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La lumpenización de América Latina

CUANDO UN CONTINENTE PIERDE TODOS SUS REFERENTES MORALES Y EL NÚMERO DE HABITANTES EN POBREZA EXTREMA SE INCREMENTA DURANTE UNA DÉCADA, APARECE EN MEDIO DE LA CRISIS DE OPORTUNIDADES Y DEL DESARRAIGO ÉTICO, UNA FUERTE TENDENCIA A LA LUMPENIZACIÓN DE LA SOCIEDAD. SE CREA ENTONCES UN ESPACIO POLÍTICO PARA ASUMIR LA DEFENSA DE LOS GRUPOS INTERMEDIOS, LAS CLASES MEDIAS, PERDEDORAS EN LA RULETA DEL PUDRIMIENTO.

l comienzo del año 2019 nos llegó con estadísticas e informes poco halagadores en América Latina. La proporción de personas con pobreza extrema se mantiene incólume arriba del treinta por ciento, peor aún, de los 184 millones de pobres, 62 millones (10.2%), se encuentran en pobreza extrema, el porcentaje más alto desde 2008. Sin entrar en consideraciones detalladas acerca de algunos países, entre ellos Colombia, que lograron desempeños menos lamentables, el panorama general es desolador y compromete gravemente el cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible a 2030, en cuya determinación nuestro país desempeñó un papel preponderante.

América Latina continúa atravesando un valle de bajo crecimiento y pese al aumento del gasto social, la distribución del ingreso sigue siendo desastrosa. Un cuarenta por ciento de la población laboral recibe menos de la remuneración mínima, 48.7% en el caso de las mujeres y 55.9%en el de los jóvenes. La cifra verdaderamente desalentadora es la de la población laboral joven femenina, dentro de la cual, el 60% recibe menos del salario mínimo.

Las políticas de inclusión laboral y social son insuficientes o brillan por su ausencia. La situación de precarización laboral tiende a agravarse por cuenta de la oferta creciente de mano de obra juvenil y de la formulación de políticas públicas que reciclan mecanismos fracasados, instrumentos orientados a la habilitación de mercados marginales de pobres que celebran estadísticas de bancarización o formalización transitoria, mientras pasan de largo sobre la transformación requerida para hacer de los pequeños empresarios del campo y las regiones, auténticos acumuladores de capital insertos en el desarrollo económico.

Sobre el lumpemproletariado y la lumpemburguesía:

Promediaba el siglo XIX y Francia sufría los conflictos propios del asentamiento institucional después de una revolución profunda, seguida de un ascenso napoleónico con sello imperial, de un período donde la nación tuvo gran incidencia en el mundo y de un ciclo convulsivo con signos de cierta fatiga, dentro del cual fueron múltiples los conflictos y chantajes entre el ejecutivo y el legislativo, como también los juegos de complicidad al interior del régimen y el desdibujarse de las agrupaciones políticas que mostraron antes un fuerte arraigo ideológico. El país respiraba la nostalgia del siglo XVIII y la corrupción se extendió en paralelo con un desempeño económico mediocre, como suele ocurrir cuando toma cuerpo el amafiamiento del estado ya sea bajo el emblema de una proclividad con énfasis “democrático”, o tras la insignia de gobiernos de sesgo autocrático populista.

Fue dentro de ese contexto que Marx escribió El 18 Brumario de Luis Bonaparte, documento en el cual define la categoría lumpemproletariado y advierte la presencia degenerativa de la descomposición en la clase alta, a la cual más tarde teóricos de la economía política, la denominarían lumpemburguesía… “junto a roués arruinados con equívocos medios de vida y de equívoca procedencia, junto a vástagos degenerados y aventureros de la burguesía, vagabundos, licenciados de tropa, licenciados de presidio, huidos de galeras, timadores, saltimbanquis, lazzaronni, carteristas y rateros, alcahuetes, dueños de burdeles, mozos de cuerda, escritorzuelos, organilleros, traperos, afiladores, caldereros, mendigos, en una palabra, toda la masa informe, difusa y errante que los franceses llaman la bohème”. Desde entonces el concepto de lumpen ha evolucionado, pero mantiene como elementos inmodificables, los de ser desechos de las clases en descomposición, como lo afirma Joaquín Estefanía, sin conciencia de clase (la clase en sí frente a la clase para sí).

Casi 170 años después, asistimos en América Latina a la lumpenización de la sociedad. A la crisis de oportunidades se suma la crisis moral, a los fracasos de los modelos neoestructuralista y neoliberal los suceden los partidos efímeros en la esfera política lanzando pregones neopopulistas de izquierda y de derecha, la concentración de la riqueza trae consigo la cartelización de la economía, vale decir, la cartelización de las élites políticas, financieras y de los servicios. Una sola multilatina de la infraestructura incide en diez procesos electorales y hoy vemos a más de una docena de presidentes y vicepresidentes procesados o huyendo de la justicia. En el caso de Colombia, el ciudadano medio observa en su desasosiego, los problemas de la justicia, la caída de las reformas judiciales y políticas, los carteles y carruseles de la contratación, hasta los nunca imaginados carteles de la toga, el pañal, la alimentación de los infantes, la hemofilia, la vigilancia, el transporte y los medicamentos. Y al no existir un referente moral, el vacío político es perceptible, las aspiraciones personales liquidan los proyectos que en un momento parecieron viables y abundan las personas que convierten la descripción de la maldad en su justificación para dar curso a sus propias transgresiones.

En medio de tan dura realidad, cunde el escepticismo y cuesta advertir las nuevas posibilidades, particularmente cuando ellas surgen precisamente de las complejas realidades que enfrentamos tales como la migración venezolana, el posconflicto, las disidencias criminales y los paramilitares resurrectos, el envejecimiento de la población, la crisis motivacional y laboral de la juventud, la modificación tanto de la forma como de la extensión de la familia, y en ocasiones, el bajo nivel de apropiación tecnológica cercano a un nuevo analfabetismo, para hablar de lo colombiano; mas también de los tránsitos democráticos cargados de imperfección, del hartazgo en materia política, de las polarizaciones entre facciones corruptas, del lánguido atardecer del ALBA y de los problemas de productividad en la mayoría de naciones hermanas.

Oportunidad para los gobiernos y las administraciones territoriales:

Ahora que se abre el debate sobre el Plan de Desarrollo en Colombia, el presidente Iván Duque tiene un gran escenario para mostrar su don de mando y su capacidad de aglutinación en torno a propósitos transformadores. El presidente tiene la oportunidad de emprender razonablemente las rectificaciones que conduzcan al mejoramiento del ciclo de posconflicto, las cuales deben correr a la sombra de la materialización de los compromisos superiores de los acuerdos y no contra ellos. Algunos de sus partidarios arremeten contra todo lo actuado y pretenden un gobierno destructor, no reformador ni unificador.

El Plan de Desarrollo debe ser el eje de un gran empeño en pro de la formalización, no el mandoble contra la informalidad. Necesitamos sumar a la base de propietarios antes que perseguir a los informales sin discernir sobre las causas que inhiben su formalización. Las políticas del último lustro en Brasil son una buena referencia.

Las políticas de asimilación e integración de los migrantes venezolanos han de volcarse al ámbito municipal y dirigirse por igual a las mujeres, los jóvenes y la niñez colombianos y venezolanos. La vigilancia de la competencia irregular por bajos salarios es urgente, el desplazamiento de trabajadores nacionales estimula la xenofobia y los conflictos.

La progresiva actualización catastral rural no puede detenerse. En cambio, la tasa incremental de los avalúos en grandes ciudades está golpeando a las clases medias y va a desestimular la cadena de la construcción y el empleo juvenil urbano.

La lucha por la recuperación de la ética social no puede manejarse como un slogan ni caer en manos de los oportunistas que deambulan vociferando con su proclama de superioridad moral. Lo ha dicho con propiedad el papa Francisco al hablar del moralismo elemental…el engaño, la calumnia, el egoísmo y tantas formas sutiles de autorreferencialidad. Y en ello la consistencia del gobierno es determinante. La actuación del estado debe ser nítida y no puede permitir la existencia de cuartos traseros para la distribución de mermelada.

La revisión y actualización de la Ley Mipyme, cuyos incentivos fueron desmantelados, es vital. El pronto pago y la eliminación de la letra menuda en los contratos, así como el fin de las renovaciones amarradas o compulsivas, están a la orden del día. Y el presidente debe mostrar su liderazgo. Concertar no es temer al ejercicio sobrio de la autoridad democrática. La batería de instrumentos de promoción y fomento de economías con Pymes insertas y exportadoras tipo Taiwán es un ejemplo práctico y válido.

La internacionalización debe ser pragmática, con buen piso técnico y gran discernimiento. Hay que concretar los acuerdos de inversiones en negociación o perfeccionamiento y recuperar el principio del beneficio recíproco en las relaciones bilaterales. El reconocimiento de la interdependencia y la reciprocidad son las claves de la partitura competitiva internacional. Desde luego, la mejor política internacional es la que cuenta con una gran política industrial activa para la economía abierta a los acordes de la economía social de mercado. No se trata de buscar denominaciones sugestivas para hacer más de lo mismo. El mandato es construir la base para una nueva fase de industrialización con desarrollo tecnológico, innovación social y productiva, sostenibilidad y articulación productiva en minicadenas, cadenas, corredores nacionales e internacionales, logística competitiva, emprendimiento de mérito mediante el uso de ventajas territoriales y articulación entre servicios, industrias locales, comercio, turismo e industrias culturales.

El presidente Duque y los nuevos mandatarios latinoamericanos están urgidos de apoyo ciudadano. Empero, necesitan granjeárselo. Y en el caso colombiano, el mandatario tiene de donde, incluso siguiendo la línea de sus propios logros, tales como el acuerdo con el movimiento por la defensa de la educación, la creación del ministerio de ciencia y tecnología, la definición concertada del salario mínimo, el planteamiento de la economía naranja como una nueva arteria. El mandatario se juega su suerte en lograr el apoyo de las clases medias, evitando con hechos, que lo cataloguen como su persecutor.

Brasil en su laberinto

l respaldo a la Selección Colombia, verdadero aglutinante social durante este período de nuestra historia, nos ha traído hasta la región nordestina de Bahía para acompañar una sobresaliente presentación del combinado nacional y poder tomar el pulso a la realidad política, económica y social de este hermano gigante, el cual, como todos los colosos, acusa problemas de motricidad y orientación en el corto plazo – pies de barro, macrocefalia burocrática, demagogia laboral, costoso aparato estatal, lumpenización, profundas brechas entre regiones, gran desigualdad- y para no desafiar el decadente perfil de muchas naciones y de América Latina en particular- corrupción y polarización. La ventaja de los titanes, si así puede llamársele, es que sus problemas lucen pequeños en proporción al organismo ciclópeo y a su dotación de recursos y factores vitales para el mundo: el Amazonas con la quinta parte del agua dulce de la tierra, la selva y su condición de fiel de la balanza y de la sostenibilidad, mayor productor y/o exportador global de once productos agropecuarios, un mercado interno de 215 millones, una base industrial de gran escala aunque no siempre competitiva pero, en todo caso, promisoria en el mediano plazo, y una población diversa que en su hora recibió corrientes migratorias, verdaderos vectores de una diversidad creativa y fecunda.

Estamos en Bahía concediendo plena razón a quienes afirman que no conocer este estado es renunciar al entendimiento de Brasil como totalidad. San Salvador de la Bahía de todos los Santos, primera capital de Brasil, epicentro de un estado cuya extensión representa más de la mitad de Colombia entera. La metrópoli frente a la gran bahía, la segunda del mundo, está poblada por algo más de cuatro millones de soteropolitanos, hermoso gentilicio, 70% de afrodescendientes que disfrutan de una moderna infraestructura, una buena batería de bienes públicos y sufren el déficit habitacional que produce y multiplica las favelas, esa oprobiosa aglutinación de desposeídos, ocupantes ilegales y urbanizadores piratas. Es sin duda un bello escenario natural donde se ha levantado una ciudad caracterizada por un denominador, el contraste. Bahía es la cuna de extraordinarias personalidades como Jorge Amado y Castro Alves, Astrud Gilberto y Gilberto Gil, Dida y Bebeto. Es también gran centro petroquímico, agrícola, turístico, automotor y de agronegocios.

La historia de Brasil es extensa y compleja, es diferente de la del resto de América si bien discurre durante algunos ciclos en dimensiones paralelas. No es sano pretender explicar Brasil a través de comprimidos o de resúmenes estereotipados. Conquista y colonia, esclavitud, implantación monárquica, independencia con mediación británica y una compleja gestación republicana hacen del recorrido hasta avanzado el Siglo XIX, un camino sinuoso que continuaría en el trasiego hacia esos estados de dimensión continental que han transformado apenas parcialmente la realidad de una nación muy rica con una sociedad cargada de pobres, carente de cohesión y plena de candilejas encendidas por individuos de gran trascendencia mas no por una evolución que supere las lacras del clasismo, el racismo y la discriminación en todos los órdenes. En efecto, las aguas de colores diferentes que corren por el Amazonas a lo largo de leguas como sin mezclarse, parecen reflejarse en un país donde la democracia oligárquica fracasó en tiempos modernos, pese a los testimonios de educadores como Freire o de contribuciones como las de Celso Furtado y Getulio Vargas, del desarrollismo económico o del urbanismo de Oscar Niemeyer o Lucio Costa que no fueron dique para la corrupta decrepitud de la política tradicional, como tampoco podía serlo la dictadura, ni la llamada democracia racial. Todo ello abrió paso al ascenso de Lula, el líder obrero de los metalúrgicos y su PT. Y el mundo se ilusionó. La lucha por la vivienda, la “Bolsa Familia” contra el hambre, café, oro, azúcar, acero y la perspectiva industrial en escala coronada con la visibilidad para Brasil en las cumbres sociales, daban razones para creer en ese país que tantas veces nos había prometido futuro. Y apostamos, arrobados entre el ingreso a los Brics, las grandes sedes de torneos mundiales y las melodías eternas de Vinicius y Caetano.

Pero no fue así, llegaron la incuria, los abusos, el resentimiento como instigador social, y el cáncer de la corrupción que se encargó de la pésima asignación de prioridades y produjo la metástasis continental de Odebrecht y la lumpenización de latinoamérica. Entonces vino el ciclo de criminalización de la política, aviones derribados, asesinatos, intervención y amafiamiento de la justicia. Y en ese contexto, apareció el neopopulismo de la otra extrema, uno de esos liderazgos redentoristas lleno de ideas ambiente para la galería y con una puñaleta entre las carnes. Bolsonaro es elemental pero tiene un bono cuyo crédito aún puede capitalizar o dilapidar. Obtuvo 57 millones de votos y cuenta con el respaldo amplio del sector empresarial y de una sociedad que le perdonará flaquezas a cambio de oportunidades y, sobre todo, de derrotar la inseguridad que tiene a la gente encerrada en su vivienda y ante la cual, otras capitales del subcontinente, con sus pandilleros en manadas, lucen más tranquilas. Ahí está Brasil en su laberinto, dudando de sí mismo, entre una izquierda agotada y un neopopulismo en erosión. Fue Don José Bergamín, ese amigo íntimo de Unamuno que pasó buena parte de su vida tratando de conciliar catolicismo y comunismo, “con los comunistas hasta la muerte, pero ni un paso más” diría, quien intentó ir un poco más lejos reflexionando sobre el laberinto: “El que solo busca la salida, no entiende el laberinto, y aunque la encuentre, saldrá sin haberlo entendido”. Qué ha de tener claro Colombia en su política exterior, lo dicho, es imposible cambiar el rumbo de Latinoamérica sin una gran alianza con Brasil, es imposible dar el salto internacional de magnitud que necesitamos, sin una fuerte política bilateral con Brasil, robusta, innovadora, potente, orientada a grandes logros.

Nota del autor: Este texto fue escrito en Julio de 2019. Es preciso señalar que el demencial manejo dado por el Presidente Bolsonaro al Covid 19 ha derrumbado el respaldo presidencial y comprometerá la gobernabilidad.

La reincidencia Argentina

Se repiten los síntomas, también los errores en políticas públicas y la anacrónica e inútil oscilación entre los paradigmas neoliberal y neokeynesiano

ras treinta años he regresado a Open Door, localidad cercana a Luján en la Provincia de Buenos Aires. Allí, en la Región Pampeana, nació, a comienzos del siglo xx, la Colonia Nacional Neuropsiquiátrica Domingo Cabred que, con su sistema terapeútico de “Puertas Abiertas”, dio el nombre al municipio. Un conjunto de palacetes en medio del bosque, albergue de pacientes con enfermedad mental. Los campos vecinos divididos en lotes facilitaron a las gentes ricas de la capital instalar bellas quintas de recreo y, durante las últimas décadas, múltiples urbanizaciones consolidaron esta villa próxima al Santuario Nacional de la Virgen de Luján y a los centros reconocidos a cargo de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios dando lugar a lo que en lenguaje moderno llamamos un “cluster” de la salud mental y del turismo religioso.

Allí conocí pacientes de muy variados orígenes sociales, gentes de familias humildes con toda suerte de padecimientos así como también personas de familias acomodadas o descendientes de exitosos inmigrantes europeos que amasaron fortunas dentro del ciclo de prosperidad incomparable que arrancó en 1862 con La República, prosiguió con la denominada era aluvial, una heterogénea creciente migratoria, innovadora y fecunda, la cual dio paso a la República Liberal (1880-1916), a la República Radical (1916-1930) y finalmente a la República Conservadora (1930-1943). No exentos de contradicciones y sesgos, estos ciclos políticos representaron avances notables y allanaron espacios para la aparición de remedos aristocráticos, oligarquías emergentes, clases medias urbanas, ciudades de corte europeo y una capital de clase mundial, Buenos Aires.

Argentina no ha sido un gran modelo de distribución, la Era Aluvial acentuó la diferencia entre las regiones interiores y las regiones litorales. Los campos se poblaron de chacareros pero el mayor crecimiento se registró en ciudades con el estilo de civilización que proyectaba París. La clase dirigente criolla comenzó a considerarse una aristocracia acrecentando los privilegios que la prosperidad le generaba sin mayor esfuerzo. Despreció incluso al humilde inmigrante que venía de los países pobres de Europa, vivía de otra forma e interpelaba la tradición nativa. Argentina, con inteligencia, fue neutral en las dos grandes guerras y eso le permitió desarrollar una industria de relevo, una burguesía nacional con capacidad emprendedora aunque no totalmente compacta. Llegada la paz, el capital europeo recuperó espacios y Argentina pagó tributo con sus conmociones internas, pero, a la vez, descubrió el potencial de nuevos recursos: petróleo, carbón, hierro, modernizó su ganadería y las curtiembres, las industrias vinícolas, los textiles, las manufacturas del cuero y la indumentaria, y, lo más importante, desarrolló un aparato educativo técnico y superior de gran mérito. El país modificó su escenario político. Conservadorismo y radicalismo fueron protagonistas. El primero representando a los poseedores de tierras. El segundo a las clases medias en ascenso deseosas de ingresar a los círculos de poder.

Esos ochenta años de acumulación, universidades, academias, sociedades científicas, incidieron en la transformación productiva y forjaron una pléyade de grandes figuras: José Ingenieros, Miguel Lillo, Alejandro Korn, Lino Spilimbergo, Leopoldo Lugones y aún el joven Jorge Luis Borges (1899). Esas ocho décadas inscriben a Argentina en el mundo y a Buenos Aires como la gran ciudad europea en América. Como lo recordó hace poco Mario Vargas Llosa al manifestar que el “Si llora por Argentina”, esta nación fue la primera del mundo en erradicar el analfabetismo al tiempo que su capital inauguraba la línea matriz del metro en 1913. Los períodos posteriores configuran una secuencia más agria que dulce a la cual hay que abonar mejoras sociales especialmente para la clase obrera y una generosa función pública hasta el exceso. Su caracterización y balance no han culminado. El historiador José Luis Romero la resume así: República de masas (1943-1955), República en crisis (1955-1973) y el ciclo repetido de inestabilidad política, dictadura, corrupción e inviabilidad económica cuyo final aún desconocemos .

Cuando visité por primera vez el Sanatorio de Open Door, conocí a Simona, una mujer alcoholizada, asesora de señoras de sociedad como instructora y “coach” de bridge, hasta quedar en estado de intoxicación irreversible. Ahora la encontré muy entrada en años. Me recibió llamándome por mi nombre con gran “memoria arcaica”, me dio un fuerte abrazo y exclamó: “Sabes, estamos idénticos y Argentina no ha cambiado casi nada, apenas ha empeorado, sigue en el fango de los discursos políticos, la polarización y la corrupción. A mí por lo menos me modificaron la medicación, me dan una dosis etílica de sobrevivencia que tal vez tu puedas mejorarme en este comienzo de año”.

La declaración de Simona parecía una síntesis dolorosa y certera. Me dí entonces a la tarea de revisar las cifras de las últimas dos décadas: Argentina vivió bajo ley de emergencia durante 16 de los últimos 18 años, cerrando el último año completo con su tercer “difault” del siglo, registra una devaluación del 100% y una inflación arriba del 50% en 2019. Con un déficit fiscal en más de 50 de los últimos sesenta años, afornta nuevas dificultades para servir la deuda y una fuga de capitales de US27mil millones entre enero y noviembre pasados. No solo se repiten los síntomas también los errores en políticas públicas recayendo una y otra vez en la inútil oscilación entre las prédicas neoliberal y neokeynesiana, matizada con medidas de moda pregonadas por los multilaterales: un nuevo cepo cambiario, impuestos a la compra de dólares, devoluciones de IVA a sectores vulnerables y la sucesión entre devaluación abierta o disimulada y una inflación galopante como efecto del traslado del componente importado al precio de los bienes. Simona tiene razón. Ahora, estrenando gobierno, con un Presidente joven y una Vicepresidenta con anclaje en el pretérito, viene la pregunta: Porqué Argentina, país que lo tiene todo, repite los errores sistemáticamente, como si viviera en modo “deja vu” en palabras de Tomás Carrió o, como lo resume el hombre porteño de la calle, el que encuentras en el boliche, en “La Biela” o en el café “Tortoni”, un país en el que si uno viaja 20 días y vuelve, parece que todo cambió, pero si uno viaja 20 años y vuelve, parece que nada ha cambiado. Ahora administramos nuestras expectativas para observar si Alberto Fernández tiene respuestas propias o es apenas una síntesis de sus antecesores. No obstante, tal como sucede respecto a Brasil, con independencia de los anacrónicos discursos políticos, no nos está permitido pensar en el futuro de América del Sur sin contar con Argentina, ese pedazo del cielo al que Dios colmó de todos los dones, exceptuando aquel que evita la condición casi esquizoide del paciente al cual la vida pareciera habérsele detenido en un instante traumático que el repite hasta el fin de sus días.

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