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PRESENTE POST MORTEM DEL CINE DE LUCHADORES

José Xavier Návar

La llegada del color (la mayoría de las veces deslavado), la repetición del mismo soundtrack (con torturante música de organito Lily Ledy, xilófonos alternativos, cuando no monótono jazz de bar, que nunca terminaba) y la aparición de una nueva fauna de enmascarados, que no tendrán el peso ni la estatura de la vida y hazañas del Santo (que libra su última batalla cinematográfica en 1981 contra la temperamental y voluptuosa Grace Renat, en la dupla de acción y humor involuntario La furia de los karatecas y El puño de la muerte), son los síntomas con que entra al quirófano el cine de luchadores, herido de muerte por agotamiento en los tempranos años setenta.

El uso y abuso de las fórmulas del género que no son “acción, acción y más acción” –como alguna vez diría el Enmascarado de Plata–, sino delirio, humor involuntario, ingenuidad y ramplonería a granel –con barniz de aventura, thrillers cándidos (cuando no fantásticos) e interminables combates luchísticos– hacen que el genuino invento mexicano de fama internacional, luego de salir del hospital, se mueva durante las tres décadas siguientes como un Frankenstein de laboratorio; es decir, dando tumbos entre la repetición y el reciclaje de lo mismo con la sola excepción de La leyenda de una máscara (1989), de José Buil, autor también del irreverente, crítico y divertido mediometraje paródico Adiós adiós ídolo mío (1982), con el que por poco le aplica la de “A caballo”, el original Rodolfo Guzmán Huerta, porque “sabes qué manito, ya me dijeron que me sacaste gordo”.

Surgido en el 52 con El luchador fenómeno, Huracán Ramírez, La bestia magnífica y El Enmascarado de Plata (aunque con antecedentes formales en 1938 con Padre de más de cuatro, de Roberto Oquigley), el cine de luchadores da el primer signo de alarma en 1968, cuando Santo, El Enmascarado de Plata se enfrenta al Campeón del Humorismo Blanco, Gaspar Henaine en Santo contra Capulina. Después en los setenta ni Los Campeones Justicieros (un fraudulento Médico Asesino, la original Sombra Vengadora, Mil Máscaras y Tinieblas, comandados por el original Blue Demon), lo pueden salvar. Mientras tanto, El Santo sigue combatiendo contra nuevos peligros del más allá y el más acá, poniendo en su lugar a hijas mexicanas de Frankenstein, asesinos de otros mundos raros, momias guanajuatenses, bestias del terror, lobas de diferentes razas, terrores fronterizos, secuestradores, mafiosos, mujeres vampiro recicladas en horror-color y, haciendo pareja con el boxeador Mantequilla Nápoles, protagoniza hasta una venganza contra La Llorona... Cuando no se da abasto haciéndole casi su trabajo a la Interpol, al fbi o a la Policía (per)Judicial, acepta aliados de segundo crédito en la pantalla como Blue Demon, el único que en la vida (i)real lo derrotó en el ring siempre que quiso, en mano a mano (de ahí –para que aprenda– siempre el segundo crédito en sus películas).

La primera gran camada del cine de luchadores: Huracán Ramírez (Daniel García), El Médico Asesino (Cesáreo Manrique) surgidos del pancracio (descontando a El Santo, que es punto y aparte en el Cine de Luchadores, aunque seguido muy de cerca por Blue Demon y Mil Máscaras), así como los creados ex profeso para el cine como La Sombra Vengadora (Fernando Osés), El Vampiro, de Ladrón de cadáveres (interpretado Wolf Ruvinskis), El Señor Tormenta (que primero es Eric del Castillo y luego Julio Aldama y apechugando por ambos en el cuadrilátero el luchador Ray Mendoza, papá de la dinastía de los todavía vigentes Villanos). Así las cosas, Neutrón, El Enmascarado Negro (es Wolf again), El Ángel (un Crox Alvarado de doble personalidad, porque también era El Pinacate en La Maldición de la momia azteca, hasta que el Dr. Krup lo desenmascara para quitarle lo sabroso). El Tigre Universitario, del serial de Chano Urueta, Los Tigres del Ring, se repartirá el crédito inventado por el cine –a lo largo de sus doce episodios– entre Crox Alvarado y Rodolfo Landa; e incluso el villano Dr. Caronte (uno de los pocos personajes que nunca luchan en un ring, personificado por el actor Armando Silvestre) desaparecen a tiempo y sin quemarse a colores.


“¡Que no soy chofer del Avispón Verde!” Ruvinskis encarnando a un personaje vital del género: Neutrón. El Enmascarado Negro.


Una muestra de los méritos fotográficos del serial de Neutrón, obra de Fernando Colín, cinefotógrafo de muchos títulos del género.

Un poco antes, otros inventos del cine como La Sombra Blanca (Félix González), Ángel (Karloff Lagarde) y Satán (René Copetes Guajardo), en un desesperado intento por forjar ídolos en el celuloide, pasan de largo con más pena que gloria. La cotización de máscaras nuevas, elemento primordial de los justicieros del género, sufre una devaluación considerable a partir de los años setenta. Una cadena de luchadores enmascarados fracasa, mientras que la capucha plateada de El Santo sigue siendo la única que deja dividendos y da trabajo a la industria fílmica mexicana, como ninguna (Rodolfo Guzmán Huerta fue tan querido dentro de la industria del cine gracias a que no sólo le dio trabajo a muchos, sino que en tiempos de crisis hasta sostuvo una buena parte del cine mexicano con sus películas).

En este sentido hay que obviar a Los Leones del Ring, Los Jaguares (no confundir con el grupo del chamán Saúl Hernández) y El Enmascarado de Oro (Jorge Rivero, estrella de la cinta El Asesino Invisible) de entre todos los que se vuelven relevos australianos intrascendentes.

Cuando las fuerzas del mal parecen no dar ya de sí, sobre todo cuando ya no se le puede sacar partido a las exprimidas familias de Frankenstein y Drácula; cuando el elemento extraterrestre, doblegado por topes supersónicos, candados asesinos y patadas voladoras, huye rápidamente en sus naves para alejarse de la Tierra (y del Santo y Blue Demon); cuando los hombres lobo y las lobas se convierten en razas cinematográficas en peligro de extinción y las momias mexicanas ya no pueden más por excederse en el kilometraje, el plateado libra su mejor batalla internacional en Santo contra el Dr. Muerte (1973), de la que diría el propio Santo: “Ésa es mi mejor película: hubo producción y dinero, no como cuando filmaba en Haití, con tres pesos.” Mientras tanto el género busca una salida desesperada y nuevos argumentos para las mismas máscaras, en un relevo que casi se antoja imposible.

El melodrama casi lacrimógeno llega al relevo en Una rosa sobre el ring (1972), en donde los luchadores son además de humillados, enfrentados entre sí en luchas mortales por empresarios sin escrúpulos. Ese mismo año Huracán Ramírez (hijo) hace alianza con una vulcanizada monja negra; Superzán llega del espacio y ni Jaime Maussán lo toma en serio. Los Leones del Ring (Jorge Rivero y Rogelio Garza) rugen, pero no muerden, y hasta la cosa nostra se ríe de ellos mientras que, no precisamente enmascarados sino justicieros alternativos al cine de luchadores, un chicano justiciero y el hijo de Alma Grande quieren aunque sea las migajas del género.

En 1977 el Cine de Luchadores por poco y recibe el tiro de gracia cuando al director Gilberto Martínez Solares se le ocurre desaparecer nada menos que a Santo, Blue Demon y Mil Máscaras en Misterio en las Bermudas y, de hecho, ¡los desaparece! y, como para que no haya la menor duda de la suerte de estos tres héroes, nos muestra una explosión nuclear que parece la responsable de que se los haya cargado –metafóricamente– el payaso (y no precisamente Coco Rojo, que por entonces ni existía). Dos años después de la desaparición de El Santo y aliados en las Bermudas, éste aparece, y más que en una aventura fronteriza (Santo contra el terror de la frontera), lo hace en casi un musical, porque ya mero y Gerardo Reyes y Carmen del Valle, de tanto cantar, lo sacan por cuerdas. Lo mismo le pasa en Santo contra el asesino de la televisión, donde son más las canciones que lo que le gustaba a Rudy Guzmán: “¡Acción!, ¡Acción! y más ¡Acción!”, no importando que no hubiera primero “¡Cámara!”.

En 1981 dos poderosísimas razones esgrimidas por Grace Renat retiran al Santo de las películas, más que los golpes de karate que le propinan en La furia de los karatecas (o El puño de la muerte).

Más tarde, en 1988, el Mil Máscaras, que actúa como idem en La verdad de la lucha, lleva las cosas al extremo actuando ¡con y sin máscara! (lo mismo que su hermano, Dos Caras) en está cinta “de denuncia”, La verdad de la lucha, en la que un malévolo Noé Murayama personifica al empresario transa y gandalla que explota sin empate y sin indulto al gremio de luchadores, orillándolo a la muerte. La cinta, dirigida por Fernando Durán con argumento del Dragón I (Mil Máscaras) y Carlos Valdemar, congrega la mayor cantidad de luchadores: Herodes, Enrique Vera, Scorpio, Pirata Morgan, Baby Face... y máscaras que individualmente nunca hicieron nada en el cine de luchadores como Fishman, Solar, Villano III y un Canek que tan sólo figura en la filmografía del género por su actuación en El Mofles II.

En la película Chanoc y El Hijo del Santo contra los vampiros asesinos (1981), el original Santo, el Enmascarado de Plata, le da la alternativa a su hijo. El relevo generacional se convierte dos años después en El Hijo del Santo en la frontera sin ley, que se exhibe con más pena que gloria. Octagón y Atlantis en la revancha (1991), que a pesar de llevar en los roles estelares a dos de las más cotizadas máscaras del pancracio de ese momento no tuvo éxito a la hora de la verdad en la taquilla, como suerte de último grito, relevo generacional e invento de la tecnología: el Beta, seguido del vhs.


En una esquina Wolf Ruvinskis, el hombre que fracturó a El Santo (es neta); y en la otra Jesús Murciélago Velázquez, quien fue el primer enmascarado mexicano.

Para colmo, el “Osama Bin Laden de la critica mexicana de cine” Jorge Ayala Blanco le aplicó (a propósito de la merendada que le da a la película La llave mortal, Francisco Guerrero, 1990) tremenda plancha al género en su libro La eficacia del cine mexicano (Editorial Grijalbo, 1994), donde no baja a los luchadores de “múeganos” al afirmar que: “el originalísimo cine de luchadores murió de inanición imaginativa y de congestionado desaire masivo, hace aproximadamente una década. Sin duda, fue el género dominante en nuestro cine popular durante más de un cuarto de siglo, el de mayor inventiva cándida, el de mayor indigencia expresiva y mayor arraigo espontáneo. Ya cumplió, ya rindió, completó su ciclo y ya está fechado (1952-1981)”. Con esto, Ayala le aplicaba un golpe bajo a manera de epitafio; sin embargo el cine luchadores no murió ahí.

Es el momento –debió pensar el Santito– de revivir la leyenda de su señor padre, fenómeno irrepetible de la lucha, las historietas lanzadas por José G. Cruz y el cine, cuando hizo Santo: La leyenda del Enmascarado de Plata: El Hijo del Santo (1992), que produjo la esposa de este último, Gabriela Obregón, con distribución de Videocine. El resultado fue de pena ajena (sin considerar los éxitos de la taquilla y las ventas en video) con la dirección y un blandengue guión de Gilberto de Anda (si hubiera dirigido alguien conocedor del género como Pepe Buil otro hubiera sido el resultado, y a lo mejor, al menos cinematográficamente hablando, la carrera del vástago y mercadólogo del plateado hubiera tomado un rumbo más idóneo que el que acabó tomando.

En 1999 mientras el filme Santitos (de Alejandro Springal), evoca al pancracio desde la máscara y el llaveo practicado por Alberto Estrella, La Semana de Cine Fantástico y de Terror de San Sebastián (España) tiene el dudoso honor de presentar el padrísimo fanzine 2000 Maniacos, que en su número 22 abre las puertas del infierno para ofrecer a los adictos al cine de luchadores y sus figuras mitológicas “Un espeluznante, chascarrilloso y chingón… especial México superloco y cabrón.” El menú de cantina freak dirigido por Manuel Valencia (con diseños y maqueta de Álex Cinéfilo) abre con los terrores mexicanos de Guillermo del Toro, de cuyo psicotrónico personal azteca se desprenden en superlibre: La Llorona, Juan Bustillo Oro (El fantasma del convento), Fu-Manchú, Fernando Méndez (Ladrón de cadáveres), El Santo, La Momia Azteca, Blue Demon, Rafael Baledón (El hombre y el monstruo), Rogelio A. González (El esqueleto de la señora Morales), Roberto Gavaldón (Macario), Benito Alazraki (Muñecos infernales), Miguel Morayta (La invasión de los vampiros), Chano Urueta (de cuya filmografía menciona El espejo de la bruja y El barón del terror, olvidándose –¿Qué pasó Memito?– de Los Tigres del Ring, e ¡imperdonable! el serial de El jinete sin cabeza), Carlos Enrique Taboada (completo), Claudio Brook (hasta su filme Cronos) y uno de los más prolíficos –si no el que más– directores de cine de luchadores: René Cardona. Un epílogo psicotrónico incluye al mismísimo Kalimán.


Nadie conecta un derechazo limpio en zafarrancho donde La Sombra Vengadora parece interceptar un cargamento de fayuca.

El mismo número se convierte en confidente del lector en un abezetadario de un “México lindo y superloco” firmado por Carmen Eliza Gómez y Pablo Herrantz, que recorren algunos hitos imprescindibles llamándolos por su nombre de pila, y no por el personaje (Blue Demon, Mil Máscaras…), de los que sólo no se mencionan, entre cerca de los 50 más fantásticos y psicotrónicos, los ya citados por Del Toro. Más adelante, dentro de las “Diez razones para ser abducido por El Fantástico Mexicano”, dentro del guacamole remix, la número siete está dedicada al Cine de luchadores (como un producto típicamente mexicano). “No son súper héroes, pero como sí lo fueran. Practican lucha libre profesionalmente y combaten al crimen al mismo tiempo –eso sí– no se quitan la máscara ni para dormir.”

Con una llamada de atención que dice: ¡Cocinados en México, vienen muy picantes! ¡Trágatelos todos cabrón! se pasa a los Frijoles Tóxicos, de los que son cosecha especial La Sombra Vengadora, Los autómatas de la muerte (de la serie de Neutrón), Santo contra los zombies, El rey del crimen, Blue Demon contra el poder sátanico y Santo contra la magia negra.


Julio Aldama como César Mora en el díptico de El Señor Tormenta. Con él varios ases del ensogado como Rey Mendoza, Sugi Sito, Juan Garza y El Murciélago Velázquez. “¿Qué me ves, güerita?”

Eduardo de la Vega Alfaro, biógrafo de Fernando Méndez, firma “De vampiros y otras criaturas de la noche”, con las cinco del etiquetado “Maestro del cine de horror tex-mex”, de las cuales se rescata para documentar el pancracio, Ladrón de cadáveres. Pablo Herranz –tequila de por medio– hace que el estadounidense Brian Moran (editor de Santo Street) suelte la sin hueso (como en las películas de Juan Orol) y diga todo lo que sabe del loco mundo de los luchadores mexicanos en el artículo “I Love Wrestling Women and Aztec Mummies”.

Tecnología mediante, el cine de luchadores ha transitado del ring al video y de éste al dvd, de ahí que en un especial de este tipo no pudiera faltar un recuento del género firmado por el que esto escribe como “Hostias en el cuadrilátero”, mientras que Mauricio José Shwartz explora una perspectiva psicológica de los luchadores mexicanos de Santo a Súper Barrio en “La insólita leyenda de una máscara”. Por supuesto, tampoco falta el encuentro de 2000 Maniacos contra El Santo –el luchador más cool– a cara descubierta que sostiene un mano a mano con Rubén Sano (Larga vida al rey de los mamporros), que se incluye completo en este libro. Finalmente, entre otras toxicidades (La invasión de las mujeres mex-atómicas, 10 Claves para ser chica Santo, Novias de Quetzalcóatl y Lupitas atómicas, se llega al final con El México a colores y su fantafabuloso mundo de posters de la más grande colección existente, desde Arlington, Texas, donde vive Rogelio Agrasánchez (su dueño) para el mundo, al margen de citas con guacamole, webs con frijoles radioactivos y una bibliografía con chiles de nuestro mad Mex.

Tienen que pasar ocho años para que El Hijo del Santo haga un nuevo intento para revivir el cine de luchadores con la película Santo El Enmascarado de Plata: Infraterrestre, de Alfredo Molinar, que según César Huerta reportó en su momento, la trama “gira en torno a una serie de secuestros misteriosos que obliga a la Dirección General de Seguridad Nacional a buscar la ayuda del Santo” (imaginamos que los busca en los Mausoleos del Ángel, donde reposan sus sagrados restos, porque el único y auténtico Santo murió en 1984...) Los de Seguridad Nacional se preguntan ¿El Santo?, y ellos mismos se responden: ¡Pero si Guzmán Huerta se fue en el 84!; se dan cuenta de su error y corrigen, recurriendo a su hijo para detener al villano de la cinta, Durango Sarmiento, interpretado por Luis Felipe Tovar en el papel de falso policía y líder de las minoritarias fuerzas invasoras (entre las que figura Blue Panther, de pena ajena) que, de haber vuelto a interpretar en esta cinta al comandante Elvis Quijano (el de Todo el poder), el Santito con todo y que su bmw vuela en medio de churriguerescos efectos especiales, no se la hubiera acabado.

Al empezar el nuevo milenio, y ya sin el original Enmascarado de Plata (Rodolfo Guzmán Huerta), no falta quien se ponga la máscara plateada, sin importar demandas y juicios. Así, en el 2001 Jeff Moffet se convierte en el –por única vez– nuevo Enmascarado de Plata de (sobre)peso completo en un film de Lee Gordon Demarbre. Su misión: investigar la desaparición de las lesbianas en el mundo, y no dejar que una raza de vampiros comercialice con ellas un filtro solar para que dejen la vida loca nocturna.

Entre 2002 y 2004 el Cine de Luchadores reposa plácidamente en el panteón del olvido. Las pocas películas que lo evocan responden más a la nostalgia por las viejas y divertidas cintas kitsch viradas al camp que están pasando lentamente del video al dvd, más que por intentos dignos o, por lo menos, interesantes por revivirlo. Ni Matando cabos, ni Nacho libre, la verdad, hacen mucho por el que tuviera en el arranque de los cincuenta su mejor época. Sin embargo, cual inesperado tope supersónico la fracción gay sale del clóset y se sube al ring con dos verdaderas curiosidades inscritas en el género del cine de luchadores (pero en su acepción xxx): La putiza y su secuela, La verganza, que resuenan y van resonando hasta los más recónditos estertores del culto en dvd.

Los intentos casi undergrounds (una nueva película de El Hijo de El Señor Tormenta: Sangre en la arena, filmada en 2006 en Guadalajara por los hijos de Julio Aldama con muchos ases del pancracio, que funciona a manera de homenaje al viejo Cine de Luchadores) se quedan solamente en el electroshock para revivir al muerto. Sin embargo sigue latente su fenómeno, a tal grado que Discovery Channel viene a filmar –dos años antes de la tormentosa nueva película sobre Tormenta (Jr.)– al D.F. un documental, que pasa regularmente en Discovery Civilization, sobre el Cine de Luchadores y su figura más representativa: El Santo.

Sin embargo, como cada vez es más difícil acceder a la pantalla grande y por ende al cine, el género, cual vampiro al que le remueven la estaca, se comienza a mover en el terreno de lo digital con unos dvd que si bien no salen completamente del underground, sí por lo menos se hacen notar en la transición del videohome al dvd. Cintas como El Charro de Tacubaya (que rescata a la que fuera Reina del Fantástico Mexicano, Lorena Velásquez, y a mi querido Fiscal de Hierro, don Fernando Almada), El campeón y sus amigos y El luchador implacable, protagonizadas por Dos Caras Jr., y un reciente documental hispano: Tres caídas, de Nacho Cabana, hacen cruzar los dedos a los fanáticos. Atlantis, que ya ha cumplido un cuarto de siglo fajándose como los buenos arriba del ring, hace su modesta aportación al género con la película Atlantis al rescate, donde –aparte de aplicar la atlántida y otras llaves– hace labores ecológicas a favor de los delfines (que ya quisieran Maná, Jaguares y hasta ecologistas de ocasión y marketing de último segundo como el Santito), que lo acreditan con Greenpeace, aunque en Estados Unidos lo acusen de dumping comercial.

Asimismo aparece una saludable andanada de programas televisivos sobre cadáveres exquisitos de culto: El Murciélago Velázquez, El Cavernario Galindo (y esperemos que no tarden los de Wolf Ruvinskis, Crox Alvarado y Nathanael León Frankenstein), documentales sobre mitos y leyendas, Historias engarzadas (Santo) y programas como La historia detrás del mito (como el dedicado a Huracán Ramírez) de este cine que se mantiene vigente como la mesa de fanáticos que más aplaude en televisión abierta, lo mismo que por el canal De Película y por un mal necesario (el mercado bucanero) que lo clona en dvd porque tiene una tan inusitada como emocionante demanda; además de los artículos nostálgicos de puntual recordatorio de una época –“De dos a tres caídas: 35 años de Cine de Luchadores”, de Mauricio Matamoros, en Rolling Stone, núm. 53 de marzo de 2007– incluyendo hasta ficheros de Cine de la Lucha Libre Mexicana (“Los Expedientes Secretos del Cine de Luchadores” donde el habilidoso Killer Film, aplicando la ley del menor esfuerzo, casi da gato por liebre) mantienen vivas las esperanzas de un regreso digitalmente mejor, aunque no vendría nada mal rezar, cruzar los dedos y unas cuantas veladoras.

Los últimos rumores del género en Internet (You Tube mediante) son tan ambiguos como excéntricos y pirados: una Momia Azteca (que no es el original Popoca, sino a juzgar por sus facciones más bien parece un pariente teotihuacano de Eddie, la mascota de Iron Maiden), dizque con producción de Warner Brothers, y parafernalia conchera de danzantes del Zócalo, mantiene a raya con tremendo cuchillo ¿cebollero? de obsidiana a un Mil Máscaras encadenado en una película de pura finta fotográfica, mucho ruido y pocas nueces digitales, que ni se sube a la pantalla grande, ni se trepa al dvd. El multifaces ya en horas extra anda filmando otra (Mil Máscaras héroe, mezcla de acción viva con animación manga) en la que, corre el rumor, tendrá mil alfombras (incluida la negra del barrio bravo). Desde la tercera cuerda de la insistencia y producción Región 4, Julio Aldama (hijo) le apuesta su resto de ganas, buenas intenciones y producción hasta donde alcance a un enmascarado de perfil medio y discreto en la última (¿y ya de veras nos vamos?) película que queda registrada en el 2008: Máscara Sagrada vs la mafia del ring.

1 148,15 ₽
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9786070249174
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