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La Influencia de la Depresión

Un aspecto destacado en relación al suicidio es su relación con los problemas de tipo psicológico diagnosticados o no; estimándose en la población general que los problemas de salud mental están asociados a más del 90% de casos de suicidio entre los 15 a 29 años, y del 80% a partir de los 30 años, al sufrir determinadas psicopatologías como los trastornos afectivos como por depresión mayor; los trastornos de adicción a sustancias; los trastornos psicóticos; algunos trastornos de personalidad como el Bordelinde; algunos trastornos de la alimentación como la anorexia o el trastorno de estrés postraumático, destacando entre la población más joven la asociación con el trastorno bipolar, el trastorno de déficit de atención, especialmente con hiperactividad y los trastornos comportamentales (Mental Health Commission of Canada, 2018), pero no en todos los casos se produce, ni es un requisito para que se lleve a cabo el acto suicida.

Por su parte la OMS señala que los problemas de salud mental a nivel mundial están asociados entre el 65 al 95% con los casos de suicidio, incrementándose hasta un 15% el riesgo de suicidio entre las personas que padecen algún trastorno mental. (O.M.S., 2009); al respecto Dª Nathalie López Oficial de Policía y Psicóloga Clínica en la Policía Nacional del Ecuador, informa sobre los casos que atiende en la policía: «Los principales problemas es problema de consumo de alcohol, sustancias, violencia intrafamiliar, depresión, ansiedad problemas de pareja y estrés».

Por tanto y teniendo en cuenta lo anteriormente mencionado, entre el cuerpo de policía será más probable que se den casos de intentos de suicidio en aquellos agentes que sufran trastorno de depresión el trastorno de consumo de sustancia o el trastorno por estrés postraumático, todo lo cual debe ser evaluado, diagnosticado y tratado para reducir con ello la probabilidad de que conlleven un intento de suicidio, por lo que lo primero que ha de hacer el policía es ponerse en manos de un especialista.

Aspecto que supone en muchos casos un problema de por sí, ya que “pedir ayuda” en determinados cuerpos como la policía es considerado como un “signo de debilidad” por los propios agentes, e incluso por el estigma asociado a acudir a un especialista de la salud mental, donde no se quiere que ningún compañero o superior sepa que está recibiendo este tipo de atención (Grassi et al., 2018), así se pueden dar cuatro posibles casos, que el agente no se dé cuenta de su condición y los demás tampoco; que el agente no se dé cuenta de su necesidad de ayuda y los demás sí; que el agente se dé cuenta de que debería acudir a terapia y los demás no; o en el último caso, que tanto el agente como los demás vean necesario la consulta con el profesional de la salud mental. Esta aproximación es una simplificación ya que los “demás” abarca a toda persona allegada, que incluye familiares directos, compañeros o superiores, y en ocasiones uno o varios pueden darse cuenta o no de su necesidad.

Sobre el acceso por parte de los policías al servicio psicológico Dª Nathalie López señala «Llegan voluntariamente solicitando tratamiento aquellos miembros policiales que tienen problemas de pareja, depresión ansiedad estrés; los que tienen problemas de consumo de alcohol o drogas llegan referidos por el primer nivel de atención, psicólogos de unidades policiales o por el jefe y entran a un proceso terapéutico».

Los problemas que con mayor asiduidad se puede ver en consulta es en relación con las emociones, ya sean por sobre activación, en el caso del estrés y la ansiedad o por su inhibición, en el caso de la tristeza y la depresión, pero no se trata únicamente de que las personas estén más sensibles hacia estos problemas, y por ello acudan con mayor frecuencia a consulta psicológica, sino que también son los problemas más comunes que se sufren, mucho más que cualquier otro trastorno del ámbito de la salud mental.

La tristeza es un estado por el cual la persona deja de sentirse “plena” o al menos “normal”, considerada como una de las emociones básicas, junto con la felicidad o el miedo. Son muchos los motivos que pueden generar tristeza, desde la pérdida de un ser querido, hasta el no haber logrado una meta ansiada, pero quizás el más grave es por la presencia de una enfermedad, sobre todo si esta es incurable o crónica, teniendo en cuenta que la relación entre la salud física y la mental hace tiempo que dejó de estar en discusión.

Cuando alguien sufre un mal físico, esto va a tener un efecto directo sobre su estado de ánimo, y este sobre el resto de los ámbitos de la persona, incluida su forma de relacionarse consigo mismo y con los demás; así cuando uno se siente mal, por ejemplo, por sufrir una enfermedad crónica, esto puede alterar de forma significativa su estado de ánimo incluso pudiendo llevar al paciente a tener una depresión; pero cuando aparecen los síntomas de la depresión la situación empeora, ya que los efectos que estos tienen sobre la salud son importantes, al reducir la calidad de vida, con una mengua del estado de ánimo, pero también del sistema inmunitario, lo que permite entrar al paciente en un círculo vicioso.

Cuanto peor está físicamente, peor se siente psicológicamente, y cuantos más síntomas depresivos sufra, su cuerpo va a responder peor y por tanto en vez de facilitar la recuperación va a perjudicarla. Las consecuencias de este círculo vicioso es un agravamiento de la sintomatología, empeorando la calidad de vida del paciente, haciendo que sea menos tolerante a lo que le sucede y con ello que tenga un peor pronóstico, en comparación con otro que no tenga asociado estos síntomas depresivos. De ahí la importancia de detectar los primeros síntomas de la depresión, para poder tratarlos cuanto antes para que no avance y perjudique más a la salud del paciente; se hace necesario aclarar que lo que normalmente se llama depresión no siempre se corresponde con lo que clínicamente se denomina trastorno de depresión mayor, ya que hay todo un abanico de trastornos del estado de ánimo que tienen síntomas similares con decaimiento y apatía, entre ellos la depresión mayor, la ciclotimia, ..

La Depresión es un trastorno del Estado de Ánimo, que se traduce en un estado de decaimiento importante y continuado tanto psicológico como biológicamente del paciente, y se manifiesta a través de síntomas psíquicos (pudiendo aparecer desinterés, tristeza, desmoralización, disminución de la autoestima) y somáticos (pérdida del apetito, disminución del peso corporal, astenia, alteraciones del sueño con periodos de insomnio y periodos de somnolencia). Son muchas las consecuencias de este trastorno, pero todas ellas van en contra de la calidad de vida del paciente. Un problema no sólo de salud personal, sino que tiene importantes repercusiones tanto en la economía familiar o en donde se trabaja.

A la hora de realizar un diagnóstico correctamente se ha de descartar los episodios de tristeza pasajera, que se consideran como una reacción natural de la persona ante acontecimientos negativos como las situaciones de duelo por la pérdida de un ser querido u otras como divorcios o separaciones; aunque si se prolonga más allá de los seis meses, o es tan importante que sea incapacitante, puede desembocar en una Depresión; además se pueden presentar síntomas depresivos ante situaciones que conlleven un fuerte estrés, ya sea de tipo laboral, económico o de relaciones interpersonales, que irán remitiendo paulatinamente a partir de que desaparezca el desencadenante del estrés; es lo que se denomina como Trastorno Adaptativo con Estado de Ánimo Deprimido.

El tratamiento de la depresión mayor en adultos puede ser difícil, por lo que se precisa de herramientas terapéuticas y psicofarmacológicas para conseguirlo; un tratamiento que en ocasiones se puede ver complicado por la falta de colaboración por parte del paciente, lo que hace que se pueda cronificar. Para paliar esta situación se han desarrollado multitud de tratamientos ya sea con psicofarmacología o bien con psicoterapia, buscando sacar a la persona de sus pensamientos negativos, sentimientos de decaimiento y pasividad conductual.

En el caso del trastorno del estado de ánimo por depresión mayor, en contra de lo que se puede pensar a priori, no existen diferencias de género en cuanto la edad de inicio, tiempo requerido para la recuperación o las posibles recaídas, a pesar de ello, existen estudios que señalan diferencias de género en cuanto al padecimiento de esta problemática de salud mental, ya que se diagnostica más en mujeres frente a hombres, algo que se ha tratado de explicar por la mayor sensibilidad de las mismas a los aspectos emocionales frente a los hombres. Desde el Instituto Nacional de Salud de EEUU (NIMH, 2019) informan que en adultos para el 2017 el 7,1% de la población habían sufrido depresión mayor, es decir 17.300.000 ciudadanos de dicho país, afectando al 8,7% de la población femenina y al 5,3% de la masculina. En España por su parte para el 2017 el 6,7% de la población había sufrido depresión mayor, es decir 3.118.000 ciudadanos de dicho país, afectando al 9,2% de la población femenina y al 4% de la masculina (Ministerio de sanidad, 2017).

Pero la depresión, no consiste únicamente en un problema de salud mental, que lleva asociado una serie de conductas de aislamiento y retraimiento, sino que además conlleva un mayor número de casos de morbilidad y mortalidad. La morbilidad consiste en que la persona en depresión suele padecer otras enfermedades, con más frecuencia que las personas sin depresión. Mientras que las mayores tasas de mortalidad entre las personas que sufren depresión se producen tanto por los intentos de suicidio, por una mayor propensión a sufrir accidentes, o por padecer otras enfermedades, pero ¿existen diferencias en cuanto al género en la morbilidad y la mortalidad asociadas a la depresión?

Esto es lo que se ha tratado de responder con una investigación realizada conjuntamente por el Hospital General; la Escuela de Medicina de Kashibai Navale, el Instituto de Salud Mental de Maharashtra y el Hospital King Edward Memorial (India) (Deshpande et al., 2014). En el estudio participaron 107 adultos, usuarios del Hospital King Edward Memorial, diagnosticados con trastorno de depresión mayor, de los cuales 66 eran mujeres. Todos los participantes habían recibido el diagnóstico de depresión, a los cuales se les administró una serie de cuestionarios como fue una escala de Depresión estandarizada para confirmar el diagnóstico denominada Structured Clinical Interview for DSM IV axis I disorders (First, Gibbon, Spitzer, & Williams, 2002), la escala de Paykel sobre la ideación de suicidio (Paykel, Myers, Lindenthal, & Tanner, 1974), sobre niveles de estrés en su vida, niveles de funcionalidad tanto general, como social y ocupacional.

Los resultados informan de que, a pesar de padecer la misma enfermedad, existen diferencias significativas en cuanto al estrés que ésta genera en su vida, así como en los distintos niveles de funcionamiento de la persona y todo ello parece estar relacionado con los niveles de suicidio. La mujer sufre más estrés proveniente de su círculo social, especialmente desde el ámbito familiar; mientras que los hombres refieren a los problemas económicos como principal fuente de estrés asociado a la depresión. Con respecto al funcionamiento general tiene una similar incidencia en ambos géneros por igual, afectando en mayor grado a los hombres en el caso del funcionamiento social y ocupacional. Para finalizar, en el grupo de las mujeres con depresión fue donde existieron mayores niveles de suicidio, frente a los hombres con depresión.

Para estudiar el nivel de incidencia del suicidio entre los pacientes con trastorno de depresión mayor se llevó a cabo una investigación desde la Escuela de Medicina de la Universidad Católica de Corea conjuntamente con la Universidad Nacional de Corea (Corea) (Seo et al., 2014). En el estudio participaron 1.183 pacientes diagnosticados con depresión mayor inscritos en uno más amplio denominado Clinical Research Center for Depression (CRESCEND) realizado entre el 2006 y el 2008. De entre los inscritos el 21% sufrieron intentos de suicidio (253 pacientes) y un 34% tuvieron ideaciones suicidas (407 pacientes), es decir más de la mitad (55%) de los pacientes con depresión mayor tuvieron ideación o intentos suicidas. De 138 participantes se llevó a cabo un seguimiento durante los doce meses posteriores, de los cuales 23 habían tenido intentos de suicidio, 59 sólo tenían ideación suicida y 56 con ni historia previa de intentos de suicidio. A todos ellos se les administró un cuestionario estandarizado sobre carácter y temperamento denominado Temperament y Character Inventory (Garcia et al., 2017).

Los resultados indican que no existen diferencias significativas entre las personas que han tenido intentos de suicidio y los que no, en cuanto a carácter o temperamento, salvo en autogestión, en que los que tienen conductas suicidas muestran significativamente menores niveles frente a los demás participantes del estudio. Dicho concepto hace referencia a la autodeterminación, autoestima y la capacidad del individuo para controlar, regular y adaptar su conducta a una situación de acuerdo con valores y metas personales, es decir, aquellas personas que sufrían más intentos de suicidio eran las que controlaban menos sus impulsos, tenían una autoestima más baja y dificultades para adaptarse a las demandas de cada momento, mostrando conductas “fuera de lugar”.

Igualmente, la autotrascendencia resultó significativamente superior entre los que intentaron suicidarse frente a los que sólo tenían ideación suicida, lo que da cuenta de cierta “utilización” del suicidio hacia un fin más allá del acto suicida, es decir, las personas que van a cometer este atentado contra su vida han encontrado un “sentido” trascendente como de tipo reivindicativo o de denuncia… frente a los que sólo tienen ideaciones suicidas. A pesar de que el estudio trataba de predecir la ideación y el comportamiento suicida analizando el carácter y temperamento de los pacientes con depresión, no se ha conseguido demostrar que exista esta relación.

Con respecto a la incidencia de la depresión en la policía, en una investigación longitudinal de casos de suicidio entre agentes entre el 2000 al 2012 en Australia se encontró que el 13% de los policías habían sido diagnosticados con Trastorno de Depresión Mayor (NATIONAL CORONIAL INFORMATION SYSTEM, 2015), una cifra que es duplicado por el número de casos diagnosticados entre el personal de bomberos y el personal de emergencia, un 32 a 35% respectivamente.

Entre las causas del suicidio en la policía italiana se atribuye a problemas emocionales en el 39% de los casos; trastornos psiquiátricos el 11%; dificultades económicas el 6% y 2% por problemas físicos. (Grassi et al., 2019).

La Influencia del Estrés

En nuestra vida cotidiana, estamos sometidos a distintos niveles de demanda, ya sea en el trabajo, al ir conduciendo o en la casa; en cada una de estas ocasiones debemos dar respuesta, tratando de hacerlo lo mejor posible, una situación que sin duda nos genera estrés, pero ¿es bueno el estrés?

El estrés es importante dado su papel como preparador de la respuesta, ya sea ésta de escape o para atacar, participando para ello distintos sistemas del organismo, especialmente el sistema autónomo, y en concreto del sistema simpático, con un aumento de las pulsaciones cardíacas, dilatación de la pupila, inhibición de la salivación, relajación de los bronquios, inhibición de la actividad digestiva, estimulando la liberación de glucosas por el hígado, aumentando la secreción de adrenalina y noradrenalina por el riñón, relajando la vejiga y contrayendo del recto.

Esto es lo que los agentes de policía van a sentir en su organismo cuando se presenta una situación estresante, sabiendo que cuando el agente estresante interno o externo desaparece, el organismo pasa a un estado de relajación, activando los mecanismos contrarios al del estrés, es decir, el sistema inmune se reactiva, el sistema endocrino deja de segregar adrenalina, el sistema simpático deja paso a la activación del parasimpático con un retardo de las pulsaciones cardíacas, contrayendo la pupila, estimulando la salivación, contrayendo los bronquios, estimulando la actividad digestiva y la vesícula biliar, contrayendo la vejiga y relajando el recto.

A nivel fisiológico, se activa ante el estrés el eje hipotalámico hipofiso adrenal (H.H.A.) que hace referencia a un conjunto de sistemas neuroendocrinos, en éste participa el hipotálamo, la glándula pituitaria (ambos en el cerebro) y la glándula suprarrenal (en los riñones) cuya función es regular sistemas tan dispares como el inmune, el digestivo o el de las emociones.

La hipófisis va a producir la hormona liberadora de corticotropina (C.R.H.) y vasopresina; que en la pituitaria va a producir corticotropina (A.C.T.H.): que, trasportada en la sangre, en la glándula suprarrenal va a provocar la secreción de glucocorticoides, un corticoide conocido como la hormona del estrés que va a afectar a gran parte del organismo en preparación para la respuesta del estrés.

Este mecanismo de H.H.A., va a formar parte de lo que se denomina Sistema General de Adaptación de Selye (Saturday & Selye, 1950) que divide las situaciones de estrés en tres etapas:

– Reacción de Alarma, desde el momento en que se produce el estímulo o la situación estresante, el organismo se ha de preparar para responder.

– Resistencia o Adaptación, en esta fase se pone en marcha el mecanismo H.H.A., para dar respuesta a la demanda estresante; si ésta desaparece, el organismo tenderá a una “desactivación” producida por un mecanismo de retroalimentación negativa, que emplea la misma vía H.H.A., de forma que el cortisol de las glándulas suprarrenales inhibirá la producción de C.R.H. de la hipófisis y con ello desactivará el eje H.H.A., recuperando así los niveles basales previos a la aparición del estrés.

En cambio, si el estímulo estresante se mantiene, el organismo pasará a la siguiente fase.

– Agotamiento, los recursos del cuerpo son limitados, y están disponibles por un escaso tiempo, pasado el cual se produce un agotamiento de estos, así como del estado de tensión que lo origina. Este agotamiento, va a traer toda una serie de consecuencias en los distintos sistemas implicados que pueden llevar a la persona a enfermar.

Un estrés a medio plazo va a tener una serie de consecuencias, como dolores musculares, alteración del sueño y del estado de ánimo e inmunodeficiencia.

Un estrés crónico en cambio va a provocar efectos más graves, siendo el responsable de:

–Alteraciones digestivas que pueden acarrear úlceras y diarreas.

–Obesidad por el aumento de apetito y con ello se incrementa la posibilidad de padecer diabetes.

–Debilitamiento del sistema inmune, estando más expuesto a infecciones y resfriados.

–Pérdida de memoria, de motivación, sueño, alteración del estado de ánimo.

–Aumento de la presión arterial y de la frecuencia cardíaca, acumulación de colesterol y triglicéridos en sangre, con aumento de riesgo de padecer enfermedades cardíacas y derrames.

A nivel psicológico además va a acrecentar los síntomas de determinados trastornos psicológicos, como en el caso del trastorno de esquizofrenia donde a mayores niveles de estrés, mayor expresión de síntomas psicóticos; y en personas normales, la toxicidad de niveles elevados de cortisol en el cerebro de forma aguda, conlleva la afectación de determinadas estructuras neuronales que va a repercutir en un peor desempeño cognitivo, como en el caso del hipocampo, necesario para el establecimiento de nuevos aprendizajes y la recuperación del material memorizado.

Por tanto, el estrés es aquello que sentimos cuando debemos dar una respuesta lo más rápido y certera posible por ejemplo cuando el policía debe de usar su arma de fuego, para acertar al sospechoso y no a cualquier otra persona que se encuentra en la escena. Todo ello provoca una tensión emocional que si no se libera gracias a la labor del psicólogo se va acumulando y puede desencadenar en lo que se conoce como enfermedades psicosomáticas.

En caso de que la situación que genera estrés (estresor), se mantenga a durante semanas o meses, se puede ver afectado, el sistema digestivo, provocando gastritis, úlceras o colon irritable; igualmente afectará a la piel con la aparición de dermatitis, urticaria o caída de pelo; a nivel pulmonar puede aparecer tos o ataques de asma; y a nivel muscular se puede experimentar lumbalgia o dolores musculares, además de alteración del sueño y del estado de ánimo e inmunodeficiencia.

Si el estrés se mantiene durante más tiempo, se considera una situación de estrés crónico y puede producir hasta las más graves enfermedades autoinmunes, como la esclerosis múltiple, siendo el responsable de alteraciones digestivas que pueden acarrear úlceras y diarreas; de la obesidad por el aumento de apetito y con ello se incrementa la posibilidad de padecer diabetes; del debilitamiento del sistema inmune, estando más expuesto a infecciones y resfriados; incluso de la pérdida de memoria, de motivación, sueño, alteración del estado de ánimo y el aumento de la presión arterial y de la frecuencia cardíaca, acumulación de colesterol y triglicéridos en sangre, con aumento de riesgo de padecer enfermedades cardíacas y derrames.

Es decir, el policía sin saberlo va a estar sometido a altos niveles de estrés de los cuales se ha de liberar para que no se acumulen, pues sino lo hace va a estar expuesto a una serie de consecuencias que van a ir en detrimento de su salud física y psicológica y con ello en perjuicio de su desempeño. De ahí la importancia de la terapia para estos profesionales con lo que encontrar la vía de canalizar ese estrés de forma que no le perjudique en su salud y en sus relaciones sociales.

Por tanto, la expresión de signos y síntomas físicos, tan graves e importantes como los provocados a nivel muscular, pulmonar, gástrico e incluso inmune, siendo su responsable un acontecimiento psicológico como es el estrés, no deja duda alguna a que existe una relación directa entre lo psicológico y lo físico, y que la salud de uno influye en el otro, principios fundamentales de la aproximación psicosomática.

Pero esta aproximación no sólo tiene que ver con el origen de los signos y síntomas de las enfermedades, sino también con su tratamiento, entendiendo que cualquier intervención, única y exclusivamente física, no hará sino “parchear” lo que no funciona bien, pero mientras que no exista una intervención terapéutica completa, que incluya los aspectos psicológicos, aquello que lo genera y mantiene (el estrés) seguirá haciendo estragos, en ese mismo órgano o músculo, o en otros.

De ahí que a veces, cuando desde el ámbito exclusivamente médico se trata un órgano o músculo, a pesar de que se observe una mejoría en éste; otro órgano normalmente próximo, muestra signos y síntomas de enfermedad que antes no mostraba, por lo que en ocasiones el diagnóstico parece difuso y errático, y todo ello porque no se está tratando la causa psicológica que lo genera y mantiene.

Ante un caso de úlcera, por mucho “antiácido” que se beba tras la comida, para reducir el nivel de acidez del estómago y proteger así a las úlceras, no hará sino mitigar los síntomas y evitar que estas provoquen malestar y dolor; pero ese estrés acumulado y agotador del sistema se expresará de otra manera, pues todo el organismo está siendo sobrecargado continuamente.

Esto se ejemplifica claramente con las piezas de un motor de cualquier vehículo, al que si se le da un uso correcto puede durar mucho tiempo, pero si se está continuamente pisando el acelerador, éstas “sufren” más de la cuenta, erosionándose las piezas, y pudiendo llevar a la rotura de alguna de ellas; pues lo mismo le sucede a nuestro organismo, las primeras “piezas” que se verían afectadas serían, precisamente aquellas que genéticamente tuviésemos más propensas a la enfermedad, o que por algún motivo ya hubiesen sufrido con anterioridad y estuviesen más débiles. Es por ello por lo que el mismo nivel de estrés (aunque como cada uno lo vive de forma individual, basado en su historia personal, nunca es el mismo), va a provocar una sintomatología diferente según la persona que lo está sufriendo, viéndose en unos casos afectados el sistema muscular, gástrico, pulmonar, o el inmune.

Con posterioridad, y gracias a los estudios realizados sobre el eje Hipotálamo Hipófiso Adrenal (H.H.A.), se amplió el espectro de las causas psicológicas generadoras de trastornos psicosomáticos, dejando así de circunscribirse únicamente en el estrés, para ampliar también al ámbito de la vida emocional del paciente y que como se viene comentando, no es sino con una intervención global que afecte tanto a la parte física como psicológica, como se va a conseguir restaurar la salud de la persona y no sólo “parchear” aquella expresión de signos y síntomas. Pero cabe señalar que el estrés mantenido a medio o largo plazo puede ser nocivo para la salud, es lo que se denomina distrés, pero también existe el estrés “bueno”, es decir, aquel que durante un corto espacio de tiempo potencia nuestras capacidades y nos hace dar respuestas más acertadas en las actividades que se deben desempeñar, a este segundo tipo de estrés se denomina eustrés.

Así pues, el que sea “bueno” o “malo”, depende tanto de la valoración psicológica de los acontecimientos y situaciones estresantes como de que estas se mantengan durante un cierto tiempo. Así, una situación valorada como desafiante, pero atractiva como forma de superarse o de “lucirse”, motiva a dar lo mejor de uno mismo, obteniendo éxitos que de otra forma no se alcanzarían; pero si esa situación se mantiene en el tiempo, se produce el agotamiento de los recursos que explicaba Selye en su Sistema General de Adaptación, y con ello dejaría de ser motivador convirtiéndose en a algo “insufrible”, dando el éxito paso a la enfermedad.

Como vemos hasta ahora, el estrés es fuente de motivación a corto plazo, pero su permanencia a medio y largo plazo pueden provocar daños generalizados en el organismo, debido al mantenimiento en el tiempo de la activación en los distintos sistemas implicados en el H.H.A., estimulados algunos e inhibidos otros por el sistema simpático. Además, el sistema inmune, que protege al organismo de infecciones externas e internas, es muy sensible a los procesos de estrés; cuando éste se genera, el organismo va a experimentar una inmunodepresión, reduciendo estas funciones al mínimo, pero si se mantiene, se daña el sistema.

Los primeros síntomas de que el sistema inmune no está funcionando correctamente, se puede observar ante la aparición de síntomas como psoriasis o lupus; pero si no se pone remedio y la situación estresante continúa, no sólo se va a producir una ralentización de los procesos de cicatrización y de recuperación de las heridas que pudiese tener, sino que se deja la “puerta abierta” a todo tipo de infecciones, además de producirse un empeoramiento de los síntomas de las enfermedades autoinmunes, entre ellas la esclerosis múltiple.

El eje H.H.A. por tanto nos va a dar la medida de cómo funciona el organismo, si éste funciona correctamente, es decir, si se produce una activación puntual ante situaciones de estrés, la persona va a poder dar la respuesta adecuada al momento, ya sea de escape o de afrontamiento; mientras que si ésta se mantiene en el tiempo, debido a que el estresor sigue presente, se van a empezar a producir fallos en el proceso normal, y con ello se incrementa la probabilidad de sufrir enfermedades psicosomáticas.

Pero si bien hasta ahora se ha hablado del estrés como una vivencia personal, gracias a la psicometría, que es la rama de la psicología especializada en el desarrollo de instrumentos válidos de evaluación, hoy en día el estrés se puede medir para conocer su incidencia, para ello existen diversas alternativas para evaluar el estrés en el trabajo como el Job Content Questionnaire (Karasek et al., 1998); el Depression Anxiety Stress Scale (Henry & Crawford, 2005); el Effort Reward Imbalance Questionnaire (Stanhope, 2017) y el Job Stress Survey (Vagg & Spielberger, 1999), o específicamente para la policía el Police Stress Questionnaire (McCreary & Thompson, 2006), compuesto por cuarenta ítems donde se evalúa tanto el estrés operacional como el estrés organizacional.

El problema de dichos instrumentos es que en su mayoría no están traducidos ni validados para la población española, aunque hay algunas excepciones como la Escala de Estrés Laboral para Oficiales Correccionales (Şenol-Durak, Durak, & Gençöz, 2006), igualmente en el caso de los cuerpos y fuerzas de seguridad se suele emplear el cuestionario DECORE (Luceño & Martín, 2008), iniciado en el 2000 y desarrollado en el 2008 y que evalúa la percepción del riesgo, conformado por 44 ítems en donde se evalúa el control, el apoyo organizacional, las recompensas y las demandas cognitivas.

De la anterior se obtienen tres índices uno sobre el desequilibrio demanda control conformado por la demanda cognitiva, el control y el apoyo social percibido; otro sobre el desequilibrio demanda recompensa basado en la demanda cognitiva, las recompensas y el apoyo organizacional; y un índice global de riesgo basado en todos los factores evaluados.

Por su parte una investigación realizada desde el departamento de Psicología Social y Organizacional de la Facultad de Psicología, Universidad Complutense (España) (Talavera-Velasco, Luceño-Moreno, Martín García, & Vázquez-Estévez, 2018) ha revisado la validez del instrumento, para ello fue administrado a 223 policías de España con una antigüedad en el servicio de 14 años, de los cuales únicamente el 9,4% eran mujeres.

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477,84 ₽
Возрастное ограничение:
0+
Дата выхода на Литрес:
26 января 2021
Объем:
292 стр. 4 иллюстрации
ISBN:
9788835416678
Правообладатель:
Tektime S.r.l.s.
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