 3

Шрифт:

Esta crónica nos muestra al periodista que transitó entre la línea informativa y la de opinión, por un lado, hizo un relato informativo de los acontecimientos como fueron sucediendo y sin alterar la temporalidad de los hechos. Y por otro, no dejó pasar la oportunidad de dar su opinión, misma que tuvo un carácter político e ideológico. Porque para él, Porfirio Díaz como Benito Juárez habían guardado el secreto de algunos hombres que era el de la grandiosidad y solo en ellos podía recaer la construcción del país: “ese secreto es el que tienen los grandes caracteres para sobreponerse a los demás hombres, es el que tuvo el gran Juárez para hacerse estimar aún de sus propios adversarios: los hechos de un hombre dotado de gran carácter impresionan a la generalidad, porque salen de la esfera común”. Con este ejemplo de crónica podemos observar la unión entre periodismo y política. Con la crónica se aspira a informar de lo positivo que tienen los personajes destacados de una sociedad a la vez que trata de convencer que son ellos quienes pueden hacer las transformaciones que el país necesitaba. Es importante señalar que la fecha de la crónica es de 1876, año que marcará los cambios en el país a través de la llegada de un nuevo grupo al gobierno, y que luego, con otros géneros periodísticos informativos, se dará nuevo cauce a la política moderna del Porfiriato.

1.3.1 La crónica de acontecimientos sociales, desfiles, eventos políticos y el ferrocarril

Manuel Caballero escribió sobre acontecimientos sociales, aunque no existió ninguna sección con ese nombre, mediante la crónica se informó de ese tipo de noticias. La recreación escrita sobre una fiesta en la ciudad de México fue un ejemplo con el cual abonó que para informar había que estar en el lugar de los hechos, así que fue testigo de un suceso de actualidad y lo describió con sus apreciaciones personales. Al comenzar escribió sus impresiones; anotando la hora marcó el comienzo, después describió el baile y su entorno. Tuvo especial interés en que lo que escribía llegara a un público, a quien empezó a ver como consumidor de noticias, por lo que a través de este relato trató de hacerlo partícipe del evento:

La tertulia del señor Barrón

El juicio público se había adelantado. Todo el mundo anunciaba una fiesta espléndida, digna casi de marcar una época en los anales de la elegancia y el buen gusto mexicanos.

No había en esto ciertamente mucho de profecía. Conocidas son en México las dotes que como hombre de gusto y como caballero fino y galante adornan al Sr. Barrón, y al leer invitaciones firmadas por él, existía ya un dato de qué partir para augurar la suntuosidad de la fiesta.

A las diez de la noche un gentío inmenso se agrupaba a la puerta de la mansión del Sr. Barrón para ver descender de sus carruajes a las bellas y elegantísimas damas que comenzaban a concurrir a la tentadora cita. La calle misma presentaba un aspecto magnífico con las oleadas de la multitud y con su larga procesión de coches que al detenerse en el término de su viaje arrancaban invariablemente expresiones de admiración y sorpresa.

No era otra cosa lo que causaba la entrada a la casa del Sr. Barrón. Dos días antes habíamos visto todos, un patio severo, sin un arbusto, sin una planta sola; y como si una maga hubiese pasado su prodigiosa varilla por allí, el patio se había transformado de improviso en un jardín encantado.

Era preciso creer en la verdad de las inverosímiles improvisaciones del Conde de Montecristo. Alfombras de césped y tapices de flores; guirnaldas de verdura y callecillas caprichosas; arbustos y plantas cargadas de rosas y perfumes; estatuas y glorietas, y sobre aquélla creación que parecía despertada del no ser por un fiat omnipotente, se miraba suspensa una soberbia constelación de astros resplandecientes, destacándose del fondo azul de un cielo sereno como nunca, y prestando a aquél nuevo paraíso la luz encantada y casi ofuscante de multitud de soles.

Entre las calles del jardín, una alfombra encarnada salpicada de partículas de oro, conducía desde el vestíbulo de la casa, hasta el pie de la soberbia escalera de mármol blanco por donde debía llegarse a los salones.

En la escalera, una nueva causa de placer sorprendía a los concurrentes. Habíase improvisado allí una gruta maravillosa, con sus paredes destilando gotas de agua cristalina entre las rocas cenicientas y las vegetaciones de humedad; y en el centro, y rodeado de céspedes y flores, se miraba un estante diáfano y sereno, en cuyo fondo se reproducía, reverberando, el disco de un sol de fuego, suspendido de la elegante cúpula de la escalera.

Al llegar a lo alto de la escalera, los concurrentes comenzaban a ser objeto de las más finas atenciones y de los cumplidos más delicados.

Duéleme mucho no conocer a la sociedad mexicana para hablar de todas y cada una de las personas de quienes quisiéramos hacerlo.

Poco tiempo llevo de estar en la capital, y al encontrarme de improviso en una fiesta tan soberbia como la del jueves, no sabía qué cautivaba más mi admiración, si la inteligencia y cortesía del Sr. Barrón o la actividad y finura de sus encargados de atender a los concurrentes; si la hermosura, distinción y elegancia supremas de las damas, o el efecto que producían pasando unas tras otras entre nubes de flores y de encajes, sin tocar casi las alfombras con sus diminutos pies, como si fuesen las diosas de un cielo recién creado, que llegasen a habitar por vez primera los ámbitos vaporosos inundados de luz y armonía.

Mientras la concurrencia llegaba, la banda de zapadores ejecutaba magníficas piezas en un patio interior.

Tuve el capricho de no penetrar a los salones hasta que estaban casi llenos, hasta que ví desfilar ante mis ojos ofuscados, aquélla pléyade asombrosa de mujeres radiantes las más de juventud y de belleza, de lujo y de elegancia.

La orquesta, colocada en una galería de cristales inmediata a los salones de baile, preludió por fin unas cuadrillas. Eran las diez y media de la noche y crucé la perfumada extensión de los gabinetes y antesalas.

¡Qué riqueza de muebles y tapices, qué gusto en los decorados, qué mérito en las pinturas, qué lunas tan diáfanas y colosales, qué alfombras, qué candelabros, qué detalles y qué conjunto!

Provinciano, venido a México por vez primera, no tuve embarazo en detenerme delante de cada cosa que me admiró, en tener sus frases para cada objeto de arte, un elogio para cada uno de los primores de lujo y de buen gusto que se iban desplegando ante mi vista.

Traspuse por último el dintel de los salones de baile...

Mi pluma no tiene frases para describir aquéllo, como mi lengua no pudo entonces articular una palabra. Quedéme mudo ante tanta belleza, estático ante aquél conjunto, deslumbrado con aquél esplendor. Sentí algo como el desvanecimiento del vértigo, algo como el anonadamiento del mareo; por un instante me zumbaron los oídos y se oscureció mi vista.

Jamás había tenido un espectáculo semejante ante mis ojos, y más de alguno de los que estaban a mi lado debe haber reído de mi inocente asombro; pero lo importante en aquéllos momentos era abarcar en una mirada sola aquél conjunto embriagador; contemplar, como si fuesen una sola, aquéllas mujeres hechiceras y sonrientes que comenzaban a cruzarse en los caprichos del baile, confundiendo en las caudas de sus riquísimos trajes, los colores de las flores, como si el viento pasara agitando los arbustos de un jardín para entrelazar las camelias y las rosas, los jazmines y los geranios encendidos. Lo importante era embriagarse con aquélla movible combinación de ojos que chispeaban, de labios que sonreían, de voces que llenaban los ámbitos del salón con sus sonidos armónicos y angelicales, de gargantas más suaves que la seda, más blancas que las perlas, que aspiraban en vano al triunfo de la hermosura, ciñéndose en torno de los cuellos más nítidos y de los brazos más mórbidos y delicados, o entrelazándose en las madejas de rizos de cabezas, ora rubias como la flotante melena de un querubín, ora negras como un girón del manto de las tinieblas. Y entre aquéllos ojos, y entre aquéllas sonrisas, y entre aquéllas perlas, brillando con fantásticas irradiaciones los relámpagos multicolores de los ríos brillantes, en cuyas limpias facetas se reproducían las luces de las miradas y de las bujías, produciendo la confusión de resplandores de mil astros, que se hubieran agrupado allí para ofuscar con sus destellos.

Yo no os contaré qué damas se encontraban en el baile porque a ninguna conocí: otros escritores habrán tomado tal vez minuciosas listas. Jorge Hammeken y Juvenal y Fidel, os dirán detalles que sacien vuestra curiosidad: yo os doy mis impresiones sin ocuparme de si D. Carlos bailó mucho o poco, de si el marqués de Ponce de León o el vizconde de Monserrate obtuvieron preferencias de tal o cual dama o de ninguna.

Hay más todavía; cuando yo hube admirado aquél conjunto, cuando me hube dado cuenta de la impresión que me producía, ni aún quise perder mis ilusiones del cielo dirigiendo la palabra a una mujer o pidiendo una etiqueta para inscribir mi nombre, cosa que habría conseguido, merced a los oficios de dos o tres amigos que me instaban porque bailase.

Yo necesitaba ver en aquélla reunión los fantásticos giros de seres superiores que volaban por los ámbitos de un cielo inaccesible para mí.7

El periodista no pudo disimular que iba de sorpresa en sorpresa, llenando la crónica con sus opiniones sobre los personajes que ahí veía, aunque se lamentó de no poder conocer a todos y retratarlos con su pluma.

El papel del cronista era mostrar la magnificencia del lugar, así que música, objetos, adornos y un ambiente pleno de condiciones para vivirlas y relatarlas ocuparon un papel importante en el escrito. Cada lugar por el que pasó fue registrado de forma cronológica. El salón de baile fue el último que describió transmitiendo su asombro, línea por línea.

El final de la crónica es una reflexión acerca de un trabajo que debe aprender a desarrollar y, sobre todo, como periodista, a estar presente en los eventos para dar cuenta de ellos. Con la crónica se informó de los acontecimientos sin abandonar su punto de vista, e inclusive, su involucramiento emocional con el fin de comunicar lo más vívido posible a sus lectores.

Desfiles

Otro tema ideal para la crónica fue el de los desfiles, y la Ciudad de México fue ideal pues en ella se desarrollaron muchos de ellos, incluyendo los de carácter oficial. La costumbre de marchar provenía particularmente de Roma en el siglo II a. C., el general triunfante en una gran batalla marchaba para solicitar el reconocimiento oficial del triunfo al Senado. En un contexto como el mexicano, donde se buscó construir un país moderno a partir de un pasado glorioso, el modelo romano fue el ideal, de ahí que durante todo el Porfiriato se vieran celebraciones importantes que siempre remataban con un desfile.

El ejemplo siguiente es sobre las fiestas patrias. Para obtener la información, Caballero recorrió dos días el Zócalo de la ciudad en 1877. En la entrada de su crónica dio un comentario, luego procedió a narrar los acontecimientos del día 15 y el desfile del 16 de septiembre, para terminar con los juegos artificiales que cerraron la noche y también su crónica.

No es posible negarlo: muy lucidas estuvieron las fiestas con que se solemnizó el aniversario de la Independencia(...) y si esto prueba algo, es, a juicio nuestro, que se ha reanimado la confianza pública, que han revivido las esperanzas de una era de ilustrado, patriota y a un intencionado gobierno.

Excesivamente concurrido estuvo el paseo del Zócalo la noche del 15. Una gran multitud de gente de todas clases de la sociedad llenaba el jardín.

El 16 estuvo animadísimo. Se dijo que marcharían seis mil hombres del Ejército. Nos parece que la fuerza que desfiló por la avenida de Plateros excedía aquélla cifra, y fueron dignos de elogio el buen porte, el equipo y el excelente personal. Todos los cuerpos presentan marcial y distinguido aspecto; pero absolutamente ninguno agradó tanto como el de rurales, que marchó a la retaguardia de la columna (...) Tiempo ha que se viene indicando que esa organización de los rurales sería la que probablemente habría de convenir a la caballería del ejército nacional, y el cuerpo que marchó anteayer parece confirmar este parecer.

En la noche del 16 el Zócalo volvió a estar igualmente concurrido. Las jóvenes más hermosas, elegantes y distinguidas se reunieron allí, y, todavía a las once y media era numerosa la concurrencia. Luego vinieron los juegos artificiales.8

A continuación, otro ejemplo relacionado con la celebración del Día del Trabajo en 1877; en esta crónica Manuel Caballero comenzó introduciendo el tema con un tono declamatorio, haciendo énfasis en el gran premio internacional que reconocía a los obreros de México. En épocas así, no perdió la oportunidad de señalar y agradecer que en el crecimiento y desarrollo del país estuvieran las fuerzas obreras.

El adelanto científico, artístico, industrial, fabril y manufacturero de la República había sido laureado en el Gran Certámen internacional de Filadelfia, y los apóstoles del trabajo celebraban sus triunfos, recibiendo del primer magistrado de la nación los premios acordados a la inteligencia y la laboriosidad.

Con especialidad las calles del cinco de mayo estaban elegante y profusamente adornadas, y en los balcones de las casas y en las puertas de los talleres se veían graciosos emblemas y sencillos trofeos levantados en honor de las clases trabajadoras. Digna fue de notarse la exquisita galantería con que el señor Ministro de Alemania hizo enarbolar la bandera de su patria sobre el palacio de la Legación, vistiendo también de costosas colgaduras sus balcones.

A las nueve de la mañana, hora señalada para dar principio a la solemnidad, el señor general Díaz, acompañado de los miembros del gabinete y de las demás personas que compusieron la comitiva, se presentó en el salón sin hacerse esperar, como parece ser costumbre de ciertos personajes. Las localidades del salón estaban de antemano ocupadas por Comisiones de todas las Sociedades científicas, literarias, industriales, obreras y mutualistas de la capital.

El adorno del local era sencillo, pero de buen gusto, y ocupados los palcos por damas elegantes, y perfectamente iluminado el recinto por multitud de lámparas, aparecía verdaderamente deslumbrador aquél conjunto. La fiesta comenzó con música, después los discursos. El discurso del Sr. Chavero, conciso, pero elegante, erudito, oportuno, florido y altamente patriótico, produjo un gran efecto en todos los corazones allí agrupados que palpitaban con entusiasmo viril saludando la victoria del trabajo.

El señor general Díaz, cortés, afable y comedido, dijo a cada uno de los agraciados, palabras amistosas y felicitaciones sinceras alentándoles a seguir luchando por el verdadero engrandecimiento de la patria. Una fiesta como la de que nos ocupamos no podía menos que encender la inspiración en algunos de nuestros poetas y Juan de Dios Peza, el cantor dulce, sentido, melancólico y tierno cuando habla del amor, se mostró allí grandioso, sublime, arrebatador, levantado, verdaderamente incomparable en unas décimas en que todos los sentimientos de patriotismo, de amor al trabajo y de gloria a las ciencias y a las artes se desbordaron en frases elocuentes, en giros llenos de majestad y de elevación.

Nuestro querido hermano fue objeto de una verdadera ovación por parte del público a quien los versos de Juan exaltaron y conmovieron hasta la locura. Un pobre y humilde artesano ocupó también la tribuna y en frases no estudiadas felicitó a sus hermanos y pidió al gobierno protección para las artes y la industria nacional.

El pueblo puede muy bien no ser ilustrado. Jamás habrá escuchado siquiera los nombres de los grandes economistas. Ignorará todas las teorías sobre protección y libre cambio, pero conoce la práctica y tiene admirable buen sentido para comprender lo que conviene a sus intereses y a su prosperidad. El evento terminó con música. A la una de la tarde terminó la fiesta, retirándose la comitiva y la concurrencia que fue numerosísima. Fiestas como esa necesita el país, fiestas que lleven el estímulo y el aliento al corazón obrero; fiestas que despierten nobles emulaciones y nos conduzcan a grandes resultados, levantando de su postración a las beneméritas y honradas clases trabajadoras.

¡Honra para ellas que, abandonadas y perseguidas, han sabido ornar sus frentes con lauros de una gloria legítimamente conquistada!9

El pensamiento del autor se puede apreciar en los elogios a los trabajadores, la fecha de esta crónica, 1877, es crucial dado que en esa época se estaba gestando la idea de la necesidad de una estabilidad no solo política sino también económica y que la lucha entre las distintas facciones, que a lo largo del siglo XIX habían entablado, tenían que terminar en un proyecto económico liberal, donde se valorara la inversión de capital así como la fuerza de trabajo que lo movía, de ahí que Caballero no dudara en llamar a los trabajadores “beneméritas y honradas clases trabajadoras”.

En la siguiente crónica hizo una pequeña descripción del entorno. Con la hora señaló el inicio de los acontecimientos, y con la música dio la pauta para comenzar a escribir los discursos. Y como en las crónicas suelen suceder cosas inesperadas, Caballero destacó el discurso improvisado de un trabajador. Finalmente, con la hora llegó el final del evento y el cronista, con su autoridad de buen opinador, dictaminó su juicio del evento. En el remate retornó al principio de la crónica, en el que cantó glorias a los trabajadores.

Los acontecimientos políticos también fueron escritos a manera de crónica. En la que a continuación presentamos se habla de este tema; en lo que se refiere a su estructura hay una novedad en la entrada, ya que la hizo tomando información de la invitación de mano que se repartió con anticipación, y señaló la importancia de los personajes en el evento. En realidad, Caballero, al comenzar de esta manera, estaba haciendo trabajo político a favor de un candidato con el que congeniaba y al que ayudaba a hacer su carrera política. Con esta crónica se evidencia que el vínculo entre periodismo y política era estrecho, por eso el periodista la puso en el espacio del boletín, que estuvo dedicado a la política.

Los representantes del Estado de Zacatecas y algunos amigos del Sr. general Trinidad García de la Cadena, tienen la honra de invitar a usted al banquete que tendrá lugar el 23 del corriente, a la una de la tarde, en el Tívoli de San Cosme.

México, mayo de 1880

Correspondiendo a esta cortés invitación, a la una y media de la tarde estaban ya en el Tívoli los señores Zamacona Manuel, Zamacona Joaquín, Ignacio Mejía, Protasio P. Tagle, Leonardo C. Portillo, Enrique Pazos, Condés de la Torre, Dr. Buenrostro, José María Vigil, Ignacio Cumplido, Wenceslao Rubio, Manuel Carmona y Valle, Dr. Ismael Salas, Sr. Errazu, Sr. Olmedo, Sr. Barros y otras muchas personas invitadas, además de los que forman el círculo cadenista… A las dos menos cuarto de la tarde los invitados se sentaron a la mesa, la cual se había dispuesto en el salón verde como saben nuestros lectores, que se halla situado en el piso alto del establecimiento, con vista sobre el gran parque [...] Después de la interpretación de la marcha García de la Cadena vinieron los brindis, el senador López Portillo... hizo votos porque en el naufragio que amenaza a la república y a las instituciones, fuera uno de los salvadores de ellas el Sr. García de la Cadena... Leopoldo Zamora: yo brindo, con satisfacción vivísima, porque el día de mañana os vea como hoy, reunidos, prestando de acuerdo el contingente de nuestras valiosas dotes, entregadas de consuno, solamente a la honrosa tarea de inaugurar una era de verdadera prosperidad para nuestra patria... Protasio Tagle: En el fondo de esta reunión íntima se percibe claramente una idea, un sentimiento, una aspiración que a todos nos es común: la patria. Tenemos, aún en medio de la cordial animación de este festín, una preocupación constante, su felicidad. Coincidimos en el dulce acariciamiento de una esperanza para conseguirla: la paz. Realicemos, pues, el medio inmediato de llegar a ese fin supremo ¿En qué forma? Por la unión... Para nosotros, (liberales) derecho, justicia y ley son ideas sobre cuyo significado no discutimos. Comulgamos en aspiraciones a la libertad, en su más amplia inteligencia. Convenimos en los medios de plantear en el suelo de nuestra patria el reinado de la democracia... su objetivo, el deseo de la unificación del gran partido liberal.

El Sr. Vigil lo hizo por la prensa y por la reconstrucción del gran partido liberal.

El Sr. Paz... brindó porque si este necesitaba (el partido liberal), en la crisis presente, de un hombre que salvase las instituciones y acaudillase al partido del progreso, ese hombre fuera el candidato popular, el demócrata gobernador de Zacatecas.

Las cinco y media de la tarde marcaban los relojes del salón, cuando los invitados abandonaron la mesa y se trasladaron a los boliches y a las avenidas del parque [...] a las siete y tres cuartos de la noche terminó una fiesta de las que todos guardarán gratísimos recuerdos [...] Si –como todo hace esperar– estas nuestras aspiraciones se traducen en consoladoras realidades, estará satisfecha la ambición de los que postulando al Sr. García de la Cadena para la Presidencia, hemos pensado antes que en nuestra candidatura, en la gran familia liberal a que pertenecemos; y en que, más que el triunfo de nuestra fracción, nos importa el de la falange progresista, civilizadora y humanitaria que lleva en la República, por estandarte, la enseña venerable de la democracia.10

La crónica como género periodístico permitió a Caballero informar a la vez que asentar con detalle su punto de vista político, porque le interesaba hacer labor proselitista. Así los lectores podían conocer más de cerca al político que personalmente le parecía el idóneo. La crónica también le permitió destacar ideas y palabras textuales de los protagonistas. El final del evento fue también el final de la crónica; al mencionarlo, Caballero asumió su postura política a favor de la democracia y con esa idea remató su texto.

Бесплатный фрагмент закончился.

Жанры и теги
Возрастное ограничение:
0+
Объем:
211 стр. 3 иллюстрации
ISBN:
9786073032186
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают