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Galilea fue la región donde Jesús vivió la mayor parte de su vida. Está en el norte de Palestina. Se extiende desde las laderas del monte Hermón, al norte, hasta el valle de Esdrelón, al sur; y desde el río Jordán y el lago de Galilea, en Oriente, hasta la costa del mar Mediterráneo, en el occidente. Al sur de Galilea, separada por el valle de Esdrelón, se encuentra Samaria, cuyo núcleo lo constituye un macizo de montes y colinas. Galilea tiene un relieve ondulado; sus colinas están revestidas de olivos y viñas; en los valles se cultiva trigo y cebada. El lago de agua dulce tiene unos 21 km de largo y 12 de ancho, y gran abundancia de peces. Durante su vida pública, Jesús predicó principalmente en las ciudades de la orilla noroccidental del lago: Corazaín, Betsaida, Cafarnaúm, pero fue en esta última donde fijó su residencia. Ahí todavía se conservan las paredes de una habitación que, de acuerdo con una antigua tradición, confirmada por las investigaciones arqueológicas, fue la casa de san Pedro, donde se hospedaba Jesús.

En Galilea, vivía gente de dos culturas distintas. Una parte importante era de cultura helénica, hablaba griego, se dedicaba principalmente al comercio o a la industria, y vivía en las grandes ciudades como Tolemaida (con puerto en el Mediterráneo), Séforis, en el interior, o Tiberíades, en la orilla del mar de Galilea. La otra parte, la población rural, era eminentemente judía, hablaban arameo y vivían en aldeas o en pequeñas poblaciones, como Nazaret, Caná, Cafarnaúm o Betsaida. No parece que hubiera un trato muy frecuente entre ambas poblaciones. Cristo predicó a la población judía y no tenemos constancia en los evangelios de que lo haya hecho en las ciudades helenizadas; no obstante, existen relatos en los evangelios de que acoge a los gentiles que lo buscan.

En la Galilea media, al sureste del lago, estaba, y sigue estando, Nazaret, donde vivió Jesús treinta años. Era una aldea desconocida, donde vivían unas cuantas familias pobres, dedicadas en su mayoría a la agricultura y algunas, como la de José, que vivían de su trabajo artesanal. Las casas estaban adosadas a las rocas. Por lo general, eran de dos habitaciones, una era una cueva que servía de bodega y despensa, y que tenía adosadas tres paredes de adobe, que formaban la segunda habitación, techada con maderas, ramas y hojas, donde vivía la familia. Gran parte de la vida familiar discurría en el terreno al frente de la casa. Los habitantes de Nazaret eran judíos y hablaban arameo.

B. Situación política

En el tiempo de Jesús, la nación israelita había perdido mucho de su antigua grandeza. Quedó sujeta al dominio de Roma desde que Pompeyo entró en Jerusalén el año 66 a. C. Desde entonces, Roma gobernaba Palestina mediante monarcas que pactaban con ella. Herodes el Grande, accedió al trono con el apoyo de los generales romanos Antonio y Octavio; un senadoconsulto (40 a. C.) lo nombró rey de los judíos; gobernó durante 37 años (40-4 a. C.). Reconstruyó el templo, pero no era un hombre religioso, de hecho, no era judío, sino de Idumea (suroeste de Judea). En su testamento, dividió su reino entre sus tres hijos: al hijo mayor, Arquelao, le legaba Judea y Samaria, con el título de rey; a Herodes Antipas, le dejó Galilea y Perea, y a Filipo, los distritos del noreste: Gaulanítide, Traconítide, Iturea y otros. Para validar el reparto de territorios, era necesario el consentimiento de Augusto, al cual acudieron los tres hijos. El emperador confirmó el reparto, pero dio a Arquelao el título de etnarca o gobernador de un pueblo, y a Antipas y a Filipo, el de tetrarca, es decir gobernador de una cuarta parte. Arquelao, antes de partir para Roma, tuvo que reprimir una sedición en Jerusalén; sus soldados mataron a más de tres mil judíos. Durante la ausencia de los tres herederos, se produjeron rebeliones en toda Palestina, sobre todo en Galilea. Tuvo que acudir el procónsul de Siria, Varo, para restablecer el orden con una gran represión. A su vuelta de Roma, Arquelao se encontró con mucha oposición entre la población, que Arquelao aumentó con sus propios actos, hasta que fue denunciado otra vez por los jefes judíos ante Augusto, quien lo desterró a Viena. Entonces, la Judea y la Samaria quedaron bajo el dominio directo de Roma por medio no del procónsul de Siria, sino de un gobernador especial, que, durante la vida pública de Jesús, fue Poncio Pilatos (26-36).

Jesús vivió sus años de infancia y juventud bajo la jurisdicción de Herodes Antipas. Los emperadores romanos que gobernaban en tiempo de Jesús fueron Augusto, quien logró unir el imperio y ponerlo en paz, al grado de que el Senado decidió (entre los años 13 y 19 a. C.) erigir, en el campo Marte, el ara pacis, un altar de la paz; murió el año 14 d. C., y le sucedió Tiberio, quien gobernó hasta su muerte el año 37.

Existió un órgano de gobierno propiamente judío, el Sanedrín, una especie de senado, que tenía un poder considerable en el gobierno y administración interna del país; tenía su sede en Jerusalén y llegó a tener jurisdicción sobre todo el pueblo, en causas civiles y religiosas; velaba por la pureza de la doctrina y por eso envió emisarios para interrogar a Juan el Bautista, y condenó a Jesús a muerte; pero no podía ejecutar la sentencia, sin autorización del procurador. Estaba compuesto de 71 miembros, representantes de los sacerdotes, de los doctores de la ley y de los “ancianos” o notables, esto es, representantes de la aristocracia civil. El sumo sacerdote en funciones era el presidente del Sanedrín.

C. Situación social

La vida familiar se tenía en alta estima, fundada en el matrimonio. Las bodas eran objeto de celebraciones que se prolongaban por varios días. Era frecuente el divorcio y la poligamia estaba todavía autorizada, pero excepcionalmente se practicaba. Los padres cuidaban educar a sus hijos en la fe de Israel, que se complementaba con la educación en las escuelas donde los hijos aprendían a leer y escribir para conocer la Biblia.

Las familias judías, unidas por vínculos de sangre y de religión, se trataban amistosamente y se ayudaban. De ahí el saludo que se daban: la paz contigo. La clase superior, compuesta por los sacerdotes, los doctores de la ley, los fariseos y los ciudadanos ricos solía mirar con desprecio al “pueblo de la tierra”.

El trabajo manual era muy apreciado en tiempos evangélicos, pero iniciaba ya la afición por el comercio. Había una red de caminos bien trazada.

El costo de la vida no era alto y la población en general podía vivir con poco dinero, pues tenía pocas necesidades. Pero había miseria y, a veces, miseria extrema. Muchos consideraban que la causa principal de la pobreza eran los pesados impuestos que había que pagar a Roma, la cual los cobraba por medio de los publicanos, es decir, agentes cobradores a quienes se les encargaba la exacción de impuestos y se les daba el derecho de retener algo.

La población de Palestina era judía en su mayor parte, sobre todo en Judea, Galilea y Perea, pero existía población helenizada. Los jefes religiosos cuidaban que los judíos no se contaminaran, para lo cual expedían órdenes y prohibiciones. Había muchos judíos que vivían fuera de Palestina, lo cual había sucedido como consecuencia de las conquistas por los asirios y caldeos que deportaron a muchos judíos. El conjunto de judíos en suelo extranjero lo denominaban la “diáspora”. Ellos seguían reconociendo a Jerusalén como su centro religioso y solían peregrinar a ella en las grandes fiestas.

La lengua que se hablaba en Palestina, y en la cual predicó Jesús, era el arameo. Cuando nació Cristo, el hebreo ya era una lengua muerta para casi todos los judíos, al grado que era necesario traducir al arameo los pasajes del Pentateuco y de los profetas, escritos en hebreo, para que lo entendieran los judíos de Palestina. El arameo era el idioma que se hablaba en Aram (Siria) y en Caldea y Babilonia, donde fueron desterrados los judíos, y ahí tuvieron que aprenderlo, y cuando volvieron a Palestina, llevaron el nuevo idioma.

D. La situación religiosa

En general, el pueblo judío vivía su fe religiosa. El templo era el gran lugar de culto. El primer templo lo construyó Salomón, y fue destruido por los soldados de Nabucodonosor, cuando tomaron Jerusalén. Después del destierro, los judíos reconstruyeron un templo en el mismo lugar, pero era un edificio pobre. Herodes el Grande ordenó la construcción del templo en el que llegó a estar Jesús. Era un templo magnífico, cuya construcción se inició hacia el año 20 a. C. y que terminó hasta 62-64 d. C. Pocos años después, sería destruido por el ejército romano (70 d. C.).

Además, existían las sinagogas, que no eran lugares de culto, pues ahí no se hacían sacrificios, sino que eran lugares de reunión, donde, en determinados días, especialmente los sábados, se reunían los judíos para orar y para escuchar las enseñanzas de los doctores acerca de la Ley y los profetas. En tiempos de Jesús había muchísimas sinagogas en Palestina, pues hasta las más pequeñas aldeas tenían la suya.

Los encargados del culto eran el sumo sacerdote, los sacerdotes y los levitas, todos debían ser descendientes de la tribu de Leví, y los sacerdotes, de la familia de Aarón. El sumo sacerdote era el jefe religioso del pueblo; su cargo era vitalicio y hereditario, pero bajo la dominación romana, los procuradores del poder romano los instituían y destituían a su antojo. Valerio Graco, procurador anterior a Poncio Pilatos, instituyó a varios, entre ellos a Anás, el año 6 d. C., que fue destituido después de muerto Augusto (14 d.C.); le sucedieron sus tres hijos y luego su yerno, Caifás, quien condenará a Jesús. Los sacerdotes hacían los sacrificios en el templo y atestiguaban la curación de los leprosos. Los levitas eran los encargados del orden en el templo y de auxiliar a los sacerdotes.

Los actos litúrgicos eran los sacrificios y la oración. Había un sacrificio incruento de un puñado de harina mezclado con sal y vino; y sacrificios cruentos, de diversos animales. Cada mañana y cada tarde, a nombre de todo el pueblo, se ofrecía el sacrificio de un cordero sin mancha; previamente, se procedía a la incensación del altar de oro, la cual le tocó hacer a Zacarías, según narra el Evangelio de Lucas. La oración se hacía de pie y, algunas veces, de rodillas con los brazos y manos extendidos hacia el cielo; para orar, algunos judíos se sujetaban a la frente y al brazo izquierdo unas cajitas de pergamino que contenían textos bíblicos, llamadas “filacterias”.

La vida cotidiana estaba impregnada por la ley mosaica. Los expertos en conocerla e interpretarla eran los escribas o doctores de la ley, que no eran sacerdotes, sino laicos instruidos, en parte teólogos y en parte juristas. Llegaron a formar un grupo compacto que, en general, era proclive a los fariseos. La interpretación que hacían fue conformando una tradición oral, la “tradición de los padres”, en la que se explicaban y desarrollaban los preceptos de la Ley, y que se puso por escrito a partir del siglo ii d. C., y es conocida como Mishná; en ella se contaban 248 preceptos positivos y 365 negativos. Esta elaboración de la Ley caracterizó, y sigue caracterizando, al pueblo judío. Los escribas tenían más influencia en el pueblo que los sacerdotes comunes.

En la población judía de Palestina, había diversos grupos religiosos que se distinguían por su modo de interpretar y vivir la misma religión judía: los fariseos, los saduceos, los esenios y los samaritanos.

La distinción entre fariseos y saduceos parecen haberse constituido alrededor del año 170 a. C., cuando fue la persecución del rey de Siria Antíoco Epifanes (215 a 164 a. C.), que intentaba imponer en Palestina el helenismo, con sus dioses y cultos, y terminar con la religión judía. Su intento dividió la población judía en dos bandos, los que resistieron a la persecución y se adhirieron con energía y sin mezcla de elementos paganos, a la religión de sus padres, que finalmente fueron llamados fariseos, y los que contemporizaban con el poder constituido y aceptaban las nuevas influencias, que fueron los saduceos. En el siglo primero, estos estaban naturalmente ligados a los partidarios de Herodes, a los herodianos. Los fariseos daban gran importancia al cumplimiento de la Ley, de acuerdo con las prescripciones de la tradición, por lo que solían asociarse con los escribas, y por eso en el evangelio, Jesús se dirige a veces conjuntamente a “escribas y fariseos”. Los saduceos decían que debían cumplirse solamente los preceptos de la Ley contenidos en el Pentateuco, por lo que despreciaban las tradiciones de los escribas, pero no eran laxos en el cumplimiento de los preceptos escritos en dicha parte de la Biblia; por otra parte, negaban la resurrección de los muertos.

Los esenios conformaban un grupo que no se menciona en el Nuevo Testamento; eran una especie de monjes del judaísmo, vivían en comunidades, poseían todo en común, practicaban el celibato, eran austeros y ordinariamente habitaban en pequeñas aldeas; hacían profesión de gran pureza de costumbres, como lo manifestaban sus vestiduras blancas; no tomaban parte en los sacrificios del Templo, y sólo enviaban ofrendas para los sacrificios incruentos. El interés por ellos creció a partir del descubrimiento de los rollos de Qumran. Se ha conjeturado que Juan el Bautista, y aun María, tuvieron contacto con ellos.

Los samaritanos eran los habitantes de Samaria, que se distinguían de los de Judea porque pensaban que el lugar por excelencia para adorar a Dios era el monte Garizim, mientras que los de Judea y Galilea, decían que era Jerusalén.

La vida religiosa del pueblo era, en general, fiel a su religión monoteísta, y no obstante las diferencias entre grupos, todos reconocían la importancia de la Ley, y, salvo los samaritanos, el papel central del templo en Jerusalén. La gente celebraba con regularidad los sábados y las fiestas, y hacía las peregrinaciones anuales a Jerusalén con ocasión de las tres grandes fiestas:[46] la Pascua, que conmemoraba la liberación de Israel del poder egipcio, y se celebraba el día 14 Nisan, es decir el día del primer plenilunio de primavera; en la misma fecha se celebraba conjuntamente la fiesta de los panes ácimos, en la que se consagraban a Dios las primicias de la nueva cosecha del año; la fiesta comenzaba con la cena pascual la noche del día 14 Nisan, y se continuaba durante siete días. La fiesta de Pentecostés (o de las semanas) se celebraba siete semanas después de la fiesta de los panes ácimos y tenía por objeto dar gracias a Dios por las cosechas de cereales; en los años en que vivió Jesús, esta fiesta se había convertido en una acción de gracias por la renovación de la alianza del Sinaí. Y la fiesta de los Tabernáculos o campamentos, que celebraba la terminación de todas las cosechas, del día 15 al 22 del séptimo mes, lo que equivale a fines de septiembre y principios de octubre en nuestro calendario; el nombre de la fiesta hacía alusión a los tabernáculos o tiendas que los judíos acostumbraban a poner en sus campos o viñas para vivir ahí mientras duraba la recolección; pero también hacían alusión a las tiendas en que vivían mientras peregrinaban por el desierto. Fue tomando alguna importancia, y se menciona en el Evangelio de Juan, la fiesta de la Dedicación (Janukah) el día 25 del mes Kisleu (nuestro diciembre), que conmemoraba el día en que Judas Macabeo purificó el templo de Jerusalén, profanado por Antíoco.

Practicaban la oración privada: en la mañana y en la tarde hacían oraciones especiales y solían acompañar con oración las actividades ordinarias como las comidas. Practicaban el ayuno, que estaba prescrito, al menos, el segundo y el quinto día de la semana.

Existía en el pueblo una viva esperanza por la venida del Mesías. De esto dan testimonio los evangelios, pero también los libros judíos escritos entre el siglo ii a. C. y el siglo ii d. C. De su estudio, se ha demostrado que entonces se aplicaban al Mesías 456 pasajes de la biblia hebraica. Dado que el pueblo había sufrido la dominación política de Persia, Siria y últimamente de Roma, asociaron la idea del Mesías a la de un restaurador de la independencia política.

[1] Antigüedades judaicas, XVIII, 116-119.

[2] Antigüedades, XX, 200.

[3] Antiquitates Judaicae, XVIII, 63-64. Traduzco al español el texto inglés que propone Meier I, p. 60. Entre corchetes pongo las palabras que Meier considera, con aparente razón, que son interpolaciones hechas por una mano cristiana. Las referencias a este autor corresponden a los volúmenes I y II citados en las referencias al final del texto.

[4] Véase Ocariz, F., Mateo Seco, L. F. y Riestra, J. A., El misterio de Jesucristo, pp. 83-84.

[5] Epistula X,96.

[6] Claudius, 25.

[7] Nero, 16.

[8] Citadas por Eusebio en Historia Ecclesiastica, IV, 9.

[9] Una muestra de esta predicación está en los discursos de Pedro recogidos en los Hechos de los Apóstoles (Hch 8, 4, 12; 3,12-26; 2,14-36, y sobre todo 13,16-41).

[10] Un resumen de esta catequesis previa en Hch 10,37-43. La estructura de esta catequesis es reconocible en el Evangelio de Marcos, quien puso por escrito la predicación de Pedro.

[11] Se considera que Q se conoce por las coincidencias de Mt y Lc en oposición a Mc. Sobre esta cuestión, véase más adelante, en el rubro la cuestión sinóptica.

[12] Cuando el Sanedrín les prohíbe a Pedro y Juan predicar en el nombre de Jesús, ellos responden (Hch 4,20) que “no podemos dejar de hablar lo que hemos visto y oído”.

[13] Hch 15, 23-29.

[14] Lc 1,2.

[15] Mc 1,1.

[16] Lc 1,4.

[17] Jn 21,24.

[18] Jn 19,35.

[19] Esto se infiere de la afirmación que hace dos veces en su Evangelio (2,19 y 2,51) de que los sucesos de la infancia de Jesús, María “los guardaba en su corazón”; no tiene sentido hacer esta referencia si no fuera porque Lucas transmite recuerdos que oyó de María.

[20] Para una exposición detallada de las noticias fidedignas o dudosas que se conservan de los cuatro evangelistas conviene véase O. Hophan, Los apóstoles, Madrid, Palabra, 1982.

[21] Citado por Eusebio de Cesarea, Historia eclesiástica III, 39,16 (principios del siglo iv).

[22] Hay una leyenda etíope sobre la muerte de Mateo, que fue luego vertida al latín como Passio Mathei, que se recoge en el breviario romano, según la cual, después de haber convertido al rey y a la familia real, fue muerto por orden de un hermano del rey, mientras celebraba la Santa Misa.

[23] En su obra Diálogo con Trifón, 106,3.

[24] En su obra Adversus Haereses, III,1,1; III,10,5.

[25] En Mc 14,51-52, donde se narra el episodio del joven que soltó la túnica para escapar de los soldados que aprehendieron a Jesús, los intérpretes suponen que ese joven fue el mismo Marcos, pues es un suceso que sólo viene en este Evangelio y es completamente irrelevante en la historia de Jesús.

[26] Comentario, Introducción al Evangelio de san Marcos, p. 1026, n.2.

[27] Que lo escribió en Roma, lo afirman Clemente de Alejandría, hacia el año 200a, Tertuliano, hacia el 220.

[28] Citado por Eusebio, Historia eclesiástica 3,39, 14-15; véase Comentario, Introducción al Evangelio de san Marcos, p. 1026. Sobre esa base y otros testimonios antiguos se ha mantenido la afirmación de que Marcos transmite la predicación de Pedro.

[29] En Enchiridion Biblicum, Nápoles, Pontificia Comisión Bíblica, 4a. ed., 1961, n. 1.

[30] Citado en Comentario, Introducción al Evangelio según san Lucas, p. 1061.

[31] Ibidem.

[32] El esquema común es: 1. Preparación del ministerio. 2. Predicación en Galilea. 3. Desde Galilea a Judea y Jerusalén. 4. Ministerio en Jerusalén. 5. Pasión, Muerte y Resurrección.

[33] A esta parte del Evangelio de Lucas se le ha denominado el “gran viaje”, que se entiende en un sentido teológico de predicación y extensión de la Buena Nueva, o también “la gran inserción de Lucas”.

[34] Una exposición breve, pero completa de estas teorías en Casciaro, pp. 145-151.

[35] Combinando ambas teorías acerca de los sinópticos, se me ocurre esta otra: el primer Evangelio es la versión aramea de Mateo, que contiene principalmente dichos de Jesús. Lucas escribe su Evangelio, posiblemente en Acaya, en los años sesenta, y traduce al griego las palabras arameas de Jesús. Esta traducción de Lucas fue tenida en cuenta por quienes hicieron la versión griega de Mateo, y de ahí las coincidencias entre ambos evangelios, a veces literales, que no procederían de la supuesta fuente Q, sino del evangelio arameo de Mateo. Mientras Lucas componía su Evangelio, Marcos hacía lo propio en Roma, y quizá trabajaron sin compartir sus redacciones, lo que explicaría que Lucas no tenga (la “gran omisión”) el pasaje de Mc 6,45 a 8,26, que sería muy adecuado para los lectores de Lucas, y que Marcos no tenga los pasajes de Lucas, llamados la “gran inserción”, que relatan muchos episodios relacionados con el último viaje de Jesús a Jerusalén (Lc 9,51-19,28). Juan, hacia los años 90, redacta su Evangelio conociendo los tres sinópticos, con la finalidad de transmitir su propio testimonio, completar los sinópticos, especialmente con las noticias del ministerio en Judea, aclarar algunos puntos que le parecen oscuros, como el día que tuvo lugar la Última Cena.

[36] Respecto del Evangelio de Mateo, deben considerarse las fechas de redacción de cada una de sus dos versiones; la versión en arameo, que fue la más antigua, y me parece que fue el primero de todos los evangelios, y la versión griega o versión revisada que bien pudo ser posterior a los otros dos sinópticos.

[37] Esa es la opinión común hoy entre los especialistas; véase Meier I, p. 43.

[38] Ibid, p. 44 y Comentario, Introducción a los Santos Evangelios, pp. 968-969.

[39] El Fragmento (o Canon) Muratori, de fines del siglo ii, advierte que hay libros que todos tienen como sagrados e inspirados, entre los cuales cita los cuatro evangelios; otros, que no todos tienen como sagrados o inspirados y no pueden leerse en las iglesias; unos más, que, aunque no son reconocidos como inspirados, pueden leerse privadamente, y otros que la Iglesia rechaza, por ser apócrifos o agnósticos.

[40] John Meier I, p. 122.

[41] Meier, op. cit., p. 124, quien refiere que Cristopher Tuckett (Nag Hammadi and the Gospel Tradition. Studies of the New Testament and Its World, Edinburgo, Clark, 1986) después de analizar este material, concluye que, salvo el Evangelio de Tomás, nada de este material muestra una fuente independiente de los sinópticos.

[42] Ibid., p. 127. Analiza también las opiniones de otros autores que llegan a afirmar que tal Evangelio de Tomás da muestras de poseer fuentes de los dichos de Jesús, independientes de los evangelios sinópticos, y previas a ellos, pero Meier considera que no pueden probar sus afirmaciones, pp. 128 a 131.

[43] Ibid., pp. 139-140.

[44] Se puede ver una descripción del país de Jesús, así como de la sociedad en que vivió en Fillion I, pp. 31-110.

[45] Gen 13,15-16.

[46] Casciaro, pp. 83-85.

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