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II. El lapsus1
INTRODUCCIÓN

Los lapsus aparecen en la cadena del discurso como errores respecto a una supuesta programación discursiva, pero Freud nos ha enseñado que, como todos los actos fallidos, los lapsus eran enunciaciones logradas. Su carácter aparentemente imprevisible no impide encontrar regularidades en los fenómenos que se hallan en la base de su producción, ni, justamente, interrogarse sobre las propiedades de la instancia que los produce. La enunciación oral es también la enunciación en acto, realizada por un cuerpo-actante, y ese acto y ese cuerpo-actante están sometidos, como los evocados en el capítulo precedente, a las tensiones entre el Mí-carne y el Sí-cuerpo, y a las fluctuaciones de sus equilibrios.

Las aproximaciones clásicas al lapsus en lingüística, sean distribucionales, que desembocan en una tipología de mecanismos de sustitución y de contaminación fonéticas, o sean generativas y cognitivas, que apuntan a una explicación formal de los mecanismos de error, son todas confrontadas, a la vez, con el rol del cuerpo en la enunciación (en especial con el aparato articulador) y con la cuestión de los límites de la zona afectada por el lapsus. Esas aproximaciones, en efecto, focalizan la palabra, el sintagma, el grupo entonativo o la frase, mientras que –tal será nuestra hipótesis– el lapsus es principalmente un fenómeno de discurso, firmemente anclado en los procesos de producción de la significación e indisociable de las manifestaciones corporales de intencionalidad.

Además, las aproximaciones más corrientes ponen en evidencia una constante fundamental: los mecanismos productores del lapsus no difieren de aquellos que producen enunciados más conformes. Por ejemplo, a partir del siglo XIX, se ha señalado que las sustituciones y contaminaciones fonéticas propias de los lapsus son idénticas a aquellas que presiden la evolución de las lenguas mismas y que se invocan regularmente para explicar los fenómenos reguladores del discurso (intención y atención, principalmente, cf. infra). Más recientemente, el estudio del lapsus ha dado lugar incluso a la edificación de modelos cognitivos de producción de la palabra en general. Es siempre el cuerpo-actante el que está en cuestión en las transformaciones diacrónicas, en la producción de la palabra y en la del lapsus, un cuerpo-actante sometido a presiones (intención y atención), y que, por ese hecho, produce enunciaciones encarnadas bajo el control de los umbrales de remanencia y de saturación.

La aproximación psicoanalítica invoca también al cuerpo, aunque desde otro punto de vista: se esfuerza, como vamos a ver, por remontar hasta un «nudo» somático-psíquico siguiendo las etapas de cadenas causales que son infalsables, pero que presuponen igualmente conflictos y equilibrios entre diferentes tipos de presiones. Al insistir en la asociación específica de dos propiedades del lapsus, a saber, (i) el rol de la condensación y del desplazamiento, y (ii) el rol del conflicto entre configuraciones somático-psíquicas, la aproximación freudiana inscribe deliberadamente el lapsus en el seno de procesos discursivos de amplio alcance.

Es cierto que el lapsus desestabiliza nuestra concepción estándar del lenguaje, sobre todo su función de comunicación, y también la del discurso, así como nuestra capacidad para reconocer en él, bajo la influencia de la tradición retórica de las artes de la palabra, un desarrollo lineal organizado, estrategias, una planificación, proyectos, metas y medios para conseguirlas. Nos obliga, por ese hecho, a tomar en consideración la eficiencia de las presiones corporales, y toda la diversidad de tipos de actos enunciativos que de eso se derivan.

APROXIMACIONES Y PROBLEMÁTICAS LINGÜÍSTICAS
Definiciones lingüísticas del lapsus

Los lingüistas definen el lapsus, en la mayoría de los casos, como la aparición de una palabra, de una expresión o de un fragmento de expresión en lugar de otro en el curso ordinario de una enunciación y bajo el efecto de un incidente articulatorio. Lo más frecuente es que el lapsus se identifique por su mecanismo supuesto: slip of the tongue, dice R. Wells2; telescoping, dice A. A. Hill3, o telescopage syntaxique, precisan J. Boutet y P. Fiala4. Ese mecanismo apela al cuerpo enunciante (a la lengua que resbala), o sea, al cuerpo mismo de la palabra (cadenas de materia sonora que chocan frontalmente con otras). Todo pasa como si, de ordinario, el cuerpo (la lengua, los órganos de articulación) fuera, en cierta suerte, transparente a su uso programado, mientras que, en el lapsus, se señalasen a nuestra atención y recuperasen una libertad de iniciativa.

Desde el punto de vista de la recepción, el lapsus se presenta globalmente como una sustitución. Pero si definimos el lapsus como una expresión que aparece en lugar de otra, nos ponemos de acuerdo implícitamente sobre el hecho de que esa otra expresión era previsible o, por lo menos, identificable a través de la que aparece en su lugar. Se hace, entonces, demasiado caso de la previsibilidad del discurso en devenir, como si todo estuviera más o menos regulado de antemano, y como si el lapsus fuera una excepción a un programa de enunciación; como si la enunciación, en el curso normal de las cosas, no pudiera tener otra iniciativa que la de planificarse a sí misma. Se podría, a ese respecto, como lo hace S. G. Nooteboom5, oponer intended words y wrongly chosen word. Sin embargo, definir el lapsus como un segmento de discurso que no sería intencional no tiene ningún alcance operatorio, puesto que habría que decir, primero, en qué se reconocen los segmentos intencionales para renunciar tan pronto a reconocer alguna dimensión significante a segmentos no intencionales: la circularidad del razonamiento lo condena de antemano.

Volvamos, pues, a la sustitución. Esa operación, de uso muy general en lingüística, es el criterio mismo de la pertinencia: una sustitución que se produce en un lugar preciso de la cadena del discurso es declarada pertinente si y solamente si afecta a la vez a la expresión y al contenido, y si produce efectos en otros lugares de la cadena (principio de isotopía). Se llama, entonces, conmutación, porque, presente en uno de los dos planos del lenguaje (expresión o contenido), exige ipso facto una modificación en el otro plano. La pertinencia (¡y no la intención!) de la sustitución se reconoce por su doble repercusión: repercusión sintáctica (en otra parte del discurso) y repercusión semántica (en el otro plano del lenguaje).

Ahora bien, el lapsus es una sustitución que, si fuera pertinente en ese sentido, debería producir modificaciones en cadena, puesto que la modificación fonética que suscita implica siempre una modificación semántica: otro sentido o un sinsentido, poco importa, por lo menos un embrollo o una ruptura de isotopía. Sin embargo, el lapsus queda como algo accidental y aislado; como lo hace notar I. Fénoglio, un lapsus repetido se convierte en un juego de palabras6. A lo que se podría añadir que un lapsus prolongado (o seguido, filé, como se dice de una metáfora) se convierte en una astucia o en una broma, o sea, un discurso de doble sentido.

El lapsus sería, pues, una sustitución cuya pertinencia sería incompleta: una conmutación abortada, en suma, o, si se prefiere una versión más optimista, una conmutación emergente, pero que se queda corta y sin futuro. Se diría entonces que una presión se ejerce con vistas a una conmutación completa, y que esa presión resulta insuficiente para producir la reacción en cadena que tendríamos derecho a esperar. Irreductiblemente localizado, circunscrito y sin porvenir, el lapsus manifiesta, en suma, la victoria efímera de una fuerza de enunciación sobre otra, aunque una victoria inmediatamente puesta en cuestión, y que no es tomada a cargo por el discurso en construcción. Estaríamos tentados a decir, en referencia a las dos instancias del cuerpo-actante, que es entonces el cuerpo-carne, el , el que se expresa, pero que no logra imponerse en la cadena del discurso porque le falta el apoyo del , que aseguraría la propagación sintagmática de la conmutación. Volveremos sobre esto.

Índices y demarcaciones del lapsus

Se plantea entonces la cuestión de los criterios de identificación de eso que acabamos de llamar conmutación incompleta (abortada, emergente, localizada, accidental): son los índices demarcativos del lapsus.

La síncopa rítmica es uno de ellos; presenta dos facetas: una faceta segmental (una breve detención, una desligadura a la derecha del lapsus) y una faceta supra-segmental (una baja de entonación en toda o en parte de la expresión), que será tanto más reconocible cuanto más suprima un acento de grupo. La autocorrección (o bien, como mínimo, el auto-stop7, como dice B.-N. Grunig) es otro, con lo que el locutor señala la sustitución, la rechaza y la invierte. En fin, la demarcación ritual (bueno, ah, no, perdón, disculpen, quería decir…), que precede eventualmente a la autocorrección, señala, al menos, la toma de conciencia por el locutor mismo de la sustitución anterior.

Síncopa rítmica, autocorrección o demarcación ritual son solo índices (señalan el lapsus), sin pertenecer directamente a la figura del lapsus: el oyente, alertado, puede acogerse al accidente y comprometerse con la interpretación. Esas marcas tendrían, en ese caso, como lo propone C. F. Hockett8, el estatuto de metalapsus: un acompañamiento del mecanismo de sustitución que se señala al hacerse. Pero esas marcas siguen siendo facultativas, y están ausentes en múltiples lapsus estruendosos y obstinados. Aparecen también en otros ambientes que no son los de los lapsus. En el registro de la meta-enunciación, en efecto, convendrían igualmente a todo segmento de discurso mal o débilmente asumido por el locutor, y hasta, tal vez, mejor que al lapsus en sentido estricto.

Su estatuto meta-enunciativo presupone, al menos, la actividad de una instancia de control, que manifiesta justamente su actividad en el momento mismo en que cae en falta. Ese control meta-enunciativo tiene algo de ético y de pasional a la vez: en esos azares de la asunción, el ethos del cuerpo-actante queda expuesto, y los índices demarcativos manifiestan todos la incomodidad, la excusa, la reticencia; se supone que la instancia de discurso, en todo momento, se reconoce en el propósito que tiene, y justamente, en el lapsus, se desconoce o finge no reconocerse. La demarcación es también un rechazo de esa otra incongruencia que acaba de manifestarse. La síncopa rítmica señala una ligera baja de asunción, concomitante con la enunciación del lapsus, que podría explicarse simplemente por la percepción de un conflicto sensorio-motor entre dos articulaciones fonéticas; la demarcación ritual señala la suspensión provisional de la asunción, y la autocorrección, su denegación retroactiva.

La naturaleza y el significado de esas demarcaciones muestran igualmente que el lapsus pone en juego la dimensión suprasegmental de la palabra y los contenidos modales de la asunción del discurso. Cuando referimos esos índices demarcativos a fenómenos como el debilitamiento de la asunción enunciativa, estamos solicitando, en efecto, valencias discursivas del plano del contenido, valencias de intensidad y de cantidad, que son los correlatos de las presiones a las que se ve sometido el cuerpo-actante, presiones de compromiso y de descompromiso en la producción de la cadena discursiva. Esta hipótesis está conforme con algunas observaciones de los fonetistas, que han constatado que el tramo de un lapsus es el palmo (l’empan) (el tamaño de la secuencia perturbada), y que coincide lo más frecuentemente con la unidad entonativa (de seis a doce sílabas en promedio) cuando el lapsus recae sobre uno o varios fonemas, o con el grupo acentual (de dos a cuatro sílabas) cuando recae solamente sobre rasgos fonológicos9. Las unidades entonativas y acentuales están ellas mismas delimitadas por puntos críticos de la producción corporal del discurso (unidades de respiración, de tonalidad o de marcación intensiva), y por eso se comprende que el lapsus esté fuertemente asociado al control corporal que ejerce sobre esos segmentos de discurso.

Mecanismos del «deslizamiento de lengua»

La descripción de los mecanismos fonéticos y sintácticos del lapsus aparece ya en R. Meringer10, cuyos trabajos fueron retomados por Freud en el capítulo «Lapsus» de su Psicopatología de la vida cotidiana. Tales son la interversión*, la anticipación, la usurpación anticipada, la prolongación superflua, la contaminación, la sustitución pura y simple.

Esa tipología no ha cambiado nada después de cien años, puesto que la lista propuesta por Rossi y Peter-Defare11 es la siguiente: la amalgama (cf. «Un discurso ébouristoufflant»), la haplología (cf. «La eligilité»), la omisión (cf. «Un sevise de porcelaine»), la inserción (cf. «Le crapitaine des pompiers»), la interversión (cf. «Il a digéré sa lettre de démission»), la sustitución fonética (cf. «Une evolution histerique»).

Además, la mayor parte de lingüistas retoma la distinción entre lapsus fonético y lapsus semántico. Para el primero, consideran un «palmo» [empan] (cf. supra), el blanco (la expresión puesta en la «mira» y perturbada) y el efecto lexical (el error puede desembocar en una palabra atestiguada). Para el segundo, que es una sustitución sin parentesco fonético, no se toman en cuenta más que las modificaciones sémicas e isotópicas.

Algunos elementos de la problemática
El lapsus obedece a las leyes de la lengua y del discurso

En primer lugar, los mecanismos inventariados por la tradición lingüística no difieren fundamentalmente de algunos de los que presiden la evolución fonética de las lenguas (cf. formatieum, fourmé y fromage), o de aquellos que dependen de lo que se llama «fonética combinatoria»: asimilaciones, disimilaciones, etc. De hecho, en la evolución fonética de las lenguas, así como en la producción del lapsus, tenemos que ver con conmutaciones emergentes y abortadas, es decir, no pertinentes. En ambos casos, el componente lexical y semántico resiste (más o menos) a la conmutación en curso.

Todos los estudios convergen, por lo demás, en un punto: los lapsus respetan los grandes principios de construcción de sílabas de cada lengua, obedecen a esquemas rítmicos y entonativos, y son manifestaciones directas de fenómenos propios del flujo normal y ordinario del habla.

El lapsus depende de la praxis enunciativa

Ese funcionamiento general es el de la praxis enunciativa, en cuyo seno las diversas enunciaciones de un mismo universo cultural o lingüístico cooperan o se combaten, en el que son gestionados, acompañados y atestiguados los diversos movimientos de la vida de las lenguas y de los discursos, en el que toman forma las operaciones productoras de los discursos concretos. Si el lapsus se inscribe en la praxis enunciativa, es claro que no puede contentarse con la sola descripción de los mecanismos fonéticos, y que, incluso si, en cuanto ocurrencia, está estrictamente localizado, compromete, no obstante, operaciones de mayor alcance12.

Dicho esto, el lapsus nos enseña, de cierta manera, uno de los modos de funcionamiento de la praxis enunciativa; prueba, en particular, por accidente, que ella trabaja por reacomodación permanente de las expresiones, y por ajustes de los esquemas y de las estructuras que convoca.

Conflicto de presiones

En cada uno de los ejemplos analizados, hemos encontrado la acción de una presión comparable a la que ejerce la gestalt para la psicología de la forma. Desde un punto de vista psicológico, esa presión tendría al sujeto de enunciación por origen, y conduciría a la aparición de una forma de sustitución; desde un punto de vista semio-lingüístico, la presión puede ser comprendida como la atracción que ejerce la forma de sustitución misma, cuya selección debe ser explicada de otra manera que no sea por el mecanismo fonético. Podemos enviar aquí a la definición propuesta por B.-N. y R. Grunig:

El haz FC* de esas presiones es el que presiona al LOC (locutor) a hablar, y no solamente lo presiona a hacerlo, sino que también le hace hacer esa producción, la provoca13.

Desde el punto de vista de una descripción a posteriori del enunciado, el lapsus no es más que un error, una escoria sin porvenir, pero, desde el punto de vista del discurso en acto y de la práctica discursiva en curso, el lapsus es un fenómeno que emerge de determinaciones complejas del curso de acción y de sus ajustes prácticos. Sabemos, por lo demás, que el curso de acción de una práctica es un proceso abierto, cuya significación se juega precisamente en la gestión, por un cuerpo-actante, de las peripecias, accidentes e interacciones que jalonan el curso14.

Si distinguimos en esas presiones dos tipos de fuerzas, las que sostienen el desarrollo principal del discurso (Fp) y las que apoyan la expresión accidental (Fa), podríamos construir una tipología tensiva de los lapsus. En la amalgama (cf. ébouristoufflant), dos expresiones se encuentran en competición por una misma posición, y se asocian por compromiso; en la sustitución, una de las dos fuerzas se impone completamente sobre la otra; en las inserciones y omisiones, una posición aparece o desaparece, y, en los otros casos, las expresiones intercambian sus posiciones respectivas.

Tendríamos así cinco grandes figuras, según qué Fp o Fa se imponga, o que ambas se equilibren:

• [Fp = 1], [Fa = 0]: el lapsus no tiene lugar;

• [Fp > Fa]: el lapsus es una simple deterioración de la palabra;

• [Fp = Fa]: el lapsus da lugar a una contaminación entre dos palabras;

• [Fp < Fa]: el lapsus entraña una sustitución completa, en la cual la palabra desaparecida es aún reconocible;

• [Fp = 0; Fa = 1]: el lapsus produce una expresión que no tiene nada que ver con la que ha sido sustituida.

El lapsus se inscribe en el espacio-tiempo de las operaciones enunciativas

El lapsus no puede ser considerado como significante si no se supone que el espacio-tiempo del discurso no es lineal, que no se reduce al desarrollo de la línea del habla. Esa propiedad es evidente para un psicoanalista: «El tiempo psíquico no es ante todo lineal y sucesivo, sino turbulento y mejor aún en bucle»15. El mismo autor distingue entre dos tiempos, el tiempo del desarrollo del discurso propiamente dicho y el tiempo del lapsus: «[Los lapsus] se desarrollan en un tiempo que podríamos llamar operativo, aquel que toma la construcción para que se haga, y jamás de una sola vez»16.

Uno creería que está leyendo a G. Guillaume (al cual el autor no hace ninguna referencia). ¿Ese tiempo psíquico (operativo) puede ser tomado en cuenta desde un punto de vista semiolingüístico? Sí, pero a condición (1) de renunciar a una franca separación entre sincronía y diacronía, porque el tiempo del lapsus pertenecería a la sincronía, y (2) de distinguir una macro-diacronía (aquella que se reconoce de ordinario) y una micro-diacronía (operativa), la de los eventos enunciativos del discurso en acto, aquella en la que las presiones y las impulsiones que emanan del cuerpo enunciante tienen derecho de entrada. Esta dificultad ya fue puesta de relieve por Saussure, y ampliamente comentada, en ese mismo sentido, por Michel Arrivé17.

Asociar una micro-diacronía, un tiempo operativo de la praxis enunciativa, al tiempo del desarrollo del discurso conduce a asociar, en una proyección espacial, una profundidad del significado (turbulento, estratificado, no lineal) a la línea aparente del significante. Esa profundidad tendría por correlato cognitivo la estratificación de los diferentes módulos de la producción del habla, que encontraremos en unos momentos.

399
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9789972454585
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