Читать книгу: «La síntesis del yoga», страница 2

Шрифт:

Las lesiones en el deporte son el pan de cada día y no hay que ser muy avispado para comprender que el deporte, sobretodo el de élite, tiene como fondo el espectáculo y está basado en la competitividad y en la mejora continua de resultados. El cuerpo no es ni funciona como una máquina y no siempre puede dar el máximo rendimiento, de ahí la trampa insidiosa del dopaje. El deporte mueve pasiones y, asimismo, puede ser fuente de vida y de vigor, pero (volviendo a lo nuestro) el Yoga no es un deporte y competir por lograr la postura más perfecta, como hacen algunas raras escuelas de Yoga es, cuanto menos, ridículo.

En el Yoga no hay competición porque no es algo objetivable que se pueda medir. No se trata, evidentemente, de correr más rápido, saltar más lejos o levantar más peso como en el deporte, pero tampoco de mantener más tiempo una postura, flexionarse más o mantener el equilibrio con una sola mano; en el Yoga se trata simplemente de ser.

El Yoga es un proceso interno que se apoya en soportes corporales, energéticos o mentales y ese proceso interno no se puede medir como insinuábamos por el grado de apertura de una articulación o por la elasticidad de un músculo. Es mucho más como veremos en su momento. Entonces ¿por qué aparecen tantas lesiones en el Yoga?

En primer lugar por una estrategia de imitación muy primaria que ha quedado en el fondo de nuestro proceso de aprendizaje. Cuando no estamos entendiendo muy bien adónde apuntan los ejercicios del Yoga, nos basta con hacer lo mejor posible lo que se hace en clase. Y esto está reforzado en muchas ocasiones por la poca prudencia del conductor de sesiones de Yoga cuando se pone de modelo y establece una única forma de hacer los ejercicios sin pautas claras de regulación o ajuste.

Y, por supuesto, no podemos olvidar tampoco la falta de escucha del propio alumno que le dificulta reconocer si está preparado para abordar dicho ejercicio con el suficiente dominio y el grado necesario de comodidad.

Nos atreveríamos a plantear que hay un déficit pedagógico en la enseñanza del Yoga en el que se prioriza la técnica por encima de la vivencia y se intenta llegar al objetivo sin tener en cuenta el punto de partida.

Pongamos el ejemplo de la postura sobre la cabeza, sirsāsana. Está claro que, a nivel anatómico, las vértebras cervicales son pequeñas y muy móviles porque su función es sólo la de sostener el peso del cráneo y permitir un amplio movimiento en casi todas las direcciones para controlar el entorno que nos rodea. Además, para recordar la fragilidad de esta zona, hay que señalar que pasa la arteria vertebral y los nervios craneales a través de las apófisis transversas de las vértebras. Podemos entender que la naturaleza no ha preparado estas vértebras cervicales para sostener el peso del cuerpo y, sin embargo, en el Yoga actual y tradicional se habla de este āsana como de la postura reina. Pero ¿para quién?

Seguramente se ha practicado esta postura para activar ciertas glándulas y centros energéticos superiores, sin desestimar el flujo circulatorio sobre el cerebro y los sentidos. A decir verdad podemos encontrar muchos beneficios para practicar esta postura pero… también muchos riesgos.

Si esta postura sobre la cabeza la hace una persona que conoce bien la técnica, domina el equilibrio, tiene fuerza en la musculatura cervical y hombros y prepara convenientemente la postura es posible que se minimicen los riesgos y sea adecuada su ejecución; pero si ocurre lo contrario podemos encontrarnos con lesiones graves a nivel de los discos intervertebrales.

De la misma manera que existen alimentos que nos sientan bien y otros que nos generan intolerancias, no siempre somos aptos para realizar cualquier postura de Yoga, hay que saber cuáles son las contraindicaciones y conocer nuestros límites.

Vivencia interior

Una manera de hacer un Yoga sin lesiones es situando el acento en la práctica. No insistir tanto en la consecución de ciertas posturas, muchas de ellas avanzadas, sino más bien permanecer en ese equilibrio del que hablaremos más adelante, entre comodidad y estabilidad de la postura. No podemos llegar a ese equilibrio si no hay escucha, y es precisamente esa escucha la que abre la puerta a nuestro mundo interior. ¿Y si lo verdaderamente importante de la práctica fuera invisible a los ojos? ¿Y sí, por poner un ejemplo gastronómico, lo importante no fuera el pastel adornado de nata, chocolate y guindas que nos comemos sino el disfrute, el cómo nos sienta, la fluidez de la digestión y la consecuente nutrición, objetivo último de la alimentación?

Acostumbrados a ver libros de posturas de Yoga técnicamente impecables realizadas por personas jóvenes, guapas y flexibles olvidamos que el Yoga, desde las posturas a la meditación, es sobretodo una vivencia, un soporte para la concentración, un despertar de nuestra sensibilidad y un encuentro con lo que realmente somos, con nuestra fuente interior. Algo que se puede vislumbrar pero que no se ve en las fotografías.

Cuando uno se dirige hacia esa vivencia interior se libera de la esclavitud de la imagen y se distancia de la técnica rígida que no tiene en cuenta a la persona. Es como si hiciéramos Yoga en un grupo, todos con con los ojos vendados. Entonces no habría nada que mirar en el exterior y nada que demostrar. Esto es clave en la práctica del Yoga: no tenemos nada que exhibir porque cada uno está en su propio proceso personal, con toda la complejidad de elementos físicos, emocionales o mentales y, por tanto, sin comparación posible con el de otra persona.

Mi primer profesor de Yoga nos solía decir: “aquí no venís a hacer Yoga sino a aprender”. Lamentablemente en la actualidad el aprendiz de Yoga que se comprometía con la disciplina y que acudía a clase con su cuaderno, con sus lecturas y sus preguntas, entusiasmado con el Yoga, está quedando marginado. Hoy se impone el cliente de Yoga, el que paga una cuota para tener unos horarios donde relajarse y estirarse, antes o después del trabajo, pero al que no le interesa descubrir las entrañas del Yoga sino su ejecución y la experiencia que le brinda. Pareciera que es el instructor el que se pliega a su demanda evitando cualquier comentario cuestionador, interiorización que pueda irritar o ejercicio que exceda la intensidad acostumbrada. Se busca en el Yoga una terapia y no tanto un método de autoconocimiento.

Espiritualidad

Ha llegado el momento de apuntar que el Yoga tiene manos y pies, cabeza y entrañas, corazón y arterias, pero también mente y alma. Es un todo indivisible tal como es un organismo vivo, nada en su constitución le es gratuito. Plantear un Yoga integral no implica necesariamente hacerlo más complicado o engorroso, más elitista o esotérico, sino más real.

Estamos señalando desde el inicio que el Yoga se tiene que adaptar y, si somos capaces de proponer una variante de un āsana, hacerla dinámica para su mejor aprendizaje, utilizar elementos exteriores como cintas, bloques o soportes en la pared para que el alumno pueda regularse, también lo podemos hacer con los ejercicios de respiración, la meditación o la filosofía. Podemos hacer juegos para desbloquear la respiración, ejercicios de concentración para preparar la meditación, utilizar algún cuento sabio para explicar conceptos de la filosofía del Yoga. Sólo nos falta claridad en los objetivos y creatividad para encontrar atajos y nuevas formas de aprendizaje. Tenemos mucho que hacer en esta rama de la pedagogía del Yoga.

Sin embargo, el mayor tabú a la hora de implementar un Yoga integral es la espiritualidad. Desde la perspectiva del Yoga, la espiritualidad no implica necesariamente creer en un dios o seguir un cuerpo doctrinal porque el Yoga no es una religión. Uno puede ser hinduista, budista o cristiano y practicar Yoga pero también puede no seguir ninguna religión. La espiritualidad del Yoga tiene que ver con la comprensión profunda de que somos mucho más que estructuras mentales con las que estamos identificados y, por lo tanto, que más allá de ellas podemos encontrar el núcleo profundo del Ser que es fuente de conciencia, de paz y de libertad. El Yoga como disciplina estructurada nos dice que esa fuente de dicha y claridad se puede experimentar si seguimos adecuadamente los pasos a través de una práctica por la que discurre nuestro proceso interior. Espiritualidad puede ser simplemente vivir las experiencias vitales desde un enfoque del que extraer el máximo aprendizaje y percibir así, a lo largo de los años, un sentido interno que nos orienta y nos da coraje. Cuando descubrimos que no estamos aislados sino en íntima conexión con la naturaleza, cuando aprendemos a amar lo que hacemos y a respetar lo que sentimos ante los demás, cuando somos capaces de diluirnos ante la infinitud de lo que nos rodea, podemos decir que empezamos a iluminarnos por dentro.

En todos nosotros hay un anhelo de trascendencia y una búsqueda de sabiduría y sería un error, en la divulgación del Yoga, evitar (por miedo, complejo o estrechez de miras, por el resquemor o la desconfianza que genera todavía la espiritualidad) el abrir pequeños espacios en nuestras clases de Yoga para investigar sobre la profundidad del Ser que somos.

Yoga real

A causa de ese complejo que poseemos sobre la espiritualidad conviene salir de los templos y aterrizar en la vida cotidiana. Hablando de Yoga, necesitamos despejar la confusión que tenemos entre medios y fines. La salita de práctica personal o el centro de Yoga donde acudimos semanalmente sólo son laboratorios donde drenar tensiones, reforzar cualidades, cultivar la atención o aumentar la sensibilidad que después vamos a necesitar en nuestra vida. Podríamos decir que el Yoga real es el Yoga cotidiano, el que hacemos día a día: el Yoga de fregar los platos, peinar a nuestra mascota, enviar el correo electrónico a nuestro cliente o jugar con nuestros hijos. Es ahí, en los entresijos de la vida donde se dan los āsanas más complicados, las técnicas de relajación más insospechadas y el control de la respiración más difícil. Es ahí donde tenemos que insistir.

Mientras estamos en la esterilla con los pies más arriba que la cabeza o manteniendo el equilibrio con un pie no hemos de olvidar que el Yoga empieza con nuestra vida real porque el Yoga es una filosofía de vida, una respuesta al sufrimiento, un dominio de sí mismo y un arte de fluir con la existencia. Y todo esto lo practicamos desde que abrimos los ojos por la mañana hasta que los cerramos por la noche.

Orientación

Cualquier objetivo en la práctica del Yoga, por pequeño que sea, es lícito y conveniente. Hacer Yoga para perder peso o para dormir mejor pueden ser propósitos totalmente respetables y, quién sabe, quizás generen el deseo de conocer el Yoga en profundidad más adelante. Lo importante en la transmisión del Yoga es tener claro el para qué, de la misma manera que al sostener un martillo sabemos si es para arreglar un mueble o para hacer una escultura. La orientación en el Yoga es clave para no perderse y para ajustar expectativas y resultados. La misma técnica que utilizamos variará en su enfoque e intensidad si la orientación es una u otra, o ambas a la vez.

La primera orientación que contemplamos en la práctica de Yoga es la salud. Hacemos Yoga para sentirnos mejor y para potenciar nuestros recursos fisiológicos. Qué duda cabe que la práctica asidua del Yoga ayuda al tránsito intestinal, favorece el retorno venoso, oxigena mejor nuestros tejidos, equilibra la presión arterial, relaja la musculatura, endereza la columna, calma el sistema nervioso y fortalece el inmunológico, entre muchos otros beneficios. No hay que insistir más en esto que se ha difundido a los cuatro vientos, pero lo que me parece más importante de esta orientación es que constituye un recurso más que la persona puede utilizar de forma independiente en su vida.

Acostumbramos a ser pasivos en la enfermedad cuando nos vivimos como “pacientes”, valga la idoneidad de la palabra, de un tipo de terapia u otro, o cuando recibimos pastillas, agujas de acupuntura, bolitas homeopáticas, infusiones naturales o masajes terapéuticos. Es evidente que son necesarios y la práctica del Yoga no implica renunciar a ellos, pero sí es importante destacar, desde esta orientación, que el Yoga no es algo que recibimos sino algo que hacemos. Es una técnica que nos da libertad porque aporta conocimiento para profundizar en nuestras tensiones. Conformamos así un Yoga para una gestión activa de nuestra salud.

La segunda orientación tiene que ver con el conocimiento de uno mismo. Cuando hacemos un āsana, por ejemplo, podemos notar con facilidad nuestras tensiones corporales, por otro lado nada extraordinario, pues vivir comporta desgaste y tensión. Pero esas tensiones, cada uno con las suyas, se tornan significativas. La tensión en los hombros, las cervicales o las lumbares nos pueden señalar, a menudo dolorosamente, que hay demasiada tensión en nuestros actos, una sobrecarga de responsabilidad en el trabajo o excesivo control en nuestras relaciones. Un ejercicio de respiración nos puede indicar un posible desequilibrio entre el dar o el recibir, y unos minutos en el silencio de la meditación la capacidad o no de estar con uno mismo sin angustia. Es decir, el Yoga nos sirve de espejo donde mirarnos y nos ayuda a comprendernos un poco más y, a ser posible, a aceptarnos.

La tercera orientación posible en nuestra práctica reside en un impulso de trascendencia tal y como comentábamos unos párrafos más arriba. El Yoga nos ayuda a comprender que todo está profundamente interrelacionado y que nosotros, por muy insignificantes que nos sintamos, formamos parte de una cadena infinita de vida que va desde las partículas subatómicas a los grandes cúmulos de las galaxias. Como los antiguos, podemos decir que el microcosmos que nos habita se refleja en el macrocosmos que nos sostiene, y viceversa. Esa íntima relación es la que buscamos en Yoga, una progresiva detención de las oscilaciones ordinarias de nuestra mente para encontrar una quietud intensa donde lo sutil de la existencia halle su propia voz.

Resumiendo: la dimensión terapéutica del Yoga nos ayuda a tener salud y vigor; la parte de crecimiento personal es una invitación a reconocernos y a (desde la aceptación de la realidad que percibimos) transformar los elementos disfuncionales de nuestra personalidad. Es desde esta salud y maduración interior desde donde podremos dar un salto inmenso hacia las profundidades de nuestro Ser. Ello implica, evidentemente, un cierto compromiso y una responsabilidad personal de integración, cada vez mayor, del Yoga en nuestra vida.

Yoga creativo

La tradición no es un esquema anclado en el pasado al cual nos hemos de ceñir, más bien hemos de entenderla como una sabiduría que se abre camino a lo largo de los siglos; en una transmisión directa o escrita, que se adapta a las circunstancias y a las mentalidades donde logra germinar. En este sentido toda tradición debería ser lo suficien temente flexible para captar el espíritu de los tiempos y ajustarse a ellos, pero ¿cómo hacerlo?

El Yoga, insistimos, necesita renovarse. Hace tiempo que salió de la cueva, del bosque y del ashram, hace ya mucho que está en la calle y llama a la puerta de la gente. Hoy en día el Yoga tiene que ayudar a la educación en las escuelas y también mejorar la autonomía de nuestros mayores. El Yoga, ahora mismo, ha de formar parte del equipo de salud, haciendo lo que sabe hacer, ayudando a movilizarnos, a relajarnos, a respirar y a encontrar momentos de quietud. El Yoga puede ser un complemento ideal dentro de la empresa, de la fábrica o de la oficina para gestionar los elementos que generan estrés; puede reforzar en los jóvenes la capacidad para concentrarse en el estudio y evitar lesiones innecesarias en el deporte; puede ayudar mucho en todo tipo de discapacidades e incluso a favorecer la mejora personal en los periodos prolongados de falta de libertad que supone la prisión. El Yoga tiene un gran potencial pero necesita ser creativo.

La creatividad no es más que inteligencia aplicada a una situación dada. Debemos seguir fielmente la brújula del Yoga, pero hemos de tener también la suficiente habilidad para encontrar el trayecto más adecuado a nuestros gustos y necesidades. Cada vez más, el Yoga se parece a un self service con infinitas posibilidades; depende de nosotros hacer un buen uso y, si tuviéramos que dar un consejo, diríamos que más vale servirse aquello que podamos digerir bien, masticando lentamente. El Yoga de este siglo tiene que apoyarse en la escucha respetuosa de lo que somos y dar una respuesta creativa a lo que nos dice.

Yoga integral

Cuando Patañjali (del que hableremos en profundidad más adelante) estructura lo que denominamos hoy en día Yoga clásico nos está insinuando, a su manera, que hay un yo físico pero también otro emocional, nos dice que no nos podemos olvidar del yo ético y tampoco del intelectual, que hay un yo místico y que, en definitiva, nos interesa conectar con esa dimensión espiritual.

Lamentablemente, una de las disfunciones en la divulgación del Yoga es haberlo fragmentado demasiado. Clases de Yoga sin hablar de ética; sesiones donde salimos extenuados de hacer posturas pero en las que no ha habido lugar para la meditación; secuencias de posturas enlazadas sin un trabajo de respiración en profundidad… La demanda es la demanda, dirán muchos. Una gran mayoría de personas quieren unas clases para soltar su estrés, dinamizar el cuerpo y relajarse un poco, nada más. Totalmente respetable aunque, en el fondo, dudo de que no deseen nada más. La experiencia me lo demuestra.

Sin embargo, el Yoga, en su integridad, podría ser un buen revulsivo para transformar un estilo de vida insano, cuestionar creencias limitadoras y fortalecer una ética débil o desorientada. No podemos limitarnos a poner paños de agua caliente, necesitamos una palanca para mover las piedras enormes que obstaculizan nuestro desarrollo, tanto individual como colectivo.

El mercado del Yoga

En la actualidad hay un par de centenares de millones de personas que practican o simpatizan con el Yoga en todo el mundo y, sin duda, somos muchos los que consumimos camisetas, pantalones, esterillas y cintas, además de libros, revistas, viajes, alimentos sanos y productos para la higiene personal. No hay nada de malo en ello. Sin embargo, la delicada línea entre la transmisión sincera de una ciencia del conocimiento y el escaparate mercantilista del Yoga tiende a diluirse.

La publicidad de muchos centros de Yoga no se ha quedado atrás. Prometemos en nuestros folletos promocionales relax, bienestar, realización personal y felicidad. Las imágenes de nuestros carteles muestran personas jóvenes y sanas en paraísos naturales, o bien yoguis haciendo posturas acrobáticas sin perder la sonrisa. Hay gurus que han patentado su serie de Yoga y existen numerosos pleitos en la justicia por la utilización de una marca o de una técnica. Podríamos decir que es el mundo real donde confluyen (y chocan) los intereses de cada uno. Pero ya no tengo tan claro si es el Yoga el que ha venido para transformar la sociedad, o es la lógica neoliberal imperante la que está cambiando al Yoga. Seguramente no hay mala intención en la publicidad del Yoga pero, a todas luces, prometemos cosas increíbles que seguramente son restos de mitos que rodean al Yoga y no resultados reales que podamos constatar en nosotros mismos, ya sea como profesores o como alumnos.

A menudo tengo dificultades para responder a la pregunta sobre qué estilo de Yoga practico e imparto en mis clases. Si hiciéramos un listado exhaustivo de los tipos de Yoga que podemos encontrar en toda la oferta existente, seguramente quedaríamos anonadados. Parece que unos cuantos han tenido más éxito y, sin embargo, una mirada externa no apreciaría demasiadas diferencias entre todos ellos, a no ser, tal vez en la intensidad o en las secuencias… pero al fin y al cabo imparten clases de hatha-yoga en la gran mayoría de ellos, todas respetables, por supuesto.

Asimismo me sorprende que un conocimiento que ha pasado de mano en mano desde tiempos inmemoriales tenga que ser bautizado con nuestro nombre o apellido y ponerle barreras a su expansión. Me extraña que nos seduzcan tanto los estilos de Yoga y no tanto las personas reales que los transmiten que, al fin y al cabo, son los que difunden esta enseñanza. Seguramente nos identificamos todavía con aquellas marcas que nos dan confianza y prestigio. Pero, ¿acaso hemos caído en otra forma de mercantilización del Yoga? ¿Hemos cedido a una modalidad superficial de esta ciencia del cuerpo y del alma tan profunda? O quizá ¿es que estamos todavía en la fase adolescente de dicha divulgación y nos toca madurar? Pero antes de seguir adelante, asegurémonos que sabemos bien lo que es el Yoga.


908,75 ₽
Жанры и теги
Возрастное ограничение:
0+
Объем:
386 стр. 27 иллюстраций
ISBN:
9788415053835
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
Формат скачивания:
epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

С этой книгой читают