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En la Biblia aparecen muchos tipos, pero los importantes para interpretar el libro de Nehemías son tres.

Primero: bajo la dispensación mosaica del pacto de Dios, la dispensación que la carta a los Hebreos llama “la anterior” y “la primera” y la declara “obsoleta” a partir de la venida de Cristo (Hb. 7:18; 8:7, 13; 9:1), la comunión de pacto con el santo Dios de Israel se mantenía a la luz de los constantes pecados de Israel mediante y un sistema típico de sacrificios administrado por un sacerdocio típico en un santuario que tipificaba la presencia inmediata de Dios. El ministerio y la mediación sacerdotal de Jesucristo, su sacrificio definitivo e incesante intercesión, sobrepasa todo esto, como Hebreos 7-10 deja en claro. En el día de Nehemías, sin embargo, el camino prescrito para tener comunión con Dios era la obediente ofrenda de un paquete de sacrificios, y sin esto no podía esperarse el favor de Dios.

Segundo, bajo el antiguo pacto a Israel se le dio una tierra, Palestina, con promesas de prosperidad y protección por la fidelidad, advertencias de empobrecimiento y expulsión por infidelidad, e insinuaciones de que podría haber restauración después del juicio disciplinario si prevalecía la penitencia. La tierra era un tipo de “una mejor patria...” (Hb. 11:16), un país que no debe definirse geográficamente sino relacionalmente, en términos de comunión con Cristo y su pueblo y de goce de las cosas buenas que él da a quienes confían en él y le sirven. En el tiempo de Nehemías, sin embargo, la tierra era el lugar señalado de bendición, la bendición que fue prometida centrada en la libertad de pobreza y la renovación de vida entre el lánguido pueblo de Dios involucraba el regreso a la tierra del exilio y el reclamo de la tierra del control pagano.

Tercero, bajo el antiguo pacto Jerusalén, la ciudad de David y el templo de Salomón, fue reconocida como el lugar donde Dios había escogido “poner su nombre.” (Dt. 12:21, 11) -es decir, el centro de adoración señalado para Israel, donde debían ofrecerse los sacrificios, mantenerse la adoración ceremonial, y buscar y disfrutar la presencia de Dios. Bajo el nuevo pacto, hallamos que el pueblo que Dios posee en Cristo constituye su templo (Ef. 2:1922), y su presencia para bendecir puede ser disfrutada dondequiera que sus siervos le invoquen a través de Cristo, o invoquen a Cristo, como vice regente de Dios (Heb. 4:15-16; 10:19-22), mientras “Jerusalén” y “Sion” han llegado a ser nombres para una comunidad que no es de este mundo (Gál. 4:26; Heb. 12:22; Ap. 3:12; 21:2, 10), una comunidad que ahora se revela como el antitipo del cual la Jerusalén terrenal era el tipo. En el tiempo de Nehemías, sin embargo, era categóricamente necesario, porque había sido prescrito divinamente, que Dios debía ser adorado en Jerusalén -lo que significaba que Jerusalén necesitaba estar en una condición en la cual pudiera honrarlo públicamente como se debía.

El libro de Nehemías

Estamos ahora equipados para sintonizar el libro de Nehemías y entender de qué trata.

Es parte de un par, porque Esdras y Nehemías claramente van juntos; y es parte de un paquete, porque Esdras y Nehemías claramente constituyen una secuencia de los libros de Crónicas. El cronista revisa la historia de Israel desde David hasta el exilio con un enfoque en el templo y en la adoración y la vida espiritual de los reyes, los sacerdotes y el pueblo. Esdras y Nehemías mantienen este enfoque. Nehemías 1-7 y 13 se leen como extractos del diario de Nehemías, y los capítuls 8-12 se leen como registros oficiales que Nehemías escribió en esta narración cuando, tal vez como una tarea de jubilación (él era un político, después de todo, aparte de cualquier otra cosa), él preparó sus memorias para publicarlas. El capítulo 13 como está perdería mucho de su propósito si los capítulos 8-12 no estuvieran allí, como veremos.

La historia que relata Nehemías es fascinante. Trata de la reedificación de los muros de Jerusalén (caps. 1-6), la renovación de la adoración en Jerusalén (caps. 8-10), la repoblación de las calles de Jerusalén (caps. 11-12), y finalmente la reanudación de la renovación de Jerusalén, la que lamentablemente con el paso de los años había perdido calor (cap. 13). De modo que es al mismo tiempo la historia de la edificación literal de Jerusalén (el tipo), es decir la ciudad en Palestina, y la historia de la edificación espiritual de Jerusalén (el antitipo), es decir el pueblo del pacto de Dios, la iglesia del Antiguo Testamento. Nehemías a través de Dios edifica muros; Dios a través de Nehemías edifica santos. Humanamente, Nehemías es la figura clave en ambas historias. Su libro lo revela como un líder pastoral par excellence, dedicado y dinámico, humilde, celoso, sabio y paciente, y en cada punto, como Moisés, Pablo, Martín Lucero, Oliver Cromwell y Winston Churchill, parece un poco más grande que la vida en razón de la claridad con la que define sus metas y la energía con la que las busca. Desde este punto de vista, su libro puede leerse como el registro de un triunfo personal de una clase pastoral y política. Pero igualmente puede leerse como un testimonio de los tratos de Dios con Nehemías y a quienes él servía de tal manera que obrara en ellos cualidades de vitalidad, fidelidad, valor, tenacidad, generosidad y madurez: cualidades de piedad que Dios constantemente fomenta en su iglesia, y que desde nuestro punto de ventaja reconocemos como semejanza a Cristo. Esto sin duda es el acercamiento correcto.

El libro de Nehemías, entonces, debe leerse como testimonio de la renovación y santificación de la iglesia. El motivo de Nehemías para componerlo es evidentemente doxológico, no de vanagloria: Él escribe por la gloria de Dios, no la de él; él testifica lo que Dios ha hecho en y a través de él, no a algo que él pudiera reclamar como logro personal. “Por tanto, mi servicio a Dios es para mí motivo de orgullo en Cristo Jesús. No me atreveré a hablar de nada sino de lo que Cristo ha hecho por medio de mí para que los gentiles lleguen a obedecer a Dios. Lo ha hecho con palabras y obras” (Rom. 15:17-18). De la misma manera, Nehemías se gloría en Dios y en lo que Dios ha hecho a través de él para el bienestar espiritual de otros, y el propósito de su libro es llevar a los lectores a compartir este gloriarse con él.

Parece, entonces, que el camino sabio al explorar el libro de Nehemías es estar igualmente interesado en la manera que Nehemías dirige al pueblo y la manera en que Dios dirige a Nehemías, y mantener el bienestar de la iglesia como el principal punto de interés a medida que seguimos estas dos investigaciones. Así que esto es lo que trataremos de hacer en las páginas siguientes.

1

Conozca a Nehemías

Me gusta; él era un constructor,” me dijo el viejo constructor tejano. Me dio gusto escucharlo decir eso, porque, francamente, también me gusta Nehemías, y tengo la esperanza de que cuando llegue al cielo pueda conocerlo y decírselo también. Lo que quisiera que él supiera es que durante el medio siglo que tengo de ser cristiano él me ha ayudado enormemente, quizá más que cualquier otro personaje de la Biblia aparte del Señor Jesucristo. Cuando a la edad de diecinueve años comencé a preguntarme si Dios me quería en el ministerio profesional, fue la experiencia de Nehemías la que me mostró cómo se da la dirección vocacional y me puso en la ruta para estar seguro. Cuando fui puesto a cargo de un centro de estudio comprometido a contrarrestar la teología liberal, fue Nehemías el que me dio las claves que necesitaba acerca de liderar empresas para Dios y tratar con oposición atrincherada. Cuando después de ello llegué a ser el director de una universidad de teología que pasaba por una mala época, de nuevo fue Nehemías cuyo ejemplo de liderazgo me enseñó cómo hacer mi trabajo. Ya que lo que uno puede ver también lo puede decir, cuando he sido invitado a hablar sobre vocación o liderazgo con frecuencia he llevado a mis oyentes en un viaje por partes de la historia de Nehemías. Naturalmente uno tiene sentimientos cordiales hacia aquellos con quienes está en deuda, y yo estoy profundamente en deuda con Nehemías; nadie debería asombrarse, por tanto, que ahora lo considero como un amigo particular.

No soy el único que lo considera así. Un libro publicado en 1986 comenzó así:

Los detalles de mi primer encuentro con él están nebulosos en mi mente. Dios me lo envió durante mis primeros años de universidad para ayudarme a superar algunos desafíos formidables. Él ha sido un compañero cercano desde entonces...

Nehemías pone su misma existencia en su diario, el cual está incorporado en el libro que ahora llamamos por su nombre. Mientras lo leo puedo sentir los latidos de su corazón, siento el temblor de sus dedos, conozco la pesadez de sus gemidos. ¡Él era muy sabio! Y ahora ¡él me inculca las lecciones básicas de liderazgo! No he olvidado ninguna de ellas y he vuelto a él una y otra vez para reafirmarlas.

Como estudiante de medicina tenía especial necesidad de él. Él fue un líder, Y, lo quisiera o no, yo también era. Me convertí, en un tiempo relativamente corto, en el presidente nacional de Inter-Varsity en Inglaterra. Durante este período Nehemías me confortó y me instruyó. Escogí exponer el libro de Nehemías en la primera fraternidad latinoamericana de estudiantes evangélicos. Nehemías llegó a ser una clase de santo patrón del nuevo movimiento -o al menos una guía iluminadora para los jóvenes estudiantes que enfrentaban la fabulosa tarea de evangelizar un continente.

A medida que una responsabilidad reemplazaba a otra, continué siendo fascinado e instruido por la vida y las palabras de este hombre de acción. Y a al envejecer recogí más de él. Era el hombre, no el libro, el que me cautivaba. Él se ha convertido en mi modelo de liderazgo.1

Cuando leí por primera vez estas palabras de John White, reí a carcajadas, como a veces uno no puede evitar frente a las deliciosas cosas que Dios hace. John White y yo somos casi contemporáneos y tenemos varias cosas en común (una formación en InterVarsity de Inglaterra; genes británicos ligados a una ciudadanía canadiense; una teología evangélica, una carga pastoral y un llamado a escribir; además de vivir en Lower Mainland de British Columbia). Pero fue hasta 1986 cuando supe que compartíamos una relación paralela con Nehemías. El párrafo citado, sin embargo, toma palabras directamente de mi corazón. Me pregunto cuántos más hay que han sido instruidos por Nehemías en esta manera.

Defectos de Nehemías

Aunque Nehemías no aparece en la lista de todos de personajes favoritos de la Biblia, y eso, imagino, se debe al menos a dos razones. Para empezar, muchos cristianos saben muy poco acerca de él. Su lectura del Antiguo Testamento es superficial en el mejor de los casos, y el libro de Nehemías es uno al que nunca se acercan. Al saber que Nehemías no es mencionado en el Nuevo Testamento, infieren que no es importante, y así no le dan interés. Si se les dijera lo fuerte que es el caso para clasificarlo con Moisés, como el re fundador bajo la dirección de Dios de la nación en la que Dios usó a Moisés para crear, se sorprenderían.

Además, algunos de los que conocen un poco sobre él han formado una imagen desagradable que les impide tomarlo en serio como un hombre de Dios. Lo ven como persona algo desagradable que acostumbraba hacerse respetar y nunca sería una compañía agradable bajo ninguna circunstancia. Destacan las imprecaciones en sus oraciones -“Haz que sus ofensas recaigan sobre ellos mismos: entrégalos a sus enemigos; ¡que los lleven en cautiverio! No pases por alto su maldad ni olvides sus pecados, porque insultan a los que reconstruyen” (Neh. 4:4-5; compare 6:14 y 13:29, donde “recuerda” significa “recuerda para juicio”). Observan que al menos en una ocasión él maldijo y golpeó a algunos de sus compatriotas y les arrancó el cabello (13:25). Concluyen que difícilmente él era un buen hombre; ciertamente no un hombre de gran estatura espiritual, de quien se puedan aprender lecciones preciosas.

¿Cuál es el comentario apropiado de semejante opinión? Primero, en realidad existía un lado áspero en Nehemías; lo hay para la mayoría de los líderes. En términos de los cuatro temperamentos clásicos, parece haber sido un hombre colérico, robusto, incansable y franco que estaba feliz cuando acometía con energía proyectos desafiantes y quien encontraba más fácil (como decimos en nuestros días) hacer antes que ser. Personas de esa clase a menudo se hallan luchando, particularmente cuando los dirige su celo, como a veces lo hace, a hablar y actuar de manera exageradamente enfática. Pero, segundo, caballos para las carreras; Dios había preparado a Nehemías para una tarea que un hombre menos directo no habría podido realizar. Y, tercero, la limpieza que Jesús llevó a cabo en el templo y su denuncia contra los fariseos fue más áspera que cualquier relato de Nehemías; si pensamos que la violencia de Jesús estaba justificada, debemos conceder la posibilidad de que también la de Nehemías lo fuera. Diré más al respecto en el lugar apropiado.

Sin embargo, no estoy alegando que Nehemías no haya tenido pecado. Sería necio al punto de blasfemia si lo hiciera. Jesucristo es la única persona sin pecado que conocemos en la historia bíblica; él es la única persona sin pecado que ha existido jamás. El resto de los siervos de Dios han sido criaturas caídas, pecadores salvos por gracia, y a veces su pecaminosidad se muestra. Si acaso Nehemías tenía cabello rojo no lo sé, pero ciertamente tenía una intensidad sobre sí mismo que lo hacía expresarse con un estilo feroz no muy parecido a Cristo. Este era el defecto de su calidad, la limitación que iba con su fuerza. Todo siervo de Dios falla de un modo u otro, y Nehemías no fue la excepción a esa regla. Aun así sus puntos fuertes eran asombrosos; así que espero que nadie pierda el interés en él simplemente porque hemos concordado que no era perfecto.

Fuerzas de Nehemías

¿Qué fuerzas especiales vemos en Nehemías? Tres, al menos. Primero, es un modelo de celo personal —celo, esto es, para la honra y la gloria de Dios. Como lo dice en una de sus oraciones, es uno de esos que se deleitan “en honrar tu nombre” (1:11), y la fuerza de su pasión para magnificar al Señor es muy grande. Un celo así, aunque igualado por Jesús, los salmistas y Pablo (para no ver más allá), es más raro hoy que lo que debería ser; la mayoría de nosotros es más como los tibios laodicenses, vagando alegremente en iglesias serenas, sintiéndose confiados que todo está bien, y por tanto causando disgusto a nuestro Señor Jesús, quien mira que, espiritualmente hablando, nada es correcto (vea Ap. 3:14-22). El lenguaje áspero de la amenaza de nuestro Señor de vomitar a la iglesia de Laodicea -es decir, repudiarla y rechazarla- muestra que el celo por la casa de Dios todavía lo constriñe en su gloria, como lo hizo en la tierra cuando limpió el templo (Jn. 2:17). De vuelta a los días cuando Dios utilizó su propio pueblo como sus ejecutores, no sólo en guerra santa con paganos pero también en la disciplina de la iglesia, Finés el sacerdote había alanceado a un israelita y junto con su amante madianita, y Dios a través de Moisés había encomiado su celo que igualaba el de Dios: “Ha actuado con el mismo celo que yo habría tenido por mi honor... Dile. que yo le concedo mi pacto de comunión. ya que defendió celosamente mi honor.” (Núm. 25:11-13). Como Dios es celoso, así deben ser sus siervos.

¿Estamos claros qué es el celo? No es fanatismo; no es violencia; no es entusiasmo irresponsable; no es ninguna forma de egoísmo molesto. Es, más bien, un compromiso humilde, reverente, parecido a negocio, enfocado a santificar el nombre de Dios y el hacer su voluntad.

Un hombre celoso en religión es eminentemente un hombre de una sola cosa. No es suficiente decir que es serio, afectuoso, intransigente, minucioso, íntegro y ferviente en espíritu. Mira solo una cosa, es absorbido por una sola cosa; y eso es agradar a Dios. Viva o muera -esté sano o enfermo- sea rico o pobre; agrade u ofenda a los hombres; se le crea sabio o estúpido; ya sea que recibe honor, o consigue vergüenza; nada de esto le preocupa. A él lo consume una cosa, agradar a Dios, y promover la gloria de Dios.2

Las personas con este celo son sensibles a las situaciones en las que la verdad y el honor de Dios están en una manera u otra están en peligro, más bien que dejar que el asunto se olvide forzarán el asunto en la atención de las personas para empujar si es posible un cambio de corazón al respecto -aun a riesgo personal. Nehemías era celoso en este sentido, como veremos, y su celo es un ejemplo para todos nosotros.

La segunda fuerza que encontramos en Nehemías es su compromiso pastoral: el compromiso de un líder, un promotor natural, a un servicio compasivo por el necesitado. Un líder es una persona que puede persuadir a otros a abrazar y perseguir su propósito; como (pienso) Harry Truman lo expresó una vez, la tarea del líder es hacer que otras personas hagan lo que ellos desean hacer y lograr que les guste hacerlo. Uno es solo un líder si es seguido por alguien, así como sólo se es maestro si otros realmente aprenden de uno; así que para ser líder, uno debe ser capaz de motivar a otros. Pero entonces uno está en peligro de volverse un dictador, usando su poder de persuasión para manipular y explotar a quienes dirige. Nehemías, sin embargo, no era así. No era un dictador como no era un felpudo; no trataba sin miramientos a las personas más que lo que permitía que otros lo tratan así a él. Mientras expresaba amor por Dios por su celo concentrado, del mismo modo expresó amor por su prójimo mediante su cuidado compasivo. Conscientemente asumió la responsabilidad por el bienestar de otros; él vio la restauración de Jerusalén como una operación de beneficencia, no menos que una honra para Dios, y sacó tiempo al menos una vez de la construcción del muro para ayudar al pobre (vea 5:1-13), además de la permanente renuncia a su derecho de pedir apoyo de quienes gobernaba (5:14-18).

Nehemías desliza un número de sus oraciones en sus memorias, y algunas de estas han provocado desconcierto. “¡Recuerda, Dios mío, todo lo que he hecho por este pueblo, y favoréceme!” (5:19, siguiendo el relato de su servicio social) es un ejemplo. Más de tales oraciones aparecen en 13:14, 22, 1. ¿Qué sucede aquí? Preguntamos. ¿Está Nehemías tratando de construir un balance meritorio en el diario de Dios? ¿Está pidiendo ser justificado por sus obras? De ninguna manera. Él se refiere a lo que ha hecho simplemente como una muestra de su integridad y sinceridad en el ministerio, una prueba de su autenticidad como siervo de los siervos de Dios. En otras palabras, como evidencia de vivir el compromiso pastoral del que he estado hablando.

La tercera fuerza que Nehemías muestra es sabiduría práctica, la capacidad de hacer planes realistas y lograr que las cosas se hagan. Desde este punto de vista, las memorias de Nehemías constituyen un curso acelerado en habilidades directivas. Una vez que tuvo éxito en cambiar su vida cómoda como un lacayo de alto rango en el palacio (copero real) por la función problemática de gobernador de Judá, con disconformes constantemente ladrando a sus talones mientras intentaba reedificar y reorganizar Jerusalén, lo vemos levantarse a la altura del desafío de cada situación con penetración verdaderamente maestra e ingenuidad. Lo vemos asegurándose un salvoconducto y vales para materiales de construcción de parte del rey; organizar y supervisar la construcción del muro; arreglar la defensa de Jerusalén mientras la construcción seguía adelante; apagar el descontento y prevenir una amenaza de huelga dentro de la fuerza laboral; mantener el ánimo hasta que el trabajo se llevara a cabo; conducir negociaciones delicadas con amigos y con enemigos; y finalmente imponer varias veces leyes no apreciadas acerca de la raza, los servicios en el templo, y la observancia del día de reposo. Los dolores de cabeza de Nehemías como hombre superior fueron muchos, y la versatilidad santificada con la que maneja todas estas cosas es algo maravilloso de ver.

Y sus logros fueron tan destacados como sus dones. Él reedificó el muro en ruinas de Jerusalén en cincuenta y dos días, cuando nadie más pensaba que se podía reedificar. Restauró la adoración regular en el templo, la instrucción regular de la ley de Dios, la observancia seria del día de reposo, y la vida familiar piadosa. Él fue el verdadero nuevo fundador de la vida corporativa de Israel después del exilio, siguiendo a las restauraciones relativamente fallidas de los siglos anteriores. Él toma su lugar, por derecho, como parece ser, con los grandes líderes del pueblo de Dios en la historia de la Biblia: con Moisés, David y Pablo. Nehemías verdaderamente fue un hombre maravilloso.

Con todo, Nehemías sería el primero en reprenderme si dejo el asunto allí, porque él supo, e insiste en su libro, que lo aquello que logró no fue mero logro humano y sería un mal entendido si se tratara de esa manera. Las oraciones de en busca de ayuda que enfatizan su historia muestran dónde creía él que descansaba su fuerza, y donde diariamente buscaba el apoyo (vea 1:4-11; 2:4; 4:4; 9; 6:9). Su referencia a lo que Dios “puso en su corazón” (2:12; 7:5) muestra el lugar de donde él creía que su sabiduría provenía. Y su declaración “la muralla se ternnnó...|en| cincuenta y dos días... nuestros enemigos. reconocieron que ese trabajo se había hecho con la ayuda de nuestro Dios” (6:15-16) realmente lo dice todo. “No me den el crédito”, Nehemías protesta en efecto; “lo que se hizo a través de agentes humanos como yo fue hecho por Dios, y él debe tener la alabanza por ello.” Estoy de acuerdo, y espero que mis lectores también. ¡Soli Deo Gloria (Solo a Dios sea la gloria)!

El Dios de Nehemías

Lo que hace que alguien sea un hombre de Dios es fundamentalmente su visión de Dios, y nos ayudará a conocer mejor a Nehemías si a estas alturas damos un vistazo a sus creencias acerca de Dios, como su libro las revela. Doy por sentada, como ya debe ser obvio, la unidad del libro como un producto de la propia mente de Nehemías. Ya hemos visto que su núcleo son las memorias personales de este hombre de acción (capítulos 1-7 y 13), a lo que se ha agregado lo que parece un registro oficial de los ejercicios inaugurales de adoración en la Jerusalén restaurada (capítulos 8-12). La lista de edificadores en el capítulo 3, la relación del censo del capítulo 7, la lista de los firmantes en 10:1-27, y las listas de residentes en Jerusalén y sus alrededores, con sacerdotes y levitas, que llenan los capítulos 11:3—12:26 son la clase de material que hoy en día se pondría en apéndices; pero la forma antigua era simplemente incorporar todo en el texto. La conjetura natural es que, como un político moderno que sospecha o espera aparecer en los futuros libros de historia, Nehemías dedicó alguna parte de su jubilación a componer lo que en efecto es su testamento político y testimonio personal unido en uno; y a este fin sacó del diario que había mantenido durante sus años como figura pública, más fuentes oficiales a las que, como ex gobernador de Judá, tenía acceso directo.

El libro de Esdras, en esta perspectiva, habría sido escrito naturalmente como un volumen compañero, para relacionar el logro de Nehemías con lo que ha precedido desde el final del exilio.

Sea lo que fuera -y puedo asegurar que nada de ello puede probarse como cierto- el libro de Nehemías es una unidad, y por tanto no estamos equivocados al suponer que por escribir los capítulos 8-12 en su texto Nehemías endosó e hizo suyo todo lo que declaran acerca de Dios y sus caminos, aun cuando originalmente no los escribió.

Lo que Nehemías nos da de su diario nos habla, como lo pone el puritano Matthew Henry, no solo de las obras de sus manos sino también de las obras de su corazón; de hecho, casi nos dice más de lo último que de lo primero. Pero las obras del corazón de Nehemías en fe, oración, esperanza, confianza y aceptación de riesgo santificado y lucha espiritual contra lo que podemos reconocer como desalientos y distracciones dirigidos por el poder demoníaco todas expresan reflejan su conocimiento de Dios. Y esto comienza por él, como debe ser para todos, con el conocimiento acerca de Dios: el conocimiento conceptual que llamamos teología. La teología, que significa verdades en nuestra mente acerca de Dios, no es lo mismo que una relación con Dios, como la ortodoxia de los demonios lo demuestra (vea Stg. 2:19). Pero sin verdadera teología, aunque pueda haber un fuerte sentido de la realidad de Dios (como en el hinduismo, el animismo y la nueva era), la entrada a una relación de pacto por la cual conocemos que Dios es verdadera y eternamente nuestro no es posible. Así que, si queremos acercarnos a Nehemías y enriquecer nuestra relación con Dios a partir de la de él, debemos obtener un conocimiento de su teología.

Hace algunos años me ausenté por dos noches de una conferencia teológica en Nueva York que me estaba aburriendo. En una de las noches un amigo refugiado me llevó a un club de jazz, y pasé la otra en la Ópera Metropolitana donde se interpretaba Tannhauser de Wagner. Durante el primer intermedio una dama más joven que estaba sentada enseguida de mí comenzó a charlar acerca de la producción, y como aficionado de la ópera la charla se tornó animada. Me parecía que su esposo, sentado al otro lado de ella, no le interesaba la ópera y se sentía excluido. Me di cuenta que me veía de reojo y que tenía su mano fuertemente agarrada de la rodilla de ella; supongo que como señal de propiedad. Luego se separó de ella abruptamente, para sentarse en otra parte por el resto de la función. Eso fue muy incómodo. Tal vez su esposa había comenzado muchas conversaciones con otros hombres en el pasado. Tal vez la había llevado a la ópera en contra de su voluntad y quería volcar un poco de su enojo sobre alguien más. De cualquier modo, evidentemente sentía que su esposa en ese momento estaba más cerca de mí que de él, y eso no le gustaba. Y -este es el punto- lo que él sentía en un sentido era correcto, porque ella y yo conocíamos bastante de ópera, y al no tener ese conocimiento él no podía comprender lo que compartíamos, no compartía con nosotros. De la misma manera, a menos que sepamos lo que Nehemías sabía acerca de Dios no seremos capaces de comprender y compartir la visión y pasión que lo impulsaron a través de sus años de ministerio y convertirlo en un brillante ejemplo para nosotros de un liderazgo que sirve.

Así que preguntamos: ¿Qué creía Nehemías acerca de quien sobre diez veces, seis veces en oraciones transcritas, llamó “Dios mío”? ¿Cuánta era la fe de Nehemías en Dios? La respuesta es clara del libro mismo.

En primer lugar, el Dios de Nehemías es el creador trascendente, el Dios “del cielo” (1:4; 2:4, 20), auto sustentador, poderoso y eterno (“de eternidad a eternidad”, 9:5). Él es “grande” (8:6): “grande y admirable” (1:5; 4:14): “grande, temible, poderoso” (9:32), y los ángeles (“las multitudes del cielo”) lo adoran (9:6). Señor de la historia, Dios de juicio y misericordia: “eres Dios perdonador, clemente y compasivo, lento para la ira y grande en amor” (9:17; vea Éx. 34:6-7), Dios era para Nehemías la más sublime, permanente, penetrante, íntima, humilde, exaltadora, y encomiable de todas las realidades. La base por la cual, como el misionero William Carey, Nehemías intentó grandes cosas para Dios y esperó grandes cosas de Dios fue que, como el calvinista Carey, entendió la grandeza de Dios.

En segundo lugar, el Dios de Nehemías es Yahweh: “el SEÑOR”, el hacedor y guardador del pacto, cumplidor de promesas, y fiel Dios de Israel (9:8, 32, 33). La oración por la que el ministerio de Nehemías nació fue: “Señor, Dios del cielo, grande y temible que cumples el pacto...” y sigue adelante hasta pedir que Dios bendiga a “tus siervos y tu pueblo, al cual redimiste [de Egipto, hace mucho tiempo]” (1:5, 10; cp. 9:9-25). El pronombre personal en las frases “tu pueblo”: “nuestro Dios” (4:4, 20; 6:16; 10:32, 34, 36, 37, 38, 39; 13:2, 18, 27), y “mi Dios” (2:8, 12, 18, 5:19; 6:14; 7:5; 13:14, 22, 29, 31) son afirmaciones de las relaciones de pacto entre Dios y los israelitas como una realidad establecida, y las invocaciones de ello como una base para la confianza, la esperanza y la obediencia. El pacto de Dios, como el pacto matrimonial, era un lazo mutuo de posesión y entrega de sí mismo: Dios poseía a Israel como su pueblo y se dio a ellos para bendecirlos mediante sus dones y dirección, mientras que los israelitas poseían a Jehová como su Dios y profesaban darle honor mediante su adoración y servicio. La devota dependencia en Dios que sostuvo a Nehemías a través de su carrera como líder, y que con tanta frecuencia verbalizó a través del libro, era una expresión de su fe en el compromiso de pacto que Dios tenía con él y con quienes dirigía, como era su declaración mientras preparaba las defensas de Jerusalén: “Nuestro Dios peleará por nosotros” (4:20). Su fe en Dios nunca fue decepcionada. El Dios de Nehemías demostró ser un fiel guardador del pacto que no abandonó a su siervo.

En tercer lugar, el Dios de Nehemías es un Dios cuyas palabras de revelación son verdad y dignas de confianza. A través de instrucción espiritual dada por medio de Moisés y los profetas (1:8; 8:1, 14; 9:13, 30; cp. 9:20), Dios había dicho a su pueblo quién era Él, lo que quería de ellos, cómo respondería si ellos eran rebeldes, y qué haría si ellos se arrepentían después. “Recuerda”, oró Nehemías “te suplico, lo que le dijiste a tu siervo Moisés: Si ustedes pecan, los dispersaré entre las naciones: pero si se vuelven a mí, y obedecen y ponen en práctica mis mandamientos, aunque hayan sido llevados al lugar más apartado del mundo los recogeré y los haré volver al lugar donde he decidido habitar” (1:8-9, aludiendo a Lev. 26, especialmente versículo 33; Dt. 28:64 y 30:1-10, especialmente versículo 4). Aquí, al comienzo de su libro, vemos a Nehemías tratando con Dios sobre la base de que Él es el Dios que cumple lo que dice.

399
573,60 ₽
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0+
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252 стр. 4 иллюстрации
ISBN:
9781646911158
Издатель:
Правообладатель:
Bookwire
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epub, fb2, fb3, ios.epub, mobi, pdf, txt, zip

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