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Los dioses y las etapas de la vida

Un hombre atraviesa por muchas etapas en la vida. Cada etapa tiene su propio dios o dioses de mayor influencia. Por ejemplo, hasta sus treinta años puede ser una combinación de Hermes, el dios ocupado con zapatos alados y un Dionisos buscador del éxtasis. En ese punto llega a una gran encrucijada: la mujer de su vida le dice que o se compromete con ella o la pierde. Su decisión de aceptar ese compromiso y ser fiel al mismo –que (aunque resulte sorprendente) es otro aspecto de Dionisos–le conduce a sellar las alas de Hermes e invocar a su propio Apolo para salirse adelante en el mundo laboral. En las tres décadas siguientes puede que otros arquetipos ocupen su lugar. La paternidad y el éxito pueden constelar a Zeus en él; la muerte de su esposa o descubrir que ha estado expuesto al sida, pueden desarrollar su Hades.

A veces, los hombres que se identifican mucho con cierto arquetipo pueden atravesar etapas, todas ellas correspondientes a aspectos de ese mismo dios. En los capítulos sobre cada dios, describiré estos patrones del desarrollo.

Favoritismo patriarcal

El patriarcado –ese sistema invisible y jerárquico que nos sirve de lecho de Procusto, cuando refuerza los valores y concede poder–tiene favoritos. Siempre existen ganadores y perdedores, arquetipos a favor y en contra. A su vez, los hombres que encarnan a “dioses” concretos son alabados o rechazados.

Los valores patriarcales que enfatizan la adquisición del poder, del pensamiento racional y de tener el control son consciente o inconscientemente reforzados por las madres, los padres, los compañeros, las escuelas y otras instituciones que recompensan o castigan a los muchachos y a los hombres por su conducta. A consecuencia de ello, los hombres aprenden a conformarse y a sofocar su individualidad junto con sus emociones. Aprenden a colocar a la persona correcta (o la actitud y manera aceptable que es la imagen que muestran al mundo) junto con el “uniforme” que se espera de su clase social.

Cualquier cosa que resulte “inaceptable” para los demás o para las reglas de conducta puede convertirse en una fuente de culpabilidad o de vergüenza para el hombre, de modo que puede que se encuentre en el lecho de Procusto psicológico. A continuación viene el “desmembramiento” psicológico, cuando hombres (y mujeres) se separan o reprimen estos arquetipos o partes de sí mismos que les hacen sentir inadecuados o avergonzados. En un sentido metafórico, la admonición bíblica que comienza diciendo «si tu mano derecha te ofende, córtala…», es una llamada a la automutilación psicológica.

Lo que los hombres suelen cortar son sus aspectos emocionales, vulnerables, sensuales o instintivos. Sin embargo, en la psique todo aquello que es sesgado o enterrado sigue vivo. Puede pasar a un plano “subterráneo” y estar alejado del estado consciente durante un tiempo, pero puede volver a emerger o ser “remembrado” cuando (por primera vez en la vida o por primera vez desde la infancia) este arquetipo halla aceptación en una relación o situación. Los hombres que tienen vidas secretas, sentimientos y acciones inaceptables puede que retengan su existencia en la sombra y las experimenten subrepticiamente sin que los demás se den cuenta hasta que se hacen evidentes y se produce el escándalo, como ha sucedido con destacados evangelistas que predicaban en la televisión, que denostaban contra los pecados de la carne y que fueron desacreditados cuando se manifestó en ellos el deshonroso Dionisos.

Conocer a los dioses: darnos poder a nosotros mismos

Conocer a los dioses es una fuente de poder personal. En este libro podremos ver a cada uno de los dioses a medida que pasamos de la imagen y la mitología al arquetipo. Veremos cómo influye cada uno en la personalidad y las prioridades, y comprenderemos de qué modo se relacionan entre sí su significado y las dificultades psicológicas específicas.

Comprender a los dioses ha de ir a la par con el conocimiento sobre el patriarcado. Ambas son fuerzas poderosas e invisibles que interactúan afectando a cada hombre individualmente. El patriarcado amplía la influencia de algunos arquetipos y reduce la de otros.

El conocimiento sobre los dioses puede aumentar el conocimiento y la aceptación de sí mismo, abrir el camino para que los hombres se comuniquen entre sí y dar poder a los hombres y a muchas mujeres para tomar decisiones que puedan conducir a la autorrealización y la dicha. En Courage to Create, el psicólogo Rollo May definió la dicha como «la emoción que acompaña a la conciencia exaltada, el estado de ánimo que va a la par con la experiencia de realizar los propios potenciales».2 Los arquetipos son potenciales. Dentro de nosotros –y dentro de nuestra cultura patriarcal– hay dioses que hemos de liberar y otros que se han de reprimir.

La nueva teoría y perspectiva psicológica

Este libro presenta a los hombres y a la psicología masculina bajo una visión diferente. Al beber de las fuentes de la mitología y de la teología he descubierto que la actitud patriarcal de hostilidad hacia los hijos es muy evidente. Esta misma actitud está también presente en la teoría psicoanalítica.

Describo el efecto del antagonismo y rechazo paternal de la psicología masculina en el capítulo dos. “Padres e hijos: los mitos nos hablan del patriarcado”. Este capítulo incorpora las visiones de la psicoanalista Alice Miller, que señala que el mito de Edipo comienza con el intento del padre de asesinar a su hijo. En cualquier familia o cultura en la que los hijos sean vistos como amenazas para el padre y sean tratados como tales, la psique de un hijo y el clima cultural se verán negativamente afectados. Estoy presentando una nueva perspectiva psicológica.

Además, Los dioses de cada hombre es una psicología de los hombres que considera importante el impacto de la cultura en el desarrollo de los arquetipos. Éste es un nuevo énfasis en la psicología junguiana.

En el capítulo doce, “El dios ausente”, especulo sobre la aparición de un nuevo arquetipo masculino, una posibilidad explicada por la teoría de los campos morfogenéticos de Rupert Sheldrake.

Al final este libro proporciona una forma sistemática y coherente de comprender la psicología de los hombres a través de los arquetipos masculinos personificados en los dioses griegos (que también están presentes en las mujeres). Mi anterior libro, Las diosas de cada mujer, describía las diosas griegas y los arquetipos femeninos (que también están presentes en los hombres) como base de una psicología arquetípica femenina. En conjunto, los dos libros presentan una nueva psicología sistemática para hombres y mujeres que explica la diversidad que hay entre nosotros y nuestra complejidad interior. Esta psicología basada en el panteón de las deidades griegas refleja la riqueza de nuestra naturaleza humana y nos indica la divinidad que experimentamos cuando lo que hacemos surge de lo más profundo que hay en nosotros y sentimos la dimensión sagrada en nuestras vidas.

* El concepto psicológico de extraversión (extra en latín significa “fuera”) e introversión, y las palabras extravertido u introvertido fueron introducidas por C. J. Jung. Tanto la transcripción como el significado han sido ligeramente modificados por su uso generalizado. “Extrovertido” es la forma más habitual, aunque errónea, de escribir esta palabra, que se emplea para describir a un individuo con una personalidad agradable y sociable. Jung utilizó “extravertido” para describir una actitud que se caracterizaba por un flujo de energía psíquica hacia el mundo exterior o hacia un objeto, que conduce a un interés por los hechos, las personas y las cosas, así como a una dependencia en las mismas. Para el introvertido, el flujo de energía psíquica es hacia dentro, y la concentración se dirige a factores subjetivos y a respuestas internas.

2. PADRES E HIJOS: LOS MITOS
NOS HABLAN DEL PATRIARCADO

En el plano más privado y personal, el patriarcado da forma a la relación entre padre e hijo; en el plano más superficial de las costumbres, los valores patriarcales determinan qué rasgos y valores se han de fomentar y recompensar, y, por consiguiente, qué arquetipos colocarán a un hombre en una situación de ventaja respecto a los demás, tanto internamente como entre los otros hombres. Para conseguir conocerse a sí mismo, lo cual confiere poder, un hombre ha de ser consciente de las influencias sobre sus actitudes y conductas: ha de comprender qué es el patriarcado y de qué forma influye en sus hijos.

Los mitos de una cultura revelan sus valores y patrones de relación. Un buen lugar por donde empezar la exploración de nuestros propios mitos es Luke Skywalker y su padre, Darth Vader, de la trilogía La guerra de las galaxias. Las historias y los personajes arquetípicos –ya sean de películas contemporáneas o de los antiguos mitos griegos– nos hablan de verdades sobre la historia de nuestra familia humana y de los papeles que muchos de nosotros desempeñamos en ella. Darth Vader, un poderoso padre que intenta destruir a su hijo, es un tema familiar que se repite desde los tiempos griegos hasta el presente.

Luke Skywalker, sin embargo, representa el héroe de todo hombre en este momento de la historia. Para ser un Luke Skywalker, un hombre contemporáneo ha de descubrir lo que a él le sucedió en el pasado y también a la humanidad. Ha de descubrir su verdadera identidad en un sentido psicológico y espiritual, aliarse con su hermana (como una feminidad poderosa, una posibilidad interna y externa) y unirse a hombres y otras criaturas afines a él en su lucha contra el poder destructor. Sólo el hijo (al no volverse como su padre y sucumbir al miedo y al poder) puede liberar al padre amoroso que durante tanto tiempo estuvo encerrado dentro de Darth Vader, símbolo de lo que puede suceder en un hombre dentro de un patriarcado.

La enorme y amenazadora figura de Darth Vader con su máscara de metal negra es una imagen del hombre cuya búsqueda para conseguir y ostentar poder y prestigio se ha convertido en su misma vida y le ha costado sus características humanas. El poder negro emana de él. Parece una máquina eficaz y despiadada, que lleva a cabo las órdenes de su superior y da órdenes que espera que se lleven a cabo con la misma obediencia incuestionable. Así es como Luke ve a su hostil y destructor padre. Darth Vader es una imagen del lado oscuro del patriarcado.

El rostro original de Darth Vader se oculta bajo una máscara de metal que le sirve de identidad, armadura y defensa de su vida. No se la puede sacar, porque está tan deteriorado que sin ella moriría –una buena metáfora para los hombres que se identifican con sus personas, las máscaras o rostros que llevan en el mundo. A falta de una vida personal que les llene, son mantenidos por sus personas y posiciones. Puesto que carecen de vínculos emocionales y están sentimentalmente vacíos, puede que no sobrevivan a una pérdida de poder y de posición importante.

Darth Vader es una figura paterna arquetípica de la misma tradición que los dioses griegos padres celestiales. Urano, Cronos y en un menor grado Zeus fueron hostiles con sus hijos, especialmente contra los varones, que temían que pudieran arrebatarles su autoridad. Luke Skywalker, el hijo, es el protagonista en el viaje de un héroe, otro arquetipo.

Me sorprendió, por tanto, aunque no del todo, descubrir que Joseph Campbell, el eminente mitólogo y autor de The Hero With a Thousand Faces tuvo una gran influencia en George Lucas, que llevó La guerra de las galaxias a la pantalla.*

Las conexiones entre el mitólogo Campbell, el creador de mitos Lucas y la psicología junguiana no son sorprendentes. La teoría psicológica de Jung ofrece la clave para comprender la razón por la que los mitos tienen tanto poder para habitar en nuestra imaginación: tanto si somos conscientes de ellos como si no, los mitos viven en y por nosotros. En el mundo occidental los antiguos mitos griegos siguen siendo los más recordados y poderosos.

Las historias mitológicas son como yacimientos arqueológicos que nos revelan la historia cultural. Algunos son como pequeños fragmentos que vamos uniendo y de los cuales sacamos deducciones, otros están bien conservados y detallados como los frescos que una vez estuvieron enterrados bajo las cenizas de Pompeya, pero que ahora están al descubierto.

Pienso en la mitología griega como un tiempo que equivalía a la infancia de nuestra civilización. Estos mitos pueden decirnos mucho sobre las actitudes y los valores con los que hemos sido educados. Al igual que las historias familiares personales o los mitos, transmiten a nuestra presente generación un mensaje sobre quiénes somos y qué es lo que se espera de nosotros, qué es lo que se encuentra en nuestra memoria genética, por así decirlo, y que forma parte del legado psicológico que nos dio forma y que afecta de manera invisible a nuestras percepciones y nuestra conducta.

La historia de la familia olímpica

Los mitos sobre Zeus y los dioses del Olimpo son “historias familiares” que esclarecen nuestra genealogía patriarcal y su enorme influencia sobre nuestras vidas personales. Son historias sobre actitudes y valores que hemos heredado de los griegos, descendientes de los indoeuropeos con sus dioses guerreros, que llegaron en oleadas de invasiones para conquistar los primeros cultos a diosas de los habitantes de la vieja Europa y la península griega. Nos hablan de nuestros padres fundadores y arrasan el reino matriarcal que les precedía o sólo ofrecen pequeños indicios del mismo.

Como suele suceder en las familias, cuando los años de esfuerzo por establecerse han tocado a su fin, la gente siente la necesidad de registrar lo que sucedió y construir un árbol genealógico. Nosotros estamos en deuda con Homero (circa -750) y Hesíodo (circa -700). Homero, en su Iliada y su Odisea, conservó los temas mitológicos en las épicas que tenían algún fundamento histórico, mientras que Hesíodo anteriormente había organizado numerosas tradiciones mitológicas en la Teogonía, que es un relato sobre el origen y el linaje de los dioses.

Al principio, según Hesíodo, había el vacío. De ese vacío, se materializó Gea (Tierra). Ésta dio a luz a las montañas, al mar y a Urano (Cielo), que se convirtió en su esposo. Gea y Urano se unieron y se convirtieron en los padres de los doce Titanes –antiguos, poderes primordiales de la naturaleza adorados en la Grecia histórica. En la genealogía de los dioses de Hesíodo, los Titanes eran una dinastía reinante temprana, los padres y abuelos de los dioses del Olimpo.

Urano, el primer patriarca o figura paterna en la mitología griega, se enfadó por la capacidad generativa de Gea, ya que engendrar hijos no era de su agrado. Cuando nacieron los últimos niños, él los escondió en el gran cuerpo de Gea, la Tierra, y no les dejaba ver la luz del día. Gea padecía grandes dolores y tristeza por esta violencia contra sus recién nacidos.

De modo que recurrió a sus propios hijos, los titanes, para que la ayudaran. Tal como narra Hesíodo, la movía la angustia, por lo que les dijo claramente: «Hijos míos, tenéis un padre salvaje; si me escucháis podremos vengarnos de su malvado ultraje: fue él quien empezó a usar la violencia».1

Por lo tanto, la Teogonía de Hesíodo hace de la violencia de Urano contra sus propios hijos el mal inicial, que engendró la violencia subsiguiente. Fue el pecado original del dios padre celestial, que se repetiría en las siguientes generaciones.

Los titanes quedaron todos “presos del miedo” a su padre, salvo el más joven, Cronos (denominado Saturno por los romanos). Sólo Cronos respondió al grito de auxilio de Gea con estas palabras: «Madre, estoy dispuesto a llevar a cabo tu plan hasta el final. No respeto a nuestro infame padre, puesto que fue él quien empezó a utilizar la violencia».2

Armado con una hoz que le dio su madre y siguiendo el plan que ella había urdido, se acostó a esperar a su padre. Cuando Urano acudió para copular con Gea y se echó sobre ella, Cronos tomó la hoz, le cortó los genitales a su padre y los tiró al mar. Tras haber castrado a su padre, Cronos era entonces el dios más poderoso, que junto a sus hermanos, los titanes, gobernó el universo y creó nuevas deidades.

Cronos se casó con su hermana Rea, que, como su madre Gea, era una diosa terrestre. De su unión surgió la primera generación olímpica: Hestia, Deméter, Hera, Hades, Poseidón y Zeus.

Sin embargo, una vez más el progenitor patriarca –esta vez Cronos– intentó eliminar a sus hijos. Avisado de que estaba destinado a ser derrocado por su propio hijo y decidido a que eso no sucediera, se tragaba inmediatamente a cada uno de sus vástagos al nacer, sin tan siquiera comprobar si el recién nacido era varón o hembra. En total, se tragó tres hijas y dos hijos.

Rea, abatida por la pérdida de su descendencia y embarazada de nuev,o recurrió a Gea y a Urano para que la ayudaran a salvar al que todavía había de nacer. Sus padres le dijeron que fuera a Creta cuando llegara el momento de dar a luz y que engañara a Cronos envolviendo una piedra con pañales. Cronos, en su apresuramiento, se tragó la piedra, pensando que era su hijo.

Este último hijo, al que no pudo tragar, era Zeus, que efectivamente derrocó a su padre y se convirtió en el dios supremo. Educado en secreto hasta que fue adulto, Zeus recibió ayuda de Metis, una diosa preolímpica de la sabiduría y su primera consorte, para conseguir que Cronos vomitara a sus hermanos olímpicos. Con ellos como aliados derrotó a Cronos y a los titanes. La violencia había engendrado violencia durante tres generaciones.

Tras su victoria, los tres dioses hermanos, Zeus, Poseidón y Hades, se repartieron el universo entre ellos. A Zeus le tocó el cielo, a Poseidón el mar y a Hades el mundo subterráneo. Aunque se suponía que la tierra y el monte Olimpo eran un territorio compartido, Zeus extendió su poder sobre este territorio. (Las tres hermanas no tenían derechos de propiedad, lo cual es propio de la cultura patriarcal griega.)

A través de sus uniones sexuales, Zeus engendró la siguiente generación de deidades, así como a los semidioses, que fueron los héroes por antonomasia de la mitología. Mientras engendraba hijos activamente, él también, al igual que su padre había hecho, se sintió amenazado por la posibilidad de que uno de sus hijos le arrebatara el poder. Se había profetizado que Metis, la primera de sus siete consortes, daría a luz a dos hijos, uno de los cuales sería un niño que llegaría gobernar sobre dioses y hombres. Así que cuando se quedó embarazada, temiendo que se tratara de este hijo, la engañó para que se volviera muy pequeña y se la tragó para impedir que diera a luz. Al final, el niño resultó ser una niña, Atenea, que acabó naciendo de la cabeza de Zeus.

Los dioses celestiales como padres

Los dioses padre de la mitología griega poseen características similares a las de las deidades de todas las culturas patriarcales. Como imágenes o ideales, los dioses padre son poderosas divinidades masculinas que gobiernan sobre los demás. Son versiones eternas de los hombres de poder dentro de la cultura. Como tales, son figuras arquetípicas, cuya mitología, cuando se contempla metafóricamente, nos habla mucho de la psicología masculina.

Los dioses patriarcales son hombres autoritarios que viven en los cielos, en las cimas de las montañas o en el espacio: por ende, gobiernan desde arriba y a distancia. Esperan ser obedecidos y tener el derecho a hacer lo que les plazca mientras sean los dioses principales. Como dioses guerreros, su supremacía la consiguieron a través de derrotar a sus rivales y generalmente tienen celos de sus prerrogativas y exigen obediencia. Con todo su poder, temen que su destino sea ser derrotados por uno de sus hijos. Como padres, suelen ser antipaternales y expresan hostilidad hacia su descendencia.

En su esfuerzo por “enterrar” a sus hijos, Urano intentó reprimir su potencial impidiendo su crecimiento y que desarrollaran aquello para lo que habían sido creados. Cronos, al “tragarse” o “consumir” a sus hijos, intentó incorporárselos a sí mismo. Metafóricamente, así es como un padre evita que sus hijos crezcan para ser superiores a él o que puedan desafiar su posición o perder su fe en ellos. Los mantiene a la sombra, reticente a exponerlos a la influencia de la gente, de la educación o de los valores que ampliarían sus experiencias. Insiste en que no difieran de él ni se desvíen de los planes que él tiene para ellos. Si un hijo o una hija no puede actuar o pensar independientemente, no supondrá una amenaza. Un padre que consume la autonomía de sus hijos y su crecimiento padece lo que yo denomino el “complejo de Cronos”.

Zeus, por su parte, engañó a su esposa embarazada para que redujera su tamaño y así poder tragársela. Ella quedó reducida, perdió su poder y sus atributos fueron engullidos, al igual que el matriarcado fue engullido por el patriarcado, y los atributos, una vez asociados a la diosa, pasaron a identificarse con el dios. Esta reducción se parece al modo en que algunas mujeres cambian cuando se casan y se quedan embarazadas. Pierden su libertad de pensamiento y la autoridad que ejercían, a medida que se someten a maridos que con frecuencia encajan en el autoritario molde de Zeus.

Edipo: no era culpable

Tras saltarnos muchas generaciones, llegamos a la figura mitológica griega de Edipo, quien inconsciente de lo que estaba haciendo mató a su padre y se casó con su madre. Freud fundó el psicoanálisis basándose en su análisis de lo que denominó el complejo de Edipo, afirmando que este asesinato y matrimonio era el deseo inconsciente de todo hijo. Freud también reaccionó contra los hombres a quienes había hecho de mentor (como Jung y Adler, que desarrollaron ideas diferentes a las suyas y cuya posición podía algún día rivalizar contra la suya) como hijos edípicos de los que había que deshacerse. Cuando Jung le explicó un sueño que cataloga como el que le condujo a sus teorías de lo inconsciente colectivo, Freud estaba convencido de que representaba un deseo de muerte hacia él.3

Freud vio a Layo, el padre de Edipo, como una víctima inocente en su mito. Pero esta versión distaba mucho de ser cierta, como observa la psicoanalista Alice Miller.**

Layo era el rey de Tebas. Cuando acudió al oráculo de Delfos a preguntar por qué su esposa no le había dado hijos, el oráculo le respondió: «Layo, deseas un hijo. Tendrás un hijo. Pero el Destino ha decretado que perderás tu vida en sus manos… debido a la maldición de Pélope, a quien una vez le robaste a su hijo». Layo había cometido esta equivocación cuando era joven, cuando fue obligado a huir de su país y tuvo que pedir refugio al rey Pélope, que le acogió. Layo le pagó su amabilidad seduciendo a Crisipo, su hermoso y joven hijo, que después se suicidaría.

Layo primero intentó evitar ese destino viviendo separado de su esposa. Pero con el tiempo, a pesar de la advertencia, tuvieron relaciones sexuales y Yocasta dio a luz a un hijo. Por temor a la profecía, Layo decidió matar a su hijo recién nacido abandonándolo en las montañas; perforó sus tobillos y se los ató con una correa. Pero el pastor que había elegido para que le asesinara, se compadeció del inocente bebé, se lo entregó a otro pastor y regresó ante Layo fingiendo haber cumplido su cometido. Layo ya se podía sentir seguro; seguro de que su hijo había muerto de sed y de hambre o que habría sido despedazado por las bestias salvajes. El pastor dio al niño, aquien puso el nombre de Edipo (“pies hinchados”, debido a las heridas en sus tobillos) a una pareja. Estos padres adoptivos le educaron y le dejaron creer que era su verdadero hijo.

Ya de adulto, Edipo viajaba por la carretera que se dirigía a Beocia cuando llegó a una encrucijada. Allí había un carruaje con un anciano que esgrimía una aguijada hacia él y con la que le golpeó en la cabeza. Edipo, enfurecido por esta agresión infundada, devolvió el ataque con su cayado, derribando a su asaltante y matándolo. Tras este incidente continuó su viaje, sin imaginar siquiera que había hecho algo más que vengarse de algún plebeyo que había intentado herirle. Nada en la vestimenta o el aspecto del anciano delataba su noble ascendencia. Sin embrago, en realidad, era Layo, el rey de Tebas, su padre.

Alice Miller señala la injusticia de culpar a Edipo:

En la tragedia de Sófocles, Edipo se castiga a sí mismo arrancándose los ojos. Aunque no había tenido forma de reconocer a su padre en Layo; incluso aunque éste último había intentado matar a su hijo recién nacido y era responsable de esa falta de reconocimiento; aunque Layo fuera quien provocó la ira de Edipo cuando se cruzaron sus caminos; aunque Edipo no deseaba a Yocasta se convirtió en su esposo gracias a su inteligencia para resolver el acertijo de la esfinge, rescatando a Tebas de ese modo, e incluso aunque Yocasta, su madre, podía haber reconocido a su hijo por sus pies hinchados, hasta la fecha nadie parece haber objetado el hecho de que a Edipo se le cargara con toda la culpa.4

Miller sigue observando que «siempre se ha dado por hecho que los hijos son responsables de lo que se les hace y se ha considerado esencial que, cuando los niños crecen, no sean conscientes de la verdadera naturaleza de su pasado».5

El fracasado intento de Layo de matar a su hijo Edipo evoca los mitos griegos de los dioses padre del cielo que intentaron acabar con sus hijos. En cada caso, al igual que en la teoría psicoa-nalítica sobre el complejo de Edipo, el padre cree que el ser que acaba de concebir o el recién nacido quiere deshacerse de él, y por eso trata al bebé como si fuera su rival. Cronos y Zeus temían tener hijos que les hicieran lo que ellos habían hecho a sus padres; Layo temía que su hijo fuera un agente de castigo. En la mitología, la racionalización de los padres que intentan matar a sus hijos siempre es “debido a la profecía”. La versión psiquiátrica contemporánea sería “debido a una idea paranoica”. En la psicología junguiana se formularía como “debido a la proyección de la sombra” (que sucede cuando las personas atribuyen a los demás sus propias emociones, motivaciones o acciones reprimidas o rechazadas).

Las proyecciones y las acciones que se originan de las proyecciones dan forma a las personas sobre las que van a recaer. Un niño que sea tratado como si fuera malo y que es rechazado, abandonado y maltratado, responde sintiéndose culpable. Piensa: «debo merecer este trato» (sufriendo así doblemente, primero por el maltrato y luego por asumir la culpa).

Zeus y los reyes mortales como Layo eran gobernantes territoriales sobre los demás. Cada uno había consolidado su poder sobre una zona y sus habitantes y gobernado con realeza. Esta forma de gobierno y de valores implícitos son patriarcales; es una jerarquía de hombres, de los cuales cada uno existe en un orden establecido, con Zeus o dios en la cima, deidades inferiores debajo, luego los reyes mortales, que remontan sus orígenes a algún dios, y después los leales vasallos y súbditos. Las grandes corporaciones, con el presidente de la compañía y la junta directiva en la cima, son los equivalentes contemporáneos de Zeus y los dioses del Olimpo.

Las fuerzas armadas formalizan todavía más la jerarquía, como lo hace la iglesia católica romana y la mayoría de la fraternidades.

860,87 ₽
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9788472457942
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