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Es importante notar que la comprensión de Daniel no representaba una posición de compromiso: era del todo bíblica. Estaba bien familiarizado con los escritos de Jeremías, un profeta que no solo había predicho el exilio babilónico, sino que además había escrito una carta a los líderes de los judíos deportados:

Estas son las palabras de la carta que el profeta Jeremías envió de Jerusalén a los ancianos que habían quedado de los que fueron transportados, y a los sacerdotes y profetas y a todo el pueblo que Nabucodonosor llevó cautivo de Jerusalén a Babilonia (después que salió el rey Jeconías, la reina, los del palacio, los príncipes de Judá y de Jerusalén, los artífices y los ingenieros de Jerusalén), por mano de Elasa hijo de Safán y de Gemarías hijo de Hilcías, a quienes envió Sedequías rey de Judá a Babilonia, a Nabucodonosor rey de Babilonia. Decía: Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, a todos los de la cautividad que hice transportar de Jerusalén a Babilonia: Edificad casas, y habitadlas; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos. Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis. Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz. Porque así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: No os engañen vuestros profetas que están entre vosotros, ni vuestros adivinos; ni atendáis a los sueños que soñáis. Porque falsamente os profetizan ellos en mi nombre; no los envié, ha dicho Jehová.

Porque así dijo Jehová: Cuando en Babilonia se cumplan los setenta años, yo os visitaré, y despertaré sobre vosotros mi buena palabra, para haceros volver a este lugar. Porque yo sé los pensamientos que tengo acerca de vosotros, dice Jehová, pensamientos de paz, y no de mal, para daros el fin que esperáis. Entonces me invocaréis, y vendréis y oraréis a mí, y yo os oiré; y me buscaréis y me hallaréis, porque me buscaréis de todo vuestro corazón. Y seré hallado por vosotros, dice Jehová, y haré volver vuestra cautividad, y os reuniré de todas las naciones y de todos los lugares adonde os arrojé, dice Jehová; y os haré volver al lugar de donde os hice llevar (Jeremías 29:1-14).

He mencionado una extensa porción de la carta para dejar claro que Daniel sabía su contenido, ya que cita lo predicho sobre la duración del exilio en Daniel 9. No sabemos cuándo fue consciente de todos los detalles de este mensaje, pero es indiscutible que obró poderosamente en su espíritu. El mensaje de Jeremías permanece vigente en nuestros tiempos, cuando nos enfrentamos a la actual invasión de Babilonia. En efecto, tales palabras resultan un inmenso apoyo para esos jóvenes de cuna cristiana que entran a cursar los altos estudios. Como embajadores de nuestro Rey celestial nos animan a perseguir el bienestar de la «ciudad» primero en la universidad y luego en el mundo exterior.

Precisamos detenernos por un momento, porque algunos dirán que el Salmo 137 nos habla de una reacción bastante diferente ante Babilonia:

Junto a los ríos de Babilonia, Allí nos sentábamos, y aun llorábamos, acordándonos de Sion. Sobre los sauces en medio de ella colgamos nuestras arpas. Y los que nos habían llevado cautivos nos pedían que cantásemos, y los que nos habían desolado nos pedían alegría, diciendo: Cantadnos algunos de los cánticos de Sion. ¿Cómo cantaremos cántico de Jehová en tierra de extraños? Si me olvidare de ti, oh Jerusalén, pierda mi diestra su destreza. Mi lengua se pegue a mi paladar, si de ti no me acordare; si no enalteciere a Jerusalén (Salmos 137:1-6).

Sí, es una reacción diferente; pero no es incompatible con el mensaje del Señor por medio de Jeremías. Quizás hubo momentos en que Daniel y sus amigos lloraron, y les resultó difícil cantar con entusiasmo. Habría sido muy extraño que esto no sucediera. En definitiva, la nostalgia era tan real como lo es hoy. La obediencia al mensaje de Jeremías no significaba olvidar Jerusalén y todo lo que representaba. Inevitablemente, muchos de Judá terminaron haciéndolo; pero Daniel y sus amigos no olvidaron su identidad nacional y espiritual. Buscaban el bienestar de Babilonia viviendo en esa ciudad como sal y luz para Dios. Esa postura significaba atreverse y protestar contra la visión del mundo que subyacía en el sistema babilónico y enfrentar las consecuencias. No significaba olvidar a Jerusalén o no lamentar su destino.

El lenguaje de la protesta

¿Qué hacemos nosotros hoy? Si estamos convencidos de la visión bíblica del mundo, ¿no deberíamos protestar contra el secularismo occidental que amenaza con tragarnos? ¿No deberíamos actuar contra la noción de que el ateísmo es la única posición intelectualmente respetable? Claro que pudiéramos hacerlo. Pero en ese caso, debemos usar el lenguaje de la protesta con sumo cuidado, porque nuestro mundo está lleno de protestas violentas y crueles que dañan y destruyen la vida de millones de personas. Necesitamos recordar siempre (como lo hicimos en el capítulo 3) que Cristo prohibió la violencia para imponer la verdad, algo que la violencia de todos modos no puede hacer.

La batalla diaria del cristiano, que sí es una batalla, es el mismo conflicto no violento en el que Daniel protestaba, y que tiene lugar en el pensamiento: en el reino de las ideas y las cosmovisiones, no en el ámbito militar. El apóstol Pablo lo describe así:

Pues, aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo… (2 Corintios 10:3-5).

Observamos que el énfasis aquí está en el argumento bien fundado. Los primeros apóstoles cristianos, razonaban con las personas dondequiera que iban: en las sinagogas, en las plazas del mercado y, si tenían la oportunidad, dialogaban en las salas de conferencias académicas del mundo (ver Hechos 17:2, 17; 18:4; 19:9-10). La palabra griega apología, de donde proviene el vocablo «apologista», significa «defensor». Es importante entender esto porque el Nuevo Testamento no hace distinción entre evangelismo y apologética; cualquier evangelismo significaba defender el evangelio. Los primeros cristianos con frecuencia enfrentaban objeciones a su mensaje. A menudo, los malinterpretaban y los acusaban de predicar revoluciones políticas, de promover el antinomismo, o de introducir dioses extranjeros. Así que, para despejar el camino del evangelio, tenían que derribar las barreras en la mente de las personas. Para hacerlo se reunían con ellos, respondían a sus preguntas, y defendían el mensaje cristiano contra los malentendidos, la tergiversación y la difamación. De hecho, fue (y es parte) del poder convincente del mensaje cristiano el dar respuestas creíbles. Lo que desarrollaban estos hombres y mujeres era un «evangelismo persuasivo».10 Aquí está la esencia del testimonio cristiano que estamos llamados a dar.

Una llamada al compromiso

Ahora bien, como la batalla es de esta naturaleza, requerimos una seria preparación para pelearla. Ya hemos visto el prerrequisito más importante: ser fieles a Jesucristo y demostrar que lo somos al tenerlo en nuestros corazones como Señor. Pero hay más; porque no solo necesitamos la lealtad moral, sino también la intelectual y la espiritual.

Quizá comprendamos mejor qué es lealtad moral, si conocemos aquello que amenaza la integridad moral. Pero ¿qué se entiende por lealtad intelectual y espiritual? Pablo se lo explica a los corintios de esta manera:

Porque os celo con celo de Dios; pues os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo. Pero temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva, vuestros sentidos sean de alguna manera extraviados de la sincera fidelidad a Cristo. Porque si viene alguno predicando a otro Jesús que el que os hemos predicado, o si recibís otro espíritu que el que habéis recibido, u otro evangelio que el que habéis aceptado, bien lo toleráis (2 Corintios 11:2-4).

El apóstol estaba preocupado por el compromiso intelectual y espiritual que tenía con Cristo. Las imágenes que usa son elocuentes. Habla del desposorio: la relación entre un hombre y una mujer antes del matrimonio en el mundo antiguo. Era mucho más fuerte que a lo que hoy llamamos compromiso. El desposorio era parecido al matrimonio, ya que solo podía disolverse a través del divorcio. Antes de que una mujer se desposara podía considerar a todos los posibles pretendientes; pero cuando ya lo estaba, cuando había «dado su palabra de fidelidad», se consideraba inmoral que sus ojos o su corazón miraran a otro. Significaba una deslealtad a su futuro esposo.

La analogía es muy acertada. Los cristianos de la Corinto pluralista y politeísta habían entregado sus vidas a Cristo; lo habían aceptado como Señor en sus corazones y le habían jurado lealtad solo a Él. Al menos, eso es lo que afirmaban. Pero Pablo estaba preocupado por los crecientes rumores de que su lealtad había sido socavada. Había sido pura, es decir, exclusiva en su enfoque, con Cristo como su único objeto. Sin embargo, otras voces que no estaban contentas con el cristianismo histórico, habían comenzado a reclamar la atención de los cristianos de dicha ciudad, y algunos de ellos estaban sucumbiendo bajo estas ideas nuevas y embriagadoras.

A lo largo de la historia ha ocurrido lo mismo. Tarde o temprano llegarán los innovadores con sus «reinterpretaciones» del evangelio. Su mensaje presentará a otro Jesús, uno carente de singularidad y Deidad, reducido al nivel de todos los demás maestros, por grandes que sean. O, tal vez, otro espíritu, que intenta fusionar el evangelio con el animismo o el espiritismo. Quizás otro evangelio, que confunde la verdadera base de la relación con Dios únicamente a través de la fe en Cristo, pervirtiendo la verdad al elevar el mérito humano, y sacarle provecho. O torcer el mensaje para permitir la inmoralidad bajo el disfraz del «amor». La lista es extensa.

Hoy día, en nombre de la tolerancia, la singularidad de Cristo y de muchas doctrinas que definen el cristianismo enfrentan ataques como nunca antes. Bajo tal presión, es fácil empezar a coquetear con ideas teológicas desleales a Cristo. Muchos, en los bancos, detrás del púlpito, y en la universidad teológica han sido tan bombardeados por el pensamiento de la ilustración pseudocientífica que ya no creen en la preexistencia de Cristo, su concepción sobrenatural, sus milagros, su resurrección y su ascensión, y se han entregado a un agnosticismo ambiguo.

Todos necesitamos examinar de vez en cuando la salud de nuestra lealtad intelectual y teológica a Cristo, y solo podemos hacerlo al escudriñar constantemente la Biblia. Es muy fácil olvidar cómo la Escritura llegó a nuestras manos. John Wycliffe y William Tyndale trabajaron duro y en condiciones muy peligrosas para entregarnos la Biblia en inglés. Tyndale fue quemado vivo en Bélgica por la traición de un coterráneo suyo. Cranmer, Ridley y Latimer fueron quemados vivos en Oxford. Estos valientes hombres estaban decididos a entregarles la Escritura a las personas. Sus esfuerzos encendieron un fuego en los corazones de hombres y mujeres en todo el mundo, estimulando e inspirando, incluso a los más humildes, a estudiar la Biblia por su cuenta y escuchar la voz de Dios, en vez de inclinarse ante alguna autoridad eclesiástica externa y opresora. ¿Qué pensarían si vieran las Biblias, ahora disponibles gracias a sus sacrificios, en las estanterías sin que nadie las lea?

A todos nos gusta estar en contacto. Es por eso que hoy los teléfonos móviles superan en número a las Biblias en las manos y los bolsillos de los cristianos en todo el país (¡aunque los teléfonos tienen Biblias en ellos!). Pero, aunque sea importante escuchar a los demás, nuestra prioridad es escuchar a Dios. Al menos, es uno de los retos de la vida de Daniel.

CAPÍTULO 7

LA FORMA DE LA PROTESTA

Daniel 1

La forma en que Daniel llevó a cabo su protesta es un modelo para nosotros. Una vez más usamos la declaración de Pedro para ilustrarlo:

Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo (1 Pedro 3:14-16).

La necesidad de ser sensibles

Ahora nos enfocamos en la última parte de la declaración de Pedro, donde él se centra en la forma en que defendemos el mensaje. Él expresa que debemos hacerlo «con mansedumbre y respeto». Daniel ejemplifica esta actitud de manera exacta. Primero se dirige a Aspenaz, el jefe de los eunucos en la corte, quien parece haber sido una especie de oficial administrativo responsable del bienestar de los estudiantes. Daniel le pide autorización para no servirse de la comida. Él no golpea de repente la mesa del comedor y exige otra comida como un derecho (en nombre de su religión, derechos humanos, o alguna otra cosa). De forma educada le hace su petición a Aspenaz en privado.

El hombre tiene miedo y confiesa su temor a Daniel. Esto es notable. La explicación es: «Dios le dio a Daniel favor y compasión» a los ojos del oficial. No se narra, pero podemos estar seguros de que Daniel había orado por la situación. También podemos estar convencidos, por lo que sigue, de que Daniel se había comportado de una forma amable y respetuosa con el oficial y se ganó su confianza. Si tenemos que iniciar algún tema difícil con las personas, de igual modo debemos aprender a ser gentiles y respetuosos con ellas. Es triste que haya algunos cristianos a los que estas dos cosas les sean muy engorrosas. Vale la pena analizar por qué ocurre esto.

Para algunos, la convicción de que «conocen la verdad» les produce una actitud agresiva que apesta a superioridad y es muy desagradable. Olvidan que Aquel de quien profesan ser testigos, Él que es la verdad (Juan 14:6), fue el más gentil de los hombres. Él era manso y humilde de corazón (Mateo 11:29). Por supuesto, esto no significa que era un derrotista tonto, aburrido y sin fuerza de carácter. Cristo estaba lleno de valor y autoridad moral, y mostró (justa) ira cuando fue necesario. Pero siempre fue cortés y respetuoso. Aquellos de nosotros a quienes les es muy difícil respetar o ser gentiles con los que no están de acuerdo con nosotros, necesitan esforzarse mucho para aprender a ser así.

Con cuánta facilidad olvidamos que el hombre o la mujer con quien hablamos es una criatura, como nosotros, infinitamente preciosa porque fue hecha a la imagen de Dios. De hecho, eso es parte de la gloria del mensaje que deseamos transmitir a nuestros semejantes. No son meras excrecencias casuales en el universo, sino que tienen una dignidad dada por Dios como su Creador. Caemos entonces ante nuestro primer obstáculo si no reflejamos esa dignidad en nuestras actitudes. Queremos también que ellos sepan que Dios amó tanto al mundo, lo amó de tal manera que, de hecho, dio a Su Hijo para que muriera por él. Poco nos ayudará comunicar este mensaje si lo transmitimos con un aire de superioridad y arrogancia. Nuestro objetivo debe ser fraternizar con las personas como Jesús lo hizo, no simplemente hablar a posibles conversos. Si no estoy interesado en una persona como persona, es comprensible que ella no se interese en mí o en mi fe.

Entonces, ¿cómo acercarnos a otros con una verdadera motivación? C. S. Lewis, como en muchas otras cosas, es útil en este punto. En una ocasión sugirió que si queremos saber cómo es amar a alguien, debemos preguntarnos qué haríamos si amáramos a la persona, y entonces ir y hacerlo. Lo mismo sucede con el respeto. Necesitamos tomar tiempo para meditar en lo que haríamos si respetáramos a la persona con la que hablamos, y entonces hacerlo. En lugar de esperar a que nuestros motivos sean perfectos, hacemos lo correcto y dejamos que los motivos se resuelvan. El Señor Jesús nunca excusó el pecado. Lo expuso y lo trajo a la luz, pero (y esto es esencial) lo hizo de tal manera, que las personas que estaban en verdad arrepentidas podían entender que Él ofrecía perdonarlos de forma gratuita. Jesús no aprobó el adulterio de la mujer que fue llevada ante Su presencia (Juan 8:1-11). Él le dijo que se fuera y no pecara más y al mismo tiempo le ofreció Su perdón y un retorno a la decencia sobre la base de su arrepentimiento y confianza en Él. Pero al mismo tiempo expuso la hipocresía en los corazones de aquellos que la condenaban.

Tomemos otro ejemplo. Los dos hombres que fueron crucificados con Cristo eran insurgentes. Cristo no aprobó su violencia, sin embargo, fue gentil con el terrorista arrepentido. En su momento de morir, Cristo le aseguró que estaría, ese día, con Él en el paraíso (Lucas 23:39-43).

La manera sensible con la que el Señor trató a tales personas es excepcionalmente magnífica. Pero ¿algo no nos dice que Él dejó Sus pisadas para que las sigamos, y debemos hacerlo, aunque cometamos errores?

Una confianza tranquila

Aspenaz no solo le confesó a Daniel que tenía miedo. Confió en él lo suficiente como para revelarle la razón de su ansiedad:

Temo a mi señor el rey, que señaló vuestra comida y vuestra bebida; pues luego que él vea vuestros rostros más pálidos que los de los muchachos que son semejantes a vosotros, condenaréis para con el rey mi cabeza (Daniel 1:10).

Aspenaz había sido responsable de cambiar los nombres de Daniel y sus amigos, de acuerdo con la política de Nabucodonosor de hacer que todos lucieran igual. En esta ocasión Aspenaz temía que Daniel luciera peor que sus compañeros, y que él fuera condenado como culpable. Ahora no es tanto una cuestión de identidad sino de imagen. Al igual que muchas culturas antiguas, Babilonia premiaba la apariencia física. Las personas, en especial aquellos que buscaban altos cargos, no solo tenían que ser buenos, tenían que lucir bien. (¿Le suena familiar?) La forma en que las personas lucen puede valer más que lo que tienen que decir, incluso en la esfera de la política y la administración. ¿Tienen la imagen correcta? Si no, entonces ¿podemos transformarlos para crear la imagen correcta?

Aspenaz vivió mucho antes de la época de los sofisticados asesores, pero tenía una responsabilidad similar e importante de asegurar que sus encargados se presentasen bien. Estaba claro que le costaba la vida si Daniel no lucía físicamente tan bien como los otros. No podía arriesgarse. Nunca se le ocurrió que si aceptaba la sugerencia de Daniel, podía haber otro posible resultado. No conocía otra fuente para lucir bien que la comida que el rey suplía.

El asunto podía haber terminado aquí, pero Daniel no iba a rendirse con tanta facilidad. Él pudo entender con claridad que no lograría nada con presionar tan duro a Aspenaz, así que le habló al oficial subalterno a quien este había designado para los cuatro estudiantes. Es probable que el oficial supiera lo que su jefe le había dicho a Daniel, sin embargo, estaba lo suficientemente impresionado con Daniel como para escuchar su propuesta. Daniel sugirió que, en silencio y sin agitación, llevarían a cabo una prueba controlada, la primera vez en la historia que leemos esto. La prueba era que debían comer comidas sencillas, que consistieran solo de vegetales, por un período de diez días. El mayordomo luego debía actuar de acuerdo a lo que viera. La prueba fue un éxito, y hubo evidencia de una diferencia notable en la apariencia de los cuatro. En realidad, ahora lucían mejor que los estudiantes que comían la comida real, y se les permitió continuar con la dieta básica.

La convicción de Daniel de que tenía que honrar a Dios a pesar de las consecuencias es impresionante, pero también lo es la forma delicada en que hizo su protesta. Él comprendió las responsabilidades de sus oficiales y sus temores, y fue cuidadoso de respetar sus sentimientos. Le dio al oficial subalterno el tiempo para reunir la evidencia de que había verdad en lo que decía. Se necesita valor para hacer eso, y Dios lo honró a él y a sus amigos por esto.

Aquí hay una lección simple pero importante para nosotros. Daniel tomó tiempo. Él no estaba en un apuro frenético, y fue sensible a la necesidad de tiempo de los otros. En ocasiones olvidamos que el mensaje cristiano es muy extraño y nuevo para muchas personas. Contiene ideas con las que ellos no están familiarizados, y necesitamos darles tiempo para asimilarlas. Es muy fácil, por la gran cantidad de nuestros argumentos, hacer que las personas interesadas se sientan asfixiadas. Debemos darles espacio para respirar, o simplemente las vamos a alejar, y la culpa será nuestra.

¿Cuán bien luciré? ¿No es esa una de las presiones que pueden afectar nuestra disposición de defender nuestra fe y ser contados dentro de aquellos que lo hacen? Puedo recordar bien la primera vez que esto me sucedió. En una ocasión, cuando era estudiante, me encontraba en una cena, sentado al lado de un ganador del premio Nobel. Traté, como mejor sabía en aquel momento, de involucrarlo en una conversación sobre la realidad de Dios. Después de la cena, me invitó junto con algunos de sus colegas profesores a su oficina para un café. Yo era el único estudiante presente y la atmósfera era intimidante, para expresar lo menos. Cuando estábamos más o menos acomodados (excepto en mi caso) me preguntó si me gustaría hacer una carrera seria en la ciencia:

—Sí, señor —expresé. Él respondió:

—Entonces desiste de esas ideas infantiles sobre Dios. Solo te van a traer desventaja intelectual entre tus compañeros.

Era un momento decisivo. Le pregunté qué tenía para ofrecerme como explicación racional sobre el universo y sus leyes, como una alternativa a Dios. Me sorprendió al tratar de explicar que el responsable era algún tipo de «fuerza vital». Yo creía que tal tipo de pensamiento estaba arcaico. Traté de hacerle ver de manera gentil que para mí eso era menos racional que lo que ya yo creía. Quedé descartado de inmediato.

La presión aumenta hoy en día. Si va a lucir bien, desde el punto de vista de muchos científicos y de aquellos que los siguen, entonces es mejor que sea ateo. Una prometedora estudiante de Biología de Oxford me contó que sus profesores le habían repetido mucho esto. Ellos le expresaban que las convicciones sobre el mundo que ella tenía solo obstaculizarían su ciencia. ¡Como si su propio ateísmo no fuera una cosmovisión! Los nuevos ateos se denominan los «brillantes» (término de Dan Dennett), la implicación es que el resto somos tontos.

Si va a ser tolerante en estos días, se le informará que no puede confesar de manera pública que Jesucristo es el camino, y la verdad, y la vida (Juan 14:6). Tendrá que reconocer que todas las religiones son formas válidas de buscar algún tipo de realidad última: Dios, dioses, o lo que sea. No se puede permitir que una aldea global sea dividida por demandas de verdad absoluta. Y así sucesivamente…

Por tanto, es cada vez más difícil evitar la marginalización como resultado de caminar fuera de la línea políticamente correcta. Puede ser un negocio costoso. Daniel y sus amigos estaban dispuestos a pagar cualquier precio con tal de mantener a Dios como su valor supremo.

Leemos que Dios los honró, y no solo con una mejor apariencia física: les dio instrucción y capacidad en toda ciencia y literatura. Además, Daniel resultó estar especialmente dotado para entender visiones y sueños, un don que pronto sería puesto a prueba. Cuando Nabucodonosor en persona los examinó al final del curso intensivo de tres años, Aspenaz debe haber estado orgulloso al ver que sus encargados eran los mejores de la clase. De hecho, el emperador los halló diez veces mejores que a cualquier otro en todo el imperio. Estaban claramente destinados para la prominencia.

Sin embargo, sería un error (tal vez doloroso) pensar que esta historia de algún modo nos garantiza que si honramos a Dios con nuestro testimonio Él nos hará genios intelectuales y administrativos como Daniel y sus amigos. Es bien cierto que Dios les dio su capacidad. Eso es lo que Dios hizo por cuatro personas en aquel tiempo. No es garantía de que hará lo mismo por nosotros en nuestro tiempo. Él tenía un propósito muy especial para ellos, y también tiene uno para nosotros. Así como Dios los equipó para su propósito, Él nos equipará para el nuestro; pero quizás ambos propósitos sean muy diferentes. En términos cristianos: como a Él le plació, Dios nos ha incluido en el gran cuerpo de Cristo, esa unidad orgánica que es la iglesia. Cada uno de nosotros tiene una función diferente. Todas son de igual modo necesarias y valiosas, aunque no todas son tan visibles (ver 1 Corintios 12:1-26). Debemos aprender a contentarnos con el valor que Dios nos da, como hizo Abraham (como vimos en nuestro estudio de la ideología de Babilonia); y el contentamiento viene cuando entendemos que a Dios le plació hacernos tal cual somos.

La primera etapa del relato de Daniel ahora está completa. Él y sus amigos han puesto a Dios como su objetivo. El resto del libro nos contará cómo esa resolución inicial se desarrolló hasta ser un hábito establecido de por vida.

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9781646911936
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