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¿Cuál es el lugar de la misión?

El templo no solamente era el lugar de los sacrificios y oficios religiosos. Era también el símbolo de poder de las clases religiosas. Ocupaban los primeros puestos, administraban todo lo concerniente a sus prácticas ritualistas y determinaban la manera en que cada persona, dependiendo de su raza, condición, género, etc., debería estar más cerca o más lejos del Dios que allí se veneraba.

Para las culturas dominantes existen cierto tipo de parámetros que deben mantenerse tal como están para no amenazar el statu quo y su prolongación indefinida. “Naturalmente, el peso político de las jerarquías religiosas tampoco nace de la nada.”89 Las declaraciones de Jesús no fueron vistas únicamente como palabras de misericordia o afinidad con los sufrientes, sino también como una crítica a ese sistema dominante erigido sobre la ley pero carente de la esencia de la misma. Jesucristo empezó a convertirse en una amenaza para el poder dominante, y sus palabras empezaron a producir un desmantelamiento de lo existente en pro de la implementación o reordenamiento de lo que ahora se anunciaba. “Él se negó a reconocer la autoridad de los gobernantes de Jerusalén sobre él y, por extensión, sobre la totalidad de Israel.”90

Más adelante durante su ministerio, algunos hechos muy representativos le dieron una característica específica a la obra de Jesús. Su prontitud para perdonar los pecados con sus consabidas reacciones; la capacidad de Jesús para curar y su atrevimiento para hacerlo en Sábado lo cual representaba un parangón sin antecedentes para los religiosos que eran testigos de estas cosas; su costumbre de comer con los marginados, que ya de por si representaba un problema cultural, sin contar las dificultades que esto traía en la mente de quienes lo consideraban como una ofensa para la moral de la sociedad; y la actitud de Jesús para el lugar sagrado por excelencia para los judíos: el templo.

Al hablar de la destrucción del mismo produce diversas reacciones especialmente entre el pueblo religioso que vivía alrededor de este sagrado lugar, cuyos rituales y sacrificios y por ende su relación con Dios, dependía en gran manera de lo que allí sucediera. Sin duda, Jesucristo rompió muchos de los convencionalismos de su época en la que la ley regulaba no solo la vida religiosa, sino la social y cualquier clase de interacción entre los individuos.

La compasión que mostró Jesús por los que sufrían a causa de su marginalidad, confrontó un status quo que había aprendido a mirar el dolor como algo connatural a ciertos sectores desprestigiados de la sociedad. En esa forma de convivencia la compasión no cabía cuando se trataba de estructurar la legalidad.

Por eso es que este tipo de reacciones de parte de Jesús no eran solo cuestiones emocionales que surgían de un corazón sensible, sino más bien, una crítica pública en contra de la insensibilidad que se había apoderado de la gran mayoría de personas, incluidos los religiosos quienes pretendían enseñar la palabra de Dios al pueblo.

El contraste entre las jerarquías reinantes y la figura de Jesús representó un conflicto para quienes intentaban perpetuar el dominio, pero a su vez una esperanza para quienes anhelaban un cambio de mando con otras características. En la medida en que las bocas sean calladas y reprimidos los lamentos de los dolientes, el sistema buscará seguir consolidándose ante la indiferencia de los no afectados. Y es por eso que el fin del poder dominante es doloroso porque arrastra consigo víctimas inocentes que constituyen únicamente un elemento circunstancial en la transición violenta que produce quien pierde el poder en otras manos.

Por eso es que cuando Jesús representó la voz de los que no eran oídos, la conciencia social se vio comprometida y se hizo necesario también callar esa voz para que no interrumpiera la continuidad del sistema dominante. Su declaración profética de Lucas 4 en la sinagoga de Nazaret, puso de manifiesto que la atención a los desvalidos y menospreciados tendría que ser una obra guiada por el Espíritu, de tal manera que quienes ofrecían sus servicios religiosos sin poder entregar alguna forma de transformación a los demás, también eran confrontados en esa área espiritual de la que carecían sin saberlo.

Pero el culmen de toda su crítica profética que confrontó los sistemas dominantes se dio en la cruz. La muerte de Jesús no es definitiva. En realidad es victoria. ¿Pero victoria sobre qué?

Victoria sobre un sistema que en lugar de ofrecer vida solo trae muerte. Victoria sobre la conciencia de los que vivían para un presente en el que eran los privilegiados, pero que ahora podrían confrontar un destino en el que esos privilegios cambiarían de manos. Los suyos no le recibieron, pero El cumplió su propósito aun a costa de ese rechazo. Fue perseguido, azotado y crucificado, pero ese no fue el fin, y todos aquellos que creyeron que al morir Jesús se perpetuaba un sistema indolente y desigual, vieron frustrados sus planes, pues sus seguidores encarnaron la vida de Jesús y los valores que El vino a traer desde el cielo. Vida en lugar de muerte, compasión en lugar de indiferencia, amor en lugar de juicio, verdad en lugar de mentira. Esos valores cotejaron al sistema que confrontó su propia muerte, absorbió su indiferencia, recibió su propio juicio y vio como sus verdades no eran universales sino solo elementos particulares de una estructura que no podía mantenerse ante el Hijo del Hombre que vino a salvar lo que se había perdido. Es por esto por lo cual Vattimo considera el testimonio de la vida cristiana dentro de la integralidad que supone el llevar a cabo los lineamientos expresados claramente en las páginas de la Escritura. “Sigue siendo embarazosa y contraria a toda dignidad, coherencia y transparencia personal la situación de quien frecuenta la iglesia y no tiene, en absoluto, intención de abandonar la vida <<de pecado>> en la que, según la enseñanza eclesiástica oficial, vive.”91

Incluso hasta el final, cuando Jesús pendía de la cruz y su cuerpo había sido martirizado a más no poder, sus palabras siguieron siendo una crítica y una expresión de una conciencia alternativa. Su solicitud de perdón para sus infractores, su grito desgarrador y desesperado en el que trasmitía su sensación de abandono, su sumisión a pesar de ser el Hijo de Dios y su bienvenida final a un marginado que colgaba cerca de El en su propia cruz, representaban formas específicas de confrontación a un sistema que había quedado nulo y sin efecto.

Todas estas expresiones de Jesús traen un equivalente con las de Moisés en los tiempos antiguos. Y tal como sucedió con este, la crítica profética indicada con sus acciones confrontó a un sistema que aunque intentaba perpetuarse, traía dentro de sí mismo el germen de su propia destrucción. La cruz fue el triunfo final de la nueva conciencia alternativa que emergió desde los cielos mismos y se implantó en medio de un mundo que no la puede comprender fácilmente. Solo el que murió en ella la pudo expresar de una manera radical.

Jesús expresó delante de todos los sorprendidos judíos que lo observaban: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.” Habrá ahora una nueva construcción erigida no con manos humanas sino con los designios divinos. Habrá una resurrección que se espera como concreción del proceso redentor. Habrá una nueva verdad que se escribirá con sangre divina, con clavos en las extremidades del Mesías y con corona en la sien del sacrificado.

En la cruz termina una misión pero empieza otra. “Consumado es” se escucha desde la altura del Gólgota y se extiende hasta el confín del mundo. “Id a hacer discípulos” es el siguiente paso para tal suceso. Los oídos de los discípulos escuchan la voz del resucitado quien comisiona a los suyos a salir de los templos para ir a las naciones. La misión está en acción y no necesariamente es en los templos. Quizás ahora sea necesario destruir algunos para promover la verdadera misión.

La voluntad de Jesús expresada en su misión es una voluntad que trasciende, que no pone límites ni condiciones, que no hace acepción de quienes serán los portadores de esta tarea, ni restringe su avance a cierto tipo de culturas. Por el contrario, su naturaleza es abarcadora para todas las tribus, lenguas, razas y naciones. En realidad el concepto de testigo presupone el “ir” más allá de las puertas, más allá de las barreras culturales, idiomáticas, sociales o de cualquier índole. Testificar es participar personalmente en la misión de Cristo, es ser participantes de los padecimientos de Cristo (1 P. 4:13).

El templo puede ser derribado, pero ahora se ha levantado otro templo, inmaculado, glorioso y espiritual que aún conserva cicatrices. Y ahora la misión continúa sobre los hombros de aquellos que pueden manifestarse desde los templos a las naciones.

Pero el solo hecho de confrontar la realidad actual con los supuestos teológicos antiguos es motivo de tensión natural al reconocer el contexto plural de nuestros días. Estos retos se trasladan a la conformación de una comunidad con una praxis diferente que esté en capacidad de crear un discurso relevante a través de su dialéctica inclusiva. La relación comunidad y teología determina no solo un tipo específico de conocimiento, sino más aun exige un cambio de vida a través del cual puede expresar libremente su compromiso con el contenido del texto.

Los templos han sido destruidos junto con todo lo que representan. Los cimientos del pensamiento humano han quedado derribados y de sus escombros intentan surgir nuevas ideas que satisfagan los oídos de esta generación.

El pretendido anhelo de la modernidad por hallar la verdad a través de la ciencia y la razón, quedó desvirtuado, evidenciando, por un lado la falibilidad de la ciencia misma y por otro lado, su incapacidad para dar respuesta a todos los interrogantes que el ser humano se plantea constantemente. Los templos siguen cayendo.

La idea del progreso propia de la modernidad, tanto en el aspecto social después de la revolución francesa, como en el aspecto económico después de la revolución industrial, ha dado paso en el posmodernismo a una gran desconfianza frente a este pretendido anhelo, asumiendo en su frustración un desinterés por el cauce de la historia marcada por grandes ideales. Los propios meta relatos que le dieron sentido a la modernidad, son ahora simples paradigmas antiguos que se deben desvirtuar para darle libertad al ser humano en la búsqueda de sus propias convicciones.

“El término <<apologética>>, que gozó de tan alta reputación en la Iglesia primitiva, ha caído ahora en descrédito a causa de los métodos empleados en sus malogrados intentos de defender el cristianismo contra los ataques del humanismo, del naturalismo y del historicismo moderno.”92

El posmodernismo es subjetivismo en el que cada cual decide sus propias verdades. Aunque dos personas piensen en formas totalmente contrarias, las dos pueden tener la razón según el relativismo imperante. La razón, la ciencia y la tecnología, se supone que deben hacer progresar al hombre en sus propósitos. Sin embargo, esto no ha sido así, y más bien las barbaries, las masacres continuas, el mal uso de la tecnología, etc., han terminado por desvirtuar lo que parecía que se convertirían en elementos fundamentales del progreso humano. “Es evidente que la aplicación de la tecnología no es una cuestión meramente técnica, pues hay que contar con las profundas influencias de las disposiciones sociales y religiosas subyacentes.”93

Hay cimientos que nunca serán levantados de nuevo. Bosch considera sin embargo, que aun en medio de estas consideraciones que identifican el posmodernismo, es posible mantener la estructura de la fe y seguir dándole forma a la misión acorde, no con la cultura, sino con la fe precisamente. “Lejos de sumirnos en una confusión de subjetivismo y relativismo, el acercamiento que estoy sugiriendo realmente nutre una tensión creativa entre mi firme compromiso con la fe y mi propia percepción teológica de dicha fe.”94

La indefinición de los absolutos es la muerte de muchas certezas y convicciones. Con seguridad alguien quisiera tener absolutos en cuestiones de moralidad, de justicia, de amor o de verdad. Pero la destrucción de los cimientos sobre los cuales se han erigido estos conceptos ha empujado a la humanidad a la carencia de fundamento sobre el cual edificar algo sólido para su propia existencia.

“La modernidad fue el tiempo de las grandes utopías sociales y de los grandes actos de fe”95

Supuso nuevos desafíos para el quehacer teológico. Las transformaciones que trajo consigo, especialmente en la concepción del pensamiento humano, el desarrollo de la ciencia, los avances filosóficos y la aparición de una epistemología que, dejando de lado la tradición, apelaba al recurso humano como eje de autoridad y agente libre para concebir el saber en términos objetivos desde la razón únicamente, representaron un reto a la teología en su intento de mantener su vigencia, que como ciencia, aportaba elementos metafísicos en su proceso epistemológico.

La modernidad hizo énfasis en el método empírico y la razón para explicar todos los fenómenos, pero se quedó corta en sus explicaciones. La reacción a esto convirtió el pensamiento humano en una búsqueda de pluralismo, inclusión y relativismo. No hay una verdad universal. Los templos siguen cayendo.

La modernidad intentó usar parámetros universales para definir los conceptos éticos, morales, etc., pero la posmodernidad desvirtuó estas imposiciones de la modernidad.

Guerras mundiales fueron un producto de la modernidad. El ser humano el centro de todas las cosas. La posmodernidad continúa bajo esta misma premisa, pero bajo la libertad de acción que surge desde la forma de pensamiento que prevalece hoy en día.

En la redefinición de los pecados modernos, los conceptos absolutos han dejado de prevalecer. Cuando alguien habla hoy en día de verdades o términos absolutos, inmediatamente se convierte en un hereje en medio de un mundo de conceptos relativos. Otros cimientos se siguen derrumbando para que se erijan otros, más endebles.

La solidez que se pretendió tener en cuanto al conocimiento referido desde el rigor interpretativo en el análisis de los textos ha quedado disuelta. La superficialidad es característica de estos tiempos así como la cultura de masas en lugar de una cultura selecta. Mientras se desacraliza lo que antes era intocable, se destruyen los límites que otrora marcaban esas diferencias. Esos mismos limites que separaban lo serio y profundo frente a lo banal también han desaparecido, dando paso a una gran ambigüedad en la que todo vale.

La posmodernidad es la época del desencanto. Si la modernidad apareció plena de optimismo en el quehacer del hombre guiado por la razón, los hechos demostraron a través de dolorosas y costosísimas guerras que aquella ilusión era solo eso, y que el futuro no deparaba algo mejor. Por eso las utopías ya no son una alternativa posible ni tampoco la idea del progreso que la humanidad tuvo en el tiempo del modernismo. “En cuanto al dinero, la miserabilidad por un lado y la codicia por el otro, han aniquilado la correcta visión cristiana sobre los bienes materiales. O te vistes con la sotana raída de Francisco de Asís o te vas a vivir a Beverly Hills. No hay término medio.”96

Otros cimientos siguen cayendo sin saber cuáles serán puestos en un nuevo orden del pensamiento y del conocimiento. “Hoy día la mayoría de personas están de acuerdo con que la libertad religiosa es uno de los derechos humanos básicos. Este factor, juntamente con muchos otros, fuerza al cristianismo a reexaminar su actitud hacia otras religiones y su comprensión de las mismas.”97Esto pone de manifiesto que la misión se enfrenta a nuevos desafíos correspondientes a cada época particular de la historia y que por el carácter que Jesús le imprimió para dar salvación a las naciones, debe estar en capacidad para responder a cada uno de ellos. “El mundo contemporáneo nos desafía a practicar una <<hermenéutica transformadora>>, una respuesta teológica que primero nos transforme a nosotros antes de involucrarnos en la misión del mundo.”98

¿Cuál es el lugar de la misión entonces?

De seguro algo debe cambiar en la forma de abordar este llamado. “Las duras realidades de hoy nos instan a reconcebir y reformular la misión de la Iglesia con valentía e imaginación, mientras mantenemos la continuidad con lo mejor de la misión en las décadas y los siglos pasados.”99

El mundo de hoy convertido en una aldea global, insta a un cambio de paradigma en la misión.

Los tiempos de Jesús eran también multiculturales con gran riqueza lingüística y de nacionalidades en el contexto de la Palestina de aquel tiempo. La lengua griega era la principal, no solo en Palestina, sino además en toda la cuenca del mediterráneo, pero el judío usaba el arameo, su lengua original y también el hebreo.

Tampoco existía una visión monolítica en cuanto a la religión misma. Había una gran influencia del paganismo de los romanos y los griegos, mientras los judíos mantenían su fe en un Único Dios y con ciertas libertades en el ejercicio de sus cultos y sus reuniones en las sinagogas.

Se construyeron coliseos donde gladiadores luchaban y se hacían espectáculos públicos de naturaleza pagana.

Dentro de la misma religión judía se manifestaban diferentes facciones, por lo que se descarta la existencia de un judaísmo monolítico en el tiempo de la aparición de Jesús. De hecho existían enfrentamientos claros entre las diferentes facciones, por cuestiones de poder o de aplicación de la Tora. Por ejemplo los fariseos protestaron contra el sacerdocio del templo porque la línea de los sacerdotes debía venir por parte de la línea de Aarón según la Tora y el sacerdocio que había en esta época no era de esa línea.

Sin embargo aquellos movimientos llegaron a tener una connotación más política que religiosa.

Por todo eso se hace necesario adquirir una memoria histórica, promover una cosmovisión bíblica, imaginar futuros escenarios y poner cimientos a la esperanza, articular una escatología realista y no escapista y valorar desde la perspectiva de fe el futuro deseado. Todo esto servirá de una manera práctica y coherente a transformar el pensamiento del presente y ayudará a asumir el compromiso que Dios ha colocado entre los suyos.

¿Cuál es el lugar de la misión entonces?

Jesús responde: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.

Capítulo 3.
Nacer de nuevo en el siglo XXI. La forma para la misión

“Respondió Jesús y le dijo: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciese de nuevo, no puede ver el reino de Dios. Nicodemo le dijo: ¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer? Respondió Jesús: De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios. Lo que es nacido de la carne, carne es; y lo que es nacido del Espíritu, espíritu es” (Juan 3:3-6)

Cuando la noche llega, la oportunidad aparece. Nicodemo es ilustre a los ojos de los hombres, y prefiere ocultarse de sus ojos inquisitivos porque teme perder su fama. Sin embargo la inquietud de su corazón lo mueve a buscar a Jesús. Un maestro buscando enseñanza. Un principal de los judíos buscando dirección para su fe. Un hombre letrado que busca sabiduría hasta entonces desconocida para él. Un religioso que no conoce lo espiritual.

Este diálogo de Jesús en el evangelio de Juan desemboca, como a menudo sucede, en una gran revelación que no es plenamente comprendida por su interlocutor. Esa dialéctica reveladora será una constante en las conversaciones de Jesús en este evangelio. La divinidad tiene que confrontar a la humanidad para ofrecer su revelación.

“Sabemos que has venido de Dios” asegura Nicodemo como poseedor de una convicción no solo de él sino de otros que seguramente han llegado a la misma conclusión acerca de Jesús entre los fariseos. Para Nicodemo el origen de Jesús determina su poder. “Nadie puede hacer estas señales que tú haces, si no está Dios con él.” Dios y poder van de la mano. Señales, maravillas y portentos no son signos de este mundo.

¿Es una afirmación tácita de la ausencia de Dios entre los fariseos? ¿Está hablando más acerca de su grupo religioso que de Aquel que tiene frente a él? ¿Lo reconoce como venido de Dios, pero no como Mesías?

Y Jesús no responde a sus afirmaciones con otros halagos. En la quietud y el silencio de la noche una voz pronunciará un mensaje de otro mundo. “El que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios.” Jesús ha nacido del Espíritu y ofrece algo similar a quienes le siguen. Nacer del Espíritu es de alguna manera compartir la encarnación mesiánica. Es nacer de lo alto, es vivir para lo alto. Quien nace de nuevo tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, más ha pasado de muerte a vida. (Juan 5:24) Jesús fue traído de los cielos por el Espíritu, quien ahora se encarga de llevar a los cielos a quienes lo aceptan. “El antiguo judaísmo celebraba varios rituales que marcaban las etapas del ciclo de la vida judía, empezando con el nacimiento y la circuncisión, continuando con la ordenación y los diferentes niveles del liderazgo judío, y culminando con la muerte de los individuos a una edad madura. Nicodemo estaba en la etapa final de ese ciclo (edad madura y judío de estatus alto) cuando Jesús le sorprendió con su declaración “debes nacer de nuevo.”100

La ley se honra y no se desacredita. El representante de la ley confronta a Aquel quien la cumplirá perfectamente y sus argumentos tendrán que confluir en algún lugar, pues al fin y al cabo se busca glorificar de una u otra manera al mismo Dios. La ley debe llevar a la relación más que a la imposición. El fariseo ansiaba encontrar finalmente ese punto de encuentro y buscó a Jesús en la oscuridad de la noche para que le diera claridad a sus inquietudes. “No es extraño que Nicodemo, el mejor y más espiritualmente consciente de ellos (fariseos), no sepa lo que el Único enviado por Dios tiene en mente.”101

Si Jesús trae consigo a Elías y a Moisés en el monte de la transfiguración, significa que hay un mas allá donde la ley, la profecía y la obra redentora han confluido para hablar un mismo idioma. El idioma de la revelación. En aquel monte aparece en su total esplendor esta idea, aunada a la voz del Padre quien respalda a quien ha enviado y se complace en su obra y su legado. La comunión es perfecta y ha traspasado los cielos para fusionarse en un lugar alto con tres discípulos como testigos. La obra está en acción, la misión no puede ahora detenerse.

Tratar de conocer a Dios a través de la ley no puede ser un concepto que se eternice en la humanidad. Conocer al Padre a través del Hijo es la vía de la revelación completa. Nicodemo conoce la ley, pero aún no conoce a Dios enteramente. Ahora lo tiene en frente de Él en figura humana y busca la manera de develar sus propias dudas.

En medio de la oscuridad de la noche brilla la luz de la revelación. “La luz en las tinieblas resplandece, y las tinieblas no prevalecieron contra ella.”(Juan 1:5) Jesús es portador de la luz que prevalece sobre la oscuridad de la ignorancia de los letrados. Hay un mensaje que viene de los cielos que debe ser entregado en este mundo tanto a los doctores de la ley, como a los simples e indoctos. Si el reino ha llegado, los demás reinos tendrán que ser vistos en relación al nuevo.

Es una declaración universal para todos los ámbitos, contextos, tiempos y culturas. La misión redentora de Jesús está en acción y sus beneficiarios tendrán que empezar a aprender un lenguaje de otro mundo, el lenguaje del reino.

¿Podrá entenderlo Nicodemo? ¿Podrán entenderlo los fariseos y religiosos? ¿Podrá entenderlo el hombre del siglo XXI?

La misión de Jesús tiene una forma definida. Se aplica en el contexto pero se alimenta de lo celestial. La misión universal es colocada en manos de hombres falibles, pero dotados de poder espiritual y es este factor el que al final hace toda la diferencia. Es El Espíritu quien guía a la iglesia naciente en el emprendimiento de su labor misionera.

La historia de la salvación se relaciona con la historia de la interpretación en la comunidad y su experiencia en los procesos de transformación de las vidas. Pero esa ansiedad constante de la posmodernidad por suponer que todo puede ser de otra manera, contagia la interpretación bíblica de una necesidad de respuestas concretas que no puede ofrecer si se trata de analizar cuestiones de un reino aun no plenamente establecido o una escatología que de por si es proclive a muchas interpretaciones diferentes. “Los postmodernos declaran que carecen de referencias para pensar lo universal y que prefieren pensar exclusivamente lo particular, los acontecimientos momentáneos y cotidianos”102

Los medios masivos y la industria del consumo masivo se han convertido en centros de poder.

Deja de importar el contenido del mensaje, para revalorizar la forma en que es transmitido y el grado de convicción que pueda producir. Desaparece la ideología como forma de elección de los líderes siendo reemplazada por la imagen. Hay una excesiva emisión de información (frecuentemente contradictoria), a través de todos los medios de comunicación.

Los medios masivos se convierten en transmisores de la verdad, lo que se expresa en el hecho de que lo que no aparece por un medio de comunicación masiva simplemente no existe para la sociedad. El receptor se aleja de la información recibida quitándole realidad y pertinencia, convirtiéndola en mero entretenimiento. Se pierde la intimidad y la vida de los demás se convierte en un show, especialmente en el contexto de las redes sociales.

Todos estos elementos de la posmodernidad caracterizan nuestros tiempos unidos a la desacralización de la política, la desmitificación de los líderes y el cuestionamiento de las grandes religiones. De esta manera se llega al umbral de un sinsentido que intenta explicar lo que no puede y con base en esa confusión, se profieren declaraciones que no pueden ser verificadas cabalmente. Sin embargo para Vattimo esta desmitificación no es necesariamente mala si se trata de la misma concepción cristiana de Dios. “la visión general cristiana de Dios y del hombre puede afrontar tranquilamente un proceso de desmitificación sin temor a desfigurarse y a perder lo esencial.”103

¿Cuál es la forma para la misión en tiempos posmodernos?

La misión de Dios queda a cargo de los que traspasan el umbral del agua y del Espíritu rompiendo la virginidad de lo pasado y entrando de lleno en una dinámica propuesta desde el más allá. Es surgir desde el vientre del Espíritu para brotar a una poderosa vida. Es una nueva creación que prorrumpe en medio de lo viejo para comprender la obra revitalizadora que el Mesías propone. El misterio se devela, Nicodemo puede ver la luz.

En épocas de pluralismo y relativismo, la teología sigue siendo examinada bajo la lupa de los contextos sociales, de los contextos eclesiales, políticos y económicos. La hermenéutica anterior no daba espacios para una gran apertura, pero hoy en día es aceptado que toda interpretación está en cierta medida dirigida por el contexto y por los intereses.

El posmodernismo ha cambiado sustancialmente el espectro epistemológico. Ante la crisis de los meta relatos, la pluralidad de aproximaciones hacia la verdad última es aceptada sin más, teniendo por igual cualquier concepción que se haga de la misma. “Han caído en descrédito todos los meta relatos –según la afortunada expresión de Lyotard- que pretendían reflejar la estructura objetiva del ser.”104

Aprender a valorar el cambio de esta hegemonía previa a un ambiente pluralista se convierte en el gran reto, reconociendo que estos cambios son ineludibles y que deben verse no como una pérdida sino como una oportunidad para seguir madurando en la formación de una teología consistente con los cambios culturales. Vattimo asegura: “Ninguno de nosotros, en nuestra cultura occidental – y quizás en todas las culturas-, comienza desde cero en el caso de la cuestión de la fe religiosa.”105Esto pone de manifiesto que la religión como tal es un continuo redescubrir de aspectos que el ser humano ha tenido desde siempre en su interior y que intenta sacar al exterior de diversas formas.

Los cambios constantes en la sociedad actual con los desafíos planteados por los adelantos tecnológicos, la multiculturalidad que ha obligado a repensar muchas de las prácticas habituales de diferentes estamentos de influencia en la vida diaria, los cambios en los movimientos culturales, filosóficos, literarios y artísticos, aunados a una visión del mundo que se reestructura sobre el culto al cuerpo y a la personalidad, la pérdida de la fe tanto en los estamentos públicos como en las entidades de apoyo de carácter privado y la iglesia en general y muchos otros cambios en la cultura contemporánea, nos obligan de alguna manera a formular un paradigma diferente que nos pueda acompañar frente a las complejidades del mundo del siglo XXI.

Con la aparición del pluralismo es posible superar el dualismo existente en la teología en relación al idealismo y a la praxis, al punto que pueda verse una nueva dinámica en la interpretación que obedezca a los cambios culturales que se suceden cada vez de maneras más aceleradas. “El llamado es a pensar en términos integrales en vez de analíticos, enfatizando el aspecto de estar juntos antes que la distancia, rompiendo el dualismo entre mente y cuerpo, y entre sujeto y objeto, y subrayando la <<simbiosis>>.”106

La eliminación de los metarrelatos afecta directamente la credibilidad en cuanto a las historias bíblicas que distan mucho de ser entendidas por la razón. Esa forma del saber epistemológico del presente ha sido denominado para Vattimo como “pensamiento débil” en contraposición al “pensamiento fuerte” que admitía estos relatos y las consecuencias derivadas de esta aceptación. “El pensamiento débil, cuando se ha reconocido heredero del cristianismo, es decir, posibilitado solo por esta herencia, ¿se siente impulsado, en consecuencia, a rezar al Dios de Jesucristo o no?”107

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9781953540355
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