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Читать книгу: «Santiago Ramón y Cajal», страница 4

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Particularmente tempranas fueron las contribuciones a la histología normal y patológica de Antonio Mendoza y Carlos Silóniz, dos andaluces formados originalmente en la tradición morfológica de los Colegios de Cirugía, que realizaron sus obras desde cátedras de la Facultad de Medicina de Barcelona.

El malagueño Antonio Mendoza Rueda (1811-1872) estudió medicina y cirugía en el Colegio de San Carlos de Madrid. Poco después de obtener el título, ingresó en el cuerpo de sanidad militar e hizo las campañas del País Vasco y de Cataluña durante los siete años de la primera guerra carlista. Terminada la contienda, se asentó en Barcelona, ciudad en la que residió el resto de su vida, siendo catedrático de anatomía quirúrgica de su Facultad de Medicina a partir de 1845. De mentalidad científica avanzada y rigurosa, conocía de modo muy directo las novedades europeas, gracias a sus viajes de estudio al extranjero y, sobre todo, merced a su excepcional preparación en idiomas. Además de las lenguas clásicas, sabía francés, inglés, alemán e italiano y, a pesar de su origen andaluz, hablaba y escribía correctamente en catalán. Impuso una docencia basada en la enseñanza clínica, frente al tono casi exclusivamente libresco de la docencia médica española de la época. Fue asimismo uno de los primeros que utilizaron y estudiaron en España la anestesia por inhalación. No obstante, el aspecto más sobresaliente de su labor fue incorporar la investigación y el trabajo de laboratorio como base de la patología y la clínica quirúrgicas. Se interesó, en especial, por la micrografía. Difundió las doctrinas histológicas e histopatológicas de Charles Robin y, más tarde, las de Rudolf Virchow. Introdujo como práctica habitual el examen microscópico de la sangre, las secreciones mucosas, el pus y el sedimento urinario, así como de las lesiones anatómicas, en especial de los tumores. Todos estos elementos se manifiestan ya plenamente en las cuatro partes de sus Estudios clínicos de cirujía (1850-1852), a pesar de la temprana fecha de publicación de este importante tratado. También aparecen en las memorias anuales que desde 1848 recogieron los casos más notables de su servicio hospitalario.62 Por ejemplo, inicia así un estudio sobre la inflamación:

El examen microscópico ha penetrado hasta su intimidad los fenómenos locales de la inflamación y los resultados de estas investigaciones no han proporcionado solamente pormenores curiosos y demostrativos del trabajo inflamatorio, también ofrecen las bases más positivas para establecer la teoría de este morboso estado. Para cerciorarse del modo real de acción de los capilares en la inflamación, se coloca bajo el microscopio una rana por el sitio correspondiente a su membrana interdigital, se la humedece con alcohol y, al cabo de pocos segundos, se puede observar que la sangre es movida en todos los vasos de la membrana con una rapidez extrema, siguiendo así mientras dure la aplicación del alcohol, y sin que al principio se manifieste ningún síntoma de inflamación; muy al contrario, los vasos vuélvense más pequeños y pálidos que antes del contacto del alcohol. Después de esta primera prueba, se somete al microscopio otra parte de la rana con signos evidentes de hallarse inflamada, y entonces obsérvanse los vasos considerablemente dilatados, y el movimiento de la sangre es en extremo débil. En varios puntos en que la inflamación es más intensa, la circulación enteramente cesa. Si se vierte alcohol sobre la membrana inflamada, la sangre comienza a moverse donde se halla estancada, el calibre de los vasos se angosta, la membrana pierde su color y los intersticios de los vasos se vuelven menos opacos a medida que se acelera el movimiento.63

Mendoza fue el principal promotor de El Compilador Médico (1865-1869), primera revista de la «medicina de laboratorio» en el ambiente barcelonés. En ella tuvo como colaboradores, entre otros, a Juan Giné Partagás y Bartolomé Robert Yarzábal, que realizaron la traducción castellana (1868) de la Cellularpathologie de Rudolf Virchow manejada por Cajal durante sus años de estudiante en Zaragoza.64

El gaditano Carlos Silóniz Ortiz (1815-1898) estudió en el Colegio de Cirugía de su ciudad natal y amplió después su formación científica con varias estancias en París entre 1840 y 1843. A comienzos de 1844 fijó su residencia en Barcelona, de cuya Facultad de Medicina fue profesor agregado y director de trabajos anatómicos hasta obtener en 1847 la cátedra de anatomía, que ocupó desde 1847 hasta su jubilación. En 1857, cuando ni siquiera Aureliano Maestre de San Juan había iniciado su labor de micrógrafo, publicó, como he adelantado, Del microscopio en su aplicación al diagnóstico, defensa de la indagación microscópica para aclarar numerosos problemas patológicos y clínicos, en especial la tuberculosis y los tumores malignos. Asocia una excelente información de las últimas novedades europeas con una amplia experiencia personal de microscopista. Sus párrafos iniciales son los siguientes:

La medicina, siguiendo a la física y la química en sus adelantos progresivos, es en gran parte deudora de estas ciencias de la exactitud y precisión que ha llegado a alcanzar en el presente siglo. Jamás, en ninguna época de la historia, se ha formado el diagnóstico de muchas enfermedades con la certeza que en el día; las de los pulmones y del corazón, las del aparato génito-urinario, del glandular, del circulatorio y de los centros y sistema nervioso. En todas partes ha penetrado el análisis químico y el análisis microscópico, en la sangre, las orinas, el moco, el pus, para deducir signos diagnósticos, y mucho es lo que se debe esperar de tales investigaciones, porque el ingenio humano ya en tan fecunda vía seguirá siempre adelante y no sabemos dónde hará su descanso … La anatomía patológica busca en las autopsias la razón de los fenómenos observados en vida; en los casos, numerosos, por desgracia, en que la muerte queda muda ante el escalpelo, el análisis microscópico viene en ayuda del diagnóstico, enseñándonos en los cuerpos elementos hasta ahora ignorados, sólidos de forma y propiedades diferentes, susceptibles de ser demostrados donde quiera que se hallen, por mínimas que sean las partes que deben someterse a examen.65

En la línea iniciada por Crisóstomo Martínez a finales del siglo XVII y proseguida por Andrés Piquer durante la Ilustración, no rehúye el problema de la desconfianza ante las observaciones microscópicas:

Y no se teman las ilusiones ópticas de que tanto mérito se hace para desvirtuar las operaciones microscópicas, pues con un buen instrumento es fácil adquirir el suficiente hábito para superarlas y, en lo general, las dudas entre los micrógrafos han versado más bien sobre la explicación que dan sobre la imagen percibida que de la misma imagen, la que es igual para todos. No negaremos, sin embargo, que la determinación precisa de los productos patológicos presenta a veces dificultades que ningún interés tenemos en ocultar.66

Silóniz volvió a París desde 1859 hasta 1862 y estuvo también varias veces en Londres para completar la preparación de sus Cursos de Anatomía Descriptiva y General (1869-1870). En ellos incorporó la embriología posterior a la obra de Ernst von Baer, junto a numerosos aspectos de la anatomía comparada predarwinista,67 e incluyó con portada propia un Tratado de Anatomía General, que fue el segundo compendio español de histología plenamente basado en la teoría celular después del publicado por José María Gómez Alamá tres años antes.68 Utilizó principalmente trabajos de autores alemanes, desde Schwann y Henle hasta Rudolph Albert von Kölliker y K. F. Theodor Krause, los dos histólogos con los que Cajal iniciaría más tarde su relación con la comunidad científica internacional. La segunda edición se publicó en 1871 y la parte de anatomía descriptiva fue reimpresa en 1894, acompañada de un breve Epítome de Embriología por Antonio Riera Villaret, entonces director de trabajos anatómicos en la Facultad de Medicina de Barcelona.69

Otro temprano núcleo de cultivadores de la histología celular fue el que iniciaron en la Facultad de Medicina de Valencia el anatomista Gómez Alamá y el cirujano Sánchez Quintanar.

José María Gómez Alamá (1815-1874) fue el principal responsable de la recuperación de la enseñanza anatómica durante la «etapa intermedia». Nacido en Valencia, estudió medicina en su Universidad, comenzando a interesarse por la anatomía en 1833, cuando la cursó con el catedrático Vicente Llobet, infatigable disector que había sufrido la represión absolutista. No fue algo momentáneo, ya que el resto de su vida estuvo dedicada exclusivamente a la enseñanza de la asignatura. En 1836 fue nombrado ayudante de disector y. tras varios años de profesor sustituto y agregado, consiguió en 1848 una de las dos cátedras anatómicas. Los principales méritos que le valieron este nombramiento fueron sus «brillantes y especiales servicios» que realizó en la propia Facultad, sobre todo un excelente museo o «gabinete» morfológico:

La mayor parte de las [preparaciones anatómicas] que se admiran en el mencionado gabinete son debidas a la laboriosidad y destreza del doctor don José Gómez… Este digno profesor, auxiliado por dos ayudantes, fue el que tomó la iniciativa en el asunto que se trata y llevó a cabo, en tiempo de vacaciones, su laboriosa empresa.70


José María Gómez Alamá. Contraportada de su Compendio (1867).

Como producto de su amplia experiencia docente, publicó al final de su vida dos ediciones de un manual: Compendio de Anatomía descriptiva y elementos de la general, con nociones de Anatomía microscópica (1867-1868) y Tratado elemental de Anatomía humana descriptiva, general y microscópica (1872). Aparte de sintetizar de forma clara y rigurosa la anatomía descriptiva, fue el primer manual español de la asignatura que incluyó un resumen de anatomía microscópica basado sin restricciones en la teoría celular. Tras exponer la célula como «elemento anatómico inmediato», estudia los tejidos con estricto criterio celularista y un elevado número de datos micrográficos.71 Sobre el tejido óseo figuran, entre muchos otros, los siguientes:

Inspeccionado atentamente con el microscopio el tejido óseo, se ve que está compuesto de una sustancia fundamental o intercelular y de corpúsculos o células estrelladas propias. La sustancia fundamental o intercelular está compuesta de laminillas homogéneas, sin apariencia de textura, sólo perforadas por un número considerable de pequeños orificios, unidas entre sí por dientes muy finos y arrolladas en forma de tubos, concéntricos e invaginados. Estos tubos son los conductitos de Havers … En una laminita longitudinal delgada colocada sobre fondo negro y mirada con el microscopio, se presentan estos conductitos bajo la forma de estrías amarillentas. Ellos son los que dan al tejido compacto el aspecto fibrilar que se nota a simple vista … Las células propias de los huesos son una pequeñas capsulitas óseas lenticulares y muy numerosas, situadas entre las laminillas de la sustancia fundamental … Los corpúsculos contienen cada uno una célula cuya membrana reviste las paredes de su cavidad y envía sus prolongaciones a los conductitos calcóforos … Para entender los fenómenos microscópicos de la osificación debemos tener presente que los cartílagos temporarios, lo mismo que los permanentes, mirados con el microscopio se ven formados de una sustancia fundamental sembrada de pequeñas cavidades llamadas cápsulas cartilaginosas, en las cuales están contenidas las células.72

Gómez Alamá introdujo, además, prácticas obligatorias sobre el manejo del microscopio y las preparaciones histológicas, Les dedicó una parte de la segunda edición de su Arte de disecar (1872), en la que se ocupó de «las ilusiones que pudieran inducir a error» y destacó:

La anatomía microscópica excita con justo motivo la curiosidad y debe generalizarse pronto, puesto que está prestando grandes servicios a la ciencia.73


Lámina litográfica de la segunda edición del Arte de disecar (1872) de José María Gómez Alamá. Representa cuatro de los instrumentos que utilizaba en las clases prácticas de anatomía microscópica que introdujo en la enseñanza: el «doblete», pequeño aparato con dos lentes plano-convexas y un diafragma, el «microscopio simple de Raspail», y el «microscopio compuesto de Amici o de Chevalier» de tubo acodado y recto.

Otra publicación suya fue un Discurso sobre la importancia de la anatomía humana (1872) para oponerse al evolucionismo darwinista, defendiendo la fijeza de las especies y la existencia de un «reino humano», de acuerdo con las ideas de Georges Cuvier.74

El manchego León Sánchez Quintanar (1801-1877) cursó sus estudios secundarios en Cuenca y los de «médico-cirujano» en el Colegio de San Carlos de Madrid. Aparte de reunir numerosos materiales en torno a la historia de la medicina española, con la intención de continuar la obra de

Portada de la monografía de León Sánchez Quintanar sobre el llamado «flegmón difuso» (1861).

Antonio Hernández Morejón, que había sido su maestro, realizó una notable obra quirúrgica. En 1844 fue nombrado catedrático de «anatomía topográfica, patología y clínica quirúrgicas, y vendajes» en el «Colegio de Prácticos del Arte de Curar» de Sevilla, explicó allí un curso académico y, tras una brevísima estancia en Santiago de Compostela, se trasladó a la Facultad de Medicina de Valencia como catedrático de patología quirúrgica, puesto en el que permaneció hasta su muerte. Tenía una mentalidad anatomoclínica basada principalmente en relacionar la observación de los enfermos con la anatomía patológica macroscópica, pero abierta a los datos y los nuevos planteamientos de la microscópica. Ello se refleja en sus dos obras más importantes, que corresponden al contenido de su enseñanza: Nuevas consideraciones teórico-prácticas acerca de la inflamación ilimitada o no circunscrita llamada flegmón difuso (1861) y La inflamación al alcance de los cursantes de cirugía (1871).75

Elías Martínez Gil (1822-1892) sucedió en 1846 a Gómez Alamá como «director de los Museos Anatómicos de la Facultad de Medicina». El plural «museos» se refería a la secciones de «anatomía normal, patológica y micrográfica», que sirvieron de principal escenario inicial de la práctica sistemática en Valencia de la histología y la histopatología basadas en la teoría celular. El desarrollo que llegaron a alcanzar, frente a la postura siempre adversa del centralismo político, se refleja en el hecho de que la Facultad celebrara en 1873 un «claustro en favor de la histología», que elevó una protesta al gobierno porque se hubiera dotado únicamente la cátedra madrileña de la disciplina. Los nueve puntos en los que se basó la protesta no necesitan comentarios:

Glóbulos sanguíneos humanos y de las aves, reptiles, anfibios y peces; «glóbulos deformes, muriformes, vibriones [coléricos]». Lámina 11ª del Tratado de anatomía de los humores o de hidrología orgánica general del cuerpo humano (1883) de Elías Martínez Gil.

1º) Que desde hace algunos años vienen dándose en las cátedras de anatomía descriptiva y general y en la de anatomía topográfica o quirúrgica de esta Facultad explicaciones de histología, todo lo extensas y minuciosas que permiten asignaturas tan vastas … 2º) Que antes de que por el decreto de 9 de noviembre de 1866 se exigieran en la enseñanza de la anatomía general las nociones y uso del microscopio, se empleaba ya éste en las lecciones de histología dadas en esta escuela; 3º) Que igualmente se emplea este medio de demostración en la asignatura de fisiología; 4º) Que en las clínicas, cuando algún caso patológico lo requiere para establecer el diagnóstico de una dolencia de un modo fijo y preciso, o para comprobar previamente el formado, se recurre a las demostraciones de los elementos morbosos y de las metamorfosis que los tejidos experimentan, lo cual constituye conocimientos detallados en anatomía patológica; 5º) Que para satisfacer a estas necesidades del servicio de la enseñanza, cuenta la Facultad con preparaciones microscópicas frescas que oportunamente se confeccionan, con las naturales conservadas y las ampliaciones artificiales que facilitan en gran manera la comprensión de lo que en el microscopio se observa … 6º) Que posee y emplea esta Facultad los medios necesarios para la disección, inyecciones y preparación completa de objetos microscópicos destinados a la enseñanza y preparados en la sección de museos anatómicos, haciendo uso para las demostraciones de los microscopios más perfeccionados de Amici, Chevalier, Nachet y Harnack; 7º) Que en las cátedras de patología quirúrgica y médica y en la de ginecología sirven de base las alteraciones de los elementos constitutivos de los tejidos y órganos para el estudio de las enfermedades; 8º) Que en la obra de anatomía descriptiva y general publicada por uno de los catedráticos de esta asignatura en Valencia [la de Gómez Alamá] se exponen las ideas más útiles si bien elementales en el ramo de la histología … y asimismo el catedrático de patología quirúrgica, autor de un trabajo de la inflamación [León Sánchez Quintanar], funda el estudio de ésta en las evoluciones de los elementos anatómicos comprobadas con el microscopio; 9º) Que deseoso este centro de enseñanza de dar toda la extensión posible a los estudios histológicos, propuso al Ministerio de Fomento, el 31 de enero de 1872, el establecimiento de un gabinete y cátedra práctica de experimentación con objeto de ampliar los conocimientos adquiridos en las diferentes asignaturas … y a pesar de no haber correspondido el gobierno a las instancias del rectorado, se halla establecida y agregada a los museos anatómicos una sección práctica de histología e histoquimia, aplicadas a las exigencias de la enseñanza médica.76

El interés por la histología era compartido también por los estudiantes, que convirtieron a Schwann y a Virchow en figuras mitificadas. Cuando, cinco años después de esta protesta institucional, se jubiló Schwann, la Sociedad Médica Escolar le dirigió una felicitación que éste contestó con una interesante carta.

La excepcional competencia técnica de Martínez Gil condujo a que fueran premiados con medallas los «trabajos anatómicos» que, en nombre de la Facultad, presentó en la Exposición Universal de París (1867) y en la de Viena (1873). En el terreno histopatológico, destacan sus análisis microscópicos de las lesiones, en especial los tumores de los casos operados por Enrique Ferrer Viñerta, como veremos a continuación. Ambos pertenecieron a la Sociedad Histológica Española desde su fundación en 1874 por Aureliano Maestre de San Juan, el primer maestro de Cajal. La labor de Martínez Gil culminó con su Tratado de anatomía de los humores o de hidrología orgánica general del cuerpo humano, con sus deducciones aplicables a la higiene, a la patología y a la terapéutica (1883). En esta obra, que sobresale desde el punto de vista técnico, asoció su experiencia micrográfica con una rigurosa información sobre química fisiológica e incluso con algunos materiales de las entonces nacientes biofísica y microbiología médica. La parte introductoria, que parte de supuestos fundamentales basados en el «movimiento molecular», admite las «lagunas» del conocimiento científico de los humores orgánicos. La segunda está dedicada a una consideración general de la «materia líquida en el organismo», distinguiendo entre «caracteres» (numéricos, físicos, químicos y organolépticos) y «propiedades», vocablo que designa los procesos hidrodinámicos, químicos y vitales. La tercera, a la «composición elemental de los humores», tanto desde el punto de vista químico como anatómico. Tras el estudio monográfico de una veintena de «elementos químicos», se incluye el de casi un centenar de «principios inmediatos» divididos en «principios minerales o no carbonados» (cloruros, sulfatos y fosfatos), y «orgánicos». A continuación figuran los «elementos anatómicos de los humores», siendo especialmente detallada la exposición de los hematíes, los leucocitos, los espermatozoides y los óvulos. El texto termina con una propuesta de «clasificación de los humores derivada de los estudios biológicos» y una síntesis de su composición. En páginas aparte, se incluyen 62 figuras micrográficas, «según las observaciones del autor y de los más autorizados biologistas», que responden a las técnicas minuciosamente expuestas en los distintos capítulos.77

Diez años después de la muerte de Gómez Alamá y al siguiente de la publicación del Tratado de Martínez y Gil, Cajal pasó a ocupar una de las cátedras anatómicas de la Facultad de Medicina de Valencia. Conocía muy bien la labor de ambos, entre otras razones, porque su padre, como veremos, se había licenciado en ella.

No resulta extraño que Enrique Ferrer Viñerta (1830-1891), principal cirujano valenciano de la «etapa intermedia» y uno de los introductores en España de la antisepsia, utilizara de modo habitual análisis histopatológicos, sobre todo porque, después de formarse en la Facultad de Valencia, ocupó durante cuatro años una cátedra en la de Granada, donde entabló amistad y recibió el influjo de Aureliano Maestre de San Juan, a cuyas iniciativas continuó asociado el resto de su vida. En su modelo de historia clínica concedió gran importancia a dichos análisis, cuya presencia fue constante desde el curso 1872-73. Muchos fueron realizados por Martínez Gil, como he adelantado. El año 1873, en el volumen de clínica quirúrgica que publicaba cada curso académico, anotó elogiosamente:

El ilustrado director de los museos anatómicos de esta Facultad se encargó de hacer las preparaciones microscópicas que se creyeron necesarias, cuidando igualmente de preparar, con destino a los gabinetes de la misma, las piezas anatomo-patológicas dignas de ser conservadas.78

Desde 1881 contó, además, con la colaboración de Tomás Ferrer Navarro, quien como presidente de la Sociedad Médica Escolar había escrito la carta de homenaje a Schwann a la que ya me he referido. Ferrer Viñerta dedicó una atención continuada a los tumores que culminó con una extensa monografía sobre su diagnóstico clínico (1878). En ella reiteró su opinión de que la clasificación de los tumores en «benignos» y «malignos» es indispensable para la práctica quirúrgica y, aunque valoró al máximo los hallazgos histopatológicos, juzgó que eran todavía insuficientes:

No es nuestro propósito negar la importancia de los trabajos histológicos, ni tratamos tampoco de rebajar en lo más mínimo la poderosísima influencia que los estudios micrográficos han venido ejerciendo en el conocimiento de las alteraciones anatomo-patológicas de numerosísimas enfermedades, cuyos trastornos materiales o físicos eran no hace muchos años completamente desconocidos y hoy nos lo presenta la anatomía microscópica de una manera casi matemática … Muy al contrario de esto: reconocemos el gran valor de las investigaciones microscópicas aplicadas al esclarecimiento de los cambios y modificaciones que un tejido o un elemento anatómico experimentan en sus diversos estados o fases patológicas; admiramos cada día más, si cabe, el interés, la solicitud y el afán con que distinguidos profesores nacionales y extranjeros se dedican al minucioso cultivo de la anatomía patológica, sujetando al poder amplificador de las lentes una pequeña parte del tejido morboso, en busca de la metamorfosis de una fibrilla apenas visible, una diminuta célula o una inapreciable granulación, hayan podido sufrir durante el trámite patológico que trastorna por completo las funciones del órgano que padece, ora se considere a la alteración elemental del mismo como causa o como efecto de la enfermedad; y somos, en fin, los primeros en apreciar los inmensos beneficios y las importantes aplicaciones que en el terreno científico-práctico debe la patología a la anatomía microscópica, así como no hemos sido los últimos en ponerlos a disposición de esta Escuela de Medicina, en lo que a los neoplasmas hace referencia, en nuestras explicaciones clínicas.79

Dos catalanes formados en la Facultad de Medicina de Barcelona enriquecieron la práctica de la histología normal y patológica en la de Valencia

Estructura microscópica de una vellosidad corial y corion en un embarazo de medio mes. Xilografías a contrafibra del Tratado completo de obstetricia (1878) de Francisco de Paula Campá.

durante el decenio anterior a la incorporación de Cajal a su claustro. El primero de ellos fue Francisco de Paula Campá Porta (1838-1892), catedrático de «obstetricia y de enfermedades de la mujer y de los niños» desde 1872 hasta 1889. Nacido en Vic, estudió medicina en la Facultad de Barcelona y, tras ejercer cuatro años en su ciudad natal, volvió a la capital catalana como profesor clínico, iniciando entonces su dedicación a la tocoginecología y sus trabajos histopatológicos. En Valencia, sus dos primeras publicaciones, ambas de 1873, fueron Del eclecticismo experimental como base constitutiva de la ciencia médica y un largo estudio sobre la inflamación y ulceración del útero, basado en la patología celular de Virchow. Resulta lógico que se integrara en el grupo experimentalista valenciano, fundando en 1877 La Crónica Médica, su principal revista, junto a Amalio Gimeno Cabañas y Juan Aguilar Lara. Desplegó una gran actividad de publicista, siendo, como ha demostrado Carmen Camilleri, el tocoginecólogo español del siglo XIX con mayor producción circulante a nivel internacional. Entre sus libros didácticos destacan Tratado completo de Obstetricia (1876; 2ª ed, 1885) y Lecciones de Ginecopatía, o enfermedades especiales de la mujer, profesadas en la Facultad de Medicina de Valencia (1881).80 La forma en la que basó su docencia en los resultados de la investigación histológica puede ejemplificarse en el resumen sobre la morfología del amnios que incluyó en el primero:

El amnios no es más que la hoja externa del blastodermo, que está en contacto, por dentro, con la hoja interna, por fuera, con la membrana vitelina; pero al poco tiempo se engruesa y aparecen en su superficie un gran número de vellosidades por germinación también de la sustancia blastodérmica y, como ésta, compuesta de células poliédricas, con un núcleo y un nucleolo central, que se aprietan y condensan, presentando luego una estructura homogénea y de color grisáceo. Estas vellosidades, vistas al microscopio en un huevo de 8 milímetros de diámetro, se presentan … cilíndricas, de longitud de un milímetro a uno y medio, divididas en dos o tres ramas de vértice cónico o redondeado; son huecas, terminan en dedo de guante en todas sus ramificaciones y, por su base abierta, comunican con la cavidad del corion, pasando por delante de ellas la hoja interna blastodérmica. Son más numerosas y están mejor desarrolladas en la porción del corion que corresponde a la superficie de implantación del huevo, y permanecen sin vasos hasta que el crecimiento de la alantoides lleva a ellas las ramificaciones de los vasos alantoideos que han de constituir el elemento vascular de la placenta. Estas vellosidades vienen a sustituir a la membrana vitelina, que se atrofia por completo. En el tiempo que media entre la desaparición de las vellosidades vitelinas y la formación de la circulación alantoidea provee a la nutrición del feto, absorbiendo por capilaridad los jugos de la mucosa útero-placentaria y de la caduca refleja, con la cual está en contacto directo.

Las vellosidades sufren más tarde otras modificaciones; crecen en proporción con el huevo, representando en toda su superficie una cubierta completamente erizada de filamentos, que llegan a tener hasta algunos milímetros de longitud. Luego, cuando la circulación placentaria se desarrolla, al paso que las vellosidades que corresponden a la mucosa útero-placentaria crecen, engruesan, multiplican sus ramificaciones y, englobadas con la sustancia alantoidea, forman primero el placenta frondosum y enseguida, fijándose en el epitelio uterino, completan esa masa de gruesos cotiledones vasculares, que es la verdadera placenta; las del resto de la membrana se obliteran por la introducción en ellas del magma reticulado o sustancia alantoidea trasformada, se atrofian y acaban por representar durante la mayor parte de su existencia unos sencillos filamentos capilares, poco perceptibles, que mantienen la unión entre la superficie externa del corion y la caduca.81

Campá publicó, además, cerca de doscientos artículos, en su mayoría dedicados a temas de su especialidad. Aparte de numerosos casos clínicos con análisis histopatológicos, sobre todo de tumores uterinos, estudió en ellos cuestiones como la fisiopatología de la menstruación y la sepsis puerperal, cuya patología y prevención analizó desde los supuestos de la microbiología médica.82

El segundo catalán, José Crous Casellas (1846-1887), también estuvo familiarizado con las nuevas corrientes experimentalistas desde su época de estudiante de medicina en la Universidad de Barcelona, principalmente a


Esquema de la estructura del cerebelo. Xilografía a contrafibra del Tratado elemental de anatomía y fisiología normal y patológica del sistema nervioso (1878) de José Crous y Casellas. Muestra el estado de la cuestión en el ambiente en el que, diez años después, inició Cajal sus investigaciones.

través del magisterio de Juan Giné Partagás y de Antonio Coca Cirera. En colaboración con Simón Bruguera Martí, más tarde destacada personalidad de la estomatología y del positivismo médico en Cataluña, se encargó de completar y editar la obra póstuma de Coca Prolegómenos de clínica médica (1873). Tras ser ayudante y profesor clínico en la Facultad de Barcelona, ganó las oposiciones a la cátedra de patología médica de Valencia, que ocupó hasta su muerte. Combinó un auténtico entusiasmo por los planteamientos experimentalistas de la «medicina de laboratorio» con una oposición frontal al materialismo, desde las ideas del neoescolasticismo tomista, que encabezaba en España el cardenal Ceferino González. La convivencia de una postura innovadora en el terreno científico y técnico con una actitud integrista en el religioso y filosófico no fue algo excepcional durante el siglo XIX, ni tampoco lo ha sido en el XX. Recuérdese que se dio incluso en Laennec y Pasteur. En el caso de Crous, como en otros muchos, condujo a compromisos ideológicos, como declararse seguidor del «vitalismo cristiano» y del «somaticismo espiritualista», que tuvieron muy contadas repercusiones en su enfoque de los saberes patológicos y ninguna en los aspectos técnicos de su práctica médica. Significó, no obstante, un cierto aislamiento para Crous en el ambiente médico valenciano de la época, integrado mayoritariamente por seguidores o simpatizantes del darwinismo. Esta fue la razón de que apenas colaborase en el Boletín del Instituto Médico Valenciano, que no lo hiciera en La Crónica Médica y que editara sus propias revistas: Archivos de la Medicina Valenciana (1881-1882) y Las Ciencias Médicas (1884). A pesar de su escasa duración, ambas tuvieron notable altura dentro de una corriente estrictamente experimentalista. Aparte de los trabajos del propio Crous, en ellas se publicó, por ejemplo, el primer artículo de Cajal en Valencia y el estudio inicial de Ferrán acerca de la vacunación colérica, así como numerosas noticias y traducciones de importantes aportaciones extranjeras, entre ellas, las primeras comunicaciones de Pasteur acerca de la vacunación antirrábica.

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9788437096056
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