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La khátarsis marginofugitiva se asfixia finalmente en sus problemas de estructura mal resueltos (pero por lo menos se planteaba una). O más bien, la película no tiene problemas, ¿cómo y para qué habría de tenerlos, si por su fallida estructura, ella misma se vuelve un gran problema? De la instantánea sociología de la Mara Salvatrucha en irreconocibles tierras jarochas (sucursal Veracruz), para divulgación y encomio vergonzante (en las antípodas anticomplacientes y antivictimológicas de la docuficción La vida loca del malogrado hispano Christian Poveda, 2009, o antimaraépicas de Sin nombre del californiano Cary Fukunaga, 2009), se pasa a una enésima crónica de los pobres amantes presuntamente entrañable y, de ahí, a la inepta fuga de los amantes malditos más tontos de la galaxia, con su respectivo proceso de entredevoramiento sugerido, lumpenización y ruptura, hasta que, por último, se desemboca en el folletín indirecto, alrededor de la intempestiva niña expósita no deseada (y prácticamente inmostrable) cuyos padres quisieran reivindicarse post mortem de cara a ella pero que deberá ser piadosamente recogida por un travesti con fallidos deseos transexuales, aunque éste se convertirá en vocero de la suprematista supraconciencia trágico-ideológica del relato, uno más sobre seres desgraciados e inermes, víctimas de la pobreza, de la ignorancia y del actual desgarramiento generalizado del tejido social mexicano, que se evidencia por medio de un terminante microdocumental amarillista acerca de la miseria en los basureros tremebundos, pues inesperada e incongruentemente “Esta historia está dedicada a todos aquellos que a pesar de vivir marginados no han perdido los sueños”, según señala un letrero como envío y colofón.

Y la khátarsis marginofugitiva por muestra excluyente una deflagración corporal que jamás consigue ver por encima del desgarrador lamento instintivamente inane (“¿Por qué será que nacimos sin suerte?”), por no escuchar aquella imprescindible sabiduría ambiental que favorece la supervivencia (“El que obra mal, se le pudre el culo”), invocada aún a tiempo hacia la mitad del film.

La khátarsis amnesioaltruista

Al grito de “Un niño enfermo es más importante que todas tus fiestas”, la dulce y bella voluntaria en una clínica para la atención de niños de bajos recursos con cáncer Jackie (Adriana Louvier tan guapa como en la telenovela Emperatriz) acaba estallando y enfrentándose a su exitoso marido ejecutivo de negocios absorbentes Samuel (Tony Dalton sintiéndose actor TV Azteco intelectual de tiempo completo), por más que había evitado ese estallido y eludido este enfrentamiento durante toda la velada festiva, por más que había dejado demandando más afecto (“Es igual que yo”) a su consentido chavo peloncito de 11 años Julito (Benny Emmanuel) con quimioterapia recién terminada hace tres semanas (“Qué bueno que te pudiste escapar”), por más que había corrido a casa para calarse de chiflonazo su ostentoso collar de mariposas-fetiche favoritas que emblematizan su inquietud, por más que había acometido (o cometido) una perentoria reconciliación (“Si los dos ponemos de nuestra parte...”) con ese frívolo hombre duro siempre ajeno a los intereses altruistas de su joven esposa (“No vamos a hablar de hospitales, ni de niños enfermos”) para salir en tiempo a la elegante reunión de mucho cumplido, por más que había evitado incomodarlo incluso al ver que desaparecía a media fiesta con intenciones veladamente mujeriegas, por más que el viperino compañero de trabajo Alex (Luis Arrieta) y la amiga incondicional Liza (Marcia Coutiño) habían logrado percibir incluso en un background desenfocadísimo las tensiones de la agraciada pareja subrepticiamente desavenida (“Yo creo que hoy no coge tu amigo”).

Pero sí, ni modo, incubada durante toda la noche, la hostilidad acabará estallando dentro del auto lujoso al regreso, explotando a modo de micropiroténicos relámpagos cegadores que sustituyen con creces al arcaico historietístico quedarse viendo estrellitas, ya que habrán de culminar en un aparatoso choque fatal, del que la esposa saldrá más o menos bien librada, aunque sólo sea para constatar, con aflicción, si bien apoyada tanto por su auxiliadora suegra Berta (Julieta Egurrola) como por su comprensivo-telefónico padre acapulqueño (Juan Carlos Colombo), que el marido ha entrado en un estado de coma a prolongarse por muchos meses. En el transcurso de los cuales, la bondadosa y noqueada Jackie acudirá devotamente a la cabecera de su marido incomprensivo para intentar que se recupere, infructuosamente, primero durante el día y después por las noches, cuando, acicateada por sus amigas, decida retornar al hospital infantil de asistencia social, para encargarse, aparte de su adorado Julito, de la encantadora recién llegada de 10 años Sofía (María Fernanda Bentley), con la que el pequeño entablará un enternecedor y tácito romance de estridente amor-odio obvio. Pero también, para que la decidida y sospechosista Jackie se entere de que la castigadora Doctora en jefe Elena (Anilú Pardo) le ha practicado sin anestesia una absorción de médula al adolorido Julito luego infectado con estafilococo áureo y requiriendo costosos medicamentos que su precarista madre es incapaz de sufragar, con el objeto de que la confiada Jackie caiga en la trampa de entregarle a escondidas a la misma facultativa el monto de la providencial venta de sus joyas que la profesionista se embolsará a medias, so pretexto de tener un progenitor sufriente, antes de ser denunciada ante la dirección del nosocomio por una ahora indignada Jackie. Pero además, para que la sensible y vulnerada Jackie se ablande impelida por la soledad y la conjuración / conjura de los recuerdos más bien traumáticos (boda sobreexpuesta a la orilla idílica de un lago, entrega de anillo de compromiso besucón, vacaciones en la playa) de su romance interrumpido por el trágico accidente, decida seguir con su existencia afectiva suspendida y vaya cediendo poco a poco a los acercamientos sentimentales y avances eroticones del barboncillo doctor apenas principiante en el sanatorio Mauro (Adan Canto tras su breve aparición como hermano rijoso en Te presento a Laura), hasta ceder, seducida al calor de una cena de pastas con vino, champagne y fondo de chimenea tan encendida como ella, más que dispuesta para la sesión romántica a base de acercamientos a la piel y disolvencias sobre disolvencias al satisfecho infinitum infrapublicitario.

Un buen día sin embargo, de manera súbita e inopinada, el marido comatoso se repondrá, cuando la repuesta Jackie ya casi no le visitaba y ni siquiera se atreverá a verlo ahora, abandonándolo, borrándose por completo de su realidad, al enterarse de que las temidas secuelas del estadio vegetativo han dejado a su infeliz marido medio cojo, totalmente amnésico e imposibilitado para retomar su vida matrimonial. Así, mientras el varón reemprende a tientas su labor ejecutiva (“Todos dicen que era muy exitoso”), la fémina continúa, con grandes culpas y remordimientos, su caritativa labor social y su romance sustituto. Pero el azar se encargará de unirlos otra vez. Durante un corto vuelo hacia Acapulco, sin proponérselo, Jackie y Samuel coincidirán en la misma fila de asientos y él, jamás reconociéndola pero poderosamente atraído por ella, le sacará plática, la seguirá al descender, la invitará a cenar, entablarán una extraña amistad que, de regreso al DF, culminará en irresistible e impetuoso principio de romance (“Como si te conociera desde hace mucho tiempo”), admirando el hombre la devoción femenina en el trabajo altruista y sorprendido de que ella hable menos de su Novio actual que de su insensible Ex inolvidable y omnipresente en su ánimo (“Tu ex no sabía valorarte”).

Al descubrir la verdad de su anterior relación juntos merced a un álbum de fotos familiares de la guapa que lo ha invitado a su depto, él se sentirá engañado, pese a las explicaciones en contra (“No lo hice por cabrona”) y saldrá huyendo. Pero poco después, hipersensibilizada ella por el deceso de la pequeña Sofía, así como por las crisis y recaídas de Julito hasta ser dado de alta, y conmovido él por los torpes regalos confeccionados a mano por los niños enfermos a que se ha hecho acreedor al fungir como clandestino Santaclós en el Hospital San Felipe donde campean la valerosa misericordia y los heroísmos denunciadores-justicieros de Jackie, la pareja marital volverá a unirse sobre nuevas bases y convergencias altruistas, sin ser afectados por el compromiso amatorio de la chica con el conforme Mauro sucedáneo.

Amar no es querer (Picante Films - Eficine 226, 95 minutos, 2011), debut a lo hondo y profundo del exitoso publicista multipremiado en esa especialidad de 46 años Guillermo Barba (al frente del ejército de la familia Barba, que van desde el fotógrafo Demián hasta el último maquillista o staff), con guión suyo y de Milly Cohen (Emily Cohen Cohen) adaptando un argumento sólo de ésta bien armado pero mal urdido (ya que perfeccionado gracias a una beca del Imcine 2005 para desarrollo de guiones) y demostrando saber muy bien dónde insertar comerciales disimulados más descarados product-shots, lanza a fondo un discurso en torno a los impulsos altruistas. Se allega al tema, lo colma y lo revienta, pues no se trata de una película sentimentalista común y corriente, ni de cualquier melodrama inspirador infecto, sino de una refinada aunque a veces cándida cinta calculadísima en grande y bien calibrada en sus efectos, inclusive en los más dudosos y pueriles, en las antípodas del inefable primario HIM, más allá de la luz de Frank Darier Bazière (2010), a la egregia búsqueda de una magnífica y Sublime obsesión a lo Douglas Sirk (1956), siempre retomando inspiración renovada hasta la parodia y la autocaricatura, tendiendo a conquistar por todos lados, en serio y en serie, una khátarsis amnesioaltruista, como sigue.

La khátarsis amnesioaltruista se funda en un coma por tiempo indefinido. Un coma tan misterioso como todos los de su calaña. Un coma total, magno, cardinal, duradero y central para la comedia dramática que propulsa. Un coma que pretende ilusoriamente ser interrumpido por el perfume y un sexycamisón de Jackie para la tentativa de seducción nocturna del tendido. Un coma en el polo opuesto del coma carnal y ultrajado del insuperable Hable con ella del manchego posmoderno Almodóvar (2002), pues aquí la única subrepticia carnalidad presente será la que forzada y forzosamente continúa la cadena de reproches conyugales (“Tú me prometiste que todo iba a cambiar, despiértate, ¡¡despiértateee!!”), la carnalidad de frotaciones de a manitas de torta con el inerte y la carnalidad altisonante de palabrotas de hartazgo desesperado tipo “¡No me puedes hacer esto!” justo en el momento clave antes del despertar ¡en off!). Un coma análogo al de la eufórica agridulce comedia política El bulto de Gabriel Retes (1991), puesto que propiciará y catalizará el cambio de las personas que rodean al yaciente, y al yaciente mismo, dejando a éste anclado, estático, en el tiempo pretérito. Un coma bienhechor porque no hay mal que por bien no venga (¿ni bien que por mal no venga?). Un coma venturoso que permite al héroe limpiarse de enajenaciones y retornar al mundo retomando su primitiva índole, asumiendo por fin la rousseauiana vocación bondadosa de sus orígenes.

La khátarsis amnesioaltruista cree a pie juntillas en la bondad innata del ser humano. Y entiende por bondad tanto el bien en sí, soberano y en sentido absoluto, como la cualidad fáctica de hombre bueno y la alianza de virtudes que suelen acompañarla: la generosidad, el desprendimiento, el desinterés, la dulzura, la generosidad, la capacidad innata de dar amor y la voluntad de enfocar todo ello en un solo objetivo, procurar la felicidad de los niños enfermos, los desvalidos que menos tienen y, sin embargo, pueden responder con una espontánea generosidad análoga (esos rudimentarios muñecos malcomidos de regalo a Jackie en el prólogo y a Samuel en el anticlímax final). En esta fábula ejemplar, edificante si las hay y sin necesidad de recurrir a otros elementos religiosos que algún crucifijo extraviado por ahí (como decorado benevolente más que como inspiración) y la época de Navidad (como ritual abrecorazones con Santacloses más que por su naturaleza significante), basta con que el héroe salga de su coma. “Me perdonarás, pero ese tipo era un pendejazo”, dirá aguda y jocosamente el amnésico Samuel resurrecto, sin sospechar que está refiriéndose a sí mismo, juzgándose acremente en irrecuperable retrospectiva, descalificando su antigua actitud en trance de ser modificada. Y ganará buenos puntos este inciso gracias a la observación de los niños con cáncer, que han perdido sus cabelleras pero no su bondad in vitro, ni la capacidad de burla entre ellos (“Es que no me gusta su peinado”, dice Julito de una Sofía con escueta diadema elástica ensartada en un cráneo tan al rape como el suyo), ni sus entusiasmos suspicaces al darse cuenta del romance de los adultos que los rodean: “Mauro y Jackie se quieren / Mauro y Jackie se quieren / y nadie lo puede negar”, cantarán bromistas a coro en una de las mejores secuencias del film, infinitamente superior a la desgarradora visita de Natalia Lafourcade en persona para cantarle a la niñita moribunda Sofía, haciendo realidad, gracias a la intervención acariciadora de su amiguito-noviecito Julio, su más deseada despedida del mundo de los vivos.

La khátarsis amnesioaltruista reclama la enorme virtud narrativa pos-posmoderna de diseminar sorpresiva y casi aleatoriamente, sin ton no son, sus mejores y sus peores recursos. Soledad paralela en mundos distintos, pero que se compensa en ambos con inundación de flores o flores-touch a lo Fassbinder o carrusel flores dibujadas. Encadenamientos de acciones a sobrio plano único para expresar la evolución emocional de la heroína en el paso del tiempo: fetalizándose a solas en su alcoba penumbrosa, leyéndole al marido en su cuarto de hospital, comiendo desecha comida rápida en caja al pie de la cama deshecha, diversos intentos de reanimar el cuerpo yerto durante meses, llorando ovillada, abrazando postrada juguetes-fetiche, sollozando callado en un rincón junto al canasto de la ropa. Tufo a recetas de Autoayuda o sarta de circunscritos aforismos (ingeniosos, sangrones, imprevistos) fuera de contexto al estilo forzadísimo del libro antológico Autoayúdate que Dios te (auto)ayudará de Monsiváis (“Ellos me han enseñado a tener esperanza” et al.). Refactura de los tormentos morales de Su gran amor-Europa 51 (Rossellini, 1952) con envoltura y en forma de caramelo light. Ingenuidad patética, subestimadota y atropellante de la inteligencia del espectador, al urdir la (prescindible) trama romántica del reenamoramiento fincado en (el improbable, el baboso) no-reconocimiento a la exesposa y demás. Giros de sainete de enredos radicales entre dos. Discurso colateral sobre las mariposas alegórico-predilectas (“Una mariposa me dio tus datos”, asegura el marido que corteja inadvertidamente a su exmujer sin conocer los obsequios con que previamente la agasajaba, aceptación de reunirse con amigas y nuevas jóvenes voluntarias del hospital). Incisivos gags verbales extraños a la novela rosa que obligan a reconsiderar incluso el origen de ciertas expresiones vueltas habituales tipo Ponerse las Pilas, a propósito de un consolador que la heroína está a punto de botar a la basura al mudarse de casa (“Eso no se tira, seguro que a éste le duran más las pilas que a mi marido”). Rasgos de lucidez no pedida (“En esencia somos lo que somos, nada más”, pontifica el padre como despedida vacacional a una discusión sobre si es posible cambiar conductas) o meramente analítico-explicativa (“No puedes negarlo, éramos felices”, mostrando viejas fotografías / “En las fotos no hay malos momentos”), en ocasiones a modo de exabruptos circunstanciales (“Una sola persona no puede cambiar las cosas”). Música chiclosa paratelenovelera de Enrico Chapela. Pausada edición muy profesional y valorativa del excuequero Roberto Bolado. Abalanzada voracidad para rizar el rizo, mediante un par de letreros conclusivos para hacer ablandadora promoción a las bellas buenas causas desde la contextualización diagnóstica del tema (“El 80% de los casos de niños con cáncer son controlables detectados a tiempo”) o desde la más rotunda cursilería (“Dar amor es maravilloso”), dándole contraproducentemente en la torre a mucho de aquello que, de manera legítima, había logrado establecer cierta delicadeza del relato pese a ello contundente. Todo ello sin lograr resolver la terrible duda que asalta la conciencia axiológica del espectador conmovido, atribulado y acaso estremecido hasta el tuétano: si nuestra caviladora película Amar no es querer se hubiese llamado Querer no es amar, ¿nuestra linda antiheroína del chick-flick no hubiera vuelto a enamorarse de su propio marido y se hubiera quedado con el doctor barbilindo?

La khátarsis amnesioaltruista rebosa así de sentimientos. Sentimientos asfixiados, suspendidos, asfixiados, inconscientes, instintivos, reemplazados, prevalecientes, recuperados. Aunque además, sentimientos recónditos, escondidos, inaplazables. Y aún más, sentimientos gozosos, empinados, humedecidos, irrevocables, inoportunos, fatales, lujosos, solemnes, lustrosos, pesados, soporíferos, imponentes, inevitables, imprósperos, necesarios, imperiosos, ineludibles, desgraciados, contagiosos, soberbios, aunque sólo sea para comprobar y negar ad absurdum, por el exceso, la maldición cínica pero realista de Gide sin cesar comprobable y comprobada: “Los buenos sentimientos hacen las malas películas”. Se deleita cognitivamente con el mundo sentimental / sentimentalista / sensiblero, confundiendo el enfoque y la manifestación de los sentimientos en sí con el del entusiasmo y el chantaje. O sea la agitación interior y la emoción entrañable, la evangelización no-evangélica y la imposibilidad / posibilidad de compartir sin competir, la ternura como suave devoción hacia el otro y la ternura como el más fuerte de los sentimientos. Es la denegación tajante de las falsas oposiciones entre el cuerpo y el espíritu o entre la razón y la emotividad, así como del dictum de Kant según el cual “el sentimiento de placer y de pena es independiente de la facultad de conocer” (en su Crítica del juicio) que lo conducían a desestimar el gozo sensual por bárbaro. Es la valoración de los sentimientos desde la total ausencia de ellos (“Hasta que no recupere mis sentimientos no puedo hacer nada”). Es la autoexcitada donación de otro tipo de sangre no publicitada y de otros órganos no identificados. Es la autopromoción de un mundo idealizado, a partir de una apóstol de la devoción y la tranquilidad, aunque detrás de esos rostros angelicales y esas sonrisas enmieladas no haya nada (diría el crítico francés Nicolas Azalbert en su deturpación del discurso sentimental sobre la ilusa realidad ilusoria de El pequeño Nicolás de Laurent Tirard, en Cahiers du cinéma núm. 648, septiembre de 2009). Es la metafísica y fenomenología del apego sin hablarse jamás de estar compensando la falta de hijos u otras carencias parecidas que empañarían la idea de la asistencia social como tarea, vocación absoluta y sentido vital. Es el barrunto de un principio de empoderamiento / apropiación / reapropiación del discurso de los sentimientos hasta ahora usurpado en el cine por la fe, la moralina, la mística vertical que tiene que ver con la trascendencia y no con la auténtica desnudez inmanente de los impulsos del alma.

Y la khátarsis amnesioaltruista era por raro dominio una remoción del cine cautivo en la trampa de la consolación y la miseria moral.

La khátarsis pubertocanina

Sin alternativa ni excepción deben permanecer encerradas dentro de la clase.

Para que puedan predominar la descalificadora agresión verbal, el bullying y el bestial entredevoramiento en sus modalidades más rudas, compulsivas, extremas y gratuitas al interior de ese inhumano grupo humano de diez quinceañeras con obligatorias faldas escocesas excitantes por cortísimas, una bulliciosa chava apodada La Tora (Karen de la Hoya Bustamante), o sea la compañera más grotesca, omnidiscriminada y teratológica (obesa monstruosa, renga, apoyada por un aparato ortopédico en la pierna derecha), ha irrumpido en el salón de clases para anunciarles que la Directora (Graciela Sánchez apenas tangible hacia el final) ha resuelto que no podrán salir de ahí hasta que la causante de un innombrable hecho atroz (“Lo que hizo la que lo hizo está cabrón” / “¿Quién es tan hija de puta para hacer algo así?”) no confiese su culpa (“¡Ya sé quién fue!” / “¡Qué va a saber esa pinche habladora!”). Pero nunca sucederá esto, o por lo menos, no exactamente así.

De la mano de una serie de monólogos que han precedido desde el arranque al nefasto e irritante aviso (“Se supone que tus padres son los que más a fondo te conocen, pero no es verdad: las cosas más importantes que me han pasado en la vida, ellos no lo saben”), las chicas superagitadas podrán ir escapando, por riguroso turno, a su infame condición gracias a los recuerdos (traumáticos), la imaginación (distorsionada, en general calenturienta) y hasta alguna prospectiva futura (aún más calenturienta, envilecida) que determinan sus identidades, sus caracteres particulares, los supuestos estereotipos (juveniles, sociales) a que pertenecen y determinan las diferencias sustanciales entre ellas: la gorda, la matada, la rara, la ciega, la mustia, la manchada, la ñoña, la zorra, la valemadres, la amiga más perra. Todo ello mucho antes de que la culpa y la confesión supuestamente buscadas de manera tan acuciante se diluya y las muchachas puedan por fin franquear la puerta de salida para dirigirse de regreso a sus respectivos hogares.

Perras (Pelearán Diez Rounds Films - Fidecine / Imcine - Global Films, 100 minutos, 2010), ópera prima del exactor vuelto dramaturgo independiente de gran éxito comercial Guillermo Ríos (también cortometrajista, director de cásting y autor de las telenovelas Mientras haya vida y Todo por amor de TV Azteca, de la TVserie desinhibida Ladrón de corazones, 2007, y de la TVserie criminal Capadocia, 2008 y después), con base en su propia pieza homónima con 180 funciones teatrales seguidas, pretendidamente escandalosa y perturbadora-perturbada, removedora en una palabra, sabe muy bien, desde la metáfora zoológica y genérica (de género y de gender) que se propone desde su título mismo, ganándole la pelea al espectador por decisión (según insinúa con el nombre pugilístico de su compañía productora), que no es el hecho criminoso lo que importa investigar y resolver o deslindar, pues lo que se busca en esencia no pertenecía al thriller conjetural, ni a cualquier otro tipo de thriller heterodoxo o falso o potencial, sino al orden animalesco de sus criaturas de 14 o 15 años interpretadas por grandulonas piernudas de 20 a 25 como si nada hubiera progresado el cine nacional desde el Hasta el viento tiene miedo de Carlos Enrique Taboada (1967), pero en cada instante demostrando y dejando en claro esa índole amorperruna de ellas, o más exactamente: pubertocanina, a la búsqueda de un repertoriable conjunto de estridentes khátarsis definitivas y definitorias, en aluvión, aunque sistemáticamente escalonadas, como sigue.

La khátarsis pubertocanina propone su tipología con base en elementos escasos pero muy disparados. La chava gorda Lourdes La Tora Valenzuela es desde los 4 años (Gema Monclova) la nieta favorita con único derecho a despertarlo del abuelo exjudicial-extorturador ya sólo dormilón tiránico (Jorge Zepeda), está traumada a causa de las visiones reiteradas de una videograbación de la fiesta de quince años de su madre en el salón Claro de Luna, aún más que a consecuencia del accidente carreteril que la dejó baldada, y por eso funge como la típica resentida social de bajos recursos (“Como son pobres no tienen sentido del humor”), aunque sufridora estoica innata y sujeta dispuesta a los peores rebajamientos discriminatorios (“Cállate, pinche coja”), incluyendo el tener que admitir que sólo una compañera solidaria asistirá a su fiesta de 15 años en la ridícula colonia La Araña de Iztapalacra, pues deberá competir en desventaja con la invitación de la condiscípula popis a pasar ese mismo fin de semana en la regia mansión acapulqueña de papito, para ser derrotada de antemano. La chava rara Andrea de pelitos rizados (Kariam Castro) es la alumna problema que vive en la inquietud constante por haber sido expulsada de ya demasiados colegios, está traumada a causa de no poder ver por prohibición de su padre (Hildebrando Maya) a la madre alcohólica que vive recluida en un psiquiátrico (Ivette Benavides), y por eso funge como la perfecta masoquista insegura y frágil, dudando del amor y hasta de la duda misma. La chava zorra Patricia (Natalia Zurita) es la fresita desmadrosa de la clase, está traumada a causa de haberse hecho iniciar eróticamente por un apuesto senador (Claudio Lozano) a quien sedujo partiendo plaza por las calles para que la llevara a desvirgar en un depto glorioso, y por eso funge como la niña bien que todo lo echa a relajo (ese regocijante relajo que tanto odiaba nuestro señero filósofo católico Jorge Portilla), a la fiesta instantánea y al acto gratuito. La chava manchada Sofía (Scarlet Dergal Kuri) es la millonaria consentida con casa en Aca a quien le cumplen de inmediato hasta el más insignificante capricho o el más informulado de sus deseos, está traumada a causa de haber espiado por los pasillos a su promiscua madre divorciada sin hombre de fijo (Irma Berlanga) hasta descubrirla haciendo swingers con un novio más otra pareja lúdica, y por eso funge como líder absoluta, cortejada por el mundo entero, asediada hasta zurrando en el baño por compañeras voluntariamente sometidas a su voluntad (“Síguenos platicando, porfis, porfis”), saboteadora de iniciativas ajenas, omniodiada omniodiadora de todas las que quisieran ser como ella (o ser ella), pluriabusiva, superenvidiada y sospechosa de todos los abusos y vilezas del grupo, sólo inocente del delito por todas purgado. La chava ñoña Iris (Steph Bumelcrownd) es la rubita cursi con sempiterna bolsita rosa en la mano, está traumada a causa de la bipolaridad de su conducta sadomosquitamuerta, y por eso funge como la falsa tierna cómplice de cualquier iniciativa transgresora y superficialmente placentera. La chava ciega Diana (Andrea Pedrero) es la inadvertida testigo incesante y contumaz de las actividades del pelotón, está traumada a causa de su marginal condición de inválida, y por eso funge como un ser aparte, casi hipotético por patéticamente escindido de los demás, el cero a la izquierda, la ubicua falta de conciencia a la que nadie pela. La chica valemadres Alejandra (Denis Montes) es la hostilidad barriotera pelandruja personificada fruto de un vicio televisivo como única actividad probable y acaso posible del familión unido que jamás será vencido (aplastadote ante una tele chiquita-chiquita pero a colores), está traumada a causa de las constantes humillaciones que ha sufrido en dibujos animados su abuela, y por eso funge como la lesbiana inasumida que incluso se ignora fingiendo demencia (“No me gustan las mujeres, me gusta Martha”), aunque en el fondo le gustan mucho los hombres que no le hacen caso. La chava mustia Ana Ceci (Alenka Ríos Hart) es la desagraciada / desgraciada hija de doctor, está traumada a causa de los abortos de una hermana, y por eso funge como la amiga seguidora incondicional de Sofía, un rencor vivo, la mezquindad clasemediera y el resentimiento encarnados, la molestona cuchillito de palo que pone apodos hirientes y le tira la mala onda a quienquiera que se acerque. La amiga más perra Frida (Eva Luna Marenco) es la hija de un temible policía desalmado, está traumada a causa de haber transferido sus deseos incestuosohomicidas en una niña Chacala (Ila Larrañaga) que exterminó tan compulsiva cuan gratuitamente a su familia, y por eso funge como la cínica ideal en reto perpetuo y todoamenazadora (“Sí mamo, y tú también vas a mamar si viene mi papá”). La chava matada María del Mar linda hasta lo seráfico (Claudia Zepeda) ha solucionado la temeraria avidez de sensualidad que la hacía besar hasta al feote vecinito (Santiago Ríos Cházaro) acostándose reiteradamente con el fino padre juez de su amiga Sofía (Tony Cabral), está traumada a causa del embrión que a resultas de ello carga en sus entrañas sin saber cómo sacárselo, y por eso funge como la víctima cabal de la amiga hija de doctor que le recomienda extirparse el feto indeseado con unos fierros (quizá tácitamente inspirada por la profiláctica ficción feminista / antifeminista Los pequeños privilegios de Julián Pastor, 1977), consumando la atrocidad en el colegio, para desgracia y posterior encierro gozosamente purificador de todas.

La khátarsis pubertocanina se enorgullece de su construcción dramática abrupta y tosca, de su colección de sketches introspectivos que responden a fantasías adolescentes en torno a adolescentes ya (o por siempre) improbables (“En la cinta abordé 10 historias a partir de lo que yo sentía cuando tenía 15 años”: Guillermo Ríos entrevistado por Jorge Caballero en La Jornada, 7 de marzo de 2011), de sus caracterizaciones rápidas, de sus Historias de Vida concentradas en una sola escena mecánicamente retrospectiva (pero determinantes para el comportamiento y todas las distorsiones de conducta futuras), de su acumulación de anécdotas y situaciones que van de la máxima truculencia a la nimia irrelevancia. Pubertocanina, perteneciente pubertocracia femicanina que se sueña planteamiento-reflejo de cruciales problemas de aquí y ahora (“Hace 35 años escuché que Octavio Paz dijo: ‘Si nuestro trabajo no refleja la erótica, la estética y la ética de su tiempo no sirve’”: el mismo Ríos sin pierde en la misma entrevista citada) que deben extenderse a toda la gama de tópicos vigentes y virulentos posibles: sexualidad reprimido-fulgurante, discriminación abierta (por supuesto digna de risa y aplauso), consumo de drogas en hogares y en recintos educativos, maternidad dañadora y viciosa (caricaturescamente más allá de las descritas en Los hijos de Yocasta-La huella de la madre de la psicoanalista Christiane Olivier), familia castrante que orilla a acelerar la realización de actos en desacuerdo con la edad, poder corrupto político-económico, aborto séptico y las vesanias que se vayan juntando por la deliberada lógica del azar.

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1271 стр. 3 иллюстрации
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9786070295096
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