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Читать книгу: «Santiago Ramón y Cajal», страница 3

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Colladoa distachia Cav. Lámina del volumen V de Icones et descriptiones plantarum (1799) de Cavanilles, especie botánica filipina de un género que denominó en honor de Luis Collado, el gran anatomista valenciano del siglo XVI.

al microscopio para investigar su textura, exponiendo cómo el «tejido celular» de la raíz, el tallo y las hojas está integrado por «vejiguitas», que corresponden a las que decenios más tarde se denominarían células vegetales:

Las raíces gruesas se ven compuestas de muchas capas concéntricas, de las cuales la exterior, llamada epidermis, es sutil y rugosa, con multitud de agujeritos a donde van a parar los vasos por donde corre el jugo. Bajo esta membrana se halla el tejido celular, sustancia jugosa, compuesta de vejiguitas mezcladas con filamentos sutiles que se extienden en varias direcciones … En el tronco de las dicotiledóneas … bajo esta membrana [epidermis] se halla el tejido celular, sustancia jugosa y ordinariamente verde, compuesta de granitos casi redondos, o bien sean vejiguitas mezcladas con filamentos muy sutiles, que se prolongan en todas direcciones … Consta cada hoja de dos superficies o membranitas, una superior y otra inferior … quedando entre ellas un tejido de vasos, que se dividen y subdividen prodigiosamente … hay en este tejido multitud de vejiguitas.31

Podría pensarse que se redujo a anotar los hallazgos ajenos y que los datos microscópicos de sus publicaciones son únicamente resultados de su erudición libresca. Nada más falso, ya que fue un microscopista práctico, como se manifiesta, entre otros, en los dos textos siguientes:

Al examinar las cajitas y semillas de los helechos, he visto siempre ciertos cuerpecitos algo mayores que las semillas … Me he valido para esto del excelente microscopio de Dellabarre y de su lente número 4, que aumenta los objetos de manera que las cajitas parecen del tamaño de una lenteja…

Conforme a la teoría de este sabio [Linné], y fundado en mis observaciones microscópicas, daré el resultado de ellas en los caracteres siguientes…32

No cabe duda de que figuró entre los numerosos adelantados del celularismo botánico, aunque, por supuesto, era seguidor de la teoría fibrilar. Su inclinación a la física es coherente con los experimentos que realizó para cuantificar las características mecánicas de las fibras como, por ejemplo, su resistencia, que investigó mediante pesas.

SIGLO XIX

El profundo colapso de la actividad científica española desde 1808 hasta 1833, es decir, durante la Guerra de la Independencia y el reinado de Fernando VII, redujo la actividad relacionada con la micrografía a la mera asimilación libresca de las nuevas corrientes europeas. Es indudable que dicho hundimiento se produjo, en primer término, por la acción destructiva que tuvo la contienda. Sin embargo, si éste hubiera sido el único factor, durante la postguerra se habría desarrollado la reconstrucción en las nuevas condiciones que exigían las grandes novedades que se estaban produciendo, como sucedió en el resto de la Europa occidental. Las causas fueron mucho más profundas y hay que referirlas a un país económicamente arruinado que había perdido su rango internacional y cuyas estructuras sociopolíticas habían entrado en una profunda crisis, ante la cual las minorías dirigentes adoptaron dos posturas contrapuestas: considerar un error el esfuerzo de renovación, estimando prioritario el mantenimiento del ancien régime, o defender desde posturas afrancesadas o liberales que había que proseguir dicho esfuerzo, activándolo y radicalizándolo. Casi todas las instituciones científicas desaparecieron o vegetaron de modo lamentable. Salvo en el fugaz intervalo del trienio liberal (1820-1823), la información de lo que se hacía en Europa fue muy deficiente, ya que la represión absolutista obstaculizó la edición de publicaciones científicas y la difusión de las extranjeras. Parte de los principales científicos ilustrados murió inmediatamente antes o durante la Guerra de la Independencia, sin que su labor pudiera ser continuada por nadie. La inmensa mayoría de los supervivientes pasaron a convertirse en elementos indeseables, unos por afrancesados y otros por liberales, ideologías por las que sufrieron postergación, persecución y destierro. Uno de ellos fue Antonio de Gimbernat, quien durante la ocupación napoleónica permaneció en Madrid, llegando a presidir el Consejo Superior de Sanidad Pública. Al terminar la contienda fue depuesto de todos sus cargos y, hasta su muerte en 1816, vivió en las circunstancias más penosas, casi ciego, trastornado mentalmente y en una situación económica precaria.

El grave retroceso en las disciplinas morfológicas se refleja en que el único libro que se editó hasta el trienio liberal (1820-23) fuera la quinta reedición en 1818 del Compendio anatómico y fisiológico (1751) de Juan de Dios López y en que, incluso en el paréntesis de la represión absolutista durante dicho trienio, los únicos publicados fueran la segunda del tratado de Bonells y Lacaba (1820), que como ya sabemos fue el primer texto de la disciplina manejado por Cajal, y la traducción del manual de Jacques Pierre Maygrier (1820).33 Esta última la realizó Manuel Hurtado de Mendoza, un afrancesado que en su exilio de París se había convertido en ferviente seguidor de la teoría especulativa de François Joseph Victor Broussais que reducía la anatomía patológica de las «fiebres esenciales» y otras «enfermedades generales» a una gastroentérite. Con su Tratado elemental completo de anatomía (1829-1830), Hurtado fue el principal iniciador de la mera asimilación libresca de la «anatomía fina» de Pierre Augustin Béclard y otros discípulos de Bichat, que no se limitaron a «las diferentes cualidades exteriores de los tejidos» y comenzaron a utilizar el análisis químico, lupas y microscopios para estudiar su textura, concluyendo que los elementos anatómicos eran «los glóbulos y la materia coagulable», con lo cual volvieron a las descripciones fibrilares que había rechazado Bichat.34

Este planteamiento y sus variantes dominó durante más de dos decenios la información española sobre el tema a través de una serie de traducciones, resúmenes y «arreglos» de libros franceses, junto a tres compendios basados en ellos. Entre las obras traducidas figuraron las de Antoine L. J. Bayle y Henri Holland (1828 y 1838), del propio Béclard (1832), de Jacques Gilles Maisonneuve (1837-1838) y Louis François Marchessaux (1845).35 Los compendios fueron publicados por Agapito Zuriaga (1838), Lorenzo Boscasa (1844) y Mariano López Mateos (1853), ninguno de los cuales, por distintas razones, llegó a dedicarse a la anatomía y mucho menos a utilizar el microscopio.

El Compendio de Anatomía general y descriptiva del aragonés Agapito Zuriaga Clemente (1814-1866) fue sólo el trabajo de un estudiante aventajado, ya que lo publicó tres años antes de terminar la licenciatura. Se basa en varios manuales franceses desde la perspectiva de las ideas de Bichat y de sus inmediatos seguidores, en especial Béclard. Tras obtener la cátedra de anatomía de la Facultad de Valencia (1845), Zuriaga se dedicó por completo al ejercicio profesional privado, abandonando el cultivo de los saberes morfológicos, sobre los que no volvió a publicar trabajo alguno.36 La trayectoria del valenciano Lorenzo Boscasa Igual (1786-1857), como la de muchos otros miembros de su generación, quedó truncada por la Guerra de Independencia y la dura represión que sufrió la actividad científica durante el reinado de Fernando VII. No obstante, realizó una modesta pero eficaz labor informativa mediante traducciones que adicionó con notas, capítulos y apéndices propios. La del compendio de anatomía de Maisonneuve (1837) le sirvió de punto de partida para redactar un Tratado de Anatomía (1844), síntesis puramente libresca, pero rigurosa y al día en lo que respecta a la anatomía descriptiva. En cambio, la textural continúa basada en la noción de tejido y en los planteamientos inmediatamente anteriores a la formulación de la teoría celular. Su principal contribución consiste en la depuración de la terminología anatómica castellana, que entonces estaba llena de innumerables errores procedentes de los galicismos, de forma parecida a lo que hoy sucede con los anglicismos.37 Muy inferiores desde todos los puntos de vista son los Tratados de Histología y Ovología, arreglados al programa remitido al gobierno (1853), pomposo título que el toledano Mariano López Mateos (1802-1863) puso a poco más de doscientas páginas en octavo. El año 1831 sucedió en Granada a un tío suyo como catedrático de anatomía en el «Colegio de Prácticos en el Arte de Curar», destinado a la formación de profesionales de segunda clase que sólo podían practicar cirugía menor y asistir partos, ya que el centralismo sólo había dejado Facultades de Medicina en Madrid y Barcelona. Una de las continuas reorganizaciones políticas de la enseñanza médica, la de 1847, suprimió dicho Colegio e introdujo como asignatura «la histología y la anatomía de los tejidos y la ovología y desarrollo sucesivo de los órganos, aparatos y sistemas». Obligado a trasladarse a Valencia como titular de la misma asignatura durante dos cursos (1847-1849), aprovechó la oportunidad para redactar apresuradamente sus Tratados, que publicó tras su regreso a Granada, donde en 1857 pasó a la cátedra de fisiología e higiene, que ocupó hasta su muerte. En el decenio anterior (1843) se había traducido al castellano Allgemeine Anatomie de Jakob Henle, primera exposición sistemática de la nueva histología basada en la teoría celular, y cuatro años después apareció Del microscopio en su aplicación al diagnóstico (1857) de Carlos Silóniz, que asocia, como anotaré más adelante, una excelente información de las últimas novedades sobre la teoría celular con una amplia experiencia personal de microscopista. Sin embargo, el oportunismo de López Mateos le condujo a que la parte de sus Tratados dedicada a histología continuase todavía subordinada a los planteamientos de Bichat, sin aportar novedad alguna a las obras españolas anteriores sobre el tema, hasta el punto de que sigue utilizando «célula» con el significado que le había dado Ruysch en el siglo XVII, mientras que su apresuramiento y falta de información motivó que se contradijera en la relativa a la «ovología», apoyándose en el limitado celularismo de Schwann. Me he detenido quizá demasiado en este minúsculo librito porque López Mateos ha sido glorificado como «el primer histólogo español» y el responsable de «la introducción de la teoría celular en España».38 El ridículo no se limita a la mitificación falseada de Cajal.

Si se supera el tosco acercamiento histórico de las «grandes figuras», no sorprende que la introducción en España de la teoría celular y la nueva histología basada en ella fuera un complejo proceso, como vienen demostrando numerosos trabajos desde hace más de cuatro décadas.39

Las circunstancias vigentes en la España isabelina (1834-1868) no fueron óptimas para el cultivo de la ciencia, pero es innegable que mejoraron en comparación con las de la etapa anterior. El retorno de los exiliados liberales y las mayores facilidades para la edición y circulación de publicaciones científicas pesaron de modo notable. Los exiliados importaron los conocimientos y las técnicas que habían aprendido durante sus años de destierro, las publicaciones extranjeras se difundieron ampliamente, aumentó extraordinariamente la edición de libros, sobre todo los traducidos, y se consolidó el desarrollo del periodismo científico, que influyó de modo decisivo en la información continuada y al día de las corrientes europeas. Conviene destacar el relieve de esta «etapa intermedia», porque el brillo de las «grandes figuras» posteriores, muy en primer término el de Cajal, ha difundido la imagen arbitraria de unas obras carentes de raíces, a la que me vengo refiriendo. Frente a ello, hay que subrayar la importancia de la labor de los científicos que trabajaron durante el tercio central del siglo XIX. A ellos se debió la recuperación de los hábitos de trabajo científico, así como la elevación del nivel informativo y docente. Formaron, además, grupos que iniciaron una tradición que continuó después gracias a la dedicación de sus discípulos en muchas disciplinas, entre ellas, la histología. Dicha tradición tuvo casi siempre una base socioeconómica muy precaria, dependiendo del empeño de personas que, en ocasiones, llegaron a conectar con la comunidad científica internacional y, en algunos casos, a influir en ella, pero que trabajaban al margen de la sociedad en la que vivían.

Los años siguientes a la revolución democrática de 1868, cuando Cajal estudió medicina, significaron, en primer término, una liberación de la nueva opresión ideológica a la que se había llegado durante la parte final del reinado de Isabel II. En el terreno de las ciencias médicas, el cambio más significativo correspondió precisamente al evolucionismo darwinista, uno de los principales fundamentos de su obra neurohistológica, que pasó de ser conocido y defendido privadamente por un número limitado de médicos y naturalistas, entre los que destaca Rafael Cisternas Fontseré, a ser expuesto y debatido acaloradamente en público. El liberalismo radical tuvo, además, como consecuencia la afirmación del principio de la completa libertad de enseñanza, cuya expresión normativa fue el decreto de octubre de 1868 firmado por Manuel Ruiz Zorrilla como ministro de Fomento. Aparte de proclamar inequívocos principios generales («la enseñanza es libre en todos sus grados y cualesquiera que sea su clase»; «todos los españoles quedan autorizados para fundar establecimientos de enseñanza»), uno de sus artículos disponía:

Las diputaciones provinciales y los ayuntamientos podrán fundar y sostener establecimientos de enseñanza, aquéllas con fondos de la provincia y éstos con los del municipio.40

El decreto permitió la fundación de numerosas «escuelas libres» de medicina, muchas de las cuales tuvieron escasa altura y medios muy precarios, como vamos a comprobar que sucedió con la de Zaragoza, en la que estudió Cajal. Sin embargo, hubo algunas que, sin las trabas habituales de los políticos, se convirtieron en instituciones de vanguardia, principalmente para el cultivo práctico de las disciplinas básicas de la nueva «medicina de laboratorio» y para la enseñanza de las nacientes especialidades. Los médicos del Cuerpo Facultativo de la Beneficencia Provincial de Madrid organizaron una «Escuela Teórico-Práctica de Medicina y Cirugía», que destacó por la docencia clínica que en ella impartió Ezequiel Martín de Pedro, principal introductor en España de la nueva fisiopatología experimentalista, y por el amplio desarrollo que en su plan de estudios tuvieron las especialidades. Algunas de ellas las impartieron médicos tan destacados como el dermatólogo José Eugenio de Olavide, el psiquiatra José María Esquerdo y el pediatra Mariano Benavente.41 También inició la enseñanza de las especialidades la «Escuela Libre de Medicina» fundada en Sevilla a instancias del cirujano Federico Rubio y mantenida por el Ayuntamiento y la Diputación Provincial. La peculiaridad de esta «Escuela» sevillana fue, no obstante, la importancia que concedió a las disciplinas básicas. En ella se dotó la primera cátedra española de histología, que ocupó Rafael Ariza tras formarse en Berlín junto a Virchow, como veremos más adelante, y se instalaron laboratorios bien dotados de micrografía, química y fisiología, este último tomando como modelo el de Karl Ludwig en Leipzig.42 La misma orientación experimentalista tuvo la «Escuela Práctica Libre de Medicina y Cirugía» que instaló el cirujano Pedro González de Velasco en el Museo Antropológico que fundó en Madrid con la cuantiosa fortuna que había reunido con su prestigioso ejercicio profesional, tras visitar los más importantes de Europa. En esta Escuela enseñaron Federico Rubio, Rafael Ariza, Eugenio Gutiérrez González, Luis Simarro y Leopoldo López García, todos ellos cultivadores de la histología, y otros importantes científicos como el clínico e higienista Carlos María Cortezo, el paleontólogo Juan Vilanova Piera y el zoólogo Joaquín González Hidalgo. Órgano de expresión del Museo, la Escuela y la Sociedad Anatómica, también fundada por González de Velasco (1873), fue la revista El Anfiteatro Anatómico Español (1873-1880), una de las de mayor altura científica del periodismo médico español de la época. Cajal tuvo relación directa con la institución fundada por González de Velasco, ya que, aparte del magisterio de Simarro, su Laboratorio de Investigaciones Biológicas se instaló, como veremos, en los locales del Museo.43

Además de «escuelas libres de medicina», durante los años revolucionarios se crearon otras instituciones dedicadas al cultivo de los métodos experimentales aplicados a la medicina. El mismo 1868 organizó en Madrid un «Instituto Biológico» el catedrático de anatomía Rafael Martínez Molina, quien diez años después, en 1878, sería el primero que apoyaría la carrera académica de Cajal, tras promover en 1871 la dotación de una cátedra de histología para su maestro Aureliano Maestre de San Juan. Aunque destinado en principio a complementar la limitada enseñanza médica oficial, este Instituto, que contaba con una magnífica biblioteca y excelentes laboratorios de micrografía y de química fisiológica, se convirtió en un activo núcleo de

El Museo Antropológico fundado en 1873 por Pedro González de Velasco, en cuya Escuela Práctica Libre de Medicina y Cirugía enseñaron Federico Rubio, Rafael Ariza, Eugenio Gutiérrez González, Luis Simarro y Leopoldo López García, todos ellos cultivadores de la histología, y que un cuarto de siglo después albergó el Laboratorio de Investigaciones Biológicas dirigido por Cajal.

cultivadores de las disciplinas biomédicas experimentales.44 En Barcelona, un grupo de discípulos de Juan Giné Partagás, encabezado por el futuro gran cirujano Salvador Cardenal Fernández, fundó «El Laboratorio» (1872), punto de partida de la Academia de Ciencias Médicas de Cataluña, en la que Cajal ofrecería por vez primera una exposición sistemática de su «nuevo concepto de la histología de los centros nerviosos» (1892).45

El paso de una asimilación puramente libresca a la recuperación de la micrografía práctica, de acuerdo con los nuevos conceptos y recursos técnicos, se inició en los años cincuenta y se afianzó en las dos décadas siguientes, durante las que se publicaron varios centenares de trabajos histológicos españoles.46 Contribuyeron notablemente a este proceso varias de las instituciones fundadas al amparo de la completa libertad docente implantada por la revolución democrática de 1868.

El principal adelantado en Madrid fue Rafael Martínez Molina (1816-1888), médico y doctor en ciencias naturales, profesor de anatomía en la Facultad de Medicina y fundador, como acabo de anotar, de un Instituto Biológico. Dentro de la nueva investigación de laboratorio, se interesó sobre todo por la histología normal y patológica, iniciando en 1856 sus publicaciones micrográficas con el estudio histopatológico de un cáncer de mama operado por el anatomista y cirujano Juan Fourquet, aunque la más importante fue la relativa a «un gran tumor adenítico» (1858),47 Aparte de sus trabajos originales, tradujo y presentó (1863) la segunda edición del excelente manual de anatomía microscópica de Etienne Michel van Kempen, discípulo de Theodor Schwann. Dedicó una revisión titulada La anatomía, sus progresos y aplicaciones (1867) a los fundamentos científicos de la histopatología, en la que integró la histología con la embriología, la anatomía comparada y, sobre todo, con la bioquímica, que llamaba «anatomía fisiológica»:

La anatomía patológica no podía permanecer indiferente a los progresos de la anatomía fisiológica; ésta había penetrado en el seno de nuestros órganos para descubrir su composición molecular y era preciso que el clínico, ávido de averiguar las lesiones de la muerte en el teatro mismo de las acciones moleculares, persiguiera con el microscopio todos los elementos componentes, si es que esta indagación póstuma había de dar también alguna luz sobre la esencia de la enfermedad. Hoy empieza a levantarse llena de fe y de esperanza una histología patológica que, sostenida y conducida por robustos adalides, tan fuertes en su ojo para observar como en su cerebro para discurrir, si bien no muy conformes en ciertos hechos y teorías, tiende a dominar el campo patológico….48

La disconformidad se refiere a las teorías histológicas del francés Charles Robin y a las de Rudolf Virchow, que compara ampliamente.

Rafael Martínez Molina, fundador del Instituto Biológico de Madrid y adelantado en España de la moderna histopatología. Promovió la dotación de la cátedra de histología para Maestre de San Juan y luego fue el primero que apoyó la carrera académica de Cajal.

Andrés Busto López (1832-1899), otro profesor de la Facultad de Medicina de Madrid, en la que llegó en 1877 a ocupar la cátedra de obstetricia, también figuró entre los tempranos defensores de la investigación de laboratorio interesados preferentemente por la histología normal y patológica, cuya introducción en la enseñanza y la práctica médicas defendió a partir de los años cincuenta. Tras dedicarle numerosos artículos, publicó una ambiciosa síntesis acerca de las leyes de la materia y de la vida (1877), en la que demostró disponer de una sólida información sobre citología, embriología y fisiología general, así como acerca de cuestiones relacionadas con el evolucionismo y la biogénesis.49 Como veremos, lo mismo que Martínez Molina, apoyó primero a Maestre de San Juan y luego a Cajal, cuando se incorporó al claustro de la Facultad de Madrid.50 Éste le recordó en sus memorias así:

Caballeroso marqués del Busto, quien, deseando proteger el Laboratorio de Histología de San Carlos, le cedió durante muchos años, y hasta su muerte, sus emolumentos de director de Clínicas.51

Por sus trabajos de anatomía patológica microscópica destacaron asimismo en el Madrid de estos años el dermatólogo Olavide, el oftalmólogo Delgado Jugo y el cirujano militar Fernández Losada.

El madrileño José Eugenio Olavide Landazábal (1836-1901) estudió medicina en la Universidad Central y completó su preparación en varios hospitales de París desde 1858 hasta 1860. A su regreso ganó la plaza de médico del Hospital de San Juan de Dios, que se convirtió gracias a su esfuerzo en el auténtico núcleo de la constitución de la dermatología como especialidad en España. Durante toda su vida fue un defensor de los puntos de vista de la escuela dermatológica francesa encabezada por Pierre L. A. Cazenave, M. G. Alphonse Devergie y Pierre A. E. Bazin. En consecuencia, aparte de un excelente observador clínico, fue un entusiasta cultivador de los estudios histopatológicos y parasitológicos y, más tarde, de los bacteriológicos. Su primer trabajo histopatológico, dedicado a un lipoma submuscular, apareció en 1859, fecha temprana incluso en un contexto europeo.52 Durante los años siguientes realizó, además, investigaciones experimentales sobre diversos parásitos microscópicos, en parte en colaboración con el cirujano Federico Rubio. También colaboraron ambos en sus primeras indagaciones bacteriológicas, publicando, por ejemplo, en 1872, un examen de los gérmenes existentes en el vapor atmosférico del servicio hospitalario de Ezequiel Martín de Pedro.53 El mismo año pronunció Olavide su discurso El parasitismo o morbidismo vegetal54 y en 1881 consiguió que se instalara en el Hospital de San Juan de Dios un laboratorio anatomopatológico y microbiológico, cuya dirección encargó al micrógrafo gaditano Antonio Mendoza. Fue autor de un número muy elevado de libros, folletos y artículos, entre los que destaca la gigantesca obra Dermatología general y clínica iconográfica de enfermedades de la piel o dermatosis (1871-1873), cuyo segundo volumen es un espléndido atlas de 168 láminas cromolitográficas, que incluyen, junto a la iconografía clínica, numerosas imágenes histopatológicas y parasitológicas.55 Su producción interesó en otros países europeos, llegando incluso a publicarse en 1888 una traducción francesa, prologada por un especialista tan importante como Etienne Lancereaux, de las lecciones que sobre las «dermatosis reumáticas» había pronunciado nueve años antes en el Hospital de San Juan de Dios.56

Tras estudiar medicina en las Universidades de Caracas y de Lima, el venezolano Francisco José Delgado Jugo (1830-1875) se formó principalmente como oftalmólogo en París bajo el magisterio de Auguste Louis Desmarres, en cuya Clinique Ophtalmologique llegó a tener un cargo directivo y se hizo amigo de Albrecht von Graefe. La estrecha relación científica que el resto de su vida mantuvo con él pesó poderosamente en su adhesión a la patología celular y la clínica basada en ella. Recordemos que Graefe las había aprendido desde sus inicios porque fue discípulo de Schleiden, Schwann y Henle en la Universidad de Berlín, donde luego fue catedrático de oftalmología, y que había hecho la famosa afirmación «nos ha descubierto un nuevo mundo» cuando Helmholtz inventó el oftalmoscopio (1850), que utilizó inmediatamente en varios trabajos, entre ellos, los que dedicó a exponer las primeras observaciones de cisticercosis retiniana y el descubrimiento de la embolia de la arteria central de la retina como causa de ceguera súbita. A Delgado Jugo le gustaba relatar las continuas informaciones que recibía de Graefe, cuya orientación científica compartía plenamente. El año 1858 se trasladó a Madrid, donde organizó cursos libres en su domicilio que condujeron a la fundación en 1872 del Instituto Oftálmico, punto de partida del desarrollo en España de la oftalmología, que hasta 1911 no llegaría a ser una asignatura obligatoria. Resulta lógico que, además de realizar trabajos de histopatología ocular, se ocupase de cuestiones generales como la inflamación. En 1864 publicó un amplio estudio crítico de la teoría de Virchow aplicada a la oftalmía granulosa, cuya conclusión final es la siguiente:

Fases de la inflamación experimental del tejido corneal. Grabados de Histología de las afecciones de la córnea (1873) de Francisco José Delgado Jugo.

Todas estas contradicciones nos hacen pensar que la cuestión de la naturaleza de las granulaciones no está aún resuelta, y que aún son necesarias nuevas y prolijas investigaciones micrográficas, hechas en piezas en las que puedan apreciarse aisladamente las transformaciones que va experimentando la mucosa en la oftalmía granulosa.57

Nueve años después confirmó la teoría sobre la inflamación de Julius F. Cohnheim con casos de lesiones corneales en una conferencia que fue resumida en El Anfiteatro Anatómico, la revista de González de Velasco. Comenzó exponiendo la textura histológica de la córnea y cómo la teoría del francés Charles Robin «la derribó más tarde la escuela histológica alemana». Reiteró la critica a la de Virchow y se adhirió a la de Cohnheim, aunque estimándola incompleta:

Muchas más pruebas experimentales y profundos razonamientos adujo, como ya hemos dicho, el Dr. Delgado Jugo, manifestando, por último que a su juicio faltaba, sin embargo, algo a la teoría de Cohnheim, y era explicar la manera por la cual el leucocito, convertido en glóbulo de pus, atraviesa las paredes de los capilares para producir las queratitis supurativas, si bien existen ya algunos hechos experimentales que parecen demostrarlo.58

El gallego Cesáreo Fernández de Losada (1837-1911), comenzó a estudiar medicina en Santiago de Compostela el año 1848 y por su afición a la anatomía fue nombrado ayudante de disector cuando todavía estaba en el tercer curso. A pesar de ello, terminó la licenciatura en Madrid (1856) y casi inmediatamente ingresó en la sanidad militar. Se vio obligado a llevar una vida frenética, debido a las sangrientas contiendas de la época, desde las provocadas por los enfrentamientos entre carlistas, conservadores y revolucionarios, hasta las guerras de Marruecos y Cuba. Publicó trabajos sobre la higiene en circunstancias bélicas, pero en su actividad quirúrgica se volvió a manifestar el interés por los saberes morfológicos. Aprovechando los periodos de paz, efectuó de modo regular desde los años sesenta análisis histopatológicos de las lesiones correspondientes a los casos que operaba en el Hospital Militar de Madrid. Además de aprovecharlos para las lecciones que allí impartía,59 publicó los de mayor interés. El primero fue un encondroma del maxilar superior (1866). Como hacía sistemáticamente, expuso el análisis histopatológico entre la descripción macroscópica y el análisis químico:

Examen microscópico del tumor. Examinada con un aumento de 300 diámetros una porcioncita de este seudoplasma, tomada en la parte media y central de la rama del maxilar, se observó una sustancia intercelular incolora y homogénea, donde existían algunos aunque pocos espacios vacíos, y una multitud de células cartilaginosas, redondeadas unas, más o menos irregulares otras, con prolongaciones laterales las más, y todas conteniendo en su interior mayor o menor número de núcleos. Colocando del mismo modo en el microscopio otra porcioncita del tumor correspondiente a uno de los tabiques que circunscribían las geodas del cuerpo del maxilar, se vio que la sustancia intercelular, en vez de ser una masa homogénea como la anterior, estaba formada por una trama de fibrillas incoloras y muy finas, más caracterizadas que las del cartílago verdadero, entre cuyas mallas existían unas areolas de 0,04 mm a 0,08 mm de diámetro, en cuyo interior se encerraban de 1 a 4 glóbulos, dentro de los cuales existían núcleos con sus gránulos y algunas células de grasa.60

Son muy significativos los cambios de título de la revista que dirigió antes de la revolución de 1868: de Revista de Sanidad Militar Española y Extranjera (1864-1865) pasó a Revista de Sanidad Militar y General de Ciencias Médicas (1866) y a Revista General de Ciencias Médicas y de Sanidad Militar (1867). El laboratorio en el que realizaba los análisis acabó integrándose en el Instituto Anatomo-Patológico de la Sanidad Militar, del que fue nombrado director y cuyos trabajos dio a conocer en una memoria.61

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