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Geografías paradójicas: hacia una geografía transnacional mixteca

Decidimos entonces alejarnos del “territorialismo metodológico” de los estudios etnográficos, que reproduce el supuesto de “un territorio, una nación, un gobierno” con el que se construye el Estado­nación moderno, lo que no da menos, sino más importancia a la pregunta sobre el territorio habitado por las comunidades transnacionales. Así que decidimos poner al centro de la construcción de la nueva metodología la pregunta sobre cuál es el territorio (o los territorios) que los sujetos transnacionales habitan, y no darlo por un hecho (Besserer, 2004).

Fue así como nos aproximamos a las teóricas feministas de la geografía, como Gillian Rose (Rose, 1993) para buscar nuevas fórmulas para el estudio del espacio y el territorio. Rose nos permitió constatar que las personas subalternas viven en el marco de representaciones geográficas hegemónicas (por ejemplo la idea de que el territorio de una comunidad está acotado por las fronteras locales o municipales que configura un espacio contiguo), pero que sus experiencias son diferentes y producen una geografía diferente y subalterna. De ahí que Rose propone que los sujetos subalternos se encuentran en un lugar paradójico, en la yuxtaposición de una geografía hegemónica y una subalterna. Esta reflexión, que había sido un aporte de lecturas previas a este proyecto, nos permitió conocer y entender que debíamos comprender a los y las transmigrantes de las comunidades estudiadas viviendo una doble geografía, la hegemónica territorializante, y otra que podríamos conocer y reconstruir a partir de sus experiencias. A esto se sumó la experiencia previa de un proyecto sobre redes comunitarias dirigido por Michael Kearney y David Runsten (Runsten y Kearney, 1994).

Para dar cuenta de la geografía vivida por los miembros de las comunidades transnacionales, fue que desarrollamos las “topografías transnacionales” (Besserer, 2004). Las topografías son una representación formal del espacio vivido por la comunidad que incluye localidades en México y en Estados Unidos, que fueron mencionadas en sus trayectorias de vida al menos por dos personas seleccionadas en una muestra en la comunidad de origen.

Los cúmulos en que se agrupan las localidades en las topografías transnacionales son “ámbitos” o regiones migratorias que cambian con el tiempo. Los ámbitos se grafican no por la cercanía en número de kilómetros lineales entre dos puntos, sino por su proximidad social medida según la frecuencia con que aparecen vinculadas en las trayectorias de vida de los entrevistados. Los distintos aspectos de la vida comunitaria, como el trabajo, la educación, pero también los rituales públicos, se realizan en una multiplicidad de localidades que al agruparse con fines analíticos constituyen “dominios”. Usamos el concepto de “dominios” para enfatizar que se trata de espacios de poder, cuyas dinámicas inciden sobre los sujetos, al tiempo que pueden tener injerencia en la estructura de la topografía comunitaria.

Finalmente, buscamos los ejes ordenadores de la topografía transnacional como si tuviéramos un mapa. En el caso de un mapamundi, estas dimensiones organizadoras son los ejes Norte­Sur, y Este­Oeste. En el caso de la comunidad estudiada de San Juan Mixtepec, encontramos que se trataba de dos ejes organizadores de la topografía. El primer eje organiza la geografía de acuerdo con el traba jo y con la movilidad asociada al mismo. Así, de un lado hay un gran cúmulo de localidades donde las personas pasan poco tiempo pues se trata de lugares con trabajo estacional o eventual que su pone movilidad y desterritorialización; mientras que en el otro extremo encontramos localidades donde los trabajadores encuentran trabajo durante todo el año y por eso se asocian con una residencia más permanente y a procesos de reterritorialización. El segundo eje, es el de género. Hay localidades que sólo fueron men cionadas por mujeres (por ejemplo, donde han dejado a sus hijos durante los periodos de mayor movilidad en el trabajo), otras que solo fue ron mencionadas por hombres, y otras más fueron mencionadas por ambos.

Decíamos antes que las topografías transnacionales, son una forma de representación del espacio que escapa al territorialismo metodológico, y un instrumento que permite representar la complejidad de la geografía que habitan las comunidades transnacionales. Se trata de una metodología que nos permite identificar las dinámicas de movilidad y dispersión en el espacio, y al mismo tiempo reconocer los procesos de anclaje y de construcción del vínculo con el territorio.

En la práctica, esta manera de comprender la geografía transnacional difiere de la perspectiva con que se han construido los análisis sobre procesos de globalización. Las geógrafas críticas feministas Geraldine Pratt y Brenda Yeoh (2003) han cuestionado los marcos teóricos dominantes en el estudio de los procesos de globalización, que contraponen “lo global” a “lo local” usando metáforas que asocian la globalización con valores masculinos y los procesos locales con la condición de subordinación femenina. En la base de esta correspondencia entre los sistemas de desigualdad geográfica y de género, está el uso de un sistema de escalas para organizar metafóricamente la relación entre “global” y “local”. En este sistema de escalas, la globalización está “por encima” de los procesos locales que son “inferiores”; la globalización del capital se asocia con “movilidad” y los procesos locales con inmovilidad; la globalidad con poder y los procesos locales con fragilidad, subordinación y atadura.

Al final, el modelo que se basa exclusivamente en el eje vertical de las escalas (global­local), reproduce el sistema hegemónico de contención donde lo local aparece como circunscrito y subordinado. El método de las topografías, al introducir un eje horizontal de dispersión o “alcances” (local­translocal) nos permite visualizar y comprender la amplitud del espacio transnacional que construyen y habitan las comunidades transnacionales.

La teoría feminista entonces nos permite comprender ese lugar paradójico que ocupan los sujetos transnacionales en el vértice donde se yuxtaponen por un lado una geografía dominante (que da por dado un sistema de escalas que van de lo global a lo local y asociado a un sistema de metáforas, donde los sujetos aparecen acotados y subordinados a un territorio); y por el otro lado un amplio espacio en el que se encuentran dispersas un gran número de localidades.

El trabajo sobre topografías transnacionales se complementa con el trabajo de Michael Kearney, quien propone que las fronteras internacionales (y de otros tipos) separan “campos” de poder (Kearney, 2004b). El espacio que configuran las comunidades se extiende sobre campos de poder claramente diferenciados, como los campos agrícolas que se mantienen separados por vallas cuidadosamente vigiladas, o los territorios nacionales separados por fronteras internacionales. Conforme el paso de la población migrante va hilvanando estos campos con sus trayectorias laborales o educativas, los lazos comunitarios quedan atravesadas por fronteras que ejercen un poder filtrador y clasificador sobre las comunidades y sus miembros. Esta idea de campos de poder será útil más adelante cuando hablemos sobre transnacionalismo contradictorio y feminismo transnacional.

Transnacionalismo contradictorio y feminismo transnacional

Dos posturas del pensamiento transnacional comparten algunos elementos en común, los estudios del transncionalismo contradictorio y los del feminismo transnacional.

Transnacionalismo contradictorio es el concepto que se retomó del trabajo de Roger Rouse (Rouse, 1992) para hacer referencia a las situaciones paradójicas que surgen cuando la vida de una persona o familia se extiende más allá de una frontera internacional. Para ilustrar estas situaciones, podemos referirnos al trabajo de Víctor Espinoza, quién mostró que en el caso de una familia michoacana, la condición transnacional se mantenía precisamente por las diferentes apreciaciones de género. Mientras que la esposa prefería vivir en Estados Unidos donde percibía que gozaba de mayores libertades, el esposo prefería vivir en México donde gozaba de mayores privilegios. Este dilema sobre dónde vivir, es el motivo, nos dice Espinoza, de que la vida de las familias transcurra en ambos sitios creando una situación de continuidad espacial por largos periodos (Espinoza, 1998).

Para Rouse, el espacio transnacional puede ser un lugar de contradicciones entre, por ejemplo, lo que se espera de una “buena mujer” en Aguililla, Michoacán (donde se considera que el espacio de la mujeres es el espacio privado), y lo que se espera de una “buena mujer” en Estados Unidos (donde se aprecia que una mujer acceda al trabajo remunerado y por ello al espacio público para contribuir económicamente a los planes de la familia). La contradicción entre ambas expectativas puede ser una oportunidad para desnaturalizar la condición de género, al quedar al descubierto que, ser mujer no es una condición “natural”, sino producto de un orden hegemónico imperante, y que estos órdenes pueden variar e incluso ser contradictorios.

Victoria Malkin (Malkin, 1999), por su parte, propone que las mujeres en situación paradójica o contradictoria transnacional adoptan los patrones locales hegemónicos, por lo que alerta sobre los límites de una postura optimista del transnacionalismo contradictorio.

Desde el feminismo se construyó una aproximación que se llamó a sí misma “feminismo transnacional”. Dos de sus principales pensadoras son Inderpal Grewal y Caren Kaplan (Grewal y Kaplan, 1994) quienes propusieron el concepto de “hegemonías dispersas”, que le da título a su libro, para explicar que en el plano transnacional los sujetos transitan por diversos contextos hegemónicos (o campos como les llamaría Michael Kearney), y por ello las mujeres y hombres transmigrantes se ven enfrentados a una multiplicidad de posturas hegemónicas. Las autoras sugieren que la contraparte de estas hegemonías dispersas es que, en tensión con estas hegemonías, el feminismo desarrolla una diversidad de posturas diferenciadas entre sí. Por lo anterior, la solidaridad de género a partir de redes transnacionales debe ser cuidadosa en no imponer una postura feminista sobre otra en el archipiélago de movimientos y pensamientos feministas, sino crear las condiciones para la participación política en colaboración.

En esta misma lógica de empoderamiento, nuestra investigación nos fue mostrando que las comunidades transnacionales tienen una institucionalidad interna que se extiende por el espacio comunitario, y que constituye un sistema de poder y de ciudadanía comunitarias transnacional. Este sistema de gobierno transnacional que exploraremos con más detalle más adelante en este capítulo, contrasta y se yuxtapone con la diversidad de sistemas políticos de las hegemonías dispersas, y sus respectivas formas de subordinación y empoderamiento.

Fue la lectura de Iris Marion Young (Young, 1998) y su reflexión sobre ciudadanías diferenciadas, lo que nos proveyó de un instrumental conceptual para explorar cómo es que la multiplicidad de ciudadanías locales conviven con esta otra forma de ciudadanía, la ciudadanía transnacional comunitaria, que tiene una institucionalidad, una hegemonía, y un orden de género propios, así como sus propias contradicciones.

La reflexión sobre la hegemonía dispersa, y la construcción de sistemas de empoderamiento e incluso gobierno transnacional, son una muestra de la importancia del feminismo como herramienta para comprender los procesos que tienen lugar en el ámbito transnacional, la complejidad de los retos que presentan y las posibilidades para la acción que ofrece.

El transnacionalismo contradictorio y el feminismo transnacional son entonces aproximaciones teóricas con posturas complementarias. Nos permitieron conceptualizar la complejidad de las paradojas en la vida de los sujetos transnacionales que habitan más de un lugar; nos ayudaron también a estar alertas para buscar formas de resistencia múltiples en el amplio y fragmentado espacio transnacional; fueron de gran utilidad para iniciar el análisis de los sistemas políticos transnacionales comunitarios que aparecieron primero como espacios de ciudadanía comunitaria y de resistencia transnacional contrahegemónica, aunque después comprendimos que eran también espacios de reproducción de formas de desigualdad interna de la comunidad.

De las hegemonías dispersas al feminismo diaspórico

Un giro importante del pensamiento feminista, está relacionado con los aportes que han hecho feministas que se identifican, ellas mismas, como sujetos transnacionales. Éste es el caso de las feministas afrodescendientes, de la diáspora asiática o quienes contribuyeron en Estados Unidos a la construcción del feminismo chicana/chicano. Se trata de un enfoque al que podemos llamar “feminismo diaspórico” (aunque no todas las autoras que mencionaremos aquí se identifican explícitamente con esta categoría).

Una contribución importante del feminismo diaspórico al pensamiento transnacional podemos encontrarlo en el plano de la epistemología. Las teóricas y teóricos diaspóricos insistieron en que no hay un punto de vistas de género, ya que la experiencia vivida en la intersección entre el racismo y el sexismo produce una diversidad de formas de ser mujer y de ser hombre. Propusieron estas miradas críticas, que el esencialismo de género (es decir, el supuesto de que hay una condición básica que comparten todas las mujeres o los hombres) suele universalizar una forma específica de ser mujer o de ser hombre que frecuentemente corresponde al modelo hegemónico en una sociedad. De ahí la crítica, por ejemplo, al así llamado “feminismo blanco”, que en algunas sociedades impone un imaginario de qué es ser hombre y qué es ser mujer, coincidente con el modelo étnico dominante de un Estado­nación específico. Reivindicar la idea de un punto de vista de género se traduce en un “nacionalismo feminista” (Herr, 2018) que no da un espacio a las formas diversas de ser hombre o mujer en la sociedad. La suposición de que la reivindicación de derechos desde la experiencia de género, como si esta fuese una, no solamente esencializa, sino naturaliza la condición de ser hombre o mujer, y éste es al final el fundamento del orden heteronormativo. Si la fórmula hegemónica que establece qué es ser hombre y qué es ser mujer está situada en el contexto del racismo y el sexismo, reconocer este carácter “situado” de las categorías hegemónicas (Haraway, 1998) sería el prerrequisito epistémico para la construcción de un feminismo transnacional. Por ello, para algunas feministas afrodescendientes como Bell Hooks (Hooks, 1984), en vez de buscar ocupar el centro de la categoría hegemónica como plataforma para la coordinación de la acción de género, debe reivindicarse los márgenes de dicha categoría como un “lugar de apertura radical”. Se trata, en términos de Lauretis de una “identidad descentrada” (Lauretis, 1990). Este lugar desde los márgenes, permitiría contravenir el racismo y el sexismo en el que está situado el concepto nación­céntrico de género, para construir lo que la feminista chicana Chela Sandoval (Sandoval, 1995) llamó una “conciencia opositora” construida desde el Tercer Mundo enclavado en el Primer Mundo.

El feminismo diaspórico nos muestra que la condición transnacional no es privativa de los sujetos migrantes. Como nos muestra la feminista chicana Gloria Anzaldúa en su conocida obra Borderland/La frontera (1987), a veces no son las personas las que cruzan las fronteras, sino los contextos en torno a los sujetos los que se modifican, ya sea porque se mueven las fronteras, porque se resignifican las identidades nacionales, o porque la construcción social del género se transforma. Anzaldúa nos muestra que la realidad cotidiana contradice el imaginario de la nación (un territorio, una identidad, un gobierno), y los espacios de la estasis se entienden mejor, si los representamos como zonas fronterizas, lugares de convergencias de diferencias, de superposiciones de órdenes de género, y de yuxtaposición de sistemas de poder. El cambio epistémico del feminismo diaspórico, es decir, el cambio en la forma de comprender la realidad, nos lleva a una nueva ontología, es decir, a redefinir aquello que el feminismo estudia, en un giro que muestra el poder contrahegemónico del feminismo transnacional. Esta nueva ontología que propone comprender las realidades locales como zonas fronterizas, con sistemas yuxtapuestos de poder, e identidades que escapan a los esencialismos categóricos, es la puerta de entrada a una nueva forma de entender la condición de género en la sociedad contemporánea. No hay que ser migrante para vivir en una condición transnacional, pero de los estudios transnacionales de género podemos abrevar para la comprensión de la realidad contemporánea.

El feminismo diaspórico nos permitió también explorar nuevas dimensiones analíticas para explicar la construcción de la desigualdad y la subordinación en el plano transnacional. Aprendimos de autoras afrodescendientes como Toni Morrison (Morrison, 1995) y teóricas de la diáspora asiática como Lok Siu (Siu, 2005) la importancia del estudio de la memoria en las comunidades transnacionales. La reflexión feminista nos llevó también a pensar que en el estudio de procesos transnacionales debíamos poner atención en los sentimientos y las emociones para la comprensión de la vida en las comunidades transnacionales (Rosaldo, 1983; Lutz y White, 1986; Lutz y Abu­Lughod, 1990; Jaggar, 1989).

El feminismo diaspórico es, desde mi punto de vista, el trabajo más representativo del transnacionalismo de ruptura; aquel que más tensión encuentra frente al empirismo duro de los estudios transnacionales de la migración, y el que nos abrió el camino para explorar nuevas dimensiones analíticas.

COMUNIDADES TRANSNACIONALES Y TRANSFEMINISMO

La literatura feminista reseñada hasta aquí influyó de manera importante, directa o indirectamente, en nuestra investigación etnográfica y en la construcción de nuestra perspectiva sobre los estudios transnacionales. Pero ahora parece insuficiente para comprender la realidad que observamos, y los cambios que han continuado sucediendo. Por ese motivo, en esta segunda parte de este capítulo, haré un trabajo analítico retrospectivo sobre el material etnográfico producto del proyecto sobre comunidades transnacionales, usando herramientas conceptuales de una orientación del conocimiento feminista distinta a las revisadas hasta aquí; me refiero al marco conceptual del transfeminismo.

El transfeminismo pone en el centro de la reflexión el tránsito de una condición sexual y de género a otra. Comparte con los estudios transnacionales, la preocupación por comprender las desigualdades sociales y de poder en un mundo desigual y cambiante, así como también un lenguaje que refiere a la migración, la transición y la transgresión. Más aún, la literatura transfeminista mantiene un diálogo con los estudios transnacionales y abreva de los mismos para explorar la diversidad de prácticas “trans” en el marco de los órdenes de género dominantes en el modelo hegemónico del Estado­nación. En este contexto, encontramos en la literatura transfeminista una diversidad de enfoques y de definiciones del concepto “transnacional”. Así por ejemplo, algunos autores aluden al carácter “transnacional” de las prácticas transgénero y transexuales cuando éstas subvierten o transgreden los órdenes de género según son categorizados por el Estado­nación. Pero otros autores que estudian críticamente los Estados conservadores donde el cambio de sexo es permitido con base en la idea de que los sujetos alinearán la sexualidad con la que se identifican con su físico, llaman a este vínculo entre transexualidad y heteronormatividad “transnacionalismo”, es decir, una filosofía trans que refuerza los preceptos anclados en la lógica de genero del Estado­nación (Tudor, 2017).

La riqueza de la literatura transfeminista radica también en el estudio de la interseccionalidad en los procesos “trans” que compara y articula analíticamente las dinámicas de “hacerse pasar por” o de “transitar entre” las categorías del color en un régimen de racismo, y las categorías de género en una sociedad heteronormativa y sexista (Brubaker, 2016; Halberstam, 2018; Fogg, 2017). Es menos frecuente, en cambio, la discusión sobre interseccionalidad desde el transfeminismo que incluya la condición de clase (Brewster, Velez, Mennicke y Tebbe, 2014; Raha, 2017), aspecto en el que aporta la etnografía transnacional que revisaré en esta sección y que discutiré al final de este capítulo.

En las páginas siguientes revisaré la etnografía de las comunidades transnacionales mixtecas a la luz de algunos de los conceptos clave del transfeminismo crítico (Phillips, 2014). Para ello, encuadraremos nuestro análisis en distintos dominios de la topografía tansnacional de estas comunidades.

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9786077115984
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