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Pudieran reprocharme que profundizo demasiado en este aspecto, pero hacerlo no le resta fuerza a lo que quiero expresar. La ola de relativismo que inunda hoy día el pensamiento occidental, presiona cada vez más para eliminar ciertas palabras de nuestros idiomas y reemplazarlas por otras que promuevan los planes seculares de descomponer la naturaleza misma de los seres humanos y de la sociedad en la que vivimos.

Por ejemplo, algunas palabras empiezan a carecer de corrección política: verdad, mandamiento, dogma, fe, conciencia, moralidad, pecado, castidad, caridad, justicia, autoridad, marido, esposa; mientras que otras palabras y conceptos ocupan el centro: derechos, no discriminación, elección, igualdad de género, pluralidad, diversidad cultural.

Estos cambios profundos surgen de una descomposición postmoderna de la verdad, que pretende desplazar la verdad del terreno objetivo hacia el subjetivo, y así relativizarla de manera efectiva. El Cardenal Ratzinger, antes de convertirse en el Papa Benedicto XVI, advirtió sobre la «dictadura del relativismo» en la sociedad europea al afirmar:

Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que deja solo como medida última al propio yo y sus apetencias.6

Suena paradójico, pero no lo es. La presión se hará evidente desde el mismo momento en que cuestionemos cualquier aspecto de este relativismo; por ejemplo, tenemos que aprobar todos los estilos de vida. El derecho a elegir va primero que todo lo demás, incluyendo la tradición y la revelación divina. Este es el único absoluto en un mar de relativismo, aunque sea algo contradictorio.

Hemos observado que el posmodernismo contiene la evidente autocontradicción de que «no hay verdad absoluta» pero que declara esto como una verdad absoluta; así que no es sorprendente que su lenguaje sea tan confuso. De hecho, el posmodernismo medra en la ambivalencia lingüística. Su propósito es eliminar cualquier objetividad de nuestra aprehensión de la «realidad» y reducirlo todo a un texto que debemos interpretar y en el que cada interpretación es válida siempre que no aborde el terreno de los valores.

Jürgen Habermas (de hecho, un ateo) ha advertido claramente los peligros del cambio de una base moral judeo-cristiana a una base posmoderna (2006, páginas 150-151):

El igualitarismo universalista, del que derivan los ideales de libertad y una vida colectiva solidaria, la conducción autónoma de la vida y la emancipación, la conciencia moral individual, los derechos humanos y la democracia, es el legado directo de la ética judía de la justicia y la ética cristiana del amor.

Este legado ha sido objeto de una constante apropiación e interpretación crítica, sin sufrir transformaciones sustanciales. Al día de hoy no existe ninguna alternativa a él. Y a la luz de los desafíos actuales de una constelación posnacional, seguimos alimentándonos de esa fuente. Todo lo demás son chácharas postmodernas.

¡Sí, una «Babel» posmoderna!

CAPÍTULO 5

LA RESOLUCIÓN Y LA PROTESTA

Daniel 1

Es probable que Daniel y sus amigos no tuvieran oportunidad de protestar contra los nombres paganos que se les dieron. No sabemos, ya que el asunto pasa inadvertido. Pero observamos con interés y descubrimos en qué momento los tres jóvenes comienzan a plantar su bandera de testimonio a Dios en la universidad de Babilonia. No se tarda en llegar.

Un estudiante de santidad

Daniel nos relata que los estudiantes de élite, como él y sus amigos, fueron entrenados durante tres años en un amplio plan de estudio que incluía las lenguas y literatura de los babilonios. El gobierno no escatimó en los gastos, y ya que la cultura babilónica le daba un alto valor a la apariencia física, a los estudiantes se les asignó el mejor alimento, de hecho, la misma comida que se le servía al emperador. Como estudiantes al fin, para ellos aquella comida representaba un gran beneficio de haber sido seleccionados para el curso. Es cierto que estos cuatro cautivos de una ciudad empobrecida producto de un sitio, nunca antes habían visto nada comparado a esa calidad de alimentos: estaba más allá de los sueños de aquellos acostumbrados a las raciones de guerra.

Y Daniel propuso en su corazón no contaminarse con la porción de la comida del rey, con el vino que él bebía (Daniel 1:8).

El descontento con la comida que se sirve en el colegio no es nada nuevo. Numerosas generaciones de estudiantes han encontrado mucho de qué hablar sobre la cantidad o calidad de los alimentos del comedor de su escuela. De seguro este no era el caso aquí. La comida era de suprema calidad, traída de la propia cocina del emperador. Era comida de mesa presidencial. Entonces, ¿por qué Daniel decidió no comerla?

Su propia explicación es que no quería «contaminarse». Hablamos de una resolución interior, en el corazón y la mente, que precedió a su acción exterior. Se levantó en correspondencia con las convicciones bíblicas de Daniel sobre la santidad. Este concepto tiene tanto aspectos positivos como negativos. En lo positivo, santidad es dedicación y compromiso con Dios. Como sabemos, Daniel quería vivir a la luz de lo que los utensilios de oro del templo representaban, la gloria y la santidad de Dios.

En la segunda mitad del capítulo uno de este libro, vemos como Daniel claramente entendió que, para testificar de la gloria y santidad de Dios, necesitaba asegurarse de que su carácter y personalidad fueran moldeados por esa santidad. Eso significaría que debía evitar contaminarse. Antes de tratar de identificar lo que esto involucraba de forma precisa, debemos detenernos a pensar en esta decisión, ya que es crucial para comprender la calidad y el poder del posterior testimonio de Daniel. Fue una decisión que tomó en su corazón antes de que hiciera algo. En una famosa declaración, el apóstol Pedro expresó que los cristianos deben caracterizarse por estar prestos para dialogar: Estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros (1 Pedro 3:15).

Al menos esta es la parte que siempre se cita. Sin embargo, como aparece aquí, la cita está incompleta pues no tiene verbo directo. Aquí está la oración completa (versículos 14-16):

Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que calumnian vuestra buena conducta en Cristo.

La declaración completa de Pedro nos ayuda a analizar no solo por qué Daniel tomó su decisión sino también cómo la llevó a cabo. Lo primero que se debe notar es que el contexto es temor. En los tiempos de Pedro existía temor a una reacción hostil y quizás violenta contra el mensaje cristiano. De seguro, el temor no estaba lejos de las mentes de Daniel y sus amigos. Como ya hemos visto, conformidad era el nombre del juego en Babilonia, nadie querría atraer la atención por tener algún distintivo religioso. Sin embargo, los estudiantes estaban pensando hacer un movimiento que, por lo menos, provocaría interrogantes, y quién sabe qué más. Tiene que haber sido un momento difícil. Aun si nunca hemos experimentado hostilidad violenta, el temor es algo que podemos identificar con facilidad si hemos hecho algún intento de expresar de manera pública nuestra fe.

¿Qué fue lo que fortaleció los corazones y mentes de Daniel y sus amigos, que tuvieron el coraje para vencer el temor natural a lo desconocido? Con seguridad fue el hecho de que apartaron a Dios como santo en sus corazones. Ellos habían puesto a Dios como el único director de sus vidas. Eso es exactamente lo que Pedro expresa que debemos hacer. Para combatir nuestras ansiedades y prepararnos para dar respuesta a aquellos que pregunten, en primer lugar, debemos poner a Cristo como Señor en nuestros corazones. De hecho, ¿cómo puede haber convicción y poder en nuestro evangelismo sino es así? Ciertamente, es por lógica espiritual elemental que si deseamos persuadir a otros de que Dios es real y de que es posible tener una relación viva y significativa con Él, nosotros debemos ser en lo personal fieles a Dios y a Su Hijo, y ajustar nuestras vidas para ser consistentes con nuestra confesión cristiana fundamental, «Jesucristo es Señor». Daniel sabía que contaminarse podía arruinar su relación con Dios y destruir su testimonio personal. Y lo mismo sucede con nosotros.

Daniel también sabía que Dios con mucha frecuencia le había advertido a Israel a través de Moisés y de los profetas que le sucedieron, del peligro de contaminarse con las prácticas de ciertas culturas paganas vecinas; en particular, los cananeos, conocidos por su inmoralidad, infanticidio (sacrificio de niños) e idolatría. En el Nuevo Testamento, Dios nos alerta de peligros similares. Ninguno de nosotros estamos exentos de la presión de las tentaciones de un mundo al que no le interesa Dios. Si somos honestos, no necesitamos que se nos enseñen las cosas que contaminan; las conocemos muy bien, en especial en esta era de Internet en que la influencia diabólica está solo a un clic de distancia. Para servir a Dios debemos luchar contra ellas. Lo que está en riesgo es nada menos que nuestra lealtad a Dios.

Leyes sobre los alimentos

Bien temprano en la historia de Israel, Dios comunicó este mensaje al instituir ciertos rituales y leyes ceremoniales. Por ejemplo, el pueblo recibió instrucciones de que no debían comer ciertos alimentos «inmundos». Tales regulaciones hacían inevitablemente que fuera difícil la mezcla de su sociedad con otras culturas. Podemos ver un ejemplo de esto en el relato del Nuevo Testamento de la visita del apóstol Pedro a la casa de Cornelio, el centurión romano (ver Hechos 10). Como judío piadoso apegado a las leyes sobre los alimentos puros, Pedro no hubiera sido capaz de aceptar la invitación de Cornelio. Dios tuvo que prepararlo al darle una visión para recordarle lo que Cristo había enseñado, esto es, que las leyes sobre los alimentos habían sido anuladas. Cristo había señalado el hecho evidente de que la comida no puede en sí misma contaminar a una persona. Su verdadera preocupación era la contaminación moral y espiritual.

… todo lo de fuera que entra en el hombre, no le puede contaminar, porque no entra en su corazón, sino en el vientre…

Lo que del hombre sale, eso contamina al hombre. Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez. Todas estas maldades de dentro salen, y contaminan al hombre (Marcos 7:18-23).

Por tanto, fue la prohibición de Dios que hizo los alimentos impuros, la que hace que surja la pregunta de por qué las leyes sobre los alimentos fueron instituidas en primer lugar. ¿Por qué no simplemente hablar de la necesidad de evitar las actitudes interiores de la mente que contaminan? Pablo nos da la respuesta en la carta de Gálatas. Nos enseña que, así como en la costumbre antigua un niño tenía un tutor que lo protegía hasta la madurez, para Israel la ley actuó como tutor hasta que Cristo vino. Hay un sentido en el que Cristo trató a la infanta nación de Israel como a un niño, cuidándolo con leyes y regulaciones para las primeras etapas de su desarrollo.

Si seguimos la analogía podemos ver una posible razón para la imposición de regulaciones que proporcionó una barrera contra la influencia negativa externa. Piense en esto de esta manera: solo una minoría de adultos abusan de los niños. Sin embargo, consideramos sabios a los padres que enseñan a sus hijos a no aceptar nada de ningún adulto que no conocen. De forma similar, no todos los gentiles eran moralmente corruptos en aquella época. Pero un grupo suficiente lo era, de modo que Dios puso una barrera para inculcarle a Israel los peligros del compromiso con la idolatría y sus prácticas acompañantes.

Ahora, la desventaja obvia con este esquema es que aquellos que están bajo este, pueden caer en el peligroso error de confundir el guardar las leyes y regulaciones con respecto a la limpieza ceremonial exterior, con la limpieza moral real e interior. En consecuencia, ellos pueden comenzar a pensar que son mejores que otros cuando, de hecho, no lo son. Incluso pueden pensar erróneamente que son aceptables delante de Dios sin importar lo malo que hagan (como hicieron algunos en Israel, y tristemente como algunos que profesan ser cristianos hacen en la actualidad); mientras que los gentiles son inaceptables para Dios sin importar el bien que hagan. Por supuesto, esto no tiene sentido.

Cuando Cristo vino, canceló el sistema de leyes sobre los alimentos (Marcos 7:19), y algo completamente nuevo tomó su lugar. El Espíritu Santo vino a habitar en los creyentes; y les dio el poder interior de resistir la corrupción, de modo que pudieron llevar su testimonio a los gentiles, mezclarse con ellos y aun así resistir las presiones del mal, tanto en su pensamiento como en su comportamiento.7 Sin embargo, las leyes sobre los alimentos estaban en vigor cuando Daniel vivió y, por lo tanto, habrían constituido una fuerte razón para que él y sus amigos rechazaran la comida imperial.

La segunda razón para su acción tiene que ver con la matanza y preparación de la carne. Las leyes levíticas prohibían comer sangre o productos derivados de esta, sobre la base de que la vida de la carne en la sangre está (Levítico 17:11). Esta regulación se estableció para recordarle a Israel de una manera simbólica la santidad de la vida, pero aquellas leyes de seguro no operaban en la carnicería de Babilonia.

Una elección: ¿Dios o los ídolos?

La tercera razón posible para la protesta de Daniel puede haber sido que la comida había sido sacrificada a los ídolos, o de alguna manera había estado involucrada ceremonialmente con el paganismo que caracterizaba la cosmovisión babilónica. En realidad, el texto en sí no menciona la idolatría en ese preciso momento, por lo que muchos piensan que es una especulación sin base para presentar esto como una explicación a la protesta de Daniel. Sin embargo, sabemos que la cultura babilónica estaba cargada de adoración politeísta en una forma única para el mundo antiguo. En su trabajo magistral (1992, pág. 85), Georges Roux escribe:

Por más de 300 años los dioses de Sumeria fueron adorados por los sumerios y semitas al igual; y por más de 3.000 años las ideas religiosas promovidas por los sumerios desempeñaron un papel extraordinario en la vida pública y privada de los habitantes de Mesopotamia, moldearon sus instituciones, adornaron sus obras de arte y literatura, y se difundieron en todo tipo de actividades, desde las funciones más elevadas de los reyes a las ocupaciones diarias de sus súbditos. En ninguna otra sociedad antigua la religión ocupó una posición tan prominente, pues en ninguna otra el hombre se sentía tan dependiente por completo de la voluntad de los dioses.

Las bibliotecas y las instituciones educacionales en particular se encontraban adjuntas a los templos en las principales ciudades del imperio. Según los arqueólogos, Babilonia tenía muchos templos en aquella época, cerca de unos 1.000. En la actualidad, la mayoría de los colegios seculares de Inglaterra en las Universidades de Oxford y Cambridge aún tienen una oración en latín que los estudiantes o asociados repiten en las comidas. Sin duda, sería casi increíble si la universidad de Babilonia, permeada como estaba de idolatría, no tuviera rituales paganos durante las comidas. Habría constantes ofrendas y brindis a los dioses.

Daniel nos da una pequeña e importante evidencia que fuertemente apunta en esta dirección. Él menciona su intención de rechazar no solo la comida sino también el vino. Las leyes bíblicas no tenían nada que expresar sobre el vino (solo advertir sobre el peligro del exceso). Entonces, ¿por qué se menciona aquí? La respuesta no es difícil de encontrar, ya que hay una comida que se describe más adelante en el Libro de Daniel donde el vino ocupa el lugar central, aquel famoso banquete donde el rey Belsasar mandó a traer las copas de oro que Nabucodonosor había tomado del templo de Jerusalén, y forzó a sus nobles a unirse a él en un deliberado insulto a Dios, al llenar las copas de vino y brindar por los dioses paganos de madera y piedra. Dios no se quedó callado, y escribió Su fatídico veredicto sobre la pared del palacio.

De esta manera, las copas de oro que se mencionan en la primera mitad del capítulo uno, y el vino que se menciona en la segunda mitad, aparecen juntos de una forma espectacular y trágica en el funesto banquete de adoración pagana que se describe en Daniel 5.

En vista de esto, sin duda no es irracional pensar que Daniel, aun en sus primeros días como estudiante, viera el peligro de comprometer su lealtad a Dios. El rechazó involucrarse en el tipo de ritual de bebida pagano que, escrito en grande, metafóricamente y literalmente, al final significaría la caída de Belsasar y de su imperio. Daniel decidió correctamente y con valentía, desde el mismo comienzo de su carrera universitaria, que debía trazarse una línea, establecerse una dirección.

Si este es el caso, la protesta de Daniel fue en esencia una protesta contra la cosmovisión idólatra de los babilonios: una cosmovisión que moldeó el paradigma de base para su sistema educacional. Él estaba determinado a no contaminarse con esto. Sin duda, no es difícil para nosotros relacionar esto. En el mundo occidental, la academia está dominada por la idea de que el ateísmo es la única cosmovisión respetable desde un punto de vista intelectual, lo que exige protesta por parte de aquellos de nosotros que creemos que eso es falso.

Pero, ¿cómo se hace esto? Daniel nos narra cómo él y sus amigos respondieron ante esta situación. Por supuesto, no nos enseña cómo debemos aplicar lo que ellos hicieron a nuestro contexto. A primera vista, su cultura parece muy diferente a la nuestra, por lo que debemos proceder con cuidado y tratar de razonar nuestro camino a través de los sucesos que ocurrían en Babilonia, y luego ver si existe algún paralelo con nosotros en la actualidad.

CAPÍTULO 6

LA COSMOVISIÓN DE BABILONIA

Daniel 1

Nuestra primera tarea en esta etapa es descubrir un poco más sobre la cosmovisión babilónica, contra la cual Daniel protestaba, y ver cómo se contraponía a la suya.

Dios, los dioses y el universo

Tomemos, por ejemplo, la cuestión de los orígenes. Daniel creía que había un Dios verdadero, Creador del cielo y de la Tierra. Por el contrario, los babilonios creían en muchos dioses, y los conocemos por la literatura con la que él seguramente tenía contacto; por ejemplo, la famosa epopeya babilónica de la creación, la Enuma Elish, un mito que relata los orígenes del universo y de los dioses (cosmogonía y teogonía), y que detalla la guerra entre ellos por la supremacía, la cual provocó que Marduk reemplazara a Enlil como el dios más alto del panteón mesopotámico.

El poema cuenta que los dioses surgieron de una especie de combinación primordial de Apsu, el agua dulce eterna delos ríos, y Tiamat, el agua salada del océano. Leemos en sus primeras líneas:

Cuando arriba los cielos no habían sido nombrados, la tierra firme abajo no había sido llamada con nombre; nada sino el Apsu primordial, su progenitor, Mummu y Tiamat, la que los dio a luz a todos, sus aguas, como un solo cuerpo, confundían; los desechos del junco no se habían hacinado, el carrizal no había aparecido; cuando cualesquiera de los dioses no habían sido traídos al ser ni llamados con nombre, no destinados sus destinos entonces sucedió que los dioses fueron formados en el seno de ellas. Generaciones de dioses Lahmu y Lahamu fueron producidos, con nombre fueron llamados. Luego de que crecieron en estatura y en edad, Anshar y Kishar fueron formados, que sobrepasaron a los otros. Hicieron largos los días, añadiéronles los años…8

En esta descripción poética vemos que los dioses babilónicos formaban parte de la sustancia (material) básica del universo, aunque en la mitología babilónica los comienzos están envueltos en la neblina de tiempos remotos, anteriores a Nammu, a quien llamaban la señora de los dioses, la madre del universo.

Los griegos tenían ideas bastante similares. Hesíodo compuso su Teogonía alrededor del siglo VII a. C., aunque probablemente se basó en fuentes más antiguas. Veamos unas líneas:

Elevando su voz sagrada, celebran primero la raza de los dioses venerables a quienes, en su origen, engendraron Gea y el anchuroso Urano; porque de éstos nacieron los dioses… [líneas 64-66].

Decidme estas cosas, Musas de moradas olímpicas, y cuáles de entre ellas fueron las primeras en un principio.

Antes que todas las cosas fue Caos; y después Gea la de amplio seno, [líneas 164-66], asiento siempre sólido de todos los Inmortales que habitan las cumbres del nevado Olimpo y el Tártaro sombrío enclavado en las profundidades de la tierra espaciosa; y después Eros, el más hermoso entre los dioses inmortales… [líneas 169, 171-172].

Werner Jaeger (1967, pág. 16-17) señala la abismal diferencia entre la cosmovisión griega y la hebrea:

Si comparamos la hipóstasis griega del Eros creador del mundo con el Logos del relato hebreo, observamos una abismal diferencia en la perspectiva de ambos pueblos. El Logos es una sustanciación de una propiedad intelectual o un poder del Dios creador, que está por encima del mundo y que lo trae a la existencia por su decreto y voluntad personal. Los dioses griegos habitan en el mundo; son descendientes del cielo y de la Tierra… generados por el vigoroso poder de Eros, quien también pertenece al mundo como una fuerza primitiva que lo engendra todo. Así que están sujetos a lo que llamamos leyes naturales. Cuando el pensamiento de Hesíodo finalmente dio paso al pensamiento filosófico, lo divino se buscó dentro del mundo, no fuera de él, como lo expresa la teología cristiana judía del Libro del Génesis.

La afirmación clave es: «Los dioses griegos habitan en el mundo.» No debemos pensar que la única diferencia entre la cosmovisión hebrea y la griega es que los hebreos redujeron el número de dioses a uno solo. El monoteísmo hebreo no es una versión reducida del politeísmo pagano. El Dios de los hebreos está fuera del mundo. Esta es una diferencia absoluta de categoría, no una simple diferencia de rango. También es por eso que, como ya hemos señalado, el Dios de los hebreos da sentido al mundo, mientras que los dioses paganos no lo hacen. El significado del sistema no se encuentra en el propio sistema.

Así queda demostrado un defecto argumentativo cada vez más popular del ateísmo. Cuando se dirigen a los creyentes del Dios bíblico, señalan: «Ustedes, respecto a Artemisa, Baal, Diana, Odín, Zeus y miles de otros dioses, son ateos al igual que nosotros. Solo que nosotros tenemos uno más en el listado.»

Tal argumento deslumbra a algunos debido a su astucia aparente, pero no aborda la cuestión que ya hemos abordado con anterioridad: el Dios de la Biblia no es «uno más» en el panteón de todos los dioses conocidos. Todos ellos son productos del cielo y de la tierra; pero el Dios que revela la Biblia creó los cielos y la Tierra. Esta diferencia es profunda y echa por tierra el argumento ateo.

Pudiéramos resumir estas antiguas filosofías de la siguiente manera:

• La materia es eterna y existía antes que los dioses.

• En su estado primigenio, la materia era un caos sin forma, sin orden y sin límites.

• Algún dios ordenó y dio forma a la materia básica del universo (cosmos), y tal proceso es lo que entendemos por creación.

• Este dios, como todos los demás, surgió de la materia original, y es parte de la materia, o una de las fuerzas del universo.

• Todo en el universo emana de él, como los rayos del sol, y así, de alguna manera, todo es dios.

Según dicho punto de vista, la materia es el compuesto primigenio del universo; los dioses y todo lo demás derivan de ella. En efecto, a la señora de los dioses, Nammu, mencionada con anterioridad, a veces se le describía como un mar primitivo de donde salieron los dioses. ¡Claramente la idea de una sopa primigenia no es nada nuevo! En ese sentido, su filosofía era, en esencia, naturalista; de hecho, materialista. Muchos de sus dioses eran deificaciones de las fuerzas e instintos básicos que se encuentran en la naturaleza. Así que su cosmovisión era del todo opuesta a la bíblica, que sostiene que la materia no es eterna ni autónoma sino Dios, que es Espíritu. Dios no deriva de nada. Él creó la materia; no la materia a Dios. De Él derivan la materia y todo lo demás.

El reduccionismo materialista está vivo y sano

Nuestro interés inmediato es examinar cuán semejante es el pensamiento de Babilonia al del mundo contemporáneo. La idea de que la masa-energía es primitiva, y de que todo deriva de ella, es la esencia del reduccionismo materialista que pretende dominar la sociedad occidental. Según tal punto de vista, la masa-energía está sujeta a las leyes naturales (de dondequiera que provengan, una cuestión que se olvida con facilidad, y que los materialistas deberían examinar) y debe tener la capacidad innata de producir todo lo que vemos a nuestro alrededor, incluyendo la vida, el cerebro, la mente humana y la idea de Dios, ya que, en tal hipótesis, Dios, como tal, no existe.

¿No es irónico que aquellos que invalidan a Dios les atribuyen poderes creativos a procesos materiales fortuitos y sin dirección? Por supuesto, en el mundo cerrado del materialista reduccionista no es posible una explicación alternativa. Como dice Richard Lewontin, genetista de Harvard, no podemos dejar que un pie divino cruce la puerta:

No es que los métodos y las instituciones de la ciencia nos obliguen a aceptar una explicación materialista del mundo fenomenológico, sino, por el contrario, que nosotros estamos forzados por nuestra adherencia a priori a las causas materiales para crear un aparato de investigación y una serie de conceptos que producen explicaciones materialistas sin importar qué tanto vayan en contra de la intuición, sin importar qué tan místicas sean para el que no ha sido iniciado. Más allá de eso, el materialismo es un absoluto, pues no podemos dejar que un pie divino cruce la puerta.9

Debemos reconocer la honestidad de Lewontin. Afirma que su materialismo es a priori, es decir, cree en el materialismo antes de hacer ciencia. Lejos de afirmar que su materialismo deriva de su ciencia, está abiertamente preparado para aplicarlo a la misma y permitir que lo primero influya en lo último.

Esta convicción materialista es tan fuerte en muchos científicos que, aun cuando encontraran evidencias de una inteligencia superior en el universo, optarían por decir que tal inteligencia no puede ser, por supuesto, sobrenatural, sino natural, producto de fuerzas naturales fortuitas y sin dirección, igual que todo lo demás. Por ejemplo, Paul Davies sostiene que la delicada sintonía del universo demuestra la actividad de algún tipo de inteligencia superior. Basado en el hecho de que las principales constantes físicas del cosmos tienen que permanecer dentro de una tolerancia en extremo delicada para que la vida sea posible, el científico afirma (1988, pág. 203):

Parece como si alguien sintonizara finamente los números de la naturaleza para hacer el universo… La impresión del diseño es irresistible.

Sin embargo, cuando se le pregunta sobre la naturaleza de esa inteligencia, Davies sostiene que en última instancia es parte de la materia del universo; es decir, aunque puede ser una inteligencia sobrehumana, no es sobrenatural. Su razonamiento no se diferencia mucho del de los antiguos babilonios.

Comprender la cosmovisión a nuestro alrededor

Así que, a primera vista, el mundo de Babilonia nos parece lejano; sin embargo, cuando reflexionamos, vemos que Daniel estaba rodeado de una cosmovisión muy similar al naturalismo de hoy en día, y por su profunda lealtad a Dios, estaba decidido a oponerle resistencia. No obstante, debemos tener en cuenta que en realidad él no protesta contra la educación en la universidad de Babilonia. Claramente se dedicó a sus estudios y podemos imaginar que disfrutó su curso universitario. Él y sus amigos pusieron tanta energía en el aprendizaje de las lenguas, la literatura, la filosofía, la ciencia, la economía, la historia y todas las demás asignaturas, que fueron alumnos destacados y terminaron con los más altos títulos académicos, muy por encima de los demás. Daniel no protestó como un espectador ajeno al sistema: protestó dentro del mismo.

Es importante tenerlo en cuenta, más aún, cuando escuchamos el término «literatura apocalíptica» que se utiliza para el Libro de Daniel. La descripción tiende a dar la idea de un salvaje e irracional profeta de la condenación, quien les advertía a las personas que escaparan de la sociedad, que se enclaustraran como monjes o como ermitaños a esperar el cataclismo inminente y destructor el cual marcaría el fin de la historia. Bueno, si eso es lo que significa «apocalíptico», entonces no se aplica ni a Daniel ni a sus amigos. No negamos que este profeta anuncia muchos acontecimientos futuros en su libro, algunos de sombría trascendencia. Pero, lejos de llevarlo a huir de la sociedad y de la responsabilidad, la revelación que recibió sobre el futuro lo llevó a vivir una vida profesional plena, en los niveles más altos de la administración imperial. Su comprensión de Dios no lo hizo desarrollar una mentalidad atrasada, sino desarrollarse de forma completa y prominente en la sociedad babilónica.

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